La hipótesis consta de cuatro partes o supuestos: lingüístico, literario, filosófico y teológico.2 Es supuesto lingüístico que la raíz latina *temp-, insistentemente referida por Berceo con temprar, tempestat y templo, jamás ha significado propiamente ‘mezclar’, sino ‘oponerse y contenerse en reciprocidad y en un punto ideal de templanza dos fuerzas antinómicas, conjuntas y equivalentes’. De donde, templar vale ‘equilibrarse en un punto ideal de reposo dos fuerzas antinómicas’; tempestat significa ‘tiempo atmosférico’, esto es cualquier estado del tiempo atmosférico; templo alude al lugar del equilibrio y reposo de las mencionadas fuerzas, y contemplar —que en latín fue al principio verbo deponente contemplor y significaba proceso y estado interior de equilibrio y reposo— refiere primero el entrar y estar en tal equilibrio y reposo y después el experimentar el efecto propio de la estada. Es supuesto literario que Berceo resume las cualidades sobrenaturales del prado en que caesce, utilizando temprar y sus formas participiales y sintetiza en la Virgen María todas esas cualidades, denominándola Templo de Jesuchristo. Es supuesto filosófico que para expresar el punto ideal de equilibrio y reposo sustituye los pares de la doctrina cosmológica habitual —caliente y frío, seco y húmedo— por los cinco sentidos corporales y sus operaciones. Es supuesto teológico que Berceo no hace hincapié en el concepto de simplicidad de la mística platónica o neoplatónica ni en el amoroso del Cantar de los Cantares.
Tanto en el Oriente como en el Occidente cristiano la vía mística comprende tres etapas necesarias: purgativa o penitencial, contemplativa o purificadora y unitiva o perfectiva. Las tres están en la Introducción de los milagros, pero no de inmediato perceptibles. Así, pues, la primera apenas se distingue en el nombre romería, aunque el pasar a la segunda, esto es el caescer en el prado temperado, requiere necesariamente el cambio de voluntad o pensamiento —μετάνοια— que acontece en la primera. Nada inusitado es que en la poesía mística la primera vía no se mencione o solamente se sugiera indirectamente. Así ocurre, por ejemplo, en la “Oda a Salinas” de fray Luis de León, que es poesía mística porque hay en ella ascensión del alma al Cielo y visión de Dios —vía contemplativa— y hay participación de la naturaleza divina en el anegarse el alma en un mar de dulzura —vía unitiva—. Pero la vía purgativa no podemos sino inferirla desde la serenidad del aire y la hermosura y la luz que lo visten cuando el alma comienza el ascenso de la contemplación. Gonzalo de Berceo, el romero que caesce en el prado, describe su experiencia del mismo por referencia a los cinco sentidos corporales o físicos: el tacto, el gusto, el oído, el olfato y la vista.8 Por el tacto, en efecto, percibe el calor y el frío —temperatura— de las fuentes; por el gusto, el sabor de los frutos sazonados de los árboles; por el oído, el sonido melodioso del cantar de las aves; por el olfato, el olor de las flores; por la vista, el verdor del prado y los colores de las flores. Es evidente que la mención de los cinco sentidos en la descripción tiene la finalidad de referir la totalidad del mundo sensible para evocar implícitamente la del mundo inteligible, es decir los visibilia et invisibilia omnia del Símbolo.
Ahora bien, la cualidad común a las cinco partes es la templanza. Se expresa de dos modos: descriptivo y verbal. Por el modo descriptivo se contrastan cualidades opuestas para establecer la mediana; por el verbal se aplican directamente derivados participiales del verbo temprar a los objetos considerados. Así, la templanza de las fuentes se infiere de ser sus aguas frías cuando fuera del prado hace calor y de ser calientes cuando afuera hace frío. Si son frías o calientes en relación con el calor o el frío exteriores, luego no son en sí mismas frías ni calientes, sino templadas. La templanza de los frutos se infiere de cuatro causas: haber en el prado solo frutos dulces (granadas, higos, peras, manzanas, etc.); nunca estar los que allí hay podres ni acedos; ser los árboles y ser denominados de temprados sabores y dar también ellos sombra temprada. La templanza de los sones dulces e modulados de las aves del prado, de ser mencionados como más temprados que cualesquiera órganos del mundo. La templanza de los olores se muestra en que las flores que los dan hacen el prado, además de hermoso y apuesto, temprado, en que esos olores refrescan en el hombre las caras e las mientes, esto es los cuerpos y las almas, y en que el hombre podría vivir de solo ellos. La templanza de la vista del prado, en fin, de cómo su verdor perpetuo se matiza por los colores de las flores que lo pueblan. Luego, la cualidad común a las cinco partes del prado consideradas según los cinco sentidos corporales es la templanza. Pero ¿qué es y qué significa esta templanza? ¿Cómo debemos entenderla? Para intentar discernirlo tomemos de las partes descriptas las que mejor se prestan a ello: las cuatro fuentes de aguas claras y los frutos de los árboles del huerto. Dado que en el mundo natural se alternan con cierta regularidad, cumpliendo el ciclo temporal de un año, estaciones cálidas y frías y sus intermediarias, el que las fuentes mantengan constante su temperatura en relación con esos cambios no puede indicar sino que de tal manera contravienen las leyes naturales que no pertenecen al mundo natural y están aparte y fuera de él. De igual modo, que los frutos estén siempre en sazón, no “podres” ni “acedos”, no puede ocurrir si su crecimiento y maduración están sujetos a los cambios estacionales de temperatura y de humedad; por lo cual también hay que concluir que por la perpetuidad de su sazón no pertenecen al mundo natural y están fuera de él. Pues bien, el ciclo anual de la temperatura y de la humedad puede asimilarse al movimiento de rotación que describe un punto de una circunferencia, cuya trayectoria, volcada en un par de ejes cartesianos representativos, el vertical, de la intensidad y, el horizontal, del tiempo, consiste en una onda sinusoidal. Esta onda es la traducción matemática de la variación de las intensidades de la temperatura y de la humedad entre un máximo de calor y sequedad y un mínimo de frío y humedad. Dado el movimiento circular cumplido por el punto, solo en dos fugaces e infinitesimales instantes por ciclo cortará la sinusoide la abscisa del tiempo en los dos únicos lugares de la misma en que máximo y mínimo, esto es calor y frío o sequedad y humedad, se equilibran, templan o contienen recíprocamente. Luego, si aceptamos que el punto cuyo movimiento genera la onda sinusoidal es la sazón de un fruto o, generalizando, el estado de un ser, comprobamos que la templanza en que insiste Berceo es físicamente imposible. Todos los seres pertenecientes a la esfera de la vida física están sujetos a este movimiento circular y sinusoidal y su permanencia en un punto fijo del mismo es un absoluto imposible. La analogía matemática se complementa con la geométrica cuando intentamos conocer cómo existe ese punto de sazón y templanza, puesto que sabemos que la onda sinusoide está formada por el despliegue de los puntos de la circunferencia menos uno y que todos ellos son visibles o sensibles, excepto ese único. Ese único punto simplicísimo, inextenso, inmóvil, invariable, siempre igual a sí mismo es el punto central. Y por ello ese es el único punto que puede significar la sazón y la templanza perpetua de que Berceo habla. Un punto absolutamente distinto de todos los que forman la circunferencia dada y todas las innumerables que, concéntricas con él, engendran el círculo que bien puede ser llamado de la existencia universal. Al conocimiento de ese punto no se llega por la vía sensible, sino por la inteligible. Porque en verdad es un punto no más que inteligible. Ahora bien, si Berceo prueba las aguas de las fuentes, los frutos y la sombra de los árboles, los sones de las aves, el olor de las flores y los colores del prado y sabe y dice que todos ellos son temprados, luego Berceo no tiene experiencia de ellos en este mundo sensible, sujeto de movimiento y mutación, sino en otro mundo inteligible.