La significación práctica principal de la Filosofía, la que justifica la conveniencia de su cultivo como institución académica, no debe buscarse, ni en su influencia en las ciencias positivas, ni en la perspectiva que pueda abrir o cerrar a la novela, ni siquiera en las directrices a los programas políticos, sino, sobre todo, en la influencia directa de la Filosofía institucional en la edificación misma de la conciencia individual, que, a su vez, es una categoría política de primer orden de nuestra cultura. La Filosofía se nos revela así como uno de los componentes imprescindibles en la instauración de la paideia: tal es la herencia socrática. La Filosofía académica tiene, entonces, una función eminentemente pedagógica, pero en el sentido más profundo de esa palabra, en el sentido en que la Pedagogía es una parte de la Política. Es imposible una educación general al margen de la disciplina filosófica.
El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Gustavo Bueno.
La filosofía ha sido, desde su nacimiento en la Grecia antigua, una disciplina que se ha constituido como el campo de conocimiento que trata de los problemas más fundamentales y universales que afectan a la humanidad. Sin embargo, a lo largo de los siglos, su papel en el conjunto del saber ha sido objeto de múltiples interpretaciones y, sobre todo, de una serie de disputas sobre su estatus dentro de las ciencias, las humanidades y el resto de los campos del conocimiento. El enfoque que a continuación se presenta parte de una concepción materialista y dialéctica del saber, entendiendo que la filosofía no es una disciplina autónoma ni desinteresada, sino que forma parte de un sistema complejo y multifacético de saberes que interactúan entre sí.
La cuestión central que se plantea es la relación entre la filosofía y las demás ciencias. Tradicionalmente, la filosofía se ha visto como la «madre de todas las ciencias». Esta afirmación, que podría considerarse una forma de homenaje a la posición inicial de la filosofía en la historia del pensamiento, ha sido puesta en cuestión por muchas de las ciencias modernas, que se consideran completamente autónomas y alejadas de la reflexión filosófica. Los científicos suelen reducir la filosofía a un conjunto de ideas abstractas y alejadas de la investigación empírica. Pero esta visión de la filosofía como un saber estéril y desconectado de la práctica científica es, a mi juicio, un error. La filosofía debe entenderse como un saber que estructura, organiza y critica las condiciones mismas del conocimiento en su totalidad.
La filosofía, en efecto, no debe ser considerada como un conocimiento aislado, sino como una reflexión crítica y estructurante del saber. Mientras que las ciencias particulares investigan realidades específicas y desarrollan teorías y modelos que explican fenómenos particulares, la filosofía se ocupa de la articulación global de estos saberes. La filosofía, por tanto, no solo proporciona las bases ontológicas, epistemológicas y metodológicas que permiten a las ciencias particularizar sus objetos de estudio, sino que también realiza una función crítica sobre los presupuestos, las implicaciones y las prescripciones de dichos saberes. La tarea de la filosofía es, en este sentido, la de reflexionar sobre las ciencias, cuestionar sus fundamentos y, si es necesario, transformarlos. En lugar de ver a la filosofía como un saber que se sitúa «por encima» de las ciencias, debemos concebirla como el saber que está encargado de garantizar la coherencia y la unidad del sistema global del conocimiento.
Es cierto que la filosofía, desde el punto de vista histórico, ha tenido diferentes funciones. En la Antigüedad, por ejemplo, la filosofía fue tanto una reflexión crítica sobre la realidad y la experiencia como una disciplina que abarcaba todo el saber, desde la ética y la política hasta la física y la metafísica. Sin embargo, con la modernidad y la especialización de los saberes, la filosofía se fue distanciando de las ciencias particulares. Pero este distanciamiento no debe interpretarse como una superación de la filosofía, sino más bien como un cambio en su función: la filosofía deja de ser la ciencia del todo para convertirse en la reflexión crítica sobre las ciencias particulares. En este sentido, la función de la filosofía no es la de sustituir o reemplazar las ciencias, sino la de ocuparse de la fundamentación y crítica de los propios modos de saber de las ciencias.
Uno de los problemas más importantes que la filosofía debe abordar es la relación entre el saber científico y el saber común, es decir, el saber que poseemos cotidianamente sobre el mundo. Si bien la ciencia proporciona un conocimiento especializado y sistemático, el conocimiento común no es menos importante. En la vida cotidiana, los seres humanos emplean su razón y su experiencia para comprender el mundo y actuar sobre él. Sin embargo, el conocimiento cotidiano suele ser parcial y está plagado de prejuicios. La tarea de la filosofía, entonces, no es la de descalificar el saber común, sino la de clarificarlo, sistematizarlo y, en última instancia, elevarlo a un saber más riguroso. En este sentido, la filosofía desempeña una función educativa y liberadora, al permitir que el individuo salga de las limitaciones del saber no problematizado hacia una comprensión más profunda y crítica de la realidad.
Este papel crítico y estructurante de la filosofía se encuentra también en la forma en que aborda los problemas fundamentales del ser humano: la ética, la política, la metafísica y la epistemología. A través de estas disciplinas, la filosofía no solo se ocupa de la reflexión abstracta, sino que también trata de ofrecer respuestas a las cuestiones más urgentes y significativas de la vida humana. La ética filosófica, por ejemplo, no se limita a la construcción de teorías sobre lo que es el bien, sino que está comprometida con la acción, con la mejora de las condiciones materiales y espirituales del ser humano. De manera similar, la filosofía política no solo se ocupa de teorías abstractas sobre el poder y el Estado, sino que trata de comprender y transformar las realidades concretas de la dominación y la libertad en la sociedad.
La filosofía, en este sentido, no es una actividad puramente especulativa, sino un saber práctico que, lejos de alejarse de la realidad concreta, la enfrenta y la interpreta desde una perspectiva crítica. A diferencia de las ciencias empíricas, que buscan conocimientos parciales y específicos, la filosofía aspira a una comprensión totalizadora que no reduce el mundo a sus partes, sino que lo contempla como un sistema complejo en el que las distintas disciplinas del saber tienen una función específica. La filosofía debe ser, en consecuencia, la disciplina que se ocupa de las relaciones entre las ciencias, de los límites y las implicaciones de sus teorías, y de la integración de los distintos tipos de conocimiento en un todo coherente.
Conclusión
La filosofía no es ni debe ser una actividad marginal, ni un saber que se limite a las reflexiones abstractas e irrelevantes. Es una actividad fundamental para comprender y estructurar el conjunto del saber humano. La filosofía es el campo de conocimiento que debe encargarse de la reflexión crítica, de la integración de los saberes y de la fundamentación de las ciencias particulares. Su tarea es la de garantizar la coherencia y la unidad del conocimiento, al mismo tiempo que cuestiona y transforma las bases mismas de ese conocimiento. En definitiva, el papel de la filosofía en el conjunto del saber es el de un saber estructurante y crítico, que debe trascender las ciencias particulares para ofrecer una visión global y unificada de la realidad.