Ante todo, está la misma disposición de esas estructuras nuevas. De sobra es conocido que en cada civilización existen capas diferentes de cultura debidas, por una parte, a las categorías sociales y, por otra, a las aportaciones históricas. Al mismo tiempo que se produce esta estratificación, nuevas combinaciones, reuniones y mezclas constituyen también síntesis nuevas.
Esto se ve de forma especialmente clara en la alta Edad Media occidental. Y la más evidente novedad de la cultura consiste en las relaciones que se establecen entre la herencia pagana y la aportación cristiana, suponiendo —lo que está lejos de ser cierto, como es sabido— que una y otra hayan formado entonces un todo coherente. Lo que sí es cierto es que ambas, por lo menos en las capas instruidas, habían llegado a un grado de homogeneidad suficiente como para que podamos considerarlas compañeras de juego. ¿Debemos llamarlas adversarias?
El debate, el conflicto entre cultura pagana y espíritu cristiano ha llenado la literatura paleocristiana, después la de la Edad Media y aún más allá, con gran número de trabajos modernos consagrados a la historia de la civilización medieval. Y es cierto que los dos pensamientos y las dos sensibilidades se oponían entre sí como hasta hace poco se oponían la ideología marxista y la burguesa. La literatura pagana en bloque supuso un problema para la Edad Media, pero en el siglo V la cuestión está ya resuelta de hecho. Hasta el siglo XIV habrá extremistas de las dos tendencias opuestas: los que proscriben el uso y hasta la lectura de los autores antiguos y los que se aprovechan de ellos cuanto pueden de manera más o menos ingenua. La alternativa favorecerá alternativamente a unos y a otros. Pero la actitud fundamental la establecieron los Padres de la Iglesia y la definió perfectamente san Agustín al decir que los cristianos debían utilizar la cultura antigua lo mismo que los judíos habían utilizado los despojos de los egipcios. «Si los filósofos (paganos) han emitido por azar verdades útiles a nuestra fe, sobre todo los platónicos, no sólo no hay por qué temer a esas verdades, sino que hay que arrebatárselas para nuestro uso a sus ilegítimos poseedores.» Así trajeron los israelitas de Egipto vasos de oro y de plata y objetos preciosos con los que, más tarde, habían de construir el tabernáculo. Este programa del De doctrina christiana, que en la Edad Media será un tópico, abre de hecho la puerta a toda una gama de utilizaciones de la cultura grecorromana. Los hombres de la Edad Media seguirán con frecuencia al pie de la letra el texto de san Agustín, es decir, que no utilizarán más que materiales aislados, como las piedras de templos destruidos, pero a veces esos materiales serán trozos enteros, columnas de templos convertidas en pilares de catedrales, e incluso a veces el templo, como el Panteón de Roma, transformado en iglesia a comienzos del siglo VII, se convertirá en un edificio cristiano mediante pequeñas modificaciones y un ligero disfraz. Es difícil apreciar en qué mediada pasó a la Edad Media el bagaje mental —vocabulario, nociones, métodos— de la Antigüedad. El grado de asimilación, de metamorfosis, de desnaturalización varía de un autor a otro, y a veces un mismo autor oscila entre esos dos polos que señalan los límites de la cultura medieval: la huida horrorizada ante la literatura pagana y la admiración apasionada que lleva a la copia de extensos pasajes. San Jerónimo define el mismo compromiso que san Agustín: que el autor cristiano actúe con sus modelos paganos como los judíos del Deuteronomio con las prisioneras de guerra a quienes afeitaban la cabeza, cortaban las uñas y vestían con vestidos nuevos antes de desposarlas.
En la práctica, los clérigos medievales hallarían muchos medios de aprovechar los libros «paganos» satisfaciendo su conciencia de una forma bien sencilla. Así, en Cluny, el monje que consultaba en la biblioteca un manuscrito de un autor antiguo debía rascarse la oreja con un dedo del mismo modo que un perro se rasca con la pata, «porque, con perfecto derecho, al infiel se le compara con este animal».
Hay que decir que si tal compromiso salvaguardó una cierta continuidad de la tradición antigua, sin embargo la desfiguró lo suficiente como para que la élite intelectual, con frecuencia, haya sentido la necesidad de una verdadera vuelta a las fuentes antiguas. Ésos son los renacimientos que dan ritmo a la Edad Media: en la época carolingia, en el siglo XII y, finalmente, al alba del gran Renacimiento.
Pero hay que recordar sobre todo que la doble necesidad que sienten los autores de la alta Edad Media occidental de utilizar el irreemplazable bagaje intelectual del mundo grecolatino y de fundirlo en moldes cristianos creó, o al menos favoreció hábitos intelectuales a veces exasperantes: la deformación sistemática del pensamiento de los autores, el constante anacronismo, la utilización de citas separadas de su contexto. El pensamiento antiguo sobrevivió a la Edad Media sólo a costa de quedar atomizado, deformado y humillado por el pensamiento cristiano. El cristianismo, obligado a recurrir a los servicios de su enemigo vencido, se ve también forzado a hacer que este esclavo prisionero trabaje para él y borre de su memoria sus propias tradiciones. Pero, por esta misma razón, se vio arrastrado a una atemporalidad del pensamiento. Las verdades tenían que ser eternas. Santo Tomás de Aquino, ya en el siglo XIII, dirá que lo que han querido decir los autores carece de importancia, ya que lo esencial es que lo que han dicho se puede utilizar como convenga. Roma ya no estaba en Roma. La translatio, la transferencia, inauguraba la gran confusión medieval. Pero esta confusión era la condición de un orden nuevo.
Basílica de santa María de Arcos en Tricio (La Rioja)
La Basílica de Santa María de Arcos es un templo arte paleocristiano del siglo V que se encuentra a las afueras de la localidad de Tricio, en La Rioja (España). Es el monumento más antiguo de La Rioja, ya que desde su origen y hasta la actualidad ha permanecido cumpliendo funciones religiosas ininterrumpidamente.
Otros historiadores como Caballero, Arce y Utrero, basándose en consideraciones técnicas e históricas, plantean la hipótesis de que se construyera durante reconquista en el siglo IX o X.
Fue construido sobre un antiguo mausoleo romano del siglo III, reutilizando numerosas piezas de este y de otros edificios de la antigua ciudad romana denominada Tritium Megalon.
El edificio posee estructura basilical con planta longitudinal de tres naves y cabecera cuadrangular. Data del S.V y fue construido sobre un mausoleo romano de S.III que ocupaba la zona del presbiterio o Cámara Santa. En el interior, las naves laterales están separadas de la central por arquerías apoyadas en columnas corintias formadas de fragmentos pertenecientes a un edificio romano construido en el Siglo I.
Los arcos son visigodos de fines de Siglo VI, principios del S.VII en piedra «Toba», salvo el primero de la arquería del lado del evangelio que responde al tipo romano y fue construido en piedra arenisca típica de la zona.
Este templo estuvo situado en la cima del montículo que ocupa el actual Tricio. Por sus dimensiones, se trata de las columnas romanas de mayor diámetro de toda España y debieron alcanzar los 20 metros de altura. En el Siglo XVIII, el interior de la basílica se cubrió por yeserías barrocas, donde todavía hoy se aprecia el escudo de la Orden de la Terraza