LOS ÚTILES USADOS EN EL SCRIPTORIUM MEDIEVAL
Dentro de los útiles propios de un scriptorium, hemos de tener en cuenta dos grupos: el mobiliario y los útiles para la ejecución del manuscrito, es decir, materias escriptorias e instrumentos.
Acerca del primero, nuestra fundamental fuente de información proviene de las obras escultóricas y pictóricas coetáneas y muy especialmente de las ilustraciones historiadas de los propias manuscritos.
Dos son los muebles indispensables para llevar a cabo la labor de copia: un asiento para el escriba y una superficie plana sobre la que disponer el material que ha de recibir la escritura, en el caso de que se trate de un material flexible, como el pergamino, y que en cambio puede obviarse si el escriba utiliza como elemento sustentante las tablillas enceradas.
Las imágenes nos han trasmitido dos tipos de asientos. El más simple, un escabel sin respaldo alguno y de escasa altura sobre el suelo. El otro, más complejo, la cátedra que añade al simple asiento un respaldo alto, en el que el escriba puede descansar, aunque sea esporádicamente, su espalda, y unos laterales sobre los que apoyar los brazos. La superficie plana puede ser desde una sencilla tabla, que el copista apoya sobre sus rodillas o que se encaja en los extremos de los brazos de la cátedra, hasta un atril o ambón que se sitúa frente al asiento del escriba y que en algunos casos llega a formar con el mismo una única obra de carpintería, el pupitre; o también una mesa plana, a la que la persona que escribe aproxima su asiento.
En algunas ocasiones, aneja al asiento o al pupitre se sitúa una pequeña biblioteca, en la que el copista ubica un reducido número de códices, obras de consulta obligada para su trabajo o de apoyo, como glosarios y gramáticas.
Como materia escriptoria, el monje medieval utiliza fundamentalmente el pergamino, que obtiene de los animales que conforman los rebaños propiedad del monasterio, que en otros casos adquiere de artesanos laicos, ajenos a la canlunidad, y que en algunas ocasiones se ve obligado a obtener reutilizando pergamino ya escrito, dando lugar a los denominados códices palimsestos.
Tres tipos de ganado surten básicamente de material a los monjes o a los artesanos laicos «pergamineros»: ovino, caprino y vacuno, cada uno de ellos con características diferenciales de tal manera que la utilización de uno u otro por los diferentes monasterios o en determinadas áreas geográficas han permitido en no pacas ocasiones establecer el origen de un manuscrito concreto.
La transformación de la piel de un animal en pergamino requiere todo un ciclo de labores mecánicas de las que las imágenes coetáneas suelen transmitirnos sólo la última, cuando una vez lavada con productos cáusticos y aligerada de sus mayores impurezas, como son pelo, grasa y tendones, el artesano procede a terminar de igualar su superficie con la ayuda de una ancha cuchilla, manteniendo la piel tensada en un bastidor de madera , el mismo que se ha empleado para secarla. Y es esa piel completa, una vez definitivamente limpia y seca, la que será llevada al scriptorium . La tarea de convertir una piel en pergamino es dura y delicada, de ahí que no ha de extrañarnos que un escriba de finales del siglo XI incluya en la dedicatoria final del códice que acaba de concluir, el nombre de la persona que le proporcionara el preciado material:
Suscipe Sancta Trinitas oblationem huius codicis quem ego peccator Goderannus scribendo el frater Cuno pergamenam suministrando tuae delegavimus servituti.
Pero en las épocas de mayor penuria económica , fundamentalmente en los siglos VII y VIII, muchos monasterios se vieron obligados a reutilizar pergamino procedente de códices que hubieron de ser sacrificados para poder llevar a cabo la copia de otros de mayor utilidad para la vida monástica . Dos fueron los procedimientos empleados para borrar la escritura «inútil », el raspado de la misma con finas raederas, procedimiento aplicado fundamentalmente por los monasterios irlandeses y que condena a la desaparición absoluta al texto borrado o el lavado con diversas sustancias, método que ha permitido con el paso del tiempo recuperar la scriptura inferior, bien porque el color de su tinta se ha reavivado y es legible a simple vista , bien porque la aplicación de distintos medios físicos lo hace posible. La recuperación de la scriptura inferior de códices palimsestos ha sido de excepcional importancia para el establecimiento de la tradición manuscrita de los autores clásicos.
Y, aunque con menos presencia , no debemos de olvidar la utilización de las tablillas enceradas en la génesis del libro medieval. Más de un monje escriba hubo de emplearlas para anotar textos que le eran dictados por otro monje, o para redactar el borrador de una obra propia y, posteriormente, sobre los textos vertidos en ellas rápida y desaliñadamente , otro escriba, trallado en el menester de copiar libros, vertía el texto a su forma escrituraria definitiva en una o más piezas de pergamino , que pasarían a formar parte o a constituir por sí mismas un códice.
Material imprescindible es también la tinta, con la que se traza la escritura sobre el pergamino ya preparado. Tinta que es, fundamentalmente, de color negro, tomado este color en sentido muy amplio, ya que en la Edad Media, debido a los diversos componentes que se utilizaron para su obtención , la tinta negra oscilará en su tonalidad desde un color ligeramente rosado hasta tintes amarronados o verdosos. Unas se obtienen a partir de componentes vegetales, como la nuez de Galia, o las cortezas de espino albar o ciruelo pruno; otras a partir de hollín mezclado con cola. Son muchas las recetas de tinta conocidas y, como ya indiqué, muy diversa su tonalidad y consistencia.
Aparte de la básica tinta negra, en los manuscritos medievales se utilizan, como elemento decorativo funcional, tintas de colores, fundamentalmente roja -minium- reservada a los inicios de capítulo, que de ella recibieron el nombre de rúbricas y que da asimismo base a la denominación de miniatura aplicada en general a la decoración de manuscritos. Se emplean también, aunque en menor medida, tinta de color verde o azul y, en ocasiones, en manuscritos de lujo o en iniciales ornadas, oro y plata diluidos.
Como instrumentos para practicar la escritura, dos son los que, por lo general, aparecen reflejados en manos de los escribas medievales: la pluma de ave y el cuchillo (fig. 3).
La pluma es el instrumento gráfico por excelencia en la Edad Media. Aunque aún sigue en algunos casos vigente el uso del cálamo, «caña tallada que se introduce en la tinta para escribir», según rezan las Ethymologias isidorianas, es la pluma de ave, cuyo uso está ya atestiguado en el siglo V, la que va a predominar como instrumento escriptorio.
Trátase, por lo general, de una pluma de oca, más concretamente de la primera pluma remera del ala izquierda, ya que su curvatura natural la hace fácilmente adaptable a la falange del dedo medio de la mano derecha de una persona. Y de nuevo, al igual que en el caso del pergamino, son los animales criados en las dependencias monásticas los que va a suministrar el material necesario para el trabajo en el scriptorium. La pluma debía de ser secada y endurecida al fuego antes de practicarle con un pequeño cuchillo, el scalpium, una hendidura, cuya anchura y dirección van a determinar el grosor y al trazado, filiforme o despiezado, de la escritura con ella practicada. Aparte de la ya citada primera pluma, la más apta, eran también utilizables las cinco primeras plumas de cada ala, de manera que un animal podía proporcionar como máximo diez plumas. Es, de todas maneras, un material rápidamente deteriorable , hecho fácil de constatar si observamos cómo en un mismo manuscrito la escritura practicada por una misma mano va perdiendo calidad según avanza la copia del texto, calidad que recupera inmediatamente en el momento en el que el escriba sustituye el instrumento deteriorado por otro nuevo.
El otro instrumento siempre presente es el pequeño cuchillo curvado que, teniendo como utilidad principal el tallado de las plumas y el raspado de incorrecciones gráficas, sirve, en una segunda utilidad, y así se le representa, como peso que mantiene en su lugar la hoja de pergamino opuesta a la que recibe la escritura , evitando así que, por la curvatura consustancial a toda piel, voltee hacia la mano del copista, dificultando su labor.
Otros instrumentos necesarios al copista o relacionados con la correcta copia de manuscritos son, tal y como los enumera Guigues, un tintero, utensilio que muy frecuentemente está constituido por un cuerno de vacuno ; yeso, piedra pómez, utilizados para pulir las últimas pequeñas impurezas y desigualdades de la piel; raspadores, para borrar y enmendar los errores de copia; un punzón basto, otro más fino , mina de plomo y una regla , todo ello para pautar el espacio destinado a recibir la escritura . Todos estos instrumentos tenían, por lo general, cabida en la mesa-escritorio sobre la que trabajaba el copista, o, en otras ocasiones, cuando era posible, estaban unidos a alguna de las piezas de su vestimenta.
Un último instrumento , el estilo o graphium, de metal, hueso o marfil, con un extremo puntiagudo y el otro enanchado, formando una pequeña espátula, era utilizado por los amanuenses para practicar la escritura sobre tablillas enceradas, y, otras veces sustituía al punzón en el pautado de las páginas.
San Jerónimo en el scriptorium
Master of Parral