«La rendición de Granada». La obra representa el momento en que Boabdil, que fue el último rey nazarí de Granada, rindió la ciudad de Granada en 1492 y entregó las llaves de la misma a los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Autor: Francisco Pradilla y Ortiz. Dominio público. Original file (8,133 × 5,210 pixels, file size: 26.79 MB.)
Se denomina Reconquista al período de la historia de la península ibérica de aproximadamente 780 años entre la conquista omeya de Hispania en 711 y la caída del reino nazarí de Granada en 1492 ante los reinos cristianos en expansión: esta conquista de Granada marca el final del período.
La historiografía tradicional utiliza el término «Reconquista» a partir del siglo XIX como concepto nacionalista español.Previamente se conocía como «restauración» de los reinos cristianos visigodos, entendida como la conquista de nuevos terrenos por unas nuevas monarquías cristianas que pretendían legitimar el orden político y religioso de dichas monarquías vinculandolas con el antiguo reino visigodo.
El comienzo de la Reconquista se marca con la batalla de Covadonga (718 o 722), la primera victoria conocida de las fuerzas militares cristianas en la península ibérica desde la intervención militar de las fuerzas combinadas árabe-bereber de 711. En esa pequeña batalla, un grupo liderado por el noble Pelayo derrotó a una patrulla musulmana en las montañas de la cordillera cantábrica y estableció el reino cristiano independiente de Asturias. La Reconquista terminó con la conquista del emirato de Granada, el último estado musulmán en la península, en 1492, la conquista y caída fue precedida por las Capitulaciones de Granada o Tratado de Granada (1491).
Después de 1492 toda la península fue controlada por gobernantes cristianos. La Reconquista fue seguida por el Edicto de Granada (1492) que expulsó a los judíos de Castilla y Aragón que no se convirtieron al cristianismo, y una serie de edictos (1499-1526) que forzaron las conversiones de los musulmanes en España, y en 1609-1610, su destierro. Desde mediados del siglo XIX, la idea de una «reconquista» se arraigó en España asociada a su creciente nacionalismo y colonialismo.
La Reconquista: realidad y leyenda
IntroducciónDe entre las varias cuestiones importantes que afectan a la Edad Media Peninsular en su conjunto, ninguna hay más debatida que la del concepto y significado de la Reconquista. El propio término, utilizado desde el siglo XIX por los historiadores españoles sin mayores problemas, ha acabado convirtiéndose en un asunto polémico que ha hecho correr ríos de tinta. Es posible que este rechazo o, por lo menos, prevención al empleo del término se deba a la aplicación abusiva a hechos dolorosos del pasado reciente. Pero el mismo uso se hizo del término «cruzada» y no por ello los historiadores hemos dejado de utilizarlo sin ningún tipo de reticencia.
La polémica se inició a fines del siglo XIX en el seno de la corriente que ha dado en llamarse «regeneracionismo». Sus seguidores, sin plantearse problema alguno sobre el concepto, abominaron a su manera de la Reconquista al atribuirle buena parte de los males que padecía la España de fines del siglo XIX. Joaquín Costa propuso cerrar de una vez por todas, con siete llaves, el sepulcro de El Cid. La misma idea se percibe todavía en una conferencia pronunciada por Sánchez Albornoz en Praga en 1928. A la Reconquista atribuía entonces el joven maestro abulense «el rebrotar a nueva vida del particularismo ibérico», su «retraso» con respecto a Europa y ese estado de «superexcitación guerrera» y de «hipertrofia de la clerecía hispana» que de forma tan negativa afectó al desarrollo social y económico del país.Fuera de España las cosas se han visto de una forma menos problemática. Nadie ha cuestionado en serio el uso del término Reconquista. El recordado profesor Derek Lomax escribió todo un libro titulado The Reconquest of Spain. Consciente de la exaltación y del rechazo de que había sido objeto el tema por parte de unos y de otros, el gran historiador inglés expresaba en las primeras líneas de su obra, con total contundencia, su punto de vista:
«La Reconquista es un marco conceptual utilizado por los historiadores. Pero, a diferencia del concepto de Edad Media, no se trata de un concepto artificial. Por el contrario, la Reconquista fue una ideología inventada por los hispano-cristianos poco después del año 711, y su realización efectiva hizo que se mantuviera desde entonces como una tradición historiográfica, convirtiéndose también en objeto de nostalgia y en un cliché retórico de los publicistas tanto tradicionales como marxistas».
La perspicacia del ilustre historiador había detectado, en las palabras que acabo de reproducir, el verdadero problema: la Reconquista en manos de unos y de otros se había convertido en un tópico retóricamente exaltado y objeto de culto o en uno de esos conceptos que había que extirpar y combatir. Creo que ambas posturas son igualmente erróneas, porque ambas adolecen del mismo defecto: el de reducir la enorme complejidad del hecho histórico de la Reconquista a una sola de sus múltiples facetas, la espiritual y religiosa en el caso de los tradicionalistas, la material y económica, en el caso de los historiadores marxistas. A los defensores de cualquiera de estas posiciones extremas vendría bien reflexionar sobre advertencia que hiciera Lomax de «que no todos los cristianos abrazaron el ideal de la Reconquista de la misma manera en todas las épocas, que la mayoría tuvo motivos distintos, que esta diversidad variaba según los individuos, que el poder político se consideraba como una mezcla de factores militares, económicos, religiosos, demográficos y otros, y que la Reconquista podía llevarse a efecto por otros medios además de la guerra».
LA RECIENTE DISCUSIÓN HISTORIOGRÁFICA
La discusión no tanto sobre el nombre sino sobre los orígenes de la Reconquista se reactivó en 1965 cuando Marcelo Vigil y Abilio Barbero postularon unos orígenes para la Reconquista que nada tenían que ver con la tesis tradicional. Los autores citados, a partir del estudio de los textos y de las evidencias arqueológicas, postularon, como eje fundamental de su argumentación, el escaso nivel de romanización y de cristianización de los pueblos del norte y la persistencia de estructuras sociales muy primitivas. Afirmaban que estos pueblos, que habían mantenido frente a los visigodos la misma actitud de resistencia exhibida frente a Roma, rechazarían con la misma contundencia la presencia de los árabes invasores. Y si esto es así, es evidente que «el fenómeno histórico llamado Reconquista no obedeció en sus orígenes a motivos puramente políticos y religiosos […]. Debió su dinamismo a ser la continuación de un movimiento de expansión de pueblos que iban alcanzando formas de desarrollo económico y social superiores». Vigil y Barbero ampliaron posteriormente sus tesis analizando con detalle la etapa astur-leonesa.
Estas ideas encontraron un rápido eco y una amplia difusión en los manuales universitarios. Y así, en 1975, el Prof. J. L. Martín, recientemente fallecido, escribía que «la conquista de las tierras dominadas por los musulmanes, en sus orígenes al menos, es obra de poblaciones poco romanizadas y poco o nada cristianizadas».
Pero no todo ha sido unanimidad ni aceptación generalizada de las tesis de Vigil y Barbero. Por el contrario, éstas comenzaron a ser discutidas y rechazadas casi desde el momento mismo de su formulación escrita. Las principales objeciones a estas tesis se formularon a partir de un análisis depurado de las fuentes y, especialmente, de las evidencias arqueológicas. Apenas publicado el artículo de Vigil y Barbero, desde la Argentina don Claudio Sánchez-Albornoz mostraba su radical discrepancia con estos autores, a los que reconocía, no obstante, inteligencia y amplios conocimientos. En fechas más recientes, un joven investigador vasco, Armando Besga, demostraba la inconsistencia de una de las tesis de Vigil y Barbero: la de que Cantabria y Asturias no habían sido conquistadas por los visigodos. En su tesis doctoral defiende, frente a la llamada tesis «indigenista», los «orígenes hispano-godos del reino de Asturias», minimizando incluso el papel de los mozárabes en el nacimiento del programa «restaurador» de la monarquía asturiana.
Hay que decir, no obstante, que la polémica no fue del todo inútil, ya que ha permitido profundizar en el conocimiento –hasta donde la escasez de las fuentes lo permite– del estado de los pueblos de norte en el momento de la llegada de los árabes a la Península. En esta misma línea, Yves Bonnaz ha planteado con buenos argumentos la continuidad de las estructuras políticas y hasta culturales visigóticas desde el momento mismo de la sublevación de Pelayo. Detecta, en efecto, la existencia de una fortísima migración a Asturias de la nobleza visigoda, hecho que se observa en la propia antroponimia de los primeros monarcas visigodos. Y, especialmente, defiende no sólo la continuidad de la forma de elegir a los reyes, calcada de la norma toledana, sino la vinculación familiar de Pelayo con los reyes godos de Toledo. En una palabra, la restauración del «orden de los godos» llevada a efecto en tiempos de Alfonso II no surgió de la nada: dicho orden, de forma si se quiere embrionaria e imperfecta, había estado presente en Asturias desde los mismos días de la sublevación de Pelayo contra los invasores musulmanes.
UN RECORRIDO POR LOS TEXTOS
Esta tesis, que puede parecer extremista en su formulación, replantea nada menos que la verosimilitud del relato de la sublevación de Pelayo en Asturias y los orígenes mismos de la Reconquista. ¿Era Pelayo consciente de estar iniciando una empresa que, andando el tiempo, iba a permitir restaurar «la salvación de España y el ejército del pueblo godo», como leemos en la Crónica de Alfonso III?; o, por el contrario, ¿era Pelayo simplemente un caudillo que luchaba por su propia supervivencia, sin más horizonte que mantener incólume al frente de «treinta asnos salvajes» el pequeño rincón donde se había iniciado la primera resistencia a la presencia islámica en el norte peninsular? Nunca lo sabremos. La versión tardía de los hechos ve en Covadonga el inicio de la Reconquista y de la restauración de España. Pero, cierta o no, lo que no cabe la menor duda es que la Reconquista era a la altura del reinado de Alfonso III (866-910) algo más que un proyecto nebuloso. Uno de los textos del ciclo historiográfico del primer rey leonés, la Crónica Albeldense, lo expresa con toda claridad. Tras narrar la conquista de la España visigoda por los musulmanes, el anónimo cronista escribe:
«Y con ellos (los sarracenos) los cristianos día y noche afrontan batalla y cotidianamente luchan, hasta que la predestinación divina ordene que sean cruelmente expulsados de aquí».
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el autor de este texto era un iluminado que confundía el deseo con la realidad, y hasta que, a pesar de la crisis que atravesaba el emirato cordobés, ni el más animoso de los consejeros del rey asturleonés participaba del entusiasmo profético del autor de la Albeldense. Lo que no puede negarse es que el estado de opinión que se trasluce en esta crónica existía, por poco generalizado que estuviese. Y si esta opinión existía y a su luz se interpretaban las campañas de Alfonso III es porque el proyecto que llamamos Reconquista estaba definiéndose como lo que acabaría siendo más adelante: una ideología justificativa de la expansión territorial y de la conquista de los territorios detentados por los musulmanes.
Pero ¿qué nos dicen los textos que nos han transmitido la idea de Reconquista? El texto fundamental es, sin duda, el que se refiere a la batalla de Covadonga. Se trata de un acontecimiento capital, pleno de significado. Sea cual sea el juicio que nos merezca, el relato de la batalla de Covadonga constituye una pieza de valor excepcional. Ha llegado a nosotros en la Crónica de Alfonso III, de la se que conservan dos versiones ligeramente diferentes, aunque coincidentes en lo esencial. La versión más antigua, la Rotense, sirvió de base para la versión definitiva u oficial realizada por orden de Alfonso III, en la que no sólo se mejoró la redacción y el lenguaje del texto sino que se efectuaron supresiones, correcciones y ampliaciones del texto primitivo.
Este relato tuvo una amplia difusión y pasó, a través del arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada, conocido también como el «Toledano» a la Primera Crónica General de España, compilada por orden de Alfonso X, sin introducir apenas novedades. Más aún, el relato asturiano es, tal vez, hasta más colorista, al menos en la parte del diálogo entre don Oppas y Pelayo.
Se trata, no cabe duda, de un texto fundamental, ya que en él se expone y de él deriva la primera explicación de los orígenes de la Reconquista: la sublevación en Asturias de un visigodo, Pelayo, spatarius de los reyes Vitiza y Rodrigo –la versión real de la Crónica le hace descendiente del duque Fáfila, ex semine regio– quien, según el Toledano, había estado primero en Cantabria fugiens a facie Witize y que, tras la derrota de Guadalete, se había refugiado en Asturias con su hermana con la intención de mantener «in Asturiarum angustiis … christiani nominis aliquam scintillulam».Siempre según el Toledano, tras la ocupación de Gijón por los muslimes, su gobernador envió a Pelayo a Córdoba y, aprovechando su ausencia, sororem Pelagii copulauit. A su regreso, Pelayo, que no consintió en esta unión, recuperó a su hermana e inició una sublevación. Huyó más allá del río Piloña siendo elegido príncipe por cuantos estaban descontentos con la dominación árabe y comenzó a atacar a los invasores.
Para acabar con la sublevación Tariq envió a Alcama con un fuerte ejército en el que iba don Oppas, arzobispo de Toledo. Pelayo se refugió en una cueva –a la que el arzobispo no da nombre, aunque sí lo hace la crónica de Alfonso III en sus dos versiones: coba dominica (R) o coua Sancte Marie (Versión revisada)–, donde fue sitiado por los árabes.
A la vista de su resistencia, los sitiadores enviaron como mediador al obispo don Oppas que entabló un diálogo con Pelayo, cargado de referencias bíblicas y de anticipaciones de futuro. La versión del Toledano se ajusta al texto de la versión Rotense, aunque adobado retóricamente con elementos nuevos alusivos a la vinculación familiar de don Oppa con Vitiza y a los crímenes cometidos por su linaje. No alude el arzobispo historiador a los dos símiles que aparecen en la Crónica de Alfonso III: el del grano de mostaza, símbolo de la Iglesia, que, a pesar de su pequeñez, como el reino de Asturias incipiente, dará cobijo a todas las aves del cielo (Rotense) o el de la luna que puede llegar a ocultarse y desaparecer pero que volverá a recuperar su prístina plenitud.
El discurso de Pelayo tal como lo recoge el Toledano, introduce, en la misma línea de la Crónica asturiana, una serie de elementos proféticos, anunciadores de la recuperación de los cristianos: Dios castiga a sus hijos pero «no los abandonará para siempre» y, en alusión a la derrota de Guadalete, la afirmación de que «a cambio de este pequeño y pasajero exterminio nuestro la Iglesia pondrá sus cimientos para resurgir».
Este primer relato de una victoria que, desde la perspectiva de los finales del siglo IX, había señalado el inicio de todo un proceso, que todavía, lógicamente, no se llamaba Reconquista, esbozaba con toda claridad un programa de actuación: la «restauración» de España (Spania), en lo político y en lo religioso, y del «ejército de los godos», en clara alusión a su recuperación final de la mano de sus descendientes los «reyes godos de Oviedo».[…]
MANUEL GONZÁLEZ JIMÉNEZ
La Reconquista: realidad y leyenda
17 DE MARZO DE 2005
https://ruc.udc.es/…/handle/2183/9006/CC89art7.pdf…
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(Pelagius (685-737), founder of the Asturias Kingdom and his grandson Fruela I (722-68) (pigment on vellum-)
Fuente: Biblioteca Gonzalo de Berceo. Publicado y difundido con permiso de administrador de dicha biblioteca.
Pelayo (685-737) fue el fundador del Reino de Asturias, considerado una figura clave en la historia de la resistencia cristiana contra la conquista musulmana en la península ibérica. Era un noble visigodo, posiblemente un espatario del último rey visigodo Rodrigo. Tras la derrota de los visigodos en la batalla de Guadalete en 711, Pelayo se refugió en las montañas del norte de la península, donde lideró a pequeños grupos de resistencia cristiana. Su victoria en la batalla de Covadonga, en el año 722, marcó el inicio simbólico de la Reconquista. Aunque los detalles de esta batalla están envueltos en mitos, representó un momento crucial para la creación de un núcleo independiente de poder cristiano en las montañas asturianas. Proclamado rey en Cangas de Onís, Pelayo estableció un reino que serviría como base para futuras ofensivas contra el dominio musulmán.
Su hijo Fruela I (722-768) también tuvo un papel importante en la consolidación del Reino de Asturias. Fruela sucedió a su primo Alfonso I el Católico en el trono y gobernó con firmeza entre 757 y 768. Se le atribuyen importantes acciones militares para proteger el reino frente a incursiones musulmanas y la fundación de la ciudad de Oviedo, que más tarde se convertiría en una capital clave. Fruela se casó con Munia, una mujer de origen vasco, y de su matrimonio nació Alfonso II el Casto, quien sería uno de los grandes reyes de Asturias. Sin embargo, su carácter autoritario le granjeó la enemistad de algunos nobles, lo que culminó en su asesinato durante una revuelta interna.
La época de Pelayo y Fruela I estuvo marcada por la lucha por la supervivencia del cristianismo en un territorio mayoritariamente dominado por el Califato Omeya. Aunque el Reino de Asturias era pequeño y enfrentaba constantes amenazas, fue el germen de la Reconquista, un proceso que continuaría durante varios siglos y transformaría la península.
