A comienzos del siglo XV, el emperador Yongle de la dinastía Ming soñó con un proyecto sin precedentes: reunir en un solo lugar todo el conocimiento que su civilización había acumulado hasta entonces. No se trataba solo de conservar el saber, sino de celebrarlo y expandirlo para las futuras generaciones.
Así, alrededor de 1403, ordenó la creación de una gigantesca enciclopedia. Más de 2.000 eruditos fueron convocados para la monumental tarea. Durante cinco años, viajaron por toda China, recorriendo aldeas, monasterios, bibliotecas olvidadas, buscando textos antiguos que pudieran copiar y preservar. Cada obra que encontraban, desde tratados de astronomía hasta poesía clásica, era cuidadosamente transcrita a mano.
El resultado fue una obra colosal: más de 11.000 volúmenes, abarrotados de conocimientos sobre historia, filosofía, matemáticas, leyes, medicina, literatura, botánica, y mucho más. La obra, conocida como la Yongle Dadian, se convirtió en la enciclopedia más grande que el mundo había visto, un récord que mantuvo durante más de tres siglos.
Sin embargo, el paso del tiempo fue implacable. Guerras, saqueos y negligencia hicieron desaparecer la mayor parte de la colección. Hoy en día, sobreviven apenas unas 400 copias dispersas en bibliotecas y colecciones privadas alrededor del mundo, como ecos lejanos de un imperio que quiso inmortalizar la sabiduría de su pueblo.
La Yongle Dadian, o Gran Enciclopedia Yongle, representa uno de los esfuerzos más extraordinarios de la historia por preservar y celebrar el conocimiento humano. Concebida bajo el mandato del emperador Yongle, tercer soberano de la dinastía Ming, este proyecto no solo fue una muestra de poder y sofisticación cultural, sino también un reflejo de la cosmovisión china, en la que el saber era considerado una fuente de armonía, legitimidad y continuidad civilizatoria.
A diferencia de otras enciclopedias posteriores, la Yongle Dadian no fue impresa ni difundida masivamente, sino que fue concebida como una obra manuscrita de consulta para la corte imperial y los estudiosos cercanos al poder. Su objetivo era abarcar todo el saber disponible en la China clásica: desde los clásicos confucianos y los comentarios filosóficos hasta tratados sobre técnicas agrícolas, rituales religiosos, música, teatro, medicina y conocimientos técnicos. En lugar de resumir o reinterpretar, los compiladores copiaban íntegramente los textos originales, preservando así la voz y la intención de sus autores.
La magnitud del proyecto es aún más asombrosa cuando se considera que fue realizado sin la ayuda de imprentas modernas ni herramientas digitales. Más de dos mil eruditos trabajaron de forma meticulosa durante años, en un esfuerzo colectivo que pone de manifiesto la organización, disciplina y devoción al saber de la China imperial. Aunque no fue publicada como una obra de divulgación, su mera existencia demuestra la importancia que se le daba al conocimiento como pilar de la civilización y al emperador como su protector y custodio.
El destino trágico de la enciclopedia —víctima de incendios, invasiones y desinterés— recuerda la fragilidad del patrimonio cultural ante las fuerzas del tiempo y la violencia. Cada uno de los pocos volúmenes que han sobrevivido es hoy un testimonio invaluable no solo de los contenidos que preserva, sino también del sueño de un emperador que quiso reunir todo lo que su mundo sabía y ponerlo al servicio de la eternidad.
Este episodio de la historia no solo ilustra la grandeza del proyecto intelectual de la dinastía Ming, sino que también nos invita a reflexionar sobre el valor del conocimiento, la memoria y el legado cultural en cualquier civilización.