Mesopotamia es el nombre por el cual se conoce a la región histórica del Oriente Próximo ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, si bien se extiende a las zonas fértiles contiguas a la franja entre ambos ríos, y que coincide aproximadamente con las áreas no desérticas del actual Irak y la zona limítrofe del norte y este de Siria.
El término alude inicialmente a esta región en la Edad Antigua que se dividía en Asiria (al norte) y Babilonia (al sur). Babilonia (también conocida como Caldea), a su vez, se dividía en Acadia (parte alta) y Caldea (parte baja). (1) Sus gobernantes eran llamados patesi.
La historia de Mesopotamia es, en gran medida, la historia del nacimiento mismo de la civilización. En este fértil cruce de caminos entre los ríos Tigris y Éufrates —en la región que los griegos denominaron con acierto “entre ríos”— surgieron, hace más de cinco mil años, las primeras ciudades, los primeros códigos legales, los primeros templos monumentales y la primera escritura conocida: la cuneiforme. Ninguna otra región del mundo puede reclamar con tanto fundamento haber inventado, paso a paso, la vida urbana, la administración del poder, la memoria escrita y la reflexión abstracta sobre el orden del mundo.
Hablar de Mesopotamia es hablar del origen mismo de las estructuras sobre las que se ha edificado la historia humana. En este espacio entre los ríos Tigris y Éufrates, en el corazón del Creciente Fértil, tuvo lugar uno de los procesos más decisivos de la evolución cultural: el tránsito de sociedades neolíticas agrícolas a complejas civilizaciones estatales. Por primera vez en la historia, el ser humano organizó su vida en ciudades, registró sus ideas por escrito, codificó leyes, y reflexionó sobre el poder, el cosmos y el tiempo.
Los mesopotámicos no solo inventaron la escritura —un acto revolucionario que permitió preservar y transmitir conocimiento—, sino que establecieron los fundamentos de la astronomía, la contabilidad, la jurisprudencia, la arquitectura monumental, la literatura épica y la administración política. Con ellos nacen conceptos que hoy nos resultan familiares: impuestos, archivos, tratados internacionales, bibliotecas, escuelas, censos, mapas y sistemas métricos.
Pero más allá de sus logros técnicos y organizativos, los pueblos de Mesopotamia nos legaron una profunda visión del mundo. En sus mitos y textos encontramos las primeras preguntas humanas sobre el origen, la justicia, el destino y el orden universal. Sus relatos, como la Epopeya de Gilgamesh, no solo son valiosos por su antigüedad, sino por su vigencia filosófica.
Así, esta civilización no solo fue pionera en lo práctico, sino también en lo simbólico. Estudiar Mesopotamia es comprender mejor quiénes somos y de dónde venimos. Por eso, más que un capítulo antiguo, representa una de las raíces vivas de nuestra cultura.
Estudiar Mesopotamia es contemplar el lento despertar de la humanidad a la organización compleja, al pensamiento simbólico y al dominio del entorno mediante la técnica. Es también asistir a un escenario dinámico, donde se sucedieron y entrelazaron pueblos tan diversos como los sumerios, acadios, babilonios, asirios y persas, dejando cada uno una huella indeleble en el tapiz del tiempo. Lejos de tratarse de una única cultura homogénea, Mesopotamia fue un espacio multicultural y multilingüe, a menudo conflictivo, pero fértil en intercambios y síntesis.
Esta introducción busca ofrecer un mapa general, ordenado y comprensible, de los principales hitos, etapas y protagonistas de la historia mesopotámica. El objetivo no es solo fijar fechas o enumerar nombres, sino captar el espíritu de una civilización que puso los cimientos de nuestra manera de vivir, gobernar, pensar y construir el mundo. El lector encontrará aquí un recorrido inicial que será desarrollado con mayor detalle en otras secciones, incluyendo también los aspectos culturales, científicos y artísticos de uno de los más influyentes legados del mundo antiguo.
La cronología del Antiguo Oriente se fundamenta en inscripciones, textos con listas de reyes –las cuales sólo se han conservado parcialmente– y dataciones mediante carbono-14 de restos orgánicos.
Anterior al V milenio a. C.
- Periodo predinástico de Egipto.
- Nabta Playa (Egipto Predinástico)
- Sialk (Zigurat).
V milenio a. C.
- Merimdense (Bajo Egipto- Predinástico).
- Badariense (Alto Egipto. Predinástico).
IV milenio a. C.
- Cultura naqada (Egipto Predinástico).
- Lagash (Ciudad Sumeria y Babilónica),
- Los Sumerios
- Susa (Capital del reino de Elam).
- Civilización protoelamita
III milenio a. C.
- Imperio antiguo de Egipto
- Imperio elamita
- Imperio Acadio: Isin, Babilonia, Larsa
- Mari
- Amorritas (Semitas)
- Troya (niveles I a V)
II milenio a. C.
- Imperio medio de Egipto
- Imperio nuevo de Egipto
- Imperio Paleobabilónico
- Imperio Asirio
- Yamkhad
- Hebreos (Pueblos Semitas).
- Hititas (Asia Menor). Ver: Una revisión histórica sobre Asia Menor.
- Mitanni (reino Hurrita)
- Ishuwa (Asia Menor)
- Kizzuwatna
- Mari
- Hurritas
- Luvitas
- Levante: Ugarit, Kadesh, Megido, Reino de Israel, Arzawa, Lukka, Troya niveles VI a VII.
- Fenicios (Desde el 1200 a.c).
- (No están todas)
Mapa que muestra la extensión de Mesopotamia. Se muestran Washukanni, Nínive, Hatra, Assur, Nuzi, Palmira, Mari, Sippar, Babilonia, Kish, Nippur, Isin, Lagash, Uruk, Alejandría de Susiana y Ur, de norte a sur. Autor foto: Goran tek-en. CC BY-SA 4.0. Básicamente está situado en el actual Irak, pero abarcaba una zona de influencia muy grande. Ver el recorrido de los dos grandes rios, El Tigris y el Éufrates.


La historia de Mesopotamia está dividida en cinco etapas: periodo sumerio, Imperio acadio, Imperio babilónico, Imperio asirio e Imperio neobabilónico.
El sistema social estaba ligado a la economía, por lo que no había castas ni estratificación, solo diferenciación en las posiciones económicas.
La economía de Mesopotamia se basaba en la agricultura y la división de tierras de la siguiente forma:
- Sector estatal o público: propiedad del templo y el palacio, como propiedad del dios, y tenía como objetivo la producción para sustento del templo y el personal (escribas, sacerdotes y administrativos) y eran trabajadas por campesinos influenciados bajo coerción física o ideológica, los cuales eran remunerados con raciones de cebada, lana y aceite para iluminación e higiene en cantidades según edad y sexo.
- Sector privado: eran tierras de propiedad comunal y privadas, administradas por macrofamilias a cambio de tributo. (2)
También podían encontrarse las siguientes distinciones socio-económicas dentro de la población, lo cual estaba sujeto a su nivel de dependencia o independencia económica:
- Mezquinos: se trataba de ciertos sectores que podían vivir solamente de su trabajo corporal y el cultivo de sus parcelas. Pertenecen a los grupos sociales más débiles debido a que se encuentran socialmente desprotegidos y son súbditos del rey (responsable del templo). (3)
- Hombres: son ciudadanos con posibilidad de acceder a la tierra. Están ligados a la actividad palaciega, propietarios de parcelas, escribas o funcionarios que han conseguido acumular el capital para la explotación de las tierras.
- Siervos: se trata de personas que tenían deudas con el palacio y eran siervos voluntarios para su pago.
- Esclavos: guerreros enemigos cautivos.

Los gobernantes de las antiguas ciudades-Estado eran llamados Ensi, escrito pa-te-si.
En los orígenes de la civilización mesopotámica, el poder político no estaba aún separado del poder religioso. Los primeros gobernantes de las ciudades sumerias eran los patesi —también conocidos como ensi—, figuras que encarnaban simultáneamente la autoridad civil y la función sacerdotal. Su papel no era simplemente el de un jefe militar o gestor urbano, sino el de un intermediario entre los dioses y la comunidad. Gobernaban “en nombre de la divinidad tutelar” de cada ciudad, asegurando el orden cósmico mediante el buen gobierno terrenal.
Este modelo teocrático fue el núcleo del primer sistema estatal de la historia. Los patesi administraban los templos, dirigían los cultivos colectivos, organizaban la distribución del agua mediante canales, cobraban tributos y coordinaban a los escribas y funcionarios encargados de registrar cosechas, mercancías y trabajos. La economía estaba centralizada en torno al templo —epicentro tanto espiritual como económico— y su administración requería una estructura jerárquica y funcional que anticipa, en muchos aspectos, los aparatos burocráticos de estados posteriores.
La escritura cuneiforme nació, en parte, como respuesta a esta necesidad organizativa: los primeros documentos registrados eran inventarios, listas de tributos, calendarios agrícolas y contratos. El ejercicio del poder implicaba, por tanto, una sofisticada red de registros, normas y funcionarios. En las ciudades como Lagash, Uruk o Ur, los patesi se consolidaron como gestores del orden y el equilibrio, no solo en el ámbito humano, sino en su conexión con los ritmos del cielo, las estaciones y las leyes divinas.
El estudio de los patesi revela cómo las primeras sociedades complejas fundaron un concepto del Estado donde lo político, lo religioso y lo económico formaban una unidad inseparable. Su legado es un testimonio elocuente de cómo la humanidad aprendió a organizarse colectivamente y a delegar el poder como principio de convivencia estructurada.
Ensi, escrito pa-te-si, fue un título utilizado por los gobernantes de las antiguas ciudades-Estados sumerias, y señalan al representante de los dioses del pueblo y administrador del reino, es decir que las funciones de gobernante y sacerdote, que estaban fusionadas en la misma persona. La palabra Ensi, transliterada como patesi, proviene probablemente del sumerio en-si-k, ‘señor de los campos’.
El patesi, se ubicaba en la cúspide de la elite social, económica, política y religiosa-sacerdotal de su Ciudad. Tenía altos cargos pontificiales, militares, administrativos y políticos además de diversas funciones.
Por un lado, tenía cargos administrativos, parte importante de la distribución de los recursos, era su responsabilidad. Además, era el máximo exponente político y sumo gobernante de su Ciudad y de la región de los alrededores.
Este título señala a un rey alejado de la guerra y consagrado a la religión, la literatura y las buenas obras, es esta la razón por la cual el patesi, tenía también altos cargos sacerdotales, pontificiales y religiosos. Tenía acceso a los templos y lideraba la élite de los altos sacerdotes.
A pesar de eso, tenía el más alto cargo militar. Todos los ejércitos y tropas de la ciudad, estaban al mando de un general. Estos generales estaban todos a su subordinación, no obstante, tenían cierto poder de decisión y autonomía limitados, claro está. El patesi también iba al frente de toda tropa o ejército en caso de conflictos bélicos.
Escultura de la cabeza de Gudea, Ensi de Lagash, en el Museo del Louvre. Durante su gobierno, Lagash, gozó de su máximo esplendor comercial y alcanzó su mayor hegemonía y dominio sobre el resto de la Sumeria del siglo XXII a. C. Marie-Lan Nguyen y un autor más . Dominio público.

Los gobernantes de las antiguas ciudades-Estado en Mesopotamia, conocidos como ensi o pa-te-si, desempeñaban un papel central en la vida política, económica, religiosa y militar de sus comunidades. Este título, que evolucionó con el tiempo, inicialmente se usaba para describir a líderes locales que actuaban como representantes de los dioses en la tierra. En el contexto sumerio, los ensi tenían una relación directa con los templos, que eran el núcleo de la administración y la vida religiosa de las ciudades-Estado. Además de ser figuras religiosas, estos gobernantes supervisaban la distribución de tierras, la gestión de los recursos agrícolas y la construcción de obras públicas, como canales de riego y murallas. En el ámbito militar, lideraban a las tropas locales para defender la ciudad y, en ocasiones, expandir su influencia territorial. El término ensi se utilizaba predominantemente en las primeras etapas de la civilización mesopotámica, especialmente en Sumer, y su rol a menudo se diferenciaba de otros títulos como lugal, que designaba a monarcas más poderosos o reyes con una autoridad más amplia. Los ensi, aunque esenciales para la cohesión de sus ciudades-Estado, estaban subordinados en ocasiones a otros gobernantes regionales o imperiales, dependiendo del equilibrio de poder de la época. Su legado refleja la compleja estructura político-religiosa de las primeras civilizaciones en la región.
Los rios Tigris y Éufrates
El Tigris (en turco: Dicle; en árabe: دجلة, Diŷla) es un gran río de Asia Occidental, el más oriental de los dos grandes ríos que definen Mesopotamia, siendo el otro el Éufrates. El río fluye hacia el sur desde las montañas del este de Turquía a través de Irak y desemboca en el golfo Pérsico. De hecho, el nombre «Mesopotamia» significa «tierra entre los ríos».
El primer nombre conocido del río en sumerio era Idigna o Idigina, que puede ser interpretado como el río rápido o el río que fluye, en contraste con su vecino el Éufrates, cuyo caudal más lento provocaba que se depositaran más sedimentos y construyera un lecho más alto que el Tigris. En pahlaví, tigr significa flecha (de la misma familia que el persa antiguo tigra-, y el persa moderno têz: agudo). Sin embargo, no parece que este fuera el nombre original del río, sino más bien parece que fue acuñado (de forma similar que en las lenguas semíticas) como imitación del nombre local sumerio. Es también posible que el nombre Tigris sea derivado del idioma kurdo, en el que tij significa agudo, refiriéndose al Tigris como un río agudo y rápido. Dado que no existe un equivalente a la letra j en griego, se utilizó la letra g, derivando posiblemente en tig a partir de tij.
Otro nombre dado a este río, utilizado desde el tiempo del Imperio persa, es Arvand, que tiene el mismo significado. Actualmente, el nombre Arvand se refiere a la parte baja del Tigris en el idioma persa.
El Tigris es conocido en la Biblia como Hidekel, que era uno de los cuatro ríos en los que se dividía la corriente de agua que procedía de Edén (Biblia Génesis 2:10-14).
La civilización mesopotámica nació y floreció entre dos arterias vivas: el Tigris y el Éufrates. Estos ríos, que discurren desde las montañas de Anatolia hasta las llanuras de lo que hoy es Irak, hicieron posible la agricultura intensiva, la sedentarización y, con ello, la vida urbana. Sus crecidas estacionales, aunque menos predecibles que las del Nilo, fertilizaban la tierra y permitían obtener cosechas abundantes, siempre que se aplicaran técnicas de canalización y control del agua. No es casualidad que las ciudades más antiguas del mundo surgieran aquí, a orillas de estos cursos fluviales.
Pero el papel del Tigris y el Éufrates no se limita a la geografía o a la economía: también ocuparon un lugar central en el imaginario religioso y simbólico de los pueblos mesopotámicos y sus herederos culturales. En la tradición hebrea, recogida en el libro del Génesis, el Paraíso —el Jardín del Edén— se describe como un lugar regado por un río que se divide en cuatro brazos, dos de los cuales son justamente el Tigris y el Éufrates. Este eco bíblico, conservado a lo largo de milenios, refleja la profunda impresión que estos ríos dejaron en la conciencia colectiva del antiguo Oriente Próximo.
El Edén, descrito como un jardín primigenio donde la humanidad vivía en armonía con la creación, puede entenderse simbólicamente como una idealización de los fértiles valles mesopotámicos. Para las generaciones posteriores, nacidas ya en sociedades urbanas y jerárquicas, esa memoria de un tiempo paradisíaco —anterior al trabajo, la guerra y la ley— se proyectó en un mito fundacional donde los ríos reales se transforman en símbolos sagrados. Así, Tigris y Éufrates no solo alimentaron las primeras ciudades, sino también los relatos sobre el origen del mundo, la caída del hombre y la búsqueda de la armonía perdida.
Este vínculo entre paisaje físico y relato mítico revela hasta qué punto la historia de Mesopotamia es inseparable de las raíces culturales de toda la civilización occidental. Los ríos mesopotámicos no solo dieron vida a la tierra: también irrigaron la imaginación.
El Éufrates (en griego: Ευφράτης; en árabe: الفرات, Al-Furat; en turco: Fırat) es un gran río de Asia Occidental, el más occidental de los dos grandes ríos que definen Mesopotamia, junto con el Tigris.
Nace en Turquía, fluye por las montañas de Anatolia hacia Siria y posteriormente a Irak. El río confluye con el Tigris para formar el Shatt al-Arab, que luego desemboca en el golfo Pérsico. Tiene una longitud de 2780 km. En la Biblia es conocido como «el río»; es el río que atravesaba Babilonia y el cuarto río del Edén (Génesis 2ː10-14). (Ver «Génesis 2ː10-14». La Biblia. Bible Gateway.)
Su caudal no es abundante en relación con el tamaño de su cuenca, ya que discurre por zonas áridas y desérticas donde se da un importante aprovechamiento hídrico, con multitud de presas en su curso, sobre todo en Turquía, y la irrigación en Mesopotamia que tiene más de 5000 años de historia. Esta escasez de agua en el Oriente Medio deja a Irak con el temor permanente de que Siria y Turquía vayan a utilizar la mayor parte del agua antes de que llegue a ellos. El caudal medio es de 830 m³/s cuando entra en Siria, pero varía entre los 300 m³/s del periodo de estiaje y los 5200 m³/s en sus máximos fluviales que causan inundaciones.
Vista del río Éufrates en Irak. Foto: Jayel Aheram de Iraq, USA. – Flickr. CC BY 2.0.

Los nombres modernos del Éufrates pueden haber derivado por etimología popular desde sus nombres sumerio y acadio, Buranun y Pu-rat-tu respectivamente. El primero aparece ya en una inscripción del s. XXII a. C. asociado con el rey Gudea.
Etimológicamente, el nombre de «Éufrates» es la forma griega del nombre original, Phrat, que significa «fertilización» o «fructífero». ( Harry Thurston Peck. «Euphrates» , Harpers Dictionary of Classical Antiquities. New York. Harper and Brothers. 1898. Perseus Digital Library.). Por otra parte, la segunda mitad de la palabra «Éufrates» puede derivar también tanto del persa Ferat como del griego φέρω (pronunciado [fero]), significando ambos «llevar» o «presentar».
También el Avestan hu-pərəθwa «bueno para cruzar», ha sido propuesto como etimología del Éufrates. Deriva del proto-indoeuropeo (pIE) *su- «bueno» (un cognado del sánscrito su-, griego eu-) + *per- «pasar por encima» (un cognado del inglés ferry y ford). Sin embargo, esto puede a su vez haber sido derivado por etimología popular de los nombres sumerio y acadio. (ver: Euphrates. Dictionary.com. Online Etymology Dictionary. Douglas Harper, Historian.).
Barca navegando en el Shatt al-Arab, formado por la confluencia del Éufrates y el Tigris. Christiaan Briggs – Trabajo propio. CC BY-SA 3.0.

Etimología del término «Mesopotamia»
El topónimo regional Mesopotamia (/m ɛ s ə p ə t eɪ m i ə/, griego antiguo: Μεσοποταμια «[la tierra] entre ríos»; árabe: Balad ٱ lrafdyn Bilad ‘ar-Rafidayn’ o árabe: Internacional ٱ lnhryn ‘AN-Nahrayn Bayn’; persa: myanrvdan miyan Rudan; siríaco: ܒܝܬ ܢܗܪܝܢBeth Nahrain «tierra de ríos») proviene de las antiguas palabras griegas μέσος (mesos) «medio» y ποταμός (potamos) «río» y se traduce como «(tierra) entre ríos». Se utiliza en toda la Septuaginta griega (c. 250 a. C.) para traducir el hebreo y el arameo equivalente Naharaim. Un uso griego anterior del nombre Mesopotamia es evidente en La anabasis de Alejandro, que fue escrita a finales del siglo II d. C., pero se refiere específicamente a las fuentes de la época de Alejandro Magno. En la Anabasis, Mesopotamia se utilizó para designar la tierra al este del Éufrates, en el norte de Siria.
El término arameo biritum / birit narim correspondía a un concepto geográfico similar. Más tarde el término Mesopotamia se aplicó de manera más general a todas las tierras entre el Éufrates y el Tigris, incorporando así no solo partes de Siria, sino también casi todo Irak y el sureste de Turquía. Las estepas vecinas al oeste del Éufrates y la parte occidental de las montañas Zagros también se incluyen a menudo bajo el término más amplio de Mesopotamia.
Mapa que muestra el sistema fluvial Tigris-Éufrates, que rodea Mesopotamia. Autor desconocido se asume que es Kmusser. CC BY-SA 2.5.

La palabra Mesopotamia proviene del griego antiguo: meso- (μέσο) significa «medio» o «entre», y potamos (ποταμός) significa «río». Así, Mesopotamía se traduce literalmente como «entre ríos». Esta denominación fue acuñada por los geógrafos helenísticos, que al observar el mapa de la región, vieron en el valle fluvial del Tigris y el Éufrates un espacio geográfico claramente delimitado y fecundo. Sin embargo, para los pueblos que habitaron la zona durante milenios —sumerios, acadios, babilonios, asirios— no existía un término unificado para todo el territorio; cada ciudad-estado o reino se identificaba a sí mismo con el nombre de su urbe, su dios protector o su soberano.
Desde una perspectiva geopolítica, el término Mesopotamia abarca principalmente el actual Irak, pero también partes del este de Siria, el sudeste de Turquía y el oeste de Irán. No es, pues, solo una zona entre ríos: es un espacio de encuentro, de mestizaje, de tránsito y de conflicto. Fue escenario de una intensa actividad cultural, económica y militar desde el IV milenio a.C. hasta bien entrada la Antigüedad clásica.
La etimología del nombre no es solo una curiosidad filológica, sino una clave para entender el carácter de esta civilización: situada «entre aguas», la Mesopotamia histórica floreció gracias al control del agua y al equilibrio entre fuerzas naturales y humanas. En cierto modo, todo el esfuerzo civilizatorio mesopotámico puede leerse como una lucha por dominar y armonizar lo que fluye: los ríos, el tiempo, la palabra, el poder y los dioses.
En el uso académico moderno, el término Mesopotamia a menudo también tiene una connotación cronológica. Por lo general, se usa para designar el área hasta las conquistas musulmanas, con nombres como Siria, Jazira e Irak para describir la región después de esa fecha. Se ha argumentado que estos eufemismos posteriores son términos eurocéntricos atribuidos a la región en medio de varias invasiones occidentales del siglo XIX.
Geografía
Mesopotamia ocupa una vasta llanura aluvial situada entre los ríos Tigris y Éufrates, en el actual Oriente Próximo. Su geografía fue determinante en el surgimiento de las primeras civilizaciones. No se trata de un territorio uniforme, sino de una región dividida en dos grandes zonas naturales: la Alta Mesopotamia, al norte, y la Baja Mesopotamia, al sur.
La Alta Mesopotamia, también conocida como la Jazira (la isla, en árabe), es una región más elevada y accidentada, con colinas, valles y suelos más pedregosos. Está situada en el actual norte de Irak y parte de Siria y Turquía. Aquí los ríos discurren con mayor fuerza y velocidad, y las lluvias son algo más frecuentes. Fue una zona de paso y de intercambio entre pueblos sedentarios y nómadas.
La Baja Mesopotamia, por su parte, es una extensa llanura aluvial formada por los sedimentos que durante milenios depositaron el Tigris y el Éufrates. Aquí se sitúan las ciudades legendarias de Ur, Uruk, Lagash y Babilonia. El terreno es extremadamente fértil, pero también llano, propenso a inundaciones, y dependiente de una gestión inteligente del agua. El clima es desértico o semiárido, con veranos muy calurosos (por encima de los 45 ºC) e inviernos suaves. Las precipitaciones son escasas e irregulares, por lo que la irrigación artificial fue la clave para el desarrollo agrícola.
El paisaje antiguo se componía de marismas, canales, palmerales y campos cultivados, pero también de zonas áridas y salinizadas por el riego intensivo. El control del agua era una cuestión vital: quienes dominaban los sistemas de canales y diques, controlaban la riqueza y el poder.
Hoy en día, esa región se encuentra mayoritariamente en el sur de Irak, entre las ciudades modernas de Bagdad y Basora. Aunque la geografía básica se mantiene, el medio ambiente ha sufrido una fuerte degradación. Las guerras, la desertificación, la mala gestión hidráulica y el cambio climático han alterado de forma irreversible los humedales que un día fueron el corazón agrícola y simbólico de Mesopotamia. El histórico delta del Éufrates y el Tigris se ha reducido drásticamente, y muchas zonas fértiles han quedado abandonadas o empobrecidas.
Sin embargo, la huella del pasado sigue presente: bajo los campos actuales duermen los restos de templos, palacios y bibliotecas, como testimonio de una civilización que supo convertir un entorno difícil en cuna de cultura, poder y memoria.
Mesopotamia abarca la tierra entre los ríos Éufrates y Tigris, los cuales tienen sus cabeceras en los montes Tauro. Ambos ríos son alimentados por numerosos afluentes y todo el sistema fluvial drena una vasta región montañosa. Las rutas terrestres en Mesopotamia generalmente siguen al Éufrates porque las orillas del Tigris son con frecuencia empinadas y difíciles. El clima de la región es semiárido con una vasta extensión desértica en el norte que da paso a una región de pantanos, lagunas, marismas y bancos de cañas de 15 000 kilómetros cuadrados (5 800 millas cuadradas) en el sur. En el extremo sur, el Éufrates y el Tigris se unen y desembocan en el Golfo Pérsico.
El ambiente árido que abarca desde las áreas del norte de la agricultura de secano hasta el sur, donde el riego de la agricultura es esencial para obtener un excedente de energía en la energía invertida (EROEI). Este riego es ayudado por una capa freática alta y por el deshielo de las altas cumbres de las montañas del norte de los montes Zagros y de las tierras altas armenias, la fuente de los ríos Tigris y Éufrates que dan nombre a la región. La utilidad del riego depende de la capacidad de movilizar mano de obra suficiente para la construcción y mantenimiento de canales, y esto, desde el primer período, ha ayudado al desarrollo de asentamientos urbanos y sistemas centralizados de autoridad política.
La agricultura en toda la región se ha complementado con el pastoreo nómada, donde los nómadas que vivían en tiendas de campaña pastorearon ovejas y cabras (y luego camellos) desde los pastizales del río en los meses secos de verano hacia tierras de pastoreo estacionales en la franja del desierto en la estación húmeda de invierno. El área generalmente carece de piedra de construcción, metales preciosos y madera, por lo que históricamente se ha dedicado al comercio de productos agrícolas a larga distancia para obtener estos artículos de las áreas periféricas. En las marismas, al sur del área, ha existido una compleja cultura de pesca desde la prehistoria que se ha agregado a la mezcla cultural.
Se han producido interrupciones periódicas en el sistema cultural por varias razones. De vez en cuando la demanda de mano de obra ha llevado a aumentos de población que superan los límites de la capacidad de carga ecológica, y en caso de que se produzca un período de inestabilidad climática, puede colapsar el gobierno central y disminuir las poblaciones. Alternativamente, la vulnerabilidad militar a la invasión de las tribus de las montañas marginales o los pastores nómadas ha llevado a períodos de colapso comercial y abandono de los sistemas de riego. Igualmente, las tendencias centrípetas entre las ciudades-estado han significado que la autoridad central sobre toda la región, cuando se impone, tiende a ser efímera, y el localismo ha fragmentado el poder en unidades tribales o unidades regionales más pequeñas. Estas tendencias han continuado hasta nuestros días en Irak.
Historia de Mesopotamia
La historia de Mesopotamia abarca uno de los capítulos más fascinantes de la humanidad, ya que en esta región surgieron algunas de las primeras civilizaciones conocidas. Ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, en el actual Oriente Medio, Mesopotamia fue el escenario de un desarrollo cultural, político y tecnológico sin precedentes. Desde la invención de la escritura cuneiforme por los sumerios hasta los grandes imperios de Asiria y Babilonia, esta tierra fértil conocida como la «cuna de la civilización» vio nacer ciudades-Estado, sistemas legales avanzados como el Código de Hammurabi, y una rica tradición religiosa y literaria. A lo largo de milenios, Mesopotamia fue un mosaico de pueblos, lenguas y culturas que influyeron profundamente en el desarrollo posterior de la humanidad. Su historia es una narración de invenciones, conquistas y resiliencia en un entorno geográfico tanto desafiante como prometedor, dejando un legado que continúa fascinando a estudiosos y curiosos de todo el mundo.
Como hemos visto en otros escritos, esta parte de Oriente Próximo es un núcleo poblacional, nuclear y fundacional desde muy antiguo. Desde la prehistoria, con los grupos Kebariense y Natufiense, ésta ha sido poblada desde el principio. Si bien es a partir del Neolítico y su posterior etapa ya plenamente metalúrgica cuando se precipitan multitud de innovaciones tecnológicas, artísticas, urbanísticas, en arquitectura, etc que convierten a esta zona en la zona nuclear del mundo entero, desde la que se crean las ciudades, la rueda, las técnicas de irrigación, las leyes, la escritura, los templos, las religiones y cultos (…), y el arte vive un proceso revolucionario en cuanto a calidad y cantidad de productos artesanales y da paso desde todo el proceso del trabajo de los metales hacia la Edad antigua en sí misma, considerada como desde que hay registros escritos, hito considerado como de entrada a la Historia. Por otro lado, es un proceso que se acelera desde aproximadamente el 4000-3500 a.C, hasta que la propia fase histórica de Mesopotamia llega a su fin, simbolizado por la conquista del mundo Persa, con el rey Ciro a la cabeza sobre el 600 a.C. (…).
Este tipo de sucesos civilizatorios, se dan, con una cronología similar y se producen de forma parecida en el Egipto predinástico que daría paso al Egipto faraónico.
La evolución histórica es desde el dominio Sumerio inicial, que forma la primera civilización del mundo, luego habría un control por parte del llamado Imperio Acadio, posteriormente entra el mundo Babilónico; después hay un dominio Asirio, para dejar paso a una etapa llamada Neobabilónica, que finaliza ya con el control de la zona por parte del Imperio Persa.
Es muy complicado resumir en pocas palabras 3000 años de historia, pero trataremos de que se haga comprensible, pues hasta hace muy poco, sólo los expertos entendían bien los procesos vividos durante este periodo y esta fase histórica.
Localización aproximada de las culturas Hassuna-Samarra y Halaf durante el «período 6». Fuente gráfico: Crates – Margueron, Jean-Claude: «Los mesopotámicos».- Fuenlabrada: Cátedra, 2002. Dominio público.

En el interior de Mesopotamia la agricultura y la ganadería se impusieron entre el 6000 y el 5000 a. C., suponiendo la entrada de lleno al Neolítico. Durante este período, las nuevas técnicas de producción que se habían desarrollado en el área neolítica inicial se expandieron por las regiones de desarrollo más tardío, entre ellas Mesopotamia interior. Este hecho conllevó el desarrollo de las ciudades, siendo algunas de las primeras Bouqras, Umm Dabaghiyah y Yarim y, más tardíamente, Tell es-Sawwan y Choga Mami, que formaron la llamada cultura Umm Dabaghiyah.
En la Baja Mesopotamia existían asentamientos humanos desde el Neolítico, como lo demuestra la cultura de Jarmo (6700 a. C.-6500 a. C.). También se han hallado yacimientos del Calcolítico: la cultura Hassuna-Samarra (5500 a. C.-5000 a. C.), El Obeid (5000 a. C.-4000 a. C.), Uruk (4000 a. C.-3200 a. C.) y Yemdet Nasr (3200 a. C.-3000 a. C.).
Esta etapa está encuadrada en época Neolítica, y por eso se clasifica dentro de ese periodo histórico. La hemos tratado en la siguiente entrada: «Neolítico en Oriente Próximo y en Asia Menor.»
Aproximadamente en el 3000 a. C., apareció la escritura, en aquella época utilizada solo para llevar las cuentas administrativas de la comunidad. Los primeros escritos que se han hallado están grabados sobre arcilla (muy frecuente en aquella zona) con unos dibujos formados por líneas (pictogramas).
La civilización urbana siguió avanzando durante el período de El Obeid (6) (5000 a. C.–3700 a. C.) con avances en las técnicas cerámicas y de regadío (7) y la construcción de los primeros templos urbanos. (8)
Tras El Obeid, se sucede el Período de Uruk, en el cual la civilización urbana se asentó definitivamente con enormes avances técnicos como la rueda y el cálculo, realizado mediante anotaciones en tablillas de barro y que evolucionaría hacia las primeras formas de escritura. (8).
La historia de Mesopotamia es una de las más largas, complejas y fascinantes de la humanidad. A lo largo de más de tres milenios, esta región entre los ríos Tigris y Éufrates fue testigo del nacimiento, esplendor y declive de múltiples civilizaciones que, aunque distintas entre sí, compartieron un mismo espacio físico y una profunda influencia cultural mutua. Más que una historia lineal o de imperios sucesivos, Mesopotamia puede entenderse como una superposición de capas culturales, donde cada nueva etapa heredaba, reinterpretaba o transformaba el legado anterior.
Desde las primeras aldeas neolíticas hasta los grandes imperios babilónicos y asirios, Mesopotamia fue un laboratorio de organización social, económica, religiosa y política. Las primeras ciudades del mundo surgieron aquí, así como los primeros documentos escritos, los primeros códigos legales y las primeras bibliotecas. Este prolongado proceso no fue uniforme ni pacífico: se trató de una sucesión de ciclos de auge y colapso, de centralización y fragmentación, en los que distintos pueblos (sumerios, acadios, amorreos, casitas, asirios, caldeos y otros) alternaron en el protagonismo.
Históricamente, se suele dividir la evolución de Mesopotamia en varios grandes periodos, marcados tanto por cambios internos como por invasiones exteriores. El período protohistórico se inicia hacia el 5500 a.C., con culturas como El Obeid y Uruk, que dieron paso a las primeras formas urbanas y administrativas. Luego vino el periodo dinástico arcaico, cuando las ciudades-estado sumerias como Ur, Uruk o Lagash desarrollaron una administración centralizada y rivalizaron entre sí por la hegemonía.
En torno al 2350 a.C., el surgimiento del imperio acadio bajo Sargón de Akkad marcó el primer intento de unificación imperial de toda Mesopotamia. Más tarde, la región vivió un renacimiento sumerio con la III Dinastía de Ur, antes de ser absorbida por nuevas potencias, como los babilonios —con figuras icónicas como Hammurabi— y los asirios, cuya maquinaria militar y sistema administrativo dominaron el Oriente Próximo durante siglos.
A lo largo del tiempo, Mesopotamia se convirtió en un escenario estratégico codiciado por imperios extranjeros: hititas, elamitas, persas, griegos, partos y romanos, todos dejaron su huella. Sin embargo, a pesar de las conquistas, la cultura mesopotámica conservó una sorprendente continuidad en sus tradiciones religiosas, su organización social y su cosmovisión.
Esta historia no es solo una cronología de fechas y reyes, sino un testimonio del esfuerzo humano por comprender el mundo, establecer normas, registrar el pasado y proyectar un orden simbólico sobre la realidad. Cada etapa —desde los sumerios hasta los neobabilónicos— nos habla de una civilización en constante evolución, que sentó muchas de las bases del mundo moderno y cuya influencia llega hasta nuestros días, aunque a menudo no seamos conscientes de ello.

1. Sumerios y acadios
1.1 Los sumerios
Artículo principal: Los Sumerios: Pioneros de la civilización mesopotámica
La sumeria fue la primera civilización mesopotámica. Después del año 3000 a. C. los sumerios crearon en la baja Mesopotamia un conjunto de ciudades-estado: Uruk, Lagaš, Kiš, Uma, Ur, Eridu y Eac cuya economía se basaba en el regadío. En ellas gobernaba un rey absoluto, que se hacía llamar «vicario» del dios protector de la ciudad. Los sumerios fueron los primeros en utilizar la escritura (escritura cuneiforme) y también construyeron grandes templos (zigurats). La civilización sumeria está considerada como la primera civilización del mundo. Aunque la procedencia de sus habitantes —los sumerios— es incierta, existen numerosas hipótesis sobre sus orígenes, siendo la más aceptada actualmente la que argumenta que no habría ocurrido ninguna ruptura cultural con el período de Uruk, lo que descartaría factores externos, como podían ser invasiones o migraciones desde otros territorios lejanos.
El término «sumerio» también se aplica a todos los hablantes de la lengua sumeria. En dicha lengua, esta región era denominada Kengi (ki), equivalente al acadio mat Sumeri, esto es, «tierra de Súmer».
El término «sumerio» es el nombre común dado a los antiguos habitantes de la baja Mesopotamia por sus sucesores, los semitas acadios. Los sumerios se llamaban a sí mismos sag-giga, que significa literalmente «el pueblo de las cabezas negras».( Ver ref. W. Hallo, W. Simpson (1971). The Ancient Near East. New York: Harcourt, Brace, Jovanovich. p. 28.) La palabra acadia shumer puede representar este nombre en el dialecto, pero se desconoce por qué los acadios llamaron Shumeru a las tierras del sur. Algunas palabras como la bíblica Shinar, la egipcia Sngr o la indoeuropea hitita Šanhar(a) pueden haber sido variantes de Šumer. De acuerdo al historiador babilonio Beroso, los sumerios fueron «extranjeros de cabezas negras».
- K. van der Toorn, P. W. van der Horst (Jan 1990). «Nimrod before and after the Bible». The Harvard Theological Review 83 (1): 1-29.
- Sumerian Questions and Answers
- Man, God and Civilization
1.1 Los Sumerios: El Obeid, Uruk y Yemdét Nasr
Los sumerios fueron los primeros en transformar la llanura aluvial del sur de Mesopotamia en un escenario urbano, político y cultural. Aunque su origen étnico y lingüístico sigue siendo objeto de debate —pues su lengua no pertenece a ninguna familia conocida—, su impacto en la historia es incuestionable. La cultura sumeria representa el punto de partida de la civilización propiamente dicha, y su desarrollo inicial puede entenderse a través de tres grandes fases: El Obeid, Uruk y Yemdét Nasr, cada una con rasgos distintivos y aportes fundamentales.
El Obeid (ca. 5500–4000 a.C.)
El periodo de El Obeid marca el paso de las aldeas neolíticas a los primeros núcleos organizados. Esta etapa debe su nombre a un yacimiento cerca de la ciudad de Ur, donde se identificaron por primera vez sus características culturales. Las aldeas comienzan a mostrar signos de jerarquización social, construcciones comunales (como templos primitivos) y una incipiente especialización laboral.
Durante este tiempo se generaliza el uso del riego artificial, lo que permite aumentar la productividad agrícola en un entorno geográfico difícil. También aparece una cerámica distintiva, decorada con motivos geométricos en tonos verdes y marrones. La organización gira en torno al templo, que no solo cumple funciones religiosas, sino también económicas y administrativas. Todo ello anticipa el modelo urbano que florecerá más adelante.
Uruk (ca. 4000–2900 a.C.)
Uruk fue la primera ciudad de la historia en sentido pleno. Su desarrollo marca un cambio radical: la urbanización, la escritura, la arquitectura monumental y la administración centralizada. En este periodo se construyen grandes templos escalonados, como el zigurat de Eanna, dedicado a la diosa Inanna. La ciudad de Uruk pudo haber superado los 40.000 habitantes, una cifra excepcional para la época.
La gran revolución de Uruk fue la invención de la escritura cuneiforme, surgida como una forma de contabilidad y control económico en tabletas de arcilla. La necesidad de registrar excedentes, tributos y propiedades llevó a los escribas a desarrollar un sistema cada vez más abstracto y eficaz. También se desarrollan sellos cilíndricos, tecnología metalúrgica, y una administración protoestatal.
Este es también el tiempo de la mitología sumeria primigenia. En Uruk se sitúa el reinado legendario de Gilgamesh, el héroe que protagoniza una de las primeras epopeyas literarias de la humanidad.
Yemdét Nasr (ca. 3100–2900 a.C.)
La fase de Yemdét Nasr, algo posterior a Uruk, representa una etapa breve pero importante de transición hacia las estructuras del Periodo Dinástico Arcaico. Recibe su nombre por un yacimiento al noreste de Babilonia y se caracteriza por una cerámica más estilizada y por una escritura ya bastante desarrollada, cercana a la que se usará siglos más tarde.
Durante este periodo se consolida la idea de ciudad-estado gobernada por un rey-sacerdote (patesi) con funciones teocráticas. Las tabletas muestran una administración altamente especializada, con listados de bienes, personas y ritos. El modelo de ciudad como centro político, económico y religioso ya está plenamente establecido.
Legado del periodo sumerio primitivo
Las culturas de El Obeid, Uruk y Yemdét Nasr sentaron las bases de lo que será Mesopotamia durante milenios: escritura, urbanismo, organización del trabajo, leyes, mitos fundacionales, sistema numérico sexagesimal, y una visión del mundo marcada por el orden cósmico y la necesidad de armonía entre humanos y dioses. Aunque muchas ciudades e imperios posteriores heredarán y ampliarán esta herencia, todo empezó aquí: en las riberas del sur mesopotámico donde los sumerios, con paciencia y genio, inventaron el mundo urbano.
Tablilla de piedra grabada con escritura pictográfica procedente de la ciudad mesopotámica de Kish (en la actual Irak), datada en el 3500 a. C. Probablemente es el vestigio más antiguo conocido de escritura, y consta de pictogramas que representan cabezas, pies, manos, números y trillos. (José-Manuel Benito – Trabajo propio. Dominio público.).

Reproducción de cómo luciría el Etemenanki (Torre de Babel) en realidad.
Un ejemplo de un gran y complejo zigurat es el Etemenanki, templo dedicado a Marduk en Babilonia, Mesopotamia. No ha quedado gran cosa de esta gran estructura, ni siquiera al nivel del suelo, pero las prospecciones arqueológicas y las noticias históricas que de él se tienen hablan de un zigurat de siete niveles pintados de diferentes colores, coronado con un templo de bellas proporciones. El templo parece haber estado pintado de color índigo, al igual que el último nivel. Se sabe que había tres escaleras que llevaban al templo, dos de las cuales (las laterales) solo ascendían hasta la mitad de la altura del zigurat. También era donde se oraba a los dioses de Mesopotamia.
Etemenanki, el nombre de la estructura, es una palabra sumeria que significa la fundación del cielo y la Tierra. Probablemente construida por Hammurabi, en su base se han encontrado restos de anteriores zigurats y otras estructuras. La última fase de construcción consiste en un revestimiento de 15 m de ladrillo construido por el rey Nabucodonosor II.

1.2 El período dinástico arcaico
La difusión de los avances de la cultura de Uruk por el resto de Mesopotamia meridional dio lugar al nacimiento de la cultura sumeria. Estas técnicas permitieron la proliferación de las ciudades por nuevos territorios y regiones. Estas ciudades pronto se caracterizaron por la aparición de murallas, lo que parece indicar que las guerras entre ellas fueron frecuentes. También destaca la expansión de la escritura que saltó desde su papel administrativo y técnico hasta las primeras inscripciones dedicatorias en las estatuas consagradas de los templos. (9).
El período dinástico arcaico de los sumerios, que abarcó aproximadamente desde el 2900 al 2350 a.C., fue una etapa de gran desarrollo político, cultural y social en Mesopotamia, caracterizada por la existencia de numerosas ciudades-Estado independientes como Uruk, Ur, Lagash y Kish. Cada una de estas ciudades estaba gobernada por un ensi o lugal, quienes combinaban funciones políticas, militares y religiosas. Durante este tiempo se consolidaron avances significativos en escritura cuneiforme, arquitectura monumental y organización económica. A pesar de su autonomía, las ciudades competían frecuentemente entre sí por el control de recursos, lo que dio lugar a conflictos armados que marcaban la dinámica política de la región. Este período terminó con la unificación de Sumer bajo el dominio de Sargón de Acad, quien fundó el primer imperio de la historia.
El llamado Periodo Dinástico Arcaico representa la madurez de la civilización sumeria. Durante estos siglos, las ciudades-estado del sur de Mesopotamia se consolidan como entidades políticas autónomas, gobernadas por reyes que ya no son solo sacerdotes (patesi), sino también jefes militares con poder secular. Es la época de Ur, Uruk, Lagash, Umma, Kish, Nippur y otras ciudades que rivalizan entre sí por el control de los recursos, las rutas comerciales y la supremacía religiosa.
Cada ciudad tenía su propio dios tutelar, su templo principal y su dinastía local. El poder divino legitimaba al rey (lugal, literalmente “gran hombre”), pero este debía demostrar su fuerza en el campo de batalla y su capacidad administrativa en la gestión del templo, los canales, el comercio y la redistribución de bienes. El gobierno se basaba en una estructura jerárquica con escribas, sacerdotes, jefes de obra y recaudadores, organizados en torno al palacio y al templo, los dos polos del poder.
Uno de los testimonios más importantes de este periodo es la llamada Lista Real Sumeria, una obra histórica y propagandística que recopila las dinastías y reyes más importantes desde un pasado mítico (como el propio Gilgamesh) hasta fechas más históricas. Esta lista refleja la concepción cíclica del poder: la idea de que la “realeza descendía del cielo” y se trasladaba de ciudad en ciudad según la voluntad divina.
Durante este tiempo, la escritura cuneiforme se emplea ya no solo para registros contables, sino también para inscripciones reales, himnos, leyes y tratados. Se erigen monumentos con relieves que conmemoran victorias y construcciones. Es especialmente célebre el Estela de los Buitres, mandada erigir por Eannatum de Lagash, que representa la victoria de su ciudad sobre Umma. Es uno de los primeros documentos históricos que narran una guerra con intención de glorificar al rey vencedor.
La rivalidad entre ciudades fue constante, aunque a menudo se articulaban alianzas temporales. También se registran algunos intentos de hegemonía regional, como el de Lugalzagesi de Umma, quien logró unificar brevemente varias ciudades sumerias bajo su mando, antes de ser derrotado por Sargón de Acad, fundador del imperio acadio.
Este periodo es clave para entender la transición entre la ciudad-estado autónoma y la idea de un poder imperial unificado, que aparecerá poco después. Las bases del gobierno, el derecho, el arte monumental y la ideología del poder real se desarrollaron con fuerza en este tiempo, estableciendo un modelo que perduraría siglos.
Situación de las principales ciudades sumerias y alcance de esta cultura durante el período dinástico arcaico. Crates – Image:Sumer.jpg. Dominio público.

Pese a la existencia de las listas reales sumerias la historia de este período es relativamente desconocida, ya que gran parte de los reinados expuestos en ellas tienen fechas imposibles. En realidad estas listas se confeccionaron a partir del siglo XVII a. C., y su creación se debió probablemente al deseo de los monarcas de remontar su linaje hasta tiempos épicos. Algunos de los reyes son probablemente reales pero de muchos otros no hay constancia histórica y otros de los que se sabe su existencia no figuran en ellas.
1.3 El Imperio acadio
Artículo principal: Imperio acadio
La prosperidad de los sumerios atrajo a diversos pueblos nómadas. Desde la península arábiga, las tribus semitas (árabes, hebreos y sirios) invadieron constantemente la región mesopotámica a partir del 2500 a. C., hasta que establecieron su dominio definitivo. (11)
Hacia 3000 a. C. se extendieron hacia el norte, creando diferentes grupos como los amorreos, en los que se incluyen fenicios, israelitas y arameos. En Mesopotamia el pueblo semita que adquirió mayor relevancia fueron los acadios.
El Imperio Acadio, fundado por Sargón de Acad alrededor del 2334 a.C., fue el primer gran imperio de la historia, unificando a las ciudades-Estado sumerias y expandiéndose por Mesopotamia y más allá. Bajo Sargón y sus sucesores, como Naram-Sin, alcanzó un notable desarrollo político, militar y cultural, estableciendo una administración centralizada y una lengua común, el acadio. Sin embargo, el imperio enfrentó desafíos internos, rebeliones y presiones externas de pueblos como los gutis, lo que finalmente llevó a su colapso alrededor del 2150 a.C., marcando el fin de su hegemonía en la región.
El Imperio Acadio es considerado el primer imperio de la historia, una hazaña que marcó un punto de inflexión en la organización política y social de la humanidad. Surgió hacia el año 2334 a.C., cuando Sargón de Acad unificó varias ciudades-Estado de Mesopotamia bajo su mando, estableciendo un dominio centralizado que abarcaba vastas regiones desde el Golfo Pérsico hasta el Mediterráneo. Acad, su capital, se convirtió en el epicentro de esta nueva entidad política, caracterizada por un gobierno fuerte, una administración eficiente y un ejército poderoso.
El imperio no solo destacó por su capacidad militar, sino también por la promoción de la cultura acádica, que combinaba influencias sumerias y semíticas. El idioma acadio se convirtió en la lengua diplomática de la región y fue utilizado para inscripciones y registros oficiales. Sargón y sus sucesores, como Naramsin, llevaron a cabo campañas militares que expandieron las fronteras del imperio, consolidando su hegemonía en el antiguo Oriente Próximo.
El arte y la arquitectura también florecieron durante este período, con obras que reflejaban la grandeza y el poder de los gobernantes acadios. Sin embargo, el imperio enfrentó desafíos internos y externos, como la dificultad de administrar un territorio tan vasto y la constante presión de los pueblos nómadas en sus fronteras. Finalmente, hacia el 2154 a.C., el Imperio Acadio colapsó, posiblemente debido a una combinación de factores, como invasiones de los guti, problemas climáticos y luchas internas.
El Imperio Acadio, fundado por Sargón de Acad, marca un antes y un después en la historia de la humanidad. Se le considera el primer gran imperio centralizado de la historia, un proyecto de unificación sin precedentes que transformó las múltiples ciudades-estado sumerias en un sistema bajo una autoridad única. Este modelo político se convertiría en referencia para todos los imperios posteriores del Próximo Oriente.
Sargón, de origen semita, se impuso militarmente a los reyes sumerios hacia el 2334 a.C. y fundó su capital, Acad (Agadé), en una ubicación aún no identificada con precisión. Desde allí gobernó un extenso territorio que abarcaba desde el golfo Pérsico hasta el Mediterráneo, ejerciendo un control firme mediante una administración centralizada, una red de gobernadores leales, y un ejército profesional. Por primera vez, una lengua —el acadio, de raíz semítica— se impuso como idioma común para la administración y los registros oficiales, aunque la cultura material y religiosa sumeria siguió vigente.
Su nieto Naram-Sin, que se proclamó “rey de las cuatro regiones del mundo” y fue uno de los primeros soberanos en deificarse en vida, continuó la expansión del imperio y dejó testimonio de su poder en monumentos como la célebre Estela de la Victoria. Bajo su reinado, el imperio alcanzó su máxima extensión y un notable grado de sofisticación artística y propagandística.
Sin embargo, gobernar un territorio tan vasto con los medios de la época conllevaba graves dificultades. El Imperio Acadio enfrentó rebeliones internas, desórdenes sociales y una creciente presión externa de pueblos nómadas, entre ellos los gutis, procedentes del Zagros, quienes acabaron por desestabilizar la región. Además, factores climáticos como la posible aridificación del sur de Mesopotamia contribuyeron a la fragilidad del sistema. Hacia 2154 a.C., el imperio se desintegró, dando paso a un periodo de crisis e inestabilidad.
A pesar de su colapso, el legado del Imperio Acadio fue profundo: estableció un modelo de Estado territorial, una administración duradera, y una cultura política basada en la legitimación del poder central. Su ejemplo fue asumido y reelaborado por las dinastías posteriores, tanto sumerias como babilónicas y asirias. En definitiva, el Imperio Acadio no solo fue una hazaña militar y administrativa, sino una revolución en la historia del poder.
A pesar de su caída, el legado del Imperio Acadio perduró. Su modelo de gobierno influyó en las civilizaciones posteriores de Mesopotamia, y su contribución a la cultura y la política de la región sentó las bases para futuros imperios como el asirio y el babilónico. Este período de la historia no solo simboliza la capacidad humana para organizarse en sociedades complejas, sino también la fragilidad de tales sistemas frente a los desafíos del tiempo y las circunstancias.
Mapa de la extensión del Imperio acadio con las conquistas de Sargón y las principales revueltas posteriores. Los 150 años de dominio acadio dejarán un profundo recuerdo en la mentalidad mesopotámica, que, en los siglos posteriores, será la cuna de grandes imperios sucesivos, para cuyos monarcas, Sargón y su nieto, Naram-Sim, se convertirán en los modelos arquetípicos de emperador. Sobre el primero se proyectarán las virtudes a seguir, convirtiéndole en mito; sobre el segundo, el anti-modelo del Imperio agotado en sofocar rebeliones. (10).

Hacia 2350 a. C., Sargón, un usurpador de origen acadio, se hizo con el poder en la ciudad de Kiš. Fundó una nueva capital, Agadé y conquistó el resto de ciudades sumerias, venciendo al rey de Umma hasta entonces dominante, Lugalzagesi. Este fue el primer gran Imperio de la historia y sería continuado por los sucesores de Sargón, que tendrían que enfrentarse a constantes revueltas. Entre ellos destacó el nieto del conquistador, Naram-Sin. Esta etapa marcó el inicio de la decadencia de la cultura e idioma sumerios en favor de los acadios.
El Imperio se deshizo hacia el 2220 a. C., debido a las constantes revueltas y las invasiones de los nómadas gutis y amorreos. Tras su caída, la región entera cayó bajo el dominio de esta tribu, que se impuso sobre las ciudades-estado de la región, especialmente en el entorno de la destruida Agadé. Las crónicas sumerias los describen constantemente de forma negativa, como «horda de bárbaros» o «dragones de montaña», pero es posible que la realidad no fuese tan negativa; en algunos centros se produjo un verdadero florecimiento de las artes, como la ciudad de Lagaš por ejemplo, especialmente durante el gobierno del patesi Gudea. Además de la calidad artística, en las obras de Lagaš se utilizaron materiales provenientes de regiones lejanas: madera de cedro del Líbano o diorita, oro y cornalina del valle del Indo; lo que parece indicar que el comercio no debió verse especialmente lastrado. Las ciudades meridionales, más alejadas del centro de poder guti, compraban su libertad a cambio de importantes tributos; Uruk y Ur prosperaron durante sus IV y II dinastías. (12), (13).
1.4 Renacimiento sumerio
Artículo principal: Renacimiento sumerio
Tras el colapso del Imperio Acadio y la ocupación del sur de Mesopotamia por los gutis, la región entró en un periodo de fragmentación y caos político. Sin embargo, hacia el 2100 a.C., una nueva dinastía logró restaurar el orden y reactivar el legado sumerio: la III Dinastía de Ur, bajo el liderazgo de Ur-Nammu, fundador de lo que la historiografía moderna denomina el Renacimiento Sumerio o Periodo Neosumerio.
Desde su capital, Ur, esta dinastía logró reunificar gran parte de la Baja Mesopotamia, retomando muchas de las formas administrativas, religiosas y culturales del pasado sumerio, aunque integrando también elementos acádicos. El estado neosumerio fue altamente centralizado, con un poderoso aparato burocrático que controlaba la economía, la producción agrícola, los tributos y el trabajo forzado. Las provincias eran gobernadas por funcionarios designados por el rey, que dependían de una compleja red de escribas y supervisores.
Uno de los hitos más notables de esta etapa fue la promulgación del Código de Ur-Nammu, considerado uno de los primeros textos legales escritos conocidos, anterior incluso al famoso código de Hammurabi. Aunque fragmentario, el código refleja ya una organización jurídica avanzada, con penas proporcionales y normas sobre propiedad, matrimonio y delitos comunes.
En el plano arquitectónico, la III Dinastía de Ur destacó por la monumentalidad de sus construcciones. Ur-Nammu y su hijo Shulgi emprendieron grandes proyectos de edificación, especialmente los zigurats, torres-templo escalonadas que simbolizaban el vínculo entre cielo y tierra. El ziguratt de Ur, dedicado al dios lunar Nanna (Sin), es uno de los más impresionantes de la antigüedad, y ha sido parcialmente reconstruido en tiempos modernos.
El reinado de Shulgi, que duró más de 40 años, fue una edad de oro para el imperio neosumerio: se consolidaron las rutas comerciales, se regularizaron los sistemas de medida y se institucionalizó la enseñanza en las escuelas de escribas (edubba). La administración dejó miles de tablillas que nos permiten reconstruir la vida cotidiana, los rituales, la economía y el aparato del Estado.
Sin embargo, como sus predecesores, los reyes de Ur enfrentaron la dificultad de sostener un imperio tan centralizado. Las tensiones internas, la presión de tribus seminómadas del oeste (como los amorreos) y un probable deterioro climático contribuyeron a la caída del imperio hacia el 2000 a.C., tras lo cual Mesopotamia volvió a fragmentarse en múltiples unidades políticas.
A pesar de su fin, la III Dinastía de Ur dejó una huella profunda: fue la última gran expresión del espíritu sumerio antes de que las culturas semíticas tomaran el relevo definitivo. Su legado jurídico, arquitectónico, administrativo y literario marcó el tránsito hacia una nueva etapa en la historia de Mesopotamia.
El renacimiento sumerio es un período de la historia de Mesopotamia que comprende los años entre la caída del Imperio acadio y el período de las dinastías amorritas de Isin y Larsa —ambos con gobiernos de origen semita—, entre los siglos XXII a. C. y XXI a. C. Dentro de esta etapa se destacan los años de la llamada Tercera Dinastía de Ur o Ur III, por darse en estos una nueva hegemonía que abarcaría toda Mesopotamia, esta vez con la ciudad de Ur a la cabeza.
El Renacimiento Sumerio, también conocido como el periodo neosumerio, ocurrió tras la caída del dominio acadio y marcó un resurgimiento del poder sumerio en Mesopotamia, alrededor del 2112 a.C. con la Tercera Dinastía de Ur. Bajo el gobierno de reyes como Ur-Nammu y Shulgi, se produjo una notable revitalización cultural, económica y administrativa, incluyendo la construcción de grandes templos y la codificación de leyes. Este periodo es considerado un auge en la historia sumeria, aunque terminó hacia el 2004 a.C. debido a invasiones de los amorreos y el debilitamiento interno, poniendo fin al último gran dominio sumerio en la región.
Según una tablilla conmemorativa fue Utu-hegal, rey de Uruk, quien, en torno a 2100 a. C., derrotó y expulsó a los gobernantes gutis de las tierras sumerias. Su éxito no le sería de mucho provecho ya que poco después fue vencido por Ur-Nammu, el rey de Ur, que pasó a ser la ciudad hegemónica en toda la región durante el período de la Tercera Dinastía de Ur (también se suele denominar a este período Renacimiento sumerio). El Imperio surgido a raíz de esta hegemonía sería tan extenso o más que el de Sargón, del que tomaría la idea de Imperio unificador, influencia que se aprecia incluso en la denominación de los monarcas, que a imitación de los acadios se harán llamar «reyes de Sumeria y Acad». (14).
A Ur-Nammu le sucederá su hijo Shulgi, quien combatió contra el reino oriental de Elam y las tribus nómadas de los Zagros. A este le sucedió su hijo Amar-Sin y a éste, primero un hermano suyo, Shu-Sin y después otro Ibbi-Sin. En el reinado de este último los ataques de los amorreos, provenientes de Arabia, se hicieron especialmente fuertes y en el 2003 a. C. cayó el último Imperio predominantemente sumerio. En adelante será la cultura acadia la que predomine y posteriormente Babilonia heredará el papel de los grandes imperios sumerios.(14). Pese a la irrupción de los nómadas gutis, que provocaron continuos saqueos, arrasaron ciudades y campos, y dificultaron el comercio, el fin del Imperio Acadio no trajo la decadencia, al menos en la zona sur de Mesopotamia.
Las distintas ciudades se organizaron en pequeños reinos. La propia Agadé, anterior capital imperial, mantuvo un pequeño Estado en los territorios próximos a ella, el cual sobrevivió durante 30 años, hasta que fue conquistado por los nómadas. Posteriormente, se supone una hegemonía de Uruk porque así se nombra en la lista Real Sumeria, pero aparte de los nombres de la lista no hay ningún dato más para afirmarlo o negarlo.
2. Babilonios y asirios
Babilonios y Asirios: hegemonías semíticas en la Mesopotamia histórica
Con la caída del renacimiento sumerio y el colapso de la III Dinastía de Ur hacia el 2000 a.C., Mesopotamia entró en una nueva fase marcada por el ascenso de pueblos de origen semita, como los babilonios, asirios, amorreos y casitas. Estos grupos, algunos originarios del desierto o de zonas periféricas, supieron asimilar y reelaborar el legado sumerio-acadio, al tiempo que desarrollaban nuevas formas de organización política, expansión territorial y expresión cultural.
El protagonismo pasó entonces a dos grandes centros de poder que alternarían y competirían por el control del territorio mesopotámico durante más de un milenio: Babilonia, al sur, y Asiria, al norte. A pesar de compartir lengua (el acadio, en sus dialectos babilónico y asirio), religión y muchos elementos administrativos, sus modelos políticos y culturas cortesanas tuvieron matices diferenciados. Babilonia fue una potencia más centrada en el prestigio cultural, la codificación legal, el saber astronómico y la monumentalidad religiosa. Asiria, por su parte, destacó por su organización militar, su capacidad expansionista y su aparato propagandístico al servicio del poder imperial.
Durante esta larga etapa, que abarca aproximadamente del 1900 al 500 a.C., se sucedieron diferentes oleadas de dominio: el Imperio Paleobabilónico, con Hammurabi como su figura más emblemática; el período casita, de aparente estabilidad pero escasa monumentalidad; el imperio medio asirio, que empezó a perfilar la agresividad militar que caracterizaría a Asiria; el apogeo del imperio neoasirio, uno de los estados más poderosos del mundo antiguo; y finalmente, el renacimiento neobabilónico, con Nabucodonosor II y los jardines colgantes como símbolos de esplendor y nostalgia.
Este periodo no solo fue de conquistas y reinos: también fue una época de gran riqueza cultural, científica y religiosa. Se perfeccionaron las técnicas de escritura y archivo, se desarrollaron escuelas de astronomía y medicina, se construyeron zigurats y palacios fastuosos, y se escribieron himnos, crónicas, poemas y tratados jurídicos que hoy constituyen una fuente esencial para conocer el pensamiento antiguo.
El bloque de los babilonios y asirios representa, en muchos sentidos, la consolidación de la civilización mesopotámica en su forma más acabada: una civilización capaz de sostener vastos imperios, controlar el tiempo y el espacio a través de la administración, y proyectar una visión del mundo marcada por la jerarquía, el orden cósmico y el deber religioso del monarca.
Los amorreos, amorritas o amoritas (martu en sumerio y amurru en acadio) fueron un pueblo de origen semita constituido por tribus nómadas muy belicosas que ocuparon Siria, Canaán y la región al oeste del río Éufrates, desde hace 2000 años a .C. aproximadamente. (ver ref. «Copia archivada». Archivado desde el original el 11 de mayo de 2012). En el curso de sus correrías llegaron a conquistar en dos ocasiones la ciudad de Babilonia. Se cree que el rey Hammurabi era descendiente de amorreos.
Tras el Renacimiento Sumerio, Mesopotamia fue testigo del ascenso de los babilonios y asirios, quienes dominarían la región en diferentes momentos de su historia. Los babilonios se consolidaron bajo la Primera Dinastía de Babilonia, destacándose el reinado de Hammurabi en el siglo XVIII a.C., conocido por su famoso código de leyes y por unificar gran parte de Mesopotamia bajo su control. Este periodo marcó un florecimiento cultural y administrativo, aunque eventualmente Babilonia fue sometida por los casitas, quienes gobernaron la ciudad durante varios siglos.
Por su parte, los asirios surgieron en el norte, en la ciudad de Asur, y comenzaron a expandir su influencia hacia el segundo milenio a.C. Durante el periodo conocido como el Imperio Asirio Medio, lograron consolidar un estado fuerte y militarizado, sentando las bases para el poderoso Imperio Neoasirio, que alcanzaría su apogeo entre los siglos IX y VII a.C. bajo reyes como Tiglath-Pileser III, Sargón II y Asurbanipal. Los asirios se destacaron por su organización militar, su capacidad de construir grandes ciudades como Nínive y su influencia cultural, que abarcó todo el Cercano Oriente.
Ambos pueblos, babilonios y asirios, representaron el legado de las civilizaciones mesopotámicas al tiempo que aportaron innovaciones propias en áreas como la escritura, la arquitectura y la administración. Aunque los asirios eventualmente colapsaron tras la caída de Nínive en 612 a.C., los babilonios resurgieron brevemente durante el periodo neobabilónico antes de ser conquistados por los persas en 539 a.C. bajo el liderazgo de Ciro el Grande, marcando el fin de las antiguas hegemonías mesopotámicas.
Con la caída de la hegemonía de Ur no se repitió un período de oscuridad como el que había acontecido con la del Imperio acadio. Esta etapa estará marcada por el ascenso progresivo de dinastías amorritas en prácticamente todas las ciudades de la región.
Durante los primeros 50 años parece que fue la ciudad de Isin la que trató sin éxito de imponerse en la región. Posteriormente, hacia 1930 a. C. serán los monarcas de Larsa los que se lancen a la conquista de las ciudades vecinas, atacando Elam y las ciudades del Diyala y conquistando Ur, pese a lo cual no consiguieron un dominio completo en la región, aunque conservaron su hegemonía hasta prácticamente el surgimiento del Imperio paleobabilónico de Hammurabi, salvo un período entre 1860 y 1803 a. C. en el que la vecina Uruk consiguió desafiar su liderazgo.
En Elam la influencia acadia se hizo más fuerte y el reino pasó a inmiscuirse cada vez más en la política mesopotámica. En Mesopotamia septentrional empezaron a surgir los primeros Estados fuertes, posiblemente reformados por el comercio existente entre las áreas meridionales y Anatolia, destacando principalmente el nuevo reino de Asiria, el cual llegaría a expandirse hasta el Mediterráneo bajo el reinado de Šamši-Adad I.
2.1 El Imperio paleobabilónico
Artículo principal: Imperio paleobabilónico
En 1792 a. C. Hammurabi llega al trono de la hasta entonces poco importante ciudad de Babilonia, a partir de la cual comenzará una política de expansión. En primer lugar se liberó de la tutela de Ur para, en 1786, enfrentarse al vecino rey de Larsa, Rim-Sin I, arrebatándole Isin y Uruk; con la ayuda de Mari, en 1762 venció a una coalición de ciudades de la ribera del Tigris, para, un año después, conquistar la ciudad de Larsa. Tras esto se autoproclamó rey de Sumeria y Acad, título que había surgido en tiempos de Sargón de Acad, y que se había venido utilizando por los monarcas que conseguían el dominio de toda la región de Mesopotamia. Tras un nuevo enfrentamiento con una nueva coalición de ciudades conquistó Mari, tras lo cual, en 1753, completó su expansión con la anexión de Asiria y Ešnunna, al norte de Mesopotamia.
Mapa del Imperio paleobabilónico tras las conquistas de Hammurabi, hacia 1750 a. C. Los nómadas casitas, tal vez originarios del sureste de Irán, ya se habían establecido en los montes Zagros, en el límite oriental del Imperio. No tardarían en avanzar sobre él. Crates – Translation of File:Hammurabi’s Babylonia 1.svg. CC BY-SA 4.0.

Con el paso de los siglos la imagen del monarca fue mitificada, no solo debido a sus conquistas, sino también a su actividad constructora y de mantenimiento de los canales de riego, y a la elaboración de códigos de leyes, como el conocido código de Hammurabi.
Hammurabi murió en 1750 a. C., siendo sucedido por su hijo Samsu-iluna, quien tuvo que enfrentarse a un ataque de los nómadas casitas. Esta situación se repetiría en 1708 a. C., durante el reinado de Abi-Eshuh. En efecto, desde la muerte del conquistador, los problemas con los casitas se habían multiplicado. Esta presión fue constante y en progreso durante el siglo XVII a. C., lo que fue desgastando el Imperio. Fue un ataque del rey hitita, Mursili I, lo que le dio el golpe de gracia a Babilonia, tras lo cual la región cayó bajo el poder de los casitas.
El Imperio Paleobabilónico (ca. 1800–1590 a.C.): Hammurabi y la consolidación del poder babilonio
Tras la fragmentación del sur de Mesopotamia a comienzos del segundo milenio a.C., surgieron nuevos protagonistas en el escenario político. Uno de ellos fue la ciudad de Babilonia, una pequeña urbe situada junto al Éufrates, que fue cobrando relevancia gracias al empuje de los amorreos, un pueblo semita occidental que había penetrado en la región tras la caída de la III Dinastía de Ur.
El ascenso de Babilonia culminó con el reinado de Hammurabi (ca. 1792–1750 a.C.), el sexto monarca de la dinastía amorrea, quien logró unificar gran parte del sur de Mesopotamia bajo su dominio. Mediante una combinación de diplomacia, guerras bien calculadas y alianzas estratégicas, Hammurabi extendió su autoridad sobre ciudades rivales como Isin, Larsa, Ur y Uruk, consolidando un auténtico reino babilonio que dominaría durante más de un siglo.
El reinado de Hammurabi se distingue por su eficiencia administrativa y su visión legalista del poder. Su legado más famoso es el Código de Hammurabi, una recopilación de leyes escritas en lengua acádica y grabadas en una estela de diorita que hoy se conserva en el Museo del Louvre. Lejos de ser la primera codificación de la historia (ese honor corresponde probablemente al Código de Ur-Nammu), representa sin embargo la más sistemática, extensa y detallada de su tiempo.
El código abarca normas civiles, penales y comerciales, y refleja una sociedad jerárquica, donde las penas varían según el estatus social del infractor: nobles, hombres libres y esclavos reciben distintos castigos por el mismo delito. La famosa fórmula del “ojo por ojo” (lex talionis) aparece aquí en un contexto de proporcionalidad más que de venganza, y la ley se presenta como un mandato divino al servicio de la justicia y el orden.
Más allá del ámbito legal, el reinado de Hammurabi se caracterizó por una política de obras públicas, consolidación de canales de irrigación, templos restaurados y una administración centralizada apoyada en redes de funcionarios, escribas y gobernadores. La ciudad de Babilonia comenzó a adquirir entonces el prestigio que mantendría durante siglos como centro político, religioso y cultural.
Sin embargo, tras su muerte, el imperio entró en un proceso de debilitamiento progresivo. Sus sucesores no lograron mantener la cohesión territorial ni contener las amenazas externas. Finalmente, hacia el 1590 a.C., Babilonia fue saqueada por los hititas, lo que marcó el fin del Imperio Paleobabilónico como potencia hegemónica.
A pesar de su caída, el legado de Hammurabi sobrevivió. Su concepción del rey como garante del orden divino, la importancia de la ley escrita, y la centralización administrativa influyeron profundamente en los imperios posteriores de la región. La imagen de Babilonia como símbolo de civilización, poder y sabiduría comenzó a forjarse en esta época, anticipando su renacimiento siglos más tarde.
Los Casitas (ca. 1590–1155 a.C.): una dinastía duradera en tiempos inciertos
Tras el saqueo de Babilonia por los hititas hacia el 1590 a.C., la región quedó vulnerable a nuevas incursiones y cambios de poder. Fue entonces cuando un grupo de origen montañés, los casitas, logró establecerse en el sur de Mesopotamia y formar una de las dinastías más duraderas de la historia babilónica. A pesar de ser considerados durante mucho tiempo como una etapa de “oscuridad” por su escaso legado monumental, los casitas gobernaron Babilonia durante casi cuatro siglos, un hecho que demuestra su capacidad de adaptación, organización y legitimación.
Los casitas (o kassitas), procedentes de las montañas del Zagros —actual Irán occidental—, no eran originarios de la tradición urbana mesopotámica. Sin embargo, una vez asentados, supieron integrarse en las estructuras existentes: adoptaron la lengua acadia, conservaron la escritura cuneiforme y respetaron los cultos sumerio-acadios tradicionales. Babilonia siguió siendo el centro político y religioso del reino, y los casitas mantuvieron las instituciones heredadas de los antiguos imperios.
Su estrategia política se basó en la estabilidad interna y las relaciones diplomáticas con los grandes poderes del momento, como Egipto, Asiria, Mitani o el Imperio hitita. La correspondencia diplomática encontrada en las tablillas de Amarna, en Egipto, muestra que los reyes casitas se consideraban pares de los faraones y otros grandes soberanos del Cercano Oriente, y participaban activamente en intercambios de bienes, alianzas matrimoniales y tratados.
Aunque no dejaron grandes monumentos ni epopeyas, los casitas desarrollaron una cultura material notable, incluyendo una cerámica característica y nuevos estilos de sellos cilíndricos. Se dedicaron al fortalecimiento de la agricultura y la gestión del sistema hidráulico. También promovieron la adoración del dios nacional Shuqamuna, sin desplazar a las grandes deidades babilónicas como Marduk.
A pesar de su longevidad, el poder casita fue desgastándose con el tiempo. El crecimiento de Asiria al norte y el resurgir de Elam al este generaron tensiones cada vez mayores. Finalmente, hacia el 1155 a.C., la ciudad de Babilonia fue tomada por el rey elamita Shutruk-Nakhunte, quien saqueó templos y trasladó numerosos objetos sagrados, poniendo fin a la dinastía casita.
Sin embargo, su reinado no fue un paréntesis sin importancia. Los casitas garantizaron una larga estabilidad política, integraron diversas tradiciones culturales y consolidaron a Babilonia como núcleo de identidad mesopotámica. En cierto modo, prepararon el terreno para los futuros renacimientos babilónicos que volverían a convertir esta ciudad en símbolo de civilización.
Después de la muerte de Hammurabi, posiblemente sobre 1750 a. C., unos pueblos de origen casita comenzaron a invadir la región de Babilonia. Estos pueblos, cuya lengua no puede ser asociada a ningún otro grupo lingüístico y cuyos orígenes continúan siendo un enigma, fundaron nuevas dinastías reinantes en el sur de Mesopotamia y allí estuvieron instalados durante muchos años hasta su expulsión por parte de los elamitas años más tarde. Mientras, unos pueblos indoeuropeos empezaron a adentrarse en el territorio mesopotámico por Anatolia. Uno de estos pueblos fueron los hititas, originarios del sudeste europeo, en el margen superior del mar Negro, formando un poderoso imperio en Mesopotamia, pero que fue destruido alrededor del año 1180 a. C. Los reinos hurritas, formados también por nuevos invasores, se unificaron en una unidad política conocida como el Reino de Mitani (1550-1350 a. C.), que influenció la situación política de Mesopotamia en los siglos venideros. Egipto, que en esa época transitaba hacia el período del Nuevo Imperio, sería otra influyente fuerza política dominando la historia de Mesopotamia durante ese período. Sin embargo, será Asiria quien tome el papel de nueva señora de Oriente Próximo tras su fortalecimiento político en esos años de segregación.
La piedra Michaux es un kudurru perteneciente al período de la dominación casita de Babilonia. Está escrito en lengua acadia mediante símbolos cuneiformes. Descubierta en 1782 por el botánico francés Michaux, fue el primer testimonio de la civilización mesopotámica que llegó a la Europa moderna. Autor foto: Marie-Lan Nguyen y un autor más. Dominio público.

Después de la muerte de Hammurabi (alrededor del año 1750 a. C.), unas revueltas e insurgencias explotaron en el reino babilónico, haciéndolo particularmente vulnerable a ataques externos. El sur del Imperio paleobabilónico pasó a estar bajo el control de una dinastía de rebeldes que crearon el País del Mar, mientras la región norte fue ocupada por casitas, pueblos provenientes de la región de la Cordillera de los Zagros, que sabían usar caballos y carros de combate. La ciudad de Babilonia, aún bajo dominio de los amoritas, fue invadida y ocupada por los hititas alrededor del año 1590 a. C., extinguiéndose de esa forma la dinastía de Hammurabi. Sin embargo, los ataques casitas presionaron a los hititas a dejar rápidamente la capital, y estos pueblos migrantes tomaron el tan destruido territorio céntrico y sur de la antigua Babilonia.
Durante los alrededor de 400 años de dominio casita, esos pueblos absorbieron rápidamente la cultura local, de forma que pocas de sus particularidades culturales pudieron ser identificadas. Los reyes tenían una autoridad limitada y su pueblo, después de la fijación, pasó, salvo por conflictos con los asirios, por una era de paz, pudiendo así reconstruir casitas. Cambiaron el nombre de Innana a Ishtar y en el templo de Gula crearon una especie de importante escuela de medicina. En cuanto al arte, pudimos conservar sus mojones, que eran los kudurru, los cuales servían como registro de la concesión de privilegios, propiedad o solución a una disputa. El dominio sobre Babilonia vio su fin sobre el año 1160 a. C., a la llegada de tropas elamitas invadiendo la región (aquí es cuando se llevan la estela de Hammurabi y la estatua de Marduk). Un breve restablecimiento ocurre con ayuda del emperador venido de Isín, Nabucodonosor I, que expulsará a los elamitas durante su reinado (1125-1104).
Anexo: Migración de los indoeuropeos (2000 a. C.)
Los pueblos indoeuropeos comenzaron a migrar por Europa y Asia antes del año 2000 a. C. Entre ellos estaban los persas y medas, que ocuparon la región del actual Irán; los arios, que ocuparon el norte de la India, los hurritas y los hititas, que ocuparon la región de la Anatolia. Los hurritas penetraron por el noroeste de Mesopotamia y por el sudeste de Anatolia entre 1800-1550 a. C.
Alrededor del año 2000 a.C., se produjo uno de los procesos más trascendentales en la historia antigua: la expansión de los pueblos indoeuropeos, un conjunto de tribus seminómadas originarias de las estepas del sur de Rusia y Ucrania (la región conocida como Yamnaya o Póntico-caspiana). Este fenómeno, que se desarrolló durante varios siglos, modificó profundamente el mapa étnico, lingüístico y cultural de Eurasia.
Los pueblos indoeuropeos hablaban lenguas que darían lugar a muchas de las familias lingüísticas actuales: desde el sánscrito en la India hasta el latín y el griego en Europa occidental. Pero su impacto no fue solo lingüístico. Trajeron consigo nuevas tecnologías (como el carro de guerra con ruedas de radios), un sistema patriarcal guerrero, nuevos cultos religiosos solares, y formas sociales más móviles y descentralizadas.
Aunque estos pueblos no ocuparon de forma inmediata el corazón de la Baja Mesopotamia, sí influyeron en el equilibrio de poder, introdujeron nuevas formas de guerra, nuevos dioses, y establecieron contactos culturales y diplomáticos con las potencias mesopotámicas. A través del contacto con estos grupos, se diversificaron las alianzas políticas, se intensificó la circulación de bienes y se amplió el horizonte geopolítico de la región.
En definitiva, la migración indoeuropea no solo redibujó el mapa del antiguo Oriente Próximo, sino que introdujo tensiones y elementos que darían forma a los grandes imperios posteriores: hititas, medos, persas… La historia de Mesopotamia no puede entenderse sin tener en cuenta este gran movimiento de pueblos, que actuó como catalizador de transformaciones políticas y culturales de largo alcance.
Hititas (2000-1180 a. C.)
Establecidos en Anatolia central, crearon uno de los grandes imperios del segundo milenio a.C., con escritura propia, religión sincrética y una poderosa máquina militar. En el año 1590 a.C. fueron responsables del saqueo de Babilonia, lo que marcó el fin del Imperio Paleobabilónico.Ciertos pueblos de lengua indoeuropea ocuparon la región de Hatti, en Anatolia, donde pueblos de lengua no indoeuropea habitaban. Inmediatamente pasaron a ser denominados por hititas (cuyo nombre deriva de «Hatti»). Este pueblo se instaló como minoría gobernante en Hatti y, apropiándose de algunos conocimientos nativos, se organizó en ciudades-estados. El rey Hatusil I unificó los pueblos hititas alrededor del año 1 650 a. C. Entre 1650-1500 a. C. surgió una unidad política que los historiadores llaman el «Viejo Reino» hitita, sintetizado por los gobiernos de Hatusil I (1650-1620 a. C.) y Mursilis I (1620-1590 a. C.). Mursilis I capturó la ciudad de Babilonia en 1595 a. C. pero inmediatamente después fue asesinado por su cuñado, lo que llevó el reino a un largo período de inestabilidad (1590-1370 a. C.). Con el ascenso del rey Suppiluliumas I al trono cerca del año 1370 a. C., el reino hitita renace, en un período conocido como el «Nuevo Imperio» hitita. Durante esa época, los hititas aniquilaron los reinos de los hurritas y de Arzawa, extendiendo su imperio del mar Egeo a las montañas sirias. El año de 1274 tuvo lugar la famosa batalla de Qadesh entre hititas y egipcios, culminando con un tratado de paz entre las dos potencias. La caída final del Imperio Hitita ocurre con la llegada de los misteriosos «pueblos del mar» y el fortalecimiento asirio.
Reinos Hurritas (1550-1350 a. C.)
A partir de 1550 a. C., este pueblo misterioso al que no se ha podido investigar demasiado, el hurrita, colocó toda la región entre el norte de Mesopotamia y la costa siria bajo un único dominio, el de Mitani. Ya sabía usar el hierro, lo que le dio una clara ventaja; consiguió someter Asiria al vasallaje y formó una coalición con Egipto durante el reinado de Tutmosis IV (1401-1391 a. C.). Alrededor de 1350 a. C., el rey hurrita Tushratta fue desafiado por la nobleza del reino, mientras Mitani sufría ataques de los pueblos hititas. Egipto, poderoso aliado, pasaba por turbulencias internas con el reinado de Akenatón. Todo eso desencadenó la caída del reino hurrita alrededor de ese mismo año. Los hurritas adoraban a dioses semejantes a aquellos de los hindúes védicos, como Mitra, Indra y Varuna. Mitani: un reino fundado por los hurritas pero dominado por una élite indoeuropea que hablaba una lengua indoaria. Su territorio comprendía el norte de Siria y Mesopotamia, y rivalizó con Asiria, Babilonia y Egipto.
Pueblos arios o indoiranios:
algunos clanes indoeuropeos se desplazaron más hacia el este, penetrando en Irán y el noroeste del subcontinente indio. De estos grupos surgirán más tarde los medos y persas, protagonistas esenciales en la etapa final de la historia mesopotámica.
Ugarit (1450-1200 a. C.)
Ugarit era un reino cananita que floreció alrededor del año 1450 a. C. Ese reino fue vasallo de los hurritas, de los egipcios y de los hititas y, por fin, fue destruido por los «pueblos del mar» (invasores que causaron turbulencias en Oriente Próximo por el siglo XIII a. C.). El pueblo de Ugarit tenía un alfabeto propio, grandes bibliotecas y palacios. Su cultura mantenía continuidad con tradiciones más antiguas de Canaán, ocupada desde antes del año 3500 a. C. El dios supremo del panteón cananita era El, el rey de los dioses, frecuentemente representado por un toro. Su compañera era la diosa madre Aserá. El hijo de Él era Baal, el dios de la fertilidad. La religión cananita fue profundamente influyente para las creencias hebraicas. Ugarit floreció por muchos años como un importante centro comercial.
Un cruce de civilizaciones en la costa cananea
Ugarit fue una ciudad-estado cananita situada en la costa del actual norte de Siria, que floreció entre los siglos XV y XII a.C. Su ubicación estratégica, a medio camino entre Egipto, Anatolia y Mesopotamia, le permitió desarrollarse como un puerto comercial dinámico y multicultural, donde confluían rutas marítimas y terrestres del Mediterráneo oriental y del interior de Asia.
Durante su época de esplendor, Ugarit mantuvo una compleja red de alianzas y subordinaciones: fue vasallo sucesivamente de los hurritas (mitanios), los egipcios y los hititas, adaptándose a las cambiantes hegemonías del Próximo Oriente. A pesar de esta condición de vasallaje, conservó una notable autonomía cultural, y destacó por su vida palaciega, sus archivos diplomáticos y sus templos dedicados a las divinidades cananeas.
Uno de los aportes más importantes de Ugarit a la historia cultural es el desarrollo de un alfabeto cuneiforme propio, que representaba sonidos consonánticos y es considerado uno de los más antiguos alfabetos conocidos (diferente de los sistemas silábicos mesopotámicos). Esta innovación fue clave para el desarrollo de sistemas de escritura más flexibles, y anticipa el modelo que usarán después los alfabetos fenicio, griego y latino.
Las excavaciones arqueológicas en Ugarit han revelado grandes bibliotecas de tablillas, donde se conservan textos mitológicos, rituales, legales y comerciales. Estas fuentes han sido esenciales para conocer la religión cananea, en la que se adoraba a un panteón encabezado por El, el dios supremo, símbolo de autoridad y sabiduría, acompañado por la diosa madre Aserá. Su hijo, Baal, era el dios de la tormenta y la fertilidad, muy venerado por los agricultores y símbolo de la renovación de la vida. Estos mitos influyeron profundamente en la cosmología hebrea posterior, incluyendo nombres y estructuras religiosas presentes en el Antiguo Testamento.
Ugarit fue también un centro comercial clave, con contactos documentados con Chipre, Egipto, Anatolia y Mesopotamia. Exportaba productos agrícolas, maderas, metales y artesanías, y funcionaba como intermediario entre el mundo mesopotámico y el mediterráneo.
La ciudad fue destruida de forma violenta hacia el 1200 a.C., en el contexto de las convulsiones regionales causadas por los llamados «pueblos del mar», un conjunto de grupos migratorios que atacaron múltiples centros del Oriente Próximo, desde Anatolia hasta Egipto. Su desaparición marcó el fin de una era, pero su legado ha perdurado gracias al trabajo arqueológico y al valor excepcional de sus archivos.
Ugarit representa un ejemplo brillante de civilización puente, conectando religiones, lenguas, formas de gobierno y rutas comerciales entre Oriente y Occidente. Su red de influencias ayuda a entender cómo la historia de Mesopotamia no se limitaba a los valles fluviales, sino que formaba parte de un ecosistema más amplio de intercambio y mutua transformación.
Guerreros de los Pueblos del Mar, Sherden. James Henry Breasted (1865-1935) – The monuments of Sudanese Nubia, report of the work of the Egyptian Expedition, Season of 1906-1907 (1908), vol 1. Dominio público.

Filisteos (1190-700 a. C.)
Los Peleset, conocidos por su nombre bíblico de filisteos, era ellos uno de los grupos entre los llamados «pueblos del mar», que llegaron a Oriente Próximo. Su nombre (Peleset) dio origen al nombre de la actual región de la Palestina. Los filisteos estaban organizados en ciudades-estado como Asdode, Asquelom, Gaza, Ecrom y Gate, todas independientes. Se cree que los filisteos introdujeron las culturas del vino y la oliva en Oriente Próximo. Poco se sabe sobre su lengua, que a lo largo de los años fue sustituida por un dialecto cananita. Los filisteos entraron en conflicto con los hebreos, después con los egipcios, los asirios y los caldeos, habiendo desaparecido de los documentos alrededor del año 700 a. C.
Los Peleset y su legado en la costa cananea
Los filisteos, conocidos en fuentes egipcias como Peleset, fueron uno de los grupos más prominentes entre los llamados “pueblos del mar”, una serie de pueblos migratorios que irrumpieron en el Mediterráneo oriental a finales del siglo XIII a.C., provocando el colapso de varias civilizaciones establecidas, como el Imperio hitita y numerosos reinos cananeos.
De origen incierto —algunos indicios apuntan al mar Egeo o al sur de Anatolia—, los filisteos se asentaron en la franja costera sur de Canaán, donde formaron una pentápolis compuesta por cinco ciudades-estado independientes: Gaza, Ascalón, Asdod, Ecrom y Gat. Cada ciudad tenía su propio gobernante y ejercía soberanía en su entorno, aunque probablemente existía cierta coordinación entre ellas en asuntos de defensa o comercio.
La influencia filistea en la región fue significativa. Se cree que introdujeron cultivos como el vino y el olivo, lo que indica un conocimiento técnico avanzado de la agricultura y una contribución importante a la cultura alimentaria del Próximo Oriente. Su cerámica distintiva, con influencias micénicas, ha sido clave para identificar sus asentamientos arqueológicos.
Poco se sabe sobre su lengua original, que con el tiempo fue desplazada por dialectos cananeos, reflejo de un proceso de asimilación progresiva. A pesar de ello, conservaron elementos culturales propios durante siglos, incluyendo armas, ritos y estilos artísticos diferentes a los de sus vecinos semitas.
Los filisteos desempeñaron un papel central en los conflictos narrados en la Biblia hebrea, donde son descritos como enemigos recurrentes de las tribus de Israel. Figuras como Sansón o David protagonizan relatos épicos que reflejan este enfrentamiento entre poblaciones asentadas y recién llegadas. Más allá del simbolismo bíblico, el conflicto tuvo una base histórica en la lucha por el control de rutas comerciales, recursos y territorio.
Durante el siglo VIII a.C., los filisteos fueron sometidos sucesivamente por potencias imperiales: primero por los asirios, que impusieron su dominio sobre las ciudades-estado, y más tarde por los caldeos (neobabilonios). Alrededor del año 700 a.C., los filisteos desaparecen progresivamente de los documentos históricos, absorbidos por las culturas dominantes o desplazados por nuevos actores.
El nombre Peleset, sin embargo, perduró. A través del griego Philistia y del latín Palaestina, daría origen a la Palestina moderna, un vestigio toponímico que recuerda la antigua presencia de este pueblo singular en el corazón del Mediterráneo oriental.
2.3 Asirios la construcción de un imperio por el hierro y la administración
La historia de los asirios es la de una transformación asombrosa: desde una región periférica en el norte de Mesopotamia, a orillas del Tigris, pasaron a convertirse en uno de los imperios más poderosos, temidos y organizados del mundo antiguo. Su capital primitiva, Aššur, dio nombre al reino, pero fueron otras ciudades como Nínive, Kalhu (Nimrud) y Dur-Sharrukin las que reflejarían el apogeo del poder asirio en siglos posteriores.
Asiria comenzó como una ciudad-estado con una fuerte identidad religiosa, comercial y guerrera. A lo largo del segundo milenio a.C., fue alternando fases de independencia y vasallaje respecto a potencias como Mitani o Babilonia. Pero a partir del siglo XIV a.C., comienza a consolidarse como un reino autónomo con una estructura militar eficiente y una administración jerarquizada. Este proceso se profundiza en el llamado Imperio Medio Asirio (ca. 1400–1050 a.C.), donde ya se vislumbra la vocación imperial.
El verdadero auge asirio, sin embargo, se produce con el llamado Imperio Neoasirio (siglos IX–VII a.C.), durante el cual Asiria alcanza su máxima expansión territorial. Reyes como Asurnasirpal II, Tiglatpileser III, Sargón II, Senaquerib, Asarhaddón y Asurbanipal forjaron un imperio que abarcaba desde Egipto hasta el golfo Pérsico, incluyendo Siria, Israel, Fenicia, Babilonia y gran parte de Anatolia.
El éxito asirio se debió a varios factores:
Un ejército profesional permanente, altamente disciplinado, que incorporaba carros de guerra, caballería y armamento de hierro.
Una estructura administrativa centralizada, con gobernadores provinciales sometidos al rey, redes de mensajería y registros escritos que aseguraban el control efectivo de vastos territorios.
Una política de deportaciones masivas de poblaciones sometidas, que tenía como objetivo desarticular resistencias locales y asegurar el flujo de tributos.
Un uso sistemático de la propaganda real, donde las campañas militares eran celebradas en relieves monumentales, crónicas y estelas, exaltando al rey como elegido de los dioses y garante del orden.
La religión asiria giraba en torno a Aššur, deidad nacional y símbolo del destino imperial. El monarca era visto como ejecutor de la voluntad divina, responsable tanto del éxito militar como de la justicia. Esta ideología de dominio total impregnaba todos los aspectos del imperio.
Los asirios no solo fueron guerreros implacables: también fueron grandes constructores, organizadores y protectores del saber. En la época de Asurbanipal, se creó en Nínive una de las primeras bibliotecas reales de la historia, que conservaba miles de tablillas en lengua sumeria y acadia, incluyendo epopeyas como la de Gilgamesh, tratados médicos, himnos y listas astronómicas.
El colapso del imperio llegó con rapidez. A fines del siglo VII a.C., las rebeliones internas, la sobreextensión del territorio y el surgimiento de nuevas potencias —como los medos y los neobabilonios— provocaron la caída de Nínive en 612 a.C. El imperio desapareció, pero su legado fue inmenso: su modelo militar, su aparato administrativo, su arte y su ideología imperial marcaron profundamente a las civilizaciones posteriores del Oriente Próximo.
Véase también: El imperio Asirio
El dominio Asirio sobre la región mesopotámica fue uno de los períodos más significativos en la historia del antiguo Oriente Próximo. Los asirios, originarios de la ciudad de Aššur, situada en la región norte de Mesopotamia, en lo que hoy es Irak, establecieron uno de los imperios más poderosos de la antigüedad, que llegó a su máximo esplendor entre los siglos IX y VII a.C.
El auge del Imperio Asirio comenzó bajo el reinado de Tiglat-Pileser III (745-727 a.C.), quien llevó a cabo una serie de reformas administrativas y militares que fortalecieron el poder central. Tiglat-Pileser III reorganizó el ejército asirio, incorporando nuevas tácticas y tecnologías, como el uso de carros de guerra y el reclutamiento de mercenarios, lo que permitió a los asirios expandir rápidamente su territorio. Durante su reinado, el imperio asirio se expandió hacia el oeste, conquistando territorios en Anatolia, el Levante y Mesopotamia.
El siguiente gran gobernante asirio fue Sargón II (722-705 a.C.), quien consolidó el imperio y estableció una política de deportaciones masivas para asegurar el control sobre los pueblos conquistados. Esta política no solo debilitaba a las élites locales, sino que también dificultaba cualquier intento de rebelión. Sargón II continuó la expansión hacia el sur, tomando ciudades importantes como Babilonia y finalmente imponiendo la supremacía asiria en la región.
Sin embargo, el apogeo del poder asirio llegó bajo el reinado de Asurbanipal (668-627 a.C.). Asurbanipal no solo continuó la expansión territorial, sino que también fomentó una gran prosperidad cultural y artística, especialmente en la capital, Nínive. Durante su reinado, se construyeron vastas bibliotecas que almacenaban una enorme cantidad de textos en cuneiforme, muchos de los cuales sobrevivieron y nos proporcionan un valioso conocimiento sobre la civilización asiria.
El dominio asirio también estuvo marcado por su brutalidad militar. Los asirios eran conocidos por sus tácticas despiadadas, como el saqueo y la destrucción total de ciudades, el uso de prisioneros como esclavos y su práctica de empalar a los prisioneros de guerra. Estas prácticas se utilizaban tanto para aterrorizar a las poblaciones conquistadas como para asegurar la estabilidad del imperio.
Sin embargo, el dominio asirio comenzó a decaer a finales del siglo VII a.C., debido a varios factores. La sobreexpansión del imperio, las revueltas internas y las incursiones de pueblos externos, como los babilonios y los medos, debilitaron la estructura del imperio. En 612 a.C., la caída de Nínive, capital del imperio, marcó el fin del dominio asirio. Los babilonios y los medos se aliaron para derrotar a los asirios, lo que resultó en la disolución del imperio asirio.
A pesar de su caída, el legado de los asirios perduró en la región mesopotámica. Su organización administrativa, sus avances en ingeniería y arquitectura, y sus contribuciones a la cultura y la literatura influenciaron a las civilizaciones que sucedieron en Mesopotamia, como los babilonios y los persas. El dominio asirio dejó una marca indeleble en la historia de la región, tanto por su capacidad para expandir y consolidar un imperio vasto y diverso, como por su impacto en las culturas y civilizaciones posteriores.
Hacia el 1250 a. C. se establecieron en el norte de Babilonia los asirios, quienes tomaron el control de todo el país. Sus ciudades más importantes fueron Assur y Nínive, y entre sus monarcas más ilustres destacaron: Asurnasirpal II, Tiglath-Pileser III, Asurbanipal, Salmanasar III, Sargón II y Senaquerib. Babilónicos y medos se aliaron y entraron a Asiria desde la meseta de Irán, y finalmente, en el año 612 a. C. tomaron e incendiaron Nínive. (11).
Asiria hace referencia a una antigua región de la Alta Mesopotamia que toma su nombre de la ciudad de Aššur —del mismo nombre que Assur, su deidad tutelar—, y es también el nombre del Estado —y posterior imperio— que formó entre el III y I milenio a. C.
Fundada a orillas del río Tigris, Aššur era inicialmente una de las tantas ciudades acadias en la región. La tradición fecha su fundación en el siglo XXV a. C., aunque la mayor parte de su pasado está envuelto en misterio. Desde finales del siglo XXIV a. C., los asirios se convirtieron en súbditos de Sargón de Acad, quien unió a los pueblos semitas, acadios y sumerios bajo el Imperio acadio. (Ver ref. Roux, 1964, pp. 161–191.). A partir de esa región se formó, en el II milenio a. C., el llamado Imperio Antiguo. También fue conocido como Subartu y, tras su declive, como Athura, Syria (en griego antiguo), Assyria (en latín) y Asuristán. En su momento de máxima expansión —en el siglo VII a. C., durante el Imperio neoasirio—, Asiria controlaba un territorio que hoy comprendería, parcial o totalmente, los países de Irak, Siria, Palestina, Israel, Jordania, Líbano, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Egipto, Kuwait, Chipre, Armenia, Azerbaiyán y Georgia.
Imperio Medio Asirio (ca. 1400–1050 a.C.) — El nacimiento del poder imperial
El Imperio Medio Asirio representa la primera fase de expansión y consolidación política del reino de Asiria. Tras siglos de existencia como ciudad-estado autónoma o vasalla, Asiria comenzó a afirmar su poder regional a partir del siglo XIV a.C., especialmente bajo el reinado de Asur-uballit I, quien logró independizarse del reino de Mitani y establecer relaciones directas con Babilonia y Egipto.
Durante este periodo, Asiria desarrolló una estructura estatal avanzada: un ejército disciplinado, administración territorial mediante gobernadores, leyes escritas, censos de población y sistemas fiscales. Se asentaron las bases del poder real como expresión directa de la voluntad del dios nacional Aššur, lo que legitimaba tanto la autoridad interna como las campañas de conquista.
En el plano jurídico, se redactó el Código Medio Asirio, un conjunto de leyes severas que reflejan una sociedad fuertemente jerarquizada y patriarcal. Las penas eran duras, especialmente en lo referente a la desobediencia, el adulterio y el orden doméstico, y servían para reforzar el control social.
Aunque no alcanzó la magnitud del posterior imperio neoasirio, este periodo fue clave para configurar el estilo imperial asirio: militarista, centralizado, teocrático y expansionista. Al llegar al siglo XI a.C., las presiones internas y externas (como los arameos) provocaron una etapa de declive y repliegue que duraría casi dos siglos.
«Los lamassus eran seres mitológicos de la antigua Mesopotamia, especialmente prominentes en la cultura asiria. Se representaban como criaturas con cuerpo de toro o león, alas de águila y cabezas humanas. Estos híbridos servían como símbolos de protección y poder.»
Características de los Lamassus
Apariencia:
- Cuerpo: Generalmente de un toro o león, representando fuerza y poder.
- Alas: De águila, simbolizando velocidad y la capacidad de vigilancia desde lo alto.
- Cabeza: Humana, a menudo con una corona o tocado, representando inteligencia y sabiduría.
Función y Simbolismo:
- Protectores: Se creía que los lamassus tenían la capacidad de proteger a las personas y los lugares sagrados de fuerzas malignas. Actuaban como guardianes.
- Símbolos de Poder: Reflejaban la autoridad y el poder del rey y del imperio asirio, mostrando la combinación ideal de fuerza física, velocidad y sabiduría.
Ubicación:
- Puertas y Entradas: Los lamassus eran colocados típicamente a la entrada de los palacios y templos. Su propósito era proteger estas estructuras y sus habitantes.
- Palacio Noroeste de Ashurnasirpal II: En Nimrud, uno de los sitios más destacados donde se han encontrado lamassus, es conocido por las impresionantes figuras de lamassus en las entradas y pasillos del palacio.
Importancia Cultural
- Los lamassus son ejemplos prominentes del arte y la escultura asiria, mostrando el alto nivel de habilidad artística y técnica alcanzado por los escultores de esa época.
- Mitología y Religión: Representan una parte integral de las creencias religiosas y mitológicas asirias, conectando lo humano con lo divino y lo natural con lo sobrenatural.
Nimrud Lamassu’s at the North West Palace of Ashurnasirpal. Lamassus de Nimrud en el Palacio Noroeste de Asurnasirpal. M.chohan – Trabajo propio. Dominio público.

2.4 Los neobabilónicos
Babilonia resurgió con los caldeos, otra tribu semita, cuando fue refundada por su rey Nabopolasar, a finales del siglo VII. Su hijo, Nabucodonosor II «el Grande», fue su sucesor y es considerado uno de los reyes babilónicos más importantes pues sus dominios llegaron desde Mesopotamia hasta Siria y la costa del Mediterráneo.
Los Neobabilónicos (ca. 626–539 a.C.): el último esplendor de Mesopotamia
Tras la caída del Imperio Asirio, el poder en Mesopotamia pasó a manos de los babilonios, que aprovecharon el vacío político para reconstruir su hegemonía. Este nuevo periodo, conocido como el de los Neobabilónicos o caldeos, representa el último gran esplendor de la civilización mesopotámica antes de su conquista definitiva por los persas. Su capital, Babilonia, se convirtió en la ciudad más majestuosa de su tiempo: símbolo de riqueza, saber y poder sagrado.
El artífice de este renacimiento fue Nabopolasar, un general caldeo que encabezó la rebelión contra Asiria junto con los medos. En el año 626 a.C., se proclamó rey de Babilonia y fundó una nueva dinastía. Su hijo, Nabucodonosor II (r. 605–562 a.C.), fue el monarca más célebre del periodo. Bajo su reinado, Babilonia alcanzó su máximo esplendor territorial y cultural.
Nabucodonosor II llevó a cabo campañas exitosas contra los egipcios, fenicios, arameos y judíos. Es famoso por la conquista de Jerusalén y la deportación de parte de su población a Babilonia, en lo que la tradición bíblica recuerda como el cautiverio de Babilonia. Esta acción no fue excepcional: seguía el modelo mesopotámico de controlar a los pueblos vencidos mediante desplazamientos forzados y repoblaciones estratégicas.
Desde el punto de vista urbano y arquitectónico, este periodo transformó Babilonia en una ciudad legendaria. Se construyeron grandes palacios, murallas monumentales, templos dedicados a Marduk y la imponente Puerta de Ištar, decorada con relieves de animales sagrados sobre ladrillo vidriado. Según las fuentes clásicas, también se habrían erigido los famosos Jardines Colgantes de Babilonia, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, aunque su existencia sigue siendo debatida por los historiadores modernos.
Culturalmente, los neobabilónicos recopilaron, conservaron y perfeccionaron el legado sumerio-acadio. Sus escuelas de astronomía, matemática y astrología alcanzaron un nivel excepcional. De hecho, muchas de las observaciones astronómicas babilónicas serían retomadas por griegos como Ptolomeo siglos más tarde.
Sin embargo, este renacimiento fue relativamente breve. Tras la muerte de Nabucodonosor, el reino entró en una fase de inestabilidad dinástica. En el año 539 a.C., el rey persa Ciro II el Grande conquistó Babilonia sin apenas resistencia, integrándola en el Imperio aqueménida. La ciudad fue respetada por los persas, pero ya no volvería a ser capital independiente ni foco político central.
La caída del Imperio Neobabilónico marca el fin de la historia política mesopotámica autónoma. Sin embargo, su herencia intelectual, arquitectónica, jurídica y religiosa siguió influyendo durante siglos en todo el mundo antiguo, desde Persia hasta Roma.
El período neobabilónico, también conocido como el Renacimiento Babilónico, se desarrolló aproximadamente entre el 626 a.C. y el 539 a.C. y marcó una etapa de esplendor en la historia de Mesopotamia antes de su incorporación al Imperio Persa. Este renacimiento cultural y político fue posible tras la caída del dominio asirio, que durante siglos había controlado la región con una mano de hierro. La debilidad de Asiria en sus últimos años permitió que Babilonia recuperara su independencia bajo el liderazgo de Nabopolasar, quien fundó la dinastía caldea y estableció las bases para el auge del período neobabilónico.
El punto culminante de este período fue el reinado de Nabucodonosor II, quien gobernó entre 605 a.C. y 562 a.C. Este monarca es conocido no solo por sus campañas militares, que incluyeron la conquista de Jerusalén y el exilio de los judíos a Babilonia, sino también por sus ambiciosos proyectos arquitectónicos. Babilonia, la capital del reino, se transformó en una de las ciudades más espléndidas de la antigüedad, destacando sus murallas monumentales, la Puerta de Ishtar y los famosos Jardines Colgantes, considerados una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Este período también fue una era de notable prosperidad económica, con el comercio y la agricultura como pilares de la riqueza del reino.
El período neobabilónico no solo brilló por su poder militar y desarrollo urbano, sino también por su contribución a la cultura y las ciencias. Los babilonios avanzaron en la astronomía, desarrollaron sofisticados sistemas matemáticos y preservaron tradiciones literarias como el famoso Enuma Elish, el poema de la creación. La religión seguía ocupando un lugar central, con el dios Marduk como figura principal del panteón y la cúspide de la devoción babilónica.
Sin embargo, el esplendor del período neobabilónico fue relativamente breve. Tras la muerte de Nabucodonosor II, el reino comenzó a debilitarse debido a conflictos internos y a la incapacidad de sus sucesores para mantener la cohesión del imperio. En 539 a.C., Babilonia cayó ante Ciro el Grande, el rey del Imperio Persa, quien capturó la ciudad sin gran resistencia, marcando el fin del período neobabilónico e incorporando Mesopotamia al mundo persa.
A pesar de su final, este período dejó un legado cultural y político significativo. Fue una época que reflejó la capacidad de Babilonia para emerger como una potencia regional tras siglos de dominación extranjera y que sirvió como puente entre el antiguo esplendor mesopotámico y la era persa que estaba por venir. La grandeza de la ciudad y su influencia cultural continuarían resonando en la historia, convirtiendo a Babilonia en un símbolo perdurable de civilización y magnificencia.

3. Invasión persa el fin de la autonomía mesopotámica
La invasión persa de Babilonia en el año 539 a.C. marcó un hito definitivo en la historia de Mesopotamia. No solo significó el final de la independencia política de la región, sino también el inicio de una nueva etapa dentro de una estructura imperial más amplia: el Imperio aqueménida, fundado por Ciro II el Grande, uno de los conquistadores más emblemáticos de la Antigüedad.
La campaña fue rápida y sorprendentemente poco violenta. Las fuentes babilónicas, incluida la famosa Cilindro de Ciro, describen cómo el rey persa fue recibido como libertador por parte de la población y del clero babilónico. Ciro supo aprovechar el descontento generado por los últimos reyes caldeos, en especial Nabonido, quien había promovido reformas religiosas impopulares al desplazar el culto tradicional a Marduk. Ciro, por el contrario, se presentó como restaurador del orden religioso y político, prometiendo respeto a los templos y a las tradiciones locales.
Desde un punto de vista estratégico, la anexión de Babilonia fue clave para el proyecto imperial persa. La región mesopotámica, con su red de ciudades, canales, archivos y conocimientos astronómicos, era un centro administrativo y simbólico de primer orden. Los persas no destruyeron su legado, sino que lo integraron cuidadosamente: mantuvieron la lengua acadia como lengua diplomática durante un tiempo, conservaron los escribas, y adoptaron prácticas contables y organizativas mesopotámicas.
Sin embargo, a pesar de ese respeto formal, la centralidad política de Mesopotamia desapareció. Ya no era un poder autónomo, sino una provincia más dentro del vasto imperio persa. Babilonia siguió siendo una ciudad importante, pero ya no era el corazón de un reino propio. El centro de gravedad se había desplazado hacia Persia, donde se construirían nuevas capitales imperiales como Persépolis o Susa.
La conquista persa cerró definitivamente una era: la de las civilizaciones mesopotámicas independientes, iniciada cinco mil años antes con los sumerios. A partir de entonces, la región sería dominada sucesivamente por persas, griegos, partos, romanos, sasánidas y árabes, integrándose en imperios multiculturales más amplios.
Sin embargo, el legado mesopotámico sobrevivió en múltiples formas: en las leyes y sistemas de gobierno, en la astronomía y la medicina, en los mitos transmitidos por los hebreos, y en la memoria de Babilonia como símbolo universal de poder, saber y destino.
En el año 539 a. C., el rey persa Ciro, el nuevo rey de Asia, ocupó Babilonia y estableció su poder en toda Mesopotamia.
La invasión persa de Babilonia en el 539 a.C. fue liderada por Ciro el Grande, fundador del Imperio aqueménida, y marcó el final del período neobabilónico. Este evento se produjo tras un período de debilidad interna en Babilonia, donde los sucesores de Nabucodonosor II no lograron mantener la cohesión del reino ni el apoyo pleno de su población. Ciro, conocido por su estrategia militar y su política de respeto hacia las culturas conquistadas, avanzó hacia Babilonia tras asegurar el control de otras regiones estratégicas de Mesopotamia.
La conquista culminó con la Batalla de Opis, donde las fuerzas persas derrotaron al ejército babilónico. Posteriormente, Babilonia se rindió prácticamente sin resistencia, y Ciro entró en la ciudad en un ambiente que, según relatos históricos, fue de relativa paz y aceptación. Ciro consolidó su dominio al presentarse como un liberador, respetando las tradiciones locales y devolviendo a los exiliados, como los judíos, la posibilidad de regresar a sus tierras, un gesto que quedó registrado en el Cilindro de Ciro.
Esta conquista integró Babilonia al vasto Imperio aqueménida, preservando muchas de sus instituciones culturales y administrativas. Sin embargo, marcó el fin de su independencia como centro político y cultural autónomo. La entrada de Ciro simbolizó una nueva era en la historia de Mesopotamia, en la que la región pasó a formar parte de uno de los imperios más grandes y duraderos de la antigüedad.
Arte, Cultura y Ciencia mesopotámica: el espíritu de una civilización
Más allá de sus conquistas y estructuras políticas, la civilización mesopotámica fue una fuente inagotable de creatividad intelectual, espiritual y artística. Desde sus primeras ciudades hasta su absorción en imperios posteriores, los pueblos mesopotámicos desarrollaron un complejo sistema de saberes, creencias, instituciones y expresiones estéticas que dejaron una huella indeleble en la historia de la humanidad.
Mesopotamia no solo inventó la escritura, sino también la escuela, el archivo, el contrato, la biblioteca y el calendario astronómico. Aquí nacieron los primeros códigos legales escritos, los primeros relatos épicos, las primeras observaciones sistemáticas del cielo, y los primeros intentos por entender la enfermedad, el tiempo y el destino humano desde un punto de vista racional o sagrado.
Esta riqueza cultural no fue producto de un solo pueblo, sino el resultado de una larga interacción entre sumerios, acadios, babilonios, asirios, amorreos, hurritas y casitas, entre otros. Cada uno aportó su visión del mundo, su lengua, sus ritos y sus símbolos, y en ese entrecruce de voces se forjó un legado común: el espíritu mesopotámico.
Los mesopotámicos concebían el mundo como un orden divino que debía ser mantenido mediante el rito, la ley y el conocimiento. Por eso, su arte, su religión y sus ciencias no eran compartimentos estancos, sino partes de un mismo sistema de representación del universo. Los templos eran observatorios, las listas de estrellas eran calendarios agrícolas y los mitos explicaban tanto el origen del cosmos como la legitimidad del rey.
Desde la música y la poesía hasta la metalurgia y la astronomía, la cultura mesopotámica se expresa con una claridad y profundidad que aún hoy nos asombra. Este bloque temático busca explorar sus principales manifestaciones: la ciencia, la medicina, la religión, el arte, la arquitectura, la literatura, la tecnología, la vida cotidiana y el pensamiento simbólico. No se trata solo de describir logros materiales, sino de comprender una forma de estar en el mundo que sigue latiendo en la memoria de la humanidad.
La civilización mesopotámica, que floreció entre los ríos Tigris y Éufrates, es considerada una de las cunas de la civilización humana. Su influencia en el desarrollo del arte, la cultura y la ciencia fue inmensa, y sus logros perduran hasta nuestros días. A lo largo de su historia, que abarca miles de años, las distintas culturas que habitaron Mesopotamia, como los sumerios, acadios, babilonios y asirios, dejaron un legado excepcional que transformó la forma en que las sociedades se organizaron, pensaron y expresaron su creatividad.
El arte mesopotámico reflejó la importancia de la religión, la política y la vida cotidiana en sus distintas formas. Los templos y palacios eran decorados con relieves, estatuas y zigurats, que representaban a los dioses, los reyes y las escenas de la vida en la corte. Las figuras esculpidas en piedra, como las famosas estatuas de Gudea de Lagash, mostraban a los líderes mesopotámicos como seres divinos, en una mezcla de realismo y simbolismo. Las grandes puertas de los palacios, como la Puerta de Ishtar en Babilonia, presentaban imágenes de animales mitológicos, como dragones y toros alados, que simbolizaban el poder de los dioses y la autoridad del rey.
En la pintura, los mesopotámicos usaban técnicas como el esmalte y el relieve sobre ladrillo, decorando paredes de palacios y templos con escenas de la vida cotidiana, batallas y rituales religiosos. Aunque no se han conservado muchas pinturas murales completas, los fragmentos que sobreviven reflejan la riqueza y complejidad de su iconografía.
La literatura mesopotámica es otra de las grandes contribuciones de la región al mundo. El uso de la escritura cuneiforme permitió la preservación de una vasta cantidad de textos, que abarcaban desde registros comerciales hasta relatos míticos y religiosos. El «Epic of Gilgamesh» es el más famoso de estos textos, y es considerado una de las obras literarias más antiguas del mundo. En él se exploran temas universales como la muerte, la amistad y la búsqueda de la inmortalidad. Además, la literatura mesopotámica también incluyó leyes, como el Código de Hammurabi, que marcó un hito en la historia del derecho.
La ciencia mesopotámica fue igualmente avanzada y estuvo profundamente vinculada a las necesidades prácticas de la vida cotidiana. La astronomía mesopotámica fue una de las más desarrolladas de la antigüedad. Los astrónomos babilonios observaron el cielo con gran detalle y lograron identificar los movimientos de los planetas, desarrollando un calendario lunar que se utilizó en la región durante siglos. También contribuyeron a la matemática, inventando un sistema sexagesimal basado en el número 60, que todavía utilizamos hoy en la medición del tiempo y los ángulos.
En medicina, los mesopotámicos desarrollaron una comprensión avanzada de los remedios y tratamientos para diversas enfermedades. Se utilizaban hierbas, ungüentos y rituales mágicos para tratar dolencias físicas y espirituales. Además, los médicos mesopotámicos registraban sus conocimientos en tablillas de arcilla, que hoy en día proporcionan una visión invaluable sobre las prácticas médicas de la época.
La arquitectura mesopotámica también fue una manifestación notable de su capacidad para la ciencia aplicada. Los zigurats, grandes templos escalonados, fueron una de las estructuras más impresionantes de la región. Eran construidos con ladrillos de barro y tenían una función religiosa, sirviendo como lugar de culto y como centro administrativo. Los avances en ingeniería hidráulica permitieron el control y aprovechamiento del agua de los ríos Tigris y Éufrates, lo que facilitó la agricultura en una región que de otro modo habría sido desértica. La creación de canales y embalses permitió la irrigación de vastas áreas de tierra, haciendo posible la prosperidad de las ciudades mesopotámicas.
En la filosofía, aunque no existió un sistema formal de filosofía como el que desarrollaron los griegos, los mesopotámicos reflexionaron sobre el orden del universo y el papel del ser humano en él. Los relatos mitológicos, como los del «Enuma Elish», la creación del mundo y la lucha entre dioses, también reflejan una visión del mundo basada en el caos, el orden y la intervención divina en la vida humana.
En resumen, el arte, la cultura y la ciencia mesopotámica sentaron las bases de muchas de las disciplinas que hoy damos por sentadas. Su influencia en la arquitectura, la escritura, la religión, la matemática y la astronomía fue profunda, y muchas de las innovaciones de esta civilización continuaron siendo relevantes a lo largo de la historia de la humanidad. La riqueza cultural y científica de Mesopotamia dejó una huella indeleble en las civilizaciones que le siguieron, y su legado sigue siendo una fuente de admiración y estudio.
La cultura de Mesopotamia fue pionera en muchas de las ramas del conocimiento: desarrollaron la escritura que se denominó cuneiforme, en principio pictográfica, y más adelante la fonética; en el campo del derecho, crearon los primeros códigos de leyes; en arquitectura, desarrollaron importantes avances como la bóveda y la cúpula, crearon un calendario de 12 meses y 365 días e inventaron el sistema de numeración sexagesimal.
El sistema sexagesimal es un sistema de conjuntos de numeración posicional que emplea como base el número 60. Tuvo su origen en la antigua Mesopotamia, en la civilización Sumeria. El sistema sexagesimal se usa para medir tiempos (horas, minutos y segundos) y ángulos (grados) principalmente.
El sistema sexagesimal se empleaba sólo formalmente en cálculos numéricos, ya que los nombres de los números en sumerio, acadio y otras lenguas de los numerales no seguían un sistema sexagesimal propiamente dicho, sino que como los numerales de la mayor parte de lenguas del mundo tenían nombres basados en el sistema decimal o vigesimal.
Ciencias y saberes técnicos: ordenando el cosmos desde la tierra
La ciencia en Mesopotamia no surgió como una actividad separada del pensamiento religioso o filosófico, sino como una herramienta esencial para mantener el orden cósmico y social. Para los mesopotámicos, el conocimiento no solo servía para resolver problemas prácticos, sino también para interpretar la voluntad divina y asegurar la armonía entre cielo y tierra.
La escritura cuneiforme permitió registrar datos, elaborar tablas, listas y observaciones sistemáticas. Así nació una tradición erudita, custodiada por escribas y sacerdotes, que abarcaba desde la contabilidad hasta la astronomía, desde la medicina hasta la ingeniería hidráulica.
Muchos de ellos incursionaron en lo que hoy en día llamamos ciencias o matemáticas, legando también importantes conceptos como la Teoría atómica (Demócrito), diversos teoremas matemáticos (Tales de Mileto, Pitágoras, etc.), medicina (Hipócrates), la teoría de los cuatro humores (Empédocles), etc.
Matemáticas: la ciencia del cálculo
Las matemáticas mesopotámicas eran esencialmente prácticas, orientadas a resolver problemas de medición, arquitectura, contabilidad y astronomía. Utilizaban un sistema sexagesimal (base 60), del cual derivan aún hoy nuestras divisiones del tiempo (60 minutos, 360 grados).
Los escribas mesopotámicos manejaban fórmulas para áreas, volúmenes, proporciones y raíces cuadradas. Las tablillas conservadas muestran problemas algebraicos complejos, resolución de ecuaciones de segundo grado y tablas de multiplicar. También aparecen fracciones, conversiones y cálculos de interés, útiles para la economía y la ingeniería.
La matemática y la ciencia mesopotámicas se basaron en un sistema de numeración sexagesimal (base 60). Esta es la fuente de la hora de 60 minutos, el día de 24 horas y el círculo de 360 grados. El calendario sumerio se basó en la semana de siete días. Esta forma de matemática fue instrumental en la creación temprana de mapas. Los babilonios también tenían teoremas sobre cómo medir el área de varias formas y sólidos. Midieron la circunferencia de un círculo como tres veces el diámetro y el área como una doceava parte del cuadrado de la circunferencia, lo que sería correcto si π se fijara en 3. El volumen de un cilindro se tomó como el producto del área de la base y la altura. El tronco de un cono o una pirámide cuadrada se tomó incorrectamente como el producto de la altura y la mitad de la suma de las bases. Además, hubo un descubrimiento reciente en el que una tableta usaba π como 25/8 (3.125 en lugar de 3.14159 ~). Los babilonios también son conocidos por la milla de Babilonia, que era una medida de distancia igual a unas siete millas modernas (11 km). Esta medida de distancias finalmente se convirtió en una milla de tiempo utilizada para medir el viaje del Sol, por lo tanto, representa el tiempo. (16).
Astronomía
Desde la época sumeria, los sacerdotes del templo habían intentado asociar eventos actuales con ciertas posiciones de los planetas y las estrellas. Esto continuó hasta la época asiria, cuando las listas de Limmu se crearon como una asociación de eventos año tras año con posiciones planetarias, que, cuando han sobrevivido hasta nuestros días, permiten asociaciones precisas de relación relativa con datación absoluta para establecer la historia de Mesopotamia.
Los astrónomos babilónicos eran muy expertos en matemáticas y podían predecir eclipses y solsticios. Los estudiosos pensaban que todo tenía algún propósito en astronomía. La mayoría de estos relacionados con la religión y los presagios. Los astrónomos mesopotámicos elaboraron un calendario de 12 meses basado en los ciclos de la luna. Dividieron el año en dos estaciones: verano e invierno. Los orígenes de la astronomía y la astrología datan de esta época.
Durante el siglo VIII y el siglo VII a. C., los astrónomos de Babilonia desarrollaron un nuevo enfoque de la astronomía. Comenzaron a estudiar filosofía sobre la naturaleza ideal del universo primitivo y comenzaron a emplear una lógica interna dentro de sus sistemas planetarios predictivos. Esta fue una contribución importante a la astronomía y la filosofía de la ciencia y algunos estudiosos se han referido a este nuevo enfoque como la primera revolución científica. Este nuevo enfoque de la astronomía fue adoptado y desarrollado en astronomía griega y helenística.
En los tiempos seléucida y parta, los informes astronómicos eran completamente científicos; cuánto antes se desarrollaron sus conocimientos y métodos avanzados es incierto. El desarrollo babilónico de métodos para predecir los movimientos de los planetas se considera un episodio importante en la historia de la astronomía.
El único astrónomo greco-babilónico conocido que apoyó un modelo heliocéntrico de movimiento planetario fue Seleuco de Seleucia (n. 190 a. C.). Seleuco es conocido por los escritos de Plutarco. Apoyó la teoría heliocéntrica de Aristarco de Samos donde la Tierra giraba alrededor de su propio eje que a su vez giraba alrededor del Sol. Según Plutarco, Seleuco incluso probó el sistema heliocéntrico, pero no se sabe qué argumentos usó (excepto que teorizó correctamente sobre las mareas como resultado de la atracción lunar).
La astronomía babilónica sirvió de base para gran parte de la astronomía griega, india clásica, sasánida, bizantina, siria, islámica medieval, asiática central y de Europa occidental. (16).
Astronomía y astrología: leer el cielo
Los mesopotámicos fueron pioneros en la observación del cielo. Desde el tercer milenio a.C., ya llevaban registros de fases lunares, eclipses, solsticios y movimientos planetarios. En el primer milenio a.C., los astrónomos babilonios habían perfeccionado sistemas para predecir fenómenos celestes con gran precisión, incluyendo las órbitas de Venus, Marte y Júpiter.
Pero la astronomía no era solo observacional: se integraba con la astrología, disciplina que interpretaba los signos del cielo como mensajes divinos sobre el destino de los reyes, las cosechas o la guerra. Se desarrollaron complejas tablas astronómicas, como las Efemérides babilónicas, y se fijaron las bases de un zodiaco de doce signos, adoptado más tarde por griegos y romanos.
Medicina: entre el rito y la receta
La medicina mesopotámica era un campo híbrido entre lo empírico y lo mágico. Existían dos tipos de practicantes: los asu, sanadores que aplicaban remedios naturales (plantas, aceites, ungüentos), y los asipu, que recurrían a exorcismos y fórmulas rituales para combatir enfermedades vistas como castigos divinos.
Los textos médicos conservados incluyen diagnósticos, pronósticos y tratamientos. Las enfermedades eran clasificadas según síntomas y localización, y se observaba la evolución de cada caso. Se trataban desde dolores de cabeza y heridas hasta epilepsia, enfermedades del hígado y partos. Aunque no existía un conocimiento anatómico sistemático, hay pruebas de que practicaban intervenciones básicas y cuidados higiénicos.
Los textos babilónicos más antiguos sobre medicina se remontan al antiguo período babilónico en la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo. Sin embargo, el texto médico babilónico más extenso es el Manual de diagnóstico escrito por el ummânū, o erudito principal, Esagil-kin-apli de Borsippa, durante el reinado del rey babilónico Adad-apla-iddina (1069-1046 a. C.)
Junto con contemporánea medicina egipcia, los babilonios introdujeron los conceptos de diagnóstico, el pronóstico, el examen físico, los enemas y las recetas. Además, el Manual de diagnóstico introdujo los métodos de terapia y etiología y el uso del empirismo, la lógica y la racionalidad en el diagnóstico, el pronóstico y la terapia. El texto contiene una lista de síntomas médicos y observaciones empíricas a menudo detalladas junto con las reglas lógicas utilizadas para combinar los síntomas observados en el cuerpo de un paciente con su diagnóstico y pronóstico.
Los síntomas y enfermedades de un paciente fueron tratados a través de medios terapéuticos como vendajes, cremas y píldoras. Si un paciente no podía curarse físicamente, los médicos de Babilonia a menudo confiaban en el exorcismo para limpiar al paciente de cualquier maldición. El Manual de diagnóstico de Esagil-kin-apli se basó en un conjunto lógico de axiomas y suposiciones, incluida la visión moderna de que a través del examen e inspección de los síntomas de un paciente, es posible determinar la enfermedad del paciente, su etiología, su desarrollo futuro, y las posibilidades de recuperación del paciente.
Esagil-kin-apli descubrió una variedad de enfermedades y describió sus síntomas en su Manual de diagnóstico. Estos incluyen los síntomas de muchas variedades de epilepsia y enfermedades relacionadas, junto con su diagnóstico y pronóstico. (16).
Ingeniería hidráulica y técnicas agrícolas
El dominio del agua fue uno de los pilares de la civilización mesopotámica. Se construyeron canales, diques, presas y sistemas de irrigación para aprovechar las crecidas de los ríos. Esta ingeniería requería cálculos precisos, planificación colectiva y un cuerpo técnico bien formado.
En el campo agrícola, se aplicaban técnicas de rotación de cultivos, fertilización natural y calendarización astronómica. También se utilizaron arados tirados por animales, sistemas de almacenamiento y herramientas metálicas. La innovación no era individual, sino el resultado de una transmisión sistemática de saberes a través de las escuelas de escribas y los archivos templarios.
Tecnología, oficios y saber práctico
Los mesopotámicos desarrollaron técnicas notables en metalurgia, cerámica, construcción y navegación fluvial. Fundieron cobre, bronce y hierro, fabricaron vidrios, desarrollaron hornos especializados y construyeron grandes estructuras con ladrillo cocido o adobe.
Muchos de estos conocimientos se transmitían oralmente o por tablillas en los talleres de templos y palacios. La cultura del trabajo estaba estructurada en oficios, gremios y sistemas de aprendizaje progresivo.
Una ciencia en función del orden
En Mesopotamia, la ciencia no era una empresa individual ni abstracta: era una disciplina sagrada al servicio del equilibrio social y cósmico. Los saberes técnicos estaban insertos en redes de poder, religión y escritura. Esta civilización nos legó no solo observaciones precisas y sistemas ingeniosos, sino también una idea esencial: que conocer el mundo es una forma de habitarlo responsablemente.
Literatura
Antes del desarrollo de la literatura, el lenguaje escrito se usaba para llevar las cuentas administrativas de la comunidad. Con el tiempo, se le empezó a dar otros usos, como explicar hechos, citas, leyendas o catástrofes.
La literatura sumeria es la literatura más antigua del mundo.(ver: Electronic Text Corpus of sumeria Literature (en inglés). Los sumerios idearon el primer sistema de escritura, comenzando con logogramas cuneiformes, que evolucionaron a un sistema de escritura silábico. El idioma sumerio se mantuvo en uso oficial y literario en los Imperios Acadio y Babilonio, incluso después de que la lengua hablada desapareciese de la población; la alfabetización estaba extendida, y los textos sumerios que copiaban los estudiantes, ejercieron posteriormente una influencia en la literatura babilónica.
La literatura sumeria no ha llegado hasta nosotros directamente, sino que ha debido de ser redescubierta a través de la arqueología. No obstante, los acadios y babilonios recibieron un gran aporte de la herencia literaria sumeria, cuyas tradiciones contribuyeron a extender por Oriente Medio, aportando, influyendo en gran medida la literatura que surgiría en dicha región, incluyendo la Biblia.
Literatura mesopotámica: memoria, mito y sabiduría en tablillas de arcilla
La literatura mesopotámica es la más antigua del mundo. Antes de que existieran los poemas épicos, los himnos o las sentencias morales, el lenguaje escrito fue creado para satisfacer necesidades administrativas: llevar cuentas de ganado, registrar ofrendas, listar impuestos o distribuir raciones. Sin embargo, a medida que el sistema de escritura cuneiforme evolucionaba, también lo hacía su capacidad expresiva. Muy pronto, las tablillas dejaron de ser simples instrumentos contables y comenzaron a narrar el mundo.
Los sumerios, creadores del primer sistema de escritura conocido, desarrollaron una tradición literaria que sentó las bases de la narrativa, el pensamiento y la religiosidad del Oriente Próximo. Su sistema comenzó con logogramas pictográficos, que más tarde evolucionaron hacia una escritura silábica compleja. Aunque el idioma sumerio dejó de hablarse hacia el segundo milenio a.C., continuó siendo usado como lengua culta y litúrgica durante siglos, al igual que el latín en Europa medieval. Así, la literatura sumeria fue preservada, copiada y transmitida por los escribas acadios y babilónicos, quienes estudiaban y reproducían sus textos en las escuelas (edubba).
Véase también: Literatura Sumeria y Literatura asirio-babilónica.
Inscripción sumeria del siglo XXVI a. C. Desconocido – Enlace. Dominio público.

La literatura sumeria comprende tres grandes temas: mitos, himnos y lamentaciones. Los mitos se componen de breves historias que tratan de perfilar la personalidad de los dioses mesopotámicos: Enlil, principal dios y progenitor de las divinidades menores; Inanna, diosa del amor y de la guerra; o Enki, dios del agua dulce, frecuentemente enfrentado a Ninhursag, diosa de las montañas. Los himnos son textos de alabanza a los dioses, reyes, ciudades o templos. Las lamentaciones relatan temas catastróficos como la destrucción de ciudades o palacios y el resultante abandono de los dioses. (9).
Algunas de estas historias es posible que se apoyasen en hechos históricos como guerras, inundaciones o la actividad constructora de un rey importante, magnificados y distorsionados con el tiempo. (9).
Una creación propia de la literatura sumeria fue un tipo de poemas dialogados basados en la oposición de conceptos contrarios. También los proverbios forman parte importante de los textos sumerios. (17).
Redescubrir el pasado: la arqueología como canal literario
La mayoría de las obras mesopotámicas que conocemos hoy no llegaron a nosotros por transmisión continua, sino que han sido redescubiertas por la arqueología, desenterradas en ruinas como Nippur, Ur, Uruk o Nínive. Los trabajos pioneros en el desciframiento de la escritura cuneiforme han permitido reconstruir epopeyas, himnos, proverbios, mitos de creación, rituales mágicos y reflexiones filosóficas.
El acceso a estas fuentes ha sido facilitado por iniciativas modernas como el Electronic Text Corpus of Sumerian Literature (ETCSL), que recopila, traduce y analiza decenas de textos clave del patrimonio mesopotámico.
Himno a Iddin-Dagan, rey de Larsa. Inscripciones cuneiformes en arcilla en sumerio. Hacia 1950 a. C.
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Religión
Artículo principal: Mitología mesopotámica
Religión mesopotámica: el orden divino como fundamento del mundo
La religión en Mesopotamia fue uno de los pilares fundamentales sobre los que se edificó su civilización. No era simplemente un conjunto de creencias espirituales, sino un sistema de organización total del mundo, que explicaba desde el origen del universo hasta las relaciones políticas, sociales y naturales. En una tierra expuesta a inundaciones, sequías y guerras, los mesopotámicos entendían que la única manera de sobrevivir era mantener el favor de los dioses.
Se trataba de una religión politeísta, mitológica, ritualista y cósmica, donde cada aspecto de la realidad tenía su deidad tutelar. Los elementos naturales —el cielo, el sol, la luna, los ríos, la fertilidad, la guerra, la sabiduría— eran concebidos como manifestaciones vivas de poderes divinos.
Un panteón extenso y jerárquico
Cada ciudad-estado tenía su propio dios protector, a menudo considerado el más importante del universo desde una perspectiva local. No obstante, algunos dioses alcanzaron relevancia panmesopotámica y formaban un núcleo común dentro del panteón:
Anu: dios del cielo y padre de los dioses.
Enlil: señor del aire y las tormentas, custodio del destino humano.
Enki (Ea): dios del agua dulce, la sabiduría y la magia; creador del ser humano.
Nannar (Sin): dios de la Luna, muy venerado en Ur.
Utu (Shamash): dios del Sol y de la justicia.
Inanna (Ishtar): diosa del amor, la fertilidad, la guerra y la estrella Venus.
Ninurta: dios de la agricultura y la caza.
Ereshkigal: reina del inframundo.
Marduk: deidad principal de Babilonia desde el reinado de Hammurabi, símbolo del orden universal.
Con el tiempo, el panteón se fue jerarquizando y adaptando, especialmente tras la unificación bajo Hammurabi en el siglo XVIII a.C., cuando el dios Marduk fue elevado a la supremacía como artífice de la creación, domador del caos primordial (Tiamat) y repartidor de los destinos entre los demás dioses, según narra el poema Enuma Elish.
Templos, sacerdocio y rituales
Los templos (o zigurats) no eran solo centros de culto, sino también centros administrativos, educativos y económicos. Allí trabajaban sacerdotes, astrónomos, escribas y funcionarios que velaban por el equilibrio entre los planos divino y humano. Se ofrecían sacrificios, se organizaban festividades, se consultaban augurios y se recitaban himnos y plegarias.
Los reyes mesopotámicos eran considerados intermediarios entre los dioses y el pueblo, y su legitimidad se basaba en haber recibido el poder de manos de la divinidad tutelar de su ciudad. Toda empresa —ya fuese una guerra, una construcción o una ley— debía estar avalada por los dioses.
El más allá: una sombra del mundo
A diferencia de otras religiones antiguas, la visión mesopotámica del más allá era sombría y sin esperanza. Tras la muerte, el alma descendía a un inframundo polvoriento regido por Ereshkigal, donde los muertos vivían como sombras hambrientas, sin luz ni consuelo. No existía la promesa de recompensa o castigo, sino un destino común para todos.
Sin embargo, la vida religiosa ofrecía un consuelo simbólico y práctico: a través de los ritos, las oraciones y las ofrendas, se buscaba mantener el equilibrio cósmico, atraer la bendición de los dioses y evitar el desastre. En ese sentido, la religión mesopotámica era profundamente funcional: no tanto una vía de salvación como una forma de gestionar lo impredecible.
Religión y cultura: una misma raíz
La influencia de la religión mesopotámica se extendió a todos los ámbitos: el derecho, la arquitectura, la literatura, la astronomía, la medicina. Su mitología dejó huellas en los relatos bíblicos, desde la creación del hombre hasta el diluvio universal, pasando por la torre de Babel.
En definitiva, los mesopotámicos vivían en un mundo donde todo estaba tejido por lo divino, y donde comprender la voluntad de los dioses era el principio de todo saber. Su religión fue, por tanto, una forma de conocimiento, de control del destino y de diálogo con el misterio.
La religión mesopotámica fue una de las más complejas y multifacéticas de la antigüedad, desempeñando un papel central en la vida cotidiana de sus habitantes. Esta civilización, que floreció entre los ríos Tigris y Éufrates, desarrolló un panteón de dioses y diosas que regían todos los aspectos del universo, desde la creación del mundo hasta los fenómenos naturales y la vida humana. La creencia en la divinidad de los elementos naturales, como el sol, la luna, el agua y la tierra, era fundamental en la visión del mundo de los mesopotámicos.
Cada ciudad-estado mesopotámica tenía su propio dios o diosa principal, que era considerado el protector de la ciudad y, a menudo, la deidad más poderosa del panteón local. Entre los dioses más importantes se encontraban Anu, el dios del cielo, Enlil, el dios del viento y la tormenta, y Ea, el dios de la sabiduría y las aguas. Los mesopotámicos creían que los dioses interactuaban constantemente con los seres humanos, influyendo en sus destinos y en los eventos del mundo.
El culto religioso estaba estrechamente ligado a la política y la estructura social. Los reyes eran vistos como intermediarios entre los dioses y los humanos, y su legitimidad se basaba en la protección divina. Los templos, que eran grandes centros religiosos y administrativos, eran los lugares donde se realizaban rituales y sacrificios para apaciguar a los dioses y asegurar la prosperidad de la comunidad.
La religión mesopotámica también incluía una visión del más allá que era menos optimista que otras religiones antiguas. Los mesopotámicos creían que, al morir, los seres humanos descendían a un inframundo sombrío y sin esperanza, gobernado por la diosa Ereshkigal. Sin embargo, la vida religiosa proporcionaba a las personas una forma de buscar la protección divina a través de rituales, oraciones y ofrendas.
En resumen, la religión mesopotámica fue un sistema de creencias profundamente enraizado en la naturaleza, el poder divino y la interacción entre los dioses y los humanos. Los dioses mesopotámicos eran inmensamente poderosos pero también caprichosos, y los rituales religiosos eran una forma de mantener el equilibrio entre lo divino y lo terrenal.
La religión era politeísta; en cada ciudad se adoraba a distintos dioses, aunque había algunos comunes. Entre estos figuran:
- Anu: dios del cielo y padre de los dioses.
- Enki: dios de la sabiduría. Tenía la misión de crear al hombre.
- Nannar: dios de la Luna.
- Utu: dios del Sol (hacia el 5100 a. C. se llamaba Ninurta).
- Inanna: diosa del amor y de la guerra; asociada posteriormente a la diosa Venus.
- Enlil: dios de la agricultura.
En el siglo XVII a. C., el rey Hammurabi unificó el Estado, hizo de Babilonia la capital del imperio e impuso como dios principal a Marduk. Este dios fue el encargado de restablecer el orden celeste, de hacer surgir la tierra del mar y de esculpir el cuerpo del primer hombre antes de repartir los dominios del universo entre los demás dioses.
Algo que caracterizaba a estos dioses era que estaban asociados a distintas actividades; es decir, existían dioses de la ganadería, escritura, confección, etc., lo que hizo que hubiera un panteón muy amplio
Véase: Deidades por atributos.
El alivio de Burney, primera dinastía babilónica, alrededor de 1800 a. C. Foto: Manuel Parada López de Corselas User:Manuel de Corselas ARS SUMMUM, Centro para el Estudio y Difusión Libres de la Historia del Arte.

Filosofía
Aunque Mesopotamia no desarrolló una filosofía sistemática como la que surgiría más tarde en Grecia, sí elaboró formas de pensamiento abstracto, reflexión moral y concepciones sobre el orden del mundo que pueden considerarse protofilosóficas o filosóficamente significativas. A continuación, te presento una sección completa sobre la filosofía mesopotámica, redactada con tu estilo: clara, profunda y orientada a destacar la continuidad entre saberes antiguos y modernos.
Filosofía mesopotámica: sabiduría, destino y orden cósmico
Aunque no puede hablarse de una filosofía mesopotámica en el sentido griego clásico —es decir, como disciplina racional y argumentativa que analiza los principios del ser, el conocimiento o la ética—, los pueblos de Mesopotamia elaboraron una visión del mundo compleja, estructurada y profundamente reflexiva, que permite hablar de una forma de pensamiento filosófico antes de la filosofía.
Su legado incluye reflexiones sobre la condición humana, el sentido del sufrimiento, el destino, la justicia, el orden del cosmos y la naturaleza del poder, expresadas no en tratados teóricos, sino en forma de diálogos, proverbios, himnos, poemas, listas clasificatorias y textos sapienciales.
La filosofía mesopotámica, a diferencia de las tradiciones filosóficas posteriores como la griega, no se desarrolló como un sistema formal de pensamiento en torno a conceptos abstractos, pero sí contenía reflexiones profundas sobre el orden del universo, el destino humano y la moralidad. La visión del mundo mesopotámica estaba estrechamente vinculada a la religión y la mitología, lo que implicaba que muchos de sus principios filosóficos estaban enraizados en la relación entre los seres humanos y los dioses.
Uno de los temas más recurrentes en los textos mesopotámicos es la naturaleza del orden cósmico. Los mesopotámicos creían que el universo estaba gobernado por fuerzas divinas, que mantenían el equilibrio entre el caos y el orden. Este concepto se refleja en la creación del mundo, en el que los dioses luchan contra el caos primordial para establecer un orden que regiría la vida humana. El «Enuma Elish», el poema babilonio de la creación, es un ejemplo claro de esta visión del mundo, donde se establece que la estabilidad cósmica y el bienestar de los seres humanos dependen de la armonía entre los dioses y el cumplimiento de los ritos religiosos.
La moralidad en la filosofía mesopotámica estaba estrechamente relacionada con la obediencia a los dioses y la práctica de la justicia. Los códigos legales, como el Código de Hammurabi, también reflejan esta idea, ya que no solo eran un conjunto de reglas sociales, sino una manifestación del mandato divino para mantener el orden y la equidad en la sociedad. La justicia, entendida como un principio divino, debía ser impartida de manera estricta, y la violación de las leyes a menudo se consideraba una transgresión contra los dioses.
La reflexión sobre el destino humano también fue un tema central. Los mesopotámicos tenían una visión fatalista de la vida, creyendo que el destino de cada persona estaba predeterminado por los dioses. Esto se refleja en la literatura, como el «Épico de Gilgamesh», donde el héroe se enfrenta a la muerte y busca el significado de la vida, pero finalmente se enfrenta a la inevitabilidad de su destino mortal. En este sentido, la filosofía mesopotámica no ofrecía respuestas consoladoras sobre la inmortalidad, sino que promovía la aceptación del destino y la búsqueda de la sabiduría a través de la acción justa y la veneración de los dioses.
En resumen, la filosofía mesopotámica no se desarrolló de manera sistemática como en otras culturas, pero contenía reflexiones profundas sobre el orden cósmico, la justicia y el destino. Estas ideas estaban fuertemente influenciadas por la religión y la mitología, y mostraban una preocupación constante por la relación entre los humanos y las fuerzas divinas que regían el universo.
Las numerosas civilizaciones del área influenciaron las religiones abrahámicas, especialmente la Biblia hebrea. Sus valores culturales y su influencia literaria son especialmente evidentes en el Libro del Génesis.
Giorgio Buccellati cree que los orígenes de la filosofía se remontan a la sabiduría mesopotámica temprana, que encarnaba ciertas filosofías de la vida, particularmente la ética, en forma de dialéctica, diálogos, poesía épica, folclore, himnos, letras, obras en prosa y proverbios. La razón babilónica y la racionalidad se desarrollaron más allá de la observación empírica.
La sabiduría como categoría central
En Mesopotamia, el saber no era una actividad especulativa, sino una virtud práctica y sagrada. El sabio —escriba, sacerdote o astrónomo— era un mediador entre los hombres y los dioses, entre el caos y el orden. La sabiduría (nēmequ) era vista como un don divino, especialmente atribuido al dios Ea (Enki), señor de las aguas profundas y del conocimiento secreto.
Los textos sapienciales recogían consejos sobre la vida justa, la prudencia, el autocontrol, la humildad, el trabajo, el respeto a los dioses y al rey. Esta sabiduría práctica anticipa en muchos aspectos los códigos éticos de tradiciones posteriores, como el Libro de los Proverbios en la Biblia o los diálogos platónicos sobre la virtud.
El destino y la condición humana
Uno de los temas centrales en el pensamiento mesopotámico es el destino (šīmtu). El ser humano es frágil, vulnerable a la muerte, las enfermedades, las sequías o las guerras. El destino es decidido por los dioses en una asamblea celeste, y aunque puede conocerse (mediante augurios, sueños o signos astrales), no puede modificarse.
La Epopeya de Gilgamesh plantea con una hondura filosófica innegable los grandes temas de la existencia: la amistad, la pérdida, la muerte, la búsqueda de sentido y la aceptación de los límites humanos. El héroe, al final de su viaje, no encuentra la inmortalidad, pero sí una forma de sabiduría: comprender que lo que da sentido a la vida es el amor, la ciudad, la justicia y la memoria.
Textos dialógicos y problematización del mal
Existen textos mesopotámicos que adoptan la forma de diálogos filosóficos, comparables en intención —aunque no en método— a los diálogos socráticos. Uno de los más significativos es el «Diálogo del maestro y el discípulo», donde se discuten los valores del conocimiento, la utilidad de la escritura, el valor del trabajo y la dificultad del saber.
También destacan textos como «El justo sufriente» o «El hombre y su dios», que abordan el problema del mal y del sufrimiento inmerecido. En ellos se cuestiona por qué los inocentes sufren, por qué los dioses permiten la desgracia, y cómo mantener la fe en un mundo regido por voluntades divinas invisibles. Estas inquietudes anticipan las reflexiones del Libro de Job, con el que guardan estrecha afinidad temática.
Clasificaciones, listas y pensamiento abstracto
Una de las formas más peculiares del pensamiento mesopotámico es el uso de listas clasificatorias: catálogos de dioses, plantas, animales, profesiones, estrellas, piedras o palabras. Lejos de ser simples inventarios, estas listas reflejan una visión ordenada y jerárquica del universo, donde cada cosa ocupa un lugar. Constituyen el germen de un pensamiento taxonómico y lógico, que sirvió como base para el desarrollo de saberes como la medicina, la astronomía y la lexicografía.
Conclusión: una sabiduría para el equilibrio
La filosofía mesopotámica no se presentó como un sistema abstracto ni como un ejercicio libre del pensamiento, sino como un esfuerzo por comprender el mundo, aceptar sus límites y actuar en armonía con el orden universal. Fue una sabiduría al servicio del equilibrio social, de la justicia, del ritual y del sentido. En sus textos resuenan preguntas eternas: ¿por qué nacemos? ¿por qué morimos? ¿cuál es el papel de los dioses? ¿qué significa vivir bien?
Y aunque no respondieron con silogismos ni escuelas filosóficas, sus respuestas siguen hablándonos, con la fuerza silenciosa de las tablillas enterradas y recuperadas miles de años después.
Estatuilla de la diosa desnuda de pie, siglo I a. C. – siglo I d. C. Dianazh – Trabajo propio. CC BY-SA 4.0.

La forma más temprana de lógica fue desarrollada por los babilonios, especialmente en la rigurosa naturaleza no ergódica de sus sistemas sociales. El pensamiento babilónico era axiomático y es comparable a la «lógica ordinaria» descrita por John Maynard Keynes. El pensamiento babilónico también se basaba en una ontología de sistemas abiertos que es compatible con los axiomas ergódicos. La lógica se empleó hasta cierto punto en la astronomía y medicina babilónicas.
El pensamiento babilónico tuvo una influencia considerable en los principios de la antigua filosofía griega y helenística. En particular, el texto babilónico Diálogo del pesimismo contiene similitudes con el pensamiento agonista de los sofistas, la doctrina heracliteana de la dialéctica y los diálogos de Platón, así como un precursor del método socrático. El filósofo jónico Tales fue influenciado por las ideas cosmológicas de Babilonia.
Lenguas
La civilización mesopotámica fue extraordinariamente multilingüe y multicultural desde sus inicios. A lo largo de más de tres milenios de historia, diferentes lenguas se hablaron, escribieron y coexistieron en el territorio comprendido entre el Tigris y el Éufrates. Estas lenguas no solo fueron medios de comunicación, sino vehículos de poder, religión, literatura y ciencia. Gracias a la escritura cuneiforme, muchas de ellas han llegado hasta nosotros, grabadas en miles de tablillas de arcilla que testimonian la riqueza lingüística de la antigua Mesopotamia.El desarrollo temprano de la agricultura en la región pudo haber permitido que numerosos pequeños grupos humanos se expandieran independientemente por la región, causando que la diversidad lingüística de esta fuera inicialmente muy grande. Esta situación contrasta con la que se presenta cuando grupos humanos agrícolas con una tecnología superior penetran en un territorio menos densamente poblado por poblaciones seminómadas, lo que da lugar a una diversidad mucho menor, como lo acontecido en Europa con la entrada de los pueblos indoeuropeos.
En Mesopotamia se reconocen dos grandes familias lingüísticas: la indoeuropea (cuya presencia se debe a varias olas, por lo que existen lenguas de diferentes ramas) y la semítica (de la que se testimonian dos ramas). Junto con estas existe un número importante de lenguas aisladas (sumerio, elamita) o cuasiaisladas (hurrita-uratiano), y un número de lenguas mal documentadas cuya filiación no puede precisarse adecuadamente (casita, hatti, kaskas). Muchas de las lenguas aisladas, cuasi-aisladas y no clasificadas parecen tener rasgos ergativos, lo cual las acerca tipológicamente a algunas lenguas caucásicas aunque esto no es prueba de parentesco, ya que dichos rasgos podrían ser muestra de que en el pasado habría existido un área lingüística.
Sumerio: la lengua pionera
El sumerio es la lengua más antigua documentada en la historia de la humanidad. Se hablaba en el sur de Mesopotamia (Sumer) desde el cuarto milenio a.C., y fue la primera en utilizarse con escritura cuneiforme. No pertenece a ninguna familia lingüística conocida (es una lengua aislada), y su gramática presenta características únicas, como el uso del verbo ergativo y una estructura aglutinante.
Aunque el sumerio dejó de hablarse como lengua viva hacia el 2000 a.C., continuó utilizándose durante siglos en contextos litúrgicos, administrativos y escolares, de forma similar al latín medieval. Los escribas de las épocas acadia, babilónica y asiria seguían aprendiendo sumerio en sus escuelas (edubba), copiando textos clásicos y transmitiendo un legado cultural que superaba las fronteras lingüísticas.
Acadio: la lengua semítica de la administración
El acadio, una lengua semítica emparentada con el hebreo y el árabe, comenzó a difundirse en Mesopotamia hacia el tercer milenio a.C., con la llegada de pueblos semitas como los acadios, amorreos y asirios. A diferencia del sumerio, el acadio fue una lengua de amplia difusión hablada por varios pueblos, y se dividió en dos principales dialectos:
Asirio, hablado en el norte (Asiria).
Babilonio, hablado en el sur (Babilonia).
Durante muchos siglos, el acadio fue la lengua diplomática, administrativa y literaria de Mesopotamia. Fue la lengua oficial del Imperio Acadio, del Imperio Babilónico y del Imperio Asirio, y su uso se extendió incluso fuera de la región: en Egipto, Anatolia y Canaán se han encontrado tablillas en acadio usadas como lengua franca para la diplomacia (como las Cartas de Amarna).
El acadio fue escrito con el sistema cuneiforme adaptado del sumerio, lo cual supuso una compleja correspondencia entre fonemas semíticos y signos pensados para una lengua aglutinante. Sin embargo, los escribas lograron desarrollar una técnica brillante para su uso multilingüe.
Lenguas en contacto y legado lingüístico
Además de sumerio y acadio, en Mesopotamia coexistieron otras lenguas:
Elamita: hablada al este, en el actual Irán.
Hurrita: en el norte y nordeste, hablada por un pueblo no semita.
Cassita (casita): poco conocida, pero empleada en nombres personales y títulos durante su dominio en Babilonia.
Arameo: desde el siglo IX a.C., se extendió como lengua popular y comercial. Bajo el dominio persa, se convirtió en lengua oficial del Imperio aqueménida.
Con el tiempo, el acadio fue desplazado por el arameo, más sencillo y adaptado al alfabeto lineal. A finales del primer milenio a.C., tanto el acadio como el sumerio habían dejado de usarse activamente, aunque sus textos seguían copiándose en los centros cultos.
Un legado de palabras y estructuras
El sistema cuneiforme permitió a los pueblos mesopotámicos mantener su memoria y su identidad más allá de las fronteras étnicas o lingüísticas. Su legado no es solo textual: muchas ideas, palabras y estructuras mentales del mundo semítico y occidental tienen su raíz en este multiverso lingüístico. Gracias a la labor paciente de los filólogos modernos, estas lenguas perdidas han vuelto a hablar.
Las lenguas mesopotámicas fueron mucho más que herramientas de comunicación: fueron formas de pensar, maneras de organizar el mundo, de nombrar lo invisible, de preservar lo valioso y de relacionarse con los dioses y con el pasado. En sus tablillas aún resuena la voz de una civilización que escribió para no ser olvidada.
Festivales y ceremonias: el ritmo sagrado del tiempo
En la vida mesopotámica, el tiempo no era una simple secuencia de días, sino una estructura simbólica profundamente ligada al mundo divino. Las festividades religiosas marcaban los ciclos del año, conectaban a las comunidades con sus dioses y daban sentido colectivo a la existencia. A través de las ceremonias, se celebraba la fertilidad, se renovaban los poderes del rey, se invocaba la protección divina y se afirmaba el orden cósmico.
Los festivales eran momentos de ruptura con la rutina diaria, donde el mundo humano se abría al plano sagrado. Involucraban procesiones, himnos, danzas, banquetes, sacrificios y rituales teatrales, todos cuidadosamente prescritos y supervisados por los templos y sus sacerdotes.
Los antiguos mesopotámicos tenían ceremonias cada mes. El tema de los rituales y festivales de cada mes estuvo determinado por al menos seis factores importantes:
- La fase lunar (una luna creciente significaba abundancia y crecimiento, mientras que una luna menguante se asociaba con el declive, la conservación y los festivales del inframundo)
- La fase del ciclo agrícola anual
- Equinoccios y solsticios
- El mito local y sus patrones divinos
- El éxito del monarca reinante
- The Akitu, o Festival de Año Nuevo (primera luna llena después del equinoccio de primavera)
- Conmemoración de eventos históricos específicos (fundación, victorias militares, festividades del templo, etc.)
El Akitu: fiesta del año nuevo y renovación del cosmos
La más importante de todas las celebraciones mesopotámicas era el Akitu, o festival del año nuevo, celebrado en primavera (marzo-abril) en honor al dios Marduk en Babilonia, y en otras ciudades con sus respectivos dioses tutelares. Esta festividad duraba entre 11 y 12 días, y simbolizaba el renacimiento del mundo, el regreso del orden tras el caos del invierno.
Durante el Akitu se escenificaba el mito de la creación y la victoria de Marduk sobre las fuerzas del caos (Tiamat), tal como se narraba en el poema Enuma Elish. El rey debía someterse a un ritual de humillación y renovación: era despojado de sus insignias, golpeado levemente por el sumo sacerdote y luego reafirmado en su papel como elegido del dios. Esta ceremonia aseguraba que la realeza mantenía el favor divino y que el universo seguía funcionando según el plan sagrado.
Festividades agrícolas y estacionales
La religión mesopotámica era profundamente agrícola y astronómica. Las principales fiestas se alineaban con las estaciones: siembra, cosecha, llegada de las lluvias, inundaciones y cambios lunares. Las ceremonias incluían procesiones con imágenes divinas, ofrendas de los primeros frutos y rituales para asegurar la fertilidad de la tierra y la continuidad de los ciclos vitales.
Muchas de estas festividades estaban ligadas a dioses como:
Dumuzi (Tammuz): dios pastor y esposo de Inanna, cuya muerte y resurrección simbólica representaban el ritmo estacional.
Inanna (Ishtar): diosa de la fertilidad, el amor y la guerra, asociada a celebraciones de primavera y a rituales eróticos sagrados.
Ritos de coronación y entronización real
La entronización de un nuevo rey no era un mero acto político, sino un rito de gran trascendencia religiosa. El soberano debía ser aprobado por los dioses, purificado ritualmente, y recibir los símbolos del poder: la corona, el cetro, el anillo y la vara de mando.
Durante el proceso, el nuevo rey realizaba ofrendas, visitaba los templos principales y participaba en actos públicos que vinculaban su autoridad con el orden divino. En algunos casos, el ritual incluía la dramatización de combates sagrados o la renovación de los votos ante la estatua del dios principal de la ciudad.
Ritos funerarios y conmemoraciones de los muertos
La muerte era vista como un paso al inframundo, y requería una serie de ceremonias para garantizar el tránsito del alma y su correcta ubicación en el más allá. Las familias ofrecían alimentos, libaciones y plegarias a los espíritus de los antepasados, a menudo en fechas fijas del calendario. Estas prácticas buscaban proteger a los vivos de la ira de los muertos no honrados y mantener el equilibrio entre ambos mundos.
Celebraciones locales y fiestas urbanas
Cada ciudad tenía sus propios días festivos ligados a su deidad patrona. Las imágenes de los dioses eran sacadas en procesión, vestidas, perfumadas y llevadas a visitar otros templos o incluso a otras ciudades. Estas fiestas reforzaban la identidad urbana, movilizaban a toda la población y reafirmaban la centralidad del templo como núcleo de la vida comunitaria.
Un calendario sagrado
En conjunto, los festivales y ceremonias mesopotámicas conformaban un calendario litúrgico que estructuraba el tiempo, marcando el paso de las estaciones, los ciclos del poder y las relaciones entre humanos y dioses. A través de estos actos rituales, los mesopotámicos no solo celebraban, sino que recreaban el mundo, asegurando que el orden establecido por los dioses continuara vigente generación tras generación.
Alabastro con ojos de concha, adorador masculino de Eshnunna, 2750–2600 a. C. Foto: Rosemaniakos de Bejing (hometown) – Flickr. CC BY-SA 2.0.

Música
Artículo principal: Música de Mesopotamia
Música, juegos y vida familiar: lo cotidiano en el corazón de Mesopotamia
Más allá de los templos, los palacios y las campañas imperiales, la civilización mesopotámica fue también un mundo de sonidos, afectos, celebraciones domésticas y rutinas cotidianas. Las fuentes arqueológicas y literarias nos permiten entrever cómo vivían, jugaban, se relacionaban y celebraban la vida los antiguos habitantes del “país entre ríos”.
Aunque los documentos conservados se centran en asuntos religiosos, políticos o económicos, en sus márgenes se perciben las voces de las familias, los ecos de la música y el bullicio de las plazas y mercados. En ellos se revela una sociedad viva, plural y profundamente humana.
Música de Mesopotamia fue una expresión historiográfica para referirse a la historia de la música de la antigua civilización mesopotámica. Para la producción musical contemporánea de la región se suele emplear música de Irak o, genéricamente, música árabe.
(Ver ref: Mendoza, Dr Adalberto García de (2 de enero de 2015). «XXVIII». Enciclopedia musical. Palibrio. ISBN 9781463396497. Consultado el 20 de octubre de 2016.)
La zona entre los ríos Tigris y Éufrates ( en griego «Mesopotamia») ha sido desde el Neolítico un territorio de gran riqueza y diversidad cultural. Cada una de las civilizaciones que tuvieron allí presencia dejó su poso cultural y sus influencias musicales. En el 4000 a. C. se establecieron los sumerios, luego los acadios o babilonios, los asirios y también los hititas, casitas, elamitas y persas hasta que finalmente se produjo la entrada de Alejandro Magno en Babilonia en el 300 a. C.
Asimismo, Mesopotamia ha sido centro de influencia para multitud de pueblos y civilizaciones: hititas, frigios, fenicios, israelitas, egipcios, griegos, persas, tribus indoeuropeas, árabes y los pueblos de la India antigua. La música de Mesopotamia, sobre todo sus instrumentos, se hallan en esos países aunque a veces considerablemente modificados, del mismo modo que también nos encontramos con influencias en sentido contrario.
Las fuentes que nos permiten el conocimiento de la música y los instrumentos de estos pueblos son tanto documentos literarios como reproducciones artísticas de instrumentos (pictóricas o escultóricas), así como algunos excepcionales casos de hallazgos arqueológicos de los propios instrumentos. Incluso se ha encontrado documentos que conservan la notación musical babilónica.
(Ver ref: Córdoba, Joaquín (20 de marzo de 1996). Genio de oriente. Ediciones AKAL. p. 67.)
Algunas canciones fueron escritas para los dioses, pero muchas fueron escritas para describir eventos importantes. Aunque la música y las canciones divertían a los reyes, también las disfrutaban personas comunes a quienes les gustaba cantar y bailar en sus hogares o en los mercados. Se cantaron canciones a los niños que las transmitieron a sus hijos. Así, las canciones se transmitieron a través de muchas generaciones como una tradición oral hasta que la escritura fue más universal. Estas canciones proporcionaron un medio para transmitir a través de los siglos información muy importante sobre eventos históricos.
El Oud (en árabe: العود) es un pequeño instrumento musical de cuerda utilizado por los mesopotámicos. El registro pictórico más antiguo del Oud se remonta al período Uruk en el sur de Mesopotamia hace más de 5000 años. Está en un sello cilíndrico actualmente alojado en el Museo Británico y adquirido por el Dr. Dominique Collon. La imagen muestra a una mujer agachada con sus instrumentos en un bote, jugando con la mano derecha. Este instrumento aparece cientos de veces a lo largo de la historia mesopotámica y nuevamente en el antiguo Egipto a partir de la dinastía XVIII en variedades de cuello largo y corto. El oud es considerado como un precursor de los europeos laúd. Su nombre se deriva de la palabra árabe العود al-‘ūd ‘the wood’, que es probablemente el nombre del árbol del que se hizo el oud. (El nombre árabe, con el artículo definido, es la fuente de la palabra ‘laúd’).
La música: lenguaje sagrado y festivo
La música en Mesopotamia tenía un papel destacado tanto en el ámbito religioso como en el civil. Se utilizaba en rituales, procesiones, banquetes, funerales y celebraciones populares. Los músicos eran profesionales altamente considerados, y a menudo estaban vinculados a los templos.
Los instrumentos documentados incluyen:
Liras y arpas de distintos tamaños (como la célebre lira de Ur).
Flautas y oboes de caña.
Tambores y panderos.
Sistro y címbalos de metal.
Campanillas y cascabeles usados en rituales.
La música estaba estrechamente ligada al canto sagrado y la recitación de himnos, que se interpretaba de forma melódica y rítmica. También existía música profana, para el entretenimiento en banquetes o fiestas urbanas.
Juegos, juguetes y entretenimiento
Los juegos eran parte esencial de la vida, tanto en niños como en adultos. Se han hallado tableros de juegos (como el Juego Real de Ur), dados de múltiples caras, fichas y peones, lo que indica una cultura lúdica desarrollada.
Los niños disponían de juguetes como muñecas de arcilla, carros en miniatura, sonajeros y figuras de animales. Los juegos de mesa reflejaban no solo ocio, sino también pensamiento estratégico y quizás valores rituales o pedagógicos.
Instrumentos de cuerda
- La lira o Kitara se considera el instrumento nacional sumerio. Ya se le representa a finales del cuarto milenio precristiano. Se hallaron preciosas liras, adornadas con oro, plata y placas de concha con profusión de ilustraciones, en las tumbas reales de Ur I. Estas primitivas liras sumerias son tan grandes que se apoyaban en el suelo (lira de pie sumerio). Su caja de resonancia se construía en forma de toro(símbolo de la fertilidad). Más tarde esa forma se estilizó, pero la cabeza de toro quedó como ornamento con barra delantera (columna). El ejecutante se sentaba ante el instrumento y tocaba las cuerdas con ambas manos. En las reproducciones, el número de estas cuerdas oscila entre 4, 5 y 7, y en los instrumentos hallados, también entre 8 y 11. Las cuerdas se aseguraban al travesaño mediante clavijas, y pasaban sobre un puente hacia la caja de resonancia. Están dispuestas con una inclinación hacia el ejecutante, a fin de que éste pudiese alcanzarlas todas. La lira de pie se convirtió luego en lira de mano, cuya primera imagen reproducida procede de la época babilónica (1800 AC).
- El arpa, (véase Arpa de Ur), ya la encontramos en la época sumeria. La caja de resonancia y el cordal forman una unidad en forma de arco (arpa de arco), o bien se enlazan en un ligero acodamiento(arpa de arco acodada). Según el modelo se la sostenía en forma vertical u horizontal. Las arpas tenían de 4 a 7 cuerdas. Los asirios conocían sobre todo el arpa de ángulo. Su caja de resonancia se halla en la parte superior, y el cordal se halla formando ángulo agudo con ella; su número de cuerdas es elevado.
- El laúd se denomina, en sumerio, pantur, y en griego pandura, es decir pequeño arco musical. Su existencia está documentada en reproducciones babilónicas del segundo milenio precristiano, casi siempre en manos femeninas, pero lo está de igual modo entre los asirios. Llama la atención su largo cuello (laúd de cuello largo) con diapasón, sobre el cual corren de 2 a 3 cuerdas, y su pequeño cuerpo de resonancia, sobre el cual se halla tendido un parche, en forma de media calabaza (también de piel de mandarina roja).
Instrumentos de viento
- Flauta, su existencia se halla demostrada desde tiempos primitivos. Se denomina gi-bu, “tubo largo”, no tiene embocadura, y se sostenía en posición casi vertical. Además existen flautas de orificios digitados.
- Chirimías, la chirimía doble, formada por dos tubos construidos de plata, de igual longitud y sin boquilla y de 4 orificios digitados cada uno. Algunas se hallaron en las tumbas de Ur I.La chirimía es un instrumento musical de viento-madera parecido al oboe y de doble lengüeta, trabajada antiguamente de forma grosera y labrada con nueve agujeros laterales, de los que únicamente seis están destinados a taparse por medio de los dedos
- Las trompetas rectas al igual que las trompetas en espiral, sólo aparecen en el período asirio. Seguramente se las empleaba como instrumentos de señales en el ejército.
Instrumentos de percusión
Sonajas,varillas entrechocadas, sistros en forma de U, campanas de bronce y platillos de mano.
Una peculiaridad la constituyen los grandes timbales de caldero de metal. También conocían el pequeño tambor cilíndrico, que se llevaba verticalmente delante del vientre, y también horizontalmente en caso de tener dos parches, en cuyo caso se golpeaba de ambos lados con las manos, el pequeño tambor de marco (pandereta) y un gran tambor de marco o bombo (de un diámetro aproximado de 1.50 a 1.80 metros), de dos parches, percutido por dos ejecutantes. Este último instrumento es, presumiblemente, de origen asiático. A menudo estaba coronado por una pequeña figura erguida.
Vida familiar: estructuras y afectos
La familia era la unidad básica de la sociedad mesopotámica. Las casas eran sencillas pero organizadas: construidas en torno a patios, con zonas de almacenamiento, cocina y dormitorios. El padre ejercía la autoridad legal, pero las mujeres podían administrar bienes, firmar contratos y en ocasiones heredar propiedades.
El matrimonio era un contrato legal, acompañado de una dote y de cláusulas sobre la fidelidad, la descendencia y la manutención. La maternidad tenía gran importancia, y el nacimiento era celebrado con rituales protectores. También había normas específicas para el divorcio y la adopción.
Los niños eran educados en casa o en escuelas (para los varones), donde aprendían a leer, escribir y contar. La educación era dura, pero prestigiosa: los escribas eran parte de la élite intelectual. Las mujeres, aunque limitadas por las estructuras patriarcales, podían ser sacerdotisas, comerciantes o gestoras del hogar con autonomía.
Celebraciones domésticas y rituales de paso
Además de los grandes festivales públicos, las familias celebraban rituales privados en fechas importantes: nacimientos, bodas, primeros días de escuela, funerales o rituales de protección frente a enfermedades. Las figuras protectoras, como los lamasu o los amuletos con inscripciones mágicas, eran comunes en los hogares.
En torno al hogar y la mesa giraba gran parte de la vida cotidiana. Las comidas eran momentos de sociabilidad y afecto, con alimentos como pan, cerveza, dátiles, legumbres y ocasionalmente carne. La vida familiar era, en definitiva, el espacio donde se entrelazaban el trabajo, la educación, la devoción y el afecto.
Lo humano en lo eterno
En las ruinas de tablillas y templos, también late la vida cotidiana de los mesopotámicos: sus canciones, sus juegos, sus cenas, sus miedos, sus oraciones familiares. Al explorar estas dimensiones más íntimas y afectivas, la civilización mesopotámica deja de ser solo una gran cultura del pasado para convertirse en un espejo lejano y profundo de nuestras propias formas de vivir.
Liras de Ur
Las liras de Ur, también llamadas arpas de Ur, están consideradas como los instrumentos de cuerda más antiguos. Datan del año 2400 a. C. y fueron elaborados en época de la civilización sumeria, que se considera la primera y más antigua civilización de la historia, que se extendió por el sur de Mesopotamia, en la zona de los ríos Tigris y Éufrates (actual Irak). Concretamente forma parte del Período Dinástico Arcaico, un período arqueológico de la historia de Mesopotamia entre el año 3000 a. C. y el 2334 a. C.
Liras de Ur, expuestas en el Museo Británico. Foto: Osama Shukir Muhammed Amin FRCP(Glasg). CC BY-SA 4.0.

En 1929, durante unas excavaciones llevadas a cabo por el arqueólogo británico Leonard Woolley, en las «tumbas reales de Ur», fueron halladas tres liras y un arpa. Dos de ellas formaban parte del ajuar funerario situado en la tumba de la reina Puabi, que forman parte de las ruinas de la antigua ciudad sumeria de Ur, ubicadas cerca de la ciudad de Tell el-Mukayyar, a 16 km de Nassiriya, en Irak.
La «Lira Dorada» o «Lira del Toro» está considerada la más elegante, y fue guardada en el Museo Nacional de Irak hasta el año 2003, cuando fue prácticamente destruida durante la invasión. Una réplica fue reconstruida gracias a la ayuda internacional y la colaboración de entidades como la Universidad de Loughborough o el instituto West Dean College. De la lira original fue recuperada la cabeza de toro.
Ver fuente: BBC Mundo (1 de agosto de 2005). «Recrean arpa antiquísima».
La «Lira de la Reina» fue una de las dos halladas junto a la reina Puabi, y se conserva en el Museo Británico.
Un arpa en forma de barco y otra lira con una cabeza de toro de oro (similar a las de la reina) se guardan en el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pensilvania.
Detalle de la cabeza de toro que decora una de las liras, encontrada en la tumba de la reina Puabi en Ur.
Puabi, Nin Puabi («nin» o «eresh», una palabra sumeria que puede denotar a una reina o sacerdotisa) o Pu-Abi (traducido del acadio como «Palabra de mi padre» y también llamada Shubad por una errónea interpretación de Charles Leonard Woolley) fue una reina de la ciudad sumeria de Ur que fue enterrada en su cementerio real.
Vivió durante la primera dinastía de Ur, en el siglo XXVI a. C., pero su estatus de «reina» está en discusión pues pudo ser, simplemente, una sacerdotisa. También esta en consideración su condición de «Rehén» de la alta nobleza acadia, ya que el nombre «Palabra de mi Padre» sugiere tal condición. En varios sellos cilíndricos encontrados en su tumba se la identifica por el título de NIN o «eresh», palabra sumeria para «señora», que puede identificar lo mismo a una reina que a una sacerdotisa o tener al mismo tiempo, los dos roles, uniendo el poder político al religioso, como sucedía a menudo en las primeras civilizaciones.
El hecho es que Puabi, una acadia semítica, fue una importante figura entre los sumerios, lo que indica un alto grado de intercambio cultural e influencia entre los antiguos sumerios y sus vecinos semitas.

- Sala de la antigua sumeria en el Museo Nacional de Irak.
- Artículo de la cadena inglesa BBC publicado el 1 de agosto de 2005
- Asimov, Isaac (1986). «Los sumerios – La guerra». El Cercano Oriente. Madrid: Alianza Editorial. ISBN 978-84-206-3745-7.
- Margueron, Jean-Claude (2002). «La época del Dinástico Arcaico». Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra. ISBN 84-376-1477-5.
- Margueron, Jean-Claude (2002): «La época del Dinástico Arcaico», en Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra, 2002. ISBN 84-376-1477-5
- Margueron, Jean-Claude (2002). Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra. ISBN 84-376-1477-5.
Juegos
La caza era popular entre los reyes asirios. El boxeo y la lucha aparecen con frecuencia en el arte, y alguna forma de polo era probablemente popular, con hombres sentados sobre los hombros de otros hombres en lugar de sobre caballos. También jugaron majore, un juego similar al rugby deportivo, pero con una pelota de madera. También jugaron un juego de mesa similar al senet y al backgammon, ahora conocido como el «Juego Real de Ur «.
Juegos en Mesopotamia: ocio, estrategia y símbolos del destino
En la antigua Mesopotamia, el juego no era simplemente una forma de entretenimiento: era una actividad social, pedagógica y simbólica que abarcaba desde la infancia hasta la vida adulta. Gracias a los hallazgos arqueológicos —en especial en tumbas reales y contextos urbanos—, sabemos que los mesopotámicos jugaban, y que sus juegos estaban estrechamente vinculados con el azar, la estrategia, el aprendizaje y, en ocasiones, incluso con lo sagrado.
El Juego Real de Ur: entre la suerte y el ritual
Uno de los juegos más célebres y antiguos del mundo es el llamado “Juego Real de Ur”, descubierto en la tumba de un noble en la ciudad sumeria de Ur (datado hacia 2600 a.C.). El tablero, decorado con incrustaciones de conchas, lapislázuli y piedra roja, presenta una forma rectangular con dos zonas diferenciadas y un patrón simétrico de casillas.
Se jugaba con fichas y dados tetraédricos, y aunque las reglas exactas han sido objeto de debate, investigaciones modernas sugieren que era una combinación de azar y estrategia parecida a los actuales juegos de carrera (como el backgammon).
Lo fascinante es que este juego no era solo un pasatiempo: existen indicios de que podía tener un valor simbólico o religioso, posiblemente vinculado al tránsito del alma en el más allá o a la lucha entre el orden y el caos. Algunas versiones posteriores del juego incluyen inscripciones con augurios sobre la suerte del jugador.
Juegos de dados y tableros
Se han encontrado numerosos dados de múltiples caras (generalmente tetraédricos o cúbicos) en yacimientos mesopotámicos, así como fichas redondas, peones cónicos y tableros con marcas geométricas. Estos elementos indican que los juegos eran populares en distintos estratos sociales, desde los palacios hasta las casas comunes.
Los juegos servían también para educar en cálculo, paciencia, pensamiento táctico y control del azar. En contextos escolares, algunos juegos pudieron tener un valor didáctico, complementando la formación de los jóvenes escribas.
Juguetes y entretenimiento infantil
Los niños mesopotámicos disponían de una gran variedad de juguetes, muchos de ellos lúdicos pero también funcionales: muñecas de arcilla con articulaciones, carros en miniatura, silbatos, sonajeros, figuras de animales, pequeños arcos y flechas, y versiones infantiles de herramientas de adultos.
Jugar era una forma de prepararse para la vida adulta, pero también un espacio de libertad e imaginación. No todo el saber mesopotámico pasaba por el aula o el templo: también se transmitía entre hermanos, en las calles y en los patios.
El juego como reflejo del destino
En muchas culturas antiguas, el azar tenía un valor religioso. En Mesopotamia, lanzar dados o mover fichas no era solo entretenimiento: podía interpretarse como una forma de interrogar el destino, un eco de los sistemas de adivinación más formales como la hepatoscopía (lectura del hígado) o la astrología.
La línea entre juego, rito y profecía era difusa. Algunos textos asirios relacionan los resultados del juego con signos del porvenir o con decisiones importantes, lo que sugiere que ciertos juegos eran, en determinadas circunstancias, también instrumentos oraculares.
Un legado lúdico milenario
Los juegos mesopotámicos, aunque rudimentarios en apariencia, fueron estructuras simbólicas complejas: reproducían el conflicto, el movimiento, la espera, la pérdida y la victoria. Enseñaban a manejar el tiempo, a aceptar la incertidumbre, a tomar decisiones. Al jugar, los mesopotámicos recreaban en miniatura el gran tablero del mundo.
Y aunque las reglas se han perdido en el polvo de los milenios, los tableros, dados y peones siguen hablándonos: del ingenio humano, del placer de competir y de la necesidad universal de imaginar que, entre el azar y la estrategia, hay siempre una jugada posible.
Vida Familiar
Mesopotamia, como lo demuestran los sucesivos códigos legales, los de Urukagina, Lipit Ishtar y Hammurabi, a lo largo de su historia se convirtió cada vez más en una sociedad patriarcal, en la que los hombres eran mucho más poderosos que las mujeres. Por ejemplo, durante el primer período sumerio, el «en», o sumo sacerdote de dioses masculinos era originalmente una mujer, la de las diosas femeninas, un hombre. Thorkild Jacobsen, así como muchos otros, ha sugerido que la sociedad mesopotámica primitiva estaba gobernada por un «consejo de ancianos» en el que hombres y mujeres estaban igualmente representados, pero que con el tiempo, a medida que el estatus de las mujeres disminuía, el de los hombres aumentaba. En cuanto a la escolarización, solo los hijos reales y los hijos de los ricos y profesionales, como los escribas, los médicos y los administradores del templo, asistieron a la escuela. A la mayoría de los niños se les enseñó el oficio de su padre o aprendieron otro distinto, mientras que las niñas tuvieron que quedarse en casa con sus madres para aprender a limpiar, cocinar y cuidar a los niños más pequeños. Algunos niños ayudarían a triturar granos o limpiar pájaros. Inusualmente para ese período histórico, las mujeres de Mesopotamia tenían derechos. Podían poseer propiedades y, si tenían una buena razón, divorciarse.
El mercado matrimonial babilónico del pintor del siglo XIX Edwin Long. Edwin Long – Originally from en.wikipedia; description page is/was here. Dominio público.

Ritos funerarios en Mesopotamia: despedir al alma, proteger a los vivos
En la antigua Mesopotamia, la muerte no era solo el final de la vida terrenal, sino una transición delicada hacia un mundo subterráneo sombrío y polvoriento, gobernado por fuerzas invisibles. Los mesopotámicos concebían el más allá como un lugar sin retorno, sin recompensas ni castigos, pero donde era necesario acompañar al difunto con rituales específicos para asegurar su tránsito correcto y evitar que su espíritu se convirtiera en una amenaza para los vivos.
Cientos de tumbas han sido excavadas en distintas partes de Mesopotamia, revelando información sobre los hábitos de entierro mesopotámico. En la ciudad de Ur, la mayoría de las personas fueron enterradas en tumbas familiares debajo de sus casas, junto con algunas posesiones. Se han encontrado algunos envueltos en esteras y alfombras. Los niños fallecidos fueron puestos en grandes «frascos» que fueron colocados en la capilla de la familia. Se han encontrado otros restos enterrados en cementerios comunes de la ciudad. Se han encontrado 17 tumbas con objetos muy preciosos en ellas. Se supone que se trataba de tumbas reales. Rico de varios períodos, se ha descubierto que han buscado entierro en Baréin, identificado con Dumemun sumerio.
El inframundo: la casa sin retorno
La visión mesopotámica del más allá era pesimista. Al morir, el alma (o etemmu) descendía a un inframundo tenebroso conocido como la “Tierra sin retorno”, regido por la diosa Ereshkigal y vigilado por espíritus y demonios.
Allí, las almas vagaban como sombras hambrientas y sedientas, sin luz ni alegría. Para apaciguar su destino, los vivos debían realizar ritos funerarios adecuados. Un difunto mal enterrado o sin ceremonia podía convertirse en un edimmu, un espíritu errante y vengativo que traía enfermedad o desgracia a su familia.
Rituales de entierro: cuidado del cuerpo y del alma
Los entierros variaban según la época y el estatus social, pero seguían un patrón común. El cuerpo se lavaba, ungía y envolvía en telas. Se depositaba generalmente en posición fetal dentro de sarcófagos de arcilla, urnas o tumbas excavadas en el suelo, a menudo en el patio de la vivienda familiar. También existían enterramientos en tumbas abovedadas o criptas colectivas para personas de alto rango.
Junto al difunto se colocaban ofrendas: alimentos, utensilios, amuletos, joyas y objetos personales. En algunos casos se añadían figuras protectoras o tablillas con inscripciones mágicas para proteger al alma durante su paso al otro mundo.
Las familias celebraban un banquete funerario, que tenía doble función: despedir al difunto y establecer un nuevo vínculo entre vivos y muertos, ya que el alma necesitaba recibir ofrendas regulares para mantenerse en calma.
El papel de los sacerdotes y los rituales de protección
Los sacerdotes y exorcistas (asipu) podían participar en los ritos funerarios, recitando fórmulas para guiar al alma y proteger a los vivos de influencias malignas. También se realizaban rituales de purificación de la casa tras el entierro para evitar la contaminación espiritual (ṭabit šêpi, “limpieza de los pies”) y se sellaba el lugar con conjuros y amuletos.
En algunos contextos —sobre todo reales o aristocráticos— se ha documentado la práctica de enterrar sirvientes, músicos o animales junto al difunto, como símbolo de estatus o para acompañarlo simbólicamente en el más allá. El ejemplo más famoso es el de las tumbas reales de Ur, que incluyen restos humanos y ricas ofrendas, en lo que parecen ser auténticos funerales de corte ceremonial.
Culto a los ancestros y memoria familiar
La muerte no rompía completamente el vínculo con los vivos. Se practicaba un culto doméstico a los antepasados, que incluía libaciones periódicas, plegarias, y pequeñas ofrendas de pan, cerveza o agua en fechas específicas. Estas prácticas eran esenciales para mantener la paz con el mundo de los muertos y asegurar la protección del linaje familiar.
Los nombres de los difuntos se registraban, y en algunos casos se erigían estelas o inscripciones conmemorativas. La continuidad del culto era responsabilidad del hijo varón, lo que refuerza el peso simbólico y jurídico de la descendencia.
Morir en orden, vivir en paz
Para los mesopotámicos, una buena muerte no consistía en evitar el inframundo —inevitable y sombrío—, sino en garantizar el equilibrio ritual, proteger a la comunidad y permitir al alma descansar entre los suyos. Los ritos funerarios no ofrecían salvación, pero sí protección, respeto y sentido. En ese gesto de cuidar a los muertos, la cultura mesopotámica expresó su humanidad más profunda.
Arte
Artículo principal: Arte de MesopotamiaEl arte mesopotámico es una división cronológica y geográfica de la historia del arte que trata de Mesopotamia durante la Edad Antigua. Hace referencia a las expresiones artísticas de las culturas que nacieron en las riberas de los ríos Tigris y Éufrates. Desde el Neolítico (hacia el VI milenio a. C.) hasta la caída de Babilonia ante los persas en el año 539 a. C.
Entre ambas fechas se desarrollaron las civilizaciones sumeria, acadia, babilonia (o caldea), casita, hurrita (Mittani) y asiria (arte asirio).
Tras milenios entre el predominio de la Baja Mesopotamia y la Alta Mesopotamia, la región, al formarse el imperio persa, se incorporó a una dimensión espacial de orden muy superior, que el imperio de Alejandro Magno y el helenismo conectaron con la época romana (arte persa, arte helenístico). Incluso en la época anterior a los persas, el arte mesopotámico tuvo varias vías de contacto, a través de la guerra, la diplomacia y el comercio a larga distancia, con el de las demás civilizaciones del Antiguo Oriente Próximo (arte de la civilización hitita y otras del Asia Menor; arte fenicio, del antiguo Israel y de otras civilizaciones del Levante mediterráneo; y el arte egipcio), e incluso con el arte de la India y del Asia central.
En la zona fértil de una y otra llanura, abundantemente regada en su parte inferior por los dos ríos que delimitan esta civilización, se produjo muy pronto la sedentarización de los pueblos nómadas que la atravesaban, convirtiéndose en agricultores y desarrollando una cultura y un arte con una sorprendente variedad de formas y estilos.
Con todo, el arte en general mantiene bastante unidad en cuanto a su intencionalidad, que da como resultado un arte algo rígido, geométrico y cerrado, pues, ante todo, tiene una finalidad práctica y no estética y se desarrolla al servicio de la sociedad. (20).
Es de tal magnitud la evolución artística que se produjo durante esta época que debemos tratarla aparte de una manera individualizada. En esta entrada me limitaré a poner algunos ejemplos significativos. No sólo en la Literatura, la escultura, o la escultura, sino también y de manera destacada en el campo de la Arquitectura, las matemáticas o la astronomía, y en general la Ciencia marcó un antes y un después a partir de esta época.
Arte mesopotámico: imagen, poder y símbolo en la cuna de la civilización
El arte en Mesopotamia no nació del impulso estético autónomo, sino de una necesidad simbólica y funcional: expresar lo sagrado, afirmar el poder y preservar la memoria. Fue un arte al servicio del templo, del palacio y del ritual, profundamente codificado, pero a la vez asombrosamente innovador y expresivo.
Desde las pequeñas estatuillas de adoración hasta los relieves monumentales de los palacios asirios, el arte mesopotámico representa una mirada sagrada del mundo, donde cada gesto, postura o símbolo tiene un sentido preciso. A través del arte, los mesopotámicos ordenaban visualmente el universo y representaban su lugar dentro de él.
Finalidad del arte mesopotámico
A diferencia del arte moderno, el arte mesopotámico no era una forma de expresión personal, sino una herramienta de representación y control. Tenía cuatro grandes funciones:
Religiosa: representar a los dioses, rituales, ofrendas y mitos.
Política: exaltar al rey, sus conquistas, su rol como intermediario entre los dioses y los hombres.
Funeraria y votiva: asegurar la protección espiritual o conmemorar al difunto.
Decorativa-funcional: en cerámicas, objetos de lujo, instrumentos, joyas o arquitectura.
Materiales y técnicas
Los materiales más utilizados fueron:
Arcilla cocida: para tablillas, relieves, estatuillas y ladrillos decorativos.
Piedra: escasa pero usada para estelas, esculturas y relieves monumentales.
Metal: cobre, bronce y, más raramente, oro para objetos rituales o joyería.
Ladrillo esmaltado: especialmente en época neobabilónica (como la Puerta de Ishtar).
Marfil, conchas, lapislázuli: en objetos de lujo y arte funerario.
Las técnicas incluían el bajo relieve, la escultura en bulto redondo, la incrustación, la orfebrería, el esmaltado y el grabado en sellos cilíndricos.
Escultura votiva y religiosa
Uno de los géneros más característicos del arte sumerio son las estatuillas votivas: figuras humanas de gran expresividad, con las manos juntas en actitud de oración y los ojos abiertos, como si estuvieran en presencia eterna de la divinidad. Representaban a los fieles en actitud de devoción perpetua y se depositaban en los templos.
Los dioses se representaban con atributos específicos: tocados, armas, tronos, animales simbólicos. El realismo no era el objetivo: lo importante era representar la esencia y el rango del ser retratado.
Relieves asirios: la propaganda del imperio
Durante el Imperio Neoasirio, el arte alcanzó un nuevo grado de monumentalidad y refinamiento técnico. En los palacios de Nínive, Kalhu (Nimrud) y Dur-Sharrukin, los muros estaban decorados con relieves en piedra que representaban escenas de guerra, caza, rituales y victorias.
Estas obras tenían una clara función propagandística: mostraban al rey triunfante, impasible ante el caos del combate, protegido por los dioses y aplastando a sus enemigos. Los detalles eran impresionantes: músculos tensos, expresiones de dolor, figuras animales llenas de dinamismo. Todo estaba orientado a proyectar autoridad, orden y divinidad.
Arquitectura: el arte del volumen sagrado
La arquitectura fue la máxima expresión artística de Mesopotamia. Construida principalmente con ladrillo de barro cocido o secado al sol, la arquitectura mesopotámica fue funcional, imponente y cargada de simbolismo.
Los grandes templos se construían en forma de zigurat, torre escalonada que simbolizaba la conexión entre la tierra y el cielo. Eran estructuras rituales, no accesibles al público, y estaban dedicadas al dios tutelar de la ciudad.
Los palacios se organizaban en torno a patios, con salas de audiencias, almacenes y archivos. En el período neobabilónico, se introdujo el uso decorativo del ladrillo vidriado, como en la célebre Puerta de Ishtar, recubierta de relieves en azul intenso con figuras de leones, toros y dragones.
Arte funerario y de la vida diaria
En las tumbas reales de Ur se encontraron objetos de un arte refinado y simbólicamente cargado: liras con cabezas de toro, tocados de oro, copas, juegos y estandartes. La joyería, los sellos cilíndricos y los objetos cotidianos decorados con escenas míticas muestran que el arte impregnaba todas las esferas de la vida, no solo la religión o el poder.
Un arte para la eternidad
El arte mesopotámico no buscó innovar, sino eternizar el orden. Fue un arte funcional, simbólico, codificado… pero también profundamente expresivo, capaz de transmitir la fuerza de la devoción, la majestad del rey y el misterio del universo. A través de sus líneas, sus formas y sus símbolos, los mesopotámicos dejaron testimonio de su concepción del mundo: un cosmos ordenado, jerárquico y sagrado.
El nombre de Enannatum I, gobernante o rey de Lagash, se menciona en este texto cuneiforme inscrito. Las manos del rey están plegadas en adoración. Detalle de una placa de piedra. Período Dinástico Temprano, c. 2420 a.C. De Girsu, Mesopotamia, actual Irak. Museo Británico, Londres. Osama Shukir Muhammed Amin FRCP(Glasg). CC BY-SA 4.0.

Figurilla femenina procedente de Samarra, c. 6000 a. C. PHGCOM (self-made, photographed at the Louvre Museum). CC BY-SA 4.0. Corresponde a los momentos iniciales de esta fase histórica.

Escultura mesopotámica: forma, símbolo y eternidad
La escultura en Mesopotamia no fue concebida como imitación de la realidad, sino como una representación simbólica del poder, la divinidad y el orden cósmico. Su función no era decorativa, sino ritual, votiva o política. En un mundo gobernado por dioses invisibles y reyes divinizados, la escultura ofrecía un medio para materializar la presencia sagrada, conmemorar la autoridad y fijar la memoria colectiva.
A lo largo de más de dos milenios de historia, la escultura mesopotámica evolucionó en formatos, estilos y funciones, pero mantuvo siempre una fuerte carga simbólica. Desde las estatuillas de devoción hasta los colosales relieves asirios, la escultura fue un lenguaje visual codificado, al servicio del templo, del palacio y del rito.
La escultura representa tanto a dioses como a soberanos o funcionarios, pero siempre como personas individualizadas (a veces con su nombre grabado), y busca sustituir a la persona más que representarla. La cabeza y el rostro estaban desproporcionados respecto al cuerpo, por lo que se dice que desarrollaron el llamado realismo conceptual: simplificaban y regularizaban las formas naturales mediante la ley de la frontalidad (parte derecha e izquierda absolutamente simétricas) y el geometrismo (figura dentro de un esquema geométrico que solía ser el cilindro o el cono). Las representaciones humanas mostraban una total indiferencia por la realidad, aunque en los animales se presentaba un mayor realismo.
Algunos temas recurrentes de la escultura mesopotámica son toros monumentales, muy estilizados y realistas (genios protectores, monstruosos y fantásticos como todo lo sobrenatural en Mesopotamia). Sus técnicas principales fueron el relieve monumental, la estela, el relieve parietal, el relieve de ladrillos esmaltados y el sello: otras formas de esculpir y desarrollar auténticos cómics o narraciones en ellos.
Estatuas votivas: orar con los ojos abiertos
Uno de los géneros más distintivos de la escultura sumeria es la estatua votiva, colocada en los templos para representar a un fiel orando de manera permanente ante la divinidad. Estas figuras, de tamaño pequeño o mediano, muestran una estética formalizada: ojos muy abiertos, manos unidas en el pecho, rostro sereno y cuerpo estático, como si la figura viviera eternamente en un estado de adoración.
El objetivo no era retratar al individuo con fidelidad, sino mostrar su devoción continua. Las inscripciones grabadas solían incluir su nombre y una súplica. A través de estas estatuas, los creyentes aseguraban su presencia espiritual en el templo incluso cuando no estaban físicamente allí.
Retratos reales y conmemorativos
Los reyes también fueron objeto de escultura, aunque en menor número que en otras civilizaciones. Algunas representaciones muestran a los soberanos de forma idealizada, en actitud de constructor o deadorador. Un ejemplo notable es la famosa estatua de Gudea de Lagash (ca. 2100 a.C.), que representa al príncipe en actitud de respeto, con túnica tallada en piedra diorita y planos arquitectónicos sobre las rodillas.
Estos retratos no buscaban realismo, sino transmitir virtudes políticas y religiosas: piedad, sabiduría, fuerza, legitimidad divina. Eran una forma de propaganda simbólica y espiritual.
Relieves históricos y narrativos
Durante el periodo asirio (siglos IX–VII a.C.), la escultura se expandió en forma de relieves monumentales, tallados en piedra sobre los muros de los palacios. Estas escenas narrativas representaban campañas militares, batallas, rituales religiosos, cacerías reales y tributos.
Su estilo es dinámico, detallado y minucioso. Las figuras humanas y animales están cuidadosamente trabajadas: se muestra el movimiento, la tensión, el dramatismo. Sin embargo, no se persigue la perspectiva ni la anatomía realista, sino una lectura jerárquica y secuencial del mensaje: el rey en el centro, dominando el caos del mundo.
Estos relieves funcionaban como mural narrativo y propaganda de Estado. Ejemplo célebre son los relieves de Asurbanipal cazando leones, símbolo del dominio del rey sobre la naturaleza y sus enemigos.
Escultura funeraria y de uso privado
En las tumbas reales de Ur se hallaron esculturas pequeñas de notable refinamiento: toros, carneros, figuras mitológicas, liras decoradas. También había figurillas protectoras (apkallu, demonios tutelares, animales sagrados) que se colocaban en viviendas, entradas o sepulturas para proteger contra el mal y los espíritus errantes.
Estas piezas muestran la dimensión más íntima y espiritual del arte escultórico: objetos cargados de poder simbólico, amuletos visuales, guardianes del alma y del espacio doméstico.
Estética del orden y la eternidad
La escultura mesopotámica no buscó el movimiento griego ni la belleza naturalista. Fue un arte de la función y del signo, donde cada postura, atributo o proporción respondía a una lógica sagrada o política. No se trataba de mostrar lo que era, sino de fijar lo que debía ser: el dios eternamente poderoso, el rey justo y victorioso, el fiel adorando sin cesar.
Y en ese esfuerzo por convertir la imagen en presencia perdurable, la escultura mesopotámica se convirtió en testimonio silencioso de una civilización que talló el tiempo en piedra y arcilla.
Sala 6 del British Museum: Escultura asiria. Author: Mujtaba Chohan. E-mail: m.chohan@gmail.com Source: British Museum Visit.

Estatuilla de un hombre barbudo, probablemente un rey-sacerdote, en piedra caliza. Período de Uruk, año 3300 a. C.. Está en el Museo de Louvre. Desconocido – Marie-Lan Nguyen (2005). Dominio público.

Estela de los buitres. Conmemora la victoria del rey Eannatum de Lagaš sobre Umma durante el período dinástico arcaico, año 2450 a. C., Museo del Louvre.
La Estela de los buitres es una serie de grabados conmemorativos de la victoria del rey Eannatum de Lagash sobre Umma, a finales del periodo Dinástico Arcaico. Su creación se sitúa hacia el 2450 a. C.
En esos tiempos, Umma y Lagash eran dos de las ciudades sumerias más poderosas. La rivalidad entre ambas ciudades-estado era evidente y los conflictos fueron constantes durante varias generaciones.
En la estela aparece el rey de Lagash, Eannatum, quien finalmente venció al rey de Umma, lo que habría puesto a Lagash en una posición hegemónica en Sumeria.
La estela debe su nombre a ciertos fragmentos en los que se puede ver cómo los soldados de Lagash desfilan en formación sobre un suelo plagado de cadáveres, a los que acuden los perros y los buitres.

Estatua del superintendente Ebih II (detalle de la cabeza), 52,5 cm de alto, procedente del templo de Ištar en Mari, período acadio, año 2400 a. C., Museo del Louvre. Jastrow y un autor más – Trabajo propio. Dominio público.


Estatua sedente del príncipe Gudea, escultura en diorita, 46 centímetros de alto, excavado en Telloh (antigua Girsu), Irak, período neo-sumerio, año 2120 a. C., Museo del Louvre. Jastrow y un autor más. Dominio público.
Pintura
Debido a las características del país, existen muy pocas muestras de pintura; sin embargo, el arte es muy parecido al arte del período magdaleniense de la prehistoria. La técnica era la misma que en el relieve parietal, sin perspectiva. Al igual que los mosaicos (más perdurables y característicos) tenía un fin más decorativo que las otras facetas del arte.
En la pintura y el grabado, la jerarquía se mostraba de acuerdo al tamaño de las personas representadas en la obra: los de más alto rango se mostraban más grandes en comparación con el resto.
La pintura fue estrictamente decorativa, pues se utilizó para embellecer la arquitectura. Carece de perspectiva, y es cromáticamente pobre: solo prevalecen el blanco, el azul y el rojo. Se usaba la técnica del temple, que se puede apreciar en los mosaicos decorativos o azulejos. La pintura se empleaba en la decoración doméstica. Los temas eran escenas de guerras y de sacrificios rituales con mucho realismo, y se representaban figuras geométricas, personas, animales y monstruos, sin representar las sombras.
La pintura en Mesopotamia fue una forma artística secundaria pero significativa, utilizada sobre todo con fines decorativos, simbólicos y arquitectónicos. A diferencia de Egipto o Creta, donde la pintura mural tuvo un desarrollo autónomo, en Mesopotamia el color era un complemento de la arquitectura y el relieve, y no una forma expresiva independiente.
Las pinturas se realizaban principalmente sobre paredes de ladrillo o yeso, y también en objetos de cerámica, instrumentos musicales, sellos cilíndricos, estelas y esculturas. Aunque muchas de estas obras han desaparecido por el deterioro del material, los restos hallados, las descripciones antiguas y la policromía aún visible en algunos relieves permiten reconstruir el uso del color en la vida mesopotámica.
Pintura arquitectónica: color en templos y palacios
Los templos y palacios mesopotámicos, construidos con ladrillos de adobe y revestidos de yeso, eran a menudo decorados con pintura mural. Se utilizaban colores naturales —blanco, negro, rojo, amarillo, azul, verde— aplicados en franjas, motivos geométricos, figuras humanas o escenas rituales.
En época neobabilónica, este tipo de pintura fue reemplazada (o complementada) por la técnica del ladrillo vidriado y esmaltado, como en la Puerta de Ishtar, donde los relieves de animales sagrados aparecen coloreados sobre un fondo azul profundo. Este sistema de “pintura cerámica” ofrecía mayor durabilidad y valor simbólico.
Policromía en relieves y esculturas
Muchos relieves asirios, aunque hoy se conservan en piedra desnuda, estaban originalmente pintados con colores vivos: la sangre en las escenas de batalla, los ropajes de los reyes, los cuerpos de los dioses o animales. La pintura servía para acentuar detalles narrativos y jerárquicos, y para reforzar la teatralidad de la imagen.
De igual modo, las estatuas de dioses, reyes y adoradores eran frecuentemente policromadas. Se pintaban los ojos, cejas, cabellos, túnicas y ornamentos, siguiendo cánones precisos que permitían identificar roles, rangos y atributos divinos.
Decoración cerámica y pintura portátil
En el ámbito doméstico y artesanal, la pintura se aplicaba en cerámicas decoradas, a menudo con motivos geométricos o florales. También se han encontrado restos de instrumentos musicales, cofres, carros y estandartes con restos de pintura aplicada directamente o con incrustaciones pigmentadas.
El famoso “estandarte de Ur”, aunque técnicamente es un mosaico de incrustaciones, refleja bien la dimensión narrativa y visual del color en objetos portátiles de uso ritual o ceremonial.
Técnica y simbolismo del color
Los pigmentos se obtenían de minerales y arcillas naturales: el óxido de hierro daba rojo y amarillo; el lapislázuli proporcionaba azul (aunque era caro y reservado a objetos de élite); el carboncillo se usaba para el negro; y la calcita o yeso para el blanco.
Los colores no eran solo decorativos: tenían valores simbólicos asociados a dioses, poderes o estados del alma. El azul y el oro se relacionaban con lo divino y lo celeste; el rojo, con la fuerza vital y la sangre; el negro, con la muerte o la autoridad; el blanco, con la pureza o lo sagrado.
Una pintura al servicio del orden y la memoria
La pintura mesopotámica no aspiró a la ilusión óptica ni a la autonomía artística. Fue un arte integrado, funcional, simbólico y ritual. Embellecía, marcaba, diferenciaba, dramatizaba. Aunque su fragilidad ha impedido que nos llegue en abundancia, sabemos que fue parte esencial del mundo visual de los templos, palacios y hogares.
En sus colores —ya casi borrados— resuena aún la voluntad mesopotámica de ordenar el universo también a través de la imagen, de dar forma y color a lo invisible, y de fijar en el tiempo los signos de su civilización.

Arquitectura
Artículo principal: Arquitectura de MesopotamiaLa arquitectura mesopotámica es una de las expresiones más impresionantes y longevas de toda la civilización antigua. Más que simples edificaciones, sus templos, palacios, murallas y zigurats fueron formas de ordenar el espacio, de elevar lo sagrado, de afirmar el poder y de resistir al tiempo, construidos casi siempre con materiales humildes: barro, ladrillo y madera.
En una tierra sin piedra abundante, ni madera noble, ni metales en exceso, los mesopotámicos desarrollaron un arte arquitectónico funcional, ingenioso y profundamente simbólico, capaz de dar forma a ciudades completas y a visiones del mundo complejas. Cada edificio era una microcosmos: una forma de representar el universo, la jerarquía y la relación entre los dioses, el rey y la comunidad.
Los mesopotámicos tenían una arquitectura muy particular debido a los recursos disponibles. Hicieron uso de los dos sistemas constructivos básicos: el abovedado y el adintelado.
Construyeron mosaicos pintados en colores vivos, como el negro, verdes o bicolores, a manera de murales. Los edificios no tenían ventanas y la luz se obtenía del techo. Se preocupaban de la vida terrenal y no de la de los muertos, por tanto las edificaciones más representativas eran el templo y el palacio.
El templo era el centro religioso, económico y político. Tenía tierras de cultivo y rebaños, almacenes (donde se guardaban las cosechas) y talleres (donde se hacían utensilios, estatuas de cobre y de cerámica). Los sacerdotes organizaban el comercio y empleaban a campesinos, pastores y artesanos, quienes recibían como pago parcelas de tierra para cultivo de cereales, dátiles o lana. Además, los zigurats tenían un amplio patio con habitaciones para alojar a las personas que habitaban en este pueblo.
El urbanismo regulado estuvo presente en algunas ciudades, como la Babilonia de Nabucodonosor III, mayoritariamente con diseño en damero. En cuanto a las obras de ingeniería, destaca la muy extensa y antigua red de canales que unían los ríos Tigris, Éufrates y sus afluentes, propiciando la agricultura y la navegación.
Materiales y técnicas de construcción
El material más usado en la arquitectura mesopotámica fue el ladrillo de adobe, elaborado con barro secado al sol, a menudo reforzado con paja. Para construcciones más duraderas, se empleó ladrillo cocido al horno, sobre todo en templos, murallas y bases de zigurats. Los cimientos de piedra se usaban solo donde el terreno lo permitía.
Las estructuras se reforzaban con contrafuertes, muros gruesos, drenajes y revestimientos de yeso, a menudo pintado o decorado con relieves. Las cubiertas eran generalmente planas, sostenidas por vigas de palma o madera local.
Pese a la fragilidad de sus materiales, los arquitectos mesopotámicos diseñaron estructuras complejas, eficientes y visualmente impactantes, que combinaban utilidad práctica con simbolismo religioso y político.
El zigurat: la montaña sagrada
El elemento arquitectónico más emblemático de Mesopotamia fue el zigurat, una torre escalonada construida sobre una base rectangular, con varios niveles que se elevaban hacia el cielo. Se trataba de templos elevados, no accesibles al público, donde se creía que residía la divinidad tutelar de la ciudad.
Inspirado en la idea de la montaña cósmica o eje del mundo, el zigurat conectaba el plano terrestre con el celestial. Era el centro espiritual y simbólico de la ciudad. En su cima, el “santuario de la noche” albergaba al dios durante las fiestas religiosas, y podía ser visitado ritualmente por el sumo sacerdote o el rey.
El zigurat más célebre fue el de Babilonia, dedicado a Marduk, posiblemente origen del mito bíblico de la Torre de Babel.
Templos: casa del dios y centro de la ciudad
Los templos eran el corazón religioso, económico y administrativo de cada ciudad-estado. Se construían sobre terrazas elevadas, con patios interiores, altares, almacenes y habitaciones para sacerdotes, escribas y funcionarios.
Eran conocidos como é o “la casa”, y su función trascendía lo ritual: eran centros de poder político, gestión agrícola y actividad cultural. Su orientación y proporciones seguían criterios simbólicos, y su decoración incluía relieves, estatuas y estelas dedicadas a la divinidad.
Palacios reales: arquitectura del poder
Los palacios mesopotámicos, especialmente durante las épocas babilónica y asiria, eran residencias fortificadas del monarca y su corte, pero también centros de justicia, diplomacia y propaganda. Estaban organizados en torno a grandes patios, con salones de audiencias, almacenes, archivos y habitaciones privadas.
Los palacios asirios (Kalhu, Dur-Sharrukin, Nínive) se decoraban con relieves en piedra tallada, que narraban las hazañas del rey y reforzaban su imagen como gobernante elegido por los dioses.
Urbanismo y arquitectura doméstica
Las ciudades mesopotámicas eran densas y organizadas. Tenían murallas defensivas, puertas monumentales, templos, palacios, mercados y barrios residenciales. El plano no era siempre regular, pero seguía criterios prácticos y rituales.
Las viviendas comunes eran modestas casas de ladrillo, de una o dos plantas, construidas en torno a un patio central, con habitaciones sencillas y techos planos. La vida doméstica giraba en torno al fuego, el pozo, el horno y el altar familiar.
Monumentalidad simbólica: la Puerta de Ishtar
Una de las obras maestras de la arquitectura decorativa mesopotámica fue la Puerta de Ishtar, construida bajo el reinado de Nabucodonosor II en Babilonia. Esta entrada monumental, recubierta de ladrillos vidriados azules con relieves de leones, toros y dragones, simbolizaba la protección de la diosa y el poderío de la ciudad.
No solo era una obra arquitectónica, sino un mensaje visual y político para quien entrara en la capital del imperio: Babilonia era la sede del orden cósmico y de la justicia divina.
Arquitectura como expresión del cosmos
La arquitectura mesopotámica no fue una simple técnica constructiva, sino una forma de expresar la cosmovisión de una civilización. Sus edificios representaban el mundo en miniatura: lo alto y lo bajo, lo sagrado y lo humano, lo ordenado frente al caos.
Con barro moldearon ciudades, templos y torres. Con ladrillo elevaron el alma. Y aunque muchos de sus muros se han perdido, el pensamiento arquitectónico mesopotámico sigue siendo un modelo de integración entre forma, función y símbolo.
Modelo en diseño de un templo Zigurat. vi:User:Mth – Own work. CC BY-SA 3.0.

Vivienda tipo con diversos materiales en su construcción como adobe, madera u otros

Tecnología
El desarrollo de la tecnología en Mesopotamia estuvo condicionado en muchos aspectos a los avances en el dominio del fuego, conseguidos mediante la mejora de la capacidad térmica de los hornos, con los cuales era posible conseguir yeso (a partir de los 300 °C), y cal (a partir de los 800 °C). Con estos materiales se podían recubrir recipientes de madera lo que permitía ponerlos al fuego directo, una técnica predecesora de la cerámica a la que se ha llamado «vajilla blanca». (20)
Los inicios de esa técnica se han encontrado en Beidha, al sur de Canaán, y datan del IX milenio a. C. aproximadamente; desde los milenios posteriores se extiende hacia el norte y al resto del Próximo Oriente, cubriéndolo por completo entre 5600 y 3600 a. C. (20).
Cerámica mesopotámica: forma, fuego y funcionalidad
La cerámica fue uno de los pilares materiales de la civilización mesopotámica. En un entorno donde los recursos pétreos y madereros eran escasos, el barro arcilloso de los ríos Tigris y Éufrates se convirtió en un recurso esencial, modelado por manos expertas para crear vasijas, recipientes, sellos, esculturas, ladrillos y objetos rituales o cotidianos.
Desde los primeros asentamientos neolíticos hasta el periodo neobabilónico, la cerámica mesopotámica evolucionó en formas, estilos y funciones, reflejando tanto el avance técnico como la diversidad cultural y simbólica de la región.
En Mesopotamia, la cerámica comienza a desarrollarse ya empezado el Neolítico, por lo que se habla de un Neolítico Precerámico. Tras este, se da un período en el que la cerámica aparece de forma intermitente en los restos. Esto es debido, más que a una serie de descubrimientos y olvidos, a que la «vajilla blanca» era aún suficiente para la mayor parte de las aplicaciones. Hacia el IV milenio a. C. la cerámica alcanzó un desarrollo pleno, con hornos donde el fuego y la cámara de cocción estaban bien diferenciados. (20).
A partir de aquí y con el dominio de temperaturas aun superiores, surgió una nueva técnica: la vitrificación de la pasta. Hacia el III milenio a. C., durante el período Jemdet Nasr, se conseguía fabricar perlas de vidrio y un milenio después ya se dominaba la técnica del vidriado. Finalmente, durante el II milenio a. C., se logró la fabricación de objetos de vidrio. (20)
Una tradición milenaria
Las primeras cerámicas mesopotámicas, anteriores incluso a la invención de la escritura, se remontan a culturas prehistóricas como Hassuna, Samarra y Halaf (ca. 6000–4500 a.C.), cuyos restos muestran una cerámica pintada con motivos geométricos y estilizados. Estas piezas eran elaboradas a mano, cocidas en hornos primitivos, y ya denotaban un sentido decorativo y funcional.
Con la llegada de la rueda de alfarero (hacia el 3500 a.C.), la producción se volvió más rápida, regular y compleja. Este invento revolucionó la fabricación de vasijas y marcó el comienzo de la cerámica proto-urbana, característica de las ciudades sumerias.
Tipos y funciones
La cerámica mesopotámica fue extremadamente variada. Sus usos abarcaban casi todos los aspectos de la vida:
Almacenamiento de alimentos y líquidos: grandes jarras, ánforas, vasijas con tapadera.
Cocción y servicio: ollas, cuencos, platos, vasos.
Uso ritual y funerario: urnas, quemaperfumes, vasos votivos.
Construcción y arquitectura: ladrillos moldados, tubos de drenaje, adornos de fachada.
Juguetes y figurillas: animales, muñecas, miniaturas votivas.
La forma y el grosor del recipiente, su tratamiento superficial y su decoración solían indicar su función específica, su origen local o su uso ceremonial.
Decoración y estilo
Aunque la cerámica mesopotámica fue generalmente austera y funcional, en ciertos periodos y contextos se desarrollaron formas decorativas notables:
Pinturas geométricas o vegetales (especialmente en el periodo Halaf).
Incisiones y relieves hechos antes de la cocción.
Engobes, barnices o vidriados simples en épocas tardías.
Incrustaciones de conchas o piedras en piezas funerarias o votivas.
Durante la época neobabilónica, y especialmente en monumentos como la Puerta de Ishtar, se empleó la cerámica vidriada y esmaltada como revestimiento arquitectónico, lo que marca un punto culminante en la evolución técnica de este arte.
Producción y distribución
La alfarería mesopotámica era producida tanto en contextos domésticos como en talleres especializados, especialmente en ciudades con templos y palacios. Se han encontrado hornos, moldes y restos de talleres en múltiples yacimientos.
Las formas cerámicas viajaban junto con los productos comerciales: la cerámica era también un bien de intercambio, y su estudio arqueológico permite rastrear rutas comerciales, influencias culturales y redes de contacto entre regiones.
Un arte humilde y revelador
La cerámica mesopotámica es testimonio de la vida cotidiana, de la innovación técnica y del gusto estético popular. En sus líneas simples, en su barro cocido, en su discreta belleza, se encuentra la huella invisible de millones de manos que moldearon el barro no para ser admirado, sino para vivir, alimentar, honrar y almacenar la memoria del mundo.
Su fragilidad contrasta con su persistencia: cuando los templos se han hundido y los palacios se han borrado, las vasijas, cuencos y figurillas siguen hablándonos, como fragmentos duraderos de una civilización hecha de tierra, fuego… y tiempo.

Painted Ceramic Storage Jar, ca. 4400 BCE, Tepe Gawra (Iraq) Level XII. Utopian100 – CC BY-SA 4.0.
Metalurgia mesopotámica: el arte de transformar la materia
En la antigua Mesopotamia, el dominio del fuego y del metal marcó un salto civilizatorio de enorme alcance. Desde el tercer milenio a.C., los pueblos mesopotámicos desarrollaron avanzadas técnicas de metalurgia, que transformaron no solo sus herramientas y armas, sino también sus formas de producción, su economía y sus expresiones simbólicas.
La transformación del metal —extraído de tierras lejanas, fundido, moldeado, martillado— era vista como una operación casi mágica: el metalúrgico era un mediador entre la tierra y la forma, un artesano del fuego que controlaba fuerzas invisibles. Por eso, la metalurgia no fue solo un oficio técnico, sino también una actividad cargada de prestigio y dimensión ritual.
La utilización de pequeños objetos metálicos tallados había sido una constante en la región desde el VI milenio a. C., sin embargo no fue hasta el desarrollo de hornos más potentes cuando se generalizó el uso de estos materiales mediante la aparición de la metalurgia. Este cambio puede situarse a mediados el III milenio a. C.; empieza a encontrarse mayor cantidad de objetos metálicos; por su composición, se aprecia que estos objetos son obtenidos mediante fundición, no por el tallado de metales en estado natural y se empieza a experimentar con aleaciones.
Con el desarrollo de las aleaciones se produjo el nacimiento de la metalurgia del bronce, que se diferenció en dos vertientes según los metales con los que se obtenía la aleación, bien fuesen cobre y estaño o cobre y arsénico. El bronce arsenioso se desarrolló en las áreas del Cáucaso, este de Anatolia, sur de Mesopotamia y Levante mediterráneo, trazando un eje norte sur. El bronce de estaño predomina en Irán, toda Mesopotamia, el norte de Siria y en Cilicia, trazando un eje este-oeste. El punto de cruce de estos dos ejes es el sur de Mesopotamia, esto es, la cuna de la civilización sumeria. Esta situación se mantiene durante los milenios IV y III a. C., hasta que en el segundo el bronce arsenioso desaparece.
Entre el 1200 y el 1000 a. C. se produce un nuevo avance: el hierro, que hasta entonces había sido escaso hasta el punto de costar igual que el oro, se populariza debido probablemente al descubrimiento de nuevas técnicas, conseguidas en el área del norte de Siria o en la tierra de los hititas. (20).
Metales empleados
Aunque la región mesopotámica carecía de grandes yacimientos metálicos, los mesopotámicos obtuvieron los minerales mediante comercio e importación, en especial desde Anatolia, Irán, Arabia y Afganistán. Los principales metales usados fueron:
Cobre: el más antiguo, usado desde el Neolítico. Fácil de fundir y moldear.
Bronce: aleación de cobre con estaño, más duro y resistente. Clave en la Edad del Bronce.
Plomo y estaño: empleados en aleaciones o en pequeños objetos decorativos.
Oro y plata: raros, asociados al lujo, lo divino y el poder real.
Hierro: introducido más tarde (ca. 1200 a.C.), al principio considerado casi mágico, luego común en armamento y herramientas. Su uso masivo marca el inicio de la Edad del Hierro.
Técnicas metalúrgicas
Los artesanos mesopotámicos emplearon diversas técnicas, muchas de las cuales se documentan por restos arqueológicos y representaciones:
Fundición en molde: vertido del metal líquido en moldes de arcilla o piedra.
Cincelado y repujado: modelado en frío para dar formas y relieves.
Martillado y laminado: para crear láminas finas o reforzar bordes.
Incrustación: decoración con piedras semipreciosas, marfil o esmalte.
Soldadura y ensamblaje: para unir piezas complejas.
Estas técnicas permitieron fabricar desde simples cuchillos hasta intrincadas joyas, estandartes, cascos ceremoniales y liras con cabezas de toro, como las halladas en las tumbas reales de Ur.
Usos del metal: de lo práctico a lo sagrado
Los objetos metálicos servían múltiples propósitos:
Herramientas agrícolas, cuchillos, azadas, punzones, clavos.
Armas: espadas, lanzas, flechas, cascos y escudos.
Utensilios domésticos: copas, platos, espejos, lámparas.
Instrumentos musicales: campanas, platillos, arpas.
Objetos rituales y votivos: figuras divinas, estatuillas, placas dedicadas a los dioses.
Joyería: diademas, brazaletes, pendientes, collares, muchas veces enterradas con los difuntos como símbolo de estatus o protección.
El oro y la plata, en particular, estaban vinculados a lo divino y regio, y se usaban para estatuas de culto, adornos sacerdotales y obsequios diplomáticos.
El metal como símbolo de poder y transformación
En muchas culturas antiguas, el dominio del metal fue asociado con la capacidad de controlar el orden material y espiritual. En Mesopotamia, esto se refleja en el uso del bronce y del hierro como instrumentos del orden imperial: espadas, sellos, estandartes y símbolos reales. El herrero era, en cierto modo, una figura demiúrgica.
Los textos y relieves no solo celebran a los dioses guerreros y reyes conquistadores, sino también al metal como extensión del poder humano sobre la materia, y como instrumento sagrado de construcción y destrucción.
Una alquimia antigua: barro, fuego y brillo
La metalurgia mesopotámica fue una verdadera alquimia antigua: una ciencia y un arte que transformaban lo bruto en útil, y lo útil en bello o sagrado. Sus productos, aunque muchas veces perdidos por el paso del tiempo o saqueados por imperios posteriores, fueron parte esencial del tejido cotidiano y ceremonial de esta gran civilización.
Los metales, extraños y brillantes, surgían de la oscuridad de la tierra para encarnar al dios, al rey o al guerrero. Así, la forja del metal se convirtió también en la forja del símbolo: una manera de construir el mundo a golpes de fuego, técnica y voluntad
Regiones productoras de metales utilizados en Mesopotamia. Mesopotamia carecía de yacimientos de metales propios, por lo que podía haberse visto en desventaja frente a las vecinas regiones montañosas; no fue así, ya que en esas zonas el desarrolló político era muy inferior al mesopotámico, y no se creó ningún Estado poderoso a expensas de esta riqueza. A la larga, fueron los habitantes de Mesopotamia los que, mediante el comercio, controlaron este bien. (20).
Crates – Margueron, Jean-Claude: Los mesopotámicos.- Fuenlabrada: Cátedra, 2002.- ISBN 84-376-1477-5. CC BY-SA 3.0.

Gobierno, leyes y administración: el orden humano reflejo del orden divino
En la antigua Mesopotamia, el poder no era solo una cuestión terrenal: se concebía como una extensión directa del mandato divino. Gobernar significaba mantener el orden, administrar la justicia y preservar la armonía entre los dioses y los hombres. Por eso, los sistemas políticos y administrativos mesopotámicos fueron profundamente teocráticos, jerárquicos y ritualizados, pero también altamente organizados y funcionales, capaces de gestionar ciudades complejas, imperios extensos y sociedades multiculturales.
El sistema de gobierno en Mesopotamia estuvo basado en una estructura jerárquica y centralizada, influenciada principalmente por la religión y la necesidad de controlar los recursos naturales. Las ciudades-estado mesopotámicas eran las unidades políticas más importantes y cada una tenía su propio gobierno, generalmente encabezado por un rey que se consideraba representante de los dioses en la Tierra. Este monarca, conocido como «ensi» o «lugal», tenía una autoridad absoluta sobre la política, la guerra, la justicia y los recursos. Su poder se legitimaba por medio de la creencia de que los dioses lo habían elegido para gobernar y proteger a su pueblo.
El rey era también el encargado de construir y mantener templos, que no solo tenían una función religiosa, sino también administrativa y económica. A través de los templos, el rey supervisaba el control de las tierras, la distribución de los recursos y la organización de la agricultura, que era esencial para la supervivencia de la población. Los funcionarios y administradores, que ocupaban posiciones clave en el gobierno, eran responsables de hacer cumplir las leyes y garantizar la eficacia del sistema.
La sociedad mesopotámica estaba organizada en clases sociales, y aunque la élite, compuesta por el rey, sacerdotes y nobles, tenía un control absoluto, también existían artesanos, campesinos y comerciantes que desempeñaban un papel crucial en la economía. La justicia era administrada por tribunales, y las leyes eran claras, como en el caso del Código de Hammurabi, que proporcionaba normas para resolver disputas y castigos para quienes infringieran las reglas.
En resumen, el sistema de gobierno en Mesopotamia se caracterizaba por un liderazgo monárquico centralizado, legitimado por los dioses, y una organización administrativa que controlaba los recursos naturales y la justicia, con un fuerte componente religioso que permeaba todos los aspectos de la vida política y social.
La geografía de Mesopotamia tuvo un profundo impacto en el desarrollo político de la región. Entre los ríos y arroyos, el pueblo sumerio construyó las primeras ciudades junto con canales de riego que estaban separados por vastas extensiones de desierto abierto o pantano donde vagaban tribus nómadas. La comunicación entre las ciudades aisladas era difícil y, a veces, peligrosa. Así, cada ciudad sumeria se convirtió en una ciudad-Estado, independiente de las demás y protectora de su independencia. A veces una ciudad intentaba conquistar y unificar la región, pero tales esfuerzos fueron resistidos y fracasaron durante siglos. Como resultado, la historia política de Sumeria es una de guerra casi constante. Finalmente, Sumer fue unificado por Eannatum, pero la unificación fue tenue y no duró ya que los acadios conquistaron Sumeria en 2.331 a. C. solo una generación después. El Imperio acadio fue el primer imperio exitoso que duró más de una generación y vio la sucesión pacífica de reyes. El imperio fue relativamente efímero, ya que los babilonios los conquistaron en unas pocas generaciones.
El rey como mediador entre los dioses y la humanidad
El monarca mesopotámico —ya fuera ensi, lugal o šarrum— no era considerado un dios (como en Egipto), pero sí el elegido por los dioses para ejercer su voluntad en la Tierra. Su función principal era doble:
Garantizar la justicia y el orden social (concepto conocido como mīšarum).
Asegurar la prosperidad colectiva, a través de la guerra, la construcción y el culto.
La legitimidad del rey se basaba en su relación con los templos, en su ascendencia y, muy especialmente, en sus logros. Las crónicas y estelas reales lo representaban como constructor de templos, vencedor de enemigos, defensor del pueblo y restaurador del equilibrio.
Administración y burocracia: una máquina de barro y escritura
Desde las primeras ciudades sumerias hasta los grandes imperios babilónico y asirio, la administración mesopotámica desarrolló una burocracia compleja, centralizada y altamente especializada, basada en el uso sistemático de la escritura cuneiforme.
El reino se dividía en provincias o distritos gobernados por funcionarios leales al rey (como los šaknu o pāhatu), que se encargaban de:
Recaudar impuestos y tributos.
Supervisar obras públicas y campañas militares.
Gestionar la producción agrícola, los almacenes y los mercados.
Emitir y registrar contratos, censos, raciones y transacciones.
El corazón de esta burocracia era el templo y la escuela de escribas (edubba), donde se formaban los funcionarios del Estado. Las tablillas administrativas registraban cada movimiento de grano, ganado, esclavos, herramientas, ingresos y gastos, configurando un sistema de control casi obsesivo.
El templo: núcleo espiritual y económico
El templo no era solo un centro religioso: era una institución económica y administrativa de primer orden. Controlaba tierras, mano de obra, producción textil, educación, comercio y justicia. Los sacerdotes dirigían cultos y festividades, pero también supervisaban almacenes, talleres, contratos y escrituras.
En muchas ciudades, el templo era el principal propietario de bienes y el mayor empleador de trabajadores, y funcionaba como el gran motor económico de la vida urbana.
La ley: expresión escrita del orden divino
El derecho mesopotámico fue uno de los primeros sistemas jurídicos escritos de la historia. Los códigos legales servían no solo para castigar delitos, sino para expresar una ideología del orden y la justicia sagrada.
El más famoso es el Código de Hammurabi (ca. 1750 a.C.), grabado en una estela de diorita bajo la imagen del rey recibiendo la ley de manos del dios Shamash. Este código no fue el primero, pero sí el más extenso y mejor conservado. Incluye 282 artículos que regulan:
Propiedad, herencia y contratos.
Matrimonio, divorcio y adopción.
Esclavitud y trabajo forzado.
Delitos y castigos.
Precios, salarios y comercio.
La ley se basaba en el principio de equidad jerárquica: no todos eran iguales ante la ley, pero se establecían penas y reparaciones según el estatus social. Aun así, el código buscaba prevenir abusos, proteger al débil (especialmente a la viuda, el huérfano y el pobre) y consolidar el poder del Estado como árbitro.
El poder en tiempos de imperio: centralización y control
Durante los periodos imperiales (Acadio, Asirio y Neobabilónico), el sistema de gobierno se volvió más centralizado y expansivo. El rey controlaba extensos territorios mediante:
Delegados provinciales que actuaban en su nombre.
Sistemas de mensajería y vigilancia para mantener la cohesión del imperio.
Redes fiscales y censales para garantizar el flujo de recursos.
Campañas militares regulares como herramienta de legitimación.
A esto se sumaba la deportación de poblaciones y la reorganización de territorios conquistados, como formas de control demográfico y político.
Conclusión: gobernar el mundo para que no se hunda
En la concepción mesopotámica, gobernar era un acto cósmico. El poder no era arbitrario: debía mantener el orden instituido por los dioses. Por eso, el rey, la ley y la administración formaban un triángulo inseparable, donde lo divino y lo humano se unían en una misma tarea: impedir que el mundo cayera en el caos.
Así, los archivos, las tablillas, los sellos y las inscripciones no eran simples burocracia. Eran el testimonio de una civilización que creía que escribir, contar, gobernar y juzgar eran también formas de salvar el mundo cada día.
Artículos principales: Lista de reyes sumerios y Lista de reyes de Babilonia
Los reyes en Mesopotamia: mediadores entre el cielo y la tierra
En la antigua Mesopotamia, el rey (lugal, šarrum, ensi) no era simplemente el gobernante de una ciudad o un territorio: era el eje visible del orden cósmico, un ser humano elegido por los dioses para llevar a cabo su voluntad en la tierra. Gobernar no era un privilegio personal, sino una responsabilidad sagrada: mantener la justicia, proteger al pueblo, preservar los templos, defender la ciudad y asegurar la armonía entre lo humano y lo divino.
La función del rey mesopotámico oscilaba entre el administrador, el sacerdote-guerrero y el constructor sagrado, encarnando un ideal de autoridad basado en la fuerza, la piedad y la sabiduría.
Los mesopotámicos creían que sus reyes y reinas descendían de la Ciudad de los Dioses, pero a diferencia de los antiguos egipcios, nunca creyeron que sus reyes fueran dioses reales. La mayoría de los reyes se llamaban a sí mismos «rey del universo» o «gran rey». Otro nombre común era » pastor «, ya que los reyes tenían que cuidar a su gente.
Orígenes y legitimación del poder real
El poder real surgió en las primeras ciudades-estado sumerias hacia el 3000 a.C. En un principio, el gobernante (el ensi) era una figura con funciones administrativas y religiosas, subordinado al dios tutelar de la ciudad. Con el tiempo, los reyes (lugal, literalmente «hombre grande») fueron acumulando más poder, especialmente en contextos de guerra, expansión y consolidación estatal.
La legitimidad del rey no procedía del pueblo, ni de la herencia sin más, sino de la designación divina. El dios de la ciudad —Anu, Enlil, Inanna o Marduk, según la época y el lugar— era quien otorgaba el trono. Este principio se repite en múltiples textos: “Marduk me confió el cetro del pueblo” (Nabucodonosor II) o “Enlil me eligió entre los hombres” (Gudea de Lagash).
Funciones del rey
El rey mesopotámico concentraba múltiples funciones:
Juez supremo, garante de la justicia y la equidad.
Jefe militar, líder de los ejércitos y protector de las fronteras.
Constructor sagrado, responsable de erigir templos, murallas y canales.
Sumo sacerdote, presente en las principales ceremonias religiosas.
Administrador supremo, cabeza de la burocracia y la economía estatal.
Toda su actividad debía reflejar la mīšarum, es decir, el restablecimiento del orden divino. Un rey que no cuidaba de los templos, no defendía a los débiles o no mantenía la justicia era considerado un mal gobernante, susceptible de ser derrocado por voluntad de los dioses.
La figura del rey en los textos y monumentos
Los reyes mesopotámicos fueron prolíficos comisionistas de inscripciones y monumentos. Dejaron estelas conmemorativas, himnos, crónicas reales, cartas diplomáticas y códigos legales, todos cuidadosamente diseñados para afirmar su papel como intermediarios entre el cielo y la tierra.
En la famosa estela del Código de Hammurabi, el rey aparece de pie ante el dios Shamash, recibiendo la ley. No la inventa, la transmite. En los relieves asirios, los reyes aparecen combatiendo leones, dirigiendo ejércitos, ofreciendo sacrificios o recibiendo tributos: son imágenes de orden en un mundo amenazado por el caos.
Reyes legendarios y arquetípicos
La historia mesopotámica mezcla a menudo figuras históricas con personajes míticos, como Gilgamesh de Uruk, rey semi-divino cuya epopeya simboliza la búsqueda humana de inmortalidad. En las listas reales sumerias, también aparecen reinados imposiblemente largos, atribuidos a los primeros reyes «antes del Diluvio».
Esta mezcla muestra que el rey no era visto solo como gobernante, sino como modelo de humanidad, héroe civilizador, transmisor de leyes, constructor de ciudades y vínculo con lo eterno.
La evolución del ideal real
En el periodo sumerio, el rey era ante todo un sacerdote administrador. Con los imperios acadio, babilónico y asirio, la figura del monarca se transforma en un rey guerrero y universal, capaz de gobernar vastos territorios y pueblos diversos, siempre legitimado por los dioses.
El culmen de este modelo lo encarnan figuras como:
Sargón de Acad: fundador del primer gran imperio territorial de la historia.
Hammurabi de Babilonia: legislador y organizador del Estado.
Asurbanipal de Asiria: rey erudito y coleccionista de textos sagrados.
Nabucodonosor II: constructor y restaurador de Babilonia como capital sagrada.
El rey, espejo de lo divino
En la mentalidad mesopotámica, el rey era la piedra angular del mundo social y cósmico. Si el rey era justo, el país prosperaba; si era impío o débil, los dioses lo castigaban. Por eso, su figura era celebrada, temida y protegida mediante rituales de purificación, coronación y renovación, especialmente durante el Akitu o fiesta del año nuevo.
Aunque no fue considerado un dios, el rey mesopotámico vivía entre lo humano y lo divino, portando el peso de representar a toda su comunidad ante los dioses… y a los dioses ante su pueblo.
El poder en Mesopotamia: fuerza, orden y mandato divino
En la antigua Mesopotamia, el poder no era simplemente el ejercicio de la autoridad ni el control de recursos o ejércitos. Era ante todo una emanación del orden cósmico, una manifestación concreta de la voluntad de los dioses, que debía ser ejercida con justicia, sabiduría y fidelidad al mandato divino. El poder no era humano en su origen: era sagrado en esencia, y el rey era su depositario temporal, no su propietario.
Este concepto marcó profundamente la organización política, la estructura social, el sistema legal y la producción cultural de toda Mesopotamia. En sus templos, estelas, himnos y relieves, se repite una misma idea: el mundo debe mantenerse en equilibrio, y el poder es la herramienta para garantizar ese equilibrio.
Cuando Asiria se convirtió en un imperio, se dividió en partes más pequeñas, llamadas provincias. Cada uno de estos lleva el nombre de sus principales ciudades, como Nínive, Samaria, Damasco y Arpad. Todos tenían su propio gobernador que tenía que asegurarse de que todos pagaran sus impuestos. Los gobernadores también tuvieron que convocar soldados para la guerra y suministrar trabajadores cuando se construyó un templo. También fue responsable de hacer cumplir las leyes. De esta manera, era más fácil mantener el control de un gran imperio. Aunque Babilonia era un Estado bastante pequeño en el sumerio, creció enormemente durante el gobierno de Hammurabi. Era conocido como «el legislador», y pronto Babilonia se convirtió en una de las principales ciudades de Mesopotamia. Más tarde se llamó Babilonia, que significaba «la puerta de entrada de los dioses». También se convirtió en uno de los mayores centros de aprendizaje de la historia.
El poder como reflejo del orden universal
Para los mesopotámicos, el universo era un espacio ordenado por los dioses tras vencer al caos primordial (como Tiamat en el Enuma Elish). Ese orden debía reproducirse en la tierra: en las ciudades, en los templos, en las relaciones humanas. Por tanto, el ejercicio del poder no era arbitrario, sino parte de una cosmología que conectaba el cielo y la tierra, lo divino y lo humano.
El poder tenía como finalidad:
Restablecer continuamente el equilibrio (concepto de mīšarum o «justicia ordenadora»).
Mantener la armonía entre los dioses, el rey y el pueblo.
Administrar lo visible en nombre de lo invisible.
El rey: agente del poder sagrado
El rey era la encarnación terrenal del poder, pero no su origen. No se autoproclamaba: era elegido por los dioses, investido ritualmente y sostenido simbólicamente por el favor divino. Si el rey caía, no era por debilidad personal, sino porque había perdido el favor de los dioses por injusticia, impiedad o desorden.
El poder real era representado visualmente mediante:
La corona, el cetro, el trono y el bastón de mando, símbolos del derecho a gobernar.
La presencia del rey en escenas de guerra, caza o culto, que mostraban su capacidad para dominar el caos.
Las inscripciones y estelas que lo retrataban como defensor del templo, restaurador de la ley y constructor del orden.
Poder y justicia: la ley como extensión del gobierno
El poder mesopotámico no se entendía sin la ley. El soberano debía garantizar la justicia, evitar abusos, proteger a los débiles y castigar el mal. El Código de Hammurabi es la expresión más célebre de esta idea: el rey, recibiendo la ley del dios Shamash, no inventa las normas, sino que las transmite y garantiza.
Así, el poder se volvía predecible y legítimo, no solo por la fuerza, sino por la legalidad. Gobernar bien era juzgar con equidad, distribuir recursos, mantener la paz y cuidar los vínculos con lo divino.
Poder político, religioso y económico
En Mesopotamia no existía una separación entre política, religión y economía. El poder era total y abarcador. El rey gobernaba desde el palacio, pero también participaba en los ritos del templo, supervisaba las obras hidráulicas, dirigía el comercio exterior y organizaba campañas militares.
El templo era a la vez centro espiritual, banco, archivo, almacén y escuela. Los sacerdotes formaban parte del aparato del poder, y los escribas eran su brazo ejecutor. La escritura y la contabilidad fueron instrumentos del poder, tanto como el ejército o los símbolos de la realeza.
El poder como discurso y representación
El poder mesopotámico se comunicaba a través de:
Textos fundacionales: inscripciones que relataban la elección divina, la construcción de templos o la derrota de enemigos.
Relieves y estatuas: imágenes de dominación, devoción o esplendor.
Rituales públicos: coronaciones, procesiones, festividades como el Akitu.
Urbanismo simbólico: los zigurats, puertas monumentales y murallas como expresión visible del orden impuesto por el rey.
En todos los casos, el objetivo era el mismo: reforzar la percepción del poder como orden legítimo, necesario y sagrado.
Conclusión: el poder como guardián del cosmos
Para los mesopotámicos, el poder no era ni decorativo ni temporal. Era la garantía de que el mundo no se deshiciera. El rey, la ley, la administración y el templo eran las columnas que sostenían el cosmos. Si uno fallaba, el caos regresaba: las sequías, las guerras, las plagas.
El poder era, en definitiva, una forma de preservar el sentido. Y aunque sus reyes hayan muerto, sus ciudades desaparecido y sus tablillas se hayan roto, la idea mesopotámica del poder como orden cósmico perdura como una de las contribuciones más profundas de esta antigua civilización.
La guerra en el mundo mesopotámico: violencia, orden y legitimación divina
En la civilización mesopotámica, la guerra fue una constante histórica, un instrumento político y una expresión religiosa del orden cósmico. No era concebida como una catástrofe ni como una anomalía, sino como una necesidad estructural del poder y un medio para restaurar el equilibrio cuando este se rompía.
Los reyes mesopotámicos eran guerreros por mandato divino. La guerra no solo defendía las fronteras o ampliaba territorios: reafirmaba la legitimidad del soberano, humillaba a los enemigos de los dioses y servía para fundar o restaurar el orden terrestre conforme a los designios celestes.
Con el final de la fase Uruk, las ciudades amuralladas crecieron y muchas aldeas Ubaid aisladas fueron abandonadas, lo que indica un aumento de la violencia comunitaria. Se suponía que uno de los primeros reyes de Lugalbanda había construido los muros blancos alrededor de la ciudad. A medida que las ciudades-estado comenzaron a crecer, sus esferas de influencia se superpusieron, creando discusiones entre otras ciudades-estado, especialmente sobre la tierra y los canales. Estos argumentos se registraron en tabletas varios cientos de años antes de cualquier guerra importante: la primera grabación de una guerra ocurrió alrededor del 3200 a. C., pero no fue común hasta aproximadamente el 2500 a. C. Un rey dinástico temprano II (Ensi) de Uruk en Sumer, Gilgamesh (c. 2600 a. C.), fue elogiado por las hazañas militares contra Humbaba, guardián de la montaña del cedro, y más tarde se celebró en muchos poemas y canciones posteriores en los que se afirmaba que era un dios de dos tercios y solo un tercio humano. La estela de los buitres posterior al final del período dinástico temprano III (2600–2350 a. C.), que conmemora la victoria de Eannatum de Lagash sobre la vecina ciudad rival de Umma, es el monumento más antiguo del mundo que celebra una masacre. A partir de este momento, la guerra se incorporó al sistema político mesopotámico. A veces, una ciudad neutral puede actuar como árbitro para las dos ciudades rivales. Esto ayudó a formar sindicatos entre ciudades, lo que llevó a los Estados regionales. Cuando se crearon los imperios, fueron a la guerra más con países extranjeros. El rey Sargón, por ejemplo, conquistó todas las ciudades de Sumer, algunas ciudades en Mari, y luego fue a la guerra con el norte de Siria. Muchas paredes del palacio asirio y babilónico estaban decoradas con las imágenes de las luchas exitosas y el enemigo escapaba desesperadamente o se escondía entre los juncos.
Una guerra ritualizada y documentada
La guerra en Mesopotamia estaba profundamente ritualizada. Antes de emprender una campaña, el rey consultaba los augurios, realizaba sacrificios y recibía la aprobación de los dioses, especialmente de Enlil, Marduk o Assur, según la época.
Los textos reales insisten en que el enemigo había “ofendido a los dioses” o alterado la paz, y que el rey actuaba en misión sagrada de castigo y purificación. Las crónicas, himnos y estelas describen las campañas como actos heroicos, justos y necesarios, incluso cuando implicaban saqueos, deportaciones o ejecuciones masivas.
El relato de la guerra formaba parte de la propaganda real: una forma de mostrar poder, justificar el dominio y proyectar una imagen idealizada del monarca como defensor de la civilización frente al caos bárbaro.
Motivos de conflicto: tierra, agua, prestigio
Las causas de guerra eran múltiples, pero solían girar en torno a:
Disputas territoriales entre ciudades-estado vecinas (Uruk, Lagash, Umma).
Control de recursos agrícolas e hídricos, especialmente en torno a canales y límites de regadío.
Ambición imperial, como en el caso de Sargón de Acad, que unificó ciudades sumerias y conquistó Elam.
Deseo de tributos, botines y esclavos, especialmente en los imperios asirio y babilónico.
La guerra también servía para castigar rebeliones internas, sofocar disidencias o reprimir a pueblos sometidos que se negaban a pagar tributo.
Ejércitos y técnicas militares
Desde las primeras ciudades sumerias hasta los ejércitos asirios, los mesopotámicos desarrollaron una sofisticada organización militar, que incluía:
Infantería equipada con lanzas, hachas, arcos y escudos.
Carros de guerra tirados por onagros o caballos, inicialmente usados para transporte, luego como armas de choque.
Cuerpos de ingenieros para abrir brechas, levantar asedios y construir rampas o máquinas rudimentarias.
Arsenales estatales, organizados en torno a palacios y templos.
Durante el Imperio asirio (siglos IX–VII a.C.), la guerra alcanzó un grado de sistematización inédito: ejércitos permanentes, estrategias de terror, deportaciones masivas, informes de campaña detallados y uso del terror psicológico como instrumento de dominación.
Relieves y símbolos de la victoria
La guerra fue tematizada visualmente con enorme potencia. En los relieves asirios, por ejemplo, se representan batallas, asedios, humillaciones de enemigos, leones abatidos por el rey, o procesiones de prisioneros. Estas imágenes no solo documentaban la victoria: la producían simbólicamente, haciéndola presente para quien las contemplaba.
Los estandartes, como el famoso Estandarte de Ur, muestran escenas de guerra y paz, organizadas como ciclos complementarios: el monarca triunfa, el enemigo se somete, y el pueblo celebra.
Después de la guerra: deportación, tributo y reordenación
Tras una victoria, el rey podía ordenar:
La destrucción total de la ciudad enemiga (murallas, templos, archivos).
El traslado forzoso de poblaciones enteras (resettlement), para evitar futuras rebeliones.
La imposición de tributos: grano, ganado, metales, esclavos o tropas auxiliares.
La construcción de monumentos conmemorativos, como estelas o puertas monumentales.
Lejos de ser solo violencia, la guerra era una técnica de gobierno, una herramienta de cohesión interna y de redistribución del poder.
Conclusión: la guerra como renovación del orden
En Mesopotamia, la guerra no fue un accidente, sino una forma ritualizada y aceptada de renovar el equilibrio del cosmos cuando este era alterado. El rey guerrero era al mismo tiempo destructor y restaurador. Y aunque las consecuencias eran devastadoras para los vencidos, la cultura mesopotámica supo transformar la violencia en un relato de legitimidad, orden y propósito colectivo.
En sus tablillas, en sus relieves y en sus textos reales, la guerra no aparece como lo inhumano, sino como lo inevitable, lo sagrado y lo necesario. Un reflejo sombrío pero coherente de un mundo donde el caos siempre acecha, y donde el poder —cuando es fuerte, justo y bendecido por los dioses— puede restablecer el orden.
Las leyes en Mesopotamia: justicia como reflejo del orden divino
En la antigua Mesopotamia, la ley no era simplemente un conjunto de normas sociales: era la expresión escrita del orden cósmico, un mandato divino que los reyes tenían el deber de custodiar y aplicar. Gobernar no significaba solo mandar o castigar, sino garantizar que la justicia (mīšarum) reinara en la tierra como reflejo del equilibrio celestial. Por eso, las leyes eran solemnes, sagradas y profundamente simbólicas.
A lo largo de milenios, los pueblos mesopotámicos desarrollaron un sistema legal complejo, escrito en tablillas de arcilla y estelas de piedra, que abarcaba desde las herencias hasta los matrimonios, desde los delitos hasta los salarios. Las leyes mesopotámicas representan el primer esfuerzo conocido de la humanidad por codificar la vida social mediante el lenguaje escrito.
Las ciudades-Estado de Mesopotamia crearon los primeros códigos legales, extraídos de la precedencia legal y las decisiones tomadas por los reyes. Se han encontrado los códigos de Urukagina y Lipit Ishtar. El más famoso de estos fue el de Hammurabi (creado hacia 1.780 A. C.), debido a su conjunto de leyes, siendo uno de los primeros conjuntos de leyes encontrados y uno de los ejemplos mejor conservados de este tipo de documento de la antigua Mesopotamia. Codificó más de 200 leyes para Mesopotamia. El examen de las leyes muestra un debilitamiento progresivo de los derechos de la mujer y una gravedad cada vez mayor en el tratamiento de esclavos.
La ley como voluntad de los dioses
En la mentalidad mesopotámica, los dioses eran los verdaderos legisladores. El rey no creaba la ley: la recibía, la proclamaba y la aplicaba. Por eso, muchas inscripciones legales comienzan con fórmulas del tipo: «Por mandato de Enlil…», o «Marduk me ordenó hacer justicia…».
El dios Shamash, deidad solar y patrón de la justicia, aparece frecuentemente representado entregando las leyes al rey, como ocurre en la famosa estela del Código de Hammurabi. Este acto simbólico indica que el origen de la ley está en el cielo, pero su ejecución pertenece al mundo humano, a través del monarca como mediador sagrado.
Los códigos legales: de Ur-Nammu a Hammurabi
Mesopotamia conoció varios códigos de leyes escritos, algunos completos y otros fragmentarios. Entre los más importantes se encuentran:
Código de Ur-Nammu (ca. 2100 a.C., Sumer): el más antiguo conocido, redactado en sumerio. Establece multas económicas por delitos y prácticas judiciales relativamente benévolas.
Código de Lipit-Ishtar (ca. 1930 a.C., Isin): escrito en acadio, con leyes sobre herencia, esclavitud y matrimonio.
Código de Eshnunna (ca. 1770 a.C.): centrado en relaciones comerciales y precios regulados.
Código de Hammurabi (ca. 1750 a.C., Babilonia): el más extenso y célebre, con 282 artículos grabados en piedra y difundidos por todo el imperio.
El Código de Hammurabi: justicia y jerarquía
El Código de Hammurabi no es solo una colección de leyes: es una proclamación de poder, justicia y unidad imperial. Su famosa introducción declara que el rey fue llamado por Marduk «para hacer reinar la justicia en el país, destruir al malvado y al impío, e impedir que el fuerte oprima al débil».
Las leyes cubren un amplio espectro:
Delitos y castigos: homicidio, robo, agresión, fraude, perjurio.
Relaciones familiares: matrimonio, divorcio, adopción, dote.
Propiedad y comercio: arrendamientos, préstamos, contratos, salarios.
Regulación profesional: médicos, constructores, barqueros, escribas.
El código establece principios como:
“Ley del talión” (ojo por ojo), especialmente entre personas del mismo estatus.
Desigualdad legal: las penas varían según la clase social (hombres libres, plebeyos, esclavos).
Protección de los vulnerables: viudas, huérfanos y campesinos reciben protección frente a abusos.
Aunque severo en algunos casos, el código no era arbitrario: buscaba orden, estabilidad y previsibilidad en la vida social.
Justicia cotidiana: jueces, pruebas y procedimientos
En la práctica, la justicia era administrada por jueces locales, sacerdotes o funcionarios designados, que se basaban en códigos escritos y en la costumbre. Los juicios podían incluir:
Testimonios orales y juramentos solemnes.
Documentos contractuales firmados con sellos cilíndricos.
Pruebas físicas o rituales, como el juicio por agua.
Las sentencias eran escritas en tablillas y archivadas, lo que muestra un alto grado de formalización jurídica. La justicia era pública, solemne y, sobre todo, escrita: el derecho se inscribía para que no se olvidara ni se manipulase.
Conclusión: la ley como columna del mundo
En Mesopotamia, la ley era el fundamento del orden, el instrumento que permitía a la sociedad funcionar de manera armoniosa. Era más que una regulación: era una manifestación concreta del deseo divino de justicia, traído a la tierra por el rey y sus escribas.
Gracias a estos textos, no solo conocemos cómo vivían los mesopotámicos, sino también cómo pensaban la justicia, el deber, la desigualdad y la responsabilidad. En cada tablilla legal late la idea de que la civilización empieza allí donde el poder se somete a una norma escrita y reconocida por todos.
Una de las dos figuras del carnero en un matorral encontradas en el cementerio real de Ur, 2600–2400 a. C. Foto: Jack1956. CC BY-SA 3.0.

Avances tecnológicos de los mesopotámicos: ingenio, necesidad y civilización
La antigua Mesopotamia fue una de las civilizaciones más innovadoras de la Antigüedad. En medio de una geografía compleja y un clima exigente, sus habitantes desarrollaron una serie de avances tecnológicos y científicos que no solo respondieron a necesidades prácticas, sino que también contribuyeron a organizar el tiempo, el espacio, la economía y la vida social.
Fruto de la observación, la experiencia acumulada, el cálculo y la escritura, la tecnología mesopotámica fue un instrumento de supervivencia, control y saber, y sentó las bases para numerosos logros posteriores de la humanidad.
1. Escritura cuneiforme: tecnología del pensamiento
Uno de los mayores legados mesopotámicos fue la invención de la escritura cuneiforme, hacia el 3200 a.C., en Sumer. Lo que comenzó como un sistema de contabilidad para registrar ofrendas, tributos y ganado, evolucionó en un lenguaje visual capaz de registrar leyes, mitos, himnos, cartas y tratados.
Esta escritura sobre tablillas de arcilla endurecida fue la gran tecnología cultural de la civilización mesopotámica. Permitió la administración de los templos, la consolidación del derecho, la enseñanza sistemática y la transmisión del saber.
2. Agricultura y riego: domesticar la tierra y el agua
Para hacer fértiles las tierras entre el Tigris y el Éufrates, los mesopotámicos desarrollaron avanzadas técnicas de irrigación, drenaje y canalización, que les permitieron regular las crecidas, almacenar agua y ampliar las zonas cultivables.
Crearon un sistema de canales, acequias, compuertas y presas con gran conocimiento hidráulico, lo que dio lugar a una agricultura intensiva y planificada, capaz de sostener grandes ciudades. También introdujeron el arado de reja tirado por animales, lo que aumentó la productividad de los cultivos.
3. Rueda y transporte: girar con el mundo
La invención de la rueda, atribuida a las culturas de la Baja Mesopotamia hacia el 3500 a.C., revolucionó el transporte y la producción. Su aplicación al carro de cuatro ruedas tirado por animales permitió el comercio a larga distancia, las migraciones organizadas y la movilidad del poder.
Además, se empleó la rueda en la alfarería, lo que perfeccionó la producción cerámica y permitió estandarizar formas y tamaños.
4. Arquitectura y urbanismo: el barro elevado a civilización
Con el uso extensivo del ladrillo de adobe y cocido, los mesopotámicos levantaron templos, palacios, zigurats y murallas. Sus conocimientos arquitectónicos incluían:
Diseño de estructuras abovedadas.
Construcción de zigurats escalonados, símbolo de conexión con lo divino.
Planificación urbana con barrios, calles y sistemas de drenaje.
Fueron capaces de construir ciudades complejas como Uruk, Ur, Nínive o Babilonia, verdaderos centros administrativos y culturales.
5. Matemáticas y sistema sexagesimal
Los mesopotámicos usaron un sistema numérico sexagesimal (base 60), aún presente en nuestra medición del tiempo (60 segundos, 60 minutos) y de ángulos (360 grados). Desarrollaron:
Tablas de multiplicar, raíces cuadradas y cúbicas.
Un álgebra rudimentaria para resolver problemas de superficie y volumen.
La capacidad de representar fracciones y números grandes con notación posicional.
Este sistema fue clave para la contabilidad, el comercio, la agrimensura y la astronomía.
6. Astronomía y calendario
A través de una observación constante del cielo, los mesopotámicos desarrollaron una astronomía empírica avanzada. Registraron:
Fases lunares, eclipses, solsticios y equinoccios.
Movimiento de planetas y estrellas.
Un calendario lunisolar, dividido en 12 meses de 29 o 30 días, ajustado con intercalaciones.
La astronomía estaba vinculada a la religión y al poder: se usaba para fijar rituales, predecir acontecimientos y legitimar decisiones del rey.
7. Medicina y botánica
El saber médico mesopotámico era una mezcla de experiencia empírica y conocimiento mágico-religioso. Los textos médicos incluyen:
Diagnósticos, tratamientos y recetas con plantas medicinales, minerales y animales.
Técnicas de cirugía menor, vendajes y cataplasmas.
Exorcismos y rituales de purificación.
Los médicos eran llamados “asû” (practicantes empíricos) y “asipu” (especialistas rituales), y ambos actuaban para restaurar el equilibrio físico y espiritual del paciente.
8. Metalurgia y técnicas artesanales
El trabajo del cobre, bronce, oro, plata y hierro permitió fabricar herramientas, armas, adornos y símbolos de poder. Se conocían técnicas como:
Fundición en moldes cerrados.
Repujado y cincelado.
Incrustación con piedras preciosas.
Junto a esto, la textilería, la cerámica decorada y el grabado en sellos cilíndricos muestran un alto nivel de sofisticación técnica y simbólica.
Conclusión: tecnología al servicio del orden
Los avances tecnológicos mesopotámicos fueron fruto de la necesidad, la observación y el deseo de organizar el mundo. No eran simples herramientas, sino instrumentos de civilización, integrados en una visión del universo donde cada conocimiento contribuía a sostener el equilibrio entre los hombres, la naturaleza y los dioses.
Gracias a ellos, Mesopotamia no fue solo una cuna de la cultura, sino también una forja de técnicas, saberes y soluciones que marcaron un antes y un después en la historia de la humanidad.
Algunas de las creaciones que les debemos a las civilizaciones que habitaron en Mesopotamia son:
- La escritura (escritura cuneiforme).
- La moneda.
- La rueda.
- Las primeras nociones de astrología y astronomía.
- El desarrollo del sistema sexagesimal y el primer código de leyes, escrito por el rey Hammurabi.
- El sistema postal o de correo.
- La irrigación artificial.
- El arado.
- El bote y la vela.
- Los arreos para los animales.
- La metalurgia del cobre y del bronce.
- Un calendario de 12 meses y 360 días.

Epílogo: Mesopotamia, la primera gran experiencia de civilización
Hablar de Mesopotamia es hablar del inicio consciente de la historia humana. Entre los ríos Tigris y Éufrates, hace más de cinco mil años, floreció algo que no fue solo una cultura ni una sucesión de reinos: fue una forma completamente nueva de vivir, pensar y organizar el mundo. Fue allí donde los seres humanos pasaron de la tribu al Estado, de la tradición oral al archivo escrito, del mito al código legal, del instinto a la planificación.
La civilización mesopotámica fue un inmenso laboratorio de humanidad. En sus ciudades se inventó la escritura, se definió la justicia, se codificó el tiempo, se organizó el poder, se observó el cielo con propósito, se exploraron los límites de la muerte y se preguntó —por primera vez de manera sistemática— por el sentido del sufrimiento, del destino y del orden del mundo.
Nada en ella fue casual. Cada ladrillo, cada símbolo, cada tablilla, cada fórmula ritual, respondía a una necesidad urgente: convertir el caos en cosmos, lo imprevisible en sistema, lo incierto en norma. La Mesopotamia antigua fue una civilización de barro, pero también de asombro; de cálculo, pero también de misterio.
Una civilización de integración y contradicción
Mesopotamia no fue homogénea. En sus tierras convivieron pueblos diversos: sumerios, acadios, amorreos, asirios, babilonios, hurritas, casitas, arameos… Su historia es una sucesión de rupturas y continuidades, de conquistas y resurrecciones. Sin embargo, a pesar de su fragmentación política, la civilización mesopotámica logró mantener una sorprendente unidad cultural: una visión común del mundo, del poder, del derecho y de los dioses.
Esta civilización supo integrar el saber empírico con la fe, la guerra con la arquitectura, la escritura con la ley, la religión con la administración. En sus estelas y tablillas conviven el mito y el contrato, la plegaria y el balance de grano, la epopeya heroica y la cuenta precisa de esclavos. Todo forma parte de un mismo tejido, denso y coherente, que hizo de la vida una estructura simbólica total.
Su legado: cimientos invisibles de lo que somos
Pocas civilizaciones han influido tanto, y de manera tan silenciosa, como la mesopotámica. De ella heredamos:
El concepto de Estado centralizado y administración escrita.
La ley codificada como forma de justicia estable.
El tiempo medido y fragmentado (60 minutos, 24 horas, 360 grados).
El impulso de observar el cielo para entender el destino.
La idea de que la escritura puede preservar la memoria y el saber.
La práctica de gobernar en nombre de una ley superior, aunque el gobernante sea mortal.
Aunque su lengua dejó de hablarse, aunque sus ciudades fueron sepultadas y sus templos olvidados, su huella permanece en los cimientos de nuestra forma de pensar y vivir. La herencia de Mesopotamia no está en los museos: está en los calendarios, en los archivos, en las bibliotecas, en los códigos jurídicos y en la intuición de que el conocimiento puede ordenarlo todo.
Una advertencia desde el pasado
Pero Mesopotamia también nos habla desde su ruina. Nos recuerda que toda civilización, por brillante que sea, puede desmoronarse si no sabe adaptarse al entorno, si su poder se vuelve ciego, si olvida el vínculo entre justicia y comunidad. Los sumerios vieron secarse sus canales. Los babilonios cayeron ante Persia. Los asirios desaparecieron bajo el polvo de su propio exceso.
Quizás esa es su lección más profunda: la grandeza no está en la eternidad, sino en lo que se deja sembrado. Mesopotamia no existe ya, pero nos hizo posibles.
Final: el país entre ríos, la tierra del origen
Mesopotamia fue la primera gran cuna de la civilización compleja. No fue perfecta ni utópica, pero fue radicalmente humana: llena de temor y de ambición, de sabiduría y violencia, de poesía y administración. Allí comenzó la historia tal como la entendemos: como el intento constante del ser humano por comprender, organizar, recordar y trascender.
Y al recorrer sus tablillas, sus ruinas, sus relatos y sus leyes, uno no puede evitar pensar que, aunque todo cambie, algo esencial de nosotros nació allí y nunca ha dejado de estar entre esos dos ríos.
Referencias
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Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una categoría multimedia sobre Mesopotamia.
- «Jornal Libre de Estudios Orientales». Consultado el 20 de mayo de 2007.
- PÉREZ GARCÍA, Juan Manuel. «Mesopotamia. Caliope. Letras, arte y cultura». Archivado desde el original el 27 de mayo de 2014. Consultado el 18 de octubre de 2012.
- Mesopotamia, 1920
Mesopotamia: Babilonia, Asiria y Sumeria (Retorno al edén). Documental.
Santa Rosa 7,1 K suscriptores
Hay una fuente adicional que recomiendo para el estudio de estas culturas. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. En este enlace.
