BIBLIOTECA GONZALO DE BERCEO
La Baja Edad Media, el universo de los símbolos
LOS SÍMBOLOS Y LOS SENTIMIENTOS EN LA PINTURA GÓTICA
La Baja Edad Media es el universo de los símbolos. El significado de señales, gestos y ritos nunca tuvo, probablemente, tanta trascendencia como en los siglos XIV y XV. Y no hay mejor lugar para exponerlos que la pintura.
¿Es posible cotejar si lo que aparece en la pintura es lo que se cuenta en los documentos? ¿Y lo que no está en los textos? Ya avisó el citado Huizinga que «El retablo sirve de ostentación y suscita la piedad de los fieles; mantiene despierta la piedad del donante», de modo que no deberemos ver en la pintura gótica un fiel reflejo de la vida cotidiana bajomedieval, sino mejor un ideal, o en su caso una denuncia, de esa misma vidaLos códigos de comportamiento cotidiano de la sociedad bajomedieval se reflejan en la pintura gótica de manera asombrosa: el nacimiento, los diferentes pasajes de la vida, la muerte…6 Los retablos góticos son un verdadero catálogo de imágenes en las que se refleja cuál ha de ser el ideal del comportamiento humano: Cristo, los santos y sus vidas ejemplares son los modelos a seguir.
El imaginario colectivo identifica de inmediato las pautas de comportamiento allí expresadas y las aplica a su vida cotidiana. Todo un mundo de sentimientos se despliega ante los ojos de los fieles, que reconocen el presente en las escenas que pretender reflejar el pasado.
La infancia suele ser la gran ausente, y cuando aparece sólo lo hace de manera anecdótica y casi siempre personificada en Jesucristo niño, un ser extraordinario cuya vida fue todo lo contrario de una vida «cotidiana» . Porque la infancia es un estado en el que los seres humanos casi no lo son, todavía; así lo escribía a comienzos del siglo XIV una mujer de mente tan abierta como la beguina Margarita Porete, que fue quemada en la hoguera: «Cuando vivía de leche y papillas y aún hacía el tonto…».
El miedo a morir es obsesivo y así aparece reflejado en la pintura. Los seres humanos jamás han aceptado la muerte, y sólo lo han hecho «los elegidos», los seres extraordinarios que son capaces de afrontarla sin miedo, como Jesucristo en la cruz o los mártires en el cadalso. El miedo queda para la mayoría9 , para los seres no elegidos, porque parece claro que en la baja Edad Media pocos dudaban que serían más los condenados al infierno que los merecedores del paraíso.
El amor era algo extraordinario. En una sociedad en la que el matrimonio estaba condicionado por una decisión paterna, apenas había espacio para los enamorados10. Eloísa y Abelardo o Beatriz y Dante son casos extraordinarios de enamorados, y por ello o bien acabaron de horma trágica o se sumieron en una angustia infinita. El amor no tiene cabida en lo cotidiano, ni siquiera cuando los caballeros se embelesaban antes las ideas del amor cortés como ideal, un ideal que no respetaban precisamente en su vida cotidiana. El aserto que Chrétien de Troyes hizo en el siglo XII, «lo mejor del amor es hacerlo», suena extraño en la Baja Edad Media, más proclive al aserto de los griegos de que «lo mejor del amor es no hacerlo». Por eso, cuando los artistas pintan escenas de amor, lo hacen como algo fuera de lo cotidiano, como una excentricidad de amantes alocados o como reflejo del pecado de unos condenados.
Por el contrario, el sexo sí era algo cotidiano. No parece que fuera un tema tabú, como lo será a partir de principios del siglo XVI y hasta bien cumplido el siglo XX, pero hay poco sexo en la pintura gótica, y ello a pesar que las barraganas, incluidas las de los clérigos, eran aceptadas en la sociedad y a que proliferaban los prostíbulos, habituales en el paisaje de todas las ciudades medievales. Pero, tal vez por habitual, el ojo del pintor miraba hacia otra parte.
En este sentido hay que tener en cuenta que el cuerpo humano, como elemento físico, fue despreciado, condenado y humillado por no pocos «intelectuales» del Medievo. Pero es ese mismo cuerpo el que discurre por lo cotidiano. El cuerpo físico nace, pero a lo largo de la vida necesita comer, vestir, reproducirse, y además enferma, sana, aprende, reza, disfruta, sufre, desea, sueña y al fin muere. Aunque tal vez todo esto, y ni siquiera su supuesta condición espiritual, no fuera tan trascendente como para que accediera al rango de «interés histórico».
Algo similar ocurre con la felicidad y la risa. Algunos intelectuales del Medievo estaban verdaderamente obsesionados con la risa. Unos pocos, siguiendo a Aristóteles, que aseguró que «la risa es propia del hombre», defendían esta manifestación física de un estado de ánimo, pero eran más los que creían que la risa era «parte del diablo» y que conducía a la práctica de acciones bajas. Porque, ¿quién se ríe en lo retablos góticos? Desde luego, Cristo nunca lo hace, ni la Virgen, ni los santos, ni los bondadosos. La sonrisa es propia de los malvados, de los demonios y de sus acólitos. Quizá la gran herejía de Leonardo da Vinci fue dibujar a la Virgen y a alguna santa con una ligera son risa esbozada en sus labios. No en vano, es en la fiesta, espacio para el pueblo y tiempo que rompe la monotonía diaria, donde se ríe.
Los altos mandatarios de la Iglesia medieval vivían en la opulencia, pero su mensaje era de un permanente elogio de la pobreza. Algo cambiaron las cosas a comienzos del siglo XIV, cuando el papa Juan XXIII proclamó que la exaltación de la pobreza «per se» era herética, pero ni siquiera la condena papal fue óbice para que la pobreza se considerara como una virtud.
¿Qué veía, pues, la gente de la Baja Edad Media en la pintura gótica?: ¿lo que los poderosos querían que viera?, y ¿qué vemos a principios del siglo XXI?
Entre 1337 y 1339 Ambrogio Lorenzetti pintó en las paredes del palacio Comunal de Siena unas escenas del buen y el mal Gobierno. En una de las escenas (figura 1), el buen Gobierno lo plasmó en una imagen urbana en la que, precisamente, todo lo que ocurre son manifestaciones de la vida cotidiana, eso sí, cada clase social está realizando las actividades que eran propias de su estatus. Es la imagen perfecta de lo cotidiano en la ciudad. Dos siglos más tarde, en 1559, Pieter Brueghel reflejó en un cuadro (figura 2) un combate entre don Carnal y doña Cuaresma. También recoge la vida cotidiana en una ciudad. Entre ambas pinturas han pasado más de dos siglos, toda la Baja Edad Media, y en ese tiempo habían cambiado muchas cosas. De una sociedad ordenada, en la cual cada uno estaba en su sitio, se ha pasado a un desorden absoluto, al reino del caos.
Son dos cuadros que recogen sendas escenas urbanas, ambas reflejan el acontecer cotidiano pero entre ambas se había abierto un espacio demasiado grande y la vida cotidiana había empezado a ser tratada de forma muy distinta.
Se dice que el arte suele embellecer la realidad, y desde luego, la pintura gótica la embelleció, aunque a veces reflejándola con crueldad. Por lo que respecta a la vida cotidiana de la Baja Edad Media, tan cargada de símbolos, la pintura gótica convirtió el ideal de vida cotidiana en el modelo, y lo pintó para deleite de cuantos lo contemplaron.
NOTAS.-
6 Lacarra, María del Carmen, «Estampa de la vida cotidiana a través de la iconografía gótica», VIII Semana de Estudios Medievales, pp. 47-76, Nájera 1997; y Pendas, Maribel, La vida cotidiana en la Edad Media a través del arte gótico, Barcelona, 2000.
7 García Herrero, María del Carmen, «Administrar del parto y recibir la criatura: Aportación al estudio de la Obstreticia bajomedieval», Aragón en la Edad Media, VIII, pp. 283-292, Zaragoza, 1989.
8 Porete, Margarita Elogio de las almas simples, Barcelona 2005; con unos brillantes estudio y edición de Blanca Gari.
9 García Herrero, María del Carmen, «La muerte y el cuidado del alma en los testamentos zaragozanos de la primera mitad del siglo XV», Aragón en la Edad Media, VI, pp. 209-245, Zaragoza, 1984; y «Ritos funerarios y preparación para el bien morir en Calatayud y su Comunidad (1492)», en Rev. Jerónimo Zurita, 59-60, pp. 89-120, Zaragoza, 1989.
10 García Herrero, María del Carmen, «Las capitulaciones matrimoniales en Zaragoza en el siglo XV», En la España Medieval, VIII, pp. 381-398, Madrid, 1986.
11 García Herrero, María del Carmen, «Prostitución y amancebamiento en Zaragoza a fines de la Edad Media», En la España Medieval, XII, pp. 305-322, Madrid, 1989.
12 Le Goff, Jacques, y Truong, Nicolas, Una historia del cuerpo en la Edad Media, p. 17, Barcelona 2005; estos autores recuerdan que en 1292 la ciudad de París llegó a tener 26 baños públicos.
13 Corral, José Luis, «La ciudad bajomedieval en Aragón como espacio lúdico y festivo», Aragón en la Edad Media, VIII, pp. 185-197, Zaragoza 1989; Rodrigo Estevan, María Luz, Poder y vida cotidiana en una ciudad bajomedieval. Daroca, Zaragoza, 1996.
14 Pastoreau, Michel, Una historia simbólica de la Edad Media occidental, Buenos Aires, 2006.
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LA IDEA DE LO COTIDIANO EN LA PINTURA DE LA BAJA EDAD MEDIA
JOSÉ LUIS CORRAL LAFUENTE
Ambrogio Lorenzetti, 1338-1339. Palacio Público de Siena.