«Hermes, guía de las almas» Karl Kerényi (fragmento)
EL HERMES DE LA ODISEA
El último libro de la Odisea comienza con una epifanía de Hermes:
‘- Entretanto, Hermes de Kilene, esgrimiendo la vara dorada
con la que encanta los ojos de los hombres y despierta a quienes él quiere,
obligó a marcharse a los espíritus de los pretendientes.
Ante una señal suya, todos revolotearon, chillando como si los murciélagos de una caverna subterránea, revoloteando todos, y entrecruzándose en la oscuridad, cayeran y se rompiera la cadena de la que cuelgan en la roca.
El los condujo hacia abajo por rutas húmedas y malsanas, sobre las grises mareas del océano, frente a playas con Nevados Peñones del Sueño y por el estrecho del ocaso, en raudo vuelo hacia donde los Muertos habitan yermos de asfodelos en el extremo del mundo. -‘
La muerte de los pretendientes no fue la terminación triste, aunque armoniosa, de una existencia heroica; el brazo vengador, del esposo que volvió, extinguió sus glotonas vidas de manera inesperadamente súbita. Brutalmente muertos, como si fueran animales, sus vidas quedaron inconclusas (en comparación con la del héroe) con su muerte repentina, segadas precisamente en plena juventud. Quedaron caídos, como estólidos animales, meros cadáveres, como si les hubieran cortado las almas de sus cuerpos. Entonces, Hermes «convocó» a sus almas. Este verbo «convocar» (exekaleitein) podría traducirse también como «conjurar», como se conjuran los espíritus de los difuntos que permanecen en la tumba o en el averno. Sin embargo, en este caso, Hermes se muestra como quien conjura a las almas antes del entierro, no con el fin de obligarlas a regresar, sino para ahuyentarlas suavemente hacia los lejanos prados del más allá. La vara que él blande pone de manifiesto su relación con una especie de un «arrullo precursor del sueño» (ommata thelgein) y de un «re-despertar» (…). De lo único que realmente se trata es de dormir y despertar; en este caso, el texto habla de la muerte, pero no como un suceso definitivo, sin ambigüedades. En este contexto, el re-despertar tiene también un doble significado: puede referirse a escapar de la muerte misma.
(…) Hermes, con su dorada vara brillante, se presenta amablemente incluso entre los viciados senderos de los espíritus. Aquí también a Hermes se lo llama «el indoloro», puesto que ni siquiera hace daño a esas almas desdichadas. Por el contrario, su presencia mitiga los efectos de la pavorosa venganza de Odiseo, tal como la ferocidad de Aquiles se sosegó en el último libro de la Ilíada, que, como vimos, está bajo la influencia de Hermes. (…)
La Odisea no es un poema de la vida heroica, en el que se destaque por completo, como fondo, la fuerza definitiva e irrevocable, sino más bien el poema de una clase de vida impregnada de muerte, en la que esta última se halla continua e incesantemente presente. En este caso, los dos polos -la vida y la muerte- se fusionan.(…)
A la Odisea ya la llamamos un viaje epopéyico, y ahora debemos imaginar esa realidad que a menudo se experimenta y consiste en una «expedición» de carácter especial, para distinguirla de un «paseo» o un «viaje». Odiseo no es un «viajero». Es un «expedicionario», (aunque esto sea a veces «a pesar de él mismo»), no simplemente porque se desplaza de un sitio a otro, sino debido a su situación existencial. (…)
(…) Quien se desplaza familiarmente por este mundo-del-camino tiene a Hermes como su Dios, pues aquí se describe el aspecto más saliente del mundo de Hermes. Hermes se halla constantemente en marcha: él está enodios («a la vera del camino») y es hodios («perteneciente a la expedición»), y nos encontramos con él en todos los senderos. (…) Su papel de líder y guía suele ser citado y celebrado, y, al menos desde la época de la Odisea, también le llaman angelos («mensajero»): el mensajero de los Dioses.
(…)
‘- Hermes el Itinerante no se perdió palabra; se inclinó para atar sus bellas sandalias, de ambrosía y oro, que le transportan sobre el agua y sobre tierras sin fin en el silbido del viento, y tomó la vara con la que adormece -o cuando quiere, despierta- los ojos de los hombres.
Y blandiendo la vara paseó por los aires,
descendió de Pieria, bajó hasta el nivel del mar, y giró hasta rozar el oleaje. Una gaviota que ronda entre las crestas de las olas del desolado mar se zambulle en procura de peces, y lava sus alas; sin ir más alto que las olas espumosas, Hermes voló hasta la isla lejana que yacía delante…
(Libro V, páginas 37 a 49) –
Fuente: https://www.antologiaesoterica.com/012hermesguia.htm
Imagen (de la web): https://es.wikipedia.org/wiki/Hermes#/media/Archivo:Hermes_e_seu_caduceu.jpg