Fuente: Biblioteca Gonzalo de Berceo y Museo del Prado
Francisco de Zurbarán nació el 7 de noviembre de 1598 en Fuente de Cantos (Badajoz). Sus padres fueron Luis de Zurbarán, comerciante acomodado, e Isabel Márquez, quienes se habían casado en la localidad vecina de Monesterio el 10 de enero de 1588. Otros dos importantes pintores del Siglo de Oro nacerían poco después: Velázquez (1599-1660) y Alonso Cano (1601-1667).
Probablemente se iniciara en el arte pictórico en la escuela de Juan de Roelas, en su ciudad natal, antes de ingresar, en 1614, en el taller del pintor Pedro Díaz de Villanueva (1564-1654), en Sevilla, donde Alonso Cano lo conoció en 1616. Probablemente también trabó relación con Francisco Pacheco y sus alumnos, además de tener cierto influjo procedente de Sánchez Cotán tal cual puede observarse en la Naturaleza muerta que pintó Zurbarán hacia 1633.
Su aprendizaje se terminó en 1617, año en el que Zurbarán se casó con María Páez. El primer cuadro que se citaba como de los comienzos de su carrera es una Inmaculada creída de 1616 (colección de Plácido Arango), pero su fecha real es 1656 y, de hecho, delata influencias de Tiziano y Guido Reni, más propias de la última etapa del artista en Madrid.
En 1617 se estableció en Llerena, Extremadura, donde nacieron sus tres hijos: María, Juan (Llerena 1620-Sevilla 1649), (que fue pintor, como su padre, y murió durante la gran epidemia de peste ocurrida en Sevilla en 1649), e Isabel Paula.
Tras el fallecimiento de su esposa, se volvió a casar en 1625 con Beatriz de Morales, viuda y con una buena posición económica, aunque diez años mayor que él, como su primera esposa. En 1622 era ya un pintor reconocido, por lo que fue contratado para pintar un retablo para una iglesia de su ciudad natal.
En 1626 y ante un notario, firmó un nuevo contrato con la comunidad de predicadores de la orden dominica de San Pablo el Real, en Sevilla; tenía que pintar veintiún cuadros en ocho meses. Fue entonces, en 1627, cuando pintó el Cristo en la cruz, obra que fue tan admirada por sus contemporáneos que el Consejo Municipal de Sevilla le propuso oficialmente, en 1629, que fijara su residencia en esta ciudad hispalense. En este cuadro la impresión de relieve es sorprendente; Cristo está clavado en una burda cruz de madera. El lienzo blanco, luminoso, que le ciñe la cintura, con un hábil drapeado —ya de estilo barroco—, contrasta dramáticamente con los músculos flexibles y bien formados de su cuerpo. Su cara se inclina sobre el hombro derecho. El sufrimiento, insoportable, da paso a un último deseo: la resurrección, último pensamiento hacia una vida prometida en la que el cuerpo, torturado hasta la extenuación pero ya glorioso, lo demuestra visualmente.
Igual que en el Cristo crucificado de Velázquez (pintado hacia 1630, más rígido y simétrico), los pies están clavados por separado. En esa época, las obras, en ocasiones monumentales, trataban de recrearse morbosamente en la crucifixión; de ahí el número de clavos. Por ejemplo, en las Revelaciones de Santa Brígida se habla de cuatro clavos. Por otra parte, y tras los decretos tridentinos, el espíritu de la Contrarreforma se opuso a las grandes escenificaciones, orientando especialmente a los artistas hacia las composiciones en las que se representara únicamente a Cristo. Muchos teólogos sostenían que tanto el cuerpo de Jesús como el de María tenían que ser unos cuerpos perfectos. Zurbarán aprendió bien estas lecciones, afirmándose, a los veintinueve años, como un maestro indiscutible.
El maestro sevillano
Extremeño de nacimiento, es considerado un pintor de imaginería (artista de carácter religioso, especializado en imágenes y estatuas) Zurbarán firmó un nuevo contrato en 1628 con el convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada, y se instaló, con su familia y los miembros de su taller, en Sevilla. Pintó entonces el cuadro de San Serapio, uno de los mártires de la Orden de la Merced, muerto en 1240 tras haber sido torturado, probablemente por los piratas ingleses.
Los religiosos mercedarios (pertenecientes a la Orden de la Merced), además de los votos tradicionales de castidad, pobreza y obediencia, pronunciaban un voto de «redención o de sangre» por el que se comprometían a entregar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe.
Zurbarán quiso representar el horror sin que en la composición apareciera ni una gota de sangre. Aquí no se intuye el ensueño divino que precede a la Resurrección. La boca entreabierta no deja escapar ni un grito de dolor, demuestra el abatimiento paroxístico; dice en un soplo, simple y terriblemente, que ya es demasiado para seguir viviendo.
La gran capa blanca, casi un trampantojo, ocupa la mayor parte del cuadro. Si se hace abstracción del rostro, la relación entre la superficie total y la de este vasto espacio blanco es, exactamente, el número áureo.
Nominándose a sí mismo como «maestro pintor de la ciudad de Sevilla», Zurbarán despertó los celos de algunos pintores como Alonso Cano, a quien Zurbarán desdeñó. Se negó a pasar los exámenes que le darían derecho a utilizar este título, pues consideraba que su obra y el reconocimiento de los grandes tenían más valor que el de algunos miembros, más o menos amargados, de la corporación de los pintores. Le llovían los encargos de las familias nobles y para los grandes conventos que los mecenas andaluces protegían, como los de los jesuitas.
La gloria nacional
En 1634 efectuó un viaje a Madrid. Su estancia en la capital resultó determinante para su evolución pictórica. Se encontró con su amigo Diego Velázquez, con el que analizó y meditó sobre sus obras. Pudo contemplar las obras de los pintores italianos que trabajaban en la corte de España, como las de Angelo Nardi y Guido Reni. Zurbarán renunció, desde ese momento, al tenebrismo de sus inicios, así como a las veleidades caravagistas (de las que se puede ver un ejemplo en el cuadro La Exposición del cuerpo de San Buenaventura, especialmente en las caras de los adolescentes situados en la parte derecha del cuadro). Sus cielos se hicieron más claros y los tonos menos contrastados.
Dotado con el título de «Pintor del Rey», volvió a Llerena, donde pintó, gratuitamente, un cuadro para la iglesia de Nuestra Señora de la Granada debido a la devoción que sentía por la Virgen María. Los encargos se le acumulaban: Nuestra Señora de la Defensión, la Cartuja de Jerez de la Frontera, la iglesia de San Román en Sevilla…
Esta última ciudad, a orillas del Guadalquivir, era uno de los grandes puertos europeos que vivía del comercio con las Américas. Los galeones llegaban cargados de oro y zarpaban con las bodegas llenas de productos españoles (entre otras cosas, obras de arte). Zurbarán empezó a producir pinturas religiosas para el mercado americano (en ocasiones, series de santos de diez y más obras) y ya en 1638 reclamaba el pago de una suma que le debía Lima. Ejemplo excepcional de la producción de Zurbarán para América es la serie de doce cuadros Las tribus de Israel, actualmente en Auckland, en el condado de Durham (Inglaterra); se supone que no llegaron a su destino por un ataque pirata.
En 1639 murió su segunda esposa, Beatriz, y en ese año Zurbarán pintó Cristo en Emaús (Museo de las Bellas Artes, México) y San Francisco en éxtasis. En 1641 se casó su hijo Juan con Mariana de Cuadros (hija de un rico comerciante) que moriría poco después.
En enero de 1643 el Conde-Duque de Olivares, hasta ese momento favorito de Felipe IV de España, fue exiliado. Olivares era un gran protector de los pintores andaluces. Esta crisis política se unió a una ralentización de la actividad comercial de Sevilla, lo que significó, asimismo, que disminuyera el número de encargos pictóricos. Zurbarán, altamente estimado, no se vio afectado por este percance. En 1644 se casó con Leonor de Tordera, hija de un orfebre. Ella tenía veintiocho años y Zurbarán cuarenta y seis. Tuvieron seis hijos.
Hacia 1636, Zurbarán intensificó la exportación a América del Sur. En 1647, un convento peruano le encargó treinta y ocho pinturas, veinticuatro de las cuales tenían que ser de Vírgenes a tamaño natural. En el mercado americano puso en venta, asimismo, algunos cuadros profanos, lo que le compensó de la disminución de la clientela andaluza2 de la que otro pintor sevillano, Murillo, sería también víctima, y lo que explicaría, a su vez, la marcha de Alonso Cano a Madrid.
Los encargos que tenía Zurbarán eran muchos, y de ellos da cuenta un contrato encontrado según el cual Zurbarán vendió a Buenos Aires quince vírgenes mártires, quince reyes y hombres célebres, veinticuatro santos y patriarcas (todos ellos a tamaño natural) y también nueve paisajes holandeses. Zurbarán podía permitirse el mantener un taller importante con aprendices y asistentes. Su hijo Juan, conocido por ser un buen pintor de bodegones (escenas de cocina, mercados y naturalezas muertas), trabajó probablemente para su padre. Una hermosa naturaleza muerta de Juan de Zurbarán se encuentra en el museo de Kiev.
A principios de los años 1650 Zurbarán viajó de nuevo a Madrid. Pintó, entonces, en esfumado, el admirable rostro de la Virgen en la Anunciación (1638) que se encuentra en el Museo de Grenoble, y Cristo llevando la cruz de 1653 (catedral de Orleans). En 1658 los cuatro grandes pintores —Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano y Murillo— se encontraban en Madrid. Zurbarán testificó durante la investigación llevada a cabo sobre Velázquez, lo que le permitió ingresar en la Orden de Santiago como él deseaba. De esa época datan El lienzo de la Verónica (Valladolid, Museo Nacional), El reposo durante la huida a Egipto (Museo de Budapest), San Francisco arrodillado con una calavera (Madrid, colección de Plácido Arango) y La Virgen con el Niño y san Juanito, su última obra fechada conocida (1662; Bilbao, Museo de Bellas Artes). Su fiel amigo Velázquez falleció en 1660.
El 27 de agosto de 1664 Francisco de Zurbarán murió en Madrid. Fue enterrado en el convento de Copacabana, destruido en el siglo XIX a raíz de la desamortización de Mendizábal, perdiéndose los restos del pintor. (wiki)
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¡ojo!, el cuadro que ofrecemos en portada y donde aparece, según se dice, el propio pintor, ha sido modificado para captar en plenitud de tamaño el rostro de Zurbarán contemplando al Crucificado. Vean el original en el Museo del Prado y que nos perdone por el atrevimiento Don Francisco:
https://www.museodelprado.es/…/1850e215-e9ed-4e62-be7f…