Dice José Luis Aranguren que «el verdadero maestro no es el que se limita a transmitir una enseñanza, sino el que, a través de ella, imparte una forma de vida». Ignoro si esta filosofía impregnaba el pensamiento de los «maestros» medievales pero lo que si es cierto es que ya en la Alta Edad Media algunos tratadistas como podría ser San Isidoro de Sevilla, desde su concepción pedagógica, insistía en la importancia de la educación por el ejemplo.
Los niveles de enseñanza
A lo largo de la Edad Media se van perfilando dos niveles en el proceso de educación: lo que se podría considerar enseñanza elemental, centrada en la educación de los niños y jóvenes, a cargo de personas maduras y de probada virtud, y la enseñanza superior, a la que correspondían los estudios del Trivium y Quadrivium , de un carácter completamente eclesiástico, tanto por la condición de los maestros, que eran clérigos, como por los alumnos, que eran aspirantes a la vida monástica o clerical. Las escuelas catedralicias tendrán como base los estudios del Trivium y Quadrivium para culminar en el estudio de la Teología y su finalidad principal será la de formar a los aspirantes al sacerdocio.
Las universidades surgen en los inicios del siglo XIII, como un tercer nivel, de las más famosas escuelas catedralicias. Esta nueva institución docente supondrá la organización definitiva de la enseñanza superior, diferenciada en cuatro facultades: Teología, Derecho, Medicina y Artes liberales (el Trivium y Quadrivium). La facultad de Artes transmitía cierta educación no profesional y servía de pórtico a las otras tres, de marcado carácter profesional.
San Isidoro, en los comienzos del siglo VII y desde su fina sensibilidad pedagógica, aludía ya a los diversos grados en la enseñanza, refiriéndose a la enseñanza liberal: «primero, en cuanto empieza a despertarse el conocimiento en el niño, debe consagrarse al estudio de las letras, hasta llegar a conocer el acento de las sílabas y a distinguir el valor de las palabras y brillar en las disciplinas liberales y honestas. Al mismo tiempo acostumbrándose a modular la voz, cantando, no melo días eróticas, sino las antífonas de la Iglesia, si se trata de un clérigo, y si de un laico los cantares de gesta, las hazañas de los mayores, a fin de que se despierte en el auditorio el deseo de la gloria»
Lo que podría considerarse como la enseñanza elemental a mediados del siglo XIII lo recoge Manuel Riu de la obra de Felipe Novara «Las cuatro edades del hombre», (Riu, M. La vida, las costumbres y el amor en la Edad Media. Barcelona. Gassó Hnos. Editores. 1959. pp. 183-184.) de una forma muy ilustrativa:
1. Educación de los niños:Lo primero que debe enseñarse al niño cuando empieza a crecer y comprender, es la fe en Dios: el Credo in Deum, el Pater Noster y el Ave María. Su padre y su madre y los demás parientes son quienes deben enseñárselos. Luego, cuando se haya desarrollado más, se le enseñarán por lo menos los dos mandamientos de la Ley que son esenciales y de los que deriva, si se consideran bien, casi toda la doctrina cristiana. Ambos se reducen a pocas palabras, y esto ayuda a retenerlos. A continuación se debe enseñar a cada niño un oficio apropiado para él, empezando lo antes posible… Y de todos los oficios de los que conviene acelerar el estudio, dos hay que son los más elevados y los más honorables ante Dios y ante el mundo, a saber: el de clérigo y el de caballero; pues no se sabría ser buen clérigo más que pre parándose para ello desde la infancia, y nadie montaría bien a caballo, si no aprendió en su juventud.
2. Los preceptores:
Los de los niños de los ricos les deben enseñar la cortesía y el len guaje hermoso, para honrar y recibir cortésmente a las personas. Deben enseñarles historia y los libros de autores en que se hallan bellos pensamientos y buenos consejos, llenos de sabiduría, que les serán de gran utilidad si los retienen en su memoria. Los padres de los niños -si éstos los tienen todavía- o, a falta de ellos, sus parientes o los mejores de sus hombres, deben preocuparse de los niños y de sus maestros, y regla mentar su trato mutuo que debe hallarse exento de toda indulgencia y de toda familiaridad. Conviene dejar jugar a los niños, puesto que esto es de ley de la naturaleza; pero sin abusar del juego, pues todo exceso es perjudicial. Y quien les instruye puede hacerles un doble servicio si interrumpe su juego, puesto que puede inclinarles a estar quietos y enseñarles su profesión.
3. Educación de las niñas:
Los o las que las instruyen , les deben enseñar ante todo la obediencia y sumisión, e inducirles a no ser atrevidas ni descuidadas en sus palabras o en sus acciones; a no ser curiosas, ni codiciosas, ni pedigüeñas, ni pordioseras. Y he aquí porque Nuestro Señor ha ordenado que la mujer estuviese siempre bajo mando y sujeción. Debe de obedecer durante su infancia a quienes la educan y, ya casada, debe completa sumisión a su marido, como señor suyo; y si entra en religión, debe plena obediencia a la superiora, de acuerdo con la Regla. La mujer no debe ser descuidada ni atrevida en malas palabras y acciones villanas, puesto que si habla groseramente, se le contestará en igual tono, con razón o sin ella, en perjuicio de su reputación. Quien dice palabras hermosas, las escucha también, reza el proverbio; y si ella corriera el riesgo de pasar por grosera, le sería bastante molesto^.
La enseñanza superior o segundo nivel lo constituían los saberes de los últimos años de la cultura latina y de la época neocristiana. A las prácticas de lectura, escritura y rudimentos de cálculo, que era propio del primer nivel de enseñanza en las escuelas, seguían las llamadas siete Artes liberarles; tres filológicas o formales: Gramática, Retórica y Dialéctica (Trivium) y cuatro matemáticas o reales: Aritmética, Geometría, Astronomía y Música (Quadrivium).
Los diversos intentos por elaborar un plan de estudios monásticos, y que después cons tituirían los programas de las escuelas catedralicias, darán lugar a la formación de dos bloques de saberes, muy bien definidos, el Trivium y el Quadrivium, que serán la enseñanza superior o segundo nivel hasta el nacimiento de las universidades.
La más importante de las Artes liberales fue la Gramática por estar directamente relacio nada con la lectura e interpretación de los autores clásicos y de los Santos Padres. La finalidad principal de su enseñanza era la capacitación para la correcta expresión oral y escrita de la lengua latina. De las otras dos, al principio se concedió gran valor a la Retórica, por gozar de gran estima en la antigüedad clásica. Sin embargo, la Dialéctica pasó a ocupar un lugar privilegiado en la época del esplendor de la escolástica, dominando sobre las restantes disciplinas del Trivium y del Quadrivium.
En cuanto a las Artes del Quadrivium, el conocimiento de los principios fundamentales de la Aritmética y de la Astronomía era necesario para el cómputo de las festividades religiosas, considerado como algo imprescindible en la formación de los clérigos, quienes también debían poseer la teoría de la Música, sobre todo, de la litúrgica. Por último, la enseñanza de la Geometría se limitaba a ciertas nociones de aplicación geográfica, lo que originaba la fusión de estas dos ciencias.
En los primeros siglos de la Edad Media se designaba con el nombre de scholasticus al que enseñaba el Trivium y el Quadrivium, al maestro de las Artes liberales, para diferenciarlo clara mente de los maestros del primer nivel o enseñanza de la lectura, escritura y cálculo elemental.
Estos dos niveles no se impartían a todos por igual. La enseñanza no estaba democratizada y se estructura según el estamento social al que se destina. Por esto, las escuelas se dividen en dos vertientes claramente diferenciadas; las escuelas internas, destinadas a la educación de los monjes y clérigos, que comprenden dos niveles: en el primero se imparte una instrucción instrumental (lectura, escritura y cálculo) y en el segundo nivel se trabaja sobre las Artes liberales, patrimonio y herencia de la cultura clásica, para culminar en la Teología. Y la escuela monacal exterior, destinada a la formación de los seglares, que solo cuenta con el primer nivel y su enseñanza se reduce a lo más elemental (primeras letras y cálculo).
Posteriormente, las escuelas catedralicias, en las que surgirán los grandes maestros de la Edad Media, heredarán la tradición de las escuelas monacales internas, mientras que las escuelas parroquiales dedicarán sus esfuerzos a la formación religiosa de los niños con aspectos rudimentarios de las materias instrumentales.
[…]
«La figura del maestro en la Edad Media» por María Desamparados Martínez San Pedro. (Universidad de Almería.)