La concepción de la Edad Media como un período de largo y uniforme estancamiento cultural y del Renacimiento como un súbito despertar hace mucho que ha sido superada. Hay un renacimiento de la cultura con Carlomagno y otro, más impresionante aún, en el siglo XII. En este siglo se dio en la mayor parte del occidente europeo no sólo un resurgir de la cultura, cuyo logro más permanente fue la fundación de las universidades, sino también cambios de gran trascendencia en otras facetas de la vida. Crecieron las ciudades, y, con ellas, una economía monetaria y una nobleza cada vez más refinada, que se encuentra, parece, estrechamente en relación con la difusión del amor cortés; se abrieron nuevas rutas comerciales; florecieron las peregrinaciones, y las Cruzadas, que comenzaron en 1096, prosiguieron a través de esta centuria. A comienzos del siglo XIII las órdenes mendicantes de frailes —franciscanos y dominicos— dieron otro modo de expresión a la nueva movilidad del hombre europeo. En la Iglesia y el estado, tendencias centralizadoras les dieron a ambos una mayor estabilidad, que fomentó la expansión de las comunicaciones y la economía, y a la vez se benefició de ellas
Las causas de este desarrollo y sus relaciones con el renacimiento intelectual siguen aún en debate. En cualquier caso, la vida intelectual del occidente europeo se vio enriquecida por la traducción al latín de obras cultas del árabe principalmente, pero también del griego y del hebreo, lo que constituyó uno de los primeros aspectos en que se advirtió el resurgimiento y que paradójicamente se llevó a cabo primero y de modo más intenso en Italia y España (aunque en Italia el desarrollo de la literatura romance se produjo tarde y España sufrió un retraso en casi todos los aspectos). El sur de Italia y España, sobre todo, fueron las únicas zonas de Europa colonizadas por pueblos de habla árabe, y sus condiciones fueron óptimas para la transmisión de la cultura arábiga; el retraso de España bajo otros aspectos es, empero, menos explicable.
La expansión, por lo que se refiere a la educación, fue un factor de mayor importancia en el renacimiento del siglo XII: se ensancharon y enriquecieron las escuelas catedralicias de la temprana Edad Media, y una nueva institución, el studium genérale, conocido más tarde como universidad, surgió en Italia, después en Francia y más tarde en Inglaterra. Poco se conoce de las escuelas catedralicias de España, aunque es probable que una floreciese en Toledo; pudo muy bien haber carecido de universidades hasta principios del siglo XIII. Un papel relevante en este sentido lo constituye el desempeñado por los juristas (la fusión de la ley común con la adaptación del derecho romano) y, naturalmente, por los filósofos, ya que fue éste un siglo de especial relieve por lo que al pensamiento se refiere. Filósofos y juristas escribían en latín, lengua, además, con una lírica floreciente, sagrada y profana, y de poesía narrativa, que en vez de ahogar la literatura en romance en ciernes, parece haberla nutrido con su renacimiento, al menos al norte de los Alpes y de los Pirineos. El primer foco de cierta consistencia entre las literaturas romances cultas —los trovadores provenzales, Chrétien de Troyes y la primera generación de poetas cortesanos en Alemania— data del siglo XII.
España constituye una excepción al respecto. Cataluña, por estos tiempos, bajo muchos aspectos, era más francesa que española, y el sur de la península se hallaba todavía bajo el dominio árabe; los reinos cristianos desde Portugal hasta Aragón muestran, empero, un esquema totalmente diverso del resto de Europa occidental. Si exceptuamos el campo de las traducciones, los rasgos típicos del renacimiento del siglo XII no aparecieron en España hasta el siglo xm: la primera universidad se fundó probablemente entre 1208 y 1214 en Palencia; la literatura romance culta (la lírica inspirada por la provenzal) surge a fines del siglo XII en Portugal y Galicia; en Castilla no la hallamos (salvo la épica que autores cultos compusieron en el estilo tradicional y una corta obra teatral) hasta las primeras décadas del siglo XIII; la arquitectura gótica, floreciente en Francia desde 1140 en adelante, no afecta a las catedrales españolas hasta los años 1220. Es insuficiente todavía lo que sabemos acerca de las condiciones sociales y económicas de España en el siglo XII, pero los cambios parece que fueron de advenimiento más retardado que al norte de los Alpes. Aún dentro de ese otro fenómeno del siglo XII que son las Cruzadas, España constituye una excepción dentro del mapa europeo: con el Islam activamente peligroso dentro de la península no pudo darse opción a la partida hacia Tierra Santa a muchos caballeros, y los monarcas hispánicos no mostraron ni siquiera un tibio interés por esta empresa hasta ya avanzado el siglo XI. El mismo panorama se nos presenta por lo que atañe a la cultura latina: no se da en España en el siglo XII una importante contribución original en el desarrollo filosófico, y su aportación en el campo literario, aunque respetable, no es sobresaliente; la lírica en latín cuenta con escasa representación. El retraso de España se refleja incluso en minúsculos detalles: el autor del Libro de Alexandre, por ejemplo, en el siglo xm, establece las metas literarias de su obra en términos muy semejantes a los que usara Chrétien de Troyes en el siglo anterior; e idéntica analogía e igual distancia cronológica se descubre entre el programa literario de Berceo y el de Wace y otros poetas anglo-normandos.
Este retraso no puede atribuirse a falta de contactos con el exterior: el siglo XI señala, en efecto, el punto culminante de la penetración francesa en España con la próspera ruta de peregrinos a Santiago de Compostela, la ayuda en la pugna contra los moros, el establecimiento de barrios comerciales en numerosas ciudades españolas y, finalmente, el dominio ejercido sobre la iglesia castellana por los reformados monjes cluniacenses. Este poderoso influjo llevó a la sustitución de la liturgia autóctona española (el rito mozárabe), y, aunque menos directamente, del tipo de escritura originario de España (la visigótica), por las formas entonces en uso en la Europa occidental. Ni tampoco ha de achacarse este retraso a la lenta difusión de las obras literarias a través de los Pirineos; bajo circunstancias propicias, las influencias extranjeras podían ser rápidamente asimiladas.
El factor responsable de este retraso ha de buscarse más bien en la historia interna del siglo XII. Ya hemos aludido anteriormente a la pugna del Cid para conservar la ciudad de Valencia frente al embate de los almorávides invasores; esta pugna es un ejemplo aislado de resistencia coronada por el éXIto. La liberación total de la península se hallaba ya a la vista con la toma de Toledo por Alfonso VI en 1085, pero la intervención de los almorávides hizo retroceder la Reconquista y, con la decadencia del poder de éstos, una nueva oleada del Islam fanático, los almohades, invadió España. Desde 1145 los españoles se hallaron de nuevo a la defensiva, y aun sufrieron en 1195 una aplastante derrota en el encuentro de Alarcos. El impacto de más largo alcance de estas invasiones lo constituye probablemente el hecho de que la tolerancia mutua, a pesar de las guerras, que había eXIstido por largo tiempo entre árabes, cristianos y judíos, dio lugar a un clima de sospechas, intransigencia y persecución, aunque las ciudades mantuvieran su antigua actitud por más tiempo que las zonas rurales. Las prósperas y brillantes comunidades judías de Andalucía se vieron obligadas a buscar refugio en el norte cristiano, cuya vida, bajo el aspecto cultural y económico, enriquecieron; la persecución, empero, se extendió a las ciudades cristianas, y España se vio, en fin de cuentas, privada de las aportaciones que por largo tiempo habían hecho árabes y judíos y que, de no ser por este encono, hubieran continuado.
Las invasiones de almohades y almorávides no constituyen los únicos factores que nublaron la historia de Castilla y León durante el siglo XII. El primer cuarto de la centuria, durante el reinado de doña Urraca, constituye, en efecto, un período de discordias que desembocó en la intervención de Aragón. A mediados de este siglo, León y Castilla se separaron de nuevo. En el transcurso de este período se afianza además la nobleza a expensas del poder central; la empresa de la repoblación de las fronteras devastadas redujo la población en el norte hasta el punto de que éste se vio gravemente afectado en su demografía. En tales circunstancias históricas, lo que resulta más sorprendente no es la ausencia de un renacimiento en el siglo XII, sino la capacidad de que dieron muestra Castilla y León de mantener a una altura considerable el nivel de la literatura hispano-latina y de promocionar un centro importante de traductores en Toledo. Al cambiar estas circunstancias, se verificó un rápido despertar cultural y literario.
El factor decisivo para el cambio vino ahora del campo militar. El desastre de Alarcos se vio compensado por la victoria de las Navas de Tolosa (1212), en la que el ejército de Castilla, con la ayuda que viniera de León, de Aragón y de allende los Pirineos, desmembró el poder de los almohades. Cinco años después Fernando III (más tarde canonizado), uno de los más grandes reyes de Castilla, subió al trono, unió de nuevo Castilla y León en 1230 y, poco después, reemprendió la empresa de la Reconquista, a una escala desconocida desde la conquista de Toledo. Córdoba, centro en otro tiempo del poder árabe, fue conquistada en 1236 (dos años después los aragoneses conquistan, a su vez, la ciudad de Valencia); Murcia cayó en 1243, en 1248 Sevilla y, finalmente, Cádiz en 1250.
Quedaba tan sólo el reino de Granada, que bien hubiera podido ser conquistado de no morir Fernando en 1252. Aunque Aragón y Portugal participaron con éxito en la tarea, cupieron a Castilla la mayor parte y los mayores beneficios de la misma. Esta expansión militar trajo consigo aparejada la recuperación económica unida a la renovación de energías, autoconfianza y desarrollo de la educación. Por el tiempo de la batalla de las Navas de Tolosa se funda, en efecto, la universidad de Palencia, y en pocas décadas las de Salamanca y Valladolid. El desarrollo literario es igualmente impresionante: Castilla, a mediados de siglo, contaba ya con una floreciente tradición de poesía narrativa culta y con las primeras obras importantes en prosa romance.
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Hª. DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 1 – EDAD MEDIA –
CAP. 3 DESPERTAR CULTURAL DEL SIGLO XIII (I)
(Hª.de la Lit. Española 1, Edad Media, Barcelona 1976, ed. Ariel, pp. 102-109)
A. D. DEYERMOND
Westfield College, Londres
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Batalla de las Navas de Tolosa, por Francisco de Paula Van Halen y Gil
Madrid, Palacio del Senado