Caballeros villanos, Órdenes Militares y oligarquías concejiles en Castilla
[…] 4.1.3. El ascenso de la oligarquía y la pérdida de la igualdad social
A lo largo de la segunda mitad del siglo XII el modo de vida de los caballeros villanos se trastocó por completo. De estar en primera fila en la lucha contra los musulmanes, bien considerados por la monarquía y con una fuente de ingresos considerable y casi podríamos decir que regular pasaron a quedar situados en un segundo plano, también en lo territorial. Las Órdenes Militares quedaron como el principal instrumento de los reyes en la pugna contra los musulmanes y recibieron cuantiosas prebendas en forma de tierras y beneficios económicos, a cambio quedaron en primera línea frente al enemigo con la obligación de reorganizar el territorio y en la medida de lo posible ampliarlo. Siguieron los caballeros haciendo algaradas por al Ándalus pero estas fueros reduciéndose a medida que la frontera se alejaba y la potencia militar demostrada por los almohades obligaba a la firma de continuas treguas con ellos que no convenía en modo alguno romper. Los caballeros locales se vieron obligados a volver la vista hacia su entorno inmediato y comenzaron a apoderarse de todos los resortes de poder de la villa y a emplearlos en su exclusivo beneficio.
El primer movimiento consistió en limitar el libre acceso a la condición de caballero y para ello contaron con la colaboración real. Si con anterioridad bastaba con tener una montura los requisitos se volvieron más exigentes. No vale un simple penco que permita el rápido traslado del guerrero de un sitio a otro y que pueda luego ser usado, sin garantías de un buen rendimiento, en la batalla, ahora se trata de tener una auténtica máquina de guerra, un caballo específico para el combate que debe de cargar sus propias protecciones más un caballero revestido de hierro y aguantar una carga a toda velocidad más un período prolongado de combate. Además el caballero debe contar con un equipamiento adecuado, tanto ofensivo como defensivo. Para costear todo ello y mantenerlo en perfectas condiciones se hacía necesario un patrimonio bastante elevado. El modo de guerrear estaba cambiado, las razzias que llevaban a cabo las milicias concejiles tenían su valor y castigaban al enemigo pero no valían para detener el avance de los ejércitos almorávides y almohades que desde 1085 se habían mostrado intratables en la lucha a campo abierto –Sagrajas, Uclés, Consuegra,…– y solo el Cid y Alfonso I el Batallador habían podido vencerlos con cierta asiduidad. Si todo el territorio al sur de la Cordillera Central no se llegó a perder fue por la defensa estática protagonizada por las ciudades y villas fortificadas que aquí si demostraron las capacidades militares de los cristianos. Esta apuesta de los reyes castellanos y leoneses se vio finalmente recompensada y aunque todavía hubieron de soportar la derrota de Alarcos (1195), la decisiva victoria de Las Navas de Tolosa (1212) no solo supuso el fin del dominio almohade en la Península sino que prendió la mecha que finalizó con su descomposición en sus mismas bases africanas.
Una segunda estrategia consistió en el acaparamiento de los oficios concejiles, que en número creciente iban apareciendo conformando una burocracia cada vez más compleja pero también más especializada y, sobre todo, mejor remunerada. Para ello hubo que cercenar la posibilidad de que cualquiera accediera a estos cargos combinándose los requisitos personales con los militares. Solo se permitía el derecho a ser elegido a los vecinos integrados dentro de la caballería villana y con casa poblada y familia afincada en la villa cabecera. El resto de los habitantes se limitaban a emitir un voto que en buena medida ya estaba condicionado por la obediencia debida en virtud de vínculos familiares o personales. En el caso de Ávila, Barrios recorta esta cronología y basándose en la Crónica de la Población de Ávila afirma que para 1103 ya se habría producido la ruptura del sistema igualitario. El control del concejo habría sido asumido por los elementos más belicosos, que se corresponde con los serranos, contando para ello con la anuencia de la monarquía que habría visto en ellos un activo indispensable en la defensa del territorio además de un generador de importantes ingresos para el fisco regio procedentes del quinto del botín que venían obligados a entregar.
Menestrales y mercaderes acomodados que podrían haber supuesto un elemento de contrapeso se habían visto golpeados con mayor dureza que los caballeros villanos aún por las nuevas circunstancias políticas. Éstos siempre tuvieron una segunda fuente de ingresos en forma de tierras y ganados, mientras que ellos más centrados en sus actividades vieron disminuidos sus ingresos notablemente al no poder comerciar con unos botines cada vez más exiguos y ver como sus servicios artesanales eran cada vez menos requeridos por las menores necesidades en armas y demás pertrechos.
De forma paralela la asamblea concejil, multitudinaria y con participación activa de toda la población de la localidad fue perdiendo importancia en beneficio de los oficiales y de otras instancias más reducidas y por ello más fácilmente controlables. La falta de operatividad del concejo abierto fue constatándose a medida que aumentaba el número de habitantes y los debates acabaron controlados por determinados personajes: oficiales locales, como representantes políticos; patriarcas, como jefes de clanes, y hombres buenos, como gentes de prestigio. El concejo abierto fue limitándose a los asuntos de la mayor importancia y para la ratificación de las decisiones ya tomadas por los anteriores que controlaban el día a día de la comunidad.
El control de la villa sobre las aldeas se acentuó y comenzaron a configurarse cada vez con más nitidez las Comunidades de Villa y Tierra. Los aldeanos empezaron a ver limitados sus derechos y a convertirse en ciudadanos de segunda. Sus derechos políticos se vieron limitados, sus personas discriminadas en los tribunales, sus rentas sometidas a impuestos más gravosos y sus tierras desprotegidas ante el avance de los privilegios que se autootorgaron los caballeros villanos. Los fueros comienzan a llenarse de preceptos que regulan la utilización del espacio público siempre con un marcado sesgo oligárquico. Fueros y cartas pueblas no se limitan ya a fijar unos límites del territorio del concejo de forma más o menos precisa, ahora encontramos la ordenación de ese espacio interior señalando su utilización futura para actividades agrarias o ganaderas. Surgen entonces unos oficiales locales de nomenclatura muy variada: quadrilleros, sexmeros, quiñoneros,… como encargados de gestionar estos espacios, controlando su uso y asignando tierras a los nuevos pobladores. Con el paso del tiempo acabaron añadiendo a sus funciones las de recaudadores de impuestos en las áreas donde venían ejerciendo sus labores.
Afirmada su autoridad en el interior los esfuerzos de las oligarquías locales se centraron en la fijación exacta de sus límites invocando para ello privilegios antiguos para apoderarse de cualesquiera tierras no tuvieran un propietario definido. El caso más conocido fue la pugna entre Madrid y Segovia por el Real de Manzanares que se prolongó durante la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII hasta que en 1239 Fernando III decidió poner fin al asunto poniendo el territorio bajo su jurisdicción directa aunque permitiendo su uso por ambos concejos. Casos semejantes pueden encontrarse por doquier, resueltos en la mayoría de las ocasiones con acuerdos entre los concejos implicados que aunque tardaron su tiempo en concretarse no se demoraron durante tantos decenios. Las disputas fronterizas entre Ávila y Segovia se saldaron de forma amistosa en 1172 y ambos concejos pasaron a compartir en igualdad de condiciones los pastos de Campo Azálvaro. La concordia alcanzada se ratificó doce años después con la intervención directa de Alfonso VIII. De igual manera las discrepancias entre Sepúlveda y Fresno finalizaron con un arreglo sin vencedores ni vencidos por el que ambas villa aprovecharían en común los pastos situados en los extremos de ambos concejos.
No fue para nada un proceso fácil este acaparamiento del poder por los caballeros y frecuentemente la violencia hizo su aparición. El choque más conocido tuvo lugar en Ávila entre los mismos caballeros, de un lado los infanzones de linaje y del otro los caballeros ruanos. Los primeros conocidos como serranos controlaban los resortes del poder y su monopolio llegó a ser tan insufrible que los ruanos acabaron por aprovechar las excelentes condiciones establecidas por Fernando II de León para la repoblación de Ciudad Rodrigo cambiando de ciudad y de reino. No obstante el odio permaneció latente y desde su nuevo asentamiento tomaron las armas para vengarse de los serranos apropiándose de su ganados. Lejos de quedar tranquilizada la situación los conflictos continuaron, ahora ya entre los mismos serranos algunos de los cuales tomaron la misma determinación que sus antiguos convecinos y optaron también por marcharse y buscarse la vida en otra parte. Acabaron asentándose finalmente en el castillo de Sotosalvos desde donde continuaron su tradicional modo de vida, hostigando las comarcas musulmanas durante varios decenios. Los nobles no aceptaron nunca de buen grado estos espacios de libertad que iban constituyéndose en la frontera y aunque al establecerse en los mismos hubieron de aceptar la igualdad social que en sus fueros se propugnaba siempre buscaron la manera de alzarse sobre sus convecinos. Finalmente lo lograron, primero abrieron el camino a través de la necesidad que tenían los reyes de sus habilidades guerreras y posteriormente lo ensancharon con su preponderancia económica. Los privilegios reales que consiguieron de los reyes fueron jalonando este camino e hicieron de cuña para ir rompiendo las resistencias que se planteaban desde otros sectores de la sociedad fronteriza. El reconocimiento a esta situación de preeminencia social de los caballeros fue reconocida incluso por el papado y así encontramos en un diploma de Lucio III la expresión «dilectis filiis militibus et populis Abulensis, Arevalensis et Ulmetensis»769 para referirse a los fieles de la diócesis abulenses.
En las tierras conquenses que se fueron integrando en Castilla a lo largo del período la situación fue distinta desde el principio ya que a diferencia de los procesos repobladores anteriores las grandes casas nobiliarias estuvieron presentes desde los primeros momentos de la vida ciudadana. La participación de grandes señores en la conquista de Cuenca llevó consigo la cesión de sustanciosas heredades a los linajes de Cameros, Girón, Haro, Lara y Téllez trasladando a ellas dependientes procedentes de sus territorios durienses770. Aunque su papel no fue de primer orden en el gobierno futuro de la villa no dejaron de ser un factor extraño y en cierto modo perturbador que llegado el caso podía alterar la convivencia
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TESIS DOCTORAL : Génesis y evolución del derecho de frontera en Castilla (1076-1212)
Gonzalo Oliva Manso
Doctor en Geografía e Historia
Departamento de Historia del Derecho y de las Instituciones
Facultad de Derecho
Director: Javier Alvarado Planas
http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/tesisuned:Derecho-Goliva/OLIVA_MANSO_Gonzalo_Tesis.pdf
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Imagen de portada:
Alarde: un desfile o cabalgada de caballeros armados pero con la cabeza descubierta
Se instituyen alardes para comprobar su debida preparación material, los cuales tenían lugar en los meses cercanos a la época más ajetreada. Los caballeros villanos debían de pasar estos controles limpiamente para asegurarse de poder disfrutar de sus exenciones fiscales y demás privilegios legales. Pasado el peligro de los musulmanes y acabada la Reconquista, los alardes se realizarán todo el año.
Con el avance de la Reconquista y debido a su valor estratégico (caballería de carga con lanza) en la guerra contra los moros la caballería villana aumentó considerablemente su importancia y su presencia política e institucional. De la misma forma, los caballeros villanos fueron aumentando sus privilegios hasta equipararse de hecho con la baja nobleza tradicional castellana de las poblaciones al norte de Duero: los hidalgos e infanzones, que por su parte fueron perdiendo importancia social según se ampliaba el territorio dominado por los reyes cristianos.
Estos caballeros villanos pretendieron emular y equipararse a los caballeros de linaje y para eso había que cerrar o dificultar al menos el acceso al grupo. Así, en el siglo XII, bajo el reinado de Alfonso X, se produce el reconocimiento jurídico del status privilegiado de la caballería villana; lo que viene a reconocer de iure una situación de facto obtenida merced al poder económico y político que éstos habían logrado.
Este afán en alcanzar la condición nobiliaria se produjo durante los siglos XII y XIII y tuvo resultados muy dispares entre unas ciudades y otras; y si estos caballeros villanos tuvieron que defender sus intereses frente a la antigua hidalguía de linaje y los infanzones, según avanza la Reconquista serían estos antiguos caballeros villanos, trasformados muchos ya en “hidalgos de linaje”, los que se verán acometidos por la nueva forma de acceso a la baja nobleza que representaba los caballeros de cuantía (cuantiosos) o de alarde de los siglos XIV y XV en las ciudades de Castilla y, en particular, las situadas más allá de Despeñaperros. La proliferación de hidalgos en las ciudades de la Extremadura castellana y leonesa en los siglos XV y XVI sólo puede explicarse por su origen en la caballería villana.
José M. Huidobro
https://hidalgosenlahistoria.blogspot.com/2015/04/la-caballeria-villana_14.html