¿El ser humano es un estadio erróneo de la evolución, unidimensional y por tanto inevitablemente destinado a fracasar? Construyendo un amplio puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanísticas, entre la biología de la evolución y la historia, Jost Herbig describe una de las fases de cambio más exitosas de la historia de la humanidad: la transición del pensamiento mítico al pensamiento racional y el surgimiento de la moderna comprensión del hombre y su entorno. Hace dos mil quinientos, en el ámbito cultural griego se extendieron nuevas ideas que desde entonces determinaron nuestra concepción del mundo. La ciencia y la técnica de nuestro tiempo y especialmente también la democracia moderna se basan en las ideas y conceptos creados en aquella época. La creencia en dioses que dominan con una arbitrariedad fatal sobre las fuerzas de la naturaleza y los seres humanos dejó paso, alrededor del año 600 a.C., a la intuición de una legalidad en el cosmos y en el Estado. «Equipados» tan sólo con los sentidos y el entendimiento, los pensadores griegos desarrollaron en dos siglos la teoría atómica de la materia, una hipótesis que sólo se confirmaría en nuestro tiempo de una manera experimental. En esta obra bien documentada e innovadora, y con una exposición clara y atractiva, Herbig trata nada menos que de las bases del conocimiento. Biólogos como el etólogo Konrad Lorenz intentaron demostrar que la evolución dotó al ser humano con órganos sensoriales y un sistema nervioso que determinan de una manera genéticamente programada su forma de captar la realidad. La fijación en esta «dote» biológica invariable hizo pasar por alto, sin embargo, la enorme importancia de las concepciones culturales, susceptibles de transformaciones. Inseparablemente unidas, la naturaleza y la cultura forman la concepción humana del mundo. «El probado método científico de derivar una realidad compleja de principios lo más simples posible fracasa allí donde comienza la libertad cultural de los seres humanos. Porque las capacidades biológicas no determinan los logros (y actos fallidos) culturales con la claridad de las causas físicas que producen efectos físicos. Sólo proporcionan las condiciones previas. Los logros mismos no se producen sino en el nivel cultural. Ante esta transición de lo biológico a lo cultural sólo puede fracasar un diagnóstico científico que derive los fenómenos culturales únicamente de causas biológicas. Quien habla de conocimiento debe saber diferenciar. Diferenciar entre lo natural y lo artificial es más importante que nunca. Esta obra pretende ser una contribución para difundir esta necesaria capacidad.» (Jost Herbig)
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