Las condiciones de guerra generalizada en las que se realizaron las restauraciones urbanas en la Extremadura, son determinantes a la hora de analizar el ritmo del estado de sus habitantes. En virtud de ellas, sus componentes y bases fundamentales fueron la fuerza militar y la estrategia fronteriza, el ordenamiento que realizan en los espacios asignados, la intermediación entre las tierras fronterizas y las tierras del interior de los reinos cristianos y la ubicación en ellas de los órganos de poder, concejos y sedes episcopales.
Con carácter general la formación de su tejido social fue fruto de la combinación de estos elementos. Los procesos repobladores iniciados al finalizar el siglo XI dieron lugar a la aparición de un conglomerado social heterogéneo, tanto por la procedencia, como por la condición y función de sus componentes. El fuero de Salamanca y la Crónica de Avila, aportan los testimonios más evidentes sobre la diversidad y la acomodación de los primeros habitantes a los espacios urbanos. De todos ellos, como ya hemos visto, pronto destacan fracciones sociales integradas por guerreros y clérigos, que van a controlar con sus funciones el panorama político, y dominar con sus construcciones el paisaje urbano de las ciudades fortificadas. Ellos son en realidad quienes, al utilizar la ciudad como centro económico y de poder laico y eclesiástico, inician su desarrollo, al provocar con su vecindad, la convergencia de los excedentes agro ganaderos desde sus patrimonios rurales, y los recursos proporcionados por los botines de la guerra de fronteras. Campesinos y dependientes domésticos, completaran el protagonismo de estos grupos de vecinos de las ciudades, a los que ya hemos hecho referencia.
Pero junto a la guerra y sus consecuencias, la oración y su organización en la diócesis, y el trabajo de los campos próximos, fruto de la convergencia de todos ellos en el espacio urbano, pronto surgieron otras actividades y otros grupos necesarios para atender las demandas artesanales y comerciales de las poblaciones de frontera. La crónica abulense subraya el cambio experimentado por algunos de sus primeros pobladores,
E la mucha gente que nombramos, después metieronse a comprar e a vender e a fazer otras baratas, e ganaron grandes algos.
(HERNÁNDEZ SEGURA, A., Opus cit. p. 18)
para continuar con la limitaciones que pronto se encontraron quienes se dedicaban a comerciar y a fazer otras baratas.
La vitalidad de estas actividades, se hallaba animada por corrientes que realmente no eran propiamente comerciales, aunque exigiera la existencia de intermediarios, y tal vez por ello tempranamente vieron obscurecido su protagonismo social en un período, la primera mitad del siglo XII, donde la primacía del espíritu de la milicia, animado por la oración contra el infiel, eclipsaba en su protagonismo y en sus beneficios al espíritu de empresa artes anal y comercial.
Sin embargo, en los cien años siguientes van a cambiar substancialmente las condiciones iniciales de la frontera cristiano-musulamana, y con ellas aparece el protagonismo de estos habitantes de las ciudades que pugnarán por un reconocimiento en la sociedad urbana.
Algunas de ellas podemos resumidas. En esas fechas se ha completado la estructura poblacional produciendo un incremento de las actividades agrarias y ganaderas. La acumulación de riqueza en manos de los caballeros en la ciudad es un fenómeno correlativo a la intensificación de su poder económico y político sobre los términos del alfoz. De ahí se deriva la concentración de una demanda estable y alto poder adquisitivo, generada por caballeros y clérigos, y otra esporádica derivada de la dependencia del término respecto a los órganos de poder urbano. La situación geo-estratégica de las ciudades, en lugares de contacto entre economías complementarias, las convierte en puntos de encuentro económico. El tránsito por ellas de rutas, antes militares, ahora comerciales y de transhumancia ganadera entre las fronteras cristianas y las tierras septentrionales, las trasforman en intermediarias y elementos de paso de nuevas corrientes comerciales. La preeminencia dada y confirmada por los fueros a los habitantes de la ciudad frente a los vecinos de las aldeas, facilita su movilidad personal y económica. Y por último, el desarrollo de los aparatos de poder, concejos, sedes episcopales y catedrales. Todos ellos podemos considerados como factores decisivos en el cambio fisonómico de las antiguas ciudades fortaleza, y en la diversificación funcional de una gran parte de sus habitantes.
El resultado fue la multiplicación de talleres artesanales, tiendas, ruas, mercados que fueron rompiendo el monopolio que hasta entonces detentaban los paisajes rurales.
Entre 1157 y 1300, testigos y confirmantes de los actos jurídicos, la nomenclatura de algunas calles y los objetos utilizados y legados en los testamentos, manifiestan que una parte de los vecinos de las ciudades se han especializado en la transformación de los productos y en su comercialización. Hasta sesenta oficios diferentes se distribuyen de forma irregular por los espacios urbanos, concentrándose en calles y colaciones y especialmente en la proximidad de mercados y azogues. Por otra parte, en el mismo período los ordenamientos forales extensos reconocen explícitamente la especialización de algunos vecinos, al disponer normas y usos que tratan de regular las actividades artesanales y comerciales. Todo parece indicar que el momento de despegue se produjo al iniciarse el siglo XIII, cuando se advierten los primeros intentos para llegar a un reconocimiento diferenciado de sus estados individuales.
Pero ello no significaba realmente una ruptura con el pasado. Muchos habitantes de las ciudades seguían dedicándose al cultivo de los campos. La minoría oligárquica de caballeros y clérigos viven de las rentas que generaban los vecinos de las aldeas. Y los niveles de vida definidos por las mayorías rurales, que confluyen mayoritariamente en la ciudad, son quienes ajustan en último lugar las posibilidades y la viabilidad de artesanos y comerciantes.
El manejo y la instrumentación de los órganos de poder por la oligarquía de caballeros villanos, si bien requería y necesitaba la presencia de estos vecinos especializados en trasformar y comerciar, a la hora de arbitrar la práctica de sus actividades, haría primar una reglamentación acorde con sus intereses y los de sus dependientes: garantizar la calidad, el precio de los productos, el abastecimiento de materias primas de los talleres y mercados, la vigilancia de pesos y medidas, la represión del fraude y la reventa … son en general normas que pretendían la defensa del consumidor y establecer una rigidez institucional; que si bien ordenaba estas actividades, de acuerdo con la función político-institucional de quienes detentaban las magistraturas urbanas, en realidad limitaban las posibilidades de expansión de los habitantes dedicados a dichas actividades.
Artesanos y comerciantes tomaron conciencia de su especial condición socioeconómica y de las limitaciones que pesaban sobre ellos desde las autoridades concejiles. Son de sobra conocidas las citas y pasajes de la crónica abulense, confirmadas por los fueros salmantinos, en las que se pone de manifiesto el desprestigio que menestrales y comerciantes tenían para los caballeros y la resistencia que se les oponía para su aceptación. En 1158 estallaba el motín de la Trucha en Zamora provocado por la confrontación entre caballeros y vecinos de la ciudad. Por los mismos años en Avila gentes dedicadas a comprar y a vender pidieron, una vez más, al rey participación en el gobierno del concejo; ante la negativa, alegando el derecho de los caballeros, una parte de los vecinos de Avila opto por abandonar la ciudad, marchar a colonizar Ciudad Rodrigo, no sin antes recrudecer sus enfrentamientos con los caballeros.
La injusticia cometida en Zamora por los caballeros contra un zapatero, y la oposición institucional en Avila, denotan el mismo fin de participar en la organización de las ciudades como nuevo grupo social, y romper el monopolio y el privilegio ejercido por los caballeros.
Por más que alcanzaron niveles económicos y estuvieran en posesión de fortunas equiparables a caballeros y clérigos, estos no accedieron a sus iniciativas de promoción social. Un marco político, el concejo, y una mentalidad predominante, la del caballero, se oponía a su desarrollo y dinamismo. Su pugna por el control del primero se vio obstaculizada por el monopolio oligárquico establecido por el caballero. Su enfrentamiento con la segunda, habría determinado un choque con la ideología cristiana, mantenida por los clérigos catedralicios.
Su única salida era crear un marco institucional autónomo que agrupara a cuantos se dedicaban a las actividades propiamente urbanas, sirviera de defensa a sus intereses, bloqueara las pretensiones señoriales de caballeros y clérigos, y permitiera el reconocimiento individual de su estado.
Hacia 1250 en Segovia aparecen documentadas las primeras cofradías y ayuntamientos de menestrales y comerciantes que serán condenadas por Fernando III.
Otrossi, se que en vuestro concejo se facen unas cofradias, et unos ayuntamientos malos a mengua de mio poder et de mio sennorio et a danno de vuestro concejo, et del pueblo o se facen muchos males encubiertas, et malos paramientos; mando so pena de los cuerpos et de quanto avedes que estas cofradias que las desfagades. Et que daqui adelante non fagades otras …
(Archivo Municipal de Segovia, Carp. 11, na 2)
Seis años más tarde, en 1256 Alfonso X al confirmar el documento anterior, prohibía el acceso al privilegio del caballero a cuantos procedieran de dichas situaciones, a no ser que renunciaran a sus actividades.
Los fueros del área salmantina confirman la postergación de todos aquellos dedicados al comercio y a la artesanía, frente a la consideración especial que tienen los otros estados. Los reducen a simples vecinos de las ciudades con las condiciones jurídicas propias de tal condición, y con ello subrayan que su profesión no es considerada como algo que implique un estado diferenciado. Vecinos al margen de su función profesional. Tal vez por ello, y a pesar de las sucesivas prohibiciones contempladas en las Partidas, en las cortes de Valladolid de 1258 y en las de Jerez de 1268, los habitantes de las ciudades, artesanos y comerciantes, siguieron organizándose en cofradías y ayuntamientos como forma de defensa de sus intereses y del reconocimiento de su estado individual que se les negaba.
Los habitantes de las ciudades, que no formaban parte de las funciones de los belatores, oratores y laboratores, que pudieron haber constituido la burguesía urbana clásica de otras ciudades de esas épocas, no consiguieron acceder al poder del concejo, para desde él imponer unas normas acordes con sus intereses. Su fracaso, al mediar el siglo XIII, no era sino el sancionamiento de la institucionalización que se estaba llevando a cabo, y a la vez, su relegación y consideración de simples habitantes de las ciudades, significaba el triunfo de la sociedad feudal en la Extremadura Castellanoleonesa.
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EL RITMO DEL INDIVIDUO EN SU ESTADO:
GUERREROS, CLÉRIGOS, CAMPESINOS Y HABITANTES DE LAS CIUDADES
Luis Miguel Villar García
(Universidad de Valladolid)
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Ciudad de Cuenca