Los golfines eran un grupo social que existió en la Edad Media en algunas regiones de España, particularmente en Aragón. Se trataba de una clase baja de la sociedad, formada principalmente por personas de origen humilde que se dedicaban a trabajos itinerantes, como jornaleros, mendigos o personas que realizaban oficios menores y marginales.
Los golfines a menudo vivían en la pobreza y en condiciones difíciles, y por su estilo de vida itinerante y marginal, eran vistos con desconfianza y desprecio por las clases más altas. Su nombre se asocia también con una cierta imagen de vagabundeo y delincuencia, aunque no todos los golfines se dedicaban a actividades ilícitas.
En resumen, los golfines representaban un estrato social bajo, compuesto por personas que sobrevivían con trabajos esporádicos o al margen de la sociedad establecida. (Fuente Chat Gpt. Agosto 2024).
DATOS Y CONSIDERACIONES SOBRE LOS GOLFINES (SIGLOS XIII-XIV)
Avanzado el siglo XIII algunos documentos dispersos nos hablan con poco detalle acerca de unos bandidos llamados golfines. Dichos bandidos y sus correrías habrían sido la causa principal que llevó al nacimiento de las hermandades viejas de Toledo, Talavera y Ciudad Real, unas instituciones que perduraron hasta el final del Antiguo Régimen y que para afirmar la legitimidad de su existencia, así como el amparo regio que precisaban, desde muy pronto tendieron a rodear su nacimiento de una atmósfera legendaria. Pretendían con ello destacar la antigüedad de su fundación –exagerando todo lo posible– y, al mismo tiempo, conectar el surgimiento de dichas instituciones con la monarquía y hasta con el pontificado. En realidad, las noticias que aluden específicamente a los golfines son muy escasas y además al mitificar los orígenes hermandinos se contagiaba con ello la propia peripecia de los golfines.
Las ordenanzas de la Hermandad de Ciudad Real de 1792 firmaban que después de la batalla de las Navas de Tolosa desertores, huidos y desmovilizados permanecieron en la tierra cometiendo toda clase de delitos. A una cronología aún más antigua nos llevaría un escrito del Archivo Municipal toledano, con letra del siglo XVIII , en el que se presenta a “salteadores que en este Reyno llaman golfines” moviéndose por las cercanías de la ciudad simultáneamente a los enfrentamientos que tuvieron lugar entre los poderosos Castro y Lara, durante la minoría de Alfonso VIII. Ulteriormente, tan numerosos y atrevidos fueron que llegaron a robar las camas y arcas de plata de Alfonso X cuando iba camino de Andalucía, aunque es Fernando III en versiones más tardías; por cierto que esta narración aparece por primera vez en un documento talaverano de la época de Álvaro de heza . Otro documento más antiguo, fechado en 1338, indica que hicieron apellido llamándole Mi Carchena, lo que viene a señalar alguna banda más conocida, y a partir de aquí surgió después la idea legendaria de un supuesto rey Carchena, que vivía en los montes de Guadalupe al frente de los malhechores. Del mismo modo, no faltan alusiones a castillos, desde los que lanzarían sus acciones violentas, ni tampoco a la presencia entre ellos de moros, empezando quizá por el propio Carchena . Todas estas tradiciones aunque se han repetido una y otra vez no se apoyan en prueba alguna y nos sirven más para observar los mecanismos legitimadores forjados por las hermandades que para profundizar con certeza en la realidad histórica de los golfines. Además, paulatinamente fueron incorporando influjos procedentes de las formas de bandidaje propias de la Edad Moderna. Sea como fuere, hay que tener muy en cuenta que dichas tradiciones se inician tempranamente y suscitan algunos temas que sí interesa retener, me refiero concretamente a los siguientes: primero, la frontera; segundo, la conflictividad nobiliaria; y, tercero, la existencia en el campo de grupos organizados y numerosos de individuos armados.
En relación con el primero de los tres aspectos citados, podemos comenzar, como ya se ha hecho otras veces, releyendo un párrafo muy breve de la Crónica de Bernat Desclot, un texto catalán que alude a estas bandas en el contexto fronterizo e identifica a sus integrantes como hombres acostumbrados a las armas y originarios de la España interior:
“Aqueles altres gens que hom apela ‘golfins’ son castelans e galegos e dins de la profonda Espaya e son la major part de paratge; e per so com no an rendes de que viven, o cor han desgastat o jugat so que an, o per alcuna mala feta, han a fugir de lur terra e ab lurs armes, axí com homens qui abre no poden ne saben fer, van-se’n en la frontera del ports de Muredal, qui són grans muntayes e forts, e gran boscatges, e marquen ab la terra de sarraÿs e dels crestians, e aquèn passa lo camí que va de Castela a Xibília e a Côrdova, e axí aqueles gens roben e prenen de crestians e de sarraÿs, e están en aquels boscs e aquí viuen; e son molt grans gens e bons hòmens d’armes, quel rey de Castela non pot venir a fi”.
Lo que traducido al castellano moderno sería algo asi:
Aquí tienes la traducción al castellano del texto que proporcionaste:
«Aquellas otras gentes que se llaman ‘golfines’ son castellanos y gallegos y del interior de la profunda España, y son en su mayoría de alta nobleza; y porque no tienen rentas de las que vivir, ya sea porque han gastado o jugado lo que tenían, o por alguna mala acción, se ven obligados a huir de su tierra, y con sus armas, como hombres que no pueden ni saben hacer otra cosa, se van a la frontera de los puertos de Muredal, que son grandes montañas y fuertes, y grandes bosques, y limitan con la tierra de sarracenos y cristianos. Allí pasa el camino que va de Castilla a Sevilla y a Córdoba, y así esas gentes roban y capturan a cristianos y sarracenos, y se esconden en esos bosques y allí viven; y son gente numerosa y buenos hombres de armas, tanto que el rey de Castilla no puede acabar con ellos. «
En conclusión, bandidos de frontera, gentes de aluvión, pero con un denominador común que es su familiaridad con toda clase de armas, y que sobreviven sobre el terreno amparados por la escasa humanización del territorio. Si se mira despacio son notorias las semejanzas entre lo indicado por el cronista y los almogávares que el mismo autor describe. Lo que ocurre es que en torno al camino que de Toledo iba a Córdoba no había formación política musulmana alguna en la segunda mitad del siglo XIII, aunque seguía siendo un territorio poco poblado y sobre el que los poderes de la época ejercían un control no demasiado estricto. Pero podríamos llegar a sospechar incluso que estos golfines fuesen continuación de un fenómeno iniciado tiempo atrás, cuando las condiciones políticas y de inestabilidad militar eran otras, y propiamente cabía decir que el puerto del Muradal era tierra de frontera, como quiere el cronista.
Ya hemos dicho que la documentación de archivo es muy escasa y dispersa pero a pesar de todo nos permite proseguir nuestra indagación en una cronología que abarca la segunda mitad del siglo XIII y los inicios del XIV. Sin embargo, estos pocos escritos lo que no hacen es aportar detalle alguno sobre las características de los golfines. En general, son privilegios reales otorgando imposiciones sobre el paso de los rebaños trashumantes, o bien, concediendo lugares, siempre para que determinados poderes feudales sostuviesen la defensa contra la peligrosidad de los salteadores en los espacios montaraces8 . También las ordenanzas de los colmeneros de Sevilla hechas en 1254 –uno de los textos más antiguos a este respecto– aluden a folguines que “andudieren por la syerra” para acudir tras ellos en expediciones de hasta ocho días de duración . Finalmente, en las Cortes de 1293, al obligar a los concejos a guardar sus términos frente a los malhechores, se contemplaba como excepción que “non sean tenudos de pechar el danno que fezieren los golfines a los pastores quando passaren con sus ganados”; y unos años antes el mismo Desclot, arriba citado, presentaba a algunos de ellos en el puerto de Tortosa, junto a los almogávares, para participar en las empresas militares de Pedro III. Como he indicado, todas estas fuentes no aportan detalles pero sí vienen a mostrar que se trata de un fenómeno muy difundido, diríamos que endémico, en un ámbito de considerable amplitud que se extiende a lo largo y ancho del Campo Arañuelo, sierras de Guadalupe, las Villuercas y Altamira, La Jara talaverana y los Montes de Toledo, Puebla de Alcocer, Campo de Calatrava, Chillón, Los Pedroches y toda Sierra Morena, así como zonas periféricas de la tierra de Sevilla. De manera que la expresión “golfines” (o folguines) designaba a malhechores que actuaban en bandas y cuyas acciones dieron lugar al repertorio de daños que tantas veces mencionan los documentos: “mataban los omes et les tomaban lo que traíen y forzaban las mujeres y quebrantaban y quemaban los lugares poblados et facíen otros muchos males”.
Este es el contexto en el que nacen las tres hermandades de Toledo, Talavera y Villa Real ya mencionadas. Sin embargo, los escritos más antiguos relativos a estas instituciones no van más allá de 1300, y ninguno de ellos da testimonio de su creación sino que vienen a reconocer unas agrupaciones ya existentes. No faltan pues las brumas en este asunto, como en todo lo referente a los golfines, y además entre esa niebla, a partir del mismo siglo XIV, los hermanos dieron pábulo, según se ha indicado, a toda clase de leyendas. Como no podía ser de otro modo, los golfines aparecen de vez en cuando en los documentos procedentes de las referidas hermandades, aunque sólo sean meras alusiones relativas al origen de las mismas. Lo interesante es que muy al principio hablan de ellos en presente y los muestran totalmente activos, causando toda suerte de daños a ganaderos, viajeros y, lógicamente, a quienes encontraban su medio de vida en los espacios silvestres. Unos años más tarde, en 1338, al solicitar a Alfonso XI confirmación de las mercedes que ya tenían, los procuradores hermandinos razonaban que en tiempos de Alfonso X y Sancho IV muchos hombres se habían echado al monte, proliferando el delito. Por primera vez se mencionaba entonces la referida leyenda de Carchena. Lógicamente, cabe pensar que los enfrentamientos acaecidos en la última fase del gobierno del Rey Sabio habrían propiciado la actividad de bandas armadas14 que debieron ser numerosas y bien organizadas, según invita a suponer el apellido Mi Carchena. Después, aludiendo a la minoría de Alfonso XI, se volverá a insistir en que durante las turbulencias del reino algunos ladrones se habían internado en los montes. Además, hemos visto con anterioridad que casi toda la documentación de diversa índole referente a los golfines data precisamente de fines del siglo XIII e inicio del XIV, abarcando toda la etapa histórica, particularmente inestable, que llega hasta la mayoría de edad de Alfonso XI. Por lo tanto, son muchos los indicios que hacen coincidir las depredaciones de los golfines con la inestabilidad y la violencia política de Castilla en esta época, de tal modo que si párrafos atrás destacábamos la conflictividad del reino como uno de los factores que rodean a estos bandidos, ahora, con mayor certeza, hemos de confirmarlo.
En este sentido, si ya el primero de los privilegios hermandinos señalaba que los golfines obtenían perdones de maestres, concejos y hasta de la misma corona, en 1320 –siendo Alfonso XI todavía menor– sabemos que los hermanos talaveranos tenían que acudir al concejo de su villa porque sufrían toda clase de querellas y daños por enfrentarse a los golfines. Ocho años más tarde el mismo problema volvió a salir a la luz al haber sido apresados dos hombres de la misma hermandad bajo la acusación de dar muerte a un malhechor16. De estas evidencias se deduce que no hay que ver a los golfines como unos seres alejados de todo y de todos, sumergidos en las espesuras silvestres, sino que muchas de sus correrías contaban con la protección de poderosos. Este ambiente de encubrimiento, alrededor de los referidos actos criminales, viene a mostrar que estaban perfectamente integrados en unas redes de protección clientelar en cuyo marco pondrían su espada al servicio de intereses políticos de los más fuertes. No podemos sorprendernos de que esta clase de vínculos, tan habituales en otros contextos, funcionasen con amplitud y vigor al compás de la pugna que enfrentó a Alfonso X con su hijo Sancho, y luego durante las minorías de Fernando IV y Alfonso XI, cuando el choque entre poderosos alcanzó extraordinaria virulencia.
Precisamente hacia el final de dicha etapa de aguda inestabilidad política –entre 1320 y 35 aproximadamente– deja de hablarse de los golfines, y la palabra ya no volverá a utilizarse salvo como un recuerdo del pasado. Es seguro que la mayor estabilidad política del reinado de Alfonso XI, así como la mejor articulación del territorio, en virtud de los procesos colonizadores y la creciente proyección de ciudades como Toledo, Talavera o Córdoba, tiene mucho que ver con el final de estas bandas. Ya sabemos que las hermandades se atribuyeron el mérito de su desaparición, pero importa tener en cuenta que, al fin y al cabo, ellas mismas –cuyas cabeceras estaban en Toledo, Talavera y Ciudad Real– no dejan de ser una faceta más de la proyección urbana sobre estos espacios.
Así pues, la peripecia histórica de los golfines se explica a la luz de una serie de factores que podemos identificar perfectamente: a) la geografía montuosa y escasamente humanizada que acoge sus fechorías; b) el carácter fronterizo que dicho territorio había tenido durante mucho tiempo; c) la conflictividad política y las pendencias nobiliarias que entre la segunda mitad del siglo XIII y principios del siguiente dieron vida a las bandas y facilitaron sus correrías.
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Bandas armadas en los campos de la Corona de Castilla(siglos XIII-XV)
Armed bands in the countryside of the Kingdom of Castile
José María Sánchez Benito
Universidad Autónoma de Madrid
Fecha de recepción: 13.01.16
Fecha de aceptación: 18.03.2016
ISSN 2254-6901 | Vínculos de Historia, núm. 5 (2016)
54 pp. 54-71