BIBLIOTECA GONZALO DE BERCEO
SANTIAGO Y LA EUROPEACIÓN DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
El mismo Sánchez Albornoz (1977) confiesa que no sabemos nada seguro sobre el origen del culto a Santiago. Pero lo que no se puede negar es que entre el comienzo del culto jacobeo y la figura del apóstol como jinete celestial a lomos de un caballo blanco cortando cabezas sarracenas transcurren cerca de tres siglos. Además, el relato de la «milagrosa» batalla de Clavijo es una torpe falsificación datada en la segunda mitad del siglo XII.
Por otra parte, aunque el beato de Liébana cita a Santiago como «cabeza refulgente y dorada de España» en un antifonario fechado en 672 -que, por cierto, serviría luego como modelo del gran Antifonario de León del siglo X- no incluye ninguna festividad dedicada al apóstol, omisión inexplicable si los peninsulares hubieran creído en su predicación. En este último caso, Santiago habría sido celebrado por la Iglesia y su festividad figuraría en nuestra liturgia primitiva.
¿Por qué, entonces, se creó la leyenda? A primera vista, cabe pensar que algo tuvo que ver la Reconquista. Sánchez Albornoz (1977 sugiere una idea bastante plausible basada en la concepción vasallática de la relación del cristiano con la divinidad. Importaba tener un patrono celestial que, como el señor con el rey, pudiera vincularle con Dios y así disponer de un valedor del mismo modo que el dominus terrenal le protegía de tejas para abajo. Esta idea de protección y servicio iba a arraigar en el sentimiento popular de los españoles e iba a ser fecundo en el conjunto de las concepciones religiosas hispánicas. Y nuestro Gonzalo de Berceo en los «Milagros de Nuestra Señora» nos habla muchas veces del servicio vasallático del pecador y de la señorial protección de la Madre de Dios. Para Berceo y para el resto de los castellanos, la amistad o el vasallaje a la Virgen o a algún santo eran prenda segura de protección a cargo de un patrono/a ultraterreno/a. Con una curiosa lógica, inequívocamente celtibérica, no se permitía invocar el auxilio de potencias celestiales en las luchas contra «hermanos en Cristo», pero era casi obligado cuando nuestros enemigos fueran infieles. De ahí la legendaria batalla de Clavijo, antes aludida, en la que, según la leyenda, Santiago luchó al frente de sus vasallos terrenales de Castilla y León, mostrando una rara habilidad para descabezar disidentes.
El mismo Berceo, en su «Vida de San Millán» nos cuenta la doble promesa de los votos a Santiago por Ramiro II y a San Millán por Fernán González y después refiere la milagrosa intervención de ambos santos protectores en ayuda de sus vasallos:
«Nou quisieron ambaldi la soldada levar
Primero la quisieron mereçer e sudar
Tales sennores son de servir e ourrar.»
(«No quisieron recibir el sueldo sin merecerlo y trabajarlo primero. Tal clase de señores son dignos de servir y honrar.»)
A pesar de que la presencia física del apóstol no ha podido demostrarse hasta hoy, el tan aludido Sánchez Albornoz (1977) afirma que su leyenda ha dejado huellas imborrables en nuestra historia, entre las que destacan dos:
– Durante varios siglos ha actuado como resorte y estímulo en la lucha de los cristianos contra los musulmanes.
– El camino de su nombre ha sido el vínculo mayor de la Península con la cristiandad del resto de Europa. En este sentido, nuestro patrón no solamente no cerró España, como se había pensado, sino que, gracias a Dios, la abrió.
Ribera (1959) abunda en esta misma opinión; piensa que la invención del sepulcro del apóstol en Compostela promovió un culto muy rico en energías espirituales y el camino que se creó para llegar a él iba a ser cauce de corrientes culturales y económicas de una importancia primordial para el destino de la España cristiana.
La europeización de la península, que constituye una de las características más notables de la expansión del occidente cristiano en el siglo XI, se inició con dos hechos religiosos: la reforma cluniacense y la peregrinación a Santiago. Y lo más sorprendente de todo, el objetivo de éste carece de base histórica. Se trata, como estamos viendo, de una leyenda y las leyendas son sólo eso, leyendas. Quizá convenga recordar aquí la famosa sentencia aristotélica: «Al pueblo le tiene sin cuidado saber; lo que desea es creer». Al fin y al cabo, mientras disertamos sobre un personaje, le estamos manteniendo vivo.
[…]
LA CULTURA EUROPEA ENTRA EN LA PENÍNSULA:
EL CAMINO DE SANTIAGO
AGUSTÍN RICO MANSILLA
Santiago apóstol con donante
Autor Jacomart
Santiago apóstol con donante
Hacia 1450
Óleo
Tabla
Medidas 161,5 cm x 105 cm
La obra representa al apóstol sentado en un trono ricamente decorado, siguiendo una tipología similar a la del San Martín entronizado con donante del Museo Catedralicio de Segorbe de Reixach procedente del retablo mayor de la iglesia de San Martín de la Cartuja de Valdecristo. Al ser la imagen del titular del retablo ocupaba la calle central, de ahí sus grandes dimensiones -325 x 247 cm- mucho mayores que las de la tabla de Santiago, que también era la imagen del titular del retablo. Por lo que afecta a la iconografía, existen muchas semejanzas con la producción de Reixach. La tabla de Santiago apóstol con donante se ajusta a la imagen del apóstol peregrino del que Joan Reixach dio varias versiones -de pie y no entronizadas-, con el sombrero con la venera y el bordón del que cuelga un bolso con veneras -tres en el caso de este Santiago entronizado y una en las restantes-, como también aparecen veneras en la bolsa que lleva cruzada hacia la cadera derecha, junto al bordón. Buen ejemplo de ello son dos Santiagos de Reixach, el de la iglesia parroquial de la Pobla de Vallbona -187 x 126 cm-, titular del retablo como los otros, igual que el Santiago acompañado de San Gil del Museo de Bellas Artes de Valencia -146,5 x 83,5-.
Pese a que las semejanzas compositivas con las obras de Reixach son evidentes, también lo son las diferencias que existen entre ellas. Lo que más llama la atención es la forma del trono. El de Santiago es gótico y está profusamente decorado en los brazos, incluso con formas animadas que se suman al monograma de Cristo JHS y XRS -uno en cada uno de los remates del trono- y las M repetidas en los frentes, probablemente alusivas a María. El de San Martín, en cambio, evoca el arte clásico. A lo anterior hay que sumar otros aspectos que alejan al Santiago del San Martín y de otras obras de Joan Reixach. Probablemente, una de las que más llama la atención es la forma de la barba del apóstol, muy poblada, sin partir, frente a lo que sucede con los Santiagos de mano de Reixach. Además de la manera de reproducir los rasgos -la boca, las orejas y aún las manos, más grandes que las de Reixach-, otra de las notas en que esta tabla de Santiago apóstol con donante dista más de las de Reixach es en la ausencia de oro y en la forma de representar el manto del apóstol, sin los brocados habituales de Reixach. Tampoco es igual la forma de los nimbos, más próximos a las obras que se adscriben al Maestro de Bonastre -conocido por este nombre a partir de la Transfiguración de la catedral de Valencia.
Gracias a los estudios técnicos realizados en el Museo del Prado se ha podido constatar que gran parte del dibujo subyacente, tanto del fondo -suelo, estructura, tracería y decoración del trono- como de la figura -rostro y ropaje- está inciso en la preparación. Se trata de un dibujo estudiado, sin cambios, de un pintor que parece estar muy interesado en la geometría. Las formas del trono y sus motivos decorativos, -figurados o no- son simétricos, además de originales, porque no siguen estrictamente ni las formas góticas ni las islámicas. También se conserva el punto geométrico utilizado para dibujar el nimbo. Asimismo se aprecian -aunque sean la excepción- particularmente en el lado izquierdo del manto -entre los cabellos y la barba tan singular y distinta de Reixach y otros maestros valencianos- unos trazos cruzados para el modelado (Texto extractado de Silva, P.: Informe de conservación, 2014).
(Ex-voto depicting a French soldier thanking St. James of Compostela (painted metal))
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