La ética de Aristóteles, desarrollada principalmente en su obra «Ética a Nicómaco», se centra en la búsqueda de la felicidad (eudaimonía) como el fin último de la vida humana. Para Aristóteles, la felicidad es el objetivo más elevado y el propósito último de la vida humana. No se refiere a la felicidad como un estado pasajero de placer, sino como una vida completa y realizada.
La virtud (areté) es esencial para alcanzar la felicidad. Aristóteles distingue entre virtudes éticas, relacionadas con el carácter y las emociones, y virtudes dianoéticas, relacionadas con el intelecto y el razonamiento. La virtud ética consiste en encontrar un equilibrio entre dos extremos viciosos, el exceso y el defecto. Por ejemplo, la valentía es un punto medio entre la temeridad y la cobardía.
La vida buena requiere el uso de la razón, que es lo que distingue a los humanos de los animales. La contemplación y el ejercicio del intelecto son actividades supremas. Además, la ética de Aristóteles no es individualista. Considera que el ser humano es un «animal político» que encuentra su realización plena dentro de una comunidad.
Las virtudes no son innatas; se desarrollan a través de la educación y la práctica constante. La repetición de actos virtuosos forma un carácter virtuoso. La ética de Aristóteles propone que la vida buena y feliz se logra mediante la práctica de la virtud, el equilibrio, el uso de la razón y la participación activa en la comunidad.
Aristóteles argumentó que una capacidad, como ser músico, podría adquirirse (la potencia se actualiza) mediante el aprendizaje. Un joven flautista cabalga sobre un delfín. Estamno de figuras rojas, 360-340 a.C. Procedencia : Etruria