LA SEPARACIÓN DE LOS CRISTIANOS DE OCCIDENTE Y ORIENTE: ANTECEDENTES DEL CISMA DE 1054
«La palabra ‘cisma’ significa ‘separación’. El Cisma de Oriente y Occidente, también conocido como el Gran Cisma, es, pues, la separación del papa y la cristiandad de Occidente, de la cristiandad de Oriente y sus patriarcas, en especial, del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. El distanciamiento entre ambas Iglesias comienza a gestarse desde el momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide trasladar, en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395) el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido emperador de Occidente, y Arcadio, de Oriente; deja notarse a partir de la caída del Imperio occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476; se agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también patriarca de Constantinopla.
Causas del Cisma
En tres grupos pueden clasificarse las principales causas que motivaron el Cisma:
1. De tipo étnico: La natural antipatía y aversión entre asiáticos y europeos, unidas al desprecio que en esta época sintieron los cristianos orientales hacia los latinos, a quienes consideraban contagiados de barbarie a causa de las invasiones germánicas.
2. De tipo religioso: Las variaciones que, con el paso del tiempo, fueron imponiéndose en las prácticas litúrgicas, dando lugar al uso de calendarios y santorales distintos; las continuas disputas sobre las jurisdicciones episcopales y patriarcales que se originaron a partir de dividirse en dos el Imperio; la opinión extendida por todo el Oriente de que, al ser trasladada la capital del Imperio de Roma a Constantinopla, se había trasladado igualmente la Sede del Primado de la Iglesia universal; las pretensiones de autoridad por parte de los patriarcas de Constantinopla, que utilizaron el título de ‘Ecuménicos’ a pesar de la oposición de los papas, que reclamaban para sí, como obispos de Roma, la suprema autoridad sobre toda la cristiandad; la negativa de los patriarcas de Oriente a reconocer esa autoridad sobre la base de la Sagrada Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras, alegando que el obispo de Roma sólo podía pretender ser “primus inter pares” (un primero entre sus iguales); y la intromisión de los emperadores en asuntos eclesiásticos, creyéndose pontífices y reyes, y pretendiendo decidir ellos solos los graves problemas de la Iglesia.
3. De tipo político: El apoyo que buscaron los papas en los reyes francos y la restauración en Carlomagno del Imperio de Occidente (s. IX) mermaron prestigio a los emperadores de Oriente, que tenían pretensiones a la reunificación del antiguo Imperio romano.
A estas causas de carácter general pueden añadirse los cargos —en realidad, pretextos— que los patriarcas Focio y Cerulario imputaron a la Iglesia de Roma, y que pueden resumirse en los cuatro siguientes: Que los papas no consideraban válido el sacramento de la confirmación administrado por un sacerdote; que los clérigos latinos se rapaban la barba y practicaban el celibato obligatorio; que los sacerdotes de la Iglesia Romana usaban pan ácimo en la Santa Misa, práctica considerada en Oriente una herejía de influencia judaica; y, en fin, que los papas habían introducido en el credo la afirmación de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (“Credo in Spiritum Sanctum qui ex Patre Filioque procedit”), en contra de lo que sostenían los patriarcas orientales, que no reconocían esta última procedencia.
Estos cargos, que hubiesen podido solucionarse con la convocatoria de un concilio, produjeron la separación definitiva, si no hubiesen prevalecido razones espurias a la esencia misma de la religión.»
Fuente: José Antonio Molero. El cisma de Oriente y Occidente. Una introducción. GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VI. Número 51. Septiembre-Octubre 2007 recuperado de https://gibralfaro.uma.es/historia/pag_1404.htm