[… ] La presencia y participación del colectivo de constructores en la sociedad se hacía patente mediante mecanismos de agrupación de naturaleza religiosa (cofradías) o profesional (gremios). Las ordenanzas más antiguas de cofradías de constructores se sitúan en el siglo XIV, aunque consta la existencia de agrupaciones de practicantes de oficios relacionados con la construcción desde comienzos del XIII al menos en Barcelona. Entre las ordenanzas góticas merece la pena citar las de Pamplona y Barcelona, del siglo XIV, y las de Valencia del XV, estudiadas con detalle por Falomir y Zaragoza.
El maestro de obras dirigía a un grupo de practicantes de distintos oficios que componían lo que suele denominarse un taller. De los primeros tiempos, anteriores a 1300, apenas tenemos noticias documentales. Hemos comentado anteriormente que el Códice Calixtino informa de que en la catedral románica de Santiago de Compostela trabajaron unos cincuenta canteros, cifra muy elevada en comparación con lo que nos indican fuentes posteriores relativas a las grandes catedrales. En cambio, cuando el obispo y canónigos de la Seo de Urgel contrataron a Raimundo Lambard, le pusieron como condición que con él trabajaran «cuatro lambardos más», lo que supone la participación de al menos cinco maestros canteros; Raimundo ofreció contratar además los cementarios o constructores no expertos en la talla de piedra que hicieran falta.
A lo largo de los siglos XII y XIII conocemos varias exenciones de impuestos a maestros constructores de catedrales que rondan la veintena o la treintena. Por ejemplo, en 1152 Alfonso VII había concedido una a veinticinco operarios en la catedral de Salamanca, lo que ratificaron Fernando II en 1183 y Alfonso IX en 1194; Alfonso X liberó del pago a veinte pedreros, un herrero y un vidriero de la catedral de León (una noticia de prueba que algunos pedreros no acogidos a privilegio regio no pagaban sus pechos al concejo). El mismo monarca reconoció un privilegio parecido a la catedral de Cuenca. Este número de canteros coincide con el número de marcas distintas distinguibles en una misma campaña en grandes construcciones desde la segunda mitad del siglo XII, como las recientemente estudiadas del Monasterio de La Oliva (Navarra).
Junto a los canteros (o albañiles en su caso) trabajaban sus aprendices, además de los carpinteros (a veces en el mismo número que canteros), siempre algún herrero (o bien se surtían de una forja cercana) y en los casos precisos pintores, vidrieros, yeseros, etc. Toda gran obra necesitaba mano de obra auxiliar como carreteros para traer piedra y otros materiales, y los no especializados: peones y mujeres que «les servían» . El número variaba a lo largo del tiempo, pero en España no se han localizado obras con tanto personal como algunas grandes catedrales francesas o inglesas del siglo XIII. Acerca del trabajo femenino en la construcción se han incluido menciones específicas en determinadas obras y esporádicamente han sido objeto de publicaciones concretas, en la órbita de la llamada historia de género. Sin embargo, los datos son tan escuetos que apenas cabe señalar otra cosa que no sea su nombre y su trabajo, semejante al de los peones pero con menor salario, puesto que solían cargar menos peso. Acarrear escombros, agua, arena, cal y otros materiales parece ser su dedicación habitual. Como trabajo monográfico citaremos el relativo a la participación de las mujeres en las obras de la iglesia gótica de San Félix de Gerona durante el siglo misma campaña en grandes construcciones desde la segunda mitad del siglo XII, como las recientemente estudiadas del Monasterio de La Oliva (Navarra). Junto a los canteros (o albañiles en su caso) trabajaban sus aprendices, además de los carpinteros (a veces en el mismo número que canteros), siempre algún herrero (o bien se surtían de una forja cercana) y en los casos precisos pintores, vidrieros, yeseros, etc. Toda gran obra necesitaba mano de obra auxiliar como carreteros para traer piedra y otros materiales, y los no especializados: peones y mujeres que «les servían». El número variaba a lo largo del tiempo, pero en España no se han localizado obras con tanto personal como algunas grandes catedrales francesas o inglesas del siglo XIII.
Acerca del trabajo femenino en la construcción se han incluido menciones específicas en determinadas obras y esporádicamente han sido objeto de publicaciones concretas, en la órbita de la llamada historia de género. Sin embargo, los datos son tan escuetos que apenas cabe señalar otra cosa que no sea su nombre y su trabajo, semejante al de los peones pero con menor salario, puesto que solían cargar menos peso. Acarrear escombros, agua, arena, cal y otros materiales parece ser su dedicación habitual.
Como trabajo monográfico citaremos el relativo a la participación de las mujeres en las obras de la iglesia gótica de San Félix de Gerona durante el siglo XIV que se acompaña de consideraciones acerca del proceso constructivo del templo.
La documentación relativa a los talleres ha interesado por igual a los historiadores de la arquitectura y a los dedicados a la historia económica y social, dada la riqueza de datos que proporciona sobre oficios, retribuciones, jerarquización de trabajadores, condiciones salariales, régimen de trabajo (jornadas enteras, medias, tercios, calendario laboral, huelgas, etc.), utensilios, precios de materiales y muchas otras cuestiones de naturaleza variada. Por eso las publicaciones correspondientes no siempre aparecen en revistas histórico-artísticas, sino en las dedicadas a historia social e historia económica, incluso a lingüística, que se unen a las habituales referencias en revistas locales. En alguna ocasión el tema ha sido abordado de manera conjunta, como sucedió en el número XXXI de Cahiers de la Méditerranée (1985), en el que aparecieron artículos de nuestro interés sobre la construcción bajomedieval en Burgos, Toledo, Santiago de Compostela, Sevilla y Zaragoza; de igual modo, la revista Razo, del Centro de Estudios Medievales de la Universidad de Niza, en 1993 se ocupó del artesano en la Península Ibérica, dedicando algún artículo a artistas y constructores. En paralelo, nos competen las investigaciones sobre gremios y cofradías dada la temprana organización de colectivos de mazoneros en determinadas ciudades o el cuidado que pusieron en la redacción de las ordenanzas para que se reconociera la especial preparación requerida para ser un buen arquitecto (Valencia).
Las fuentes principales son los ya comentados libros de fábrica, pero han sido estudiadas con aprovechamiento otras de naturaleza jurídica.
Para fechas anteriores a la conservación de documentación contable, un procedimiento que nos acerca al número de integrantes de un taller consiste en el estudio de las marcas de cantero. Es bien sabido que las marcas en la piedra pueden tener sentidos y finalidades variadas. Van Belle realizó una clasificación de los diferentes géneros de marcas de cantero (su casuística incluye hasta trece tipos), entre los cuales nos interesan especialmente las marcas destinadas a contabilizar el trabajo de cada maestro asalariado. Que cada uno empleaba una marca diferente, además de ser una deducción lógica en función de la distribución de los signos, lo confirma la documentación, entre la cual destaca el libro de fábrica de la catedral de Toledo de 1463 estudiado por Izquierdo Benito. En él los pedreros (pues ése es el término aquí utilizado) firmaban en el libro en el momento de recibir su salario; ocho de entre ellos ponen su señal como si fuera su firma, lo que tenía el mismo valor (fig. 12).
Curiosamente, no se trata de que los analfabetos incluyan su firma, a diferencia de los que sabían escribir al menos su nombre, puesto que algunos trazan su signo entre la rúbrica de la firma.
Al frente del taller estaba el maestro mayor, que dirigía la construcción y también el mantenimiento. Conviene tener en cuenta esta duplicidad, porque toda catedral contaba con un encargado de las continuas labores que precisa la conservación de un edificio monumental. El mantenimiento solía estar a cargo de un cantero o un carpintero con experiencia y no precisaba capacidad creativa, ni conocimiento de lo que por entonces se hacía en los focos más avanzados, Tampoco habría de resolver problemas constructivos complejos. En cambio, cuando los promotores decidían emprender una construcción nueva y ambiciosa, contrataban un arquitecto que reuniera las capacidades apropiadas. Por esta razón, en las seos que conservan series documentales amplias ha sido posible establecer la secuencia de los maestros mayores, entre los cuales los hay más creativos junto a otros sin aspiraciones, simplemente buenos ejecutores de labores de continuidad o mantenimiento.
El maestro mayor podía delegar en un maestro de confianza que permanecía a pie de obra (llamado aparejador en ciertas ocasiones). Siempre hubo un maestro responsable a cargo de una gran obra en construcción, pero no todas las fases constructivas requirieron la misma capacitación en el director, ni tampoco todos los maestros mayores tuvieron conocimientos para trazar una edificación compleja. Resulta especialmente clarificador el caso de la catedral de Palencia en el siglo XV, donde se documentan en paralelo el «cantero del cabildo» y el maestro mayor. Cuando el cabildo no era el responsable de una obra ejecutada en el ámbito catedralicio, en sus cuentas no figura el maestro correspondiente. Es el caso de las grandes capillas funerarias del último gótico, confiadas a artistas de primera fila que podían ser ajenos a la maestría mayor de la catedral.
Al maestro mayor se le encargaban mayores responsabilidades y se esperaba más de él. Desde el punto de vista práctico, despuntaba por el conocimiento de los materiales y por el control de los sucesivos pasos constructivos. Le correspondía decidir la piedra a emplear, por lo que acababan controlando o incluso siendo propietarios de canteras, lo que les dio oportunidad de convertirse en empresarios. Hay que señalar el caso de las canteras de piedra numulítica de Gerona, estudiado por Francesca Español, que generó una industria de exportación de material prefabricado no sólo a amplias zonas de Cataluña, sino también a Aragón, Valencia, Mallorca, Navarra, Rosellón e Italia (Nápoles). Otro caso interesante es el de las canteras de Mallorca, cuya piedra de calidad excelente permitió la arriesgada edificación de la catedral.
Su capacidad de previsión llevaba al maestro mayor a ser generalmente un excelente gestor y aún empresario, aunque no faltan ejemplos de deudas cuantiosas contraídas en razón de contratos insuficientemente meditados. En este sentido destaca lo sucedido con Guillem Sagrera, el constructor de la Lonja de Mallorca, cuyas previsiones acerca de los costos del nuevo edificio se quedaron cortas, por lo que finalmente tuvo que abandonar la isla, sin que por ello dejaran de perseguirle los responsables del puerto con quienes había firmado contrato. La figura del maestro-empresario, estudiada por Yarza y Español (y de la que ya se había hablado a finales del siglo XIX), permite entender la diversidad de producciones de un mismo maestro en unas mismas fechas.
El cargo de maestro mayor existía, además de en las principales fábricas, a otros niveles. Consta que los reyes tenían varios maestros mayores en función de los distintos territorios y los distintos oficios. Carlos III el Noble de Navarra (1387-1425), monarca especialmente volcado hacia la promoción arquitectónica (reza su epitafio «et fezo muchos notables edificios en su regno»), contaba con un maestro mayor de mazonería para cada una de sus merindades (circunscripciones administrativas), además de un «maestro de obras del rey» que trabajaba en todo el reino. También había maestros mayores de carpintería. El maestro mayor era parte fundamental de la administración tanto regia como comunal. La figura del maestro de obras del rey ha sido analizada con detenimiento en el caso de Navarra, donde se conocen sus obligaciones y emolumentos. En unos casos asumía directamente la realización de las obras, mientras en otros simplemente acordaba su ejecución con otro constructor o con un intermediario. Evidentemente, un maestro de obras del rey cobraba más y gestionaba obras más importantes que un maestro de merindad o de bailío.
En tiempos góticos adquirió importancia la figura del maestro de obras de ciertas ciudades de grandes dimensiones y continuas necesidades constructivas. Se ha estudiado con detenimiento el caso de Valencia, donde no sólo encabezaba la ejecución de obras significativas del concejo como las murallas, las puertas monumentales y los puentes, sino que continuamente eran requeridos sus servicios para dirimir pleitos. En Sevilla, en cambio, los trabajos se adjudicaban uno a uno por subasta, sin que exista el cargo antes de 1430.
La jerarquización dentro del taller nos resulta conocida cuando hay registros diarios o semanales de pagos en las obras ejecutadas por asalariados (las confiadas a destajo sólo incluyen el nombre del maestro contratado, pero nada sabemos del funcionamiento de su cuadrilla). Las diferencias de salario podían ser muy señaladas.
En general, el maestro director de la obra no sólo ganaba su jornal, sino que tenía una retribución específica por el cargo en metálico o en especie (incluido alojamiento), y cuando cobraba por su trabajo diario percibía más que los demás. Se han realizado cálculos acerca del salario real y del oficial, y de la progresión de ambos en ciudades como Pamplona, Toledo o Zaragoza.
Otro asunto que ha interesado es el calendario laboral. En la mayor parte de los casos las referencias son muy escuetas y no indican sino el número de festividades guardadas sin trabajar y en ocasiones los santos correspondientes. Un tratamiento sistemático de las fuentes contables permite reconstruir con total fidelidad el calendario festivo y saber que, por ejemplo, en la Navarra bajomedieval se guardaban unos cuarenta días de fiesta al año, además de los domingos148. Estudios semejantes se han planteado para Sevilla y otras ciudades.
Aunque hemos considerado aquí los siglos XIV y XV como unidad, en realidad se advierten muy importantes cambios en la decimoquinta centuria, en razón de los flujos de canteros entre distintas regiones y países. Varias ordenanzas municipales nos ilustran acerca de un interesante problema, el de la irrupción generalizada de artistas extranjeros en España durante la segunda mitad del Cuatrocientos que trabajaban a menor coste que los locales, por lo que pusieron en peligro el status quo previo. Las reacciones fueron diversas, pero al final los fenómenos históricos son normalmente imparables y esta llegada masiva de buenos canteros coadyuvó al progreso de la arquitectura hasta hacer de los últimos años del siglo XV y de todo el XVI hispanos una época extraordinariamente brillante en lo relativo al trabajo de la piedra. Además, en paralelo se percibe la especialización en el trabajo de la cantería observada en comarcas del Cantábrico durante el siglo XV. En diversas obras de Castilla y Navarra se aprecia cómo desde 1400 se van haciendo cada vez más frecuentes las cuadrillas de canteros vascos y cántabros que continuarán en la centuria siguiente.
Investigaciones sobre arquitectos y talleres de construcción en la España medieval cristiana.
Javier MARTÍNEZ DE AGUIRRE
Departamento de Historia del Arte I (Medieval)
Catedral de Girona. El claustro. Friso con un picapedrero. Universidad Complutense de Madrid