Rostros tartésico de El Turuñuelo (Badajoz). Gianni86, editado por Serg!o. CC BY-SA 4.0. Original file (3,145 × 3,330 pixels, file size: 462 KB). Casas del Turuñuelo es un yacimiento arqueológico de gran valor situado en las Vegas del Guadiana, en Badajoz. Pertenece a la cultura tartésica y se data entre el siglo VI y el V a.C.. Lo más relevante es que constituye uno de los mejores ejemplos de arquitectura monumental del suroeste peninsular en época protohistórica.
Fue descubierto en los años 90, pero desde 2014 se está excavando de forma intensiva por el equipo del Instituto de Arqueología de Mérida (IAM-CSIC), dirigido por Sebastián Celestino y Esther Rodríguez.
Tartessos (en griego antiguo: Τάρτησσος Tártēssos; en latín: Tartessus), Tarteso o Tartesia (1) es el nombre por el que los griegos conocían a la que creyeron primera civilización de Occidente. Posible heredera del Bronce final atlántico, se desarrolló en el triángulo formado por las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, y posteriormente en la provincia de Badajoz, (2) (3) en el suroeste de la península ibérica durante el Bronce tardío y la primera Edad del Hierro. Sus comienzos se dan hacia el siglo IX a. C., extendiéndose hasta el siglo V a. C. Se presume que tuvo por eje el río Tartessos, que pudo ser el que los romanos llamaron luego Betis (Guadalquivir). Sin embargo, hay autores que la sitúan en la confluencia de las bocas del Odiel con el Tinto (Huelva), puesto que bajo la propia ciudad onubense es sabido que se hallan sepultados importantes restos. También se ha situado el núcleo del país en torno al río Barbate (Porlan, 2015).
Tartesos influyó sobre las tierras del interior y el Algarve portugués. Los tartesios desarrollaron presumiblemente una lengua y escritura distinta a la de los pueblos vecinos y, en su fase final, tuvieron influencias culturales de egipcios y fenicios.
La primera fuente histórica que alude a Tartessos se halla en la obra de Hecateo, en el siglo VI a. C., quien fue considerado por los autores antiguos como un logógrafo, término que definía a los historiadores antes de los tiempos de Heródoto y Tucídides. Hecateo menciona varias ciudades tartésicas, mientras que Heródoto (la siguiente fuente relevante) habla del rey Argantonio (que se cree significaría El hombre o señor de la plata) que gobernó más de 100 años y de su incontable riqueza, sabiduría y generosidad. Una más tardía data del siglo IV d. C., del escritor romano Rufo Festo Avieno, que escribió una obra titulada Ora maritima, poema en el que se describen las costas mediterráneas, basándose en textos más antiguos (probablemente del siglo VI a. C.). De ella Avieno dijo que era un «periplo», es decir, un viaje de navegación costera realizado por un marino griego o cartaginés, en el que partiendo de las costas de Britannia o de Cornualles (Inglaterra) llegó hasta Massalia (actual Marsella). Como resultado de aquel viaje se narran los lugares visitados por el desconocido marino, que proporciona las noticias más antiguas sobre la península ibérica y cita entre otras a «la ciudad de Gadir, llamada antes Tarteso». (4) Éforo de Cime dijo que desde Cádiz a Tartessos había medio día de navegación. (5)
Información histórica
Periodo: Edad del Bronce y Edad del Hierro. Siglo XII a. C. a Siglo V a. C.
Información geográfica
Área cultural: Andalucía Occidental, suroeste de Extremadura, suroeste de la península ibérica.
Información antropológica
Pueblos relacionados: Turdetanos, Túrdulos, Conios.
Idioma: Tartésico (hipótesis)
Asentamientos importantes:
- Asta Regia (Jerez de la Frontera)
- Spal (Sevilla)
- Onoba (Huelva)
- Olissipo (Lisboa)
- Ossonoba (Faro)
- Conobaria (Las Cabezas de San Juan)
- Nabrissa (Lebrija)
- Mastia (Cartagena)
Área aproximada de extensión e influencia de la civilización tartésica. Gráfico: Lanoyta. CC BY-SA 4.0.

Tartessos
-Introducción.
-Origen
-Extensión
-Cronología
- -Bronce tardío (1200.-900 aC)
- – Etapa prototípico-orientalizante (900-700 aC)
- – Etapa orientalizante (700 a. C.-650 a. C.)
- – Etapa tardía (650-500 a. C.)
- – Desaparición de Tartessos (500 a.̺ C.)
- – Turdetanos y Túrdulos principalmente.
-Toponimia y colonización
-Yacimientos. Importancia arqueológica
- Aliseda, en la provincia de Cáceres
- Asta Regia, en Jerez de la Frontera (Cádiz)
- Cancho Roano, en Zalamea de la Serena (Badajoz)
- La Mata, en Campanario (Badajoz)
- El Carambolo, en Camas (Sevilla)
- Cerro Salomón (Huelva)
- La necrópolis de la Joya, en la ciudad de Huelva
- La Tablada, en El Viso del Alcor (Sevilla)
- Tejada la Vieja, en Escacena del Campo (Huelva)
- El Turuñuelo, en Guareña (Badajoz)
- Carmona, en la provincia de Sevilla; foso, viviendas, muralla y bastiones.
-En las fuentes:
- – Fuentes antiguas
- – Trabajos modernos
-Sistema de gobierno
- – Reyes mitológicos
- – Reyes históricos
-Economía
-Cultura material
-Religión
-Idioma
-Interpretaciones. Referencias históricas
-Posible identificación como «Tarsis» o «Atlántida»
-Mastia
-Candelabros de Lebrija
-Fundación de la ciudad de Qart Hadasht (‘Ciudad Nueva’)
-Epílogo
Introducción: Tartessos, entre la arqueología y el mito
El estudio del pueblo tartésico constituye uno de los capítulos más fascinantes, complejos y debatidos de la protohistoria peninsular. Situado en el cruce de caminos entre la tradición indígena del suroeste ibérico y las influencias coloniales del Mediterráneo oriental, Tartessos emerge como una civilización singular, envuelta en un halo de leyenda pero firmemente anclada en evidencias arqueológicas que, aunque fragmentarias, han ido delineando con creciente precisión su perfil histórico y cultural. A caballo entre los siglos XII y V a. C., en un marco cronológico que se extiende desde el Bronce Final hasta los albores de la Edad del Hierro, Tartessos representa la primera sociedad compleja documentada en el occidente europeo, con estructuras políticas jerarquizadas, una economía de base agropecuaria y minera fuertemente orientada al comercio, y una cultura material que revela niveles notables de desarrollo técnico y artístico.
Desde las primeras menciones en fuentes grecolatinas —donde Tartessos es descrita como una región rica y exótica, dominada por un monarca legendario y codiciada por sus metales—, hasta los hallazgos arqueológicos más recientes en yacimientos como El Carambolo, Cancho Roano o Casas del Turuñuelo, la investigación sobre Tartessos ha oscilado entre la reconstrucción crítica del pasado y la tentación de proyectar sobre él visiones idealizadas o incluso míticas. La historiografía moderna ha pasado de considerar Tartessos un eco lejano de las colonizaciones fenicias, a reconocerlo como un actor autónomo y dinámico, cuya identidad se fue forjando en interacción continua con pueblos del Mediterráneo oriental, sin que ello anule sus raíces profundamente indígenas, procedentes de la evolución del substrato del Bronce Final del suroeste peninsular.
La delimitación geográfica de Tartessos ha sido tradicionalmente ubicada en el triángulo formado por el Bajo Guadalquivir, el Guadiana y la costa atlántica andaluza, aunque nuevas interpretaciones amplían su influencia hacia el norte de Extremadura y el interior de la península. Esta expansión, más cultural que política, se manifiesta en la difusión de formas artísticas, técnicas constructivas y prácticas rituales, y permite hablar de un «horizonte tartésico» más que de un Estado centralizado. La cronología tartésica puede dividirse en distintas fases evolutivas: desde el Bronce Final, donde se gestan los primeros signos de jerarquización social y especialización productiva, pasando por una etapa prototípica (900–700 a. C.) en la que se consolidan las estructuras sociales y se intensifican los contactos exteriores, hasta llegar al llamado periodo orientalizante (700–500 a. C.), fase de máximo esplendor artístico, político y económico. El colapso súbito del sistema tartésico hacia mediados del siglo V a. C., cuyo motivo aún genera debate, marca el fin de una civilización que, no obstante, dejó un legado profundo en las culturas ibéricas posteriores.
Uno de los aspectos más sugerentes del estudio tartésico es su riqueza simbólica y la persistencia de su eco en la memoria cultural de Occidente. Tartessos ha sido identificada por algunos autores con la Tarsis bíblica, y no han faltado quienes han querido vincularla con la Atlántida de Platón. Sin caer en especulaciones infundadas, resulta innegable que Tartessos encarna una síntesis poderosa entre historia y mito, entre los vestigios materiales que afloran del subsuelo y los relatos que circularon en la Antigüedad sobre un reino lejano, rico en metales y gobernado por reyes sabios y longevos. La arqueología moderna, al tiempo que desvela sus realidades concretas, no ha eliminado ese misterio fundacional, sino que lo ha matizado con nuevas preguntas: ¿hasta qué punto fue Tartessos una civilización indígena o mestiza? ¿Qué mecanismos explican su auge y su repentina desaparición? ¿Cómo encajan los últimos hallazgos escultóricos de Casas del Turuñuelo en el marco general del arte peninsular?
En este contexto, abordar el estudio de Tartessos requiere una mirada integradora que conjugue el análisis estratigráfico y el estudio de los materiales arqueológicos con una lectura crítica de las fuentes clásicas y una revisión de las construcciones historiográficas previas. Tartessos, más que una cultura cerrada y definida, es un espacio de contacto, un laboratorio de síntesis entre tradiciones indígenas y aportaciones foráneas, un cruce de caminos entre lo autóctono y lo colonial, entre lo histórico y lo legendario. Su estudio no solo permite iluminar los orígenes de la complejidad social en el suroeste ibérico, sino que también invita a reflexionar sobre los procesos de construcción de la memoria histórica y la identidad cultural en Europa occidental.
Origen
Sobre el origen de la cultura tartesia se ha escrito mucho, a pesar de lo cual nada es seguro todavía. (6) Entre las corrientes principales estarían la indigenista y la colonialista:
- Según algunas investigaciones, esta cultura se formó a partir de la evolución de las poblaciones locales herederas del Bronce del suroeste peninsular, evolución que llegó a su clímax cuando comenzaron a relacionarse con las factorías fenicias del litoral. (7)
- Según otros, la cultura tartesia sería el resultado exclusivo de la aculturación de los indígenas por parte de los fenicios. Esta teoría se apoya en las cronologías de colonización y en los restos arqueológicos, como cerámicas bruñidas con decoración de retícula, piezas de barniz rojo y las representaciones religiosas, que claramente hacen referencias a dioses orientales, como Astarté, Baal o Melkart.
Sobre el origen de los propios tartesios, y en el marco de las teorías difusionistas tan en boga hasta los años 1970 del siglo XX, se ha llegado a decir que llegaron a la península con los pueblos del mar, o incluso que pudieron ser pueblos indoeuropeos precursores de la cultura celta (8) o gentes procedentes de las estepas al norte del Cáucaso, que se asentaron sobre el sustrato prehistórico. También se pensó que podrían haber traído con ellos el neolítico, la agricultura y la ganadería, desde el Oriente Próximo, (9) originado la cultura argárica y la de los campos de urnas.
Aunque las corrientes indigenista y colonialista siguen siendo las más citadas, los estudios más recientes tienden a proponer visiones más matizadas, superando dicotomías simplificadoras para entender Tartessos como el resultado de procesos largos, dinámicos y multilaterales.
En primer lugar, es fundamental considerar que el origen de la cultura tartésica no debe entenderse como un hecho puntual o fundacional, sino como un proceso de larga duración, que se inscribe en una evolución social y económica iniciada ya en el Bronce Final. La región suroccidental de la península ibérica, especialmente las tierras del Bajo Guadalquivir y las zonas colindantes del Guadiana, muestran desde épocas tempranas signos de jerarquización social, intensificación agrícola, especialización artesanal y control de recursos minerales. Este contexto preexistente permitió una base sólida para que, al entrar en contacto con los comerciantes fenicios —establecidos en las costas del sur desde finales del siglo IX a. C.—, se produjera una aceleración de los cambios internos, más que una transformación radical impuesta desde fuera.
Este enfoque da lugar a una interpretación sinérgica o integradora del origen tartésico, en la que los elementos autóctonos y los exógenos interactúan de manera activa. No se trata simplemente de una cultura indígena influenciada por el comercio orientalizante, ni de una sociedad “fabricada” por la aculturación colonial fenicia, sino de una civilización que supo reinterpretar creativamente las novedades tecnológicas, simbólicas y económicas procedentes del Mediterráneo oriental para adaptarlas a sus propias necesidades y estructuras. La arquitectura monumental, los ajuares funerarios, los tesoros de orfebrería y los restos cerámicos hallados en yacimientos como El Carambolo, La Angorrilla o Casas del Turuñuelo revelan una hibridación cultural, donde lo oriental no sustituye a lo indígena, sino que lo transforma y lo eleva a un nuevo estadio de complejidad.
Además, recientes estudios de arqueología del paisaje y geoarqueología han aportado información clave sobre la relación entre el entorno físico y el surgimiento de Tartessos. El control de estuarios navegables, la gestión de salinas, la explotación minera del cobre y la plata, así como la fertilidad de las vegas fluviales del Guadalquivir, crearon un ecosistema propicio para la emergencia de una elite social que monopolizó el excedente económico y desarrolló redes de intercambio a gran escala. Esto sugiere que el origen de Tartessos no puede desligarse del territorio que ocupó: un espacio ecológica y geopolíticamente privilegiado para actuar como interfaz entre la península y el mundo mediterráneo.
Por otro lado, también ha cobrado fuerza el interés por los componentes simbólicos e ideológicos que acompañaron el nacimiento de Tartessos. La aparición de una escritura autóctona —la tartésica o sudoccidental—, las representaciones rituales en santuarios como Cancho Roano, y la figura emblemática de Argantonio como rey de larga duración y sabiduría legendaria, sugieren la consolidación de una cosmovisión propia, que no puede reducirse a una simple adopción de modelos foráneos. La construcción de una identidad cultural tartésica parece haber sido deliberada, fruto de una elite que supo legitimarse a través de mitos fundacionales, genealogías dinásticas y símbolos compartidos, en un contexto de competencia por el prestigio y el control de rutas comerciales.
Finalmente, desde una perspectiva comparada, algunos investigadores han propuesto analizar el origen de Tartessos no como un fenómeno aislado, sino en paralelo con otros desarrollos contemporáneos en el Mediterráneo occidental. Ciudades como Cartago, Emporion o incluso la Etruria tirrena presentan dinámicas de formación estatal y urbanización similares: contacto con colonizadores orientales, adopción de escritura, surgimiento de aristocracias locales y aparición de sistemas simbólicos híbridos. En este sentido, Tartessos puede entenderse como una de las primeras “puertas de entrada” de la Edad del Hierro en el oeste europeo, y como un nodo fundamental en la creación de un Occidente mediterráneo antes de Roma.
En conclusión, el origen del pueblo tartésico no responde a una única causa ni a una identidad definida desde el principio. Es el resultado de una evolución interna sostenida y de la interacción activa con agentes externos, en un contexto de transformaciones regionales profundas. Tartessos nació de un proceso, no de una ruptura, y su misterio reside precisamente en la complejidad con que supo integrar pasado y novedad, tradición y apertura, en los márgenes de un mundo que empezaba a globalizarse desde el Mediterráneo.
Tesoro de El Carambolo, Museo Arqueológico de Sevilla. Foto: © José Luiz Bernardes Ribeiro. CC BY-SA 3.0. Original file (2,048 × 1,360 pixels, file size: 951 KB). Ajuar áureo del Tesoro del Carambolo (siglos VII–VI a. C.), hallado en Camas (Sevilla). Se compone de collares, brazaletes, placas y un pectoral, y representa una de las expresiones más sobresalientes de la orfebrería tartésica, con claras influencias fenicias.
Extensión
El núcleo original de la cultura tartesia comprende aproximadamente el territorio de las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Dos áreas especialmente importantes fueron los centros mineros de los ríos Tinto y Odiel y la llanura agropecuaria del Guadalquivir. Estas eran las zonas más intensamente pobladas y desde ellas la influencia tartesia se extendería durante el Bronce final y la Primera Edad del Hierro por buena parte del resto de Andalucía y Extremadura, así como el Algarve y el Alentejo portugueses. (10)(11)(12)
Algunos asentamientos importantes de la costa fueron Asta, Nabrissa, Spal, Onoba, Ossonoba, Olissipo y Mastia, mientras que en el interior se destacan Corduba, Carmo, Astigi, Carambolo, Tejada la Vieja, Setefilla[13] y Cancho Roano (Badajoz).
En una última fase (siglo VI a. C.), se produjo una emigración hacia el norte por motivos desconocidos que pobló el valle del Guadiana e incluso el Valle de Alcudia, tal como demuestran los yacimientos tartésicos de Cancho Roano, El Turuñuelo.
Tartessos en la península ibérica 500 a. C. Mapa: Lanoyta. CC BY-SA 4.0. Original file (4,000 × 2,252 pixels, file size: 3.56 MB).
Cronología
El Bronce Tardío (1200–900 a. C.): los orígenes estructurales de Tartessos
Aparición de asentamientos estables en los que se aprecia una incipiente jerarquización social. (10)(11)(12) Los primeros poblados tartésicos datan de esta etapa final del Bronce. Están compuestos por casas de planta ovalada o circular, construidos sin una organización espacial definida. Se situaban en lugares estratégicos donde dominaban los caminos terrestres y los recursos agrícolas y mineros de la región. (15)
La fase del Bronce Tardío en el suroeste peninsular representa el periodo germinal de la cultura tartésica. Se trata de una etapa de transición crucial en la que se consolidan los primeros elementos que darán lugar, en siglos posteriores, al desarrollo de una civilización estructurada y compleja. En estos tres siglos se observa el paso progresivo de comunidades tribales dispersas hacia sociedades más cohesionadas, con indicios de jerarquización social, especialización económica y control estratégico del territorio.
Los asentamientos humanos durante este periodo se vuelven más estables y numerosos. Aunque aún no presentan una planificación urbana sofisticada, sí se aprecia una clara tendencia a ubicarse en lugares estratégicos, con acceso privilegiado a rutas terrestres, tierras fértiles y recursos minerales, especialmente cobre, plata y estaño, cuya extracción y circulación serán fundamentales para el desarrollo posterior de Tartessos. Estos poblados estaban normalmente situados sobre colinas, lomas o promontorios que permitían una buena defensa y visibilidad del entorno.
Desde el punto de vista arquitectónico, las viviendas conservadas de esta época eran simples estructuras de planta oval o circular, construidas con muros de adobe, madera o piedra en seco, techadas probablemente con ramas y barro. La disposición de estas casas dentro de los asentamientos sugiere aún una organización espontánea, sin traza urbana definida. Sin embargo, la presencia de estructuras de mayor tamaño o de áreas diferenciadas para actividades específicas —como almacenamiento, fundición o enterramientos— apunta ya a formas incipientes de diferenciación social.
La sociedad de este periodo comienza a manifestar signos tempranos de estratificación, reflejados en el control de los recursos, el acceso desigual a los metales, y en ciertos elementos del ajuar funerario. No obstante, aún estamos lejos de la aristocracia visible en los siglos posteriores. La economía estaba basada en una agricultura cerealista combinada con ganadería, recolección, caza y una metalurgia del cobre en auge. La existencia de pequeños talleres metalúrgicos indica un conocimiento técnico significativo, así como posibles relaciones de intercambio interregional.
Entre los principales yacimientos documentados de esta época destacan:
Setefilla y Carmona (Sevilla): importantes por su ubicación en zonas fértiles con acceso a caminos naturales.
La Tablada (El Viso del Alcor, Sevilla): relevante por la riqueza material hallada.
Montemolín (Badajoz) y El Berrueco (Cádiz): ejemplos de poblados bien posicionados en relación a los valles fluviales.
Llanete de los Moros (Montoro, Córdoba) y Colina de los Quemados (Córdoba): lugares clave para el conocimiento de la cultura material del Bronce Tardío.
Onuba (actual Huelva): núcleo importante por su proximidad a la costa y su papel en futuras redes comerciales.
Desde una perspectiva más amplia, el Bronce Tardío en el suroeste peninsular se sitúa en sintonía con transformaciones más generales en el Mediterráneo occidental. Aunque el contacto directo con culturas orientales aún no se ha producido, algunos elementos materiales y técnicos —como ciertos patrones cerámicos o el uso del metal— podrían haber llegado de forma indirecta, a través de redes de intercambio pan-mediterráneas. Todo ello sugiere que este periodo no fue de aislamiento, sino de progresiva integración en dinámicas de largo alcance.
En definitiva, el Bronce Tardío no representa aún la civilización tartésica en sentido pleno, pero sí configura el sustrato sobre el que se asentará su desarrollo posterior. A lo largo de estos siglos se ponen en marcha los procesos de sedentarización estable, acumulación de riqueza, control territorial y diferenciación social que, alimentados por la futura llegada de influencias fenicias, desembocarán en el nacimiento de Tartessos como una entidad singular y protohistórica en el occidente europeo.
Tejada la Vieja en Huelva. Foto: José Luis Filpo Cabana. CC BY 3.0. Original file (4,272 × 2,856 pixels, file size: 13.62 MB).
Etapa proto-orientalizante (900 a. C.-700 a. C.)
Todavía del Bronce final, hay un incremento de las piezas metálicas y de orfebrería, así como de la demografía. Los poblados conocidos por la arqueología, como El Carambolo, son de pequeño tamaño, con cabañas circulares u ovales cuyas paredes fueron levantadas con ramas y barro. La sociedad se fue estratificando, concentrándose el poder en unas élites militares cuya evidencia arqueológica son las estelas de guerrero. (10)(11) (12)
Por otro lado, sobre el 800 a. C. se advierten los primeros influjos tartésicos en Andalucía oriental además de intensificarse la explotación de plata a gran escala en la zona de Riotinto. (16)
La etapa proto-orientalizante, comprendida aproximadamente entre el 900 y el 700 a. C., representa un momento clave en la evolución de las comunidades del suroeste peninsular hacia una sociedad más compleja, preludio directo de lo que será la cultura tartésica en sentido estricto. Aunque aún nos situamos dentro del Bronce Final, esta fase muestra señales claras de transformación estructural, tanto en lo económico como en lo social, lo simbólico y lo territorial. Los asentamientos se multiplican, la población crece y comienzan a configurarse redes de poder local articuladas en torno a elites que controlan el excedente productivo, los recursos estratégicos y, muy especialmente, el acceso al metal.
La metalurgia alcanza un desarrollo notable durante este periodo. Aumenta la cantidad y variedad de objetos metálicos, desde armas hasta adornos personales, y se documenta una clara mejora en las técnicas de fundición y orfebrería. Esto no solo indica un grado de especialización artesanal más avanzado que en fases anteriores, sino también el surgimiento de sistemas de intercambio a larga distancia. Las minas de plata y cobre de la región —particularmente en áreas como Riotinto— comienzan a ser explotadas de forma intensiva, generando una riqueza que será determinante para el posterior auge de Tartessos. Hacia el 800 a. C., estas explotaciones alcanzan niveles que permiten una producción a gran escala, lo que sugiere la existencia de un sistema de organización del trabajo y distribución del producto más elaborado de lo que se había conocido hasta entonces.
Los poblados de esta etapa, aunque aún modestos en tamaño, muestran signos de evolución respecto a los del periodo anterior. Las viviendas continúan siendo de planta circular u oval, construidas con técnicas sencillas a base de ramas y barro, pero en algunos asentamientos ya se detectan intentos de estructuración interna, así como espacios diferenciados para actividades específicas. El Carambolo, uno de los yacimientos más emblemáticos del suroeste, tiene su origen precisamente en esta fase, y aunque su monumentalidad no se manifestará hasta el periodo orientalizante pleno, ya desde este momento puede interpretarse como un centro emergente de poder local.
Desde el punto de vista social, se intensifica la jerarquización. Las diferencias en el acceso a bienes de prestigio y la acumulación de objetos de valor por parte de ciertos individuos o clanes apuntan a la consolidación de una aristocracia de tipo guerrero. Esta élite emergente se documenta en las llamadas estelas de guerrero: grandes losas de piedra grabadas con representaciones esquemáticas de armas, escudos, carros y símbolos de estatus, probablemente asociados a figuras de liderazgo regional. Estas estelas constituyen no solo una evidencia arqueológica del poder simbólico de la clase dominante, sino también un reflejo de prácticas ideológicas que buscaban legitimar el dominio a través de la memoria, el territorio y la representación heroica.
A nivel territorial, esta etapa ve cómo los rasgos culturales que definirán a Tartessos comienzan a expandirse más allá del núcleo tradicional del Bajo Guadalquivir. Hacia el 800 a. C., se detectan manifestaciones proto-tartésicas en Andalucía oriental, lo que indica una ampliación del horizonte cultural probablemente favorecida por contactos interregionales, migraciones internas o la creciente movilidad de bienes y personas. No se trata todavía de una expansión política organizada, sino más bien de una irradiación cultural asociada al prestigio de ciertas formas artísticas, materiales y religiosas.
La etapa proto-orientalizante es, en definitiva, una fase de maduración. Aunque aún no se han producido los contactos directos con las colonias fenicias, o estos son aún incipientes, ya se perfilan las bases de una civilización capaz de integrarse con éxito en el Mediterráneo del primer milenio. La riqueza mineral, el desarrollo artesanal, la complejidad social y la emergencia de símbolos de poder permiten hablar de un verdadero proceso de formación estatal en marcha. En ese sentido, esta fase no es solo una antesala, sino un momento esencial en el que se definen las condiciones materiales y simbólicas que harán posible el surgimiento de Tartessos como la primera gran cultura histórica del Occidente europeo.
Cabeza de grifo en una vasija tartésica (650-550 a.C.). Foto: José Luis Filpo Cabana. CC BY-SA 4.0. Original file (3,088 × 4,112 pixels, file size: 7.99 MB).
La imagen, muestra un fragmento de vasija tartésica decorada con la figura de un grifo, datada entre los siglos VII y VI a. C., aproximadamente entre 650 y 550 a. C., y conservada en el Museo de la Ciudad de Carmona. Esta pieza constituye un ejemplo claro del arte tartésico en su fase orientalizante, una etapa en la que se intensifican los contactos culturales con los pueblos del Mediterráneo oriental, especialmente con los fenicios asentados en la costa andaluza.
El grifo es una criatura mitológica híbrida, con cuerpo de león y cabeza de ave rapaz, que aparece con frecuencia en el repertorio iconográfico del Próximo Oriente y del arte fenicio-púnico. Su representación en esta vasija sugiere no solo la adopción de motivos simbólicos exóticos, sino también la capacidad de las élites tartésicas para apropiarse y reinterpretar estos elementos como parte de su propio lenguaje artístico y religioso. La pintura es esquemática pero expresiva, realizada sobre cerámica de buena factura con técnica de barniz y pigmento rojo oscuro sobre fondo claro, propia del repertorio tartésico desarrollado bajo influencia oriental.
Esta pieza forma parte de un conjunto más amplio de cerámicas y materiales tartésicos en los que se refleja la asimilación de símbolos de poder, fertilidad o protección tomados del imaginario oriental. Su presencia en un contexto del interior, como Carmona, demuestra hasta qué punto las redes de intercambio y prestigio se habían expandido hacia el interior del valle del Guadalquivir. La aparición de este tipo de iconografía en un soporte doméstico o ceremonial indica el valor simbólico y cultural que estas imágenes tenían en la sociedad tartésica, posiblemente vinculadas a prácticas rituales, a la afirmación de estatus o al mundo funerario.
La vasija con cabeza de grifo es, en suma, un testimonio vívido de la riqueza simbólica y del carácter híbrido de la cultura tartésica, que supo integrarse en las dinámicas culturales del Mediterráneo manteniendo una personalidad propia.
Etapa orientalizante (700 a. C.-650 a. C.)
Ya en la Edad del Hierro, coincide con el apogeo sociocultural y construcción de murallas en algunos poblados como Tejada la Vieja. La fundación de los enclaves comerciales fenicios provocó un proceso de aculturación y adopción de técnicas como el torno de alfarero, las técnicas de filigrana y granulado en orfebrería, así como el gusto por los modelos suntuarios orientales. También en el mundo funerario se impuso la incineración sobre la inhumación.(10)(11)(12).
La etapa orientalizante de Tartessos, comprendida entre aproximadamente el 700 y el 650 a. C., marca un momento de inflexión decisiva en la historia del suroeste peninsular y constituye el punto culminante del proceso de transformación cultural iniciado siglos antes. Este periodo se inscribe ya en la Edad del Hierro y coincide con el apogeo sociopolítico y económico de las comunidades tartésicas. En este tiempo se consolidan estructuras de poder más complejas, se construyen fortificaciones como en el caso de Tejada la Vieja, y se generaliza un modelo de asentamiento jerarquizado en el que una elite aristocrática controla tanto la producción como las relaciones comerciales con el exterior.
El contexto peninsular es especialmente dinámico. Mientras Tartessos florece en el suroeste gracias a sus relaciones con los fenicios y su control de las rutas mineras, en otras regiones de la península Ibérica también se están produciendo procesos de complejización social. En el Levante surgen los primeros núcleos íberos; en el noreste, los contactos con el mundo griego comienzan a dejar huella; y en la Meseta, las culturas del Bronce dan paso progresivamente a nuevas formas de organización, con mayor diferenciación interna. En este escenario general, Tartessos destaca por ser la primera gran cultura urbana, con una aristocracia consolidada y una capacidad notable para absorber y reinterpretar las influencias exteriores.
La presencia fenicia en las costas andaluzas —con enclaves como Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga) o Abdera (Adra)— desempeña un papel clave en este proceso. La llegada de comerciantes y artesanos orientales introduce novedades técnicas, estéticas y religiosas que son rápidamente adoptadas por las elites tartésicas como símbolos de prestigio y poder. El torno de alfarero permite una cerámica más fina y regular, las técnicas de filigrana y granulado elevan la calidad de la orfebrería, y los modelos iconográficos orientales —como esfinges, grifos o dioses con tocados y barbas rizadas— pasan a formar parte del imaginario visual de la aristocracia local.
En el ámbito funerario, también se producen cambios significativos. La práctica de la incineración comienza a sustituir progresivamente a la inhumación, siguiendo modelos orientalizantes, aunque adaptados a las tradiciones locales. Los ajuares funerarios se enriquecen con objetos de prestigio, a menudo de importación o fabricados localmente bajo influencia oriental, como fíbulas, collares, armas decoradas y cerámica fina. Las tumbas, aunque no alcanzan la monumentalidad de otras culturas mediterráneas, muestran una clara intención de marcar diferencias de estatus.
Este periodo también supone el desarrollo de una cultura material de gran sofisticación. La arquitectura comienza a incorporar elementos más elaborados, como muros de piedra, suelos compactados o estructuras hidráulicas básicas. Aparecen también los primeros indicios de edificios de uso ritual o palaciego, que serán más visibles en la etapa posterior. El Tesoro del Carambolo, aunque enterrado probablemente un siglo después, se sitúa en este horizonte cultural y expresa con claridad la riqueza, el refinamiento técnico y la complejidad simbólica alcanzada por las elites tartésicas.
La etapa orientalizante puede considerarse así como el momento de consolidación de Tartessos como civilización. Ya no se trata solo de una sociedad indígena que evoluciona en contacto con colonizadores, sino de una cultura original, que adopta lo externo para fortalecer su propio modelo social. Este breve pero intenso periodo sienta las bases del poder aristocrático, la riqueza minera y la identidad simbólica que definirán a Tartessos durante su fase clásica y que, aún tras su desaparición, dejarán una huella profunda en las culturas ibéricas posteriores.
Estatuilla de bronce que representa a Melkart (s. VI a.C.) (Sevilla). Foto: José Luis Filpo Cabana. CC BY-SA 4.0. Original file (2,960 × 3,947 pixels, file size: 4.62 MB).
Melkart fue una de las divinidades principales del panteón fenicio y tuvo un papel central en la religión de Tiro, ciudad madre de muchas colonias del Mediterráneo, incluida Gadir (la actual Cádiz). Su nombre significa «rey de la ciudad» y estaba asociado a la soberanía, la protección de los navegantes, la colonización y el comercio, además de tener un marcado carácter solar y regenerador. Su culto fue llevado por los fenicios a numerosas regiones costeras, desde el norte de África hasta la península ibérica, donde adquirió una notable importancia entre las comunidades indígenas en contacto con los colonos orientales.
La figura de Melkart encarnaba un dios héroe civilizador, a menudo representado como un joven vigoroso con barba, en actitud de avance o lucha, a veces con la piel de león sobre los hombros, lo que lo vincula simbólicamente con el Heracles griego. De hecho, con el tiempo fue identificado por los griegos precisamente con Heracles, en un proceso de sincretismo religioso que facilitó su adopción por otras culturas mediterráneas. En Gadir, Melkart tenía un santuario monumental que fue célebre en la Antigüedad, visitado incluso por figuras legendarias como Aníbal o Escipión.
En el contexto tartésico, la presencia de Melkart refleja la influencia espiritual y cultural que los fenicios ejercieron sobre las élites locales. No es descabellado pensar que los tartesios integraran su culto en su propio sistema religioso, bien por asimilación sincera o como un gesto de alianza simbólica con sus socios comerciales orientales. La estatuilla de bronce que representa a Melkart y que se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla, datada en el siglo VI a. C., es un testimonio tangible de esta fusión cultural. Su pose dinámica, sus atributos heroicos y su aspecto arcaico transmiten tanto el prestigio del dios como la habilidad de los artesanos locales o fenicio-tartésicos para plasmar figuras cargadas de poder simbólico.
Melkart no era solo un dios extranjero, sino también un puente entre mundos: su culto en Occidente sirvió para articular relaciones de poder, legitimación y prestigio, y su imagen fue adoptada por grupos locales como símbolo de protección, fertilidad, fuerza y continuidad del orden social. En este sentido, su presencia en el suroeste peninsular ilustra a la perfección la naturaleza híbrida y receptiva de la cultura tartésica en su fase de madurez.
Anverso: deidad indígena con influencia púnica. Reverso: caballo de arte celtibérico con árbol detrás y ave zancuda posada en su copa, delante creciente y astro, abajo leyenda neopúnica invertida. Pere Pau Ripollès – Moneda Ibérica. CC BY-SA 4.0.

Etapa tardía (650-500 a. C.)
Caracterizada por el reinado del único monarca histórico: Argantonio. Sobre el año 600̺ a. C. los griegos focenses establecen colonias en Andalucía, como evidencia la numerosa presencia de objetos griegos en la cultura tartésica. (16) En la batalla de Alalia (535 a. C.), (Córcega) los griegos fueron derrotados por una coalición formada por cartagineses y etruscos, por lo que Tartessos se quedó sin un importante aliado comercial.
A finales del siglo VII a. C. y coincidiendo con la llegada de las primeras cerámicas griegas, en la región de Huelva se redujo la producción de plata y se abandonaron los centros metalúrgicos. En la segunda mitad del siguiente siglo Huelva entró en decadencia, mientras las murallas de Tejada fueron reforzadas. El comercio y las importaciones fenicias se redujeron drásticamente, desapareciendo las tumbas principescas del valle del Guadalquivir. (17)
La etapa tardía de Tartessos, comprendida aproximadamente entre el 650 y el 500 a. C., representa tanto el momento de madurez como el principio del declive de esta civilización. A lo largo de este periodo, Tartessos alcanza un alto grado de complejidad política, desarrollo económico y sofisticación cultural. Las elites aristocráticas están plenamente consolidadas y ejercen un control efectivo sobre los recursos mineros, los intercambios comerciales y las redes sociales locales. La riqueza derivada de la minería de plata, cobre y estaño sigue siendo un factor clave, y Tartessos mantiene relaciones estables con los enclaves fenicios y con otras culturas del Mediterráneo occidental, como cartagineses y griegos.
Desde el punto de vista urbano y arquitectónico, se documentan núcleos bien estructurados, con restos de edificaciones más complejas y evidencia de planificación en la disposición del espacio. La monumentalidad se expresa en edificios como Cancho Roano y, posteriormente, Casas del Turuñuelo, que aunque pertenecen ya al horizonte post-tartésico, conservan la herencia directa de esta tradición. En estos espacios se mezclan funciones rituales, políticas y posiblemente residenciales, lo que indica la existencia de un poder centralizado y una cultura aristocrática con rituales propios.
Culturalmente, se consolidan las formas artísticas orientalizantes pero también se observa una mayor personalización de los modelos extranjeros. Las producciones cerámicas, las joyas y las esculturas reflejan un alto nivel técnico y un estilo reconocible. En la religión, el sincretismo continúa, y las divinidades fenicias como Astarté o Melkart siguen ocupando un lugar importante, aunque probablemente reinterpretadas dentro de los marcos locales.
Un rasgo llamativo de esta fase es la aparición de formas más elaboradas de escritura tartésica o sudoccidental, grabada en estelas o inscripciones, lo que sugiere un grado de alfabetización al menos entre las elites. La escritura se convierte en instrumento de prestigio y quizá de administración rudimentaria, aunque su desciframiento aún no es completo.
Sin embargo, hacia mediados del siglo VI a. C. se empieza a percibir una cierta retracción del dinamismo que había caracterizado a Tartessos. Las causas no están del todo claras, pero parecen confluir factores internos y externos. Por un lado, es posible que el sistema de poder aristocrático comenzara a mostrar signos de fragmentación o desgaste; por otro, los cambios en el contexto mediterráneo fueron decisivos. La caída de Tiro frente a los babilonios y el ascenso de Cartago alteraron las rutas comerciales tradicionales. Cartago, como nueva potencia hegemónica en el sur del Mediterráneo, impuso sus intereses y limitó el papel de Tartessos en el comercio marítimo. A ello se suma la llegada de los griegos al noreste peninsular, que abrieron nuevas rutas de intercambio y disminuyeron la importancia relativa del suroeste.
El resultado de estas transformaciones fue la progresiva desaparición de los grandes centros tartésicos, el abandono o destrucción de algunos asentamientos y la dispersión de la población hacia núcleos más pequeños o más interiores. No hubo una caída repentina, sino un lento proceso de desarticulación del sistema político y económico que había sostenido el esplendor tartésico. No obstante, muchas de sus formas culturales perduraron en las sociedades íberas del sur y en los pueblos del valle del Guadiana, que conservaron elementos del legado tartésico en su arte, su organización social y su mundo simbólico.
La etapa tardía de Tartessos, por tanto, es un periodo de gran densidad histórica. A la vez que señala el máximo nivel de desarrollo de esta civilización, anuncia también su transformación y disolución, marcando el final de una etapa única en la historia del Occidente mediterráneo.
Desaparición de Tartessos (500 a.̺ C.)
Tartessos desapareció abruptamente de la historia: a partir de la batalla de Alalia (535 a. C.) quince años después de la muerte de Argantonio, en la que etruscos y cartagineses se aliaron contra los griegos, no hay más referencias escritas.
Una de las posibilidades es que fuera barrida por Cartago tras su victoria sobre los griegos para hacerle pagar así su alianza con estos. O por Gadir, metrópolis fenicia que podía ambicionar el control del comercio de los metales. O quizás por los pueblos de la meseta. (18) Cartago se convirtió así en dueña indiscutible del Mediterráneo Occidental. Cortada la ruta hacia Iberia, los focenses cesan el comercio con Tartessos, que queda lentamente relegada al olvido.
La derrota griega dejó a los tartessos sin sus aliados y expuestos al ataque púnico. Todo el imperio de Tartessos debió hundirse tras la caída de su capital y la misma suerte le cupo a Mainake (Málaga), la ciudad griega fundada bajo la protección de Tartessos. Así Cartago se adueña del Mediterráneo Occidental y la mayor parte de la costa mediterránea ibérica queda bajo su influencia.
Este dominio púnico se mantendría en estas tierras hasta que Cartago se enfrentó a Roma por la hegemonía en el Mediterráneo occidental, en las guerras púnicas, siendo derrotada totalmente en el 146 a. C. Esto marcaría la llegada de los romanos a la península ibérica, donde encuentran una región llamada Turdetania en la que vivían posibles descendientes de los tartesios. A esta región la llamarían la Betica, y al río Tartessos que la cruzaba lo llamarían río Betis.
Pero también se han dado explicaciones de carácter económico: al conseguir Massalia acceder por tierra a las fuentes de estaño británicas y el mismo Gadir llegar a ellas por mar, el monopolio tartésico se derrumbaría, lo que habría provocado una caída en picado de los ingresos y toda una serie de consecuencias internas que llevarían a la decadencia interna del reino y a su disolución. (18) Asimismo se ha considerado la posibilidad del agotamiento de las vetas de minerales, fuente principal de su riqueza comercial.
De cualquier manera, los centros de poder político-económico se desplazaron hacia la periferia del área tartésica, concentrándose en oppida como Carmona o Cástulo, que darían lugar a los pueblos turdetanos, túrdulos, túrdulos oppidanos y conios. (17)
Otra posible interpretación sería un cambio en el clima. En su libro, Esther Rodríguez sugiere que sus investigaciones indican un cambio climático, no necesariamente catastrófico, sino más bien como una sucesión continua de inundaciones. Este concepto se desprende, por ejemplo, de las excavaciones en el patio de Casas del Turuñuelo, donde se ha identificado un nivel de inundación que afectó al lugar justo antes de su clausura ritual y abandono. Aunque la investigadora señala que esta hipótesis debe ser respaldada por análisis de semillas y fauna recuperadas, así como estudios geomorfológicos adicionales.
Pueblos surgidos de la desaparición de Tartessos. Lanoyta. CC BY-SA 4.0.

La desaparición de Tartessos hacia el 500 a. C. ha sido objeto de múltiples interpretaciones, ya que no se produjo de forma súbita ni violenta, sino como resultado de un proceso complejo en el que confluyen factores internos y externos. A medida que avanzan las investigaciones arqueológicas y se profundiza en el análisis de las fuentes clásicas, la imagen que se perfila es la de una transformación profunda de las estructuras sociales y políticas tartésicas, ligada al cambio del equilibrio geoestratégico en el Mediterráneo occidental.
Durante los siglos VIII al VI a. C., Tartessos había prosperado en gran parte gracias a su posición intermedia entre el mundo indígena del interior peninsular y los comerciantes fenicios asentados en la costa. Esta mediación le permitió controlar el comercio de metales preciosos, como la plata de Riotinto y el estaño de las regiones atlánticas, a cambio de productos de lujo, tecnología y símbolos de prestigio orientales. Sin embargo, hacia finales del siglo VI a. C., ese modelo económico comenzó a erosionarse debido a varios acontecimientos de gran escala.
En primer lugar, el equilibrio del Mediterráneo se vio alterado con la decadencia de Tiro y el auge de Cartago. La caída de Tiro en manos de los babilonios en 573 a. C. privó a las colonias fenicias del soporte político directo que habían mantenido durante generaciones. En ese vacío de poder, Cartago se afirmó como la nueva potencia dominante del Mediterráneo occidental. Este ascenso cartaginés no fue solo militar o naval, sino también económico, y trajo consigo una reorientación de las redes comerciales. Cartago impuso sus propias rutas, priorizó sus colonias norteafricanas y del sur ibérico y limitó progresivamente la autonomía comercial de sus antiguos socios, entre ellos Tartessos.
En paralelo, los griegos comenzaron a establecerse en el noreste peninsular, especialmente con la fundación de Emporion hacia el 575 a. C. Esto introdujo una competencia directa en el acceso a los recursos peninsulares y diversificó las rutas de comercio, debilitando aún más la posición intermediaria que había sustentado a Tartessos. El comercio se reorientó hacia el Levante peninsular, donde florecieron culturas íberas bajo influencias helénicas. Tartessos, que había sido durante siglos el gran punto de encuentro entre oriente y occidente, comenzó a quedar al margen de las nuevas dinámicas del intercambio.
En este panorama cambiante también se debe considerar el papel de los etruscos. Aunque su presencia directa en la península ibérica fue limitada, su competencia naval con los griegos y cartagineses por el control del mar Tirreno y de las rutas hacia el Atlántico contribuyó a redefinir los flujos comerciales que hasta entonces beneficiaban a Tartessos. Se cerraron ciertas rutas y se consolidaron otras más controladas por potencias con flotas militares.
A nivel interno, es probable que la propia estructura social tartésica, basada en una aristocracia guerrera y ritualista, comenzara a mostrar signos de agotamiento. La centralización del poder y el prestigio basado en el control de recursos externos pudieron haber debilitado los mecanismos de cohesión interna. Con la disminución del comercio y la pérdida de aliados estratégicos, el sistema tartésico dejó de ser sostenible. No se han encontrado evidencias claras de destrucción violenta generalizada, lo que sugiere un colapso progresivo o una disolución del modelo tradicional. Muchos asentamientos fueron abandonados, otros transformados, y algunas de las élites locales pudieron integrarse en nuevas estructuras de poder vinculadas a culturas posteriores, como la turdetana.
La desaparición de Tartessos no fue tanto el fin de un pueblo, sino el fin de una forma específica de organización social, económica y simbólica que ya no tenía espacio en el nuevo orden del Mediterráneo. Su legado, sin embargo, sobrevivió durante siglos en las tradiciones culturales del sur peninsular, en la escritura, en la iconografía religiosa y en las memorias transmitidas por griegos y romanos que aún evocaban el nombre de Tartessos como el de una tierra antigua, rica y legendaria en los confines del mundo conocido.
Turdetanos
Los turdetanos fueron un pueblo prerromano que habitaba en la Turdetania, región que abarcaba el valle del Guadalquivir desde el Algarve en Portugal hasta Sierra Morena, coincidiendo con los territorios de la antigua civilización de Tartessos. Limitaban al norte con los Túrdulos, al oeste con los Conios y al este con los Bastetanos.
Los turdetanos fueron uno de los pueblos más avanzados de la península ibérica prerromana y son considerados por muchos investigadores como los herederos directos de la civilización tartésica. Su territorio, conocido en la Antigüedad como Turdetania, ocupaba el valle del Guadalquivir y zonas colindantes, desde el Algarve en el oeste hasta Sierra Morena por el norte y la frontera con los bastetanos hacia el este. Esta región geográficamente privilegiada, rica en recursos agrícolas, ganaderos y mineros, sirvió de base para la continuidad cultural, política y económica de una sociedad que supo adaptarse a las nuevas condiciones del Mediterráneo post-tartésico, integrando elementos de tradición indígena con fuertes influencias orientales, púnicas y posteriormente romanas.
La historiografía clásica, especialmente las fuentes grecolatinas, presenta a los turdetanos como un pueblo culto, civilizado y organizado. Estrabón los describe como los más civilizados de Hispania, conocedores de leyes escritas y de una tradición literaria compuesta por himnos y poesías en su propia lengua. Esta afirmación ha sido objeto de debate, pero sugiere que los turdetanos habían heredado una estructura social avanzada, posiblemente con una aristocracia letrada, instituciones jurídicas estables y formas desarrolladas de organización económica y territorial. La mención de leyes escritas también podría estar relacionada con la pervivencia de la escritura tartésica o alguna de sus variantes evolucionadas, que habría continuado en uso en ámbitos restringidos del poder.
A nivel arqueológico, los turdetanos no se presentan como una ruptura respecto al mundo tartésico, sino como su transformación en un contexto político nuevo. La desaparición de Tartessos hacia el 500 a. C. no implicó el vacío cultural de su territorio. Al contrario, muchos de los asentamientos continuaron ocupados, aunque modificados en su estructura interna y en su papel geopolítico. Es posible que, ante la pérdida de autonomía en las redes comerciales mediterráneas y el ascenso de Cartago como potencia dominante, las antiguas elites tartésicas se reorganizaran dando lugar a nuevas formas de poder local más fragmentadas, pero igualmente influyentes en lo cultural y económico.
Los turdetanos mantuvieron un notable nivel de desarrollo en aspectos materiales y artísticos. La cerámica pintada, las producciones metalúrgicas, la arquitectura doméstica y las construcciones públicas o defensivas revelan una sociedad activa y con capacidad de producción especializada. También el ámbito religioso muestra continuidad e innovación. Algunos elementos simbólicos procedentes del mundo tartésico siguen presentes, como ciertas representaciones animales o rituales funerarios, pero se incorporan además prácticas de origen púnico, debido a la fuerte presencia cartaginesa en el sur peninsular a partir del siglo V a. C. Este sincretismo religioso y cultural hizo de Turdetania un espacio de contacto y convivencia de tradiciones, que sobreviviría hasta bien entrada la época romana.
En lo político, no existe evidencia clara de una unidad estatal turdetana, pero sí de ciudades o comunidades autónomas con alto grado de organización, como Carmo (Carmona), Astigi (Écija), Ilipa (Alcalá del Río) o Hispalis (Sevilla), entre otras. Estas ciudades ejercían un poder local sobre el territorio circundante, con estructuras sociales complejas y relaciones diplomáticas con pueblos vecinos. La posición intermedia de los turdetanos entre las zonas íberas del este, las colonias púnicas del sur y los pueblos del interior los convirtió en un pueblo estratégico para las potencias mediterráneas que ambicionaban el control de la península.
La llegada de Roma supuso una nueva transformación en su historia. Los turdetanos fueron uno de los primeros pueblos peninsulares en entrar en contacto directo con los romanos durante el siglo III a. C., cuando las guerras púnicas convirtieron el sur de Hispania en un escenario militar prioritario. Aunque algunos sectores de la población se aliaron con Cartago, otros vieron en Roma una posibilidad de mantener su autonomía o al menos de sobrevivir bajo una nueva hegemonía. Las fuentes romanas describen a los turdetanos como hábiles diplomáticos y como un pueblo en ocasiones insumiso, pero también como una comunidad preparada para la integración administrativa y cultural en el marco de la Hispania romana.
En definitiva, los turdetanos representan un caso notable de continuidad y adaptación cultural. Herederos del legado tartésico, supieron reconstruir su identidad en una nueva etapa histórica, asimilando influencias sin perder su personalidad. Constituyen un ejemplo privilegiado de la complejidad y riqueza de las culturas prerromanas del occidente peninsular y ocupan un lugar central en el proceso de transición entre la protohistoria y la historia escrita de la península ibérica. Entender a los turdetanos no solo permite comprender mejor el legado de Tartessos, sino también el modo en que las culturas indígenas respondieron a los desafíos del colonialismo púnico y romano. Su huella permanece como testimonio de una civilización que, aunque sometida al proceso de romanización, dejó un trasfondo cultural profundo en el sur de Hispania.
Origen Turdetano
Tartessos había tenido una gran influencia fenicia y griega, que supuestamente condujo a la desaparición de su monarquía a manos de los feno-púnicos como venganza por su apoyo a los focenses tras la batalla de Alalia en el siglo VI a. C. De esta desaparición surgió una nueva civilización que, descendiente de Tartessos, se adaptó a las nuevas condiciones geopolíticas de su época.
Perdido el enlace comercial y cultural que Tartessos mantenía con los griegos, la Turdetania se vio inmersa en la influencia cartaginesa, aunque desarrolló una evolución propia de la cultura anterior, de forma que la población turdetana se sabía descendiente de los antiguos tartesios, y a la llegada de los romanos, aún mantenía sus señas de identidad propias. De ahí que Estrabón señalara en sus crónicas que son considerados los más cultos de los iberos, ya que conocen la escritura y, según sus tradiciones ancestrales, incluso tienen crónicas históricas, poemas y leyes en verso que ellos dicen de seis mil años de antigüedad.
Relieve de Osuna. Foto: Luis García (Zaqarbal), 14 de mayo de 2006. Dominio Público. Original file (1,242 × 1,519 pixels, file size: 1,024 KB).
El llamado relieve de Osuna es una de las piezas escultóricas más emblemáticas de la escultura ibérica del sur peninsular y ha sido tradicionalmente vinculado al contexto cultural turdetano por su procedencia geográfica y por ciertas características formales. Fue hallado en el entorno de Osuna, en la provincia de Sevilla, una zona que durante la Antigüedad estuvo habitada por comunidades ibéricas bajo fuerte influencia tartésica y más tarde turdetana. Aunque no se puede afirmar con absoluta certeza que el relieve sea estrictamente de origen turdetano, sí puede situarse en el horizonte cultural que sucedió a Tartessos y que se desarrolló en el valle del Guadalquivir en los siglos anteriores a la conquista romana.
La pieza en cuestión representa escenas de carácter funerario o heroico, en las que aparecen guerreros, animales simbólicos y posiblemente figuras mitológicas. Uno de los relieves más conocidos muestra un combate entre jinetes o una escena de despedida guerrera, con figuras en actitud solemne y ritualizada. Este tipo de escenas ha sido interpretado como una exaltación del valor, del honor y de la memoria del difunto, siguiendo un patrón de representación heroica común en el mundo íbero. También podría estar relacionado con ritos de paso, donde el guerrero es elevado al plano de los ancestros o de los héroes legendarios.
Desde el punto de vista técnico, el relieve combina elementos de tradición indígena con influencias estilísticas externas, especialmente púnicas y griegas. Las proporciones de las figuras, los esquematismos anatómicos y la disposición en registros recuerdan ciertos modelos del Mediterráneo oriental, aunque reinterpretados dentro de una estética local. La escultura en piedra tallada en bajorrelieve es una técnica relativamente avanzada, lo que sugiere que el taller que lo produjo contaba con artesanos especializados y con un público consumidor aristocrático que valoraba la monumentalidad simbólica.
Más allá de su función decorativa, este tipo de relieves cumplía una función ideológica. Servían para reforzar el prestigio de las elites guerreras, para perpetuar la memoria de los linajes dominantes y para inscribir el poder en el espacio físico de la comunidad, especialmente en necrópolis o lugares rituales. En ese sentido, el relieve de Osuna forma parte de una tradición visual que conecta la religión, la política y la identidad cultural del sur peninsular prerromano. Su estudio permite comprender mejor cómo los pueblos íberos y turdetanos elaboraron una visión del mundo donde la muerte, el heroísmo y la continuidad de los ancestros ocupaban un lugar central en la vida social.
Los Turdetanos, descendientes históricos de los Tartessos, tenían una personalidad propia dentro de la cultura de los íberos. Esta se caracterizaba por un tipo de cerámica, pintada y con decoración geométrica, escultura animalística que en época romana se continuó con figuración humana. En la necrópolis de Osuna se encuentran algunas de las muestras más representativas. Aunque hay bastantes excavaciones en esta zona, estas están más centradas en la búsqueda de restos tartésicos que en los turdetanos.
Tenían características que los diferenciaban del resto de pueblos íberos. Otra diferencia fundamental son las particularidades en las necrópolis y enterramientos. Tenían un signario silábico-alfabético, que como el resto de las escrituras de los iberos era una adaptación de la escritura tartésica o sudlusitana, pero de la lengua no sabemos nada aún. Los pocos testimonios escritos que han aparecido en los alrededores de la Turdetania, usándose el sistema de la escritura ibérica meridional, evidencian claramente que la lengua no es la misma que la tartésica, pero sí guarda cierta relación con la lengua de los iberos.
Economía
Era el pueblo más civilizado de la península ibérica a la llegada de los romanos. Su próspera economía es alabada por Estrabón quien afirma que los turdetanos son los más cultos de los íberos.
La minería sería uno de sus recursos más importantes. En Huelva se han encontrado las minas más importantes, y por los productos manufacturados asociados a ellas, se cree que ya eran explotadas antes de la llegada de los romanos. Había toda una industria asociada a las minas, situadas donde anteriormente se encontraban las factorías tartésicas. Estas factorías se encontraban en un triángulo formado por las actuales Huelva, Cádiz y Sevilla. Se han encontrado distintos escoriales que muestran que el sistema de explotación no tuvo significativos cambios desde antes de la llegada de los fenicios. Estas minas han sido bien estudiadas por algunos historiadores, como Antonio Blanco Freijeiro o Rothenberg. Los minerales extraídos son plata y cobre, convirtiéndose sobre todo la plata en el principal material explotado, culminando con la llegada de Roma. Sobre la propiedad de las minas, Diodoro dice que éstas eran de particulares hasta la llegada de Roma.
Según Estrabón, la agricultura fue muy importante y muy variada. Según Varrón, estos ya conocían el arado y el trillo antes de la llegada de Roma, por influencia de Cartago. Cultivaban cereales, olivo y vid. No existe una opinión uniforme sobre su estructura económica en este aspecto, algunos historiadores hablan de concentración de la tierra en pocas manos, otros hablan de dispersión de la misma. Otros hablan de un sistema latifundista y de un sistema absentista de explotación agrícola.
Sobre ganadería, se sabe que criaban bueyes, ovejas, y caballos. Se conoce la cría de ovejas por la industria textil asociada, como muestra la gran cantidad de fusayolas y pesas de telar encontradas en algunas tumbas.
En toda la costa mediterránea se fabricaba lo que los romanos llamaban garum, una salsa con tripas de pescados en salmuera, que posteriormente se comercializaría por todo el imperio a muy alto precio. También hubo otro tipo de industrias relacionadas con la pesca, conserveras y salazones sobre todo, siendo muy importantes en la zona del Estrecho.
El comercio interior, el comercio interregional y el comercio exterior fue muy importante para su economía. Hay muy pocos datos de los dos primeros, ya que es posible que fueran productos naturales perecederos o manufacturados similares al del resto de pueblos.
Yacimiento arqueológico de Doña Blanca. Foto: Emilio J. Rodríguez Posada. CC BY-SA 3.0. Original file (2,560 × 1,920 pixels, file size: 1.33 MB).
El yacimiento arqueológico del Castillo de Doña Blanca es uno de los más importantes y mejor conservados del suroeste peninsular. Se encuentra ubicado en el término municipal de El Puerto de Santa María (Cádiz), cerca del antiguo lago Ligustino y de la desembocadura del río Guadalete, en una posición geográfica estratégica que facilitaba tanto el comercio marítimo como el control de rutas terrestres. Su excelente conservación y estratigrafía lo han convertido en un sitio clave para el estudio de las culturas del Bronce Final, del periodo tartésico y del horizonte ibérico meridional.
El yacimiento estuvo ocupado de forma continuada aproximadamente entre los siglos XIII y III a. C., aunque su fase de máximo esplendor se sitúa entre los siglos VIII y IV a. C. Por tanto, abarca desde la etapa final del Bronce hasta el periodo plenamente ibérico, pasando por las fases clave del desarrollo tartésico y su evolución posterior. No se trata únicamente de una ciudad o de una necrópolis: es un complejo urbano fortificado, con estructuras residenciales, defensivas, productivas y rituales. El carácter urbano del asentamiento está claramente atestiguado por la existencia de murallas, calles trazadas, viviendas bien diferenciadas y espacios comunes. Por ello, se considera una de las pocas ciudades protohistóricas excavadas en extensión en la península ibérica.
Durante su fase más destacada, especialmente entre los siglos VII y V a. C., el yacimiento muestra una fuerte influencia orientalizante, con evidencias de contacto e intercambio con comerciantes fenicios. No obstante, la ocupación del lugar no puede calificarse simplemente como colonial fenicia. La mayoría de sus elementos materiales, constructivos y culturales se enmarcan en un contexto indígena del suroeste peninsular, por lo que se considera que formaba parte del área cultural tartésica en su momento de madurez, y en fases posteriores puede relacionarse con la Turdetania, ya que continúa habitado incluso después de la desaparición formal de Tartessos.
Entre los hallazgos más destacados figuran restos de viviendas con plantas regulares, hornos, áreas de almacenamiento, calles empedradas, fortificaciones complejas y un sistema defensivo compuesto por murallas y torres. También se han recuperado cerámicas a torno de estilo fenicio, objetos de bronce, pesas, ánforas de importación, piezas de orfebrería y restos de escritura, lo que sugiere un alto grado de especialización y sofisticación. Además, se documentaron enterramientos en las inmediaciones, aunque no en el interior del núcleo urbano, lo que refuerza la idea de una clara separación entre espacios de vida y muerte, siguiendo modelos orientales.
El contexto geográfico del yacimiento lo sitúa en una zona fronteriza y dinámica. Hacia el oeste, se encuentra el área habitada por los conios, un pueblo culturalmente relacionado con Tartessos; al norte se extienden zonas ocupadas por los túrdulos, y hacia el este por pueblos ibéricos o íbero-turdetanos. El litoral gaditano estaba además salpicado de enclaves fenicios, como Gadir (Cádiz), con los que Doña Blanca probablemente mantuvo relaciones comerciales, diplomáticas o incluso rivalidades territoriales. Su ubicación permitía el acceso fácil a rutas marítimas hacia el norte de África, el Levante, el sur peninsular y el Atlántico.
En resumen, el yacimiento del Castillo de Doña Blanca no fue una simple aldea ni una colonia extranjera, sino una ciudad protohistórica indígena compleja, con fuerte influencia orientalizante, que participó activamente en los intercambios culturales y económicos del primer milenio a. C. Representa un ejemplo clave del mundo tartésico en su transición hacia la Turdetania histórica y permite comprender cómo se articulaba el poder local, la vida urbana y la interacción con otros pueblos mediterráneos en un momento de intensos cambios.
Sociedad Turdetana
A la caída de Tartessos, el poder monárquico se disgrega y surgen pequeños reyes. Es difícil seguir a estas monarquías hasta la llegada de Roma. Se sabe que hubo distintas alianzas entre ciudades. Los historiadores de la época nombran los reyes que tuvieron algún tipo de relación en las guerras púnicas, como a Culchas. A pesar de esto, se cree que los turdetanos y también el resto de los pueblos íberos, tenían un carácter pacífico.
Parece ser que existía una vida urbana importante en este pueblo, viendo la gran cantidad de ciudades que contenía, más que en ningún otro pueblo prerromano de la península.
Hay evidencias de la existencia no de esclavos sino de una servidumbre comunitaria, explotados por una clase dominante. Es posible que estos siervos se dedicaran a las tareas agrícolas y mineras. El poder político estaba basado en el poder militar, ejércitos de mercenarios según algunas referencias. Se ha constatado la existencia de una élite que vivía lujosamente gracias a los recursos mineros y las riquezas naturales de esta región.
La sociedad turdetana, heredera directa de la tradición tartésica, presentaba un alto grado de desarrollo y complejidad en comparación con otros pueblos prerromanos de la península ibérica. Las fuentes grecolatinas, especialmente Estrabón, la describen como una sociedad civilizada, con leyes escritas, una lengua propia y una organización política establecida. Este testimonio, aunque idealizado, se ve respaldado por los hallazgos arqueológicos y por el análisis de la continuidad cultural entre Tartessos y Turdetania.
La estructura social de los turdetanos era claramente jerárquica. En la cúspide se situaba una aristocracia dominante que concentraba el poder político, militar y económico. Esta elite controlaba los recursos agrícolas y mineros del valle del Guadalquivir, organizaba las relaciones diplomáticas y comerciales con otras ciudades y pueblos, y patrocinaba actividades religiosas y rituales que reforzaban su estatus. Es probable que esta clase dirigente también tuviera acceso exclusivo a la escritura, ya fuera en forma de leyes, genealogías, registros contables o textos de carácter religioso o literario, lo que reforzaba su autoridad simbólica y práctica.
Por debajo de esta aristocracia se encontraba una clase de productores, comerciantes y artesanos especializados. La economía turdetana se basaba en una agricultura intensiva, facilitada por la fertilidad del valle del Guadalquivir, en la ganadería, en la minería y en la producción artesanal de cerámica, metales, tejidos y bienes de lujo. El comercio jugaba un papel central en la sociedad, tanto con pueblos del interior como con las colonias púnicas, griegas y, más adelante, romanas. La existencia de pesos, ánforas y materiales importados indica una sociedad integrada en redes económicas de largo alcance.
La religión también tenía un papel importante en la vida social turdetana. Muchas de las prácticas y símbolos religiosos procedían del sustrato tartésico, pero se habían transformado con la incorporación de cultos y divinidades orientales, como Astarté, Melkart o Baal, traídas por los fenicios. El sacerdocio o las figuras que controlaban el culto formaban parte, probablemente, de las elites locales, lo que refuerza la idea de una sociedad donde el poder político y religioso estaba estrechamente vinculado.
A nivel urbano, los turdetanos vivían en ciudades organizadas, algunas de las cuales alcanzaron un notable grado de desarrollo. Estas ciudades presentaban una estructura interna con calles, murallas, zonas residenciales, talleres y espacios públicos o rituales. Cada ciudad funcionaba como un centro autónomo, aunque probablemente existieran alianzas entre distintos núcleos urbanos o sistemas de control sobre territorios rurales aledaños. En este sentido, la sociedad turdetana no era homogénea, sino que variaba en función del grado de desarrollo de cada ciudad y de su relación con otras entidades políticas vecinas.
La cultura material turdetana es refinada y expresa claramente la existencia de una sociedad estratificada. Los ajuares funerarios, las decoraciones arquitectónicas, la cerámica pintada y la escultura reflejan un gusto por lo simbólico, por la representación del poder y por la perpetuación de la memoria de las elites. Esto se observa, por ejemplo, en los relieves de Osuna, que muestran escenas heroicas, guerreras y posiblemente rituales que formaban parte del imaginario social dominante.
En su conjunto, la sociedad turdetana aparece como una civilización compleja, con una tradición cultural consolidada, una organización política avanzada y una economía diversificada e integrada en el mundo mediterráneo. Aunque finalmente fue absorbida por Roma en el transcurso del siglo II a. C., su estructura social, su lengua y su sistema de valores dejaron una huella duradera en la configuración cultural de la Hispania meridional romana.
Osuna. Figura femenina. Foto: Luis García (Zaqarbal), 14 de mayo de 2006. Dominio Público. Original file (1,356 × 1,588 pixels, file size: 1.12 MB,).
La figura femenina del relieve de Osuna que aparece tocando un doble aulós constituye una de las representaciones más singulares y delicadas del mundo ibérico meridional, posiblemente vinculada al ámbito cultural turdetano. Se trata de una escena esculpida en piedra caliza, probablemente parte de un monumento funerario o ceremonial fechado entre los siglos IV y III a. C., y actualmente conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. La imagen destaca no solo por la calidad técnica de su ejecución, sino también por su rareza: es una de las pocas representaciones conocidas de mujeres en el mundo ibérico dedicadas a actividades musicales.
La mujer aparece en posición de perfil, vestida con una túnica larga que se ciñe al cuerpo mediante un cinturón ornamentado. Su cabello está cuidadosamente trabajado y recogido, y su postura transmite serenidad y concentración mientras interpreta el aulós, un instrumento de viento de origen oriental muy extendido en el Mediterráneo antiguo. Este detalle es importante porque el aulós no solo tenía una función musical en contextos festivos o rituales, sino que también estaba vinculado a ceremonias funerarias, procesiones religiosas y actos públicos de prestigio. Su uso sugiere un contexto solemne, probablemente sagrado o de exaltación social.
La presencia de una mujer como intérprete musical revela aspectos profundos sobre el papel de las mujeres en la sociedad turdetana o ibérica meridional. Aunque las fuentes literarias romanas tienden a silenciar su protagonismo, este relieve demuestra que las mujeres podían participar en ritos públicos y desarrollar funciones reconocidas dentro del ámbito ceremonial, lo cual contradice ciertas ideas de pasividad o invisibilidad femenina en la Antigüedad. La escena es también testimonio del refinamiento cultural alcanzado por estas sociedades y del valor que otorgaban a la música como forma de expresión ritual y social.
El estilo del relieve muestra influencias claras del arte griego y púnico, visibles en la proporción de la figura, el tratamiento del rostro y la decoración del vestido. Esta fusión estilística es típica del área turdetana, donde los elementos locales se integran con aportes exógenos sin perder identidad. El propio relieve forma parte de un conjunto mayor que incluye guerreros, carros y animales, configurando una narrativa visual de tipo heroico o funerario.
En conjunto, esta representación musical femenina es una pieza de excepcional valor simbólico y artístico. Ilustra el lugar que ocupaba la música en los rituales de las élites, el grado de sofisticación de la sociedad ibérica meridional y la capacidad de estas culturas para asumir y reinterpretar influencias mediterráneas dentro de sus propios sistemas culturales. Su existencia obliga a replantear ideas sobre la sensibilidad estética y la participación femenina en los espacios públicos de la Hispania prerromana.
Máscara encontrada en una tumba en la necrópolis de Olivar Alto, Utrera. Primer cuarto del siglo I. Foto: Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Máscara turdetana. CC BY-SA 2.0. Original file (1,473 × 1,783 pixels, file size: 907 KB).
Religión
Es complicado conocer la religión de los turdetanos. Hay muy pocas fuentes de los autores clásicos, y poca documentación arqueológica. Todavía no se ha establecido una relación clara entre elementos simbólicos plasmados en su cerámica, por ejemplo, donde muestran todo tipo de figuración y seres fantásticos, y su religión. Hay divinidades de finales de la Edad del Bronce que se van asimilando con los dioses traídos de fuera por los fenicios y cartagineses en las distintas colonizaciones.Estrabón habla del santuario fenicio dedicado a Melkart-Hércules en Gadir (Templo de Hércules Gaditano), otro dedicado a Tanit y un oráculo dedicado a Menesteo. Se han encontrado en distintas cuevas de Sierra Morena gran serie de ofrendas votivas, sobre todo pequeñas esculturas de bronce. Esto puede significar la existencia de distintos santuarios en la zona, ya que se encuentran en sitios elevados, pero de fácil accesibilidad.
Ritual funerario
Se han encontrado muy pocas necrópolis en la Turdetania, si se compara con el alto número de centros urbanos.
El ritual funerario encontrado en distintas necrópolis se basa en la incineración, aunque debido a no poder conseguir temperaturas demasiado altas, sería más preciso considerarlo cremación, ya que el cadáver no se reducía totalmente a cenizas. A los muertos se los quemaba con sus vestidos y objetos personales. Se han descrito dos tipos distintos de cremación, una cremación primaria, donde los cadáveres son quemados en la propia tumba donde serán enterrados, y cremación secundaria, donde el quemadero es común a varias tumbas, los restos se recogen y se depositan en una urna. Estos últimos son enterrados con recipientes con hierbas aromáticas, ajuares que no cabían en la urna, y ofrendas de alimentos.Similar al método usado por numerosos poblados Iberos
Se ha encontrado una serie de esculturas asociadas a ritos funerarios. Tienen cronología antigua, del siglo V a. C., y se cree que podían representar a gentes de las clases altas. También se han encontrado diversas estelas con animales mitológicos en Osuna, de cronología mucho más reciente, del siglo I a. C.
Las necrópolis y las esculturas se cree que tienen más relación con la aculturación Ibera y posteriormente romana, que con las tradiciones funerarias autóctonas turdetanas.
Museo Histórico Local de Montilla, Spain. Foto: Tyk. CC BY-SA 4.0. Original file (1,195 × 1,693 pixels, file size: 1.05 MB).
Historia
En el año 237 a. C., Amílcar Barca desembarca en la vieja colonia fenicia de Gadir con el propósito de adueñarse de las riquezas mineras de Iberia. Esto, a pesar de la tradición de comercio con los cartagineses que hasta entonces había existido en la Turdetania, supuso el enfrentamiento abierto entre varias ciudades de la Turdetania, especialmente las del interior. Los régulos turdetanos se opusieron al avance de los púnicos de Cartagena por el valle del Guadalquivir con la ayuda de los mercenarios celtíberos, pero a pesar de ello, Amílcar llegó a consenso de poder explotar una pequeña parte de las zonas mineras de Sierra Morena. De los textos (aun siendo tendenciosos) de cronistas clásicos como Diodoro se deduce que la fuerte influencia de los Iberos de Cartagena en la Turdetania y la estrategia de Amílcar impidió que el enfrentamiento fuera mayor.
Por otro lado, los reyes turdetanos carecían de una organización global capaz de enfrentarse a la potencia militar cartaginesa, por lo que los ejércitos de los reyes Istolacio e Indortes, cuya resistencia fue mayor, fueron rápidamente derrotados y desmantelados o asimilados a las fuerzas de los Iberos Cartaginenses. Posteriormente, los caudillos iberos-cartagineses emprendieron la marcha hacia el levante peninsular para fundar «Akra Leuké», que sería su primera base permanente de operaciones en la península ibérica y que posteriormente se convirtió en la Lucentum romana.
Desde el año 197 a. C., casi todos los pueblos de Hispania se habían rebelado contra la presencia romana y sus despóticas maneras. El 195 a. C., Marco Porcio Catón entraba en Hispania con su ejército consular para aplastar las revueltas. Tras una triunfal campaña, Catón condujo a sus tropas a Sierra Morena, donde los turdetanos tenían sus minas. A pesar de que estos habían contratado mercenarios celtíberos para combatir a los romanos, los tribunos emisarios de Catón convencieron o coaccionaron a los celtíberos para que se retiraran a sus tierras sin presentar batalla. Después de perder el apoyo militar celtíbero, los turdetanos fueron derrotados en Iliturgi, actualmente conocida como el cerro de Máquiz, en Mengíbar (provincia de Jaén).
Esta derrota significó la pérdida de sus posesiones mineras, lo que obligó a los turdetanos a permanecer en el valle del Guadalquivir. Por su parte, Catón regresó al norte atravesando la Celtiberia con el fin de amedrentar a los celtíberos e impedir futuros levantamientos, aunque a partir del 193 a. C., las rebeliones serían habituales.
Túrdulos
Los túrdulos fueron un pueblo prerromano asentado entre los valles del río Guadiana y el Guadalquivir, llegando desde La Serena hasta la vega del Genil en Granada, aproximadamente entre la Oretania y la Turdetania, cuya capital fue el antiguo oppidum de Ibolca (a veces transcrito como Ipolka), conocida como Obulco en tiempos de los romanos, y que se corresponde con la actual ciudad de Porcuna, situada entre las provincias de Córdoba y Jaén.
Entre otras particularidades, se cree que se diferenciaban de los demás pueblos ibéricos en el idioma, supuestamente de origen tartesio.[cita requerida] Limitaban al sur y al oeste con los Turdetanos, al norte con los Carpetanos, al oeste con los Conios y al este con los Oretanos. Su frontera natural al sur es la cordillera Penibética y su frontera al oeste llegaría a estar en la actual Fuentes de Andalucía, antigua Obvlcula (‘Pequeña Obulco’, en latín).
No deben confundirse con un grupo de pueblos de la costa central del actual Portugal, en el área cultural de los lusitanos, que se denominaban túrdulos viejos (turduli veteres) o túrdulos oppidanos (turduli oppidani) los cuales procedían de sus invasiones hacia el Norte, según lo relatan Estrabón y Plinio el Viejo junto a Conios y otros Celtici.
Escultura del Novillo de Porcuna. Ángel M. Felicísimo – Novillo de Porcuna. CC BY 2.0. Original file (1,500 × 1,390 pixels, file size: 388 KB).
La escultura conocida como el Novillo de Porcuna es una de las piezas más impresionantes de la escultura ibérica y ha sido hallada en el importante yacimiento de Porcuna, en la provincia de Jaén, en el lugar donde se ubicaba la antigua ciudad de Obulco. Su datación se sitúa entre los siglos V y IV a. C., y forma parte de un conjunto escultórico monumental de carácter funerario o conmemorativo que se halló reutilizado como material de relleno en un muro, lo que ha permitido su conservación parcial.
La escultura representa un toro o novillo de grandes dimensiones tallado en piedra caliza, con un tratamiento anatómico detallado, especialmente en el lomo, los pliegues del cuello y la expresión del rostro. A pesar de estar fragmentado, conserva un fuerte impacto visual y simbólico. En la iconografía del mundo ibérico, el toro es un animal cargado de significado. Está asociado a la fuerza, la fertilidad, la virilidad y la protección, pero también tiene una dimensión ritual y funeraria. Su presencia en espacios sagrados o funerarios sugiere que podía actuar como figura apotropaica, protectora del alma del difunto o del lugar donde se depositaban los restos.
Aunque no puede afirmarse con rotundidad que fuera hecho por los túrdulos, es muy probable que la escultura esté relacionada con el ámbito cultural íbero-túrdulo, ya que Obulco se encontraba en una región de transición entre Turdetania y la Meseta, donde las influencias tartésicas, íberas y túrdulas se entrelazaban. El estilo escultórico de Porcuna, del que esta figura forma parte, es uno de los más monumentales del arte ibérico y muestra influencias griegas en el tratamiento de volúmenes, pero con una clara adaptación local. Este sincretismo refleja la capacidad de las comunidades indígenas del sur peninsular para asimilar modelos mediterráneos sin perder su identidad cultural.
El novillo formaba parte de un programa escultórico mayor, que incluía guerreros, esfinges, animales fabulosos y escenas simbólicas. Este conjunto podría haber estado destinado a marcar el poder de una familia aristocrática, a honrar a un líder o a proteger un túmulo funerario de un personaje destacado. La elección del toro como figura escultórica central no es casual: representa el prestigio, la virilidad y la conexión con la tierra, pero también puede aludir al sacrificio ritual y a la regeneración del ciclo vital.
En resumen, el Novillo de Porcuna no es solo una escultura animal, sino una pieza cargada de contenido simbólico y cultural. Su fuerza visual y su calidad artística la convierten en una obra emblemática del arte ibérico. Es testimonio del poder y la ideología de las elites que habitaron el alto Guadalquivir durante el primer milenio a. C., y constituye un vínculo directo con las raíces simbólicas de los pueblos túrdulos y del mundo íbero en general.
Al tratarse de un mismo pueblo, la escritura y el idioma túrdulos son una evolución histórica del idioma y la escritura tartésica. La escritura de las estelas es una escritura paleohispánica muy similar, tanto por la forma de los signos como por el valor que los signos representan, a la escritura ibérica suroriental que expresa lengua ibérica. Sobre el origen de las escrituras paleohispánicas no hay consenso: para algunos investigadores su origen esta directa y únicamente vinculado al alfabeto fenicio, mientras que para otros en su creación también habría influido el alfabeto griego.
Con la excepción del alfabeto greco-ibérico, el resto de escrituras paleohispánicas comparten una característica tipológica distintiva: presentan signos con valor silábico para las oclusivas y signos con valor alfabético para el resto de consonantes y vocales. Desde el punto de vista de la clasificación de los sistemas de escritura no son alfabetos ni silabarios, sino escrituras mixtas que se identifican normalmente como semisilabarios. La particularidad de la escritura tartesia es la sistemática redundancia vocálica de los signos silábicos, fenómeno que en las otras escrituras paleohispánicas es residual. Algunos investigadores consideran esta escritura como un semisilabario redundante, mientras que otros la consideran un alfabeto redundante. El fenómeno de la redundancia vocálica de los signos silábicos fue descubierto por Ulrich Schmoll y permite clasificar la mayor parte de los signos de esta escritura en silábicos, vocálicos y consonánticos. Aun así, su desciframiento aún no se puede dar por cerrado, puesto que no hay consenso entre los diferentes investigadores que han hecho propuestas concretas.
- García-Bellido, M. P. «Célticos y túrdulos en la Beturia según sus documentos monetales», en Celtas y túrdulos: la Beturia, Cuadernos emeritenses 9, Mérida, 255-292. 1995.
- VV. AA. Celtas y túrdulos: la Beturia, Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, Mérida, 1995.
Una de las propuestas de signario tartésico. Adaptado de Rodríguez Ramos 2000. I, Tautintanes. CC BY-SA 3.0.

Toponimia y colonización
Existen topónimos prerromanos tartésicos, entre los que destacan los formados con ipo, elemento que se supone significaría “ciudad”, -urgi y -uba.
La distribución de los topónimos citados no es aleatoria, sino que su marco geográfico y cultural refleja una “colonización” tartésica (19) confirmada por hallazgos arqueológicos, que puede compararse con la colonización etrusca.
Se conocen más de 50 topónimos formados por ipo en el suroeste peninsular. Entre ellos destacan Olissipo (Lisboa), Baesippo (Barbate), Collipo (San Sebastián de Freixo, Leiría), Ilip(o)la (Niebla), Irippo (Alcalá de Guadaíra), Orippo (Dos Hermanas), Ostippo (Estepa), Seripa (Serpa, Portugal), Aipora (Sanlúcar de Barrameda), Laepo (Lepe), Epora (Montoro, Córdoba) o Iponuba (Baena).
Entre los topónimos en -urgi destacan Conisturgi (Medellín), Isturgi (Andújar) o Murgi (El Ejido) y entre los topónimos en -uba destacan Corduba (Córdoba), Onuba (Huelva) y Ossonoba (Faro).
Durante el Periodo Orientalizante se fundaron numerosos asentamientos para controlar la red de comunicaciones terrestres surgida, paralela a la ruta marítima que alcanzaba desde Gadir hasta los estuarios del Sado y el Tajo por Onuba (Huelva), Ossonoba (Faro), Ipses (Vila Velha, Alvor) y Lacobriga (Lagos).
Las diferencias que ofrecen los distintos tipos de antropónimos en su dispersión geográfica y en relación con el sistema viario orientalizante y los restos arqueológicos hallados en algunas poblaciones permiten plantear que esas fundaciones “coloniales” corresponden a diversas fases, caracterizadas por distintos topónimos extendidos por áreas diversas y en fechas distintas.
A una primera fase parecen corresponder los topónimos en -urgi, quizás utilizados en el Bronce Final, en el Valle medio del Guadiana y el Alto Guadalquivir. De forma paralela se advierte una colonización marina a partir del golfo Tartésico evidenciada por los topónimos en -uba. Esta expansión hacia el Atlántico habría alcanzado Onuba antes del siglo X a. C. y desde esta, Ossonoba, mientras hacia el Mediterráneo alcanzarían Salduba (Estepona) y Maenoba (Vélez Málaga).
Una segunda fase de colonización estaría representada por topónimos iniciados por Ipo-, que aparecen fuera de la zona nuclear. Las poblaciones en Ipo- se extendieron en su mayoría hacia el este del Genil, aunque también hay algunas poblaciones en Ipo- al oeste del Guadalquivir, como Iporca (Constantina, Sevilla), I(po)tuci (Aldea de Tejada, Huelva) e Ipses (Vila Velha, Algarve), que controlarían las vías de dicha colonización orientalizante.
La tercera fase, principal y más característica, ya correspondería a los topónimos finalizados en -ipo todos ellos situados en la periferia de la colonización tartésica, llegando hasta Collipo (Leiría, Portugal) por la costa atlántica.
Yacimientos
El tesoro de Aliseda
El yacimiento de Aliseda, situado en la provincia de Cáceres, en la región de Extremadura, ha adquirido gran relevancia dentro de los estudios sobre Tartessos gracias al descubrimiento en 1920 de un tesoro excepcional de orfebrería, conocido como el Tesoro de Aliseda. Este conjunto de piezas en oro, plata, ámbar y otros materiales, datado en torno al siglo VII a. C., reveló la existencia de una elite local con acceso a objetos de lujo y conexiones comerciales de largo alcance, tanto hacia el Mediterráneo oriental como hacia el Atlántico.
Aunque no se ha confirmado con total certeza que se tratara de una ciudad en el sentido clásico del término, sí se puede afirmar que Aliseda fue un asentamiento indígena relevante dentro del área de influencia tartésica, con un núcleo poblacional estable, jerarquizado y bien articulado territorialmente. El lugar donde apareció el tesoro corresponde a una tumba de cámara excavada en una ladera del cerro de San Cristóbal, donde también se han documentado restos de viviendas, muros, cerámica, objetos metálicos y otros materiales que permiten hablar de una comunidad organizada y con elementos propios de una sociedad compleja.
La importancia de Aliseda no reside únicamente en el hallazgo del tesoro, sino en lo que este implica para el conocimiento del mundo tartésico fuera del núcleo tradicional del bajo Guadalquivir. Su localización en el interior occidental de la península, lejos del litoral fenicio, demuestra que las redes comerciales tartésicas abarcaban una gran extensión, y que comunidades situadas a cientos de kilómetros de las colonias costeras participaban activamente en el tráfico de metales, bienes de prestigio y símbolos de poder.
El tesoro en sí mismo está compuesto por collares, brazaletes, cinturones, anillos, pectorales, fíbulas y objetos rituales, todos ellos ricamente decorados y trabajados con técnicas como el repujado, la filigrana y el granulado, típicas de la orfebrería orientalizante. Algunos de los diseños y materiales sugieren influencias púnicas, fenicias y posiblemente etruscas, lo que indica la permeabilidad cultural del mundo tartésico. El contexto funerario en el que se encontró refuerza la idea de que estos objetos tenían no solo un valor económico, sino también simbólico y ritual, ligados al estatus del difunto y a la ideología de la muerte entre las elites.
En términos culturales y geopolíticos, Aliseda permite ampliar la noción de Tartessos como una civilización centrada exclusivamente en el valle del Guadalquivir. Más bien, lo que se observa es una red de comunidades conectadas entre sí, con una identidad cultural común pero con desarrollos locales particulares. En este sentido, Aliseda puede considerarse un centro regional de importancia dentro del mundo tartésico, con funciones residenciales, económicas y posiblemente ceremoniales.
La arqueología ha seguido investigando el cerro de San Cristóbal, y se han identificado estructuras defensivas y domésticas que apuntan a una ocupación prolongada y a un grado significativo de organización social. Si bien no se trata de una ciudad en el sentido urbano helénico o romano, sí puede hablarse de un centro habitado con características proto-urbanas, vinculado al sistema de control de recursos minerales y a las redes de redistribución de bienes que caracterizaban a Tartessos en su momento de esplendor.
Por tanto, Aliseda representa un testimonio clave para entender la extensión territorial, la diversidad interna y el grado de sofisticación alcanzado por las sociedades tartésicas en el interior peninsular. Su tesoro es una manifestación visible del poder simbólico y económico de una elite que participaba de una civilización compleja, abierta al mundo mediterráneo y dotada de una identidad cultural propia.
El tesoro de Aliseda es un antiguo ajuar funerario tartésico hallado en Aliseda (Cáceres) y es posible que estuviera fabricado en Oriente. Es de oro y predomina la técnica de la filigrana y cincelado. Intentaron vender las piezas de forma clandestina, pero finalmente fueron interceptadas y llevadas al Museo Arqueológico Nacional, en Madrid con el número de inventario 586 para lo que representa el conjunto de las piezas. Los materiales son oro, plata, bronce y vidrio. Datado sobre el VI a.C. Archivo Fotográfico del MAN (photo) – Museo Arqueológico Nacional. CC BY-SA 4.0.

Pertenece a la Edad del Hierro (750-218 a. C.). Los fenicios fueron un pueblo importante del Mar Mediterráneo, el primer pueblo colonizador que llegó procedente de las costas del actual Líbano a la península ibérica, sobre el siglo IX a. C., y que se asienta de forma definitiva. Fueron un pueblo fundador de un gran número de colonias, como Cartago, en el Norte de África hacia el siglo IX a. C. (actual Túnez), Gades o Gadir en el siglo VIII a. C. (actual Cádiz), Malaka (actual Málaga) y Sexi (Almuñécar). Los fenicios llegaron a la Península atraídos por la abundancia de metales, introduciendo, a cambio, un gran número de manufacturas de lujo y productos exóticos. Su presencia, su necesidad de productos, y la demanda generada por este pueblo se tradujo en un desarrollo de las comunidades nativas más próximas.
El pueblo autóctono más poderoso en ese momento era el reino de Tartessos, célebre por sus riquezas y la longevidad de sus monarcas, situado al sur de la Península. La monarquía tartésica, de carácter hereditario, existía ya desde principios de la Edad de Bronce (1800-750 a. C.)[fuente cuestionable]. Cultivaron la orfebrería, joyería y broncería, imitando a los demás pueblos de Oriente con que se relacionaban[cita requerida].
Los ajuares funerarios del pueblo fenicio eran ricos y abundantes, con muchas piezas de orfebrería y alfarería (ya que introdujeron nuevas tecnologías como el torno de alfarero). Los fenicios introdujeron también un gran número de objetos de origen griego[cita requerida], fueron grandes comerciantes, comerciaban con los pueblos del interior y comenzaron una cultura orientalizante[cita requerida] entre el Tajo y el Mediterráneo y la costa ibérica hasta Emporión (colonia fundada por los griegos en torno al 600 a. C.). No adoptaron la moneda de los tartesos en estas transacciones comerciales, ya que estos no tenían una economía de mercado.
Se trata de un tesoro tartésico y data del siglo VII a. C. Debido a la ruda manera en que fue encontrado y la falta de medios para la excavación, no se puede precisar si se trataba de un tesoro o de las alhajas y ajuar mortuorio de una dama en sepultura.
Descripción
El tesoro formó seguramente parte de un ajuar funerario, de un lugar donde por lo menos se tuvo que enterrar a un hombre y una mujer aristocráticos con sus respectivas joyas: el cinturón es masculino y la diadema femenina. El tesoro consta de un conjunto de piezas como un brasero y un vaso de plata, un espejo de bronce, una jarra de vidrio con jeroglíficos, así como 285 objetos o fragmentos de oro, muchos de ellos con piedras semipreciosas engastadas. Este conjunto está trabajado con granulado, filigrana y soldadura, técnica empleada por los fenicios. Recientes investigaciones hacen creer que estas piezas podrían haber sido fabricadas en un taller peninsular, en este taller se fabricó un nuevo tipo de diadema con los extremos triangulares, símbolo tartésico y antecedente de las diademas ibéricas posteriores también realizadas con los extremos triangulares.
Collar
La pieza está inventariada con el número 28.561.
Es un collar de oro que está compuesto por 11 colgantes, cuatro bolas y trece colgantes fusiformes de diferente tamaño. Destacan los colgantes o estuches porta-amuletos rematados en una cabeza de halcón; con forma de cabeza de serpiente, con escamas representadas con gránulos; o con forma de creciente luna. Los colgantes tienen en la parte superior un rodillo por donde pasaría el hilo.
Foto: Miguel Hermoso Cuesta – CC BY-SA 4.0. Original file (3,439 × 3,199 pixels, file size: 2.04 MB).
Diadema
La pieza está inventariada con el número 28.554.
Está formada por una lámina compuesta por plaquetas cuadradas formando una faja de doble hilera de rosetas y festones con esferas pendientes de pequeñas cadenas. Todas las rosetas contendrían piedras decorativas, pero solamente se conserva una turquesa. Cada uno de los extremos triangulares se decoran con temas vegetales mediante granulado, presenta cuatro cabujones que contendrían posiblemente piedras y borde compartimentado.
Marbregal, 15 de diciembre de 2007. CC BY-SA 3.0. Original file (1,657 × 653 pixels, file size: 265 KB,).
Brazalete
La pieza está inventariada con el número 28.558.
El brazalete está formado por una gruesa lámina de oro con trabajo calado de dos series de espirales entrelazadas que parten del centro hacia direcciones opuestas hasta los extremos. Los bordes del brazalete se encuentran decorados con un cordón liso. Los remates finales de los extremos tienen forma de palmetas decoradas en su interior con flores de loto.
Foto: Desconocido – Marbregal, 07–June–2008. CC BY-SA 3.0. Original file (1,348 × 752 pixels, file size: 593 KB).

Cinturón
La pieza está inventariada con el número 28562.
Es un cinturón de 68,30 cm de longitud. Está formado por pequeñas placas de oro que representan un dios-héroe (probablemente Melquart) luchando con un león, grifos alados recorriendo hacia la derecha y palmetas. Las figuras impresas resaltan sobre un fondo granulado. Tal vez fue el encargo de un aristócrata que utilizó la iconografía oriental como símbolo de poder y prestigio.
Inventariada con el número 28562/1 se encuentra una pieza de dicho cinturón, consistente en una placa rectangular de oro repujado con granulado que representa una escena de una lucha entre un hombre y un león rampante, el trabajo está elaborado con influencias fenicias en el tecnicismo de los adornos de pequeño tamaño y en la iconografía empleada.
Miguel Hermoso Cuesta. Madrid, M.A.N. Tesoro de Aliseda, placa. CC BY-SA 4.0.- Original file (681 × 646 pixels, file size: 153 KB).

Detalle del cinturón. Miguel Hermoso Cuesta. Miguel Hermoso Cuesta. CC BY-SA 4.0. Original file (5,184 × 1,750 pixels, file size: 2.07 MB).
Jarra
La pieza está inventariada con el número 28 583 y tiene unas dimensiones de 15 cm de altura por 9 cm de diámetro.
La jarra está grabada en vidrio de color verde, opaco y con las paredes muy gruesas. Es de cuerpo piriforme con un asa y la boca trilobulada, tiene escritura en jeroglífico, su procedencia es de Egipto y seguramente llegó a la península ibérica como objeto de lujo para comerciar con él.[10]
dd m ‘h.t
dd: mdw in’ Is.t (Sentencia de Isis)
n-sw bit nb(?) iry (Rey del Alto y Bajo Egipto)
«Palabras dichas en la capilla» o «Dicho desde el santuario»
Esta fórmula suele iniciar declaraciones rituales, como las que se encuentran en los templos o textos funerarios. Puede entenderse como «Lo que se dice en el templo/santuario/sala sagrada». Esta es una fórmula típica de textos religiosos o funerarios, donde la diosa Isis es quien pronuncia o intercede mediante un discurso mágico, ritual o sagrado. Es parte de lo que se conoce como “sentencia” o «declaración» de Isis, muy presente en rituales de resurrección o protección del rey o del difunto. Este fragmento suele acompañar el nombre de un faraón o un título honorífico. El sentido general es exaltar al rey como figura divina o mediadora entre los dioses y los hombres.
Jarra. Boyero Lirón, Arantxa (photo) – Museo Arqueológico Nacional. Tesoro de Aliseda (Jarrito tallado) (Periodo Orientalizante). CC BY-SA 4.0.

El Tesoro de Aliseda constituye una de las manifestaciones más sobresalientes del arte y la cultura protohistórica del suroeste peninsular. Descubierto en 1920 en una tumba del cerro de San Cristóbal, en el término municipal de Aliseda, Cáceres, este conjunto de objetos de orfebrería revela no solo la pericia técnica de sus artífices, sino también la complejidad simbólica y social de la comunidad que lo produjo. Se trata de una colección excepcional de piezas de oro, plata, ámbar y otros materiales preciosos, que incluye collares, brazaletes, anillos, cinturones, fíbulas y pequeños recipientes rituales. Su elaboración, decoración y composición reflejan un horizonte plenamente orientalizante y están estrechamente ligados al mundo tartésico.
Datado en torno al siglo VII a. C., el tesoro pertenece a la etapa de máximo esplendor de la cultura tartésica, una civilización indígena del suroeste de la península ibérica que alcanzó un notable grado de desarrollo gracias a su control sobre los recursos mineros y su participación en las redes comerciales del Mediterráneo. Aunque el núcleo tradicional de Tartessos se ha situado en el valle del Guadalquivir, el hallazgo de Aliseda demuestra que su influencia se extendía mucho más allá de este espacio, alcanzando zonas del interior como la actual Extremadura. La existencia de un ajuar funerario de este tipo indica la presencia de una elite aristocrática local vinculada al sistema económico y simbólico de Tartessos, capaz de encargar o intercambiar objetos de lujo en un entorno de fuerte dinamismo cultural.
El análisis estilístico y técnico del tesoro muestra una clara influencia oriental, especialmente fenicia, perceptible en el uso de la filigrana, el granulado, los motivos geométricos y florales, así como en la propia disposición de las piezas. Sin embargo, estas influencias no deben interpretarse como una mera imitación, sino como el resultado de un proceso de apropiación selectiva y creativa por parte de una sociedad indígena que había alcanzado un alto grado de complejidad. El tesoro es tanto un producto local como un reflejo de la apertura al Mediterráneo oriental, y testimonia la existencia de una cultura que, sin haber desarrollado una escritura plenamente conocida, era capaz de articular un sistema simbólico sofisticado y dotado de gran carga ideológica.
Desde el punto de vista social, el ajuar hallado en Aliseda refleja una concepción jerárquica del poder y del más allá. La tumba a la que pertenecía no fue un enterramiento común, sino la inhumación de una figura de gran prestigio, posiblemente un jefe, príncipe o sacerdote, acompañado de un repertorio de objetos que no solo marcaban su riqueza material, sino también su papel como mediador entre el mundo humano y el divino. La asociación entre metales preciosos, ámbar y motivos rituales refuerza esta interpretación y sitúa el tesoro en el contexto de una religiosidad en la que el estatus social y la protección espiritual estaban profundamente vinculados.
El Tesoro de Aliseda, en suma, representa mucho más que un conjunto de joyas antiguas. Es un documento arqueológico de primera magnitud que permite entender el alcance geográfico de Tartessos, la riqueza de su cultura material y la articulación de sus estructuras sociales. Al mismo tiempo, confirma la existencia de polos de poder en el interior peninsular que participaron activamente en los procesos de intercambio, hibridación cultural y construcción de identidades propias. Como expresión de una civilización desaparecida cuyo legado se proyecta sobre los pueblos posteriores del suroeste ibérico, el tesoro se convierte en símbolo del esplendor, la sofisticación y el enigma de Tartessos. Su estudio continúa siendo clave para comprender el nacimiento de la complejidad en la península ibérica antes de la irrupción de Roma.
Asta Regia
Asta Regia (o Hasta Regia) fue una antigua ciudad establecida con alta probabilidad en el Bronce Final atlántico (1250 a. C. – 850 a. C.) que habría perdurado hasta el S.X d. C. Sus restos arqueológicos se encuentran hoy enterrados bajo trigales en la barriada rural de Mesas de Asta en Jerez de la Frontera (Andalucía, España), en un vasto terreno de 60 hectáreas. La urbe que habría sido ocupada por tartesos, fenicios, turdetanos, romanos e islámicos, habría alcanzado una extensión en su máximo periodo de esplendor de 25 hectáreas, las cuales se están analizando desde 2017 con georradar.
Las investigaciones llevadas a cabo por Manuel Esteve, a mediados del siglo XX, creen que fue un asentamiento fundado por los tartesios, que posteriormente habría sido una ciudad romana de gran importancia en la Bética. Existen estudios que contemplan la posibilidad de que hubiese sido la Atlántida, al encontrarse en una zona inundable entre las desembocaduras de los ríos Guadalquivir y Guadalete. Fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC), bajo la categoría de zona arqueológica, en 2000. Se encuentra en la carretera A-2000, que une Jerez de la Frontera y Trebujena. El asentamiento arqueológico se ubica a 11 km del centro urbano de Jerez.
Existen indicios de presencia humana desde el Neolítico hasta la época Islámica del siglo X. Según estudiosos de la historia, en época romana la ciudad tuvo mayor importancia que Baelo Claudia o Itálica, de ahí su apelativo de Regia. Recientemente se ha demostrado que tenía mezquita hasta el siglo X. Igualmente, se han encontrado diversas placas con inscripciones en la zona. Y también parece demostrada la existencia suburbios y una necrópolis.
El yacimiento es actualmente propiedad privada, y parece que existe escaso interés por parte de las administraciones públicas en adquirirlo para excavarlo y protegerlo a pesar de haberse identificado nuevas edificaciones enterradas. No obstante, Esteve hizo excavaciones en la zona el siglo pasado, estando la mayoría de piezas encontradas (de los periodos tartésicos y turdetanos) en el Museo Arqueológico de Jerez.
Estatua romana de un torso masculino e iberorromana de un león procedente de Asta Regia. Foto: Menesteo. Museo Arqueológico de Jerez de la Frontera, Cádiz. Estatua romana de un torsomasculino e iberorromana de un león procedente de Asta Regia. CC BY-SA 3.0. Original file (1,536 × 2,048 pixels, file size: 1.03 MB).
Actualmente se está usando equipamiento de última generación para realizar arqueología no invasiva, escaneado en 3D el contenido a varios metros de profundidad del suelo. La investigación está realizada con el apoyo de productores de Jerez, la Universidad de Cádiz, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Jerez. Los resultados muestran varias ciudades, al menos romanas (de gran tamaño), islámica y medieval.
Mientras, siguen apareciendo hallazgos en la zona.
Presentación de resultados del proyecto arqueológico desarrollado por la Universidad de Cádiz en 2018
A nivel social se ha creado una Plataforma Ciudadana por el yacimiento, a la que en 2019 se unieron todos los grupos políticos locales.
En 2020 se pone en marcha el «Plan Director» del yacimiento.
Restos encontrados. Emilio J. Rodríguez Posada – Salas V, VI y VII del Museo Arqueológico de Jerez. Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz, Andalucía, España. Febrero de 2017. CC BY-SA 2.0. Original file (4,608 × 3,072 pixels, file size: 4.83 MB).
Anexo: Bronce de Lascuta
El Bronce de Lascuta es una placa de bronce provista de una anilla lateral, que mide 22,4 x 14 x 0,2 cm y contiene el resumen de un decreto pretoriano en latín. Fue hallado en 1866 o 1867 a 6 km de la actual ciudad de Alcalá de los Gazules, provincia de Cádiz, dentro de la antigua Bética romana. Se ha podido fechar en el año 189 a. C., por lo que sería el documento en latín más antiguo de España (de hecho está escrito en latín arcaico).
El Bronce de Lascuta es uno de los documentos más antiguos conservados en latín en la península ibérica y una pieza de valor excepcional tanto histórico como epigráfico. Se trata de una tablilla de bronce grabada con un texto oficial romano, fechada en el año 189 a. C., durante la Segunda Guerra Celtíbera y en los primeros años de consolidación del dominio romano sobre Hispania. Fue hallada cerca de Alcalá de los Gazules, en la antigua provincia romana de la Bética, aunque su procedencia concreta podría vincularse a una comunidad indígena del entorno tartésico o turdetano en proceso de romanización.
El contenido de la inscripción es un decreto emitido por el pretor romano Lucio Emilio Paulo, el mismo que más tarde derrotaría al rey macedonio Perseo en la batalla de Pidna. En este decreto, el pretor ordena que un grupo de habitantes de una localidad llamada Turris Lascutana —posiblemente colonos o esclavos liberados que trabajaban tierras agrícolas— puedan continuar ocupando y cultivando sus tierras en libertad, al parecer tras un conflicto de propiedad o de administración. El texto reconoce explícitamente sus derechos a poseer y usar el terreno mientras el pueblo romano y el Senado así lo quieran, lo que muestra la autoridad del pretor como representante del imperium romano en tierras conquistadas.
Desde el punto de vista lingüístico, el latín del Bronce de Lascuta es arcaico, con grafías y formas verbales que luego evolucionarán en el latín clásico. Esto hace que el documento sea de gran interés filológico, ya que permite observar el latín oficial en una fase temprana de su expansión fuera de Italia. La escritura es clara, regular, en capitales monumentales, y sigue el estilo epigráfico romano característico de las inscripciones oficiales.
Desde el punto de vista político y administrativo, el bronce refleja la fase inicial de implantación del derecho romano en Hispania, cuando los magistrados de la República todavía actuaban con un margen considerable de decisión en nombre del Senado, sin una estructura provincial plenamente desarrollada. A la vez, evidencia la presencia y participación de comunidades indígenas, probablemente turdetanas, en un proceso de adaptación y negociación con el nuevo poder imperial. Es posible que Turris Lascutana fuera una comunidad agrícola organizada, dependiente o aliada de Roma, y que el bronce recogiera el intento de institucionalizar su relación jurídica con el Estado romano.
El hecho de que este documento haya llegado hasta nosotros y esté grabado en bronce indica que tenía un carácter permanente y vinculante, y que debía ser exhibido públicamente, probablemente en el foro o en el espacio central de la comunidad. La anilla lateral sugiere que pudo estar colgado o fijado mediante una cadena, como era habitual en los documentos legales importantes.
En resumen, el Bronce de Lascuta es una fuente única para comprender la temprana romanización de Hispania, el uso del latín como lengua de poder y de administración, y las formas de negociación jurídica entre Roma y las comunidades locales. Testigo de un momento de transición profunda, es también símbolo del inicio del largo proceso por el cual la península ibérica quedaría integrada en la órbita cultural, política y legal del mundo romano.
Bronce de Lascuta. Foto: Desconocido. (Fca1970). Dominio Público. Original file (2,946 × 1,677 pixels, file size: 256 KB).
Referencias. Bronce de Lascuta
- La pieza, con un resumen bibliográfico exhaustivo, en B. Díaz Ariño, Epigrafía Latina Republicana de Hispania (ELRH), Barcelona, 2008, nº U1, pp. 191-195.
- Véanse autores y debate hasta 1989 en M. J. Hidalgo de la Vega, «El bronce de Lascuta: Un balance historiográfico», Studia Historica. Historia Antigua 7, 1989, págs. 59-66., y de forma más completa en la ya citada monografía de B. Díaz Ariño (2008).
- «Verdades y mentiras en torno al Bronce de Lascuta» (I-III), octubre de 2014 (consultado el 9 de octubre de 2016).
- L. Lazeski, «Une tessère en bronze munie de son anneau et portant une inscription latine», Comptes rendus des séances de l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres (París), vol. 11/1, 1867, págs. 225-226. Sobre el lugar dice literalmente, aunque con errata, «situé à 6 kil. de Alcala de las Garules».
- «El bronce de Lascuta: Una inscripción en el contexto del imperialismo romano del s. II a. C.». Fue pieza del mes de enero de 2013 en el Museo Arqueológico Municipal de Jerez de la Frontera, en un acto organizado por la Asociación de Amigos del Museo, con un texto firmado por J. Montero Vítores, del Centro de Estudios Históricos Jerezanos.
- «La alcaldesa recibe el ‘Bronce de Lascuta’ de manos de Amigos del Museo Arqueológico». Archivado desde el original el 1 de junio de 2016. Consultado el 25 de enero de 2013.
Bibliografía
- García Romero, Fco. A.- Vega Geán, A. (2022): “El bronce de Lascuta y el latín de Paulo Emilio”, en La pieza del mes: 29 de enero de 2022, Museo Arqueológico Municipal de Jerez de la Frontera.º
- Pascual Sánchez, P. (2022): Inscripciones latinas en la Hispania del s.II a.C.: comentario filológico del bronce de Lascuta (Cádiz). Trabajo de Fin de Grado en Filología Clásica, tutorizado por la Prof.ª Dr.ª S. I. Ramos Maldonado, Universidad de Cádiz.
Cancho Roano
Cancho Roano (a veces escrito como Cancho Ruano) es un yacimiento arqueológico situado en el término municipal de Zalamea de la Serena, en la provincia de Badajoz (España). Se localiza a tres kilómetros de Zalamea en dirección a Quintana de la Serena, en una pequeña vaguada junto al arroyo Cagancha.
Es el conjunto tartésico-turdetano mejor conservado de la península ibérica, datando la construcción original de al menos el siglo VI a. C., aunque el edificio fue ampliado y modificado en siglos posteriores. Supone un yacimiento sin duda excepcional y único, tanto por su forma, su tamaño y su estado de conservación, como por los objetos encontrados, que permiten fechar su creación en torno al 550 a. C., mientras que su destrucción no sería posterior al 370 a. C., causada por un incendio, bien accidental o bien intencional, dentro de algún tipo de rito religioso.
En contradicción con la versión expuesta, la atribución a Tartesos está limitada únicamente a un nivel inferior de excavación, el denominado nivel «D». A la época en que existió esa civilización (siglo IX al siglo VII a. C.) solo corresponden los restos de fondo de cabaña que se encuentran debajo de los más voluminosos ahora visibles, el nivel «A». Por tanto, el edificio del siglo V al siglo IV a. C., que se llegó a denominar «palacete» por Maluquer y colaboradores es en realidad un altar de sangre para sacrificios rituales, con una tipología definida para otros similares en el Mediterráneo oriental, como define el profesor Antonio Blanco Freijeiro, y desde luego, muy posterior a la civilización tartésica. No puede llamarse «conjunto tartésico» lo que corresponde a una época dos siglos posterior a la desaparición de Tartessos, ni puede llamarse «palacio» a unas estancias de reducido tamaño en ningún modo adaptadas a la función suntuaria y política que se supone a tal tipo de construcciones. Investigaciones posteriores le atribuyen un carácter arquitectónico fenicio, posiblemente construido a instancias de un indígena acaudalado.
Maqueta de Cancho Roano. Autor: Ecemaml. CC BY-SA 3.0.
El carácter evidentemente sacral del edificio y la presencia de numerosas habitaciones, similares a celdas separadas, ha atraído la hipótesis de que podría tratarse de un templo dedicado a la práctica de la prostitución sagrada en honor a la diosa de la fertilidad Astarté. Apoya esta tesis la presencia de telares en dos de las habitaciones, evocando a las tejedoras de la diosa Ashera que ejercían prostitución en el antiguo templo de Jerusalén.
Similares ritos se habrían identificado en la iconografía de otros yacimientos fenicio-púnicos, como Gadir, Cástulo y la Quéjola (Albacete). Otra posibilidad sería un palacete destinado a alojar un harén, aunque sin descartar tampoco la participación de sus integrantes en ritos sexuales de fertilidad.
El cuerpo principal del edificio, de planta cuadrada, se orienta hacia el este, y está rodeado por un foso de escasa profundidad, que contiene agua de forma permanente; al parecer la idea de sus constructores era que mantuviese una lámina de agua todo el año. Aunque se desconoce con exactitud su función, el carácter religioso es innegable debido a los altares que contiene; aunque también puede tratarse de un palacio-santuario, a juzgar por su dispositivo defensivo. En su interior se han hallado abundantes objetos, tales como ánforas conteniendo cereales, alubias, frutos secos y posiblemente vino, molinos de piedra, vasijas de cerámica y de metal, cerámica procedente del Ática datada entre 430 y 375 a. C., muebles adornados de marfil, anillos y pendientes de plata, recipientes de perfume, piezas de juegos, accesorios de caballería, armas de hierro o estatuillas y esculturas de bronce de gran calidad, así como los restos de un hombre y seis mujeres.
Las excavaciones, dirigidas por Juan Maluquer de Motes, comenzaron en 1978. El yacimiento, dada su importancia, fue declarado monumento nacional en 1986. Se puede visitar en su totalidad, contando con un centro de interpretación donde el visitante dispone de explicaciones mediante cartelas, una presentación multimedia y una maqueta. Este centro pertenece a la Red de Museos de Identidad de Extremadura.
Caballo de bronce procedente de Cancho Roano, Badajoz, España, datado del siglo V a. C. y conservado en el Museo Arqueológico de Badajoz. Foto: Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Caballo de Cancho Roano. Caballo en bronce de unos 20 cm de longitud y 1.3 kg de peso. Se encontró en la estancia etiquetada como O-1 en el yacimiento de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) durante la campaña de excavaciones de primavera de 1990. Esta pieza está datada en el siglo V a.C. Descargable en alta resolución, color calibrado. CC BY 2.0. Original file (4,000 × 2,859 pixels, file size: 904 KB).
El caballo de bronce hallado en el yacimiento de Cancho Roano, datado en el siglo V a. C. y conservado en el Museo Arqueológico de Badajoz, es una de las piezas más representativas del arte votivo y simbólico del suroeste peninsular en el periodo post-tartésico. Esta figura, de pequeño tamaño pero de gran carga expresiva, fue fundida en bronce mediante la técnica de la cera perdida y representa un caballo de perfil, con la cabeza inclinada, la crin marcada y una evidente atención al detalle en el arnés y el modelado anatómico.
La pieza se inscribe dentro del contexto cultural del final de la civilización tartésica y el surgimiento de nuevas formas de expresión religiosa y política entre las comunidades aristocráticas del interior peninsular. Cancho Roano, donde fue hallada, no era un asentamiento urbano común, sino un santuario o complejo ceremonial vinculado probablemente a una elite sacerdotal o guerrera. En este marco, el caballo de bronce habría tenido una función ritual o simbólica, posiblemente como ofrenda votiva o como elemento dentro de un conjunto ceremonial más amplio.
El caballo ocupa un lugar privilegiado en el imaginario simbólico del mundo tartésico y del ámbito íbero-turdetano. Asociado al prestigio aristocrático, al poder militar y a la movilidad, era también un animal cargado de significados religiosos y funerarios. En muchas culturas mediterráneas antiguas, el caballo se vincula con el viaje al más allá, con el estatus del guerrero y con el favor divino. En este caso, su representación en bronce, material duradero y valioso, sugiere una intención de permanencia y de consagración.
Estilísticamente, la figura revela una síntesis entre influencias locales e ideas formales procedentes del Mediterráneo oriental. Aunque el tratamiento anatómico es esquemático, la actitud del animal y su cuidada ejecución transmiten una sensibilidad estética refinada. Su tamaño y acabado permiten pensar que pudo formar parte de un grupo escultórico, acompañar una urna, una tumba o un altar, o ser depositado como ofrenda en un acto ritual.
El hallazgo de esta pieza refuerza la idea de que Cancho Roano no fue un espacio doméstico ni agrícola, sino un centro simbólico y religioso de gran importancia en la organización del territorio durante el siglo V a. C. El caballo de bronce representa, por tanto, un testimonio valioso del pensamiento simbólico de las comunidades del suroeste peninsular, de su relación con los animales como marcadores de identidad social, y de su integración en un mundo de creencias donde lo político, lo religioso y lo estético se entrelazaban de forma inseparable.
Cancho Roano es uno de los yacimientos más enigmáticos y mejor conservados del suroeste peninsular, situado en el término municipal de Zalamea de la Serena, en la provincia de Badajoz. Lejos de ser un asentamiento habitado de forma continua, se trata de un complejo arquitectónico singular, que ha sido interpretado como un santuario ceremonial, palacio aristocrático o espacio de culto con funciones político-religiosas. Su carácter aislado, su cuidada planificación y la riqueza de los materiales hallados lo convierten en un ejemplo destacado de la arquitectura monumental vinculada al mundo tartésico en su fase final, o incluso ya en transición hacia lo turdetano.
Cronológicamente, el sitio se sitúa entre los siglos VI y V a. C., lo que lo ubica en el periodo orientalizante tardío y en los inicios de la Edad del Hierro plena. Este momento coincide con la fase de transformación y eventual desaparición de Tartessos como sistema político centralizado, y con la emergencia de nuevas formas de poder en el interior peninsular. Cancho Roano, en este contexto, representa un ejemplo de cómo ciertas élites locales siguieron desarrollando formas de monumentalidad, ritualidad y prestigio a pesar del colapso de los centros tradicionales del valle del Guadalquivir.
El edificio fue construido con adobe sobre un zócalo de piedra y presenta una planta cuadrangular con varias fases constructivas superpuestas. En su estructura se distinguen claramente patios, pasillos, salas laterales, posibles espacios de almacenamiento, y lo que podría haber sido un altar o zona central de culto. Su complejidad arquitectónica y el uso de elementos como escaleras monumentales, suelos pavimentados y muros estucados indican que no se trataba de un espacio doméstico ni productivo, sino de un lugar con funciones ceremoniales o representativas, probablemente asociado a una elite local de carácter sacerdotal o aristocrático.
Entre los hallazgos más relevantes figuran cerámicas finas, fíbulas, armas, objetos votivos y restos de un gran sacrificio animal, compuesto por caballos, bueyes y cerdos, depositados de forma ordenada. Este sacrificio masivo, unido al hecho de que el edificio fue cuidadosamente sellado y quemado intencionadamente, sugiere que el lugar fue clausurado mediante un rito complejo, posiblemente vinculado a un cambio político o a una crisis religiosa.
Desde el punto de vista cultural, Cancho Roano presenta fuertes influencias orientalizantes, especialmente fenicias, visibles en la iconografía, en ciertos objetos metálicos y en la disposición simbólica del espacio. Sin embargo, estas influencias han sido reinterpretadas localmente, integrándose en una tradición indígena que muestra continuidad con el mundo tartésico pero también evolución propia. Es probable que Cancho Roano haya actuado como santuario periférico dentro de una red de centros aristocráticos que articulaban el territorio mediante el control ritual y simbólico, más que mediante la urbanización o la centralización administrativa.
El entorno natural en el que se sitúa, una zona de vegas fértiles y rutas de comunicación entre el Guadiana y las sierras centrales, refuerza su carácter estratégico y su conexión con circuitos de intercambio que unían el interior con la costa. Aunque no se ha identificado un poblado asociado directamente al santuario, su construcción y mantenimiento implican la existencia de una comunidad estable, jerarquizada y con excedentes económicos suficientes como para sostener un edificio de estas características.
En resumen, Cancho Roano es un testimonio excepcional del mundo tartésico en su fase final. No fue un asentamiento urbano en sentido estricto, sino un centro ceremonial aristocrático que sintetiza las tensiones culturales, religiosas y políticas de una época de transición. Su estudio permite comprender cómo, tras el ocaso de Tartessos, algunas comunidades del interior desarrollaron nuevas formas de legitimación del poder mediante la monumentalidad, el ritual y la continuidad de símbolos antiguos reinterpretados para un nuevo tiempo.
Referencias
- Ministerio de Cultura, Patrimonio Histórico
- Cancho Roano, el yacimiento más polémico
- José María Blázquez Martínez, El Santuario de Cancho Roano. Publicado en F. Villar – M. P. Fernández Álvarez (eds.), Religión, lengua y cultura prerromanas de Hispania. VIII Coloquio sobre lenguas y culturas prerromanas de la Península Ibérica. Salamanca 1999, Salamanca 2001, 83-88.
- José María Blázquez Martínez, El santuario de Cancho Roano (Badajoz) y la prostitución sagrada, Aula orientalis: revista de estudios del Próximo Oriente Antiguo, ISSN 0212-5730, Vol. 17, Nº 18, 1999, págs. 367-379
- Mariano Torres Ortiz, Tartessos, 2002, Real Academia de la Historia, 9788495983039.,
- Fernando López Pardo, Humanos en la mesa de los dioses: la escatológica fenicia y los frisos de Pozo Moro. A. González Prats (ed.), El mundo funerario. Actas del III Seminario Internacional sobre Temas Fenicios. Guardamar del Segura, 3-5 de mayo de 2002. Homenaje al Prof. D. Manuel Pellicer Catalán, Alicante, 2004, 495-537
- Teresa Moneo, Religio iberica: santuarios, ritos y divinidades (siglos VII-I A.C.), 2003, Real Academia de la Historia, ISBN 9788495983213
- Fernández Castro, M. C. (1997). La Prehistoria de la Península Ibérica. Historia de España, I. Barcelona, España: Editorial Crítica. p. 310. ISBN 84-7423-830-7.
Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una categoría multimedia sobre Cancho Roano.
- Todo sobre Cancho Roano (web del C.S.I.C.)
- Santuario de Cancho Roano en el portal de turismo de Extremadura (enlace roto disponible en Internet Archive; véase el historial, la primera versión y la última).
- Centro de interpretación del santuario de Cancho Roano en el portal de turismo de Extremadura
- El Santuario de Cancho Roano Archivado el 21 de marzo de 2013 en Wayback Machine.
- Cancho Roano, edificio tartésico
- Cancho Roano como monumento proto-histórico (documento PDF)
- Pulsar el icono de PDF para acceder al documento completo de Blanco Freijeiro
- El contenido de este artículo incorpora material de una entrada de la Enciclopedia Libre Universal, publicada en español bajo la licencia Creative Commons Compartir-Igual 3.0.
Yacimiento arqueológico de La Mata
La Mata es un yacimiento arqueológico perteneciente a la cultura tartésica situado en Campanario, Badajoz, España. Es coloquialmente conocido por el nombre de “Montones de Tierra” y está datado en el periodo orientalizante, en torno al ecuador del I milenio antes de Cristo (siglos VI-V antes de Cristo).
En el término municipal de Campanario (Badajoz), a dieciocho kilómetros en línea recta del santuario de Cancho Roano donde ambos comparten en común su aislamiento geográfico además de su orientación, su cronología, sus dimensiones la forma de su planta.
Fases de ocupación
Este yacimiento estuvo ocupado por los tartesos, concretamente por una familia aristocrática procedente de las costas del sur, con influencia griega y fenicia que se extendieron por la parte suroeste de la península hace 2500 años aproximadamente. Este movimiento fue denominado en 1978 por M.Almagro-Gorbea como “cultura post-orientalizante” que no tardó en desaparecer.
Intervenciones arqueológicas
Meses antes del comienzo de su excavación en 1930, se sospechaba que en aquellos montículos de tierra podría haber unos dólmenes ocultos. No fue hasta el 23 de enero de ese mismo año cuando los excavadores comenzaron a hallar algunos sillares de granito seguidos de piezas de cerámica, cenizas y pequeños restos óseos que pusieron el ojo de la excavación en un paraje fúnebre. No fue hasta el día siguiente cuando se excavó la tumba que se convirtió en el elemento más importante del proyecto, ya que era stricto sensu, algo insólito en los años 30. Se llegó a la conclusión de que el montón grande se trataba de una residencia habitacional donde la monumentalidad del edificio queda de manifiesto en su planta en forma de “U”, más aún contando con que tuvo dos plantas y probablemente terraza, llegando a alcanzar los 6 metros de altura total mientras que el montículo pequeño era un habitáculo fúnebre donde los restos de vidrio azul en las cenizas ayudaron a ubicarlo en el ámbito levantino del mediterráneo. Este último fue vuelto a excavar en 1999.
Restos arqueológicos
Hoy día se puede ver su fisonomía de “casa fuerte” gracias a sus dos torres, muro perimetral de mampostería, terraplén y foso alrededor. Todo ello lo enmarca en la denominada arquitectura de prestigio que se desarrolla en el suroeste peninsular entre los siglos VIII y V antes de Cristo. En las cercanías se conservan los restos de una necrópolis de incineración contemporánea al yacimiento, donde se aprecia una gran tumba con masa tubular entre otras ya muy arrasadas. Además, dentro del complejo fúnebre se pueden observar varias cerámicas de Toya que llegan casi a la veintena.
El yacimiento arqueológico de La Mata, situado en el término municipal de Campanario (Badajoz), representa uno de los ejemplos más notables de arquitectura monumental del suroeste peninsular durante el periodo orientalizante, entre los siglos VI y V a. C. Su pertenencia a la órbita cultural tartésica ha sido ampliamente reconocida por la arqueología debido a la tipología arquitectónica, los materiales hallados y su contexto territorial. Popularmente conocido como “Montones de Tierra”, este nombre hace referencia al aspecto que presentaba el yacimiento antes de ser excavado, cuando los restos del edificio aparecían como simples elevaciones artificiales en el paisaje.
El complejo de La Mata es un edificio aislado, de planta cuadrangular, rodeado por un foso y compuesto por un cuerpo central y una serie de estancias dispuestas de forma axial. Esta organización responde a una planificación arquitectónica rigurosa, poco frecuente en el mundo indígena, lo que sugiere su vinculación a funciones de representación, ritual o control territorial. Las similitudes con Cancho Roano no se limitan a la forma o a la cronología. Ambos yacimientos muestran características comunes en cuanto a su monumentalidad, su ubicación apartada de núcleos de población, su orientación astronómica y su posible función como centros de poder simbólico y ceremonial vinculados a una aristocracia local.
Los hallazgos arqueológicos recuperados en La Mata incluyen cerámicas de tipo orientalizante, objetos metálicos, restos de estructuras quemadas y evidencias de una ocupación discontinua pero significativa. Al igual que en Cancho Roano, se ha planteado la posibilidad de que el edificio fuera destruido o clausurado intencionalmente, posiblemente como parte de un ritual de cierre o abandono cargado de significado político y religioso. Este tipo de práctica es común en el contexto tartésico tardío, donde los espacios vinculados al poder eran a menudo objeto de rituales de consagración y destrucción controlada.
Desde el punto de vista cultural, La Mata refleja la hibridación entre las tradiciones indígenas del Bronce Final y las influencias procedentes del mundo fenicio, canalizadas a través de las élites tartésicas. La arquitectura responde a un modelo palacial adaptado a las condiciones del interior peninsular, con elementos simbólicos y técnicos que muestran un conocimiento avanzado del espacio construido. No se trata de una residencia habitual, sino de un lugar destinado al ejercicio de funciones representativas, probablemente ligadas al culto, a la redistribución de bienes y al control del territorio circundante.
La localización de La Mata, en una zona de paso entre el valle del Guadiana y la Meseta, refuerza su carácter estratégico. Desde este punto se controlaban rutas de intercambio de metales, ganado y productos agrícolas, y se articulaban relaciones de poder con otras comunidades de la región. La existencia de varios edificios similares en el área, como el ya mencionado Cancho Roano o el santuario de Casas del Turuñuelo, apunta a la formación de una red de centros aristocráticos de carácter ritual que estructuraban el territorio en torno a una cultura compartida, basada en la jerarquía, la religión y el prestigio material.
En suma, el yacimiento de La Mata constituye una evidencia clave para comprender la evolución del mundo tartésico en el interior peninsular. Su arquitectura monumental, su contexto geográfico y sus características rituales lo convierten en un referente para el estudio de las formas de poder, culto y organización social en el suroeste ibérico durante la Edad del Hierro. Su estudio no solo aporta datos sobre la arquitectura y la cultura material, sino que permite trazar las líneas de continuidad y transformación que llevaron del Tartessos clásico a las culturas íberas y turdetanas que florecerán en los siglos posteriores.
Referencias
- «Futuros excavadores arqueológicos visitan el yacimiento de ‘La Mata’». Campanario – Hoy. 12 de septiembre de 2019. Consultado el 29 de marzo de 2020.
- López, Jesús (1 de diciembre de 2011). «EXTREMOS DEL DUERO: edificio protohistórico de la mata. campanario. badajoz.». EXTREMOS DEL DUERO. Consultado el 28 de marzo de 2020.
- Pavón Soldevila, Ignacio; Rodríguez Díaz, Alonso; Duque Espino, David M. Crónicas de las exploraciones arqueológicas de 1930 en «La Mata» (Campanario, Badajoz). (2013). Universidad de Extremadura.
- Pavón Soldevila, Ignacio (26 de junio de 2013). «Las exploraciones arqueológicas de 1930 en los túmulos de “La Mata” (Campanario, Badajoz)». Universidad de Extremadura. Consultado el 28 de marzo de 2020.
- Soldevila, Ignacio Pavón (2017). «La Arqueología y su divulgación en Badajoz durante la Dictadura de Primo de Rivera: La labor de Virgilio Viniegra Vera (1925-1930)». Revista de estudios extremeños 73 (3): 2479-2566. ISSN 0210-2854. Consultado el 28 de marzo de 2020.
- Ávila, Javier JIMÉNEZ. «El Post-orientalizante, entre España y Portugal; entre lo Tartésico y lo Turdetano». Actas da Mesa Redonda Turdetânea e Turdetanos. Cadernos do Museu da Lucerna II, Castro Verde (en inglés). Consultado el 28 de marzo de 2020.
- «Yacimiento protohistorico de La Mata». Ayuntamiento de Campanario. Consultado el 29 de marzo de 2020.
- arteenruinas (21 de mayo de 2018). «Yacimiento arqueológico de Hijovejo». Arte en Ruinas. Consultado el 29 de marzo de 2020.
Tesoro de El Carambolo
El tesoro de El Carambolo es un conjunto atribuido a la tradición tartésica compuesto por varias piezas de oro y cerámica en síntesis con la cultura púnica peninsular.
Estas piezas fueron encontradas en 1958 en el cerro de El Carambolo en el municipio de Camas, a tres kilómetros de Sevilla. Los arqueólogos creen que fue enterrado deliberadamente en el s. VI a. C.
Una investigación científica llevada a cabo en 2018 demostró que las piezas fueron hechas con oro procedente de una zona cercana al hallazgo (20 km), concluyéndose que el tesoro es producto de una mezcla de culturas (local y fenicia) debido a la llamada procedencia del oro y a las distintas técnicas con que se fabricaron las piezas, de las cuales algunas de ellas ya se empleaban desde el III milenio a. C.
Contexto Histórico
Los Tartessos son una civilización relacionada con las culturas que hacia el año 1000 a. C. se asientan en la península ibérica. Su ubicación es un lugar un tanto desconocido, aunque su foco principal será la zona que corresponde actualmente con las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. En el año 1000 a. C. se funda la ciudad de Gadir, con un templo a la diosa Astarté.
Llegaron a la península ibérica por el comercio y la riqueza del territorio en materias primas. Mediante un proceso de aculturación, los locales aprendieron de los Tartessos técnicas de agricultura, ganadería, tecnología de metalurgia o adquirieron nuevas especies, como la vid, el olivo o las gallinas. A cambio, los Tartessos adquirían minerales y otras materias primas.
El descubrimiento del Tesoro de El Carambolo supuso un punto de inflexión con relación al estudio de la cultura porque hasta ese momento se estaba viviendo un periodo de frustración porque no se encontraban demasiados restos y la identidad de esta cultura (aún hoy en día) estaba puesta en tela de juicio. Sin embargo, el descubrimiento de este tesoro hablaba de una serie de características claramente tartessas que veremos más adelante.
Original del Tesoro de El Carambolo, expuesto en el Museo Arqueológico de Sevilla en el 50 aniversario de su hallazgo. Foto: © José Luiz Bernardes Ribeiro. CC BY-SA 3.0. Original file (2,048 × 1,360 pixels, file size: 951 KB).
Hallazgo y Localización
A tres kilómetros de Sevilla, unos pequeños cerros a los que llaman carambolos se elevan casi un centenar de metros sobre las aguas del Guadalquivir. En uno de ellos, en el término municipal de Camas, se encuentra La Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla. Esta entidad, que adquirió el terreno en 1940 con la idea de ubicarse físicamente allí, había iniciado unas obras para ampliar sus instalaciones, con motivo de un torneo internacional que tenía previsto celebrarse. La leyenda de que existía un tesoro en el lugar ya venía de antiguo, pero era sólo eso, una leyenda.
Al arquitecto que dirigía las obras no le convencía que unas ventanas que darían a una futura terraza en construcción, pudieran quedar casi al mismo nivel que ésta, por lo que antes de que se colocara el pavimento mandó excavar para que se profundizara unos 15 cm más.
El 30 de septiembre de 1958, un obrero de la empresa, Alonso Hinojo del Pino, encontró casi en la superficie un brazalete que luego resultó ser de oro de 24 quilates y de un incalculable valor arqueológico. Al observar que al brazalete le faltaba un adorno, tanto él como el grupo de trabajadores que participaba, siguieron excavando en la búsqueda de la parte restante. Pero la sorpresa fue aún mayor cuando encontraron un recipiente de barro cocido, una especie de lebrillo, conteniendo muchas otras piezas y que por desgracia se partió, y al mezclarse los restos con otros restos de cerámica fue imposible reconstruir. Aparentemente eran imitaciones de joyas antiguas, de latón o cobre, por lo que no dieron mayor valor a lo encontrado. Tanto es así, que se las repartieron entre los trabajadores que habían intervenido. Uno de ellos, para demostrar que no podían ser de oro, dobló repetidamente una de las piezas hasta llegar a romperla.
La directiva del tiro de pichón, buscó la intervención del arqueólogo y catedrático Juan de Mata Carriazo y Arroquia, que estableció que estas piezas pertenecían, fijando un amplio margen de error, a un período comprendido entre los siglos vii y viii antes de Cristo, y describió el hallazgo así:
El tesoro está formado por 21 piezas de oro de 24 quilates, con un peso total de 2,950 gramos. Joyas profusamente decoradas, con un arte fastuoso, a la vez delicado y bárbaro, con muy notable unidad de estilo y un estado de conservación satisfactorio, salvo algunas violencias ocurridas en el momento del hallazgo (…) Un tesoro digno de Argantonio», legendario rey de Tartessos.
Esta táctica de aprovechar un nombre de la mitología clásica o grecolatina, viene del descubridor de Troya, Heinrich Schliemann, que al descubrir unas piezas de oro dijo que eran de la princesa Helena de Troya y una máscara funeraria era de Agamenón, sin tener prueba alguna de ello.
Los arqueólogos creen que el tesoro habría sido enterrado de forma deliberada en el s. VI a. C. aunque es posible que fueran elaboradas dos siglos antes. Ana Navarro, directora del museo Arqueólogico de Sevilla y una de las autoras del estudio publicado en Journal of Archaelogical Science, afirma que jamás se ha encontrado nada de tal extravagancia desde este momento.[8]Las piezas fueron enterradas en una estructura en la que había abundantes huesos de animales y cerámica del tipo “carambolo” (denominado así por el tesoro).
Fue adquirido por el Ayuntamiento de Sevilla en 1964 y se adscribió a la colección del Museo Provincial de Arqueología, de titularidad estatal y gestión autonómica. En el museo se expone una réplica de las 21 piezas que conforman el tesoro, puesto que las medidas de seguridad del espacio no son las ópticas para un ajuar de tan alta exclusividad.
Réplica del conjunto del tesoro del Carambolo. Desconocido – Trabajo institucional. CC BY-SA 3.0.

Conservación
El yacimiento sigue en la actualidad en manos privadas sin explotarse y cubierto de basura. Sin embargo, las ruinas no corren peligro relativamente ya que están cubiertas por un «búnker» de arena. Así se hace en cualquier hallazgo arqueológico que no se puede mostrar en superficie. Esto se debe a la falta de recursos y financiación para llevar a cabo una excavación.
Respecto a la conservación del tesoro: el Tesoro original se encuentra celosamente guardado en la caja fuerte de un banco. Sin embargo, puede verse una reproducción del mismo tanto en el Museo Arqueológico de Madrid como en el Ayuntamiento de Sevilla. Obviando la intervención de las personas que encontraron el tesoro, las piezas cuando fueron enterradas, se optó por ocultarlas dentro de una estructura, como ya se ha mencionado. Esto hizo que haya llegado a nuestas manos en un estado de conservación satisfactorio.
Piezas del Tesoro
El tesoro está compuesto por 21 objetos: 16 placas rectangulares, 2 pectorales, 1 collar y 2 brazaletes. Al encontrar un conjunto de piezas para distintas funciones, hallamos variedad de técnicas que fueron empleadas en su ejecución: fundido a la cera perdida, laminado, troquelado y soldado. Algunos elementos, debido a las concavidades que presentan, tuvieron que llevar incrustaciones de turquesas, piedras semipreciosas o de origen vítreo. Perea Afirma que algunas piezas siguieron técnicas locales y otras, como el collar con medallones grabados, con técnicas procedentes de Chipre.
Navarro y su equipo de investigación llevaron a cabo una serie de análisis químicos e isotópicos para examinar los fragmentos de oro desprendidos. Gracias a ello, descubrieron que probablemente el oro hubiera sido obtenido en las mismas minas que las piezas analizadas de los dólmenes de Valencina de Concepción (3000 a. C.), también en Sevilla.
Según la conserjería de Turismo, Cultura y deporte de Andalucía, en función de la decoración que presentan las piezas, se puede realizar una subdivisión en dos grandes grupos. La iconografía será principalmente de motivos geométricos.
Análisis formal de las piezas que conforman el tesoro:
2 pectorales
Medidas: 15,50 cm de longitud y 10,20cm de anchura. Encontramos una pequeña pieza realizada en oro y latón mediante la técnica de fundido a la cera perdida. La pieza mantiene un esquema similar a la piel de un toro extendida o estilizada. Así, consta de un núcleo rectangular de lados convexos con cuatro extremos pronunciados. La ornamentación consta de una alternación de cenefas de semiesferas con umbo y cenefas semicirculares en escama

2 brazaletes
Medidas: 11cm de altura, 12cm de diámetro y 5mm de grosor. Realizado en oro y latón siguiendo la técnica de fundido a la cera perdida. Hallamos una lámina enrollada y soldada en sus extremos dando lugar a una estructura cilíndrica. Respecto a su ornamentación, volvemos a encontrar una alternancia entre cenefas de rosetas y semiesferas. Estas son separadas por cordones de hilo.
Reproducción de brazaletes del Tesoro de El Carambolo. Están formados por una lámina, enrollada y soldada por ambos extremos que da una estructura cilíndrica. En la ornamentación se alternan cenefas de rosetas y semiesferas separadas por cordones de hilo. Año 1965. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0. Original file (4,000 × 2,667 pixels, file size: 4.38 MB).
1 Collar
28cm de longitud. Sus materiales principales son oro y latón y la técnica empleada la fundición a la cera perdida. Contiene una cadena tipo “loop-loop” según la Red Digital de Colecciones de Museos de España (CERES), siguiendo el estudio de Fernando Marmolejo.
Esta cadena tendrá un pasador bicónico con ocho cadenillas de pequeño tamaño y grosor. En origen tendría a su vez 8 colgantes huecos, pero se ha perdido una de ellas. Estos son de forma ovalada cuya ornamentación es de motivos geométricos y florales realizados en filigrana. Gracias a ser huecos, en el interior tienen un elemento móvil que hace las funciones de cascabel.
Reproducción de collar con colgantes, formado por una cadena tipo «loop – loop» con un pasador bicónico del que surgen ocho cadenillas que sustentan siete colgantes huecos. Material: oro y latón. Año 1965. Longitud: 28 cm. Nº inv. 1965/5/3. Museo Arqueológico Nacional de España. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0. Original file (2,667 × 4,000 pixels, file size: 5.09 MB).
16 placas rectangulares
Tienen un tamaño aproximado de 11cm de largo y 4,50cm de ancho, aunque puede variar entre los distintos ejemplares ya que no son idénticos. Al igual que el resto de piezas pertenecientes al tesoro, están realizadas en oro y latón siguiendo la técnica de fundición a la cera perdida. Son placas rectangulares, muy alargadas y todas siguen la misma estructura. Esta está formada por una ornamentación de cenefas longitudinales en las que se alternan rosetas y semiesferas. La principal variante entre las 16 piezas conservadas, es que en algunos casos hay más número de cenefas horizontales que en otras. En cualquier caso, siempre están separadas por tiras de púas o cordones de hilos.
Astarté de Sevilla
Junto a este tesoro, estaba también una escultura, la llamada Astarté de Sevilla o Astarté de El Carambolo. Se cree que este tesoro podría ser un ajuar para esta diosa.
La escultura, destaca por la inscripción epigráfica de su pedestal. Se trata de la inscripción fenicia más antigua existente hasta la fecha en las colonias occidentales, datando del s. VIII a. C. Ajuar y escultura podrían ser un exvoto que realizaron dos hermanos a la diosa del santuario de El Carambolo (santuario no evidenciado que exista) como agradecimiento a su protección.
Su catalogación original era Hispania 14, mientras que el catálogo Inscripciones Cananeas y Arameas le asigna la referencia KAI 294, otra denominación habitual es la de Astarté de Sevilla.
Astarté. Bronze, 7th century AEC. Archaeological Museum of Seville. Autor: Ismoon. CC BY-SA 4.0.
Astarté fue una de las diosas más veneradas del mundo semítico occidental, especialmente entre los fenicios y los cananeos, y su culto se extendió ampliamente por el Mediterráneo gracias a la actividad colonizadora y comercial de los fenicios. Era una divinidad compleja, asociada a la fertilidad, la sexualidad, el amor, la guerra y el poder, lo que la convertía en una figura ambivalente y poderosa. Su papel era comparable al de otras grandes diosas orientales como Ishtar en Mesopotamia o Hathor en Egipto, y con el tiempo fue identificada con Afrodita por los griegos y con Venus por los romanos.
La escultura en bronce que conservamos en el Museo Arqueológico de Sevilla, datada en el siglo VII a. C., es uno de los ejemplos más tempranos del culto a Astarté en el suroeste de la península ibérica. La figura muestra a la diosa sentada, con los brazos levantados, posiblemente en actitud de ofrenda o bendición, y con un tocado o peinado trenzado típico de la iconografía oriental. Está desnuda, un rasgo común en las representaciones de diosas de la fertilidad, lo que subraya su vínculo con la fecundidad, la regeneración y la vida. La simetría y la rigidez de la postura reflejan el estilo orientalizante, pero adaptado por los artesanos locales del ámbito tartésico o fenicio-occidental.
El bronce, material elegido para esta figura, refuerza su carácter sagrado y permanente. Este tipo de estatuillas solía usarse como ofrenda votiva en santuarios, y posiblemente fue depositada por un devoto como muestra de agradecimiento o como petición de protección divina. Su pequeño tamaño sugiere un uso ritual, más que decorativo o funerario. En el ámbito fenicio, Astarté no solo era protectora de la fecundidad humana y de la naturaleza, sino también de la navegación y del comercio, por lo que era una divinidad especialmente valorada por las élites mercantiles y costeras.
La presencia de Astarté en la península ibérica revela la profundidad de las relaciones culturales entre las comunidades indígenas del suroeste, como los tartesios, y los colonizadores fenicios. No se trató de una imposición religiosa, sino de un proceso de sincretismo en el que las elites locales adoptaron símbolos y deidades extranjeras para reforzar su prestigio, su poder y su legitimidad. La figura de Astarté actuaba como mediadora entre el mundo humano y el divino, entre la tierra fértil y el ciclo de la vida, entre el poder femenino y la protección colectiva.
En conjunto, esta escultura es mucho más que una imagen religiosa. Es un testimonio del contacto entre culturas, de la adopción de ideas y símbolos compartidos, y de la profunda espiritualidad que animaba las prácticas rituales de las comunidades protohistóricas del Mediterráneo occidental. Astarté, como símbolo de fertilidad, guerra y poder, fue una figura clave para las sociedades que encontraron en ella una forma de ordenar el mundo visible e invisible.
La escultura de Astarté del Museo Arqueológico de Sevilla lleva una inscripción en fenicio que dice:
𐤀𐤔𐤕𐤓𐤕 𐤁𐤏𐤔𐤕 𐤋𐤀𐤔𐤕𐤓𐤕
ʾštrt bʿšt lʾštrt
Astarté, en nombre de (la señora) para Astarté
Es una fórmula votiva típica fenicia que indica que la figura fue dedicada como ofrenda a la diosa Astarté, probablemente por una mujer llamada Baʿsht.
Interpretaciones y Controversias
Dado que aún hay muchas interrogativas en torno a este tesoro, su procedencia o su función, encontramos diversidad de conclusiones por parte de los expertos. Además, las palabras de Juan de Mata en las que declaraba que era un tesoro “digno de Argantonio”, dispararon el número de distintas teorías.
La mayoría de expertos coinciden en su origen fenicio. En las últimas investigaciones también se ha ido ratificando esta tesis, como evidencia los restos arqueológicos pertenecientes al antiguo templo fenicio del Cerro de San Juan hallados en Coria del Río en 2019.
También han tenido lugar ciertas polémicas en torno a su conservación y su gestión. Es muy conocida la polémica acontecida en el pabellón de la Exposición Universal de Sevilla en 1992, que provocó el cese del Duque de Alba como comisario de la misma al pretender mostrar una réplica del tesoro. Esto levantó una profunda preocupación por el museo de Sevilla, pues temía que la copia fuera sustituido por el original.
Respecto a la función original del tesoro, hay varias apuestas:
Se ha propuesto que se tratase de un ajuar propio del sacerdote y los animales que eran sacrificados en templos fenicios dedicados al dios Baal y la diosa Astarté confirmando las hipótesis inicialmente formuladas en 1979, que divergían de la tradicional atribución de las piezas a la cultura tartésica.
Siguiendo en esta línea, al estar enterrado junto a huesos de animales ha hecho pensar en que se trataría de un posible espacio de culto o ritual. Sin embargo, la interpretación más aceptada afirma que servían de exorno para una figura importante en el campo de la religión o la política. Hay quien puntualiza que deberían ser dos los destinatarios en detrimento de una, puesto que basándose en la decoración de las piezas pueden dividirse en dos grupos. Finalmente, hay una última interpretación que propone que serían piezas para el adorno de toros sagrados, uniéndolo con la tesis del ritual.
Mientras algunas opiniones coincidían -arqueólogos románticos, tartesiólogos y nacionalistas andaluces- en que todos estos adornos de oro posiblemente eran portados por una sola persona -tal vez un hombre- en momentos de máxima representatividad u ostentación, la arqueología se decanta por la hipótesis de que se trata de adornos para algún animal que los fenicios sacrificasen a Astarté, dejando luego la joyería en una fosa o bóthros ritual. Pese a ello, quienes pensaron que era el ajuar de un rey o reyes -o bien de un sacerdote- fueron Juan de Mata Carriazo, Blanco Freijeiro, Maluquer de Motes y otros arqueólogos. En los últimos años se ha creado la hipótesis de que un tesoro de estas características pueda tratarse de joyas para animales, lo cual ni encaja con el valor del ajuar en su época -ya que son unos tres kilos de oro- ni con una función normal de uso de piezas de orfebrería en la antigüedad.
Por otro lado y como mencionamos anteriormente, Navarro y su equipo de investigación llevaron a cabo una serie de análisis químicos e isotópicos para examinar los fragmentos de oro desprendidos. Gracias a ello, descubrieron que probablemente el oro hubiera sido obtenido en las mismas minas que las piezas analizadas de los dólmenes de Valencina de Concepción (3000 a. C.), también en Sevilla. Esto, por tanto, indica que el oro es de procedencia local. Sin embargo, afirma también que las técnicas serían fenicias y, además, se ha identificado como fenicio un templo en la zona donde se descubrió el tesoro. Por tanto, llega a la conclusión de que la identidad del tesoro sería una cultura mixta de entre tartesios y pueblos mediterráneos-. Mientras tanto, Perea disiente y considera que la relación con los dólmenes de Valencina no tiene base arqueológica, simplemente les une el material.
Lo que está claro es que genera gran desconcierto entre los expertos porque nada parece tener que ver con la arqueología analizada hasta ese momento, según National Geographic.
Respecto a la escultura de Astarté, podemos afirmar que se trata de la inscripción fenicia más antigua existente hasta la fecha en las colonias occidentales, datando del s. VIII a. C. Ajuar y escultura podrían ser un exvoto que realizaron dos hermanos a la diosa del santuario de El Carambolo (santuario no evidenciado que exista) como agradecimiento a su protección.
Bibliografía
- Blázquez, José María (1975). Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en occidente. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca. ISBN 84-400-8611-3.
- Carrillo González, Raquel (2011). Breve historia de Tartessos. Madrid: Nowtilus. ISBN 978-84-9967165-9
- Chamorro, Javier G. (April 1987). «Survey of Archaeological Research on Tartessos». American Journal of Archaeology 91 (2): 197-232. JSTOR 505217 (https://www.jstor.org/stable/5052 17). doi:10.2307/505217 (https://dx.doi.org/10.2307%2F505217).
- Deamos, María Belén (2009). «Phoenicians in Tartessos». En Dietler, Michael; López-Rui, Carolina, eds. Colonial Encounters in Ancient Iberia: Phoenician, Greek, and Indigenous Relations. ISBN 978-0226148472.
- Torres Ortiz, Mariano (2002). Tartessos.Madrid: Real Academia de la Historia. ISBN 84-95983-03-6.
- Escacena Carrasco, J.L; Amores Carredano, F. (2011) “Revestidos como Dios manda. El tesoro de El Carambolo como ajuar de consagración”. En SPAL: Revista de prehistoria y arqueología de la Universidad de Sevilla. Nº20. pp. 107-142.
- Fernández Gómez, F. (2000). “El Tesoro de El Carambolo: un tesoro tartésico del s. IV a. C. Pero no todo está tan claro”. En PH: Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. Nº8 pp. 66-73.
- Márquez, K. (2006) “Tartessos, la verdad del mito” en Cambio 16. Nº1787 pp.60-61.
- Martínez García, J.J. (Coord.) (2017) Construyendo la Antigüedad: actas del III Congreso Internacional de Jóvenes Investigadores del Mundo Antiguo (CIJIMA III). pp. 289-317.
- Morales Cañadas, E. (2010) “Exposición El Carambolo. 50 años de un tesoro”. En Mus-A: Revista de los museos de Andalucía. pp. 136-139.
- Navarro Carruesco, J. A. (2009) “El Carambolo. 50 años de un tesoro. Apuntes de una visita.” En Ben Baso: revista de la Asociación de Profesores para la Difursión y Protección del Patrimonio. Nº20. pp. 60-61.
- Navarro Ortega, A. D. (2018) Astarté en el extremo Occidente. La diosa de El Carambolo. Universidad de Almería.
Cerro Salomón (Huelva)
El yacimiento arqueológico de Cerro Salomón, situado en la provincia de Huelva, forma parte de un conjunto de enclaves tartésicos que ayudan a comprender el desarrollo de las sociedades del suroeste peninsular durante la Edad del Hierro. Aunque menos conocido que otros centros tartésicos como Huelva capital, La Joya o el Cabezo de San Pedro, Cerro Salomón se ha revelado como un asentamiento significativo dentro de la red de núcleos que conformaron el hinterland tartésico, especialmente por su cercanía a las ricas minas de cobre del entorno de Tharsis y su posición intermedia entre el litoral atlántico y los recursos del interior.
Cronológicamente, el yacimiento se sitúa entre los siglos VIII y VI a. C., en pleno periodo orientalizante. Esta fase es clave para la definición de Tartessos como una cultura compleja, jerarquizada y con una fuerte proyección comercial. En Cerro Salomón se han documentado restos de estructuras domésticas, materiales cerámicos de tradición indígena y orientalizante, escorias de metalurgia, así como evidencias de organización económica asociada a la explotación de los recursos mineros. La presencia de escorias y otros elementos vinculados a la metalurgia del cobre sugiere que el lugar no solo fue un asentamiento de residencia, sino también un punto de transformación y redistribución de metales, probablemente bajo el control de elites locales vinculadas al circuito tartésico.
El entorno geográfico del Cerro Salomón refuerza esta interpretación. Situado en una zona elevada, con dominio visual sobre el paisaje circundante y cercano a rutas naturales de comunicación entre la sierra y la costa, el asentamiento habría jugado un papel estratégico en el control del territorio. Su ubicación le permitía participar tanto en el comercio marítimo articulado por los fenicios en el golfo de Cádiz como en las redes terrestres que llevaban productos hacia el interior. Esta función como nodo intermedio habría sido esencial para el sistema económico tartésico, basado en el intercambio de metales, sal, productos agrícolas y objetos de prestigio.
Desde el punto de vista cultural, Cerro Salomón muestra un perfil típicamente tartésico. La cerámica recuperada combina formas locales con influencias orientales, especialmente en la decoración pintada y en la presencia de piezas a torno. Este mestizaje es uno de los rasgos más característicos del periodo orientalizante en el suroeste peninsular. También se han hallado restos óseos y materiales que permiten intuir prácticas funerarias, aunque hasta el momento no se ha documentado una necrópolis plenamente excavada asociada al asentamiento. No obstante, su proximidad al área onubense de La Joya, donde sí se han encontrado enterramientos aristocráticos con ajuares ricos, permite suponer que Cerro Salomón pudo formar parte de un sistema regional de asentamientos jerarquizados.
El carácter del asentamiento sugiere una organización social dominada por jefaturas locales que integraban los símbolos y prácticas del mundo oriental para legitimar su poder. Estas elites controlarían tanto los procesos de extracción de recursos como las relaciones comerciales con los fenicios, actuando como intermediarias entre el mundo indígena y los agentes coloniales. El sistema de producción y redistribución que se documenta en el yacimiento refleja esta lógica de integración en una economía globalizada a escala mediterránea, en la que Tartessos ocupó un lugar destacado como cultura de frontera y síntesis.
En suma, el Cerro Salomón representa un ejemplo claro de asentamiento tartésico de carácter estratégico, especializado en la explotación de recursos y vinculado a una red territorial más amplia. Su estudio permite avanzar en la comprensión de los modelos de ocupación del territorio durante el periodo orientalizante, y ofrece información clave sobre la articulación del poder, la economía y la cultura material en una de las civilizaciones más complejas y fascinantes de la protohistoria peninsular. Aunque aún poco investigado en profundidad, este yacimiento contiene un enorme potencial para reconstruir la vida cotidiana, las relaciones de producción y las formas simbólicas del mundo tartésico más allá de sus centros monumentales más conocidos.
Necrópolis de La Joya
La Necrópolis de La Joya es una necrópolis tartésica del período orientalizante situada en el cabezo del mismo nombre en la ciudad de Huelva. Está considerada como uno de los yacimientos más famosos e importantes de la península ibérica pues demuestra un proceso de mestizaje entre el mundo indígena tartesio y la posterior aportación fenicia. El tipo de enterramiento es de incineración en urnas y esta fechada en el siglo VII-VI a. C.
- «Torres de hasta 15 pisos amenazan una necrópolis tartésica única en Huelva». Heraldo. 23 de octubre de 2023. Consultado el 7 de junio de 2024.
- «La Necrópolis Orientalizante de La Joya y los cabezos de Huelva.». huelvamagazine.com. 6 de mayo de 2018. Consultado el 26 de abril de 2024.
- «¿Por qué es tan relevante el yacimiento de La Joya para Huelva?». huelvabuenasnoticias.com. 20 de mayo de 2019. C
- «Medio siglo de un hecho en La Joya». Huelva Información. Consultado el 10 de mayo de 2024.
- Pellicer, Manuel (1969). Las primeras cerámicas a torno pintadas andaluzas y sus problemas en V Simposium de Prehistoria Peninsular (Tartessos). Universidad de Barcelona. p. 301.
Extensión de los asentamientos tartésicos 1200 a. C.-500 a. C. Foto: Lanoyta. CC BY-SA 4.0. Original file (4,000 × 2,320 pixels, file size: 1.37 MB,).
Historia
Antecedentes
Los asentamientos más antiguos ocupados por los Tartessos en el sur de la Península datan de finales de la Edad del Bronce. Se trata de poblados compuestos por cabañas de planta oval o circular, excavadas en el suelo a poca profundidad, con paredes y techumbres construidas con entramado vegetal cubierto de barro y sin una organización clara del espacio o distinción de áreas por actividades. Algunos de estos poblados son muy antiguos y, como Setefilla, Carmo, Montemolín. Posteriormente, sobre el siglo IX a. C., ocuparon los cabezos de Huelva, el Carambolo, Cerro Macareno, y Valencina de la Concepción. En estos últimos poblados se pueden encontrar modificaciones importantes en la técnica de construcción de las casas que pasan a ser de planta cuadrada o rectangular y de diferentes materiales. Aun así se desconoce si se debe a una nueva distribución del espacio.
Dada la situación geográfica, los cabezos de Huelva proporcionaron un excelente lugar para ser poblados desde la Prehistoria pues desde ellos se tenía una panorámica del Golfo de Cádiz y del continental más próximo. Además la orografía proporcionó la existencia de un puerto resguardado en la Ría de Huelva que se convirtió en enclave comercial con otras civilizaciones del Mediterráneo atraídas por su proximidad a la Faja Pirítica Ibérica que venía siendo explotada desde la Prehistoria.
El período orientalizante en la península ibérica abarca los siglos VIII, VII y VI a. C.. Tuvo una gran importancia sociocultural transformando las culturas del Bronce en las más desarrolladas propias del Hierro Antiguo y de la segunda Edad del Hierro mediante la importación de objetos provienen directamente del Mediterráneo Oriental (Chipre, Fenicia y Siria) si bien en el caso de Tartessos son el resultado de copias realizadas por los propios indígenas surpeninsulares.
Según Aubet, el periodo orientalizante tartésico se ha de interpretar en el contexto de una élite indígena situada en la cúspide de una sociedad jerarquizada que dominaba sus propios recursos económicos. Enfrentada ante los exóticos estímulos socioculturales que los fenicios les ofrecieron procedentes del levante, respondió adoptando su ideología e integrándose en sus circuitos comerciales, que abarcaban todo el Mediterráneo.
En las necrópolis de dicho período encontramos una diversidad de ritos y estructuras funerarias, llegando incluso a aparecer dentro de una misma tumba incineración e inhumación. En las tumbas aparecen jarras, estatuillas de bronce, páteras y joyas de oro y plata junto a recipientes para esencias y cosméticos junto a ánforas, telas y amuletos que vendrían a demostrar la coexistencia de varias culturas o la mera aculturación, si bien para algunos autores es un término que se usa muy a la ligera, de la cultura asirio-fenicia. Entre el 700 a. C. y el 500 a. C. las manifestaciones más notorias.
Los prototipos originarios de este tipo de tumbas se remontan a los s. XV-XIV a. C., en el Norte de Siria (Karkemish, Ugarit, Deve Hüyük y Hama) y fue adoptada por los fenicios entre los Siglos VIII-VII a. C.
Descubrimiento
En 1945 se halló por casualidad debido al desmoronamiento de un talud una tumba (a partir de ahora tumba n.º 1) de incineración e indujo a los arqueólogos a realizar a partir de 1960 excavaciones en los distintos cabezos que se encuentran en la ciudad de Huelva. Las excavaciones, lideradas por J. P. Garrido y E. M. Horta, se centraron en las partes que debidas al incremento de la expansión de la ciudad corrían un serio peligro. En el cabezo de La Joya, situado en el sector poblacional más antiguo de la ciudad y a unos 500 metros del Cabezo de la Esperanza, se encontró una necrópolis que se fechó entre los siglos VII-VI a. C., pero el trabajo sistemático se empezó a realizar a finales de diciembre de 1966.
La constitución geológica del cabezo que esta 56 metros sobre el nivel del mar está formada en la parte superior de una capa de cuarcitas cuaternarias impregnadas de óxido de hierro que fue retirada para aprovechar la grava. Es en esas capas donde se encontraron las sepulturas lo que indicó que se conservaron solo un pequeño sector de éstas y que sin duda la necrópolis era más extensa.
En total, en La Joya fueron excavadas 19 tumbas en el siglo XX, entre las que destaca la número 17 por su riqueza. En cuanto a las características de las tumbas, predominan las incineraciones sobre las inhumaciones y presentan una abundancia de ajuares funerarios de gran riqueza de materiales (bronce, plata, oro, marfil, alabastro, huevos de avestruz) que nos indicarían el origen aristocrático de las tumbas.
Las urnas de la necrópolis, que se depositaron en hoyos de tamaño más o menos circular y a escasa profundidad, fueron descubiertas en 1960. Se hallaban sujetas verticalmente por lajas. y contenían un ajuar muy rico que reflejaban las influencias fenicias, que a su vez asimilaron las asirias, tanto en materiales como en la estructura de algunas tumbas pues guarda relación con la necrópolis de Salamina pero no se puede descartar aportes de los propios tartesos como la cerámica hechas a mano.
Las estelas grabadas con figuras humanas portando armas y llevando un carro de guerra tirado por caballos, son característico del cuadrante suroccidental de Iberia durante la Edad de Bronce Final y comienzos del período orientalizante y si bien durante los siglos VII y VI a. C. no se conoce ninguna representación en estelas u otra representación artística en la necrópolis de La Joya se hallan algunos elementos de un carro decorado de bronce. El principal problema es que no parecen corresponder al típico carro de guerra utilizado por los pueblos del Oriente Próximo, ni a los representados en las estelas si no a carros funerarios, quizás ceremoniales, usados para transportar el cadáver a juzgar por el desgaste sufrido en los diferentes objetos encontrados.
Además de la riqueza arqueológica que alberga, el cabezo de La Joya contiene un número importante de valores geológicos y naturales que conforman un paisaje único. Existe una variedad de rocas sedimentarias; y un registro paleontológico diverso y accesible, dentro del que destaca el hallazgo de varios ejemplares de ballena, muestra de la parte final de un depósito que tiene lugar entre los 7,5 y 2,6 millones de años.
Actualidad
Este paisaje se ha transformado considerablemente a lo largo del tiempo debido a la acción del hombre que ha hecho que hayan desaparecido este y otros cabezos de Huelva como es el de La Esperanza donde se encuentra otro yacimiento arqueológico. La destrucción o alteración de los cabezos ha llegado a su máximo exponente con el proyecto urbanístico aprobado por el Ayuntamiento de Huelva que pondrá en peligro la integridad del cabezo de la Joya. Operación autorizada pese a que se localiza dentro de la zona A1 de la Zona Arqueológica de Huelva, inscrita en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz con la categoría de Bien de Interés Cultural.
La documentación archivística ha permitido conocer el proceso de destrucción de los cabezos de Huelva ocupados desde la Antigüedad, comenzando por el desmonte de los del Molino de Viento y del Cementerio Viejo, desaparecidos completamente, así como los rebajes realizados en el de San Pedro y los de La Esperanza, de los que sólo ha quedado una parte. Este proceso continúa en la actualidad con la reciente desaparición de otros cabezos como el del Pino. Se está generando una nueva topografía de la ciudad que poco tiene que ver con la que nuestros antepasados vivieron.
Parte del ajuar encontrado fue en 2009 objeto de sesiones de mantenimiento por parte del Instituto Andaluz del patrimonio.
Parte de los restos arqueológicos fueron expuestos en el Museo Metropolitano de Nueva York en 2014 como parte de la exposición De Asiria a Iberia en los albores de la Época Clásica. Además el Museo de Huelva dedicó una exposición integra a lo encontrado en la tumba número 17.
En 2019, cuando se estuvo usando el territorio como escombrera, se descubrieron 14 tumbas más.
En 2024, la asociación cultural Arqueo Huelva y la Fundación Atlantic Copper suscribieron un proyecto en el que se reconstruiría el carro tartésico encontrado en la tumba 17.
El 13 de noviembre de 2024 se presentó en el Museo de Huelva el `Proyecto de reconstrucción del Carro Tartésico de la Joya´ que ha llevado a cabo Arqueo Huelva y ha sido patrocinado por la Fundación Atlantic Copper. En dicho acto, se presentó el cartel de la próxima exposición que albergará el Museo de Huelva y que llevará por título ´La Joya: vida y eternidad en Tarteso´.
Plan urbanístico del Ayuntamiento
En junio de 2021 Teresa Rodríguez, presidenta de Adelante Andalucía, pidió Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía que interviniese en el proyecto del consistorio onubense de construir 4 torres de 15 plantas en el lugar. En agosto de 2023 un juez paralizó un proyecto del que pretendía la construcción de 4 torres de 15 plantas en el lugar. Finalmente el Tribunal Superior de Justicia andaluz anuló el proyecto a finales de año debido al valor patrimonial de la zona. Mientras se realizaban los estudios geotécnicos para la construcción de las 4 torres fueron encontrados nuevos objetos funerarios.
Descripción de las tumbas
En la necrópolis de La Joya, al igual que en Carmona, Cruz del Negro, Alcantarilla y Setefilla, entre otros se presentó una diversidad en la disposición y la forma de las tumbas e incluso en la manera de realizar el mismo rito funerario. Así pues, se puede apreciar la existencia de un triple ritual funerario en los que se usó la cal. Esto hizo que los restos óseos y el ajuar hayan desaparecido o se hayan deteriorado:
- Incineración y lavado posterior de huesos que se recogen en urnas cinerarias o se depositan simplemente: Las formas de estas sepulturas suelen ser pequeños pozos entibados con lajas de pizarras y cuarzos (tumbas 3, 6, 7 y 8) y corresponden a personas de una edad corta. Tienen poco ajuar funerario y de pequeño tamaño colocados unas veces encima y otras debajo del vaso cinerario.
- Incineración in situ, conservándose restos de la pira cineraria: Se trata de sepulcros de mayor tamaño y de forma cuadrangular que contenían abundante y rico ajuar. En ellas el uso de cal es exhaustivo, quizás usado como sustituto o complemento a la leña (tumba 9 y quizás 17).
- Incineraciones en las que depositaron los restos óseos en una urna cineraria para luego colocarlas en tumbas de tamaño y formas variables y que van acompañadas de numeroso ajuar (Tumbas 1, 2, 11, 12 y 16).
- Inhumaciones en sepulturas que suelen ser en fosas: Suelen ir acompañadas de un ajuar rico en cantidad (tumba 9 y 14).
- Inhumaciones con uno o varios cadáveres que parecen haber sido atados o colocados descuidadamente y cuyo ajuar es escaso o nulo. Es el caso de la tumba número 13 entre otras.
- Sepulturas dobles: La tumba 9 tiene restos de inhumación e incineración en la misma. La tumba 19 contiene restos de dos incineraciones. Ambas sepulturas contienen gran cantidad de ajuar.
- González Wagner, Carlos (2012). TARTESSOS Y EL ORIENTALIZANTE PENINSULAR. Carlos G. Wagner. pp. 8-17.
- «El ladrillo pone en peligro El Cabezo de la Joya, patrimonio cultural y natural de Andalucía». theconversation.com. Consultado el 30 de septiembre de 2024.
- LISTA ROJA Cabezo de La Joya
- Aldana, Cristina (1981). Aportaciones al estudio de la Toréutica Orientalizante en la Península Ibérica. Universidad de Valencia.
- Aubet, M.E. (2009). Tiro y las colonias fenicias de Occidente. Bellaterra. p. 250.
- Eiroa García, Jorge Juan (2010). Prehistoria del mundo. Barcelona: Sello Editorial Sociedad Limitada. p. 882-887. ISBN 9788493738150.
- Rufete, Pilar (1989). La cerámica con barniz rojo de Huelva en Tartessos. Arqueología protohistórica del bajo Guadalquivir. AUSA. pp. 375-394. ISBN 8486329485.
- Fernández-Miranda, Manuel (1986). Huelva, ciudad de los tartessios. Universidad de Barcelona. pp. 227-261.
- Riis, Poul Jørgen (1948). Hama: les cimetieéres d cremation. Universidad de Copenhague. p. 40.
- Karageorghis, Vassos (1969). Salamis in Cyprus (Homeric, Hellenistic and Roman). Londres: Thames & Hudson. pp. 23-28.
- Tejera Gaspar, Antonio (1975). ORIGENES Y PARALELOS DE LAS TUMBAS FENICIAS Y PUNICAS DE ANDALUCIA. Universidad de Sevilla. pp. 198-202.
- Emiliozzi, A. (1997). LA POSESIÓN DE CARROS Y EL SIGNIFICADO DE SU COLOCACIÓN EN LA TUMBA: CONTRASTE ENTRE CULTURAS. EL CASO DE IBERIA. UAM. pp. 53-59.
- Fernández-Miranda, Manuel (1986). Las ruedas de Toya y el origen del carro en la Península Ibérica. Madrid: Ministerio de Cultura. p. 90. ISBN 9789200082764.
- «De Asiria a Iberia en los albores de la Época Clásica del 22 de septiembre de 2014 al 4 de enero de 2015». Museo Metropolitano de Nueva York.
- «Hallan nuevos ajuares funerarios de la necrópolis tartésica de La Joya en Huelva». 20 de marzo de 2023.
- «Huelva ha usado como vertedero la espectacular necrópolis de La Joya». 15 de marzo de 2020.
- «Fundación Atlantic Copper y Arqueo Huelva reproducen el carro tartésico del yacimiento de La Joya». Huelva Hoy. 20 de mayo de 2024.
- Toscano, Marta (13 de noviembre de 2024). «El carro tartésico será el centro de la próxima exposición del Museo de Huelva ‘La Joya: vida y eternidad en Tarteso’». Huelva Información.
- «Un juez paraliza la edificación sobre la gran necrópolis tartésica de Huelva “por el riesgo para las personas y el yacimiento”». El País. 1 de agosto de 2023. Consultado el 9 de mayo de 2024.
- «La justicia anula el proyecto urbanístico que iba a levantarse sobre la gran necrópolis tartésica de Huelva». El País. 23 de octubre de 2023. Consultado el 9 de mayo de 2024.
- «La sentencia del TSJA antepone el valor patrimonial de la Necrópolis de la Joya a la construcción de grandes edificios». Diario de Huelva. 25 de octubre de 2023.
- Garrido, J.P. (1970). Excavaciones en la necrópolis de «La Joya», Huelva. Ministerio de Educación y Ciencia.
- Garrido, J.P. (1978). Excavaciones en la necrópolis de «La Joya», Huelva, II. Ministerio de Educación y Ciencia.
La Tablada, en El Viso del Alcor (Sevilla)
El yacimiento arqueológico de La Tablada, situado en el término municipal de El Viso del Alcor (Sevilla), forma parte del conjunto de asentamientos que configuran el espacio cultural tartésico durante la Edad del Bronce Final y la transición al periodo orientalizante. Su importancia radica en su ubicación estratégica, sobre una elevación que domina la campiña sevillana y ofrece amplias vistas del valle del Guadalquivir, una zona que durante el primer milenio antes de nuestra era fue clave en la formación de las estructuras económicas y sociales del suroeste peninsular.
Aunque aún no ha sido objeto de una excavación sistemática tan exhaustiva como otros yacimientos tartésicos más conocidos, La Tablada ha proporcionado evidencias arqueológicas que permiten considerarlo un asentamiento estable durante los siglos XII al VIII a. C., con continuidad posiblemente hasta fases más avanzadas del orientalizante. Su cronología se inscribe, por tanto, en un momento en el que las poblaciones locales comienzan a mostrar signos de complejidad social, especialización productiva y contacto con colonizadores fenicios procedentes del Mediterráneo oriental.
Entre los hallazgos más relevantes asociados al yacimiento se encuentran fragmentos cerámicos de tradición autóctona, estructuras constructivas realizadas en materiales perecederos y algunos indicios de actividad metalúrgica. El repertorio cerámico, de formas abiertas y cerradas, muestra técnicas de alisado, cocción oxidante y, en algunos casos, decoración incisa o bruñida, lo que es coherente con las producciones del Bronce Tardío en la región. La progresiva aparición de materiales de influencia orientalizante, como fragmentos de cerámica a torno, objetos metálicos de factura no local o imitaciones de formas fenicias, apunta a una etapa de integración de la comunidad en los circuitos comerciales vinculados a la llegada de los fenicios a las costas andaluzas.
El emplazamiento de La Tablada no es casual. Desde su posición elevada, el asentamiento controlaba rutas de comunicación terrestre entre el interior y el valle del Guadalquivir, y se hallaba a una distancia razonable de enclaves fenicios litorales como Cádiz o Huelva. Esta ubicación lo convertía en un punto clave para la redistribución de productos, especialmente metales, productos agrícolas y manufacturas, en un modelo económico regional que dependía tanto de los recursos del entorno inmediato como de las redes comerciales de larga distancia.
En cuanto a la estructura social, aunque no se ha documentado aún un espacio funerario en el entorno de La Tablada, la naturaleza del asentamiento y su cronología permiten suponer que formaba parte de una red de comunidades jerarquizadas. Estas comunidades estaban dirigidas por grupos aristocráticos que ejercían control sobre el trabajo, los excedentes agrícolas, la producción metalúrgica y las relaciones con el exterior. En este sentido, La Tablada puede haber funcionado como un centro de poder local intermedio, subordinado o en conexión con núcleos mayores situados en el bajo Guadalquivir, como el área de Coria del Río o la primitiva ciudad de Huelva.
La cultura material documentada sugiere un proceso de evolución interna, donde las formas tradicionales del Bronce Tardío van cediendo paso a una cultura híbrida, caracterizada por la adopción de objetos, técnicas y símbolos orientales. Este proceso no supuso una ruptura, sino una transformación en la que las élites locales adoptaron elementos exógenos para reforzar su prestigio y legitimidad. La incorporación de Astarté, Baal o Melkart al panteón indígena, la circulación de pesas, fíbulas, joyas y ánforas, y la mejora en las técnicas constructivas son algunos de los elementos que definen este horizonte cultural.
En conjunto, el yacimiento de La Tablada representa un ejemplo significativo del tipo de asentamientos que, sin alcanzar la monumentalidad de los grandes centros tartésicos, jugaron un papel fundamental en la articulación territorial y en la transformación cultural del suroeste peninsular. Su estudio permite profundizar en la comprensión de cómo se estructuraba el mundo tartésico más allá de sus capitales simbólicas, y cómo las poblaciones locales participaron activamente en el proceso de orientalización que caracterizó el primer milenio antes de Cristo en esta región. La Tablada, como otros núcleos menores, fue testigo y agente del nacimiento de una civilización que dejó una huella profunda en la identidad cultural de la antigua Hispania.
Tejada la Vieja
Tejada la Vieja es un yacimiento arqueológico ubicado sobre un cerro amesetado en el término municipal de Escacena del Campo, en la provincia de Huelva. Se accede a él por la Cañada Real del Arrebol, camino que cruza la carretera que desde Escacena del Campo se dirige a Aznalcóllar.
Constituye uno de los principales yacimientos prerromanos de Andalucía, caracterizado por la importancia de su actividad minera durante el primer milenio antes de nuestra era. Es notable la presencia tartésica, fenicia, y posteriormente turdetana.
De entre las dos Tejada onubenses partía el acueducto romano que suministraba agua a Itálica. Existen aun numerosos restos del llamado Acueducto de Itálica.
El lugar
El yacimiento arqueológico de Tejada la Vieja está en el término municipal de Escacena del Campo, sobre un cerro amesetado de seis hectáreas y media aproximadamente, en las primeras estribaciones de la sierra de Tejada, cerca del paraje natural de la Pata del Caballo, dicho cerro está limitado al oriente y norte por el profundo barranco del Arroyo de Barbacena que marca así mismo el límite entre la provincia de Sevilla y la provincia de Huelva, al oeste por otro barranco de menor entidad, el del Arroyo Sequillo y al sur por un declive más suave de la pendiente del cerro.
Es una fortificación del siglo VIII a. C. sobre un cerro de la que se distingue su perímetro, hay paños de la muralla de unos 4 metros de altura que aún se conservan. También son perfectamente distinguibles los basamentos pétreos de las casas, sobre los que se constuirían paredes de tapial y la distribución de las calles de su interior, encontrándose restos principalmente de cerámica. Hay también en su interior alguna casa de campo abandonada y arboleda. En la misma entrada hay una zona de esparcimiento habitual y más allá un bosque adehesado en el que hay colmenas.
En el siglo VIII a.C. los tartessos buscaban la plata y el cobre en tierras onubenses. Foto: José Luis Filpo Cabana. CC BY 3.0.

Historia
El asentamiento de Tejada la Vieja surge probablemente en torno al siglo VIII a. C. y su situación estuvo motivada por la cercanía a las explotaciones mineras de las sierras de Tejada y Aznalcóllar, ya que la actividad minero-metalúrgica y el comercio con los productos minerales constituyó la base de su economía. Fue seguramente la decadencia de estas actividades lo que propició su paulatino abandono en torno al siglo IV a. C.
El asentamiento surge desde el principio de su ocupación limitado por una muralla adaptada a la orografía del cerro. En su interior se desarrolla una actividad habitacional, de almacenaje y de primera transformación de productos minerometalúrgicos. A lo largo de sus cuatro siglos de ocupación se suceden distintos modos de habitarla, siendo su último urbanismo, aún hoy visible en la zona excavada, del período de los Turdetanos. Llama la atención de esta distribución urbana su organización en calles perfectamente delimitadas, siendo más caótica la distribución habitacional dentro de las manzanas que dichas calles forman.
El asentamiento se encuentra emplazado cerca de otro anterior que también ha sido excavado, el de Peñalosa, donde las actividades principales son las agropecuarias, con escasa o nula presencia de actividades relacionadas con la transformación mineral. Es por ello que se relaciona la aparición de Tejada la Vieja con la presencia del comercio fenicio en la Baja Andalucía. Con los fenicios llegó la consiguiente transformación material y social que éstos pueblos, venidos del otro lado del Mediterráneo y poseedores de nuevos conocimientos y nuevas técnicas, produjeron en el entorno humano y natural del Valle del Guadalquivir. A este proceso cultural se le conoce como Tartessos. En la comprensión del fenómeno tartessico juega Tejada la Vieja un papel fundamental por tratarse de un asentamiento abandonado en época muy temprana y haber sido conservado, con escasas alteraciones posteriores, gran parte de sus patrimonio arqueológico.
Es probable que, cuando las actividades minero-metalúrgicas cayeron en decadencia, gran parte de la población de Tejada la Vieja se trasladara al asentamiento de Tejada ( también conocido como Tejada La Nueva) que ofrecía mejores condiciones para las actividades agropecuarias.
Fue declarado Bien de Interés Cultural por el Decreto de la Junta de Andalucía 212/2007 de 17 de julio con la categoría de zona arqueológica, publicado en el BOJA 154 de 06/08/07
La muralla
El elemento más destacable del conjunto es la muralla. Podemos datarla en el siglo VIII a. C. Su estilo constructivo recuerda a otros modelos orientales, por lo que parece indudable su ligazón con el mundo fenicio. Tiene forma trapezoidal, compuesta por dos paramentos de material calizo y relleno el interior con piedras, tierra y desechos cerámicos macizados. Posiblemente tanto la muralla pétrea como la estructura de adobe que la coronaba estuvieron enlucidas y pintadas de blanco. En la zona donde la escasa inclinación del terreno hace más necesaria su presencia llegó a tener más de cuatro metros de alto y aún hoy resulta imponente su visión.
En los lugares en que la fábrica ofrecía menos robustez se le añadieron contrafuertes circulares unos y cuadrangulares otros, correspondiendo los primeros al momento de la construcción de la muralla y los segundos a reparaciones y obras de mejora posteriores.
FERNÁNDEZ JURADO, J., 1987: Tejada la Vieja: una ciudad protohistórica, Huelva Arqueológica IX.
Excavaciones
Los trabajos de excavaciones que lleva a cabo el Instituto de Arqueología de Mérida (IAM), están coordinados por Sebastián Celestino Pérez y Esther Rodríguez González. Hay una docena de yacimientos arqueológicos tartésicos en el Valle del Guadiana, de los que se han excavado tres: Cancho Roano (cerca de Zalamea de la Serena), La Mata (en Campanario) y El Turuñuelo.

Historia
Desde la década de 1990 se conocía la existencia del túmulo de El Turuñuelo y en 2014 se realizó un sondeo estratigráfico. Se han sucedido tres campañas de excavaciones. La primera campaña (2015) fue financiada por la Junta de Extremadura con fondos Feder de la Unión Europea, y la segunda por el Ministerio de Economía y Competitividad. En 2015 se descubrió un habitáculo de 70 m² en muy buen estado de conservación, en el que se hallaron, en el centro, un altar de adobe con forma de piel de toro, bancos corridos y una bañera de 1,70 m, «considerada como uno de los hallazgos más extraordinarios de la excavación, un elemento hasta ahora desconocido y que se podría dedicar a hacer algún ritual relacionado con el agua», según Sebastián Celestino. «Lo llamamos bañera o sarcófago por su forma. Está hecho con un material extraño a base de cal y no sabemos qué contenía; no tiene ningún orificio de salida y, por lo tanto, puede ser para contener agua, para hacer algún tipo de ritual que se nos escapa», explica Sebastián Celestino.
En 2017, se sacó a la luz una escalinata con 10 escalones y 2,5 metros de altura que une dos plantas; la inferior aún no se ha excavado. El material es un tipo de mortero de cal y granito triturado, que se encofraba y constituía una especie de protocemento (lo más parecido, el opus caementicium romano, es un siglo posterior). En abril del mismo año, se encontraron junto a la escalinata los restos de dos caballos sacrificados. Menos de dos meses después, se habían exhumado los restos de otros 17 caballos, de dos toros y de un cerdo.
El sacrificio de estos animales formaría parte de un ritual de los pobladores, que incluiría un banquete comunitario y el inmediato incendio del santuario tartésico, que fue enterrado y abandonado. El sacrificio ofrendado a sus divinidades, se realizó en el patio principal de la estancia sur, zona en la que se hallaron muchas conchas y huesos echados al suelo. Sebastián Celestino, resalta la importancia del hallazgo del ajuar empleado en el banquete: dos jarros, coladores y otros enseres, además de vasos de imitación griega y de platos y vasos con bandas pintadas de color rojo. La buena conservación del recinto religioso y de los objetos de bronce del ritual, se debe a que el fuego solidificó los muros de adobe de tres metros de ancho, y la tierra con la que se cubrió el recinto preservó los metales. El 31 de mayo de 2017 finalizó la segunda fase de excavaciones, de dos meses de duración.
El túmulo del Turuñuelo tiene en la actualidad una hectárea de extensión. En las campañas de 2015-2016, se hallaron restos cerámicos, arquitectónicos, semillas, restos de alfombras de esparto y otros tejidos, un caldero y una parrilla de bronce y otros muchos objetos de este metal. Entre las tres campañas se ha excavado el 10 % del total del yacimiento. Esther Rodríguez señaló que hasta octubre de 2017, en que posiblemente se reanudara la campaña, se procedería a documentarla. La restauración de los bronces hallados, prosiguió en el Laboratorio de Restauración y Conservación de la Universidad Autónoma de Madrid (SECYR). La arqueóloga añade, que espera que puedan ser publicados pronto los resultados de las excavaciones.
La codirectora del Turuñuelo afirma que «este yacimiento se ha convertido en un ejemplo excepcional para el estudio de la arquitectura tartésica, así como de su organización social y económica dentro del sistema que rige el Guadiana Medio durante esta época». La extensión del yacimiento triplica la de Cancho Roano.
Las construcciones de El Turuñuelo fueron destruidas, incendiadas y selladas con arcilla por sus propios habitantes al final del siglo V a. C., ante la invasión inminente de pueblos celtas del norte.
En la primera campaña arqueológica de 2018 (mayo-junio), se exhumaron los huesos de un ser humano adulto, los pies de una estatua contemporánea griega de mármol policromado, y un corredor que rodea una construcción de gran tamaño.Este corredor que circunda el patio es el único de este tipo hallado hasta la fecha en el Mediterráneo, según Sebastián Celestino. Añade que ya se ha desenterrado el 15 % del yacimiento.
A finales de 2018, Sebastián Celestino declaró que en 2022 se seguirían realizando excavaciones.
No obstante, en 2019 se paralizaron las actuaciones, al parecer por desencuentros económicos entre los propietarios del terreno donde se encuentra el yacimiento y la Junta de Extremadura.
Se han reanudado las excavaciones en 2022, desde abril hasta junio. Se ha excavado 800 m² y la campaña arqueológica se retomará en septiembre. Se ha sacado a la luz otro sarcófago, similar a una bañera decorada con trenzados. Además se ha exhumado una escalinata de adobe. En 2017 se desenterró una hecatombe, con restos de distintos animales sacrificados. Dignas de mencionar son la cenefa que se ha hallado en fragmentos con entrelazados en mortero de cal, nuevas estancias, la pata de bronce que formaría parte de un lecho o cama y más restos óseos. La superficie excavada se ha incrementado del 15 al 30 % del total del yacimiento.
En mayo de 2022 el yacimiento fue declarado Bien de Interés Cultural.
El 18 de abril de 2023 fue presentado el descubrimiento de varias esculturas que suponen las primeras representaciones humanas de la cultura tartésica, halladas en la quinta campaña de excavaciones realizadas por un equipo del CSIC en el yacimiento Casas de Turuñuelo de Badajoz. Se trata de cinco insólitos bustos antropomorfos datados en el siglo V antes de Cristo que suponen un cambio de paradigma en la interpretación icónica de la cultura tartésica, considerada una de las primeras civilizaciones occidentales. Hasta ese momento, se creía que era anicónica por representar la divinidad solo a través de motivos animales o vegetales, o a través de betilos (piedras sagradas). Esther Rodríguez, del equipo del Instituto de Arqueología de Mérida, mencionó en la rueda de prensa celebrada el mismo día que «Este hallazgo cambia la lectura de la historia del arte».
Rostro idealizado de origen tartésico encontrado en el yacimiento de El Turuñuelo de Guareña (Badajoz). Foto: Gianni86. CC BY-SA 4.0. Original file (3,024 × 4,032 pixels, file size: 1.14 MB).
Durante 2023, las excavaciones tratan de hallar la puerta de entrada del palacio, templo o santuario de Casas de Turuñuelo, de 2.500 años de antigüedad. Las excavaciones, al tratar de encontrar dicho acceso, encontraron cinco rostros humanos. Dos de ellos se corresponden a relieves femeninos «bastante enteros» con pendientes o arracadas que representan piezas típicas de la orfebrería tartésica. Hasta el momento, estas piezas de oro solo se conocían a través de los hallazgos realizados en enclaves como el yacimiento de Cancho Roano o dentro del conjunto que conforma el tesoro de Aliseda, un ajuar funerario tartésico hallado en Cáceres. Dada la calidad técnica y el detalle artístico con el que fueron elaboradas, los investigadores creen que se trata de la representación de dos divinidades femeninas del panteón tartésico. Sin embargo, no descartan que se trate de personajes destacados de la sociedad tartésica. Entre los históricos rostros hallados, equiparables a la Dama de Elche (fechada entre los siglos V y IV antes de Cristo), también se han recuperado los fragmentos de al menos otros tres bustos, uno de los cuales se atribuye a un guerrero porque se conserva parte del casco. Las joyas tartásicas y la belleza de las figuras femeninas, hacen suponer que pudieron ser esculpidas por un artesano experimentado que trabajó en la zona. Los relieves son planos por la parte posterior, lo que indica que estarían colgados a modo de ornamentación del templo y uno, el más entero, tiene «restos de color rojo», por lo que podrían estar policromados. Como característica reseñable en tales abalorios representados en las estatuillas, destacar que no eran simples aros que perforaban la oreja, sino que pendían de un cordón trenzado (posiblemente de oro),y suspendidas en la oreja.
Desde que los arqueólogos comenzaran a excavar en 2015, el yacimiento de Casas de Turuñuelo no ha dejado de dar información acerca de la misteriosa civilización que habitó en el suroeste de la península ibérica entre los siglos IX y V antes de nuestra era. Se trabaja sobre varias hipótesis respecto a la huida final de los tartesos de esa zona del suroeste peninsular: o una inminente invasión de los pueblos celtas o un fenómeno climático extremo como inundación o sequía. El objetivo actual del equipo de Construyendo Tarteso -un proyecto de la Agencia Estatal de Investigación dentro del Plan Estatal I+D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación- es encontrar el acceso este de los restos de este edificio de dos plantas, considerado el mejor conservado del Mediterráneo occidental de los hallados construidos en tierra hasta la fecha. Según el CSIC, este yacimiento es «singular» por su «excelente estado de conservación». El edificio en excavación ha permitido conocer «técnicas constructivas y soluciones arquitectónicas que hasta la fecha no se habían documentado en un yacimiento tartésico». Además de una hipotética bóveda, destaca la gran escalera del patio, de al menos diez peldaños realizados con sillares y pizarra. También se ha encontrado una escultura de mármol procedente del monte Pentélico, del que solo se tienen los pies, vidrios de origen macedónico y marfiles etruscos, lo cual «evidencia la riqueza cultural y material de este singular enclave». El hallazgo de los rostros del Turuñuelo ha sido referido como uno de los 10 hitos más importante de la arqueología mundial en 2023.
En 2024 se halló una tablilla de pizarra en la que acompañando a las figuras de tres guerreros tartesios se encontró un conjunto de letras de lo que podría ser una especie de dialecto, con rasgos propios del territorio y una excepción con respecto al resto de escrituras paleohispánicas.
Rostro tartésico de El Turuñuelo (Badajoz). Foto: Gianni86. CC BY-SA 4.0. Original file (3,024 × 4,032 pixels, file size: 1.68 MB).
Los rostros hallados en el yacimiento de El Turuñuelo, en Guareña (Badajoz), han causado un gran impacto en la investigación arqueológica del suroeste peninsular por su rareza, su calidad artística y su alto valor simbólico. Se trata de esculturas en piedra caliza que representan cabezas humanas con rasgos idealizados, realizadas en un estilo que combina influencias locales con elementos del repertorio artístico orientalizante. Su datación se sitúa en el siglo V a. C., en el momento de mayor esplendor y al mismo tiempo de transformación del mundo tartésico.
Estas esculturas no son retratos en el sentido clásico, sino imágenes simbólicas. Los rostros muestran ojos almendrados, pómulos marcados, labios cerrados y peinados elaborados, con trenzas o diademas que podrían indicar un alto rango o una función sagrada. La simetría, el canon estético y el cuidado por los detalles faciales revelan un conocimiento técnico notable por parte de los artesanos que las produjeron, así como una intención comunicativa clara. Estas esculturas representan probablemente figuras de la élite o seres vinculados al ámbito divino, tal vez héroes, antepasados o entidades protectoras.
Su función simbólica ha sido objeto de diversas interpretaciones. Una posibilidad es que se trate de representaciones de personajes reales pertenecientes a la aristocracia tartésica que ocupaba el edificio, esculpidos para perpetuar su memoria o reforzar su legitimidad. Otra hipótesis, más orientada a lo religioso, es que estos rostros formarían parte de un programa iconográfico de carácter ritual, destinado a proteger el espacio o a marcarlo como lugar sagrado. En ambos casos, su ubicación y su contexto refuerzan la idea de que no eran elementos decorativos, sino símbolos cargados de poder y significación.
El hallazgo de estas cabezas en un lugar como El Turuñuelo, que fue clausurado ritualmente con un sacrificio masivo de animales, sugiere que las esculturas formaban parte de un espacio ceremonial en el que la imagen humana tenía un papel central. En las culturas del Mediterráneo oriental, con las que Tartessos mantenía intensos contactos, era común el uso de estatuas y rostros esculpidos en contextos religiosos y funerarios. En este sentido, los rostros del Turuñuelo pueden interpretarse como parte de una adopción simbólica de estos modelos, adaptados a las creencias y estructuras locales del suroeste peninsular.
Además de su valor artístico, estos rostros aportan una dimensión humana al mundo tartésico, del que hasta ahora se conservaban sobre todo restos materiales pero escasas representaciones figurativas de esta calidad. Las esculturas reflejan una concepción sofisticada del cuerpo y del rostro, no como simples rasgos físicos, sino como portadores de identidad, memoria, prestigio y poder espiritual. Al representarse con rasgos serenos, proporciones idealizadas y adornos simbólicos, estos rostros encarnaban valores que iban más allá de lo individual: eran manifestaciones visuales de la autoridad, la tradición y la conexión con lo divino.
En conjunto, los rostros del Turuñuelo constituyen una de las expresiones más refinadas del arte tartésico en su última etapa. Ofrecen una ventana directa a la cosmovisión de una sociedad compleja, que supo utilizar la imagen humana no solo como representación estética, sino como instrumento de poder, símbolo de permanencia y canal de comunicación con lo sagrado. Son testimonio de un momento en el que lo político, lo ritual y lo artístico convergieron en una forma única de monumentalidad simbólica en el corazón del suroeste ibérico.
Referencias:
- «La excavación del Turuñuelo sacará a la luz el mayor yaciminto de Tartessos». Hoy Guareña. 13 de noviembre de 2016. Consultado el 17 de abril de 2017.
- «Un gran edificio de hace 2.500 años abre los secretos de la cultura tartésica». El País. 24 de octubre de 2016. Consultado el 17 de abril de 2017.
- «Una excavación en Badajoz descubre un edificio tartésico único en el Mediterráneo occidental». El País. 17 de abril de 2017. Consultado el 17 de abril de 2017.
- «Tartessos y sus sacrificios rituales: hallados restos animales en un templo de Badajoz». National Geographic España. 28 de junio de 2017. Archivado desde el original el 6 de febrero de 2018. Consultado el 29 de junio de 2017.
- «Hallan restos de animales sacrificados en el templo tartésico del Turuñuelo». ABC. 28 de junio de 2017. Consultado el 29 de junio de 2017.
- Grau, Abel (28 de junio de 2017). «Hallados restos de 16 caballos sacrificados en el santuario tartésico del Turuñuelo (Badajoz)» (pdf). Nota de prensa. CSIC (Madrid): 2. Consultado el 29 de junio de 2017.
- Fernández Lozano, Pedro (6 de junio de 2017). «Se baja el telón en El Turuñuelo». Hoy Guareña. Consultado el 29 de junio de 2017.
- «Semillas, platos, anzuelos, ‘bañeras’… de hace 2.500 años van apareciendo en ‘El Turuñuelo’». Hoy Guareña. 10 de octubre de 2016. Consultado el 17 de abril de 2017.
- «Hallados en el yacimiento tartésico del Turuñuelo huesos humanos y una estatua de mármol única en la península». El País. 5 de junio de 2018. Consultado el 5 de junio de 2018.
- «El yacimiento del Turuñuelo necesita como el comer una mejor cubierta que proteja su arquitectura aflorada». Hoy Guareña. 28 de mayo de 2018. Consultado el 5 de junio de 2018.
- «Las excavaciones del yacimiento tartésico del Turuñuelo en Guareña pueden prolongarse cuatro años». El periódico de Extremadura. 4 de diciembre de 2018. Consultado el 2 de enero de 2019.
- Pardo Porto, Bruno (1 de octubre de 2019). «Un puñado de euros paraliza el yacimiento arqueológico más importante de España». ABC (Madrid).
- «Los trabajos de excavación, codirigidos por Esther Rodríguez y Sebastián Celestino, se han retomado hace un mes». Ayuntamiento de Villanueva de la Serena. 5 de mayo de 2022. Consultado el 2 de agosto de 2022.
- «Finaliza la cuarta campaña en el Turuñuelo con otra escalera de adobe descubierta». HOY Guareña. 19 de junio de 2022. Consultado el 2 de agosto de 2022.
- «El hallazgo de CSIC en Badajoz que da un vuelco la cultura prerromana». As.com. 18 de abril de 2023. Consultado el 18 de abril de 2023.
- «Investigadores del CSIC hallan las primeras representaciones humanas de Tarteso». CSIC. 18 de abril de 2023. Consultado el 18 de abril de 2023.
- «Top 10 archaeological discoveries of 2023» (en inglés). Heritage Daily. 6 de diciembre de 2023. Consultado el 21 de diciembre de 2023.
- «Hallan escritura en la pizarra del artesano de los guerreros del Turuñuelo». Canal Extremadura. Consultado el 15 de junio de 2024.
Carmona, en la provincia de Sevilla; foso, viviendas, muralla y bastiones.
Carmona, situada en la actual provincia de Sevilla, representa uno de los enclaves más antiguos y estratégicos del suroeste peninsular. Su historia se remonta a la Edad del Bronce, pero es durante el primer milenio antes de Cristo, en el contexto del desarrollo de la cultura tartésica, cuando la ciudad empieza a consolidarse como un asentamiento fortificado de gran importancia regional. La ubicación geográfica de Carmona, sobre un alto escarpe que domina la campiña sevillana y controla el paso natural entre la Sierra Norte y el valle del Guadalquivir, le otorgó un papel privilegiado en las redes de comunicación, intercambio y defensa.
Durante el periodo orientalizante, en los siglos VIII al VI a. C., Carmona aparece ya como un núcleo fuertemente estructurado, con evidencias de una organización urbana primitiva, jerarquización social y contactos culturales con el mundo fenicio. Aunque la ciudad alcanzará su máximo desarrollo en época turdetana y romana, los indicios arqueológicos apuntan a una ocupación continuada desde el Bronce Final y a una progresiva transformación en un centro de poder local. Los hallazgos de cerámica a mano, herramientas de bronce, restos de viviendas y elementos defensivos confirman la existencia de un asentamiento estable, con estructuras propias de una comunidad compleja.
Uno de los elementos más llamativos de la Carmona protohistórica es la presencia de un sistema defensivo que incluye un foso, murallas y bastiones. El foso, excavado en la roca, servía tanto como elemento defensivo como simbólico, separando el espacio habitado del exterior y marcando una clara delimitación territorial. Su profundidad y dimensiones indican una planificación arquitectónica que supera la escala doméstica y responde a criterios propios de un asentamiento central. Las murallas, construidas con grandes bloques de piedra, posiblemente reforzadas con adobes y empalizadas, protegían el núcleo habitado, mientras que los bastiones —estructuras salientes de la muralla— ofrecían ventajas tácticas para la defensa y el control visual del entorno.
Las viviendas documentadas en este periodo presentan plantas ovales o rectangulares, con muros de barro y techumbres vegetales. Se agrupan de forma irregular, aunque con indicios de cierta planificación en relación a calles o espacios abiertos. En el interior de estas casas se han hallado molinos de mano, hogares, restos cerámicos y elementos de almacenamiento, lo que permite reconstruir una economía basada en la agricultura cerealista, la ganadería y la transformación de productos alimenticios. Sin embargo, el hallazgo de materiales de prestigio, como cuentas de collar, fíbulas, cerámicas importadas y herramientas de metal, indica la existencia de una élite local que participaba activamente en las redes de intercambio del mundo tartésico.
Carmona formaba parte del sistema territorial articulado por Tartessos, no como capital, sino como uno de los núcleos secundarios desde los cuales se controlaba el interior del valle del Guadalquivir. Su función pudo haber sido múltiple: punto de redistribución de productos entre la costa y la campiña, centro de producción agrícola y metalúrgica, y espacio ceremonial asociado al poder aristocrático. La cercanía de Carmona a otros yacimientos tartésicos como La Tablada, Setefilla o el entorno de Sevilla permite pensar en una red articulada de asentamientos interdependientes, donde cada uno cumplía una función dentro de una economía regional compleja.
Desde el punto de vista simbólico, Carmona destaca también por la posterior monumentalización de su territorio. En época turdetana y romana, la ciudad conservará la memoria de su importancia temprana a través de grandes necrópolis, puertas monumentales y edificios públicos. Esta continuidad urbana no habría sido posible sin una base fundacional sólida, iniciada ya en el marco del Tartessos preclásico. En este sentido, la Carmona tartésica debe ser entendida como una ciudad en formación, con estructuras defensivas, arquitectura doméstica, diferenciación social y proyección regional, que sentó las bases de su futuro desarrollo.
En conjunto, Carmona en época tartésica fue un asentamiento fortificado, complejo y estratégico, representativo del proceso de sedentarización, jerarquización y orientalización que caracteriza al suroeste peninsular en el primer milenio antes de nuestra era. Su foso, sus murallas, sus bastiones y sus viviendas reflejan una comunidad que no solo se adaptaba al medio, sino que lo organizaba desde criterios defensivos, económicos y simbólicos. Su estudio permite comprender cómo se configuraban los espacios urbanos en el mundo tartésico y cómo estos centros locales articulaban el territorio y proyectaban la autoridad de las elites en una época de intensos contactos culturales y de profundas transformaciones sociales.
Sobre los yacimientos Tartésicos
Cancho Roano aún constituye una incógnita. Es posible que fuera un palacio o un lugar de culto, o que cumpliera ambas funciones, además de mercado y santuario funerario. Solo sus primeros estadios se asociarían con el mundo tartésico. Su estructura evidencia la influencia oriental sobre Tartessos: patio delantero con torres en las alas de tipo migdal, escalera lateral, sala transversal, habitaciones con cámara y antecámara, espacio central, almacenes, segunda planta destinada a almacén y vivienda, trazado geométrico, uso de adobe, pseudoortostatos y, muy probablemente, cubierta aterrazada. Estas fórmulas arquitectónicas apuntan a la zona norsiria y, quizás, de Fenicia septentrional más que a Mesopotamia, Siria meridional o Canaán, pues parecen derivar de los palacios norsirios de inicios del I milenio, cuyo elemento más característico es el bît-hilani o pórtico de columnas abierto a un salón del trono con su eje longitudinal paralelo a la fachada, pudiendo considerarse origen de la apadana persa y del iwan de la arquitectura sasánida e islámica.
Cerro Salomón fue un poblado minero establecido en el siglo VII a. C. en la cabecera del río Tinto. En él se encontraron herramientas mineras, lámparas, fuelles y crisoles. Sus habitantes extraían oro, plata y cobre, fundían el mineral y lo enviaban río abajo hasta Onuba en forma de lingotes o en bruto. Este puerto tartesio funcionaba como el centro de una red de asentamientos y en él también se realizaban actividades metalúrgicas. Otros asentamientos dedicados a la metalurgia y localizados en la cercanía de las minas serían San Bartolomé de Almonte y Peñalosa. (20)
Tejada la Vieja se sitúa en el municipio onubense de Escacena del Campo, llegando a estar habitado entre los siglos VIII y IV a. C. Controlaba la ruta que se utilizaba para llevar los minerales obtenidos en las minas de Aznalcóllar al puerto de Gadir. Se conserva bien el perímetro amurallado y las estructuras de las viviendas.
Los yacimientos tartésicos constituyen una de las fuentes más ricas y sugerentes para el estudio de la protohistoria peninsular. A través de ellos se reconstruye el proceso de formación, desarrollo y transformación de una de las culturas más complejas y originales del Occidente mediterráneo. Lejos de limitarse a un único núcleo urbano o a una identidad homogénea, el mundo tartésico se manifiesta como una red articulada de asentamientos, santuarios, centros aristocráticos y enclaves productivos que cubren un amplio territorio, desde el bajo Guadalquivir hasta las campiñas del Guadiana y las tierras mineras del suroeste peninsular.
Los yacimientos asociados a Tartessos ofrecen una diversidad de formas, funciones y cronologías que reflejan la vitalidad de esta civilización y su capacidad de adaptación. Existen asentamientos urbanos como Huelva, Carmona o Coria del Río, que muestran rasgos de urbanismo primitivo, con murallas, organización interna y estructuras defensivas. Hay también complejos aristocráticos y santuarios monumentales, como Cancho Roano, La Mata o El Turuñuelo, que revelan la presencia de elites que controlaban el territorio, el comercio y el simbolismo del poder. A esto se suman necrópolis como La Joya en Huelva, donde los ajuares funerarios confirman la existencia de clases dirigentes ricas, con acceso a objetos de lujo y a formas rituales sofisticadas.
Una de las características más significativas de los yacimientos tartésicos es su cronología prolongada. Muchos de ellos tienen origen en el Bronce Final y evolucionan de manera continua hasta bien entrado el siglo V a. C., cuando el sistema tartésico comienza a desintegrarse o a transformarse en nuevas formas culturales, como la turdetana. Esta continuidad permite observar cómo las comunidades pasaron de modelos aldeanos a formas más complejas de organización social, y cómo incorporaron progresivamente influencias foráneas, especialmente fenicias, sin perder su raíz autóctona.
Desde el punto de vista cultural, los yacimientos ofrecen un testimonio claro del mestizaje entre lo indígena y lo oriental. La arquitectura monumental, los objetos de prestigio, las cerámicas pintadas, los rituales funerarios y las representaciones simbólicas muestran una síntesis original entre las tradiciones locales del suroeste peninsular y las aportaciones traídas por los navegantes fenicios. Esta hibridación no fue el resultado de una imposición externa, sino el fruto de una asimilación activa por parte de las elites tartésicas, que adoptaron lo exótico para reforzar su identidad y legitimar su autoridad.
La distribución geográfica de los yacimientos es otro de los elementos clave. Lejos de concentrarse únicamente en la costa, muchos de los centros más importantes se sitúan en el interior, en lugares estratégicos desde el punto de vista económico, agrícola o metalúrgico. Asentamientos como Aliseda, en Cáceres, o El Turuñuelo, en Badajoz, muestran cómo el poder tartésico se proyectaba sobre un amplio espacio territorial mediante una red jerárquica de enclaves conectados. Esta organización responde a una lógica política en la que los centros locales no eran meros satélites del núcleo tartésico, sino nodos activos de poder, producción y ritual.
Los hallazgos materiales procedentes de estos yacimientos permiten reconstruir aspectos fundamentales de la vida tartésica: la dieta basada en la agricultura y la ganadería, las técnicas metalúrgicas aplicadas al cobre, al oro y al hierro, la organización del trabajo artesanal, el uso de pesas y medidas, las formas de escritura y, sobre todo, las prácticas religiosas y funerarias. La cantidad y calidad de las ofrendas, los edificios de culto, los sacrificios animales y las esculturas antropomorfas evidencian una cosmovisión compleja, en la que el mundo terrenal y el mundo espiritual estaban estrechamente entrelazados.
Los yacimientos tartésicos también son fundamentales para comprender el final de esta cultura. A partir del siglo VI a. C., muchos de ellos muestran signos de abandono, destrucción ritual o transformación. Este proceso no puede explicarse únicamente como un colapso, sino como una reconfiguración del sistema político y territorial, provocada por la desaparición de los vínculos con Tiro, el auge de Cartago y la llegada de los griegos al Mediterráneo occidental. En este nuevo contexto geopolítico, las comunidades del suroeste adaptaron sus estructuras, y algunas de ellas dieron lugar a las nuevas identidades ibéricas y turdetanas que más tarde encontrarán los romanos.
En suma, los yacimientos tartésicos no solo son testimonio de una civilización antigua, sino que son clave para comprender el nacimiento de la complejidad social en la península ibérica. A través de ellos se percibe la emergencia de la aristocracia, la especialización económica, el simbolismo del poder, el papel del ritual en la organización territorial y la temprana inserción de Hispania en las redes del Mediterráneo. Cada nuevo hallazgo arqueológico amplía las dimensiones de Tartessos, revelando una cultura diversa, innovadora y profundamente enraizada en su territorio. En el conjunto de la protohistoria occidental, Tartessos ocupa un lugar singular como uno de los primeros experimentos de civilización en Europa fuera de las grandes culturas clásicas, y sus yacimientos son las huellas vivas de aquella experiencia irrepetible.
En las fuentes
Fuentes antiguas
La primera referencia que se ha querido ver de Tartessos procede de su identificación con el nombre Tarshish que aparece mencionado en la Biblia, pero muchos autores consideran que se refiere más bien a algún puerto del mar Rojo o a un tipo de nave que viajaba hacia esa zona. (21)
Para las fuentes griegas Tartessos era un estado gobernado por una monarquía instalada en un país rico en productos agrícolas, ganaderos y en minerales como el oro, la plata, el estaño y el hierro. (22) Pero no hay ninguna prueba de que existiera una ciudad llamada Tartessos, ya que no ha sido hallada ninguna que pueda ser identificada como tal. Las diferentes fuentes antiguas son a veces contradictorias entre sí y no ha sido posible hacerlas cuadrar con datos arqueológicos. (23)
Las fuentes clásicas y bizantinas indican que la capital estaría situada en el cauce del Tartessos/Guadalquivir, río que hasta bien entrada la época romana desembocaba en el lago Ligustino, colmatado actualmente y convertido en las marismas del bajo Guadalquivir. El Guadaíra, que hoy es un afluente del Guadalquivir, era un río independiente con cierta entidad y desembocaba justo en la confluencia de este con el Ligustino. En la zona de la desembocadura había entonces varios brazos, alguno de los cuales formaba todavía dos lagunas sucesivas en la Sevilla del siglo XVI. Entre dichos brazos quedarían definidas varias islas, a las que se hace referencia en los escritos citados.
La llegada de los fenicios y su establecimiento en Gadir (actual Cádiz), tal vez estimuló su proyección sobre las tierras y ciudades del entorno, la intensificación de la explotación de las minas de cobre y plata (Tartessos se convirtió en el principal proveedor de bronce y plata del Mediterráneo), así como la navegación hasta las islas Casitérides (las islas británicas), de donde importaron parte del estaño necesario para la producción de bronce, que también obtenían por el lavado de arenas estanníferas.
Bronce tartésico conocido como «Bronce Carriazo», que representa a la diosa fenicia Astarté como diosa de las marismas y los esteros. El objeto se encuentra en el Museo Arqueológico de Sevilla y es una de las obras tartésicas más conocidas. Foto: © José Luiz Bernardes Ribeiro. CC BY-SA 3.0. Original file (2,048 × 1,360 pixels, file size: 1.12 MB).
El llamado Bronce Carriazo es una de las piezas más emblemáticas del arte tartésico y de la fusión cultural entre el mundo indígena del suroeste peninsular y el universo simbólico fenicio. Fue descubierto en los años 50 en las marismas del Guadalquivir, y su nombre proviene del historiador y filólogo Juan de Mata Carriazo, quien lo estudió por primera vez y propuso su identificación como una representación de la diosa fenicia Astarté. Actualmente se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla, y se ha convertido en un símbolo del periodo orientalizante y del sincretismo cultural de Tartessos.
La pieza está elaborada en bronce y representa una figura femenina alada, con el torso desnudo y los brazos extendidos hacia ambos lados, tocando o emergiendo de lo que parecen ser dos aves acuáticas, posiblemente ánades o patos, con las alas desplegadas. La mujer tiene una actitud frontal, simétrica, y el rostro muestra rasgos estilizados, con ojos almendrados, nariz recta, boca pequeña y un elaborado peinado con trenzas. La parte inferior de la figura tiene una forma redondeada y perforada, lo que ha hecho pensar que pudo formar parte de un broche, un adorno ritual o incluso un objeto votivo colgado en un santuario.
La interpretación más extendida es que representa a Astarté como diosa de las aguas, específicamente de los estuarios, marismas y espacios liminares donde el agua dulce y el agua salada se mezclan. Esta simbología tiene un profundo arraigo tanto en el mundo fenicio como en las creencias tartésicas, ya que el Guadalquivir y sus marismas fueron espacios centrales para la economía, la religión y la mitología del suroeste. La asociación con aves acuáticas refuerza el vínculo con los humedales y con los ciclos de fertilidad, navegación, vida y muerte. Las aves también eran vistas como mediadoras entre el mundo terrestre y el celeste, entre los vivos y los muertos, lo que añade un componente espiritual al objeto.
Desde el punto de vista estilístico, el Bronce Carriazo muestra claras influencias orientales, pero también una adaptación al gusto y a los recursos locales. Su manufactura no es fenicia pura, sino que refleja un mestizaje técnico y simbólico propio del entorno tartésico, donde las elites locales adoptaban modelos exógenos y los reinterpretaban en clave regional. Este proceso de reinterpretación es característico del periodo orientalizante, en el que el prestigio social y religioso se construía mediante la posesión y el uso de objetos cargados de poder simbólico y de procedencia lejana.
En conjunto, el Bronce Carriazo es mucho más que una obra de arte. Es una evidencia tangible del modo en que las religiones, los mitos y las formas artísticas viajaban y se transformaban al entrar en contacto con nuevas realidades sociales. En él convergen el culto fenicio a la diosa Astarté, las creencias indígenas sobre la fertilidad y el agua, la estética del mundo oriental y la creatividad de los artesanos del suroeste ibérico. Como objeto ritual, es probable que sirviera como amuleto protector, como ofrenda a la divinidad o como emblema de un grupo social que se identificaba con la figura femenina y su poder.
El Bronce Carriazo, en definitiva, es un símbolo poderoso de la hibridación cultural que define a Tartessos. En él se refleja la profundidad del contacto entre pueblos, la riqueza simbólica de las religiones antiguas y el papel central del arte como medio de expresión espiritual, identidad social y autoridad política en el mundo protohistórico de la península ibérica.
Una hipótesis apoyada en algunas referencias clásicas es la identificación de Gádir con Tartessos. (23) Según esta teoría, Tartessos sería la denominación genérica de una región en la que la única urbe con entidad de la zona sería la Gádir fenicia. Ya que Gádir significa recinto amurallado, para poder identificar claramente de dónde provenían las mercancías, los fenicios podrían haber comenzado a usar expresiones como «de la ciudad en Tartessos», provocando así la confusión en las fuentes. Esto sería coherente con el hecho de que existan fuentes que hablen de la ciudad y sin embargo no se encuentren restos arqueológicos de ella.
Trabajos modernos
Interpretando el periplo de Avieno, Adolf Schulten estuvo buscándola sin éxito en la desembocadura del Guadalquivir, en una isla entre dos brazos del río. (24) Su teoría sobre la ciudad de Tartessos fue muy polémica y muchos la tacharon de fantasiosa. Creyó que la ciudad podría estar en el coto de Doñana, siendo avalada esta tesis por el hallazgo de la Estela Tartésica de Villamanrique, ocurrido el 22 de marzo de 1978 en el paraje denominado Chillas (en la localidad hispalense de Villamanrique de la Condesa, limítrofe con el Parque nacional) por dos de sus vecinos (Manuel Zurita Chacón y Manuel Carrasco Díaz). Esta inscripción arqueológica en piedra única, del s. VI a. C., que documenta sobre la escritura indígena, se conserva en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla. (25)(26)(27)
En 1938, el historiador y arqueólogo sevillano Antonio Martín de la Torre concluye su obra titulada: Tartessos (geografía histórica del SO. de España), (28) publicada en 1940 y en la que realiza un análisis de las distintas teorías de Jorge Bonsor, Adolf Schulten, Luis Pericot y Bosch Gimpera, entre otros, y expone sus hipótesis sobre la ubicación de la capital del reino de Tartessos, en Asta Regia, en el actual yacimiento de Mesas de Asta, en Jerez de la Frontera (Cádiz).
Aunque el texto de dicho libro quedó totalmente terminado en 1938, las dificultades derivadas de la guerra hicieron imposible su publicación en aquella fecha. Sin embargo, en 1939, y con el fin de dar a conocer en Alemania las principales ideas en él contenidas, se publicó un folleto, redactado en alemán con la colaboración de Willy Meyer, y bajo el título de Beitrag zur Tartessos-Frage (Contribución a la cuestión de Tartessos).
Tartessos (geografía histórica del SO. de España), fue uno de los primeros libros que trató la cuestión sobre el mundo tartésico, recibiendo excelentes críticas por el rigor, precisión y minuciosidad del trabajo de Antonio Martín de la Torre. (29)
José Chocomeli Galán buscó Tartessos en Asta Regia, en Mesas de Asta, donde las catas realizadas indican la existencia de un gran potencial arqueológico relacionado con una importante población tartésica. (24)
Siguiendo la hipótesis de Doñana, los investigadores del CSIC Sebastián Celestino y Juan Villarías Robles, el profesor de la Universidad de Huelva Antonio Rodríguez-Ramírez y el historiador Ángel León hicieron desde el verano de 2005 hasta el de 2008 una campaña geofísica, superficial y de fotografía aérea en la zona de la Marisma de Hinojos, donde fotografías satelitales y muestras del subsuelo sugieren que podrían haber restos antrópicos, desconociéndose por el momento su datación. (30)(31)(32). Durante la campaña de 2009 se iniciaron los primeros trabajos de campo dando como resultado importantes descubrimientos en lo referente a la geología de Doñana. Los más interesante que se puede concluir de los trabajos publicados (Rodríguez-Ramírez et al., 2014, 2015) hacen referencia a la intensa neotectónica de la zona, de tal forma que la paleogeografía tartésica se situaría a varios metros de profundidad bajo la topografía actual. Es por ello que en Doñana los estudios de superficie nunca han encontrado restos tartesios. El proyecto aún está vigente.
En 2015, el filólogo Alberto Porlan formuló la tesis de que el núcleo de la civilización tartesia estuviera en la región del estrecho de Gibraltar. Según él, ocuparía aproximadamente toda la cuenca del río Barbate y la costa atlántica del estrecho entre cabo Trafalgar y Tarifa. Su capital estaría situada en una isla fluvial aguas arriba de la hoy desecada laguna de La Janda, a unos cuatro kilómetros al norte de la población actual de Benalup. Para llegar a estas conclusiones se basó en el estudio e interpretación de las fuentes clásicas, como la Ora maritima de Avieno. (33)
Cerámica orientalizante, Carmona (s. VII a. C.). FOTO: Jose Luis Filpo Cabana. CC BY 3.0. Original file (2,155 × 2,874 pixels, file size: 3.03 MB)
La cerámica que observamos en la imagen corresponde a un vaso orientalizante procedente de Carmona, datado en el siglo VII a. C., y constituye una de las piezas más representativas del periodo de transición entre el mundo indígena del suroeste peninsular y la influencia cultural fenicia en el marco del proceso de formación de la civilización tartésica.
Esta pieza destaca tanto por su gran tamaño como por su cuidada ejecución técnica y decorativa. La forma del vaso, de cuerpo ovoide con cuello corto y borde evertido, revela un conocimiento avanzado de la alfarería, y del uso del torno rápido, una técnica introducida por los fenicios y adoptada por las poblaciones locales. La decoración pintada, realizada con trazos de pigmentos oscuros sobre fondo claro, presenta una imagen estilizada y simbólica: una escena con grifos, criaturas mitológicas de origen oriental con cuerpo de león y cabeza de ave rapaz, que en este caso parecen adoptar una forma más aviar, tal vez estilizaciones simbólicas de aves acuáticas como garzas o ibis.
La iconografía del vaso no es accidental. Los grifos o aves de gran simbolismo son habituales en el arte fenicio y asirio, y fueron adoptados por las elites tartésicas como elementos de prestigio, poder y protección mágica. En el contexto tartésico, su presencia puede interpretarse como una manifestación de la adopción del repertorio iconográfico oriental para reforzar la legitimidad de las elites locales. Estas criaturas míticas, relacionadas con el ámbito del más allá, la vigilancia y la fuerza sobrenatural, decoraban objetos de prestigio que circulaban entre las clases dirigentes como marcadores de estatus y mediadores simbólicos con lo divino.
La procedencia del vaso —Carmona— es particularmente relevante. Esta ciudad del Alcores sevillanos fue uno de los asentamientos tartésicos más activos durante el periodo orientalizante. La aparición de cerámica de esta calidad sugiere la existencia de una aristocracia local que mantenía estrechos contactos con los talleres fenicios del litoral o incluso que contaba con artesanos especializados asentados en la propia ciudad. Carmona, gracias a su posición geográfica y control visual del valle del Guadalquivir, fue un centro clave en las redes de intercambio entre la costa y el interior.
Este tipo de cerámica no era de uso común, sino que debió emplearse en contextos rituales, funerarios o como ofrendas de prestigio. Su simbología y su calidad indican que formaba parte de una cultura material selectiva, usada por una minoría privilegiada para expresar sus valores, sus vínculos religiosos y su pertenencia a una red más amplia de poder mediterráneo. En contextos funerarios como las necrópolis de Carmona o La Joya (Huelva), objetos similares han aparecido junto a ajuares ricos, lo que confirma su función como bienes de alto valor simbólico y económico.
En conjunto, esta cerámica es mucho más que un recipiente: es un testimonio material del proceso de orientalización del suroeste peninsular, del papel activo que jugaron las comunidades locales en ese proceso, y de cómo el arte, la religión y el comercio se entrelazaron en la construcción de una identidad tartésica singular. La pieza ilustra el grado de refinamiento alcanzado por los talleres del siglo VII a. C., la riqueza del simbolismo visual compartido entre culturas y la capacidad de las sociedades indígenas de adaptarse, transformar y resignificar influencias externas dentro de un marco propio y coherente.
Sistema de gobierno
La tradición literaria clásica dice que su forma de gobierno era la monarquía y que poseían leyes escritas en verso en tablas de bronce desde tiempo inmemorial; Estrabón habla de 6 000 años antes de su época, una fecha que podría referirse en realidad a años o meses lunares (unos 500 años). Es posible que los fenicios propiciaran la concentración del poder en un rey, ya que de esa manera les resultaba más fácil establecer intercambios comerciales.
El sistema de gobierno de Tartessos, según la tradición transmitida por las fuentes grecorromanas y confirmado por la arqueología indirectamente, fue de carácter monárquico. Se trataba de una estructura política jerarquizada en la que el poder estaba concentrado en la figura de un rey o jefe principal, que actuaba como máxima autoridad tanto en lo político como en lo religioso y económico. Esta forma de gobierno no era circunstancial ni episódica, sino un modelo institucional que parece haber estado arraigado desde las primeras fases de desarrollo del mundo tartésico, especialmente a partir del siglo IX a. C. y con más claridad durante el periodo orientalizante.
Las fuentes clásicas, como Estrabón, Heródoto o Justino, presentan a Tartessos como un reino gobernado por reyes que poseían leyes escritas y una cultura de Estado desarrollada. Aunque algunas de estas afirmaciones deben ser leídas con cautela y filtradas por su carácter mítico o simbólico, en conjunto reflejan la percepción de Tartessos como una entidad política cohesionada, con una autoridad central capaz de representar al conjunto de la comunidad y de organizar la vida social en torno a normas, ritos y redes de intercambio.
La monarquía tartésica no puede entenderse en los mismos términos que las monarquías helenísticas o las orientales plenamente consolidadas. Es probable que se tratara de una monarquía aristocrática, en la que el rey debía su autoridad tanto a su linaje como a su capacidad para acumular riqueza, ofrecer protección, actuar como mediador ritual y mantener relaciones diplomáticas con potencias extranjeras como los fenicios. De hecho, la presencia fenicia en el suroeste peninsular, a partir del siglo IX a. C., pudo haber contribuido a consolidar este modelo de centralización del poder, ya que los comerciantes orientales preferían tratar con líderes reconocibles y poderosos capaces de garantizar acuerdos, territorios y flujos de recursos.
Este modelo de gobierno se reflejaba también en el espacio físico. Los grandes complejos como El Turuñuelo, Cancho Roano o La Mata, con su arquitectura monumental, escalinatas, depósitos votivos y riqueza material, no eran simples residencias, sino centros de poder donde se ejercía una forma de soberanía que combinaba el prestigio personal con la legitimidad ritual. Allí, el líder no solo gobernaba, sino que encarnaba un principio de orden vinculado a lo sagrado y a la prosperidad de la comunidad.
Por tanto, el sistema de gobierno en Tartessos fue una forma primitiva pero sólida de realeza sagrada, estructurada en torno a jefaturas aristocráticas que, con el tiempo, adquirieron rasgos dinásticos y simbólicos, alimentados tanto por la tradición oral como por los contactos con las culturas del Mediterráneo oriental. Antes de distinguir entre reyes mitológicos e históricos, debe entenderse que Tartessos fue una sociedad profundamente jerarquizada, con un modelo político en el que la figura del rey ocupaba el vértice de una pirámide de poder sustentada por la riqueza metalúrgica, el control del territorio y la legitimación religiosa.
Se puede dividir la monarquía de Tartessos en dos grandes grupos: los reyes mitológicos y los reyes históricos.
Reyes mitológicos
- Gerión: la primera mención está en la Teogonía de Hesíodo, de hacia el siglo VIII a. C.. En ella se dice que Crisaor y la oceánide Calírroe engendraron a Gerión, que tenía tres cabezas. Gerión vivía en la isla de Eritea. Hércules habría matado a Gerión, a su perro Ortro y al boyero Euritión en un establo para robar sus bueyes y luego se habría ido con los animales, siguiendo la corriente del mar, hasta Tirinto. (34). Estesícoro, en el siglo VI a. C., especificó que Eritea se encontraba junto al «río Tartessos». (34) Pompeyo Trogo, en el siglo I a. C., afirmó que Gerión era rey de una parte de Hispania formada por islas (Tartessos puede corresponderse con el entorno de las islas cercanas a la desembocadura del río Guadalquivir) (35) y que no tenía tres cabezas, sino que era uno de tres hermanos. (36). Gerión es una figura fascinante de la mitología grecolatina, cuya leyenda mezcla elementos fantásticos con referencias geográficas que parecen remitir a regiones reales del extremo occidental del mundo antiguo. Su primera aparición literaria conocida se encuentra en la Teogonía de Hesíodo, donde es presentado como hijo de Crisaor y la oceánide Calírroe, lo que lo vincula directamente con una genealogía divina. Hesíodo menciona que tenía tres cabezas, aunque versiones posteriores del mito, como la de Estesícoro, lo describen con tres cuerpos completos unidos, una imagen grotesca pero poderosa que simbolizaba una fuerza colosal y una otredad radical.
El mito de Gerión está intrínsecamente ligado al décimo trabajo de Heracles (Hércules en la tradición romana): el robo del ganado del rey Gerión. Según la tradición, Gerión habitaba en la lejana isla de Eritea, localizada por Estesícoro junto al río Tartessos, que muchos identifican con el Guadalquivir, en el suroeste de la península ibérica. Esta asociación geográfica ha alimentado la idea de que Tartessos, una enigmática civilización mencionada por autores griegos y romanos, habría sido el marco histórico o cultural en el que se insertó y reinterpretó el mito.
Heracles, en su empresa, habría llegado hasta esta isla para robar los famosos bueyes rojos de Gerión, símbolo de riqueza y fertilidad. Para conseguirlo tuvo que enfrentarse no solo al propio rey, sino también a su perro de dos cabezas Ortro y al pastor Euritión. Tras matar a los tres guardianes, Heracles llevó el ganado de vuelta a Tirinto, cruzando el Mediterráneo y dejando, según algunas tradiciones, huellas de su paso en forma de monumentos o incluso en la apertura del estrecho de Gibraltar (las famosas columnas de Hércules).
Más allá de la mitología, autores como Pompeyo Trogo ofrecieron una versión más racionalizada del mito en el siglo I a. C., presentando a Gerión como un rey humano de una región insular de Hispania y no como un monstruo tricéfalo. En su relato, Gerión no era una figura única y deformada, sino uno de tres hermanos que gobernaban juntos. Esto sugiere una posible reinterpretación histórica o política de la leyenda, transformando lo monstruoso en un símbolo del poder compartido o de la división de un territorio.
La leyenda de Gerión puede haber servido como una forma de explicar y dar sentido mítico a las lejanas tierras del suroeste peninsular, una región rica y exótica para los griegos, posiblemente identificada con la cultura tartésica. La hibridación entre el mito heroico griego y las realidades geográficas de Iberia sugiere un temprano contacto cultural, ya sea directo o a través del comercio, entre los pueblos del Egeo y el mundo tartésico. Así, Gerión representa no solo una criatura mítica vencida por la fuerza del héroe, sino también un reflejo de cómo los griegos imaginaban y mitificaban el extremo occidental del mundo conocido.
- Nórax: Pausanias, en el siglo II, dijo que Norax era hijo de Eritea, hija de Gerión, y de Hermes. Para este autor, Nórax fue jefe de una expedición de íberos que fundaron la ciudad de Nora, que habría sido la primera de la isla de Cerdeña. (37) Solino, del siglo III d. C., especifica que Norax era procedente de Tartessos y fue a Cerdeña, dando nombre a la ciudad de Nora. (37) En 1773 apareció en Nora una estela (38) donde aparece el término BTRŠŠ que unos traducen como «a Tarsis», otros como «templo del cabo» (39) (40) y otros como «mina» o «instalación de fundición». (41). Nórax es un personaje semilegendario de la mitología grecolatina relacionado con la historia antigua de Cerdeña y con ecos que podrían apuntar a contactos entre el Mediterráneo oriental y occidental durante la Edad del Hierro. Aunque es una figura menos conocida que Gerión, su mito forma parte de una narrativa más amplia que busca explicar la colonización y civilización de ciertas regiones periféricas del mundo clásico mediante héroes o fundadores procedentes del mundo egeo o próximo-oriental.
Según la tradición recogida por autores antiguos como Pausanias, Nórax era hijo de Hermes, el mensajero de los dioses, y de Eriteide, hija a su vez de Gerión, el rey mítico de Tartessos. Esta filiación ya sitúa a Nórax en una posición intermedia entre lo divino y lo humano, pero también entre dos mundos: el de los dioses olímpicos griegos y el del extremo occidental de la ecúmene antigua. De este modo, Nórax aparece como un puente genealógico y cultural entre Tartessos y las islas del Mediterráneo central.
La leyenda cuenta que Nórax partió desde Tartessos con un contingente de colonos y llegó a Cerdeña, donde fundó una ciudad llamada Nora, que según la tradición fue una de las primeras urbes de la isla y a la que dio su nombre. Nora realmente existió y fue uno de los asentamientos más antiguos conocidos de Cerdeña, ocupada sucesivamente por fenicios, cartagineses y romanos. El mito de Nórax, en este contexto, puede interpretarse como una forma de legitimar una fundación remota atribuyéndola a un héroe civilizador, portador de cultura y orden.
Este tipo de relatos no son extraños en el mundo antiguo: personajes como Nórax, Norax o Norace aparecen también en otras tradiciones fundacionales, al igual que personajes como Eneas o Hércules en otros lugares del Mediterráneo. En el caso de Nórax, el relato encierra una narración de migración y colonización en la que Tartessos —que para los griegos era sinónimo de riqueza y lejanía— se convierte en el punto de origen de un linaje civilizador que se proyecta hacia Cerdeña.
Es interesante notar que este relato podría reflejar recuerdos de movimientos reales de población, comercio o influencia cultural entre las regiones del suroeste de Hispania y el Mediterráneo central, especialmente en la época de las colonizaciones fenicias. Tartessos, como centro de poder y comercio metalúrgico, pudo haber sido conocido indirectamente por los sardos o por los pueblos del entorno, y el mito de Nórax puede ser una reelaboración simbólica de esos contactos.
Así, Nórax se convierte en algo más que un nombre legendario: es símbolo de tránsito, de intercambio, y de fundación. Un eco de la memoria colectiva que mitificó las rutas marítimas y los encuentros entre culturas muy distintas pero conectadas por el mar Mediterráneo.
- Gárgoris: Marco Juniano Justino, del siglo II, en su obra Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, dice que Gárgoris fue rey de un pueblo que habitaba en las áreas boscosas de Tartessos. Los historiadores consideran aquel pueblo los cunetes o los curetes. Se le atribuye ser el inventor de la apicultura. (36)(42). Gárgoris es una figura mítica profundamente enraizada en la protohistoria legendaria de la península ibérica, especialmente en lo que respecta al imaginario de los pueblos tartésicos o íberos. Su nombre aparece de forma destacada en el Bellum Gallicum de Justino (siglo II-III d. C., resumiendo la obra de Pompeyo Trogo), quien lo menciona como un antiguo rey de los tartesios y lo vincula con la invención de la apicultura, lo que ya le otorga un carácter civilizador y benefactor, como otros reyes culturales míticos del mundo antiguo. Según la leyenda, Gárgoris fue un rey sabio y poderoso, considerado un legislador y pionero de las técnicas agrícolas, especialmente en el ámbito de la miel y la apicultura. Como ocurre con muchas figuras fundacionales, su mito no se limita a su reinado, sino que está fuertemente marcado por el nacimiento y destino de su hijo, Habis, fruto de una relación incestuosa con su propia hija.
Este hecho, moralmente escandaloso desde el punto de vista grecorromano, da lugar a uno de los episodios más ricos simbólicamente del mito: avergonzado por su pecado, Gárgoris ordena abandonar al recién nacido, que es expuesto al mundo salvaje. Habis, sin embargo, sobrevive milagrosamente, alimentado por una cierva y creciendo en el bosque, en un claro paralelismo con otros personajes mitológicos como Rómulo y Remo o Moisés. Este tipo de abandono y rescate divino o natural es común en los mitos de héroes destinados a grandes cosas: sobrevive el niño rechazado por el orden establecido, para volver más tarde como redentor o nuevo líder.
La leyenda continúa con el reencuentro de Gárgoris y su hijo, a quien reconoce y nombra heredero. Habis, convertido en rey, será también objeto de una leyenda por derecho propio: se le atribuye la organización del territorio en siete ciudades, la promulgación de leyes y el refinamiento de la vida social de los tartesios. Así, Gárgoris y Habis forman un díptico mitológico: el padre representa la fundación primaria, el contacto con la naturaleza y el descubrimiento (como la apicultura), mientras que el hijo encarna el orden urbano, la legalidad y el progreso cultural.
Aunque no existen evidencias históricas de la existencia real de Gárgoris, su figura encaja perfectamente en el patrón de reyes míticos civilizadores que pueblan las narraciones fundacionales de muchos pueblos antiguos. Desde un punto de vista simbólico, Gárgoris representa la transición del salvajismo primitivo al inicio de la civilización en la península ibérica. Su mito, reelaborado en época romana, probablemente recogía antiguas tradiciones locales que los escritores latinos reinterpretaron bajo el modelo heroico grecorromano.
La elección de Tartessos como escenario no es casual: esta civilización, rodeada de misterio y riqueza legendaria, era considerada por los griegos y romanos como una de las culturas más antiguas y sofisticadas de Occidente. Insertar en ese contexto a un rey como Gárgoris es una forma de dotar de profundidad mítica al origen del mundo ibérico, en sintonía con otros relatos épicos de Oriente o del Mediterráneo clásico.
En resumen, Gárgoris es más que un nombre mítico: es una alegoría del inicio de la cultura, un héroe ancestral que inaugura una era de descubrimientos, y que, mediante su linaje, marca el inicio del proceso de organización social y estatal que dará forma a los pueblos prerromanos del sur peninsular.
- Habis (también llamado Abido o Habidis): Marco Juniano Justino, en su Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, dice que la hija de Gárgoris tuvo un hijo. Unos historiadores traducen que este hijo fue fruto de una deshonra y otros de una relación incestuosa de Gárgoris con su hija. En cualquier caso, por vergüenza, Gárgoris lo había abandonado en el océano, logrando este llegar a tierra por voluntad divina y sobrevivir amamantado por una cierva. Se habría criado con los ciervos y, finalmente, habría sido cazado y entregado a Gárgoris que le reconoció y, sorprendido, le llamó Habis y le nombró heredero al trono. Justino cuenta que Habis fue el primer rey de su pueblo que puso leyes, enseñó a domar a los bueyes con el arado, enseñó a cultivar grano en los surcos y prohibió a los hombres recoger frutos silvestres por el desprecio que había cogido a tener que vivir de la naturaleza. (39) También distribuyó a la población en siete ciudades. (36). Habis es una figura legendaria que ocupa un lugar central en el imaginario mítico de los tartesios, presentado por Justino como el heredero civilizador del enigmático rey Gárgoris. Su historia combina elementos arquetípicos del mito universal con una función muy concreta: explicar el paso de una sociedad arcaica, marcada por la dependencia de la naturaleza, a una cultura organizada, agrícola, con leyes, instituciones y vida urbana. Como en muchos mitos fundacionales, su nacimiento está envuelto en un aura de escándalo y misterio. Sea hijo de una deshonra o de un incesto, el hecho de que fuera abandonado en el mar habla de una infancia marcada por el rechazo y el intento de borrar una transgresión, una constante en los relatos míticos que anuncian un destino extraordinario.
Habis no muere, sino que es salvado por una fuerza superior, y nutrido por una cierva, lo que lo vincula simbólicamente con lo salvaje, pero también con lo sagrado. Este motivo de la alimentación por un animal es común a héroes civilizadores o fundadores, como Ciro el Grande en Persia o Rómulo y Remo en Roma. Criado entre ciervos, Habis representa la fusión del mundo natural y el orden humano, y su recuperación por parte del pueblo —cuando es cazado y presentado ante su padre— simboliza el retorno del hijo pródigo con la sabiduría que le otorgan sus orígenes extraordinarios. La cierva que lo amamanta también puede interpretarse como una figura materna de la tierra, lo que refuerza su carácter de elegido y su conexión con el ciclo agrícola que va a instituir más tarde.
Una vez reconocido por Gárgoris y nombrado heredero, Habis deja de ser solo un superviviente milagroso para convertirse en legislador y organizador. En este rol, es presentado como el verdadero fundador del orden social tartésico: enseña a cultivar la tierra, a arar con bueyes, a abandonar la recolección primitiva, es decir, a superar la dependencia del entorno salvaje en favor de la agricultura planificada. Este gesto tiene un valor simbólico altísimo: es el paso del estado de naturaleza al estado de cultura, la transición de lo instintivo a lo racional.
Su desprecio por los frutos silvestres no es tanto un gesto de negación de la naturaleza, sino una reivindicación del trabajo humano y de la técnica como base de la civilización. Es la proclamación de un nuevo pacto entre el hombre y su entorno, basado en la previsión, el esfuerzo y el dominio del tiempo agrícola. El hecho de que dividiera la población en siete ciudades refuerza su papel como fundador de la vida urbana y de la organización política, prefigurando instituciones estables y un sentido territorial del poder.
Habis, entonces, es algo más que el heredero de Gárgoris: es el arquetipo del rey justo, del rey sabio, del que recibe el don del conocimiento por haber sido rechazado, probado y finalmente reconocido. En él convergen lo mítico, lo político y lo moral. Encierra la memoria de una civilización que quiso ver en su pasado remoto no solo un origen natural o heroico, sino también un momento fundacional donde la ley, el cultivo y la ciudad dieron sentido a la vida en comunidad. Por eso, Habis representa el alma civilizadora de Tartessos, la figura mítica que sintetiza los valores que esa cultura quiso legar a la posteridad.
Reyes históricos
Argantonio es el único rey del que se tienen referencias históricas. Según Heródoto vivió 120 años, de los cuales reinó 80. Schulten calculó que pudo reinar entre el 630 a. C. y el 550 a. C. Propició el comercio con los foceos durante 40 años para así romper el monopolio que ostentaban los fenicios. Llegó a ofrecerles asentarse en su reino definitivamente a aquellos que emigraran a Occidente cuando los persas presionaban sobre las ciudades griegas de Jonia. Aunque rechazaron la oferta, recibieron de Argantonio un cargamento de plata para reforzar sus murallas. Después de él desaparecen las citas a Tartessos. (43)
Argantonio es el único rey de Tartessos cuyo nombre ha sido conservado por las fuentes clásicas, y su figura se ha convertido en el emblema por excelencia de la monarquía tartésica. La principal fuente sobre su existencia es Heródoto, quien lo menciona en sus Historias (I, 163–165), escritas en el siglo V a. C. Según el historiador griego, Argantonio reinó durante 80 años y vivió 120, lo que ha sido interpretado no tanto como un dato literal sino como una expresión simbólica de longevidad, estabilidad y sabiduría. Su largo reinado encarna la idea de una Tartessos próspera, pacífica y bien gobernada.
Heródoto describe a Argantonio como un monarca hospitalario y generoso con los griegos foceos, a quienes recibió cordialmente cuando estos llegaron al suroeste peninsular buscando alianzas para enfrentarse a la creciente presión de los cartagineses en el Mediterráneo occidental. El rey tartésico habría ofrecido a los griegos tierras para asentarse, e incluso apoyo financiero para fortificar su ciudad natal, Focea. Este gesto lo convierte en un aliado político de los helenos y refuerza la imagen de Tartessos como una civilización abierta, cosmopolita y conectada con el mundo mediterráneo.
Aunque las fuentes antiguas no aportan más información precisa sobre su gobierno, la arqueología permite situar la figura de Argantonio en un contexto real. El siglo VII a. C., momento en el que habría vivido, coincide con la fase de máximo esplendor de Tartessos. En esta etapa se documenta un auge de las relaciones comerciales con fenicios y griegos, una producción metalúrgica intensiva, el surgimiento de elites aristocráticas y la construcción de grandes complejos como El Carambolo, que algunos vinculan indirectamente con la capital o los centros de poder de la época.
El nombre Argantonio, que significa literalmente “el del plata” en griego (argyros = plata), podría ser una traducción simbólica o helenizada de un título indígena. Esta etimología no es casual: Tartessos era famosa en todo el mundo antiguo por sus riquezas minerales, especialmente en plata, y los relatos griegos insistían en que el suelo tartésico “rebosaba de metales”. Es posible, por tanto, que el nombre no sea personal, sino un epíteto o título que reflejara el poder económico del soberano o la imagen propagandística que los griegos proyectaban sobre él.
En cualquier caso, Argantonio encarna la culminación del poder tartésico. Su reinado representa el momento en el que Tartessos se asocia con el mito de la abundancia, la sabiduría y la antigüedad. Al mismo tiempo, es símbolo del ocaso, ya que poco después de su muerte, Tartessos desaparece progresivamente de las fuentes escritas. Heródoto menciona que, tras la destrucción de Focea por los persas, los griegos ya no pudieron contar con ese gran aliado occidental. Así, la muerte de Argantonio marca simbólicamente el final de una era.
Hoy en día, Argantonio sigue siendo una figura enigmática. No ha aparecido ninguna inscripción tartésica que lo mencione, ni una tumba identificable con certeza, pero su presencia en la memoria escrita del Mediterráneo lo ha convertido en uno de los grandes nombres de la antigüedad peninsular. Más allá de su posible existencia histórica, su figura ha adquirido un carácter mítico y fundacional, comparable a la de los reyes civilizadores de otras culturas antiguas. Representa al soberano justo, culto, rico y aliado de los pueblos ilustrados del Mediterráneo, y su recuerdo sigue proyectando sobre Tartessos una imagen de esplendor perdido y de civilización legendaria.
Economía
La base fundamental de la riqueza de Tartessos fue la metalurgia y la exportación de los minerales de oro, plata, cobre, estaño, hierro y plomo. El oro abundaba en los ríos del sur y oeste peninsular. La plata en Huelva y el curso alto del Guadalquivir. El cobre y el estaño lo obtenían del occidente peninsular y británico. La metalurgia del hierro debió ser introducida por los fenicios, que la conocían gracias a sus relaciones con los hititas. Los centros metalúrgicos no solo estaban cerca de las áreas mineras, sino que aparecen repartidos por todo el territorio. Las herramientas se volvían a fundir una vez que se deterioraban. (44) Los procesos utilizados para obtener la plata consistían en la fundición y copelación de las rocas de gossan, lo que indica unos buenos conocimientos metalúrgicos. (20)
Las rutas comerciales fueron un factor clave para la economía tartésica. Sus barcos navegaban por el Atlántico hasta las actuales islas británicas y remontaban una buena parte del curso de los ríos Tartessos (Guadalquivir) y Anas (Guadiana). Utilizaban asimismo rutas terrestres que llegaban al Tajo y al centro de la meseta. Por todas ellas circulaban los lingotes metálicos, de forma rectangular, que después se exportaban al Oriente Próximo a través de los mercaderes fenicios y griegos. (44) Los principales beneficiarios de este comercio fueron estos mismos mercaderes, pero también las élites locales, que fomentaron el proceso de aculturación y el aumento de la jerarquización social, bien representados ambos en las tumbas principescas de la necrópolis de La Joya. A cambio de los metales, recibieron joyas, ungüentos, aceite y vino, (45) así como telas y otros productos manufacturados. Este trueque fue muy importante, ya que facilitó el intercambio de aspectos culturales y religiosos.
La agricultura, la ganadería y la pesca eran también muy importantes. Se especializaron sobre todo en el cultivo de cereales, usando las técnicas importadas de los fenicios, sin olvidar las huertas y los frutales.
Jarro de Valdegamas (s. VI a. C., procedente de Don Benito, Badajoz. (M.A.N.). FOTO: Desconocido – Marbregal, 07-06-2008. CC BY-SA 3.0. Original file (1,186 × 2,050 pixels, file size: 230 KB).
El Jarro de Valdegamas, procedente de Don Benito (Badajoz) y datado en el siglo VI a. C., es una de las piezas más significativas del arte orientalizante en el suroeste peninsular. Conservado actualmente en el Museo Arqueológico Nacional (MAN), esta vasija de bronce no solo destaca por su factura técnica, sino también por su simbología, su calidad estética y su vínculo con las elites tartésicas de la región extremeña.
El jarro presenta una forma globular y cuello ancho, con decoración en relieve situada en la parte superior, especialmente en el asa, donde aparece la figura de un personaje masculino flanqueado por felinos o panteras, una iconografía que remite claramente a modelos del arte oriental, en particular fenicio y neoasirio. Este motivo del «señor de los animales» o «master of beasts» es común en el repertorio iconográfico del Mediterráneo oriental y fue adoptado en el mundo tartésico como símbolo de poder, protección, y dominio sobre el entorno natural y espiritual.
La imagen del personaje humano, de estilo orientalizado, con tocado y actitud frontal, transmite una clara autoridad simbólica. Está rodeado por dos fieras que se integran visualmente en el asa de la vasija, lo que sugiere que no se trata solo de un adorno, sino de una composición pensada como un todo narrativo y simbólico. El gesto de aprehensión o sujeción de los animales es una representación del dominio del orden sobre el caos, del poder del rey o jefe sobre la naturaleza y sobre su comunidad, algo que tiene profundas raíces en las culturas mesopotámicas y egipcias y que fue reinterpretado por los artesanos tartésicos como lenguaje visual del poder aristocrático.
Desde el punto de vista técnico, la pieza está fundida en bronce mediante el procedimiento de la cera perdida, una técnica que requiere gran conocimiento del modelado y del control de temperaturas. El hecho de que se produjera una obra de esta calidad en una zona del interior de la península ibérica como Don Benito demuestra la existencia de talleres metalúrgicos locales altamente especializados, probablemente bajo el mecenazgo de jefaturas aristocráticas que controlaban el territorio, la producción y las relaciones con el exterior.
El contexto cronológico del jarro lo sitúa en una fase de transición dentro del mundo tartésico, hacia la segunda mitad del siglo VI a. C., cuando comienzan a producirse los primeros signos de transformación o colapso del modelo clásico tartésico. Sin embargo, esta pieza indica que en ese momento aún pervivía una cultura material rica, con acceso a modelos internacionales, canales de intercambio bien consolidados y una elite que seguía invirtiendo en objetos de prestigio con un fuerte contenido simbólico.
En definitiva, el Jarro de Valdegamas no es una simple vasija utilitaria. Es un objeto de representación, una muestra del poder de una elite que se articulaba simbólicamente con el universo iconográfico del Mediterráneo oriental. Su hallazgo en Extremadura confirma que el área de influencia tartésica no se limitaba al valle del Guadalquivir o al litoral atlántico, sino que incluía un territorio interior más amplio donde se construyeron centros aristocráticos como Cancho Roano, La Mata o El Turuñuelo, en estrecho diálogo cultural con el mundo orientalizante.
Esta pieza es, por tanto, una joya del arte tartésico y una prueba material de que las ideas de poder, sacralidad, lujo y cosmopolitismo no solo se expresaban en la arquitectura monumental o en los ajuares funerarios, sino también en los objetos domésticos que formaban parte del universo cotidiano de las elites, donde lo utilitario y lo simbólico se fundían en una sola expresión de autoridad y prestigio.
Cultura material
En Tartessos se fabricaron abundantes objetos de metal que, por un lado, tenían influencia oriental, pero también una gran originalidad. En bronce destacan las jarras picudas, similares a las griegas, pero con forma piriforme en vez de ovoide. También se crearon asadores de más de un metro de longitud, fíbulas del tipo de codo o placas de cinturón con garfios; mención aparte merece el Bronce Carriazo, que representa a la diosa Astarté. De bronce o plata se elaboraban aguamaniles de forma circular con dos asas, elemento totalmente autóctono. La orfebrería en plata era muy abundante y en época turdetana se hacía con ella objetos vulgares como barreños o toneles. De origen autóctono es la técnica de embutido de metales que se realizaba con oro, plata o cobre. Los fenicios introducirían las técnicas del granulado y la soldadura. Los mejores ejemplos del nivel alcanzado por la joyería tartésica son las piezas correspondientes a los tesoros de Aliseda, el Carambolo y el cortijo de Ébora: pectorales, cinturones, diademas, brazaletes o pendientes, todo ello elaborado con oro macizo. También se encontraron unos candelabros de oro en Lebrija, que han sido interpretados como elementos rituales pertenecientes a algún templo, que quizás imitaran a los incensarios orientales. (46) (47) En cuanto a iconografía, son típicas dos palomas que flanquean una piel de toro, como las que han sido halladas en el yacimiento de El Turuñuelo, cerca de Guareña (Badajoz). (48) En este mismo yacimiento se halló en abril de 2023 las dos primeras representaciones antropomórficas de esta cultura, correspondientes, según los investigadores, a dos divinidades tartésicas o a dos personalidades de dicha sociedad. (49)
En marfil y hueso se fabricaron cajitas o arquetas de lujo para guardar perfumes o ungüentos. Con las conchas de la almeja del Guadalquivir se hicieron objetos de tocador labrados. La cerámica incluye piezas lisas, espatuladas, bruñidas o decoradas, pero siempre fabricadas a mano. Esta cerámica local coexistió con las importaciones orientales fabricadas con torno rápido, de pequeño tamaño y alta calidad, que también serían imitadas por los alfareros tartesios. (50)
También importaron de los talleres orientales o gaditanos artículos de prestigio manufacturados con marfil, oro y plata, vidrio tallado, jarros de bronce, estatuillas de este metal dedicadas a Astarté, aríbalos y alabastrones conteniendo esencias y cosméticos, tejidos, collares, cuentas de vidrio y baratijas. (51)
Religión
Hay muy pocos datos, pero se supone que, al igual que el resto de los pueblos del Mediterráneo, era también una religión politeísta. Se cree que pudieron adorar a una diosa producto de la aculturación de los fenicios, Astarté o Potnia. Pudo haber una divinidad fenicia masculina, Baal o Melkart. Se han encontrado santuarios de estilo fenicio en el yacimiento de Castulo (Linares, Jaén). Se han hallado exvotos en diversos puntos de Andalucía y en otros puntos más alejados, como Salamanca, que no se sabe exactamente de dónde provienen. En el aspecto religioso, la aculturación fenicia fue diferencial, no influyendo en todos los sitios por igual.
La religión tartésica, aunque poco documentada en fuentes directas, puede reconstruirse parcialmente a partir de los hallazgos arqueológicos, las influencias culturales detectadas y el paralelismo con otras religiones del Mediterráneo oriental. Todo apunta a que fue una religión politeísta, fuertemente influenciada por el contacto con los fenicios, pero también enraizada en antiguas tradiciones indígenas del suroeste peninsular.
Los restos arqueológicos muestran una variedad de prácticas rituales y elementos simbólicos que reflejan la coexistencia y superposición de cultos locales con divinidades orientales. Entre las divinidades femeninas, la más relevante es Astarté, diosa fenicia de la fertilidad, el amor, la guerra y la protección, cuya imagen ha aparecido en esculturas y bronces votivos, como la famosa figura sedente del Museo Arqueológico de Sevilla. Esta divinidad pudo sincretizarse con una figura indígena anterior, posiblemente relacionada con la tierra o la fecundidad, como Potnia, cuyo nombre aparece en la religiosidad micénica y que ha sido interpretado como una señora de los animales o del ciclo vital.
Junto a Astarté, se documenta el culto a Melkart, el gran dios masculino fenicio, asociado al mar, al comercio, a la protección de las ciudades y al ciclo de la muerte y la resurrección. Su representación en bronce, como la pequeña estatuilla hallada en Sevilla, lo muestra en actitud de poder, con una posible función de tutela del soberano o del territorio. En algunos casos, esta figura ha sido asociada con Hércules, lo que explicaría la pervivencia del mito de Gerión y los bueyes, que forma parte del ciclo hercúleo grecorromano y tiene claras raíces en mitos locales adaptados al lenguaje mitológico griego.
Además de estas deidades principales, se ha propuesto la existencia de cultos menores a fuerzas de la naturaleza, como ríos, cuevas, montañas o astros. El río Guadalquivir —al que los griegos llamaban río Tartessos— pudo haber tenido un carácter sagrado, y es posible que existieran divinidades fluviales asociadas a él. En los santuarios se han hallado exvotos de bronce en forma de figuras humanas, animales o símbolos abstractos, que reflejan la práctica de ofrendas a los dioses como forma de comunicación, petición o agradecimiento.
Uno de los aspectos más interesantes de la religión tartésica es la existencia de espacios de culto especializados, como Cancho Roano o La Mata, que han sido interpretados como santuarios aristocráticos, es decir, lugares de culto controlados por las elites. Estos espacios no solo tenían una función religiosa, sino también política, al servir como centros de legitimación del poder de los jefes o reyes locales. En ellos se han encontrado altares, depósitos votivos, animales sacrificados y elementos rituales de claro contenido simbólico.
La aculturación fenicia fue fundamental en el desarrollo del sistema religioso tartésico, pero no fue uniforme. En algunas zonas, como el bajo Guadalquivir y la costa de Cádiz, la influencia fenicia fue más intensa y visible, mientras que en regiones del interior, como Extremadura o el norte de Andalucía, pervivieron más elementos autóctonos. Esta variedad refleja un proceso de adopción selectiva de modelos foráneos, adaptados a las necesidades y valores locales, y permite hablar de una religión mestiza, flexible y dinámica.
En conjunto, la religión tartésica fue una síntesis entre lo local y lo oriental, entre el culto a divinidades naturales ancestrales y las figuras formalizadas del panteón fenicio. Fue una religión ritualista, centrada en la ofrenda, el sacrificio y la presencia del símbolo, y profundamente ligada al poder aristocrático, que encontró en lo sagrado una vía de afirmación de su autoridad. Aunque el paso del tiempo ha borrado muchas de sus formas y nombres, las huellas materiales de su religiosidad revelan una espiritualidad rica, activa y en constante diálogo con el mundo mediterráneo.
Idioma Tartésico
Existe una serie de lápidas sepulcrales halladas en el Algarve, Alentejo y bajo Guadalquivir que contienen inscripciones en un idioma desconocido con un signario mixto silábico-alfabético que se lee principalmente de derecha a izquierda. En ellas se ha querido ver una representación del idioma tartésico, aunque la mayor concentración de las inscripciones se halla en el Sur de Portugal, siendo en realidad escasas y periféricas en los territorios tartésicos, lo que plantea serias dudas al respecto. De la lengua tartessia (de momento aún desconocida) podría haber derivado la lengua hablada por los turdetanos, a juzgar por las referencias de Estrabón, quien dice que los turdetanos y túrdulos tenían escritos y leyes con más de 6000 años de antigüedad. (52)
Reproducción de la Estela de Bensafrim, mostrando una inscripción en lo que se cree es la lengua de Tartessos. User: Papix. Dominio Público.

La Estela de Bensafrim, descubierta en el sur de Portugal (región del Algarve), es uno de los documentos más emblemáticos del llamado signario sudoccidental, un sistema de escritura prerromano asociado tradicionalmente a la cultura tartésica o a comunidades del suroeste peninsular de finales del II milenio y comienzos del I milenio a. C.
Esta inscripción —que tú muestras en forma de reproducción— no ha sido completamente descifrada hasta el día de hoy. Se han identificado algunos signos con valor silábico o fonético, y se han hecho propuestas parciales de lectura, pero no existe aún una traducción definitiva ni un consenso académico sobre su contenido lingüístico. El gran problema es doble: por un lado, el idioma representado es desconocido (no se sabe si es indoeuropeo, no indoeuropeo o una lengua aislada), y por otro, el propio sistema de escritura no ha sido descifrado plenamente, a pesar de ciertos paralelismos con alfabetos fenicios o ibéricos.
Lo que sí se ha podido observar es que muchas de estas estelas siguen un patrón común: son monumentos funerarios, a menudo con inscripciones grabadas en torno a un campo central liso, posiblemente destinado a contener un emblema, una imagen, o simplemente la representación simbólica del difunto. En algunas inscripciones se repiten secuencias que podrían corresponder a nombres propios, títulos u oraciones rituales, y se ha propuesto que puedan decir cosas como «de fulano», «hijo de», o «dedicado a», pero todo esto son aún hipótesis.
La Estela de Bensafrim, como otras similares del sur de Portugal, se lee generalmente de derecha a izquierda y en forma bustrofédica (es decir, con cambio de dirección de línea en cada renglón, como si se siguiera el paso de un arado). Esto, sumado al uso combinado de signos silábicos y alfabéticos, hace que la escritura sea particularmente compleja y única en Europa.
En resumen:
No, no se ha traducido aún de forma definitiva lo que dice la Estela de Bensafrim.
El idioma representado sigue sin identificarse con certeza.
Se considera probable que sea una inscripción funeraria o votiva.
Es una pieza clave para el estudio de la posible lengua tartésica o sudoccidental, pero de momento permanece indescifrada.
Este tipo de estelas constituye uno de los desafíos más interesantes de la protohistoria peninsular y continúa siendo objeto de investigación filológica, epigráfica y arqueológica. Cada nuevo hallazgo y análisis comparativo aporta pequeñas piezas al puzle, pero la lengua de Tartessos, si es que está aquí representada, sigue siendo uno de los grandes misterios sin resolver del mundo antiguo.
Las inscripciones halladas en el sur de la península ibérica, especialmente en el Algarve y el Alentejo portugueses, así como en algunas zonas del bajo Guadalquivir, constituyen uno de los enigmas más apasionantes del estudio de Tartessos y su posible lengua. Estas inscripciones están grabadas mayoritariamente en lápidas funerarias y utilizan un sistema gráfico peculiar, conocido como el signario sudoccidental, que combina elementos silábicos y alfabéticos, y cuya escritura suele organizarse de derecha a izquierda, al estilo de los sistemas semíticos.
Este signario, a pesar de haber sido estudiado desde hace décadas, aún no ha sido descifrado completamente, y el idioma al que da soporte sigue sin identificarse con seguridad. Los especialistas han propuesto diversas teorías sobre su origen: algunos creen que podría tratarse de una lengua indígena no indoeuropea, posiblemente relacionada con el sustrato prehistórico del suroeste peninsular; otros han planteado vínculos con lenguas indoeuropeas arcaicas; y no falta quien lo considera una escritura híbrida influida por modelos fenicios, adaptados localmente por pueblos del Bronce Final.
Una de las mayores controversias es si este conjunto de inscripciones puede identificarse con la lengua tartésica. Aunque a menudo se presenta así, lo cierto es que la mayor concentración de hallazgos se encuentra en el sur de Portugal, en áreas que podrían haber estado fuera del núcleo más consolidado del territorio tartésico tradicional, situado en torno al bajo Guadalquivir y el golfo de Cádiz. En Andalucía occidental, por el contrario, los testimonios epigráficos con este sistema son más escasos y periféricos, lo que ha llevado a algunos investigadores a hablar de una cultura sudoccidental independiente, con conexiones pero también con características propias respecto a Tartessos.
Sin embargo, existe la posibilidad de que estas inscripciones correspondan a una etapa temprana del desarrollo cultural tartésico, cuando las jefaturas del suroeste comenzaban a formar redes de poder territorial, antes del auge del modelo orientalizante propiamente dicho. En ese sentido, el idioma plasmado en las lápidas podría ser un antecesor o variante del que luego se hablaba en el núcleo tartésico, que según algunos habría evolucionado o pervivido bajo forma más desarrollada en época turdetana.
Aquí entra en juego el testimonio de Estrabón, que afirma que los turdetanos —pueblo sucesor de los tartesios en los siglos IV–I a. C.— tenían leyes y escritos muy antiguos, e incluso habla de textos con 6000 años de antigüedad. Aunque esta cifra debe entenderse como un símbolo de venerable antigüedad, refuerza la idea de una tradición escrita previa en la región. Si bien Estrabón escribe en época romana, su mención puede reflejar la memoria cultural de una civilización que, en el pasado, fue alfabetizada, con normas codificadas y estructuras administrativas sofisticadas.
En este contexto, la lengua tartesia se convierte en un eslabón perdido entre las culturas del Bronce Final y los sistemas ibéricos posteriores. Su posible influencia sobre la lengua de los turdetanos —que algunos consideran una evolución o continuidad— es una de las hipótesis más atractivas, aunque aún sin prueba concluyente. Lo que sí parece claro es que el suroeste peninsular fue uno de los primeros focos de escritura de Europa occidental, anterior incluso a las escrituras ibéricas y celtas, y que sus poblaciones tenían un alto grado de contacto con los pueblos del Mediterráneo oriental, especialmente los fenicios, de quienes pudieron aprender la idea misma de escritura.
En resumen, las lápidas inscritas del Algarve y el sur de Portugal plantean más preguntas que respuestas, pero constituyen un testimonio crucial de la sofisticación cultural de las sociedades del suroeste peninsular en los siglos previos a la romanización. Si estas inscripciones reflejan el idioma tartésico o una lengua emparentada, aún no se ha podido demostrar de manera concluyente, pero su existencia confirma la presencia de tradiciones epigráficas y lingüísticas propias, que formaban parte de la identidad cultural y política de estas comunidades. Mientras tanto, el misterio de la lengua de Tartessos continúa alimentando la fascinación por esta civilización perdida y sus vínculos con los pueblos que le sucedieron.
Interpretaciones
Según Aubet, el periodo «orientalizante» tartésico se ha de interpretar en el contexto de una élite indígena situada en la cúspide de una sociedad jerarquizada que dominaba sus propios recursos económicos. Enfrentada ante los exóticos estímulos socioculturales que los fenicios les ofrecieron procedentes del levante, respondió adoptando su ideología e integrándose en sus circuitos comerciales, que abarcaban todo el Mediterráneo. (53)
Referencias históricas
En la Biblia aparecen referencias a un lugar llamado ‘Tarshish’, también conocido como ‘Tarsis’:
- En el Primer Libro de los Reyes: «En efecto, el Rey Salomón tenía naves de Tarsis en el mar junto con las naves de Hiram. Las naves de Tarsis venían una vez cada tres años y traían oro, plata, marfil, monos y pavos reales.» (Antiguo Testamento, Libro de los Reyes I, 10-22). En la actualidad, algunos creen que Salomón no se refería a Tartessos, sino que se refería al puerto de Aqaba, en la península del Sinaí.
- En un texto del Profeta Ezequiel (27, 12) (siglo VI a. C.) se comenta que Tiro comerciaba con Tarsis y en este caso es posible que sí se refiera a Tartessos, puesto que Fenicia ya había contactado con ellos.
- En el Libro de Jonás 1,3 (siglo VIII) dice: «Pero Jonás se levantó para ir a Tarsis, lejos de la presencia de Yahvéh. Bajó a Yoppe y encontró una nave que iba a zarpar hacia Tarsis. Pagó el pasaje y se embarcó en ella para ir con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Yahvéh».
- En la estela de Nora (siglo IX a. C.), encontrada en Cerdeña y escrita en fenicio, un navegante chipriota agradece al dios Pumar haber llegado a su hogar TRŠŠ sano y salvo. El acrónimo TRŠŠ ha sido relacionado por muchos especialistas con Tarshish (Tartessos). Pero también se interpreta por templo del cabo y mina o fundición, haciendo una más que posible referencia a la propia Cerdeña que era explotada por su riqueza mineral por los fenicios.
- En una inscripción encontrada en Assur del rey asirio Asarhaddón (siglo VII a. C.) aparece el nombre de Tarsis, pero hay dudas sobre si realmente se trataría de Tartessos, puesto que los asirios al parecer no tuvieron relaciones con el Mediterráneo Occidental.
- El poeta Estesícoro (siglo VI a. C.) menciona a Tartessos en su Geroneida, donde se narra el décimo trabajo que encomendó Euristeo a Heracles que consistía en matar al gigante Gerión, que gobernaba en un reino cercano a Tartessos. Se considera como la primera referencia griega a Tartessos.
- Anacreonte en el 530 a. C. hace referencia en una de sus obras a la riqueza y la complejidad política del reino tartésico.
El historiador (logógrafo) Hecateo de Mileto (550 a. C. – 476 a. C.) se refiere a Tartessos como reino o país, al citar varias de sus ciudades. - Heródoto habla sobre el rey Argantonio, (54) y de las relaciones de Tartessos con Grecia: (55)
…un navío samio, que tenía por patrono a Colaios y que se dirigía hacia Egipto, fue arrojado fuera de su ruta a la isla de Platea; las samios confiaron todo el asunto a Corobios y le hicieron un depósito de víveres para un año. Ellos mismos, que, al partir de la isla, habían marchado con un enorme deseo de llegar a Egipto, navegaron fuera de su ruta, arrastrados por el viento del Este; y, sin dejar de soplar el viento, alcanzaron las columnas de Hércules y, conducidos por un dios, llegaron a Tartessos. Este lugar de comercio estaba sin explotar en esta época, de forma que, a su vuelta, estos samios realizaron con su cargamento el mayor beneficio que haya conseguido hasta ahora ningún griego, del que nosotros tengamos referencias exactas, si exceptuamos a Sóstrato, hijo de Laodamente de Egina, que ningún otro puede compararse con éste. De sus ganancias los samios dedujeron el diezmo, seis talentos y ordenaron fabricar un jarrón de bronce en forma crátera argólica.
- Éforo de Cime (Escimno, 162-168) escribe que la capital Tartessos estaba a dos días de navegación (900 estadios) de las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar) y a medio día de navegación (250 estadios) de Gades (Cádiz).[5] Con este nombre identificaba a un reino, al río que lo cruzaba y a la capital del reino situado en la desembocadura del mismo, que según algunos autores modernos coincidiría en la actualidad con Huelva, pero según otros con el mismo río Tartessos o Baetis (Guadalquivir), si la capital de Tartessos se hallaba algo más arriba, más cerca de Coria del Río o antigua desembocadura.
- Cuando el viajero Pausanias visitó Grecia en el siglo II a. C. (Paus. Desc. 6.XIX.3) vio dos cámaras en un santuario de Olimpia, que la gente de Elis afirmaba realizadas con bronce tartesio. Pausanias también escribe sobre Tartessos:
«Dicen que Tartessos es un río en la tierra de los iberos, llegando al mar por dos bocas y que entre esas dos bocas se encuentra una ciudad de ese mismo nombre. El río, que es el más largo de Iberia y tiene marea, llamado en días más recientes Baetis y hay algunos que piensan que Tartessos fue el nombre antiguo de Carpia, una ciudad de los iberos». (56)
- En el tratado entre Roma y Carthago del año 348 a. C., se hace mención a «Μαστια Ταρσειον» (Mastia de Tarsis), ciudad que posiblemente se refiere a la actual Cartagena, que marcaba el límite que podía alcanzar Roma en la península ibérica: (57)
El tratado está concebido en estos términos: «Sobre estas bases existe amistad entre los romanos y los aliados de los romanos con los cartagineses, tirios, uticenses y sus aliados. Más allá del Kalón Akrotérion y de Mastia de Tarsis, los romanos no podrán hacer presas ni comerciar ni fundar ciudades. Si los cartagineses se apoderasen de alguna ciudad del Lacio no sometida a los romanos, quedarán con el dinero y los cautivos pero dejarán la ciudad. Si los cartagineses se apoderasen de gentes con las cuales los romanos hubiesen pactado, aun cuando no estuviesen bajo el imperio de los romanos, no las llevarán a los puertos romanos y, si alguno fuera llevado y un romano se hiciera cargo de él, quedará libre. Lo mismo evitarán los cartagineses; si por el contrario, alguien lo hiciese, no se le perseguirá privadamente, sino que se considerará injuria pública. En Cerdeña y en Libia ningún romano comerciará ni establecerá poblados (ni se acercará), a no ser para aprovisionarse o para reparar sus naves. Si es llevado por una tempestad, en un plazo de cinco días debe marcharse. En la parte de Sicilia sometida a los cartagineses y en Cartago, un romano puede vender y hacer todo aquello que es lícito al ciudadano. Igual derecho tendrán los cartagineses en Roma».
- Estrabón menciona la ciudad de Tartessos y la sitúa en una isla entre los dos brazos de la desembocadura del río homónimo, que identifica con el Betis. (58)
- Plinio el Viejo y Marco Juniano Justino hablan de Tartessos, pero de manera confusa e imprecisa.
- En un mapa griego bizantino, copia de la tradición manuscrita de los mapas de Claudio Ptolomeo y Marino de Tiro, se escribió el nombre de la ciudad de Tartessos justo encima de un símbolo de ciudad fortificada en la desembocadura del río Guadalquivir (en griego descrito como Baitiós) cerca de la actual Matalascañas. La evidencia fue dada a conocer en el documental de James Cameron de 2017 ‘El resurgir de la Atlántida’. (59)
- José Pellicer de Ossau situó a los Tartessos como uno de los posibles emplazamientos de la Atlántida de Platón. (60) Esta teoría se refuerza en los diálogos Timeo y Critias donde el filósofo griego Platón ubica la mítica isla en el océano Atlántico, cercana a Gadeiros y las Columnas de Heracles.
- Fuentes griegas y romanas referentes a Tartessos: (61) Tartessos en la península ibérica, las tradiciones míticas griegas, el mito de Gerión y el décimo trabajo de Hércules, Gárgoris y Habis, Estesícoro (raíces argénteas del río Tartessos), Anacreonte (longevidad de su monarca Argantonio), Hecateo (habla de una tal Helibyrge de la ciudad de Tartessos), Heródoto (Tartessos como emporio de gran riqueza más allá de las Columnas de Hércules, así como de sus relaciones con los focenses), Eforo, Aristófanes, Estrabón (Tartessos como ciudad, río, región y centro de contratación de argenta y metales) y Avieno. Numerosas reconstrucciones históricas se han hecho sobre Tartessos, artificialmente enriquecidas a partir de la utilización de una documentación literaria tardía y en muchas ocasiones ajenas al mundo autóctono peninsular.
Posible identificación como «Tarsis» o «Atlántida»
La identificación de Tartessos con Tarsis y con la Atlántida ha sido durante más de un siglo uno de los grandes temas especulativos en el estudio de las civilizaciones del occidente mediterráneo. Aunque estas asociaciones no pueden considerarse probadas desde el punto de vista científico, sí ofrecen una rica tradición de interpretaciones e hipótesis que han alimentado tanto la investigación académica como la imaginación popular.
Tarsis y Tartessos
En la Biblia hebrea, Tarsis aparece repetidamente como un lugar lejano, asociado al comercio marítimo y a una inmensa riqueza mineral, sobre todo en metales como oro, plata, estaño y hierro. Este perfil coincide con la imagen que nos ofrecen las fuentes grecolatinas de Tartessos, una civilización del suroeste de la península ibérica estrechamente ligada a la Faja Pirítica Ibérica, una de las mayores reservas de metales de Europa. Por esta razón, desde finales del siglo XIX y principios del XX, muchos arqueólogos bíblicos e historiadores han sostenido que Tarsis podría ser una transliteración hebrea de Tartessos, adaptada al idioma y al contexto de los pueblos semitas del Levante.
Esta identificación tiene a su favor algunos elementos sólidos: ambos lugares se encuentran en el extremo occidental del mundo conocido en la Antigüedad, ambos son ricos en metales, ambos están asociados a rutas marítimas, y ambos despiertan una fascinación como «fin del mundo habitado». Sin embargo, también existen objeciones. Otros estudiosos han propuesto que Tarsis pudo estar en Tarso (Cilicia, Anatolia), en Cerdeña, en la India o incluso en Tarsos del norte de África, lo que indica la vaguedad del término y su uso simbólico o geográfico generalizado en las tradiciones bíblicas. Así, la identificación entre Tarsis y Tartessos es posible, pero no concluyente.
Tartessos y la Atlántida
La identificación de Tartessos con la Atlántida es más reciente y más polémica. Esta teoría fue impulsada por el clasicista alemán Adolf Schulten en 1922, quien planteó que Tartessos era una civilización avanzada y primigenia que desapareció repentinamente y que había dado lugar a los ecos que Platón codificó en su relato de la Atlántida en los diálogos Timeo y Critias. Según Platón, la Atlántida era una isla más allá de las Columnas de Hércules, rica en metales, con una monarquía poderosa y una cultura refinada, que sucumbió por su corrupción moral y por cataclismos naturales.
Tartessos coincide en parte con este perfil: se encontraba más allá del estrecho de Gibraltar, era conocida por su riqueza metalúrgica, tenía una posible estructura monárquica centralizada y su rastro desaparece de manera enigmática a partir del siglo VI a. C. Sin embargo, las diferencias son importantes: Tartessos no fue una isla, no desapareció por un cataclismo natural conocido y no hay evidencia literaria o arqueológica de que existiera una civilización tan extensa y avanzada como la descrita por Platón. Más aún, la Atlántida platónica es una construcción filosófica, probablemente simbólica, usada para expresar ideas morales y políticas sobre el orden ideal y la corrupción.
La controversia de Doñana y Richard Freund
En 2011, el arqueólogo y rabino estadounidense Richard Freund propuso, en colaboración con otros investigadores y con el respaldo mediático de National Geographic, que la Atlántida estaba bajo las marismas del Parque Nacional de Doñana, en la desembocadura del Guadalquivir, una zona cercana a los supuestos emplazamientos de Tartessos. Freund interpretó sitios como Cancho Roano como «ciudades conmemorativas» de la Atlántida, construidas tras su destrucción, y vinculó su trabajo con tradiciones bíblicas, el Tanaj y el ciclo del rey Salomón.
Estas afirmaciones fueron rápidamente rechazadas por la comunidad científica española, especialmente por el equipo de arqueólogos que trabajaba en la zona. El antropólogo Juan Villarías-Robles, colaborador del CSIC, criticó duramente el sensacionalismo de Freund, recordando que sus teorías no se basaban en datos sólidos ni en métodos contrastables. La hipótesis de que Tartessos fue la Atlántida, o que esta civilización aparece oculta en la Biblia, ha sido catalogada como especulativa y sin fundamento arqueológico.
Conclusión
La relación entre Tarsis, Tartessos y la Atlántida es un campo fértil para la especulación, pero aún carente de evidencia concluyente. Es cierto que Tartessos fue una civilización real, compleja y rica, con relaciones con fenicios y griegos, y que su súbita desaparición en el siglo VI a. C. sigue siendo un misterio. Pero también es claro que la Atlántida de Platón es un mito filosófico, y que las referencias bíblicas a Tarsis son ambiguas y multivalentes. Lo más razonable es decir que Tartessos inspiró en parte algunas de estas leyendas o nombres, pero no puede identificarse directamente ni con Tarsis ni con la Atlántida sin caer en extrapolaciones que exceden el campo de la arqueología científica.
Así, Tartessos sigue siendo una cultura real y fascinante, cuyo perfil histórico se está reconstruyendo lentamente gracias a la investigación arqueológica, sin necesidad de convertirla en una Atlántida perdida o en un mito oculto del Antiguo Testamento.
Mastia
Mastia (o Mastia de Tarsis) es el nombre de una antigua etnia ibérica, perteneciente a la confederación tartésica, situada en el sureste de España y que tradicionalmente se ha asociado a la ciudad de Cartagena, sobre todo a partir del análisis de la fuentes clásicas que a comienzos del siglo XX realizó el alemán Adolf Schulten.
La primera descripción de la ciudad de Mastia aparece en obra titulada Ora maritima, del poeta latino Rufo Festo Avieno, del siglo IV d. C., aunque para su redacción utilizó fuentes supuestamente más antiguas, como un posible periplo masaliota del siglo VI a. C La descripción de Avieno dice así:
… Se halla luego el puerto Namnatio que desde el mar abre su curva cerca de la ciudad de los massienos. Y en el fondo del golfo se levantan las altas murallas de la ciudad de Massiena…
Rufo Festo Avieno, Ora maritima.
Sin embargo, no hay pruebas definitivas de que el texto se refiera a la ciudad de Cartagena, aunque por el contexto y el resto de descripciones de accidentes geográficos que anteceden y siguen a estos versos, parece que pueda referirse a esta ciudad. Aunque, también ha habido estudiosos que han ubicado Mastia en algún punto cercano a Mazarrón o en la antigua ciudad de Carteia (Cádiz), situada al fondo de la bahía de Algeciras.
También hay una referencia a Mastia en el segundo tratado romano-cartaginés del año 348 a. C., como «Μαστια Ταρσειον» (Mastia de Tarsis), que marcaba el límite que podían alcanzar Roma y sus aliados en la península ibérica.
Por Hecateo de Mileto sabemos que los mastianos (Μαστιανοí) formaban un pueblo hacia a las Columnas de Hércules, cuya ciudad cabecera era Mastia. Algunas ciudades dependían o estaban bajo su ámbito o influencia; así se menciona por orden en las fuentes:
- Syalis, ciudad de los mastienos. Posiblemente Suel, actual Fuengirola.
- Menobora, ciudad de los mastienos. Probablemente referida a Maenoba, actual Torre del Mar (Málaga).
- Sixos, ciudad de los mastienos. La única que con cierta seguridad puede identificarse. Se trata de Sexi, la actual Almuñécar.
- Molybdine, ciudad de los mastienos.
Su riqueza minera, pesquera y agrícola fue la causa de que el reino de Tartessos la mantuviese en su área de influencia.
Crátera griega del poblado ibérico de Los Nietos, Cartagena. Muestra del intercambio comercial ibérico con oriente. Foto: Nanosanchez. Dominio Público.

Candelabros de Lebrija
Los Candelabros de Lebrija son un conjunto de seis candelabros de época ibera que datan de finales del siglo VII a. C., y fueron utilizados por el pueblo tartésico, nombre por el que los griegos conocían a la primera civilización de Occidente. Heredera de la cultura megalítica del suroeste ibérico, se desarrolló supuestamente en el triángulo formado por las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, en la costa suroeste de la península ibérica, aunque con casi total seguridad se elaboró en algún taller etrusco y podía haber llegado a Tartessos en algún intercambio comercial.
Las piezas fueron encontradas en el mes de abril de 1923 en la finca llamada «Higueras del Pintado», en la localidad de Lebrija, municipio español de la provincia de Sevilla, Andalucía.
Tres timiaterios del Periodo Orientalizante tartésico (Edad del Hierro I), parte de un conjunto de seis, llamados Candelabros de Lebrija. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Actualmente en el M.A.N.

Simbología
Los llamados Candelabros de Lebrija, también conocidos como timiaterios, son un conjunto de piezas de bronce dorado o latón datadas en el Periodo Orientalizante de la Edad del Hierro I (siglo VII a. C.), que pertenecen al mundo cultural tartésico. Se conservan en el Museo Arqueológico Nacional de España y son considerados uno de los ejemplos más refinados de la artesanía ritual tartésica.
Estas piezas altas, estilizadas y simétricas, no son en realidad candelabros en el sentido moderno, sino timiaterios, es decir, quemadores de incienso utilizados en contextos rituales o sagrados. Su estructura columnar rematada en discos recuerda a formas orientales y fenicias, especialmente del ámbito religioso, lo que refleja el fuerte proceso de aculturación fenicia que experimentó Tartessos durante este periodo. Su diseño, elegante y regular, responde no solo a criterios estéticos, sino también a un simbolismo relacionado con la pureza del ritual y el ascenso del humo, que conectaba lo humano con lo divino.
Su hallazgo en Lebrija, una localidad sevillana próxima al Guadalquivir, señala que esta región formaba parte del área central del poder tartésico, donde existía una élite con capacidad para encargar y conservar objetos de prestigio como estos. El hecho de que el conjunto esté compuesto por seis piezas indica que pudieron formar parte de un ritual colectivo o palatino, tal vez relacionados con santuarios, banquetes religiosos o ceremonias dirigidas por una clase sacerdotal o aristocrática.
Estos timiaterios tienen también un valor simbólico como prueba material del sincretismo religioso entre las tradiciones indígenas y los influjos fenicios. Su forma podría haber evocado el árbol de la vida, la columna cósmica o incluso una estilización del axis mundi, presente en muchas religiones antiguas. El uso del incienso, introducido por los fenicios desde Oriente, refuerza esta conexión cultural y espiritual entre el Mediterráneo oriental y el occidente peninsular.
En definitiva, los Candelabros de Lebrija representan uno de los testimonios más espectaculares del refinamiento religioso y artístico del mundo tartésico, así como una ventana a la vida ceremonial de sus élites. Constituyen un ejemplo claro de cómo Tartessos integró elementos exógenos sin renunciar a una expresión local propia, desarrollando una estética y una religiosidad híbrida y original.
Los candelabros podrían haber sido utilizados en ceremonias religiosas y como objetos votivos por los pobladores de Tartessos. Los últimos estudios apuntan a que se trata de representaciones de deidades anicónicas.
Características técnicas
- Período: Edad de hierro I, periodo Orientalizante tartésico.
- Estilo: Fenicio, (cuestión debatida por los expertos).
- Forma: tubular, con dos discos superpuestos.
- Material: oro.
- Altura: 70,3 centímetros
- Diámetro máximo: 9,6 centímetros.
- Diámetro mínimo: 3 centímetros.
- Diámetro base: 11,3 centímetros
- Peso: 1309 gramos.
Ubicación actual
Los candelabros originales de oro puro se encuentran guardados en el Banco de España. Existen dos réplicas autorizadas la primera de ellas en el Museo Arqueológico Nacional de España, y la segunda en La Casa de la Cultura de Lebrija.
Fundación de Qart Hadasht
La primera constancia cierta de la existencia de Cartagena se refiere a la fundación alrededor del año 227 a. C. de la ciudad de Qart Hadasht (‘Ciudad Nueva’), principal colonia cartaginesa en Iberia, por el general cartaginés Asdrúbal el Bello, yerno del general Amílcar Barca.
La cultura tartésica estaba ya fuertemente aculturizada por la cultura púnica, así que se supone que Asdrúbal simplemente refundó y fortificó la ciudad sobre la preexistente Mastia tartésica.
La excavación arqueológica del nivel ibérico y cartaginés se plantea muy difícil en Cartagena, ya que está solapado por la Carthago Nova romana que se construyó encima.
El texto está estrechamente relacionado con Tartessos a través de la posible identificación de Mastia, una ciudad mencionada en fuentes antiguas, como una localidad tartésica o prototartésica situada en el sureste peninsular, posiblemente en el emplazamiento actual de Cartagena. Cuando se dice que Asdrúbal el Bello fundó Qart Hadasht (‘Ciudad Nueva’) en 227 a. C., lo que hizo en realidad fue establecer un nuevo centro político y militar cartaginés sobre una ciudad que ya existía y que probablemente formaba parte del mundo tartésico o de su herencia directa, lo que algunos autores identifican como Mastia de Tartessos.
Las fuentes grecorromanas, como Rufo Festo Avieno en su obra Ora Maritima, mencionan una ciudad llamada Mastia, situada en el extremo oriental del ámbito tartésico, cerca de minas y rutas comerciales. Esta Mastia habría sido un enclave estratégico en el control del litoral mediterráneo y la explotación minera, posiblemente vinculada culturalmente a Tartessos, aunque en una fase ya posterior o periférica de su desarrollo. De ahí que se afirme que cuando Asdrúbal funda Qart Hadasht, lo hace sobre una ciudad ya aculturizada, es decir, ya influida por las formas de vida y prácticas comerciales púnicas, lo que implicaría la existencia previa de un núcleo urbano importante con presencia indígena, tartésica o ibero-tartésica.
Este contexto convierte a Cartagena en un punto clave para entender la prolongación del legado tartésico hacia el Levante y su transformación bajo las influencias fenicias primero, y púnicas después. La ciudad no nace de la nada, sino que se inserta en una continuidad histórica de asentamientos indígenas estratégicamente situados junto a recursos naturales y puertos naturales. El hecho de que la superposición romana posterior dificulte la excavación de los niveles púnicos e ibéricos refuerza la idea de una ocupación prolongada y compleja, donde la Mastia tartésica pudo evolucionar hacia un centro de poder que los cartagineses no hicieron más que consolidar.
Por tanto, este texto conecta con Tartessos no porque Cartagena formara parte del núcleo original del reino tartésico del suroeste, sino porque muestra cómo su legado urbano, minero y comercial se extendió hacia el sureste peninsular, donde ciudades como Mastia mantuvieron su importancia estratégica y cultural hasta ser absorbidas por nuevos poderes coloniales como Cartago y Roma.
- Schulten, Adolf (2006) [1924]. Tartessos: contribución a la historia más antigua de Occidente. Sevilla: Editorial Renacimiento. ISBN 84-8472-240-6.
- Suárez Fernández, Luis; Bendala Galán, Manuel (1987). Historia general de España y América. De la protohistoria a la conquista romana. Madrid: Ediciones Rialp. ISBN 84-321-2096-0.
La civilización tartésica se presenta como una de las culturas más enigmáticas, influyentes y complejas de la protohistoria de la península ibérica. Su desarrollo se produjo en el suroeste peninsular, principalmente en las actuales provincias de Huelva, Sevilla, Cádiz y parte de Badajoz, en un espacio geográfico privilegiado por su fertilidad, su riqueza mineral —especialmente en metales como el oro, la plata y el cobre— y su proximidad al Atlántico y al Mediterráneo. Esta situación estratégica convirtió a Tartessos en un cruce de caminos entre las culturas indígenas y los pueblos colonizadores del Mediterráneo oriental.
Surgida a partir de la evolución de las culturas del Bronce Final del suroeste, Tartessos se transformó en una sociedad jerarquizada, centralizada y próspera a partir del siglo IX a. C., desarrollando núcleos urbanos importantes, centros de poder aristocrático, arquitectura monumental y una cultura material refinada, en la que destacan las orfebrerías, las cerámicas pintadas, los exvotos y los bronces votivos. El periodo de mayor esplendor coincide con la Edad del Hierro I, especialmente entre los siglos VIII y VI a. C., cuando Tartessos entra en contacto directo con navegantes y comerciantes fenicios, griegos y posiblemente etruscos, cuyas influencias provocan un proceso de orientalización profunda que se refleja en las costumbres funerarias, los estilos artísticos, las técnicas metalúrgicas y la escritura.
Los fenicios, llegados desde Tiro y asentados en enclaves como Gadir (Cádiz), desempeñaron un papel clave en la transformación de Tartessos. No solo introdujeron nuevos cultos, como los de Astarté, Baal o Melkart, sino también técnicas económicas, alfabéticas y políticas que permitieron a las élites locales consolidar su autoridad y controlar los intercambios a gran escala. A través de estos vínculos se construyeron redes comerciales que conectaron el Atlántico con el Mediterráneo, llevando materias primas hacia Oriente y productos manufacturados hacia Occidente.
Por su parte, los griegos foceos, especialmente activos en el siglo VI a. C., también establecieron relaciones con Tartessos, como lo demuestra el testimonio de Heródoto sobre el rey Argantonio, quien acogió a los griegos y les ofreció ayuda. Estos contactos griegos aportaron nuevas ideas artísticas y literarias, y seguramente también una visión distinta del orden político y de la organización social. En menor medida, también se han propuesto vínculos con los etruscos, quienes compartieron intereses en el comercio de metales y pudieron coincidir con Tartessos en las rutas occidentales del Mediterráneo central.
En el interior de la península, Tartessos mantuvo relaciones de intercambio y contacto con otros pueblos protohistóricos, como los celtas y celtíberos de la meseta, los iberos de Levante o los conios y túrdulos del suroeste. Estos contactos, aunque menos documentados, son esenciales para comprender la difusión de productos tartésicos, el impacto cultural del modelo aristocrático y el tránsito de ideas entre las diferentes regiones peninsulares.
El declive de Tartessos, que se produce a lo largo del siglo VI a. C., sigue siendo un misterio. Se ha propuesto la hipótesis de una crisis política interna, un colapso del modelo económico basado en el control de los recursos mineros, o incluso la irrupción violenta de potencias coloniales como los cartagineses, que habrían roto los equilibrios comerciales establecidos. Lo cierto es que tras la muerte de Argantonio, Tartessos desaparece de las fuentes escritas, y muchos de sus principales enclaves dejan de mostrar signos de actividad.
Sin embargo, su legado no se extinguió, sino que pervivió en los pueblos turdetanos, considerados herederos culturales y geográficos de Tartessos. Los turdetanos ocuparon los mismos territorios, conservaron usos lingüísticos, prácticas religiosas y estructuras sociales heredadas, y mantuvieron una organización más urbana, como lo atestiguan ciudades como Carmona, Osuna o Itálica. Estrabón habla de ellos como el pueblo más culto de Hispania, con leyes escritas, tradiciones históricas y un alto grado de desarrollo, lo que indica que Tartessos, aunque políticamente desaparecido, sobrevivió en forma de civilización latente transformada.
Tartessos no fue un imperio ni una ciudad-estado al estilo oriental, pero sí fue una civilización con identidad propia, puente entre Europa y el Mediterráneo, entre lo indígena y lo colonial, entre el mito y la historia. Su influjo se extendió durante siglos por los campos de la religión, la tecnología, la escritura, el urbanismo y la ideología del poder. Su nombre resonó en las páginas de Heródoto, en los cantos de los navegantes semitas y, posiblemente, en los ecos bíblicos de Tarsis. Y aunque la arqueología aún no ha revelado su capital definitiva, Tartessos permanece como uno de los capítulos más fascinantes y evocadores del pasado peninsular, una civilización que supo nacer en la confluencia de mundos y que dejó una huella duradera más allá de su ocaso.
Enlaces externos:
- Ora Maritima de Avieno (en castellano)
- Rufus Festus Avienus Ora Maritima de Avieno (en latín)
- Los Mastienos
- Mastia poderosa
Notas y referencias
- FUNDEU (7 de marzo de 2023). «Tartesia, mejor que Tartessos». Consultado el 21 de abril de 2023.
- 20minutos (19 de abril de 2023). «Tartessos, el misterioso pueblo que habitó el sur de la Península y que se va desvelando lentamente frente a los falsos mitos». www.20minutos.es – Últimas Noticias. Consultado el 8 de agosto de 2024.
- Nuño, Ada (20 de abril de 2023). «Pero… ¿qué era Tartessos y dónde estaba? El impresionante pueblo donde han encontrado las máscaras». elconfidencial.com. Consultado el 8 de agosto de 2024.
- «Clutura en Andalucía. ORA MARÍTIMA de Rufus Festus AVIENUS (Versión en castellano)». www.culturandalucia.com. Consultado el 29 de junio de 2022.
- Ruiz Mata, 2023, p. 182.
- Aunión, Juan Antonio (9 de junio de 2017). «Tartesos trata de sobrevivir a sus mitos». El País. Consultado el 5 de septiembre de 2017.
- Fullola Pericot, Josep María; Gurt, Josep María (1992). La prehistoria del hombre 1. Barcelona: Salvat. p. 89. ISBN 9788480310123.
- Koch, John T. (2013). Tartessian. Celtic in the South-west at the Dawn of History (en inglés). Celtic Studies Publications. p. 332. ISBN 9781891271199.
- Renfrew, Colin (26 de enero de 1990). Archaeology and Language: The Puzzle of Indo-European Origins. Londres: CUP Archive. p. 346. ISBN 9780521386753.
- Eiroa García, 2010, p. 882-887
- Eiroa García, 2010, p. 945-946.
- Eiroa García, 2010, p. 951.
- Aubet Semmier, 2009, p. 247.
- Díaz, Jero (14 de noviembre de 2016). «Una excavación arqueológica en Badajoz prevé sacar a la luz el mayor yacimiento de Tartessos». Radio Televisión Española. Consultado el 20 de febrero de 2017.
- Wagner, Carlos G. (2012). «Tartessos y el Orientalizante Peninsular». E-Prints Complutense (Madrid: Universidad Complutense de Madrid): 8-22.
- Barja, Sonia (8 de mayo de 2012). «Cronología de Tartessos en relación al mediterráneo y entorno». Historia y Arqueología. Archivado desde el original el 21 de marzo de 2016. Consultado el 21 de marzo de 2016.
- Aubet Semmier, 2009, p. 294-295.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 129-140.
- Almagro-Gorbea, Martín (2010). «LA COLONIZACIÓN TARTÉSICA: TOPONIMIA Y ARQUEOLOGÍA». Palaeohispanica. Consultado el 27 de noviembre de 2019.
- Aubet Semmier, 2009, p. 242-245.
- Aubet Semmier, 2009, p. 180-183.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 10.
- Alvar, Jaime (1989). «Tartessos-ciudad = Cádiz. Apuntes para una posible identlficación». Gerión. Revista de Historia Antigua (Universidad Complutense de Madrid): 295-305. ISSN 1698-2444.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 14-22.
- «La pieza del mes 2014. «La estela tartesia de Villamanrique de la Condesa»». Junta de Andalucía. Consultado el 15 de mayo de 2024.
- «Ficha Completa». Gobierno de España. Consultado el 15 de mayo de 2024.
- «INSCRIPCION TARTESIA HALLADA EN VILLAMANRIQUE DE LA CONDESA (SEVILLA)». Universidad de Sevilla. Consultado el 15 de mayo de 2024.
- Martín de la Torre, Antonio (1940). Tartessos (geografía histórica del SO. de España). Sevilla: Imp. José Zambrano.
- Pemán, César (1941). «El pasaje tartésico de Avieno a la luz de las últimas investigaciones científicas». Hispania (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas) 2: 124-125.
- Aunión, Juan Antonio (6 de mayo de 2007). «La huella de Tartessos conduce a Doñana». El País. Consultado el 6 de septiembre de 2017.
- Hiraldo Cano, Fernando; Ramo Herrera, Cristina; Astasio López, Rocío; Bravo Utrera, Miguel Ángel; Máñez, Manuel (febrero de 2008). «Resultados de la investigación en el espacio natural de Doñana 2007». CSIC (Sevilla). Consultado el 6 de septiembre de 2017.
- Hiraldo Cano, Fernando; Janss, Guyonne; Arrizabalaga Arrizabalaga, Begoña; Astasio López, Rocío; Rodríguez Moreno, Rosa; Bravo Utrera, Miguel Ángel; Ramo Herrera, Cristina (febrero de 2009). «Resultados de la investigación en el espacio natural de Doñana 2008». CSIC (Sevilla). Consultado el 6 de septiembre de 2017.
- Porlan Villaescusa, Alberto (2015). «Tartessos. Un nuevo paradigma». Sevilla (Libros de la Herida). pp. 13-165. ISBN 978-84-942024-5-2.
- José María Blázquez Martínez (1983). «Gerión y otros mitos griegos en Occidente». Gerión (1): 21-38. ISSN 0213-0181.
- Ruiz Mata, 2023, p. 207.
- Fernando Gascó La Calle (1986). «Gargoris y Habis: la leyenda de los orígenes de Tartesos». Revista de estudios andaluces (7): 127-146. ISSN 0212-8594.
- Ruiz Mata, 2023, p. 651.
- Ruiz Mata, 2023, p. 116.
- Ruiz Mata, 2023, p. 652.
- Arcadio del Castillo Álvarez (2003). «Tarsis en la Estela de Nora: ¿un topónimo de occidente?». Sefarad: Revista de Estudios Hebraicos y Sefardíes (1): 3-32. ISSN 0037-0894.
- Ruiz Mata, 2023, p. 75.
- Fernando Gascó La Calle (1987). «¿Curetes o cunetes? Justino XLIV, 4,1». Gerión (5): 183-194. ISSN 0213-0181.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 52-55.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 141-150
- Aubet Semmier, 2009, p. 246.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 150-159.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 165-178
- Aunión, Juan Antonio (24 de octubre de 2016). «Un gran edificio de hace 2.500 años abre los secretos de la cultura tartésica». El País (Madrid). Consultado el 6 de septiembre de 2017.
- «Hallan en Extremadura las primeras representaciones humanas de Tartessos».
- Maluquer de Motes, 1990, p. 179-186.
- Aubet Semmier, 2009, p. 248.
- Maluquer de Motes, 1990, p. 187-205.
- Aubet Semmier, 2009, p. 250.
- Heródoto (1533). Historias. I, 163.
- Heródoto (1533). Historias. IV, 152.
- Pausanias. Descripción de Grecia. 6, 19, 2.
- Polibio. Historias de Polibio. III, 24, 1.
- Estrabón. Geografía. III, 2, 11.
- DÍAZ-MONTEXANO, G. «Tartessos. Hallando la Metrópolis: Un mapa griego bizantino de origen clásico ofrece el punto exacto de su localización (Volume 3)». Scientific Atlantology International Society (SAIS), 2012. ISBN: 1479221678.
- Pellicer de Ossau i Tovar, José (1673). Aparato a la monarchia antigua de las Españas en los tres tiempos del mundo, el adelon, el mithico y el historico 1. Benito Macè. p. 336.
- Blázquez, José María (2005). «Fuentes griegas y romanas referentes a Tartessos». Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (Alicante).
Tartessos- La March
Fundación Juan March. 530 K suscriptores
El arqueólogo y director del Instituto de Arqueología-Mérida del CSIC Sebastián Celestino presenta un recorrido historiográfico por Tarteso, partiendo de los estudios filológicos y prestando especial atención a las investigaciones arqueológicas, realizadas a partir de los años cincuenta. Los restos tartésicos encontrados –donde destacan las necrópolis y los santuarios– permiten conocer la organización social de esta cultura, mezcla de las raíces indígenas y las influencias orientales, que habría de desplazarse desde su núcleo situado en el valle del Guadalquivir hacia el valle del Guadiana, como resultado de la crisis sufrida a mediados del siglo VI a.C; en esta última localización se encuentran los recientes trabajos en el yacimiento de «Casas del Turuñuelo» (Badajoz).
Tartessos: Principales hitos Arqueológicos
Fundación Palarq. 214 K suscriptores
52.826 visualizaciones 18 ago 2021¿A qué nos referimos al hablar de la civilización de Tartessos? ¿Dónde vivieron? ¿Cuáles son los principales yacimientos y hallazgos arqueológicos de esta cultura?
Desde ayer está disponible online el primer capítulo de la miniserie «Tartessos, un reino entre dos mares», que desarrolla los temas de nuestra «Tierra de Atlantes» con más extensión, como Huelva, Sevilla y Badajoz. Esta tarde nuevo episodio: «Un feliz encuentro entre Oriente y Occidente» para seguir profundizando en este viaje a la Protohistoria de la Península Ibérica.
https://www.canalsurmas.es/videos/category/28208-tartessos-un-reino-entre-dos-mares