LOS INTELECTUALES EN LA EDAD MEDIA (Jacques Le Goff)
La danza macabra que a fines de la Edad Media conduce a los diversos “estados” del mundo —es decir, a los diferentes grupos de la sociedad— hacia la nada en la que se complace la sensibilidad de una época en su decadencia, arrastra a menudo junto a reyes, nobles, eclesiásticos, burgueses, gentes del pueblo, a un clérigo que no siempre se confunde con los monjes y los sacerdotes. Ese clérigo es el descendiente de un linaje original en el Occidente medieval: el de los intelectuales. ¿Por qué el término intelectual que da su título a este librito? No es el resultado de una elección arbitraria. Entre tantas palabras (sabios, doctos, clérigos, pensadores —la terminología del mundo del pensamiento siempre fue vaga—), este término designa un tipo de contornos bien definidos: el de los maestros de las escuelas.
Este tipo se anuncia en la Alta Edad Media, se desarrolla en las escuelas urbanas del siglo XII y florece a partir del siglo XIII en las universidades. El término designa a quienes tienen por oficio pensar y enseñar su pensamiento. Esta alianza de la reflexión personal y de su difusión en una enseñanza caracterizaría al intelectual. Sin duda, antes de la época contemporánea, el intelectual nunca tuvo tan bien delimitado ni tuvo tanta conciencia de sí mismo como en la Edad Media. En lugar de designarse con el término clérigo, que es equívoco, trató de bautizarse con un nombre del que se hizo campeón Siger de Brabante en el siglo XIII, philosophusy que yo descarté porque el filósofo es para nosotros otro personaje. La palabra filósofo está tomada de la antigüedad. En la época de santo Tomás de Aquino y de Siger, el filosofo por excelencia, el Filósofo con P es Aristóteles. Sólo que en la Edad Media éste es un filósofo cristiano. Es la expresión de aquel ideal de las escuelas desde el siglo XII al siglo XV: el humanismo cristiano. Pero para nosotros la palabra humanista designa a otro tipo de sabio, el del Renacimiento de los siglos XV y XVI que se opone precisamente al intelectual medieval.
En consecuencia, de este esbozo —al que yo habría puesto como subtítulo, si no temiera ser demasiado ambicioso y abusar de términos hoy gastados y mancillados, “Introducción a una sociología histórica del intelectual occidental — quedan excluidos ilustres representantes del rico pensamiento medieval. Ni los místicos encerrados en sus claustros ni los poetas, ni los cronistas alejados del mundo de las escuelas y sumidos en otros medios aparecerán aquí si no es de manera episódica y como contraste. El propio Dante, que domina el pensamiento del Occidente medieval, solo proyectará su silueta inmensa como una sombra chinesca. Si frecuentó las universidades (¿estuvo realmente alguna vez en París y en la calle del Fouarre?), si desde fines del siglo XIV su obra llega a ser en Italia texto de explicación, si la figura de Siger aparece en su Paraíso en versos que parecieron extraños, lo cierto es que siguió a Virgilio más allá de la selva oscura y anduvo por caminos diferentes de aquellos por los que transitaron nuestros intelectuales. Más o menos marcados por haber asistida a las escuelas, un Rutebeuf, un Juan de Meung, un Chaucer, un Villon serán evocados aquí solamente por esa circunstancia.
De suerte que lo que evoco aquí no es más que un aspecto del pensamiento medieval, un tipo de sabio entre otros. No desconozco la existencia ni la importancia de otras familias del «espíritu, de otros maestros espirituales. Pero éste me pareció tan notable, tan significativo en la historia-del pensamiento occidental y tan bien definido sociológicamente que su figura y su historia acapararon mi atención. Por lo demás, lo designo en singular con gran sinrazón pues el intelectual fue muy diverso según lo mostrarán estas páginas, como espero. De Abelardo a Ockham, de Alberto el Grande a Juan Gerson, de Siger de Brabante a Bestión, ¡qué temperamento, qué caracteres, que intereses diferentes, opuestos!
Sabio y profesor, pensador por oficio, el intelectual puede también definirse por ciertos rasgos psicológicos que se disciernen en su espíritu, por ciertos aspectos del carácter que pueden endurecerse, convertirse en hábitos, en manías. Razonador, el intelectual corre el riesgo de caer en exceso de raciocinio. Como científico, lo acecha la sequedad. Como crítico, ¿no destruirá por principio, no denigrará por sistema? En el mundo contemporáneo no faltan los detractores que lo convierten en cabeza de turco. La Edad Media, si se burló de los escolásticos fosilizados, no fue tan injusta. No imputó la pérdida de Jerusalén a los universitarios ni el desastre de Azincourt a los profesores estudiantes de la Sorbona.Detrás de la razón, la Edad Media supo ver la pasión de lo justo, detrás de la ciencia la sed de lo verdadero, detrás de la crítica la busca de lo mejor. A los enemigos del intelectual, Dante respondió hace siglos al colocar en el Paraíso, donde los reconcilia, a las tres más grandes figuras de intelectuales del siglo XIII: santo Tomás, san Buenaventura y Siger de Brabante.
Jacques Le GoffLOS INTELECTUALES EN LA EDAD MEDIAIntroducción
Siger de Brabant (castellanizado Sigerio de Brabante) fue un filósofo de la escolástica nacido en la región de Brabante hacia 1240 y fallecido en Orvieto antes de 1285.
Seguramente proveniente de la región de Brabante (ca. 1225) estudió en la Facultad de las Artes entre 1255 y 1257. Perteneció al partido de la nation des Picards del que, quizá, fue uno de sus fundadores. Él pertenecía al clero secular, canónico en San Pablo, en Liége y fue profesor en la Universidad de París, en la Facultad de Artes. Su espíritu era subversivo, y era el principal exponente del movimiento aristotélico radical. Al ser defensor del averroísmo, fue uno de los principales intelectuales censurado por el obispo Stephanus Tempier en 1277 cuando 219 tesis subversivas enseñadas en la Sorbona fueron condenadas por la jerarquía religiosa.Libros de Avicena, Averroes y otros averroístas se quemaron públicamente. También quemaron obras de Tomás de Aquino y de Siger. Éste último, al que, junto a Avicena y Averroes, habían nombrado en las condenas, vio cómo quemaban sus libros en la calle. Poco después de la muerte de Tomás de Aquino, el 23 de noviembre de 1276, citaron a Siger ante el inquisidor de Francia, Simon du Val. Parece que al poco tiempo de aquello, tras haber sido acusado de herejía, fue cuando Siger se fue de París.
Al parecer, huyendo de la Inquisición buscó refugio cerca del Papa en Orvieto. Siger murió (ca. 1282) unos años más tarde (fue dado por muerto, según consta en una carta de Jean Peckam el 10 de noviembre de 1284), apuñalado por su secretario presa de un ataque de locura.
Su reflexión filosófica se inscribe en el contexto de la integración de los textos de Aristóteles dentro del pensamiento teológico del Occidente medieval. Para valorar la audacia de los pensadores de la época, es preciso recordar que, por ejemplo, en una decisión tomada en 1210, y renovada en 1215 y en vigor hasta después de 1230, el sínodo provincial de París había prohibido comentar los libros de filosofía natural de Aristóteles, incluido el De Anima…
Siger, en sus comentarios sobre Aristóteles, desarrolló las consecuencias del pensamiento de este filósofo, y tomó la decisión de atenerse, sólo, a la cuestión filosófica:«Nuestra intención principal no es la de buscar cuál es la verdad, sino conocer cuál es la opinión del Filósofo».La verdad es una cuestión reservada a la Fe católica. La razón y la fe son dos órdenes distintas, una es natural, y la otra sobrenatural y cierta. Por medio de este razonamiento conocemos el orden natural (que es también el orden de las consecuencias Lógicas), y por medio de la revelación conocemos la segunda.
Existe en el orden cósmico una serie de cadenas causales, determinadas por el movimiento de los astros. Doctrina extraída del pensamiento árabe, más bien, del pensador Avicenas, que hace una lectura e interpretación de la doctrina aristotélica. Por ello, llamaremos a Sigerio representante del Averroísmo Latino o Aristotelismo radical. Dos intelectos postula el pensador en su sistema gnoseológico-antropológico, uno pasivo y otro agente. El intelecto agente hará posible la «actualización» al percibir los objetos, éste es único para todos los humanos. El intelecto pasivo es el particular, el que posee cada hombre. De este modo se puede notar las doctrinas principales del averroísmo que influirán notablemente en el brabantino: unicidad del intelecto agente y eternidad del mundo.
El hombre al parecer sometido a un determinismo de las orbes -planetas, generan órbitas- no tendría libertad en sus actos. Pero esto no es así ya que la facultad superior del ser humano es el intelecto. Éste, que actúa sin un órgano corpóreo, escapa de la materialidad y hará posible el acto libre, en el sentido que tiene la posibilidad de rechazo al deseo producido por los sensibles, por los objetos materiales del mundo -mundus-. Gracias al intelecto el hombre se diferencia de los animales, ya que posee el juicio indeterminado y éstos siguen «las reglas de la naturaleza». De no estar dotado el hombre del intelecto, o bien, si se dejara llevar, actuando, por los apetitos volitivos no podría, jamás, actuar libremente. Este intelecto es la posibilidad de desarrollar las virtudes, mediante el studium, el esfuerzo y ejercicio racional. Para dirigirse hacia una felicidad posible en este mundo terrenal, una felicidad natural -esta idea será aceptada por los teólogos pelagianos pero rechazada por muchos otros teólogos, ya que para la teología es cierto que se requiere el esfuerzo y el ejercicio racional, pero también la ayuda de la gracia para encontrar la beatitudo (es como pretender crecer siendo bebés, solos y sin ayuda de su Madre o Padre)-.(wiki)
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- Detailed record for Yates Thompson 36
- Author Dante Alighieri
- Title Divina Commedia
- Origin Italy, N. (Tuscany, Siena?)
- Date between 1444 and c. 1450.
- Language Italian
- Script Gothic
- Artists Inferno and Purgatorio (ff. 1-128), and all historiated initials illuminated by Priamo della Quercia between 1442 and 1450 (previously attributed to Lorenzo Vecchietta, see Pope-Hennessy 1947); Paradiso (ff. 129-190v) illuminated by Giovanni di Paolo c. 1450.