La mujer griega a través de la comedia
«quien enseña las letras a su mujer no hace bien, porque añade veneno a una sierpe terrible»
LA COMEDIA ÁTICA
Tipos humanos y formas de vida
Más borrascosas son las relaciones matrimoniales, sobre todo cuando la mujer procede de superior clase económica. El despotismo de las esposas ricas, la libertad de movimientos de la mujer casada, las quejas sobre los dispendios femeninos —que tienen réplica histórica en la institución de los ginecónomos represiva de sus gastos suntuarios— y ciertos asertos que acá y allá se escapan, demuestran que la mujer había dejado de ser la eterna menor de edad recluida en las paredes del gineceo.
La Comedia Nueva no se plantea el problema de la emancipación femenina en los términos de Lisístrata, Las asambleístas, o aquellas obras denominadas ginecocracia en los comienzos de la Media. Sin embargo, los personajes femeninos saben exponer con mansedumbre las injusticias de su status y a los hombres les preocupa la capacidad de raciocinio de sus cónyuges: «la mujer que dice cosas de provecho es el colmo del terror», o «quien enseña las letras a su mujer no hace bien, porque añade veneno a una sierpe terrible».
El número de hijos en la comedia suele ser uno o dos, quizá por razones de economía escénica y no como reflejo de un control de natalidad. Según un estudio de Raep-saet, los atenienses del siglo IV a.C. querían tener hijos por los mismos motivos que sus antepasados del siglo V y, como han demostrado Therése Charlier y dicho autor, no hay pruebas de discriminación afectiva de la hembra en la familia, aunque por economía se prefiriese alumbrar un hijo varón. La hija de Cnemón en el Dyskolos se queda a vivir con su padre, pese a haber originado las discrepancias y la posterior separación de sus progenitores.
Hay que tomar, pues, con reservas la afirmación de Posidipo de que nadie expone a un varón y todo el mundo está dispuesto a exponer a sus hijas. La exposición y el rapto de niños con vistas a su venta posterior, aunque pudieron ser más frecuentes de lo que pensamos en una sociedad esclavista y económicamente deprimida, como observa Gilbert Murray, no fueron un medio habitual de birth control, según la opinión de Glotz, aunque tampoco deba subestimarse en este sentido el testimonio de la comedia, como hace Tarn. Los niños abandonados eran, por lo general, de madre soltera sin recursos, o los que por haber nacido de una concubina representaban un peligro para la herencia de la prole legítima.
Figura bien conocida es la del esclavo, no mera persona muta —silenciosa— como en la tragedia, sino con un nombre ya de por sí orientador sobre sus características más relevantes, como vislumbraba Donato en un comentario a Terencio. Mas en contra lo que se creía, la oposición no tiene lugar entre Pármeno—el siervo fiel— y Getas —el bribón intrigante—, sino entre Pármeno y Daos, como ha demostrado McCary en un trabajo reciente. Pármeno no se caracteriza por su fidelidad, sino más bien por su entremetimiento, en tanto que Daos es el picaro enredador, el verdadero amo de su dueño. Sin embargo, la libertad de acción y sobre todo la licenciosidad verbal de los esclavos en la comedia no deben engañarnos, pues, según ha advertido agudamente Claire Préaux, las verdades sólo son tolerables cuando salen de boca de «irresponsables que en la realidad no hubieran tenido la oportunidad de ser tan lúcidos». Pero hay que reconocer que en una organización social más severamente esclavista habrían sido inconcebibles comportamientos como los que muestra la Comedia Ática. Griegas y no romanas son las facecias y travesuras de los siervos plautinos, únicamente imaginables en una sociedad, como la ateniense, que no discriminaba al siervo ni en el vestido, como señalaba escandalizado el Viejo Oligarca, ni en el salario, como demuestran las cuentas de la construcción del Erecteon. La comedia testimonia a favor del humanismo ateniense en una de las facetas más sombrías de la historia de la humanidad.
Las heteras y la homosexualidad
Con todo, la figura más representativa de la Comedia Ática en el siglo IV es la hetera. Surge a finales de la Comedia Antigua, en las obras de Ferécrates, con los nombres de algunas representantes célebres del gremio: Korianno, Pétale, Thalatta. En la Comedia Nueva abundan las piezas basadas en tipos similares de la vida real y los comentarios favorables o contrarios a su oficio. Son numerosos también los pasajes que describen su manera de ser, especialmente uno de Alexis, que se diría escrito por el Arcipreste de Hita.
Sin embargo, pese a las quejas contra las malas artes de estas mujeres —como la Thais menandrea, «desvergonzada, hermosa, persuasiva, criminal, pedigüeña siempre»—, la figura de la hetera suele estar considerada en la Comedia Ática, máxime por Menandro, con la misma simpatía de un Mihura hacia sus modernas congéneres en Maribel y la extraña familia. Incluso se da un proceso de idealización del tipo (visible en las heteras del Eunuchus y la Hecyra terencianas, basadas en originales menandreos) que culmina en la Habrótonon de los Epitrepontes, la cual no sólo está exento de los defectos propios de su clase, sino que tiene un corazón de oro.
El papel asignado a las heteras en el teatro del siglo IV a.C. es sumamente ilustrativo en lo concerniente a la pretendida pederastía de los griegos, a la participación de la mujer en la vida social y al descubrimiento de la vida afectiva personal y sus derechos. Lo primero que choca en la comedia del siglo IV a.C. a un lector medianamente familiarizado con la literatura griega clásica (especialmente de Platón) es el nulo papel que juega en ella la pederastía. La comedia, como espejo de costumbres, echa por tierra idealizantes interpretaciones de las supuestas singularidades del mundo griego y abona las conclusiones del psiquiatra George Devereux, para quien la homosexualidad griega es seudohomosexualidad, por no reunir las connotaciones de estabilidad, compulsión y represión que caracterizan toda perversión desde un punto de vista psiquiátrico.
Por otra parte, las heteras de la comedia y cuanto de ellas nos dicen los comediógrafos nos demuestran el anhelo de compañía y de comprensión que tiene el ser humano, junto con la necesidad de la presencia femenina en la vida social. Contraponiendo la hetera a la esposa, Amfis le otorga a aquélla la prioridad afectiva, porque la mujer legítima, amparada en la seguridad legal, desprecia a su marido. Efipo encomia la compañía y el consuelo que dan las hembras de vida alegre a los hombres ansiosos de cariño. Antífanes pondera «el áureo temperamento con respecto a la virtud» de una hetera propiamente tal y no como las que envilecen nombre tan bello. Porque, como recuerda otro cómico, Anaxilas, la hetera, literalmente camarada, recibió su nombre de la heteria, es decir, la camaradería.
Con esta clase de mujeres los atenienses del siglo IV antes de Cristo descubrieron el amor como fenómeno afectivo, como libérrima inclinación, más fuerte que las trabas familiares y sociales, al ser humano de diferente sexo. Las heroínas de la comedia del siglo IV no son las pornai, hembras de burdel que no crean problemas sentimentales, ni las esposas impuestas por las conveniencias, sino precisamente las heteras y las indotatae, las jóvenes sin recursos de fortuna.
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Luis Gil
Catedrático de Filología Griega.
Universidad Complutense. Madrid
Fresco de la ciudad de Pompeya, recién recuperado y abierto al público.