DESMONTANDO MITOS SOBRE LA TIERRA EN LA EDAD MEDIA
[…] Pese a los ríos de tinta que se han vertido sobre la planitud de la Tierra en la Edad Media, numerosas voces de ese momento se esforzaron por demostrar gráfica y textualmente su esfericidad . También hubo quienes, por el contrario, se aferraron a los textos sagrados y defendieron la idea plana. Así lo hicieron Latancio (ca. 250- ca. 325), apologista cristiano de origen norteafricano, en sus Divinae Institutiones (iii, 24), o Cosmas Indicopleustes (siglo vi), mercader, teólogo y geógrafo bizantino, en Topographia Christiana. Cabe ahora preguntarse ¿cómo explicar ante una Tierra plana realidades tan evidentes como la sucesión del día y la noche? Cosmas Indicopleustes lo hizo con la existencia de una gran montaña al noroeste del mundo detrás de la cual se ocultan, alternativamente, el sol y la luna (Libro iv, 188-189), idea que transfirió a la imagen del universo (fig. 4). Lactancio y Cosmas Indicopleustes son en cualquier caso excepciones que confirman la regla de la esfericidad de la Tierra medieval. Debemos dar ahora paso a quienes así lo explicaron.
El poeta francés Gossuin de Metz (siglo xiii) afirmaba en su Image du monde que «la Tierra es redonda, y si no hubiera obstáculos, un hombre podría recorrerla, como una mosca circula alrededor de una manzana; dos hombres podrían separarse, marchando en direcciones opuestas, uno hacia el Este, otro hacia el Oeste, de forma que se reencontrarían en las antípodas».
Numerosos ejemplares manuscritos de esta obra están iluminados y exhiben ese hipotético viaje alrededor del mundo, demostrando gráficamente la esfericidad de la Tierra (fig. 5). Siguiendo ese pasaje se incorporan dos esferas, una sobre otra, disponiendo en la superior a los viajeros en el mismo extremo, dispuestos a lanzarse en direcciones opuestas, y en la inferior el viaje completo hasta llegar al reencuentro en las antípodas. De manera semejante, debemos asimismo recordar las palabras del monje franciscano, también de origen francés, Matfré Ermengaud (fl. 1288-1322), quien afirma en su Le breviari d’amor, compuesto entre 1288 y 1292: «El agua del mar ciñe y cubre la Tierra por todas partes excepto por una, que Dios nos dejó para que podamos habitar en ella. Y, en comparación, la parte que el agua deja al descubierto es muy pequeña, tan pequeña como lo que sobresaldría de una manzana metida en el agua. Y la parte de la tierra tiene venas de agua que la atraviesan, pues de otro modo se secaría en exceso y se convertiría en polvo».
Los manuscritos iluminados de esta obra, como el ejemplar del siglo xiv de la Biblioteca Nacional de España, ilustran este pasaje a través de una esfera menor, la Tierra, que flota sobre otra mayor y externa, la gran masa de agua (fig. 6). En esta imagen se evoca el agua a través del dibujo convencional de la línea ondulada, tanto para la esfera más externa como para el elemento hídrico terrestre –esas «venas de agua» que describe el texto–.
A partir de las imágenes de Le breviari d’amor podemos reconstruir el cosmos geocéntrico medieval y movernos hacia imágenes científicas como las contenidas en las muchas ediciones que emanaron de la Esfera (ca. 1230) de Johannes de Sacrobosco, por ejemplo, la copia manuscrita de finales del siglo xiv de la Biblioteca de la Universidad de Salamanca (Ms. 2662, fol. 8v). La Tierra ocupa el núcleo más interno del cosmos y está rodeada de otros cielos o esferas (fig. 7). En primer lugar, en el mundo sublunar, se suceden el Agua, el Aire y el Fuego, conformando junto con la Tierra los cuatro elementos clásicos de la Naturaleza. Más allá se localizan los planetas: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno. A continuación, la octava esfera o esfera de las estrellas fijas, ya mencionada anteriormente, y rodeándola el primum mobile o primer móvil, a partir del cual Dios pone en marcha la maquinaria del universo generando un movimiento que se propaga hasta la Luna. La divinidad habita en el Empíreo, la esfera más externa, perfecta e inmutable, como figura en otro ejemplar derivado de la Esfera de Sacrobosco, en este caso con los comentarios del humanista polaco Juan de Glogovia, impreso en Cracovia en 1506 (fig. 8).
Dentro de la literatura científica la Esfera del afamado astrónomo es sin duda paradigmática para explicar que la Tierra es redonda. En muchas partes de este tratado se describen las razones de esta redondez. Citaremos para este caso extractos traducidos al castellano a partir de la edición latina impresa en Amberes en 1547 por Jean Richard. La descripción de la Tierra comienza afirmando:
«Que la tierra es redonda así se prueba: los signos y las estrellas no salen y se ocultan igualmente para todos los hombres, en dondequiera que se encuentren; sino que primero salen y se ocultan para aquéllos que están hacia el oriente».
. Además de razones astronómicas, pesan en el razonamiento otras de índole práctica, demostradas por la propia experiencia náutica:
Póngase una señal en la orilla del mar y salga una nave del puerto, y conforme se aleje, el ojo del que está al pie del mástil no puede ver la señal, estando en la nave; el ojo del que está en lo más alto del mástil verá bien aquella señal. Pero el ojo del que está junto al pie del mástil, debiera ver mejor la señal, que el que está sobre la punta del mástil, como aparece por las líneas trazadas de uno y otro a la señal, y ninguna otra causa hay de esto que el tumor del agua. Exclúyanse todos los otros impedimentos como las nubes y los vapores que suben.
Este experimento está además explicado gráficamente gracias a esquemáticos grabados que Jean Richard incorporó también en otras ediciones de Sacrobosco (fig. 9). Sirva además esta obra para testimoniar que pocas décadas antes de que El Bosco pintase su Tríptico del Jardín de las Delicias, la Tierra se sabía –o se seguía sabiendo– esférica. Volvemos pues a esta hipnótica obra maestra del Prado, a la que no debiéramos tratar de buscar enigmáticas explicaciones, pues como afirmó Hans Belting bien pudiera responder tan solo al reflejo de una utopía. ¿Cómo explicar esa contradictoria imagen a medio camino entre la esfera y la planitud?
Para Claude Kappler, «la ambigüedad de esta figura proviene de la necesidad de representar una superficie terrestre plana, tal como la vivimos cotidianamente, sin pasar por representaciones geométricas abstractas, y de la necesidad también, sin embargo, de dar una idea de la esfericidad del universo».
Con El Bosco y Sacrobosco ponemos fin a un viaje que nos ha llevado a rastrear en fuentes de la Baja Edad Media y la temprana Edad Moderna distintos esfuerzos por demostrar que el mundo se sabía redondo. Cabe ahora preguntarse ¿desde cuándo era así conocido? La esfericidad de la Tierra fue primeramente descrita por Pitágoras (siglo vi a.C.) según testimonio de Diógenes Laercio (siglo iii d.C.), quien en su Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (viii, 15) afirma:
Alejandro en las Sucesiones de los filósofos dice haber hallado en los escritos Pitagóricos también las cosas siguientes: […] los cuerpos sólidos, de los cuales constan los cuatro elementos, fuego, agua, tierra y aire, que trascienden y giran por todas las cosas, y de ellos se engendra el mundo animado, intelectual, esférico, que abraza en medio á la tierra, también esférica y habitada en todo su rededor.
La Edad Media fue en cuestiones astronómicas y geográficas, como en muchos otros aspectos, heredera de la ciencia grecorromana; fruto de su influjo, se mantuvo durante el Medievo la idea de la Tierra esférica. Difícil era sin embargo en esos momentos proyectar gráficamente la tridimensionalidad. Como es bien sabido, la larga Edad Media tuvo que reconquistar la plasmación de la tercera dimensión. Durante los primeros siglos, que engloban la conocida como Alta Edad Media, se acusó una pérdida de técnica respecto de las formulaciones espaciales grecorromanas. Sirva como ejemplo la representación de los elementos geométricos en las Etimologías de san Isidoro (iii, 12). El obispo hispalense distinguía entre «figuras sólidas», aquellas «delimitadas por la longitud, la latitud y la altura», es decir, las tridimensionales, y las «figuras planas», encabezadas por «el círculo, que es una figura plana limitada por su circunferencia. Su centro es un punto del que equidistan todos los demás». Al grupo de las primeras pertenece «la esfera», descrita como «una figura de forma redonda igual en todas sus partes».
Las numerosas copias manuscritas de esta obra incorporan dibujos de estas figuras, aunque apenas existen recursos por parte de los escribas o iluminadores para distinguir, en el caso que aquí nos interesa, el círculo de la esfera. Uno de los códices de las Etimologías isidorianas opta por incluir ese punteado central del círculo, para diferenciar la figura plana de la sólida esfera (fig. 10). Sin embargo, si viéramos esta última figura fuera de contexto, careceríamos de argumentos para sostener que se trata de una forma tridimensional. Esto mismo es lo que sucede cuando contemplamos un mapa medieval. Necesitamos, pues, contextualizarlo para su correcta lectura.
Según describía Matfré Ermengaud, «el agua del mar ciñe y cubre la Tierra por todas partes excepto por una […] muy pequeña», que es la que habitamos. A partir de aquí podemos afirmar, pues, que la Tierra en la Edad Media era más azul que lo que actualmente consideramos nuestro planeta, ya que la proporción de agua era mucho mayor. La ecúmene, es decir, ese espacio habitado y habitable, era muy reducido, y a la hora de cartografiar la Tierra solo se representaba este espacio, junto con el océano que lo circundaba. Los mapas medievales podrían entenderse como la proyección de la tierra del Breviario de amor de Ermengaud vista desde arriba. Aparentemente resultan planos.
Podríamos explicar «la ambigüedad de esta figura» parafraseando a Claude Kappler como el resultado «de la necesidad de representar una superficie terrestre plana, tal como la vivimos cotidianamente, sin pasar por representaciones geométricas abstractas». E incluso dentro de la cartografía medieval encontramos «la necesidad también, sin embargo, de dar una idea de la esfericidad del universo», por ejemplo, en un mapamundi del Liber floridus de Lambert de Saint-Omer y en otro del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana. No obstante, la manera de resolver esa idea de la esfericidad resulta en estos casos más críptica que de la mano –o del pincel– de El Bosco.
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DESMONTANDO MITOS SOBRE LA TIERRA EN LA EDAD MEDIA
Sandra Sáenz-López Pérez
Universidad Autónoma de Madrid
Cuadernos del CEMyR, 28; septiembre 2020, pp. 69-96. ISSN: e-2530-8378