Mapa de la Península Ibérica y las actuales islas españolas y portuguesas mostrando la Ibería clásica según la Geografía de Estrabón (~7aec). Se ha seguido la versión con indicaciones de Antonio García y Bellido, publicado en web, corrigiendo algunos comentarios con fuentes más recientes. Los topónimos son en griego romanizado. Las fronteras provinciales son orientativas basadas en otros mapas (no las detalla el autor, que solo menciona la Baitiké); la frontera pirinaica se marca mediante los límites entre las vertientes continentales y peninsulares. Se ha corregido algunas costas para adaptarlas a las de la época (deltas de Llobregat y Besòs, delta del Ebro, marismas del Guadalquivir). Mapa en proyección cilíndrica equidistante. CC BY-SA 4.0
Cuando hace más de un siglo Ramón Menéndez Pidal comenzó su actividad intelectual, poco o nada se había hecho por incorporar al ámbito hispánico los principios teóricos y los métodos que había desarrollado la filología europea a finales del siglo xix. Cuando unos cuarenta años después la Guerra Civil interrumpió los proyectos de investigación de Menéndez Pidal y su escuela, desmantelando el Centro de Estudios Históricos y obligando a sus investigadores a la dispersión o el exilio, la filología hispánica había sido fundada y equiparada en gran medida a las filologías de otras naciones europeas.
Como toda labor fundacional, la obra de don Ramón edificó, sobre sólidas bases documentales, una interpretación de la historia de nuestra lengua que, en muchos de sus principios básicos, suele tenerse por acertada. Dos ideas fundamentales articulan esa interpretación: una es el papel preponderante del castellano en la formación del español; la otra, que el español también es el resultado de la evolución de los tres dialectos románicos centrales de la Península Ibérica, el castellano, el asturleonés y el navarroaragonés.Si bien las dos ideas fueron manejadas simultáneamente en muchas publicaciones, la primera, la del castellano como origen y base de nuestra lengua, fue la que recibió sin duda más atención y datos en su apoyo, mientras que la segunda, la de la base plural de nuestra lengua, más que argumentada y ejemplificada, fue sobre todo citada, mencionada, pero rara vez sustentada sobre bases empíricas. El resultado del doble tratamiento fue la prevalencia general de la primera en detrimento de la segunda1 .Muchas son las razones que subyacen a ese tratamiento diferenciado de las dos ideas, pero ninguna de ellas puede desligarse del tiempo que a Menéndez Pidal le tocó vivir, las ideologías y los problemas que lo rodearon, en su ejercicio político como ciudadano y en su práctica interpretativa como historiador y filólogo.La continua reivindicación del papel hegemónico de Castilla en la constitución del español, que impregna toda la obra de Pidal, responde, por un lado, al deseo restaurador de la nación española propio de la generación del 982 . Igual que Azorín o Unamuno, Menéndez Pidal atribuía a Castilla un papel dirigente entre los varios reinos hispánicos, idea que, en realidad, procedía de una visión de la historia peninsular que, con formulación pionera en la Historia de rebus Hispaniae, del navarro Rodrigo Jiménez de Rada, a mediados del siglo xiii, se extiende a través de Juan de Mariana en el siglo xvii hasta los historiadores del siglo xix3 . Por otro lado, y esta creo que era la razón determinante para Menéndez Pidal, Castilla había alcanzado ese papel rector por un factor cultural: la fuerza atrayente de su literatura. En la visión de Menéndez Pidal, el castellano es la primera lengua con una literatura propia y, además, con una literatura que nace del pueblo, propiedad de todos y de nadie: la poesía épica. Esa literatura a un tiempo tradicional y castellana ejercía tan potente atracción que hizo de la lengua que la acogía la lengua literaria por excelencia. En el castellanismo lingüístico de Menéndez Pidal se oculta, sobre todo, un castellanismo literario que nace de su visión de la poesía tradicional como única manifestación genuina del alma colectiva del pueblo español. La fuerza expansiva alcanzada por el castellano es, en la perspectiva de Menéndez Pidal, una consecuencia del carácter irresistible de su literatura.Sobre ese doble criterio, político y literario, Menéndez Pidal explicó las fronteras lingüísticas actuales de nuestra lengua a partir de la expansión medieval del reino de Castilla, luego de Castilla y León, hacia el centro y sur de la Península Ibérica, como resultado de la conquista de al-Andalus, proceso en que la unión con el reino de León, primero, y con los de Aragón y Navarra, después, habría tenido lugar a costa de las variedades lingüísticas laterales, a las que nunca concedió otro nombre que «dialectos»: el asturleonés, hablado en el antiguo reino de León, y el navarroaragonés, en los de Navarra y Aragón. La expansión política iba acompañada de la difusión de la lengua de Castilla, gracias a la atracción ejercida por su literatura. De ese modo, la literatura castellana fue arrinconando progresivamente cualquier toda otra literatura a finales de la Edad Media y la lengua fue «castellanizando» los territorios lingüísticos leoneses, navarros y aragoneses y «absorbiendo» esos «dialectos». Como vestigio de ellos, únicamente quedarían en nuestra lengua muchas voces de origen leonés, leonesismos, o navarroaragonés, aragonesismos, hoy incorporados al común acervo del español, sin que pueda muchas veces dirimirse claramente su origen.En las palabras finales de sus Orígenes del español, tan bien conocidas, Menéndez Pidal expresa por vez primera la idea de que el castellano se extendió desde Cantabria hacia el sur en la forma de una cuña invertida, hipótesis que suele conocerse como la «cuña castellana». En sus palabras: «El gran empuje que Castilla dio a la reconquista por Toledo y Andalucía y el gran desarrollo de la literatura y cultura castellanas trajeron consigo la propagación del dialecto castellano, antes poco difundido. […] La constitución de la lengua literaria española depende esencialmente de este fenómeno […]: la nota diferencial castellana obra como una cuña que, clavada en el Norte, rompe la antigua unidad de ciertos caracteres comunes románicos antes extendidos por la Península y penetra hasta Andalucía, escindiendo alguna uniformidad dialectal, descuajando los primitivos caracteres lingüísticos del Duero a Gibraltar, esto es, borrando los dialectos mozárabes y en gran parte también los leoneses y aragoneses, y ensanchando cada vez más su acción de Norte a Sur para implantar la modalidad especial lingüística nacida en el rincón cántabro» (19803 : 513).Esta reconstrucción, generalmente aceptada y repetida hasta la saciedad, entraña ciertos problemas que Menéndez Pidal no pudo siquiera vislumbrar en la época que le tocó vivir, en parte, por la insuficiencia de datos a su alcance, en parte, por los métodos de investigación propios de la filología de principios de la pasada centuria, en parte, por la visión de la historia de España que habían generalizado historiadores, escritores e intelectuales desde el siglo xix y cuya vigencia general se prolonga, al menos, hasta la Guerra Civil.En cuanto al método, no puede soslayarse el hecho de que todos (o la inmensa mayoría de) los datos manejados tienen un carácter fonético. La fonética histórica fue la estructura arquitectónica del edificio pidalino, al que se añaden pocos tabiques gramaticales y léxicos6 . Esa fundamentación de la historia de las lenguas sobre los cambios fonéticos, típica de la filología románica novecentista, debe complementarse, ya que en la historia de una lengua tanto o más deberían contar los aspectos gramaticales y léxicos. Otra faceta metodológica que condicionó no poco la interpretación de Menéndez Pidal fue la utilización preferente de textos literarios como fuente de sus datos a partir del siglo xiii, esto es, el hecho de privilegiar la literatura sobre cualquier otro tipo de textos escritos que podrían, potencialmente, haber mostrado la variedad lingüística dentro de la lengua de Castilla. En ello procedía de acuerdo con el pensamiento propio de los filólogos de su tiempo, que hacían de la literatura y de la variedad culta la única vara de medir toda la lengua. Y no menos problemático es el hecho de que Menéndez Pidal renunciara a contrastar de forma diferenciada el comportamiento de las varias áreas lingüísticas supuestamente castellanas con las no castellanas del siglo xii en adelante. Así, cualquier cambio lingüístico acaecido en la lengua de Castilla parecía tener solo base endógena, sin pensar que los cambios lingüísticos, igual que los cambios sociales, no tienen inconveniente en difundirse atravesando cualquier tipo de frontera y, cabría decir, más aún las lábiles fronteras del Antiguo Régimen. Si en el espacio peninsular convivían y conviven diversas lenguas, parece lógico pensar que estas puedan compartir rasgos o influirse mutuamente. Para don Ramón, sin embargo, la influencia única o fundamental fue la del castellano sobre las variedades lingüísticas laterales.Pero el obstáculo fundamental para aceptar esta reconstrucción no es solo metodológico, sino ante todo empírico: las áreas lingüísticas —fonéticas, gramaticales y léxicas— de la zona central que hoy conocemos gracias a diversas fuentes, y que Menéndez Pidal nunca llegó a conocer, muestran una realidad mucho más compleja, que solo en contadas ocasiones se ajusta a la «cuña» castellana y a la supuesta castellanización del centro y sur peninsular.
Entre esas fuentes de preciosa información debemos citar los atlas lingüísticos, tanto los parciales, que analizan las lenguas y variedades de diversas regiones ibéricas7 , como el único que abraza todas las románicas de la Península Ibérica y que abre el camino a la comprensión de la articulación del espacio lingüístico peninsular: el Atlas lingüístico de la Península Ibérica o ALPI, la sigla por la que lo citamos los especialistas. El ALPI fue diseñado precisamente por Menéndez Pidal en los años 20 del pasado siglo, en el Centro de Estudios Históricos,como correlato ibérico de los grandes atlas francés e italiano, el Atlas linguistic de la France de J. Gilliéron y E. Edmont (1902-1912) y el Sprach- und Sachatlas Italiens und der Südschweiz de K. Jaberg y J. Jud, entonces en proceso de elaboración (1928-1940). Finalmente don Ramón delegó la dirección del proyecto en su discípulo, el fonetista Tomás Navarro Tomás, y un equipo de seis dialectólogos realizó las encuestas de campo entre 1931 y 1936, hasta que la Guerra Civil truncó los grandes proyectos de investigación del Centro de Estudios Históricos. Los materiales del ALPI acompañaron a su director, Navarro Tomás, al exilio en Estados Unidos, quien, con gran generosidad, se avino a devolverlos años después con el compromiso de su publicación. Publicado un único volumen, de los diez que se planeaban para el atlas, los materiales se dispersaron y desaparecieron a principios de los años 6010. Felizmente reapare cidos desde 2001, retratan el estado lingüístico de la Península Ibérica en la época previa a los procesos migratorios del campo a la ciudad, a la industrialización del país y a la generalización de la educación básica11. Si los datos que contiene el ALPI hubieran llegado a ser conocidos por Menéndez Pidal o por su escuela, hubieran permitido matizar muchas ideas sobre la articulación lingüística peninsular. Por desgracia, las circunstancias históricas no lo hicieron entonces posible. Como el del poeta, el destino de nuestra filología también quedó profundamente herido por la historia.[…]
LA LENGUA DE CASTILLA Y LA FORMACIÓN DEL ESPAÑOL
discurso leído el día 13 de febrero de 2011 en su recepción pública por la excma. sra. D.ª INÉS FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ y contestación del excmo. sr. D. JOSÉ ANTONIO PASCUAL
R E A L A C A D E M I A E S P A Ñ O L AMADRID 2011
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El primer mapa orlado de la Península Ibérica
Por Gonzalo Prieto / Geógrafos y exploradores, Mapas / 20 mayo, 2019 / 4 minutos de lectura
A comienzos del siglo XVII surge en los Países Bajos un nuevo tipo de mapa de enorme atractivo: el mapa orlado. Se constituyó como una de los mapas estrella de la cartografía holandesa del siglo XVII. La finalidad de estas orlas era completar la información geográfica del mapa y además añadían un atractivo especial a la obra.
En estas representaciones la imagen cartográfica está rodeada por motivos que embellecen y aumentan su valor decorativo, como planos, vistas de ciudades y personajes ataviados con trajes de la época. La calidad de estos grabados era evidente y quedaba avalada por la contratación de famosos artistas que colaboraron en los diseños de los mapas.El siguiente mapa de España está orlado con vistas de diferentes ciudades peninsulares: «Alhama, Granada, Bilbao, Burgos, Veliz Malaga, Eçija, Lisbona, Toledo, Sivilia y Valladolid». Obra de Jodicus Hondius es uno de los primeros mapas políticos de la Península Ibérica.En él puede observarse asimismo una división particular de las regiones españolas, que no se corresponde con la actual. Queda representado el reino de León (incluyendo a parte de Asturias), la región de Valencia se extiende a gran parte del reino de Aragón y Andalucía, está dividida en dos zonas, que podríamos considerar penibética y subbética.El mapa orlado Nova Hispaniae DescriptioNova Hispaniae Descriptio es el primer mapa de España que está orlado por todos sus lados. Aunque el mapa no está datado, teniendo en cuenta la presencia del retrato del rey Felipe III –que reinó entre 1598 y 1621– y el año del fallecimiento del autor, Jodocus Hondius –en 1612–, se puede fechar en torno al año 1610.Nova Hipaniae descriptio. c. 1610. Fuente: BNEEn este mapa, que está basado en una plancha hecha por Gerardus Mercator (1512–1594). La imagen cartográfica está rodeada de planos, vistas de ciudades y personajes ataviados con trajes de la época.El margen superior tiene vistas de las ciudades de Alhama, Granada, Bilbao, Burgos, Vélez-Málaga y Écija. En el inferior se muestra Lisboa, Toledo, Sevilla y Valladolid.A los lados del mapa, tres figuras femeninas (en el lado derecho) y tres masculinas (en el lado izquierdo) ataviadas con trajes de la época representan las clases sociales de nobles, mercaderes y campesinos.En la esquina inferior derecha hay una orla renacentista coronada por el escudo de armas del Reino de España, incluyendo Portugal. Está flanqueado por dos figuras masculinas sentadas y decorada con tres mascarones.
Escudo de armas del Reino de España, incluyendo Portugal. En el margen inferior hay un medallón con el retrato del rey Felipe III de España con la inscripción «Philippus III Rex Hispan». En la esquina inferior izquierda, la escala aparece en un pedestal debajo del emblema de la casa editorial.
El autor: Jodocus Hondius
El editor de Nova Hispaniae Descriptio (Un mapa moderno de Hispania) es Jodocus Hondius (1563-1612). Fue un célebre grabador flamenco establecido en Ámsterdam. Se especializó en la fabricación de mapas y globos terráqueos. Fue amigo de Gerardus Mercator y editó sus atlas. En sus primeros años, Hondius se estableció en Gante como grabador, fabricante de instrumentos y globos terráqueos.
En 1583, debido a la guerra con España y para escapar de las persecuciones religiosas en Flandes, huyó a Londres y, nueve años después, regresó a Ámsterdam, donde permanecerá hasta el final de su vida.En 1604 compró las planchas del Atlas de Gerard Mercator a su nieto, publicando en 1606 una nueva edición de la obra de Mercator ampliada con casi cuarenta nuevos mapas realizados por él mismo, aunque mantuvo la autoría del atlas de Mercator, figurando él solamente como editor.Las nuevas ediciones del atlas de Mercator-Hondius tuvieron un gran éxito, publicando también una versión reducida, el Atlas minor, en 1608. A su muerte en 1612, continuó el negocio familiar su viuda, hermana de Pieter van der Keere, hasta la mayoría de edad de sus hijos Jodocus y Henricus.
Otros mapas orlados de la Península Ibérica:Con posterioridad a la publicación de Nova Hispaniae Descriptio, otros autores, principalmente holandeses, continuaron esta tradición y editaron otros mapas orlados con vistas urbanas, personajes, escudos y bustos de monarcas de España.