LOS CÁTAROS
Francisco de Moxó
Entre las herejías medievales emerge, sin duda, como una de las más significativas,la herejía cátara o albigense. Sin otra relación que la nominal con los katharoi novacianos de la Roma del siglo III, el catarismo medieval hunde sus raíces en el dualismo oriental (mazdeísmo de Zoroastro en el siglo VII a. de C.) que, con repercusiones en el mundo esenio, y a través de los gnósticos, neoplatónicos y maniqueos de los primeros siglos cristianos, llega a los paulicianos de Armenia a fines del siglo VII. Estos, perseguidos por los emperadores bizantinos, fueron en su mayor parte trasladados a Tracia (siglo IX) , donde dieron origen al bogomilismo, cuya relación con el catarismo occidental es hoy algo comprobado e indiscutible (HISTORIA 16, número 55, páginas 81-88) .En 1143 tenemos noticias de cátaros en Colonia, y su nombre ketzer pasará a significar en alemán hereje.
En 1163 (concilio de Tours) aparece ya como normal en Francia la denominación de cátaros. En Italia se les conocía como gazzari. Y en ambos países recibirán también el nom-bre de patarinos, por confusión en el uso popular con el movimiento de ese nombre que tuvo lugar en Milán en el siglo XI (1056-1075). El concilio III de Letrán (1179) identifica ya a cátaros y patarinos. En cuanto al nombre de albigenses, su origen no es claro: según unos lo recibieron en Francia por haber nacido en Albi, a mediados del siglo XII, la primera diócesis cátara, reconocida con las de Toulouse, Carcassonne y Valle de Arán en el conciliábulo de San Félix de Caraman de 1167; O quizá por la consonancia del nombre de aquella ciudad con los albaneses de Italia o con albi, blancos o puros.
Doctrina y moral
El dualismo cátaro defiende la existencia de dos Principios Supremos: el del Bien, creador de los espíritus, y el del Mal, creador de la materia. Este es el dualismo absoluto profesado en el sur de Francia e igual al de los bogomiles búlgaros y albaneses, aunque en ciertas ciudades de Italia (Concorezzo, Bagnolo) tuvo una forma mitigada, con un ángel caído, Lucifer, subordinado al Principio del Bien. A partir de esta dualidad, el cátaro admite un mundo de mezcla en el que las almas celestes, seducidas por el Principio o ángel del Mal, se encuentran aprisionadas por la materia de la que no podrán salir, sino a través de sucesivas purificaciones -una como alquimia del ser- en una incesante reencarnación. Para los cátaros no había un infierno distinto de esta cautividad de la materia y admitían la salvación universal con el fin del mundo.
Este proceso secular de liberación de la materia no se encuentra en todos los hombres en el mismo estadio. En algunos, los perfectos, el espíritu o parte superior del ser humano que quedó en los cielos en el momento de la caída, se ha adueñado de nuevo del alma. Con la muerte, libre ya el alma del cuerpo material, será arrastrada por el espíritu al reino celeste del Bien, en donde se revestirá del cuerpo espiritual y glorioso que perdiera en su descenso a este mundo.
Esos Perfectos o Bons Hommes no poseían bienes propios ni tenían comercio sexual alguno. Se abstenían de carne y lacticinios. No podían jurar ni ir a la guerra. Iban vestidos de negro (en tiempo de persecución sustituido por un cordón de lino o lana bajo la ropa) y vivían en comunidad, hombres y mujeres por separado. Entre los hombres se escogían los obispos y diáconos y viajaban constantemente , predicando e impartiendo el consolamentum.
Pero no todos los cátaros alcanzaban ese grado. La mayoría, los Creyentes, no han recibido aún el espíritu y -salvo que lo hagan antes de la muerte- habrán de pasar por sucesivas reencarnaciones. Les está permitido el matrimonio y aun el amor libre (mejor que aquél, ya que el matrimonio supone la institucionalización de la relación sexual -la régularisation de la débauche, en frase de Guiraud- ordenaba a la perpetuación de la materia). Pueden comer carne y tener bienes propios, aunque les están vedados el juramento y el matar animales, posibles receptáculos de reencarnación. Todos en general condenaban la pena de muerte.
En cuanto a Cristo, los cátaros sostenían que hasta su venida la Humanidad había estado bajo el imperio de Satán (Principio del Mal), al que atribuían incluso la personificación de Jehovah en el Antiguo Testamento. Sin embargo, no consideraban a Cristo como Dios, sino como un eón emanado y adoptado por Dios como Hijo y venido al mundo a través del seno de María para enseñar a los hombres el valor del espíritu y el camino de la liberación de la materia, sin misión expiatoria alguna, sino puramente didáctica y ejemplar. El no podía ser contaminado por la materia: su cuerpo era aparente o fantasmal y por tanto no había sufrido ni muerto realmente en la Cruz -sino sólo simbólicamente- ni resucitado corporalmente. De acuerdo con su Cristología, la Iglesia católica, con sus sacramentos materiales, su culto visible -cruces, imágenes y ornamentos- y su organización externa, era para los cátaros la gran Babilonia, la cortesana, la basílica del diablo y sinagoga de Satán.
El acto fundamental de la vida cátara recibía el nombre de Consolamentum o comunicación del Espíritu Consolador (Paráclito) -junto con el individual dejado en el cielo cuando la caída-. El acto consistía en la imposición de manos de un Perfecto, por la que el Creyente -hombre o mujer- alcanzaba el grado de Perfecto. Desde ese momento el Espíritu se adueñaba de su alma y en él lo veneraban los demás creyentes mediante el melioramentum o genuflexión, besando el suelo y pidiendo la bendición. Los creyentes que no se sentían con fuerzas para llegar a Perfectos hacían, sin embargo, con frecuencia la convenentia convenensa o pacto de recibir el Consolamentum antes de morir.
Esta recepción dio lugar tardíamente a la endura o suicidio voluntario pasivo, institución denigrada por los adversarios del catarismo pero sin la difusión que algunos suponen ni el significado que se le dio. Practicada por los enfermos graves que habían recibido el Consolamentum, tuvo más bien algo del nirvana budista o del estoicismo clásico, o aun si se quiere de la huelga de hambre de nuestros días, y era algo perfectamente concordante con el espíritu de liberación de la materia propio del catarismo. Claro que en esto hubo también su picaresca: a veces herederos ansiosos o cónyuges infieles provocaban la endura.
El culto cátaro, sin cruces, imagenes ni sacramentos, se reducía a reuniones en las que se leía el Nuevo Testamento traducido a lengua vulgar (cosa que prohibiría el concilio de Toulouse de 1229). Seguía una homilía, la recitación del pater y la bendición del pan, reservadas al Perfecto, y a veces una comida en común. Una vez al mes tenía lugar el apparelhamentum o confesión genérica de los pecados ante los diáconos (la específica y secreta se dio alguna vez).
__Foto: Expulsión cátara de Carcasona.
Taller de Maestro de Boucicaut – Grandes Chroniques de France, BL Cotton MS Nero E II