Modelo de la fortaleza de Vilars de Arbeca, ubicada en un llano y fortificada en su perímetro. La imagen muestra un modelo a escala de la fortaleza ibérica de Els Vilars, situada en Arbeca, Lleida. Se trata de un asentamiento ovalado con una muralla perimetral reforzada por bastiones y torres, típico de la cultura ilergeta. En el interior se organizan viviendas y espacios comunales distribuidos en forma concéntrica. La estructura revela una avanzada planificación defensiva y urbanística propia del siglo VIII a. C. en el noreste peninsular.
“Pueblos íberos: cultura, territorio e historia”
1. Inicio. Introducción
2. Historias. Referencias Históricas
- -Pueblos más importantes
- -Origen y extensión de los iberos
- -Origen de los pueblos protoibéricos
3. Lengua ibera
- -Extensión y variantes
- -Escrituras Íberas
- -Vascoiberismo
4. Influencias culturales
5. Relaciones con otros pueblos
- -Pueblos peninsulares no ibéricos
- -Fenicios
- -Griegos
- -Cartagineses
- – Romanización (ver tema propio “Conquista de Hispania”·)
6. Sociedad ibera y su organización social
- – Sociedad íbera y su organización social
- – Indumentaria ibera
- – La figura del guerrero ibero
- – Economia Íbera
- – Organización política
7- Arte Ibérico
- – Escultura Ibérica
- – La Dama de Elche
- – Pintura
- – Cerámica
8. Religión
- – Animales sagrados
- – Rituales funerarios
- – Santuarios
9. Asentamientos
- – Oppida y urbanismo
- – Las ciudades
- – Pueblos y ciudades Íberas más importantes
- -Cástulo (Linares, Jaén)
- -Ullastret (Girona)
- -El Cigarralejo (Murcia)
- -Puente Tablas (Jaén)
10. Legado y pervivencia
- -Pervivencias culturales
- -Recuperación arqueológica
- -Museos y memoria íbera
Figura de jinete, necrópolis de Los Villares, circa 490 a. C. Foto: Enrique Íñiguez Rodríguez (Qoan). CC BY-SA 4.0. Original file (6,000 × 4,000 pixels, file size: 11.89 MB).
En la simbología ibera, la equitación y la domesticación del caballo representaban poder, estatus y nobleza. El jinete era una figura central en la iconografía funeraria, asociado al valor guerrero y a la élite social. Montar a caballo no solo era una habilidad militar sino también un símbolo de prestigio. Las esculturas de jinetes, como las halladas en tumbas, reflejan la importancia del caballo en los rituales y creencias sobre el más allá, vinculándolo con la idea del viaje del alma y la protección espiritual.
Los iberos (1) o íberos fue como llamaron los antiguos escritores griegos a la gente del este y del sur de la península ibérica para distinguirlos de los pueblos del interior, cuya cultura y costumbres eran diferentes. Fueron mencionados por Hecateo de Mileto, Heródoto, Estrabón, Avieno y Diodoro Siculo citándolos con estos nombres (al menos desde el siglo VI a. C.).
Geográficamente, Estrabón y Apiano denominaron Iberia al territorio de la península ibérica.
Aunque las fuentes clásicas no siempre coinciden en los límites geográficos precisos ni en la enumeración de pueblos concretos, parece que el idioma es el criterio fundamental que los identificaba como iberos desde el punto de vista de griegos y romanos, puesto que las inscripciones en idioma ibérico aparecen a grandes rasgos en el territorio que las fuentes clásicas asignan a los iberos: la zona costera que va desde el sur del Languedoc-Rosellón hasta Alicante, que penetra hacia el interior por el valle del Ebro, por el valle del Segura, gran parte de La Mancha meridional y oriental hasta el río Guadiana y por el valle alto del Guadalquivir.
Desde el punto de vista arqueológico actual, el concepto de cultura ibérica no es un patrón que se repite de forma uniforme en cada uno de los pueblos identificados como iberos, sino la suma de las culturas individuales que a menudo presentan rasgos similares, pero que se diferencian claramente de otros y que a veces comparten con pueblos no identificados como iberos.
Denominación. Posiblemente el término Tarshish, utilizado en los textos semíticos para denominar las tierras más occidentales del Mediterráneo, fuera equivalente al término griego Tartessos. Su identificación con la península ibérica no es algo evidente, como ocurre con el término Hesperia, citado en las fuentes griegas más arcaicas como el lugar donde se pone el Sol, que también es de los campos Elíseos o las islas Afortunadas. Hesperia era el lejano lugar del mito de Hércules y el dorado manzanar de las Hespérides. Conforme fueron ampliándose los conocimientos geográficos de los griegos, este término fue muy empleado para referirse a la península, pero aun así, se interpretaba como el punto más occidental del Mediterráneo, sin especificar. La mayor parte de las fuentes griegas se refirieron a este territorio con el término Iberia (tomado del topónimo autóctono del río Iber –Ebro–, del de algún otro río, especialmente de la zona suroccidental, o bien del topónimo genérico para cualquier río). En cambio, las fuentes latinas utilizaron el término Hispania, de posible origen fenicio-cartaginés (y-spny –»costa del norte»–).
Κατά μέρος δ’ εατϊ πρώτη πασων άπό της I- σπέρας η Ίβηρία, βύρστ βοεία παραπληαία · των ώς αν τραχηλιαίων μερων υπερπιπτόντων εις την συνεχη ΚελτιχήEl primer país de todos hacia oeste es Iberia. Ella es parecida a una piel de buey, cuyas partes que corresponden al cuello caen hacia la Céltica.
Posidonio y Estrabón.
🏺 Introducción: ¿Quiénes fueron los íberos?
Los íberos fueron un conjunto de pueblos que habitaron la fachada oriental y meridional de la península ibérica durante la Edad del Hierro, aproximadamente entre los siglos VI a. C. y I a. C., antes de la completa romanización del territorio. Aunque no formaron una unidad política, compartían una serie de rasgos culturales, lingüísticos, religiosos y artísticos que permiten hablar de una “cultura íbera” en sentido amplio. El término “íbero” fue utilizado ya por los autores grecolatinos para referirse a los habitantes del oriente peninsular, en contraposición con otros pueblos como los celtas del interior o los tartesios del sur.
Este mosaico de pueblos —entre los que destacan íberos edetanos, ilergetas, bastetanos, oretanos, contestanos, indigetes y turdetanos, entre otros— ocupaba principalmente una franja que va desde el río Ródano y el sur de la Galia hasta el río Segura y el sureste de la península. Este amplio territorio se caracterizaba por su diversidad geográfica y climática, y fue el escenario de una cultura brillante que actuó como puente entre el Mediterráneo oriental y el occidente europeo, al estar en contacto continuo con fenicios, griegos y cartagineses, y posteriormente con los romanos.
Referencias históricas
La primera referencia que se tiene de los iberos es a través de los historiadores y geógrafos griegos. Curiosamente, los griegos también llamaban iberos a un pueblo de la actual Georgia, conocido como Iberia caucásica. Al principio, los griegos utilizaron la palabra ibero para designar el litoral mediterráneo occidental, y posteriormente, para designar a todas las tribus de la península. También llamaban Iberia al conjunto de sus pueblos.
Polibio fue un historiador griego del siglo II a. C. que vivió un tiempo en la península. Polibio dice textualmente:
«Se llama Iberia a la parte que cae sobre Nuestro Mar (Mediterráneo), a partir de las columnas de Heracles. Mas la parte que cae hacia el Gran Mar o Mar Exterior (Atlántico), no tiene nombre común a toda ella, a causa de haber sido reconocida recientemente.» Polibio
Las primeras descripciones de la costa ibera mediterránea provienen de Avieno en su Ora maritima, del viaje de un marino de Massalia mil años antes (530 a. C.):
«La mayor parte de los autores refieren que los iberos se llaman así justo por este río, (2) pero no por aquel río que baña a los revoltosos vascones. Pues a toda la zona de este pueblo que se encuentra junto a tal río, en dirección occidente, se la denomina Iberia. Sin embargo el área oriental abarca a tartesios y cilbicenos.» Avieno, Ora maritima.
Apiano habla de pueblos y ciudades, aunque ya habían desaparecido en su época. También describe la parte más occidental de Andalucía. Estrabón hace una descripción de esta zona basándose en autores anteriores, y se refiere a las ciudades de la Turdetania, como descendientes de la cultura de Tartessos. (3) En general, autores como Plinio el Viejo y otros historiadores latinos se limitan a hablar de pasada sobre estos pueblos como antecedentes de la Hispania romana.
Arriano afirma que los iberos estaban entre los pueblos europeos que enviaron emisarios a Alejandro Magno en el 324 a. C., solicitando su amistad. (4)
Para estudiar a los iberos, se ha recurrido, además de a las fuentes literarias, a las fuentes epigráficas, numismáticas, y arqueológicas.
Distribución del territorio peninsular entre los principales pueblos y grupos de pueblos citados en las fuentes clásicas. A grandes rasgos, sigue un criterio étnico-lingüístico. En naranja, los pueblos «preindoeuropeos-íberos», a los que hay que añadir, en azul claro, la zona turdetana, ambas las de mayor contacto con los pueblos colonizadores. La zona centro, oeste y sur aparece diferenciada entre los pueblos «indoeuropeos-celtas» (en color claro), los pueblos «indoeuropeos-preceltas» (en color rosado) y los pueblos «aquitanos o protovascos», que son lingüísicamente preindoeuropeos, como los íberos, mientras que culturalmente son más similares a los de la zona septentrional. Gráfico: Alcides Pinto derivative work: Rowanwindwhistler. CC BY-SA 4.0. Original file (SVG file, nominally 986 × 813 pixels, file size: 1.8 MB).
🧬 Un pueblo indígena con influencias mediterráneas
Aunque los íberos son un pueblo autóctono, su cultura se vio profundamente influida por las civilizaciones que llegaron por mar. Desde el siglo VIII a. C., los fenicios y posteriormente los griegos establecieron colonias comerciales en la costa, lo que favoreció el intercambio tecnológico, religioso y artístico. Esta interacción explica en parte la aparición de elementos tan característicos como la escritura íbera (derivada del alfabeto fenicio), la cerámica pintada, o ciertas prácticas funerarias, como la incineración ritual con ajuares suntuosos.
La civilización íbera, lejos de ser una cultura marginal, se organizó en formas sociales complejas: había una aristocracia guerrera, jefes tribales, estructuras defensivas avanzadas, comercio articulado, control territorial y expresión simbólica a través del arte y la religión. Su economía se basaba en la agricultura (vid, cereales, olivo), la ganadería, la minería (plomo, plata) y el comercio con el mundo mediterráneo. Además, desarrollaron una notable capacidad urbanística, construyendo ciudades fortificadas —los oppida— que funcionaban como centros regionales.
Relieves del Monumento B de Osuna. Madrid, M.A.N. Miguel Hermoso Cuesta. CC BY-SA 4.0. Original file (2,786 × 4,697 pixels, file size: 6.47 MB).
La escultura que vemos forma parte de los Relieves del Monumento B de Osuna, uno de los conjuntos más notables del arte íbero del sur peninsular, ubicado originalmente en el oppidum de Urso (Osuna, Sevilla). Relieve íbero procedente del Monumento B de Osuna (Sevilla), donde se representa a un joven con túnica corta soplando un gran cuerno ceremonial. La figura, de gran dinamismo, alude a un contexto ritual o militar y forma parte de uno de los más impresionantes conjuntos escultóricos del arte íbero. Estos relieves tenían probablemente una función funeraria y simbólica, exaltando la memoria heroica del difunto y la dimensión sagrada de la muerte.
🗿 ¿Qué representa este relieve?
La figura muestra a un joven íbero vestido con una túnica corta y manto, soplando un cuerno de guerra o cornu —instrumento típico de señales militares o rituales. La imagen transmite dinamismo y está claramente pensada para resaltar:
El movimiento del cuerpo y la pierna adelantada
El uso ceremonial o militar del cuerno
La pertenencia a un contexto guerrero o ritual con connotaciones religiosas o funerarias
Significado del relieve:
✦ Elemento militar y ceremonial
Este tipo de cuerno no era un simple instrumento musical, sino que servía para:
Dar señales de combate
Convocar asambleas o rituales funerarios
Marcar la presencia de una élite o figura importante
✦ Asociación con lo heroico y lo sagrado
En la iconografía íbera, los relieves de Osuna no representan escenas decorativas sin más: tienen un valor simbólico profundo, asociado al poder, la nobleza y la memoria de los muertos.
El personaje representado puede ser:
Un heraldo funerario
Un guerrero en ceremonia
O incluso una representación idealizada del difunto
¿Qué es el Monumento B de Osuna?
Forma parte del conjunto escultórico de Osuna, hallado en el siglo XX y reconstruido en parte en el Museo Arqueológico Nacional (MAN). Se cree que pertenecía a un túmulo funerario monumental, decorado con relieves en piedra caliza que formaban parte de su estructura.
El Monumento B incluye:
Guerreros con lanzas, escudos y espadas
Figuras tocando instrumentos
Animales simbólicos (leones, toros)
Posibles escenas rituales o narrativas
📜 Los íberos y las fuentes históricas
Las fuentes literarias griegas y romanas ofrecen una visión parcial pero valiosa de los íberos. Autores como Estrabón, Polibio, Tito Livio o Diodoro de Sicilia mencionan su valentía en la guerra, su habilidad como jinetes, sus ritos religiosos y su peculiar forma de vida. Sin embargo, la imagen que nos ofrecen es la de pueblos exóticos o enemigos, por lo que la historiografía moderna ha debido reconstruir su historia a partir de la arqueología, la epigrafía y el análisis comparado.
Pese a los avances, la lengua íbera sigue sin descifrarse completamente, aunque se ha logrado leer buena parte de sus inscripciones fonéticamente gracias a los signarios íberos (escritura semisilábica). Esto limita el conocimiento directo de su pensamiento, su cosmovisión o sus relatos históricos. Aun así, la abundancia de restos materiales —esculturas, necrópolis, cerámica, armas, objetos rituales— ha permitido reconstruir muchos aspectos de su cultura con bastante detalle.
Bicha de Balazote, escultura íbera, segunda mitad del siglo VI a. C. M.A.N. Foto: Luis García. CC BY-SA 2.0. Original file (1,021 × 1,024 pixels, file size: 667 KB). Es una escultura íbera datada en la segunda mitad del siglo VI a. C., hallada en Balazote (Albacete) y actualmente conservada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Se trata de una figura híbrida: cuerpo de toro echado y cabeza humana barbada con orejas de toro.
El sentido de esta escultura no es del todo seguro, pero la mayoría de estudios la interpretan como una figura mitológica de carácter funerario, influida por el arte oriental (mesopotámico, egipcio o fenicio) y adaptada a la cosmovisión íbera. Se han propuesto tres interpretaciones principales:
1. Genio protector funerario
Habría sido colocada cerca de una tumba o monumento funerario.
Su aspecto híbrido serviría como símbolo de paso entre el mundo de los vivos y los muertos, o como guardián del más allá.
El toro era símbolo de fuerza, fertilidad y muerte ritual.
2. Divinidad o figura mítica
Podría representar a un genio o deidad relacionada con la tierra, los ciclos agrícolas o el más allá.
Su aspecto recuerda a los lammasu asirios o los esfinges orientales, transmitidos por el arte fenicio y griego orientalizante.
3. Símbolo de poder aristocrático
Su monumentalidad y carácter híbrido podrían señalar la tumba de un personaje importante, con un mensaje simbólico de prestigio y poder trascendente.
⚔️ Del esplendor a la romanización
A partir del siglo III a. C., con las Guerras Púnicas entre Cartago y Roma, el territorio íbero se convirtió en un teatro de operaciones militares. Algunos pueblos se aliaron con los cartagineses, mientras otros se sometieron a Roma o intentaron resistir. La resistencia de pueblos como los ilergetas bajo Indíbil y Mandonio, o la rebelión de los turdetanos y bastetanos, marcó un periodo convulso que culminó con la conquista y romanización progresiva del área. A finales del siglo I a. C., los pueblos íberos habían sido absorbidos política, militar y culturalmente por Roma, aunque muchos de sus elementos persistieron durante siglos.
🧩 Un legado que resiste
Hoy en día, el legado de los íberos se percibe en múltiples ámbitos: en la toponimia, en el arte funerario, en las representaciones escultóricas como la Dama de Elche o el Guerrero de Moixent, en los restos urbanos excavados, y en la memoria de los territorios que un día ocuparon. Aunque durante siglos su estudio fue relegado por el protagonismo de Roma, actualmente se reconoce a los íberos como una de las culturas fundamentales en la historia antigua de la península ibérica, predecesores directos de la Hispania romana.
Pebetero contestano hallado en la necrópolis de Lucentum (o Akra Leuké), conjunto arqueológico del Tossal de Manises (provincia de Alicante). Actualmente en el Museo Arqueológico de Alicante. User: Hispa. CC BY-SA 3.0. Este tipo de pieza es sumamente representativa del arte íbero y, en concreto, de los rituales funerarios y religiosos de los contestanos, uno de los pueblos íberos asentados en el sureste peninsular.

Un pebetero (del latín pabularium y el griego pyreion) es un pequeño recipiente destinado a quemar sustancias aromáticas, como resinas, incienso o hierbas, generalmente en contextos religiosos, funerarios o rituales domésticos.
En el mundo íbero, los pebeteros con forma de busto humano (generalmente femenino) son muy característicos del área contestana (Alicante, Murcia y parte de Albacete). Estos bustos se colocaban sobre una cavidad donde se quemaba el material, haciendo que el humo saliera por la parte superior, a menudo por la corona del recipiente, como si “la cabeza misma exhalara el aroma o el alma”.
¿Qué representa este pebetero?
Este tipo de pebetero suele estar decorado con un rostro femenino idealizado, con rasgos griegos, pelo peinado simétricamente, ojos almendrados y expresión hierática. Aunque se ha especulado con que estas figuras podrían representar a una diosa madre, una sacerdotisa o una divinidad femenina, no hay consenso absoluto.
Lo importante es su función simbólica y ritual:
Se usaba como ofrenda funeraria, en tumbas de alto estatus.
Posiblemente representaba a una figura protectora del difunto.
También podía ser utilizado en ritos domésticos de purificación o culto familiar.
El uso del fuego, humo y perfume apunta a un simbolismo de transición, purificación o elevación del alma, muy coherente con la visión religiosa íbera, donde los rituales mortuorios eran elaborados y acompañados de ajuares cuidadosamente seleccionados.
Localización y contexto arqueológico
Este ejemplar fue hallado en la necrópolis ibérica de Lucentum (Akra Leuké), nombre griego atribuido por algunos autores a la actual Alicante. Forma parte del conjunto arqueológico del Tossal de Manises, un importante yacimiento iberorromano.
Actualmente se conserva en el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), que alberga una de las mejores colecciones íberas de la zona contestana.
Pueblos más importantes
1. Ilergetas
Ubicados en el valle del Segre (actual Lleida). Relevantes por su líder Indíbil, aliado y luego enemigo de Roma durante las guerras púnicas.
Los ilergetas fueron uno de los pueblos íberos más relevantes del noreste peninsular durante los siglos anteriores a la conquista romana. Su territorio se extendía principalmente por las actuales provincias de Lleida, parte de Huesca y áreas limítrofes del valle medio del Ebro, ocupando una región estratégica caracterizada por tierras fértiles, rutas comerciales interiores y acceso a recursos naturales. Su capital más reconocida fue Iltirta, identificada tradicionalmente con el oppidum íbero situado en el lugar donde posteriormente se desarrolló la ciudad de Lérida (Lleida).
La importancia de los ilergetas no solo se deriva de su posición geográfica sino también de su actividad política y militar. Durante el siglo III a. C., el caudillo ilergeta Indíbil jugó un papel destacado en las guerras púnicas, aliándose primero con los cartagineses y luego enfrentándose a los romanos junto a Mandonio, jefe de los ausetanos. Esta resistencia contra la expansión romana revela una organización política sólida y una capacidad militar considerable. Los ilergetas lograron organizar revueltas armadas que llegaron a inquietar a los romanos en el curso de su conquista de Hispania. La ejecución de Indíbil y la derrota de su coalición marcan un punto de inflexión en la incorporación del territorio ilergeta al mundo romano.
Arqueológicamente, los asentamientos ilergetas se caracterizan por ser oppida fortificados, situados en lomas o puntos estratégicos, como el de Gebut o el de Els Vilars d’Arbeca. Este último, especialmente significativo, muestra una compleja estructura defensiva con murallas, torres, foso y un urbanismo organizado en torno a viviendas distribuidas radialmente. Su conservación permite estudiar con gran detalle la arquitectura doméstica, la planificación defensiva y los hábitos de vida de una comunidad íbera del interior peninsular.
La economía ilergeta era agrícola y ganadera, basada en el cultivo de cereales, la cría de animales y la producción de objetos artesanales, especialmente cerámica decorada, herramientas de hierro y armas. La metalurgia tenía una presencia destacada, así como el almacenamiento de grano en silos excavados en el suelo, lo que revela un nivel avanzado de gestión agraria. Además, mantenían relaciones comerciales tanto con otros pueblos íberos como con cartagineses y griegos, como muestran los restos de ánforas y cerámicas de importación halladas en sus yacimientos.
La religión de los ilergetas, al igual que la del resto de pueblos íberos, estaba marcada por el culto a divinidades locales, el uso de exvotos de bronce, prácticas funerarias de incineración y la presencia de santuarios situados tanto en áreas urbanas como rurales. Aunque no se han encontrado grandes templos en su territorio, los hallazgos de figuras votivas y restos rituales indican la existencia de una esfera religiosa bien establecida.
Desde el punto de vista cultural, los ilergetas utilizaban la escritura íbera nororiental para inscribir textos en cerámica, objetos metálicos y téseras de hospitalidad. La epigrafía nos habla de una sociedad con estructuras jerarquizadas, instituciones de mediación política y prácticas diplomáticas complejas, como el uso de las mencionadas téseras para establecer alianzas y pactos entre clanes o ciudades.
Los ilergetas fueron una comunidad íbera fuertemente cohesionada, con una notable capacidad de organización militar y política, un urbanismo avanzado, una economía diversificada y una cultura con rasgos distintivos pero plenamente integrada en el marco de la civilización ibérica. Su resistencia frente a Roma y su huella arqueológica nos permiten comprender mejor la dinámica histórica del noreste peninsular en el tránsito de la Edad del Hierro a la dominación romana.
Edetanos
Zona de la actual Valencia. Uno de los pueblos más influyentes del área íbera oriental. Tuvieron centros urbanos importantes como Tossal de Sant Miquel (Edeta).
Los edetanos fueron uno de los pueblos íberos más influyentes y culturalmente desarrollados del levante peninsular. Su territorio se extendía por la actual provincia de Valencia, ocupando una región costera y prelitoral estratégicamente situada entre el mundo mediterráneo y el interior peninsular. El nombre del pueblo deriva de su principal oppidum, Edeta, situado en el cerro del Tossal de Sant Miquel, junto a la actual localidad de Llíria, que fue una de las ciudades íberas más destacadas de la península por su tamaño, su urbanismo planificado y la riqueza de sus hallazgos arqueológicos.
El papel de los edetanos como potencia regional se refleja en su influencia política, económica y religiosa. Eran considerados una de las jefaturas más extensas del área ibérica, y su territorio incluía numerosos oppida fortificados, aldeas agrícolas y santuarios rurales. Controlaban rutas de intercambio entre la costa y la meseta, lo que les permitió convertirse en un intermediario fundamental en el comercio entre pueblos íberos del interior y colonizadores griegos y púnicos del litoral. La cultura material edetana muestra una gran variedad de objetos de importación, como cerámicas áticas, ánforas púnicas y elementos de lujo, lo que refleja su alto grado de integración en las redes comerciales mediterráneas.
La capital Edeta ha ofrecido una de las mejores muestras del urbanismo íbero oriental. Sus calles, viviendas, almacenes y espacios ceremoniales estaban organizados con criterio funcional y defensivo. La ciudad estaba protegida por una muralla y contaba con un entramado de casas de varias estancias, algunas de carácter noble, con presencia de materiales arquitectónicos de calidad. La complejidad de su estructura urbana sugiere una sociedad jerarquizada, con una élite aristocrática que controlaba la producción agrícola, el comercio, la vida religiosa y las relaciones exteriores.
La economía edetana se basaba en la agricultura intensiva de cereales, vid y olivo, complementada por la ganadería, la artesanía especializada (en particular la alfarería) y el comercio. Los hallazgos de molinos, almacenes y vasijas para almacenamiento reflejan una sociedad agrícola organizada y con excedentes. La producción cerámica local, decorada con motivos geométricos o escenas figurativas, alcanzó una notable calidad y se exportaba a otros enclaves íberos.
Desde el punto de vista cultural, los edetanos practicaban la escritura íbera oriental, utilizando tanto signarios levantinos como elementos propios. Se han encontrado numerosas inscripciones en cerámica, plomo y téseras, así como exvotos votivos con inscripciones religiosas. La religión jugaba un papel destacado en su sociedad, con la existencia de santuarios rurales como el de El Tossal de Sant Miquel, donde se han documentado ofrendas, esculturas, exvotos y depósitos rituales. El culto a divinidades femeninas y protectoras, la adoración de animales sagrados y las prácticas funerarias de incineración son comunes en todo el ámbito edetano.
En el ámbito funerario, se conocen necrópolis importantes como la del Cerro de la Horca (Valencia), donde se han hallado urnas cinerarias, ajuares personales y armas. La presencia de elementos militares en los ajuares refleja el prestigio del guerrero en la sociedad edetana, aunque también se observa un refinamiento estético en los objetos ornamentales, lo que apunta a una aristocracia cultivada.
La romanización del territorio edetano fue temprana y relativamente intensa, aunque en un primer momento los edetanos ofrecieron cierta resistencia a la conquista. Su rápida integración en el sistema romano permitió la continuidad de muchos elementos culturales locales, como la lengua y ciertas formas de organización social, durante varias generaciones.
Los edetanos fueron un pueblo íbero altamente desarrollado, con una capital monumental, una economía dinámica, una cultura material refinada y un sistema social jerarquizado. Su papel como enlace entre la costa y el interior y su contacto con culturas mediterráneas consolidaron su influencia en la región. La ciudad de Edeta y el legado edetano en general constituyen una de las fuentes más ricas para el conocimiento de la civilización íbera y su evolución durante el tránsito hacia la dominación romana.
Grupos lingüísticos en torno al 200 A. de C. Derivative work: Rowanwindwhistler. CC BY-SA 4.0.

Contestanos
Sureste peninsular (Alicante y Murcia). Cultura material muy rica; zona de fuerte romanización posterior.
Los contestanos fueron uno de los pueblos íberos más destacados del sureste peninsular, con un amplio territorio que abarcaba gran parte de las actuales provincias de Alicante, Murcia, y parte del sur de Valencia y el este de Albacete. Su localización estratégica entre la costa mediterránea y las sierras del interior les permitió desarrollar una cultura material especialmente rica y mantener intensos contactos comerciales y culturales con fenicios, griegos y posteriormente cartagineses y romanos.
El territorio contestano se caracterizó por la presencia de numerosos oppida fortificados y centros urbanos de gran entidad, como el de Lucentum (la actual Alicante), Illici (Elche), Basti (Baza), o La Serreta (Alcoy). Muchos de estos asentamientos presentan estructuras defensivas complejas, viviendas bien distribuidas y espacios religiosos o públicos definidos. La ciudad de Basti es especialmente célebre por haber proporcionado la escultura de la Dama de Baza, uno de los testimonios más importantes del arte funerario íbero.
El nivel de desarrollo cultural de los contestanos se manifiesta en una notable producción artística, tanto en escultura como en cerámica. Destacan sus urnas funerarias, pebeteros antropomorfos, exvotos de bronce, relieves y esculturas de gran calidad técnica y expresividad. Estas piezas reflejan una sociedad jerarquizada, donde la aristocracia guerrera tenía un papel protagonista, así como la existencia de un sistema religioso complejo vinculado a prácticas funerarias elaboradas.
La economía contestana estaba basada en la agricultura, el pastoreo, la metalurgia y el comercio. Explotaban los fértiles valles del Segura y del Vinalopó para el cultivo de cereales, vid y olivo, y mantenían rutas de intercambio con otros pueblos íberos y con colonias extranjeras como los griegos de Emporion o los púnicos de Carthago Nova. En los yacimientos se han encontrado cerámicas importadas, objetos de lujo y ánforas que atestiguan estas relaciones.
Desde el punto de vista religioso, los contestanos se caracterizan por una rica vida ritual. Se han documentado numerosos santuarios como el de La Serreta (Alcoy), el de El Cigarralejo (Mula), el de La Alcudia (Elche), y el de Coimbra del Barranco Ancho (Jumilla), donde se han hallado cientos de exvotos en forma de pequeñas figuras humanas o animales, dedicadas a divinidades protectoras o sanadoras. Estas prácticas evidencian una religiosidad popular muy activa, basada en promesas, agradecimientos y peticiones a los dioses.
En cuanto a la escritura, los contestanos emplearon variantes del signario ibérico levantino, y sus inscripciones se encuentran tanto en cerámica como en objetos metálicos, lo que indica una alfabetización funcional en ciertos sectores de la sociedad. Además, el uso de téseras de hospitalidad, como las halladas en Lucentum, apunta a una vida política y diplomática compleja, con vínculos entre clanes, jefaturas o ciudades.
La romanización del área contestana fue profunda y rápida debido a la cercanía de Carthago Nova, importante base romana en la península desde la Segunda Guerra Púnica. Los antiguos asentamientos íberos fueron en muchos casos transformados en ciudades romanas, aunque conservaron durante siglos elementos culturales locales. La integración en el mundo romano no implicó la desaparición inmediata de las formas íberas de vida, sino una progresiva asimilación con supervivencias culturales visibles en el registro arqueológico.
En síntesis, los contestanos fueron un pueblo íbero altamente sofisticado que supo articular una red urbana, comercial y religiosa muy desarrollada en el sureste peninsular. Su patrimonio arqueológico, especialmente en cuanto a arte funerario, urbanismo y religiosidad, ha proporcionado algunos de los testimonios más ricos y reveladores de la cultura íbera en su conjunto. Fueron un puente entre el mundo indígena y el mediterráneo clásico, y su legado perdura como uno de los más fascinantes del pasado prerromano de Hispania.
Bastetanos
En torno a Baza (Granada), muy conocidos por su arte funerario (como la Dama de Baza). Una de las culturas íberas más potentes del sur.
Los bastetanos fueron uno de los pueblos íberos más influyentes y poderosos del sur peninsular. Su territorio se extendía por la actual provincia de Granada y zonas adyacentes de Almería, Jaén, Murcia y Albacete, abarcando una región rica en recursos naturales, estratégicamente situada entre las tierras interiores y el litoral mediterráneo. La ciudad de Basti, identificada con el actual yacimiento de Baza, fue su principal centro urbano y cultural, y ha proporcionado algunas de las manifestaciones más espectaculares del arte íbero, como la famosa Dama de Baza.
La sociedad bastetana se distinguió por un alto grado de jerarquización. La aristocracia guerrera jugaba un papel central, como se evidencia en sus prácticas funerarias y en los ajuares encontrados en tumbas, donde abundan las armas, los adornos de lujo, las cerámicas pintadas y los elementos de prestigio como pebeteros antropomorfos, carros y esculturas. Estos objetos no solo indicaban la riqueza del difunto, sino también su posición dentro del entramado social. Las tumbas más monumentales, como la que albergaba la Dama de Baza, muestran la importancia del ritual, la conexión con lo sagrado y la fuerte impronta simbólica en la vida bastetana.
Desde el punto de vista urbano, los bastetanos desarrollaron asentamientos fortificados en cerros, siguiendo el modelo de los oppida. Estos poblados estaban defendidos por murallas de piedra y tierra, con viviendas adosadas a las laderas, calles empedradas y una planificación que, aunque adaptada al terreno, denota organización política y control del espacio. Junto a los oppida principales existían aldeas satélites y áreas agrícolas que abastecían a los centros mayores.
La economía bastetana se basaba en una agricultura intensiva de secano —con cultivos de trigo, cebada, vid y olivo— complementada por la ganadería, la caza, la recolección y una incipiente minería. El comercio desempeñó un papel relevante, especialmente a través del puerto de Sexi (Almuñécar) y otros enclaves costeros, donde mantenían contactos con fenicios, cartagineses y griegos. Este dinamismo económico se refleja en la presencia de cerámicas de importación, objetos orientales y bienes manufacturados de gran calidad.
En el ámbito religioso, los bastetanos compartían muchos elementos comunes con el resto de pueblos íberos. Se han encontrado santuarios, altares y depósitos votivos en áreas urbanas y rurales. Los exvotos de bronce, cerámica y piedra representan figuras humanas, animales y escenas rituales. La presencia de elementos simbólicos como la leona, el toro o el jinete en sus esculturas señala una cosmovisión profundamente ligada a la naturaleza, el más allá y la heroicidad. En muchos casos, los enterramientos no solo eran espacios para los muertos, sino auténticos escenarios rituales donde se evocaban los vínculos entre el difunto, su linaje y los dioses protectores.
La lengua bastetana era el íbero, escrito con la variante del signario ibérico oriental. Se han hallado inscripciones en plomo, cerámica y piedra, aunque no en la cantidad encontrada en otras regiones del ámbito ibérico, posiblemente por factores ligados a la conservación o a las funciones comunicativas de la escritura en esta zona.
Con la llegada de los romanos, los bastetanos fueron incorporados al sistema imperial tras la conquista de la Bética. A pesar de la romanización, muchos elementos de la cultura bastetana persistieron durante décadas, incluyendo las formas locales de urbanismo, el uso de la lengua íbera y los rituales religiosos. La riqueza y densidad de los hallazgos en Basti y su entorno reflejan no solo el esplendor de esta cultura, sino también su capacidad de adaptación a los cambios políticos y culturales que trajo la presencia romana.
En conclusión, los bastetanos representan una de las culturas íberas más sofisticadas y potentes del sur de la península. Su arte funerario, su organización social, su red urbana y sus vínculos comerciales con el Mediterráneo los sitúan como protagonistas de la historia antigua de Hispania. El hallazgo de la Dama de Baza es solo una muestra del refinamiento y profundidad simbólica de esta sociedad, cuyo legado arqueológico continúa ofreciendo claves fundamentales para entender la civilización íbera.
Oretanos
Andalucía oriental y parte de Castilla-La Mancha. Tenían oppida fortificados, y relaciones con cartagineses y romanos.
Los oretanos fueron uno de los pueblos íberos más relevantes del centro-sur peninsular. Su territorio abarcaba una amplia zona que incluía la actual provincia de Jaén y partes orientales de Ciudad Real y Albacete, ocupando un espacio estratégico entre la Meseta y el Valle del Guadalquivir. Esta localización privilegiada les permitió desarrollar una cultura compleja, establecida sobre una red de oppida fortificados, con una fuerte identidad política y un papel destacado en las relaciones diplomáticas y militares con los cartagineses y más tarde con los romanos.
El centro político más importante del pueblo oretano fue probablemente la ciudad de Cástulo, situada cerca de la actual Linares, que destacó por su peso comercial y su control de las rutas metalíferas y agrícolas de Sierra Morena. Cástulo tuvo una intensa vida urbana desde la Edad del Bronce hasta la época romana, siendo aliada de Cartago en tiempos de Aníbal y posteriormente romanizada tras la Segunda Guerra Púnica. Esta ciudad fue un foco de intercambio comercial, político y militar que refleja la sofisticación del mundo oretano.
Los oretanos se estructuraban en comunidades organizadas en torno a oppida, auténticos núcleos fortificados construidos en colinas y fácilmente defendibles. Estas ciudades presentaban murallas potentes, puertas monumentales, calles bien trazadas, viviendas de piedra y adobe, y áreas rituales o santuarios urbanos. Además de Cástulo, otros yacimientos importantes son el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas), el Cerro de la Merced (Cabra), y Puente Tablas (Jaén), todos ellos con estructuras urbanas que muestran una notable planificación y una jerarquía social clara.
La economía de los oretanos era rica y variada. Practicaban una agricultura basada en el cereal, la vid y el olivo, junto con la ganadería y una metalurgia especialmente activa, gracias a la cercanía de yacimientos de cobre, plomo y plata. Esta riqueza minera fue una de las razones por las que Cartago se interesó tanto en esta región. La presencia de rutas comerciales que conectaban el interior con el litoral mediterráneo también favoreció la circulación de bienes, ideas y contactos con culturas extranjeras.
Desde el punto de vista artístico, los oretanos han legado esculturas monumentales, relieves y elementos funerarios muy destacados. El Monumento de Pozo Moro, un túmulo funerario con relieves simbólicos y escenas posiblemente mitológicas, es una obra singular que refleja influencias orientales, tal vez a través del contacto con fenicios o cartagineses. También se han encontrado pebeteros, urnas, cerámicas pintadas y exvotos de notable expresividad. Estas manifestaciones artísticas reflejan un mundo ritual complejo, en el que la muerte, la heroicidad guerrera y las divinidades protectoras desempeñaban un papel fundamental.
La religión oretana compartía rasgos comunes con otros pueblos íberos. La práctica de depositar exvotos en santuarios rurales o cavernas, la existencia de recintos rituales dentro de las ciudades, y la representación de animales simbólicos como toros, leones o aves, indican una religiosidad plural y profundamente vinculada al territorio y a los antepasados. El santuario del Pajarillo (Huelma) es uno de los ejemplos más notables, con esculturas de guerreros, animales y escenas rituales que confirman una compleja narrativa simbólica.
En cuanto a la escritura, los oretanos usaban el signario ibérico oriental, aunque las inscripciones son menos numerosas que en otras zonas íberas. Se han hallado textos en plomo y en cerámica, lo que sugiere un uso restringido y probablemente asociado a las élites o al comercio.
La romanización de la Oretania fue temprana y significativa. Tras la derrota de los cartagineses, los oretanos se integraron en la estructura administrativa romana y sus ciudades fueron progresivamente adaptadas a las formas del nuevo orden imperial. Muchas de sus prácticas culturales se mantuvieron durante un tiempo, y elementos de su identidad indígena persistieron en la iconografía, la religión y la arquitectura.
Los oretanos fueron un pueblo íbero poderoso, organizado en torno a oppida fortificados, con una economía dinámica, una cultura material de gran riqueza y una posición clave en las relaciones entre pueblos prerromanos, cartagineses y romanos. Su legado arqueológico, especialmente en ciudades como Cástulo, constituye una fuente de conocimiento esencial para entender el entramado social, político y religioso del sur de la península ibérica antes de la plena integración en el mundo romano.

Indigetes
Costa noreste de Cataluña (Empúries). Muy influidos por los griegos (colonización de Emporion).
Los indigetes fueron un importante pueblo íbero asentado en la costa noreste de la península ibérica, en el actual territorio del Alto Ampurdán (Girona), con su núcleo más emblemático en las cercanías de Empúries (antigua Emporion). Su situación geográfica, a orillas del Mediterráneo, los convirtió en una de las poblaciones íberas más expuestas a la influencia de las colonias griegas, especialmente la de los focenses, que fundaron Emporion alrededor del siglo VI a. C. Esta relación fue fundamental en el desarrollo cultural, económico y político de los indigetes, convirtiéndolos en intermediarios clave entre el mundo indígena y las culturas mediterráneas orientales.
Su territorio incluía asentamientos costeros y del interior, con oppida estratégicamente ubicados, como el yacimiento de Ullastret, uno de los principales enclaves fortificados de la cultura íbera en el noreste peninsular. Ullastret conserva una muralla ciclópea de grandes dimensiones, calles planificadas, edificios comunitarios y numerosos vestigios que evidencian un urbanismo desarrollado. El contacto con los griegos no solo favoreció el intercambio comercial, sino que introdujo elementos arquitectónicos, cerámicos y religiosos que transformaron profundamente su cultura material.
La economía indigeta se basaba en la agricultura mediterránea, con el cultivo del cereal, la vid y el olivo, así como la pesca y el comercio marítimo. La proximidad al mar favoreció el desarrollo de un comercio floreciente con griegos y, más tarde, con cartagineses y romanos. A través del puerto de Emporion, los indigetes importaban cerámica ática, vinos, aceites, perfumes y objetos de lujo, y exportaban productos agrícolas, tejidos, salazones, miel o metales.
Desde el punto de vista artístico y religioso, los indigetes compartían rasgos generales de la cultura íbera pero con una marcada impronta helénica. La presencia de cerámica griega y la adopción de prácticas religiosas mediterráneas se fundieron con los cultos indígenas, configurando un sistema sincrético que se aprecia tanto en la iconografía votiva como en las costumbres funerarias. La religión tenía un papel importante en la vida pública y privada, como muestran los exvotos y santuarios descubiertos en su área.
En cuanto a la escritura, usaron el signario íbero nororiental o levantino, y se conservan inscripciones sobre cerámica, plomo y piedra, aunque en menor número que en otras regiones. La lengua íbera era empleada en contextos religiosos, comerciales y posiblemente políticos, reflejando un nivel de alfabetización parcial, limitado a las élites.
Políticamente, los indigetes parecen haber estado organizados en comunidades aristocráticas gobernadas por linajes guerreros, que mantenían el control territorial a través de la fuerza y de alianzas. Las fuentes romanas mencionan su participación en enfrentamientos con los romanos en el contexto de la conquista de Hispania, lo que sugiere una notable capacidad de resistencia y de organización militar.
Con la llegada de Roma, los indigetes fueron progresivamente incorporados al sistema provincial romano. La fundación de Emporiae (Emporion) como colonia romana aceleró el proceso de romanización, aunque muchos aspectos de la cultura indígena perduraron durante décadas, especialmente en las áreas rurales y en la estructura de los oppida del interior.
En definitiva, los indigetes representan uno de los pueblos íberos más abiertos a las influencias del Mediterráneo clásico. Su historia está marcada por el contacto directo con los griegos, por el desarrollo urbano temprano y por una cultura material que combina la tradición indígena con los aportes helénicos. Su territorio es hoy una fuente arqueológica excepcional para comprender el papel de la costa noreste en los procesos de transformación que vivió la península ibérica en la Antigüedad.
Turdetanos (a veces considerados íberos tardíos o una cultura distinta)
Sur peninsular (zona de Tartessos). Considerados herederos de Tartessos y el pueblo más romanizado desde el principio.
Los turdetanos fueron un pueblo prerromano asentado en el sur de la península ibérica, especialmente en el valle del Guadalquivir, con epicentro en las actuales provincias de Sevilla, Cádiz y Córdoba. Son considerados por muchos historiadores como los herederos directos de la civilización tartésica, y en ocasiones se los clasifica como una evolución tardía de los íberos o como una cultura con características propias. Su importancia histórica y cultural radica en que fueron uno de los pueblos más sofisticados del Occidente peninsular antes de la llegada de Roma, y también uno de los más precozmente romanizados.
Los turdetanos ocuparon el área que anteriormente estuvo bajo influencia de Tartessos, y es probable que conservaran muchas de sus estructuras sociales, políticas y culturales. Las fuentes clásicas, como Estrabón y Plinio el Viejo, los presentan como un pueblo con leyes escritas, una lengua propia y un nivel de organización avanzado. Esta supuesta codificación de leyes, posiblemente heredada de los tartesios, sugiere una tradición jurídica antigua y consolidada, lo que contrasta con el perfil tribal de otros pueblos prerromanos.
Desde el punto de vista urbano, los turdetanos desarrollaron importantes asentamientos y ciudades que luego fueron integradas en el mundo romano. Destacan lugares como Carmona, Sevilla (Hispalis), Córdoba (Corduba) y Cádiz (Gadir, de origen fenicio), todos con continuidad poblacional desde la Edad del Bronce o el periodo orientalizante. Estas ciudades tenían planificación urbana, defensas, sistemas hidráulicos y espacios religiosos, lo que evidencia una sociedad urbanizada y compleja.
La economía turdetana fue muy activa, con una agricultura desarrollada (cereales, vid, olivo), una ganadería extensiva y una rica minería (especialmente de plata y cobre en Sierra Morena). Además, tenían una intensa actividad comercial con pueblos mediterráneos como los fenicios, griegos y cartagineses, lo que se refleja en el hallazgo de cerámica importada, ánforas, utensilios de lujo y materiales exóticos. Esta red de intercambios les dio acceso temprano a técnicas artísticas y arquitectónicas avanzadas.
La lengua de los turdetanos, aunque mal conocida, se supone relacionada con la tartesia. Usaban una escritura tartésica meridional y, en algunos casos, adoptaron el signario ibérico suroriental. También se han documentado inscripciones que revelan una tradición literaria más antigua que la de muchos pueblos vecinos. La transmisión de esta escritura demuestra la existencia de élites letradas que usaban el texto para fines rituales, administrativos o jurídicos.
Religiosamente, los turdetanos mantuvieron ritos funerarios complejos, prácticas de culto ancestral y un sincretismo progresivo con influencias fenicias y cartaginesas. Se han hallado santuarios, exvotos, pebeteros y tumbas de gran riqueza que reflejan una cosmovisión orientada a la protección de los antepasados, la fertilidad y la guerra. Algunas esculturas de toros, leones o esfinges proceden de este ámbito simbólico, conectando con la iconografía orientalizante del periodo anterior.
La romanización de los turdetanos fue temprana y profunda. Tras la Segunda Guerra Púnica, Roma consolidó su dominio en el sur peninsular y encontró en los turdetanos una población relativamente acostumbrada a las formas estatales y urbanas, por lo que su integración fue rápida. Su territorio se convirtió en la provincia senatorial de la Bética, una de las más ricas y romanizadas del Imperio, donde florecieron grandes ciudades, latifundios agrícolas, vías romanas y una intensa vida cultural.
Los turdetanos representan la síntesis de una evolución cultural que parte del mundo tartésico, se fusiona con las influencias mediterráneas orientales y desemboca en una rápida adaptación al mundo romano. Su grado de civilización, su tradición legal, su economía próspera y su estructura urbana los convierten en uno de los pueblos más avanzados del Occidente prerromano. Son un eslabón clave para entender la continuidad cultural entre Tartessos y la Hispania romana.
Origen y extensión de los iberos
Según Quesada: (5) «la idea de que el origen de los íberos es desconocido es, en buena medida, una falacia». Los íberos fueron autóctonos de la península ibérica ya que la cultura ibérica nació y se desarrolló en dicho territorio en un proceso que comenzó en torno al siglo VI a. C. y finalizó con la romanización de los mismos. En la misma línea se manifiesta Rafael Ramos, (6) que argumenta que los orígenes de los pueblos ibéricos se encuentran en la primitiva población del Bronce Final que habitaban las tierras en las que se desarrolló su cultura: «los íberos no llegaron a nuestras tierras de parte alguna porque ya estaban aquí».
A pesar de que estos pueblos compartían ciertas características comunes, no eran un grupo étnico homogéneo ya que divergían en muchos aspectos. Hay que diferenciar tres grandes áreas en el territorio de la península ibérica: la turdetana o tartésica, la levantina o propiamente ibérica y la del Noreste peninsular, (7) a la que habría que añadir la norpirenaica en el Languedoc.
La asimilación e integración por los indígenas de corrientes orientalizantes procedentes del Levante mediterráneo fenicio-púnicas, egipticiantes, sirias, chipriotas, anatolias y también griegas, etruscas y suritálicas, a lo largo de un proceso evolutivo de cinco siglos, originaron el surgimiento de un complejo cultural autóctono, original y distinto al resto de la cultura material de otros pueblos del Mediterráneo; (8) así mientras que en la costa andaluza la componente cultural semítica fue predominante, la zona Noreste habría quedado bajo influencia de la cultura focea griega (Massalia, Emporion y Rhode principalmente) y la región situada entre ambas zonas habría sabido asimilar ambos influjos para configurar su propia idiosincrasia. (9) También parece probable que la cultura material tartésica comenzara a decaer al mismo tiempo que se consolidaba la propiamente ibérica: a partir del siglo V a. C. las creaciones levantinas peninsulares comienzan a influir en ella pero es a partir del siglo IV a. C. con la expansión de la escultura ibérica y la influencia griega en general cuando se hace más evidente. (7)
Los supuestos límites máximos de la expansión íbera habrían llegado desde el Mediodía francés hasta el Algarve portugués y el norte de la costa africana. (10)
Sin embargo, con posterioridad, los pueblos iberos ejercieron mucha influencia sobre otros pueblos del interior de la península. Esta influencia se aprecia en la llegada del torno de alfarero a muchas zonas de la meseta norte de la península, sobre todo a los pueblos limítrofes del valle del Ebro, e incluso a algunos más alejados como arévacos, pelendones o vacceos. Pero es sobre todo en la numismática y en la escritura celtíbera (adopción del signario ibérico) donde más se deja notar su influencia.
Los iberos fueron, en definitiva, los diferentes pueblos que evolucionan desde las diferentes culturas proto-estatales precedentes hacia una sociedad cada vez más urbana y sofisticada, viéndose ayudados en dicha evolución por la influencia de fenicios, primero, y luego de griegos y púnicos, que traerán consigo elementos de lujo que ayudarán, como bienes de prestigio, a la diferenciación interna de los diversos grupos sociales que ya a partir del siglo IV a. C. marca, si no una isonomía sí a una menor distancia social entre las aristocracias y las clases de hombres libres ciudadanos y campesinos. (11) Es posible que las sociedades ibéricas evolucionaran hacia un modelo doble de ciudades-estado como Arse (Sagunto) y de agrupación en estados territoriales como en el Valle del Guadalquivir tal y como se aprecian en las fuentes escritas (9), especialmente en Polibio y Tito Livio que hablan indistintamente de ciudades («poleis», «civitates») y pueblos o naciones («ethnos», «populi») (12).
Jinete desmontado lanceando a su enemigo, escultura ibera del siglo V a. C., Porcuna, Jaén. Ángel M. Felicísimo – Escultura ibera. CC BY 2.0. Original file (1,500 × 1,394 pixels, file size: 407 KB).
Porcuna (Jaén), en un conjunto escultórico de carácter monumental.
Contexto: Se halló en lo que probablemente fue un monumento funerario o conmemorativo de carácter aristocrático. El conjunto de Porcuna constituye uno de los mayores hallazgos escultóricos íberos conocidos hasta hoy.
Descripción de la escena:
La escultura muestra un momento dramático de combate:
Un jinete armado (aunque sin cabeza conservada), en actitud de lanzar o empuñar un arma (posiblemente una lanza), desmontado de su caballo.
El enemigo vencido yace a sus pies, también armado, en posición derrotada.
El caballo, decorado con cuidado, presenta detalles anatómicos y protectores.
El guerrero lleva protección torácica, espinilleras y cinturones, reflejo del equipo militar de élite íbero.
Este conjunto demuestra la importancia del guerrero aristocrático en la sociedad íbera y su rol central en la memoria y el prestigio social. La escultura destaca por su monumentalidad, realismo y carga simbólica: representa no solo una escena de lucha, sino un acto heroico con significado ritual y político.
La figura del jinete vencedor evoca temas típicos del arte funerario aristocrático:
Glorificación del héroe local
Afirmación de la nobleza guerrera
Defensa del territorio y prestigio del linaje
Representación de la vida y muerte como lucha heroica
No se trata de una simple narración bélica, sino de una escultura ideológica: muestra el poder, la valentía y la identidad del guerrero íbero, que incluso en la muerte, sigue montado, enfrentando al enemigo.
El área de los pueblos denominados íberos fue el este y sur peninsular, junto a los valles del Ebro y Guadalquivir; caracterizada por la mayor influencia de los pueblos colonizadores, lo que se ha denominado «proceso de iberización». Mantenían una explotación agropecuaria con base cerealista, que en algunas zonas se diversificaba con el olivo y que incluso incluía la irrigación. La minería era la base de una metalurgia del bronce, el hierro y los metales preciosos, muy demandada por los pueblos colonizadores. El desarrollo comercial de los excedentes, que incluyó el uso de la moneda, estimuló la jerarquización social y la formación de una élite guerrera aristocrática, que demandaba productos de lujo de importación para consolidar su prestigio. Localmente, se desarrollaron programas artísticos de cierta sofisticación, y se usaron alfabetos de origen fenicio o griego para la escritura de algunos textos. Los núcleos de población más importantes, verdaderas ciudades, localizadas en eminencias naturales, se amurallaron (la tipología que los romanos llamaron oppidum), como Asido (Medina Sidonia), Astigi (Écija), Sisapo (junto a las minas de Almadén), Castulo (Linares), Basti (Baza), Illici (Elche), Saiti (Játiva), Arse (Sagunto), Edeta (Liria), Castellet de Banyoles, Ullastret, Ilerda (Lérida), Castellar de Santisteban, Castellar de Meca o el Cerro de los Santos.
Reconstrucción del contexto arqueológico de la Dama de Baza, íbera. Foto: Ramonbaza. CC BY-SA 3.0.

La escena representa la tumba íbera donde fue hallada la Dama de Baza, descubierta en 1971 en la necrópolis de Basti, actual Baza (Granada). La figura central es una escultura sedente de una mujer ricamente vestida, tallada en piedra y pintada, conocida por su iconografía detallada y su gran valor simbólico. La figura se encontró en el interior de una cámara funeraria revestida con placas de piedra, rodeada de un ajuar compuesto por vasijas cerámicas, objetos metálicos, adornos y utensilios.
La escultura, que incorpora en su interior una cavidad funeraria con restos cremados, se interpreta como una urna funeraria de alto rango. La mujer representada, posiblemente una aristócrata o sacerdotisa, está sentada en un trono con respaldo alado y viste con gran riqueza: lleva pendientes, brazaletes, collares y una túnica con pliegues ornamentados. En una de sus manos sostiene lo que parece ser una paloma o un recipiente ritual.
Esta tumba excepcional ofrece un testimonio directo del pensamiento religioso y la organización social de los íberos. Refleja la importancia del culto a los antepasados, la práctica de la incineración y la existencia de un estatus femenino elevado en determinados contextos. La Dama de Baza no solo es una obra de arte, sino una clave fundamental para entender las creencias, la iconografía y la estructura funeraria de la cultura íbera.
Actualmente, la escultura original se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, mientras que en Baza se exhibe una réplica junto a materiales arqueológicos del yacimiento.
Ajuar funerario asociado a la Dama de Baza. Entre otras piezas de hierro, una falcata. Foto: Luis García (Zaqarbal), 11 de septiembre de 2009. CC BY-SA 3.0. Original file (2,802 × 1,573 pixels, file size: 1.05 MB).
Objetos iberos de bronce y hierro, incluyendo una falcata (arriba). Son parte del ajuar funerario de la tumba 155 de la Necrópolis del Santuario de Baza (Provincia de Granada, Andalucía, España), encontrada el 21 de julio de 1971, y donde también estaba la Dama de Baza.

La descripción que Plinio el Viejo hace de la costa hispana, o la que Estrabón hace de la Turdetania, son elogiosísimas, inaugurando un verdadero género literario (las Laudes Baeticae o Laudes Hispaniae):
Inmediatamente después de Italia, y exceptuando las fabulosas regiones de la India, debo colocar a Hispania, al menos todo su borde costero; es Hispania, en verdad, pobre en parte, pero allí donde es fértil produce en abundancia cereales, aceite, vino, caballos y metales de todo género, en lo cual la Galia va a la par; pero Hispania la vence por el esparto de sus desiertos y por la piedra especular [lapis specularis], por la belleza de sus colorantes, por su ánimo para el trabajo, por sus fornidos esclavos, por la resistencia de sus hombres y por su vehemente corazón.
turdetanos y túrdulos … tienen fama de ser los más cultos de los íberos. Poseen una «gramática» [alfabeto] y escritos de antigua memoria, poemas y leyes en verso, que ellos dicen de seis mil años. Los demás íberos también tienen también su «gramática», más esta ya no es uniforme, porque tampoco hablan todos la misma lengua…
Las orillas del Betis son las más pobladas … Las tierras están cultivadas con gran esmero … la región presenta arboledas y plantaciones de todas clases admirablemente cuidadas … La Turdetania es maravillosamente fértil; tiene toda clase de frutos y muy abundantes; la exportación duplica estos bienes, porque los frutos sobrantes se venden con facilidad a los numerosos barcos de comercio. Esto se halla favorecido por sus corrientes fluviales y sus obras, semejantes … a ríos y, como tales, remontables desde la mar hasta ciudades de tierra adentro, ya por navíos grandes, ya por otros más pequeños. Toda la tierra que se extiende tras la costa entre las Columnas [las de Hércules, el Estrecho de Gibraltar] y el Cabo Sagrado es llana. Ábrense en ella frecuentes escotaduras semejantes a hondonadas de regular tamaño, o a valles fluviales, por las que el mar penetra tierra adentro hasta muchos estadios de distancia; las aguas, ascendentes de la pleamar invádelas de tal modo, que los barcos entonces pueden subir por ellas como si lo hiciesen por un río, y hasta más fácilmente; en efecto, su navegación se parece a la fluvial, libre de obstáculos, ya que el movimiento ascendente de la pleamar la favorece como lo haría el fluir de un río… las naves, en algunos casos, puedan remontar sus aguas hasta ochocientos estadios tierra adentro [150 km, sólo puede referirse al Betis –Guadalquivir– y al Anas –Guadiana–]. … A tanta riqueza como tiene esta comarca se añade la abundancia de minerales. Ello constituye un motivo de admiración; pues si bien toda la tierra de los íberos está llena de ellos, no todas las regiones son a la vez tan fértiles y ricas … y raro es también que en una pequeña región se halle toda clase de metales. … Hasta ahora, ni el oro, ni la plata, ni el cobre, ni el hierro, se han hallado en ninguna parte de la tierra tan abundantes y excelentes.
La Meseta, el oeste y el norte peninsular fue el área de un conjunto de pueblos de entorno cultural centroeuropeo que se denomina convencionalmente como «celtas», y de hecho están atestiguadas arqueológicamente varias penetraciones de población de origen centroeuropeo en la primera mitad del I milenio a. C., de un peso demográfico imposible de constatar, pero que se instalaron entre los pueblos indígenas (Cortes, Las Cogotas) y determinaron un proceso general de celtización; aunque los vascones y otros pueblos de ámbito lingüístico aquitano se interpretan como pervivencias del sustrato pre-indoeuropeo, cuya lengua evolucionó a lo largo del tiempo hasta el actual vasco.
El nivel de desarrollo cultural de este variado conjunto de pueblos era relativamente menor a los de la zona íbera; aunque con mucha disparidad entre ellos, encontrándose los denominados celtíberos en una zona de transición tanto cultural como geográfica, en torno al Sistema Ibérico, que los romanos llamaban Idubeda. Su economía era de predominio ganadero, con una agricultura relativamente menos desarrollada que en la zona íbera (con las notables excepciones de vacceos y carpetanos, en las estepas cerealistas de la meseta central), además de una limitada actividad comercial. Sus manufacturas textiles fueron apreciadas por los romanos, que en ocasiones pedían como tributo millares de prendas llamadas sago.[28] Muchos de sus núcleos de población también respondían al concepto romano de oppidum (Aeminium –Coímbra–, Conimbriga, Egitania, Brigantia –Braganza–, Helmantica –Salamanca–, Toletum –Toledo–, Kombouto –Alcalá de Henares–, Arriaca –Guadalajara–, Segovia, Cauca –Coca–, Numancia, Segeda, Bilbilis –Calatayud–, Calagurris –Calahorra–); que en el cuadrante noroccidental de la península eran castrum de menor tamaño que definen la cultura castreña (Santa Tecla, Baroña, Coaña, Monte Cueto, Mesa de Miranda, El Raso, Ulaca, Cabeço das Fráguas). Algunos núcleos urbanos estaban ubicados con otros criterios, como Talabriga (Talavera, literalmente «ciudad del valle») o Pintia.
Tésera de hospitalidad celtíbera, procedente de Uxama Argaela. User: User: Carlosblh. CC BY-SA 3.0- Es una una imagen muy significativa: una tésera de hospitalidad celtíbera en forma de animal, concretamente procedente de Uxama Argaela, actual El Burgo de Osma (Soria). Este tipo de objetos representa una de las expresiones más interesantes del sistema social, jurídico y simbólico del mundo celtíbero. Una tésera de hospitalidad era una pieza metálica (generalmente de bronce) grabada con inscripciones en lengua celtíbera y forma zoomorfa (normalmente toro, jabalí, caballo o ciervo). Estas téseras eran símbolos de un pacto de hospitalidad y fidelidad mutua, generalmente entre individuos o entre un individuo y una ciudad.
Funciones y significado:
Garantizaba protección y derechos de acogida entre los firmantes.
Permitía el paso libre, refugio o alianza entre clanes o ciudades.
Era un objeto legal y sagrado, sellado posiblemente con un ritual o ceremonia.
Se partía en dos mitades iguales: una la conservaba cada parte del acuerdo, como prueba del vínculo.
Algunas incluían frases en lengua celtíbera como: “Yo soy amigo del que posee la otra parte”, o fórmulas similares grabadas con el signario paleohispánico.

Los Berones se encontraban en el Valle del Ebro preferentemente por la Rioja Alta, los Vascones por la Rioja Baja en el Ebro y en las cuencas bajas de sus afluentes, y los Pelendones en las zonas de sierra. Los principales asentamientos Berones fueron Vareia, capital de facto situada en los alrededores de Logroño, Oliva (actual Herramélluri), Tritium (actual Tricio). La principal ciudad vascona de las que se documentan en la Rioja fue Calagurris, la otra ciudad vascona fue Graccurris/Gracouri, localizada en las actuales eras de San Martín de Alfaro. Los Pelendones ocuparon entre otros el asentamiento de Contrebia Leucade, situado en la actual Aguilar del Río Alhama. La ciudad celtíbera de Cantabria es el nombre sui generis dado a un importante yacimiento protohistórico ubicado al sur del término o paraje denominado Cerro de Cantabria en Logroño.
Existían instituciones sociales de marcado origen indoeuropeo, como la devotio y el hospitium, que guardaban ciertos paralelismos con el comitatus germánico o la clientela romana. El ejercicio de la guerra era considerado una actividad virtuosa, y eran muy numerosos los mercenarios, circunstancia que las fuentes romanas atribuyen a la pobreza generalizada.
Las fuentes romanas justificaron la necesidad de «pacificar», conquistándolos, a estos pueblos belicosos, por la incompatibilidad de su forma de vida con la «civilizada» de sus pacíficos vecinos ya romanizados, a los que saqueaban con periodicidad anual: todas las primaveras se repetían las incursiones de bandas de jóvenes en una especie de ritual de paso a la edad adulta (ver sacrum).
Entre sus rituales religiosos había formas de culto solar. La organización matrilineal de los linajes en los pueblos del norte, junto con costumbres como la covada —feminización del padre en el parto— —causaron extrañeza a los romanos, que las interpretaron como signos de un matriarcado que ha sido objeto de debate en la antropología moderna, aunque no parece que significara en ningún caso un predominio social o político de las mujeres inverso al patriarcado, el predominio de los varones –lo habitual en la mayoría de las culturas antiguas y modernas–, sino una separación de ámbitos en la vida doméstica y económica.
Collar de la sacerdotisa del sol, celtíbero, siglo IV a. C. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (2,161 × 1,970 pixels, file size: 1.33 MB).
Ocurre que en Iberia hasta nuestros días se consideran sagradas las vacas y están protegidas.
Una práctica singular se da … sobre todo entre los lusitanos. Los más pobres de fortuna de entre los que llegan a la flor de la edad y se distinguen por su fortaleza física y su audacia, provistos de su valor y sus armas, se reúnen en las dificultosas regiones montañosas y, organizándose en bandas considerables, efectúan correrías por Iberia y acumulan riqueza gracias al pillaje; y practican sin cesar este bandidaje, llenos de altivez; y dado que usan un armamento ligero y son extremadamente ágiles y rápidos, a los otros hombres les resulta muy difícil vencerlos. En suma, consideran que las zonas dificultosas y ásperas de las montañas constituyen su patria y se refugian en ellas, puesto que los ejércitos grandes y con armamento pesado tienen dificultades para atravesarlas.
Los celtíberos proporcionan para la guerra no sólo hábiles jinetes, sino también soldados de infantería, excelentes por su vigor y valor. Visten éstos ásperos mantos negros, cuya lana se parece a la piel de cabra. Algunos de los celtíberos van armados de escudos ligeros, como el de los galos. Otros llevan escudos de mimbre, tan grandes como un escudo griego y llevan grebas hechas de pelo. Sobre su cabeza portan yelmos de bronce adornados con penachos de púrpura. Sus espadas son de doble filo, de excelente fundición; llevan también dagas de un palmo de largas para las luchas cuerpo a cuerpo … Entierran planchas de hierro y las dejan bajo el suelo hasta que, pasado el tiempo, la herrumbre devore lo más débil del hierro y quede sólo lo más sólido. De ello obtienen excelentes espadas y otras armas. El armamento así fabricado atraviesa todo lo que se le pone por delante. … Son limpios y cuidadosos en su vida diaria, pero observan una práctica que es vulgar y muy sucia: bañan con orina su cuerpo y limpian sus dientes con el mismo producto, pensando que es muy sano para el cuerpo. Los celtíberos son crueles con sus enemigos y adversarios, pero con los extranjeros se comportan muy dulce y amablemente. Todos ruegan a los extranjeros que tengan a bien hospedarse en sus casas y rivalizan entre ellos en la hospitalidad. Aquellos a quienes prestan servicio los extranjeros gozan de gran predicamento y se les llama amados de los dioses. En cuanto a la comida, se alimentan de toda clase de carnes en gran abundancia. Como bebida utilizan vino mezclado con miel, ya que la región produce gran cantidad de este producto, aunque, en cuanto al vino, lo adquieren de los comerciantes que lo importan.
El más culto de los pueblos vecinos de los celtíberos es el de los vacceos. Cada año reparten los campos para cultivarlos y dan a cada uno una parte de los frutos obtenidos en común. A los labradores que contravienen la regla se les aplica la pena de muerte.
Diodoro Sículo, Bibliotheca Historica
Verraco de piedra de Ciudad Rodrigo, monumento propio de los pueblos de la Meseta y el oeste peninsular (desde las zonas de lusitanos y vetones hasta los territorios limítrofes de vacceos, carpetanos, galaicos o astures). Foto: Mr. Tickle. CC BY-SA 3.0. Original file (2,288 × 1,712 pixels, file size: 820 KB).-
Esta escultura zoomorfa de granito representa un verraco, uno de los elementos más característicos del arte rupestre de los pueblos prerromanos de la Meseta occidental. Los verracos son figuras de animales —principalmente toros, cerdos o jabalíes— talladas en piedra, repartidas por las provincias del oeste peninsular, especialmente en los antiguos territorios de lusitanos y vetones, pero también en áreas próximas a vacceos, carpetanos, astures y galaicos.
El ejemplar que se conserva en Ciudad Rodrigo (Salamanca), en la Plaza del Castillo, es uno de los muchos que han llegado hasta nuestros días, generalmente en contexto urbano, aunque originalmente fueron situados en zonas abiertas, cercanas a vías de paso, pastizales o lugares sagrados. Su cronología abarca desde el siglo IV al I a. C., coincidiendo con el apogeo cultural de estos pueblos prerromanos antes de la conquista romana.
Función y significado
Aunque su función exacta sigue siendo debatida, la mayoría de los estudios coinciden en que los verracos cumplían una función simbólica y territorial:
Marcaban límites de territorio, caminos, pastos o enclaves sagrados.
Podían ser símbolos de protección del ganado y la comunidad.
En algunos casos, se han relacionado con ritos funerarios o conmemorativos.
Representan la importancia del mundo ganadero y del toro como animal totémico en la ideología de estos pueblos.
Cultura vetona y legado
los vetones, uno de los pueblos célticos prerromanos de la península ibérica, limitaban geográficamente con algunos pueblos íberos, aunque no pertenecían a la cultura íbera propiamente dicha. Eran parte del conjunto de pueblos indoeuropeos del interior peninsular, y su territorio actuaba de zona de contacto entre el mundo íbero y el mundo celta.
La mayor concentración de verracos se da en el área de los vetones, un pueblo céltico establecido en la actual Ávila, Salamanca y zonas limítrofes. Su cultura material, dominada por el pastoreo y la guerra, refleja una fuerte conexión simbólica con la naturaleza y los animales.
Vetones y oretanos
Los oretanos eran íberos del sur de Castilla-La Mancha (Sierra Morena, actual provincia de Ciudad Real).
Limitaron por el este con los vetones, probablemente en zonas del norte de Ciudad Real y el oeste de Toledo.
➡ Aquí había frontera cultural directa entre íberos y pueblos célticos, y posiblemente intercambios o tensiones militares y económicas.
Así que, en efecto, los vetones limitaron con pueblos íberos, sobre todo con los oretanos, y quizás con influencias o contactos menores con turdetanos y contestanos. Estos límites no eran fronteras rígidas, sino zonas de interacción cultural, económica y militar.
Este contacto explica la existencia de ciertos elementos híbridos en el interior peninsular, como:
Armas y objetos rituales compartidos
Escrituras paleohispánicas similares
Esculturas con mezcla de estilos íbero y céltico (como verracos)
Los verracos han sido interpretados tanto como símbolos mágicos protectores como monumentos territoriales, y hoy constituyen uno de los testimonios más poderosos del arte prerromano de la península ibérica.
«Las mujeres se ocupan de la tierra y la casa mientras que los hombres se dedicaban a la guerra y a las razzias.»
Marco Juniano Justino, Historiarum Philippicarum.
«Entre los cántabros es el hombre quien dota a la mujer y son las mujeres las que se preocupan de casar a sus hermanos. Esto constituye una especie de «ginecocracia», régimen que no es ciertamente civilizado y cuando dan a luz sirven a sus maridos acostándolos a ellos en vez de acostarse ellas mismas en sus lechos.
Así viven estos montañeses que… son los que habitan en el lado septentrional de la Iberia, es decir, los galaicos, astures, y cántabros hasta los vascones y el Pirineo, todos los cuales tienen el mismo modo de vivir… son sobrios: no beben sino agua, duermen en el suelo y llevan cabellos largos al modo femenino, aunque para combatir se ciñen la frente con una banda. Comen principalmente carne de macho cabrío… Durante las tres cuartas partes del año los montañeses se nutren de bellotas que, secas y molidas, sirven para hacer pan, que puede guardarse durante mucho tiempo… En lugar de aceite usan manteca. Los hombres van vestidos de negro, llevando la mayoría el sagos, con el cual duermen en su lecho de paja. Usan vasos labrados en madera como los celtas. Las mujeres llevan vestidos con adornos florales… En lugar de moneda practican el intercambio de especies o pequeñas láminas recortadas, de plata… Antes de la expedición de Bruto no tenían más que barcas de cuero para navegar por los estuarios y lagunas del país; pero hoy usan ya de bajeles hechos de un tronco de árbol, aunque su uso aún es raro.
Los habitantes de las islas Casitérides [costa gallega] viven, por lo general, del producto de sus ganados, de un modo similar a los pueblos nómadas; poseen minas de estaño y plomo y los cambian, así como las pieles de sus animales, por cerámica, sal y utensilios de bronce que les llevan los comerciantes. Al principio este comercio era explotado únicamente por los fenicios desde Gadir, quienes ocultaban a los demás las rutas que conducían a estas islas. Un cierto navegante, al verse perseguido por los romanos, que pretendían conocer la ruta de estos emporios, encalló voluntariamente por celo nacional en un bajo fondo, donde sabía que habían de perseguirle los romanos. Habiendo logrado salvarse de este naufragio, le fueron indemnizadas por el Estado las mercancías que había perdido. Los romanos, sin embargo, tras numerosos intentos, acabaron por descubrir la ruta de estas islas, siendo Publio Licinio Craso quien pasó primero y conoció el escaso espesor de los filones y el carácter pacífico de sus habitantes.»
Estrabón, Geographica.
Guerrero de Mogente, bronce íbero del siglo V o IV a. C.. Con los infantes está mezclada también la caballería, siendo los caballos adiestrados en subir sierras y arrodillarse con facilidad, cuando esto hace falta y se les manda. Produce la Iberia muchos corzos y caballos salvajes. … los caballos de Celtiberia siendo grises cambian tal color si se los lleva a la Hispania exterior. Dice que son parecidos a los de la Parthia, siendo más veloces y de mejor carrera que los demás. La importancia del caballo en toda la península ibérica, pero particularmente en la zona íbera, no solo se limitó a su uso en la guerra y como factor de prestigio social, sino que se expresó en el «culto equino» y en su utilización frecuente en todas las manifestaciones artísticas, especialmente en la escultura y la numismática. La historiografía tradicional llegó a darle un valor de permanencia en el carácter histórico español: Cástor, o el dios hípico de los españoles, debió de ser el tutelar para la serie de ejercicios de guerra, de justa o juego parecido a ella, de caza, y acaso otros que nos son desconocidos. Por eso su imagen debió prodigarse en monedas, fíbulas y juguetillos para estimular el ardor de la juventud valerosa, educada en tales prácticas que acaso desde la antigüedad constituyeran, si no en la forma, en el espíritu, lo que luego en la sociedad hispanoarábiga se denominó el arte de la jineta (José Ramón Mélida El jinete ibérico, 1900).
Autor: Desconocido – Ignacio Aranda. CC BY-SA 3.0.

Origen de los pueblos protoibéricos
Hace unos 9500 años, las últimas comunidades de cazadores-recolectores que ocupaban la península ibérica comenzaron a enterrar de forma sistemática en cementerios, un hábito que se vincula a la progresiva sedentarización de estas sociedades y a un cambio significativo en la relación de sus territorios con las actividades económicas. La necrópolis más antigua de la península ibérica se halla en Oliva (Valencia). (13) Los restos tienen una antigüedad de entre 9500 y 8500 años, quedando evidenciada así una larga tradición de poblamiento en la península ibérica.
Con respecto a las bases iniciales sobre los que los influjos orientalizantes sentarían el origen de la cultura ibérica, se distinguen tres sustratos o áreas: Tartesos, Bronce Final Valenciano-Argárico y Campos de Urnas del Noreste peninsular. (14) No se sabe detalladamente el origen de estos pueblos del Bronce Final aunque hay varias teorías que intentan establecerlo:
- Una hipótesis sugiere que llegaron a la península ibérica en el periodo Neolítico, y su llegada se data desde el quinto milenio antes de Cristo al tercer milenio antes de Cristo. La mayoría de los estudios que adoptan esta teoría se apoyan en evidencias arqueológicas, antropológicas y genéticas estimando que los iberos procedían de las regiones mediterráneas situadas más al este.
- Otros estudios han sugerido que los iberos inicialmente se habrían asentado a lo largo de la costa oriental de España y, posiblemente, más adelante se propagaron por parte de la península ibérica llegando a expandirse también a otras regiones mediterráneas como el sur de Francia y el norte de África.
- Otra hipótesis alternativa afirma que formaban parte de los habitantes originales de Europa occidental y los creadores/herederos de la gran cultura megalítica que surge en toda esta zona, una teoría que los estudios genéticos ha descartado, por cuanto el perfil genético de los linajes paternos entre los iberos es solo estepario (R1b) no hay trazas de ninguno de los linajes paternos de tiempos del Neolítico o anteriores a la llegada de los descendientes de las estepas que llegan a la península hacia el 2500 a. C. Los iberos serían algo similares a las poblaciones indoeuropeas del primer milenio antes de Cristo de Irlanda, Gran Bretaña y Francia, aunque estas presentan otros linajes paternos paleoeuropeos que no vemos aún entre los iberos. El perfil genético paterno de los iberos es casi el mismo que el de los vascos de entonces, y algo diferente al de los celtíberos. Posteriormente, los celtas cruzarían los Pirineos en dos grandes migraciones: en los siglos IX y siglo VII a. C.
- La hipótesis más verosímil que actualmente siguen los principales ibericistas es la de un origen en la Cultura de los Campos de Urnas (portadores también de linaje paterno estepario). Esta hipótesis considera que el parentesco entre las lenguas ibérica, vasca y aquitana debería traducirse en términos históricos y culturales en algún factor común que justificaría la expansión de esta familia lingüística en un amplio territorio en pocos siglos. Así pues, se postula que esta familia de lenguas procedería de una capa demográficamente invasiva que formaría parte de la cultura de Campos de Urnas, puesto que en la península ibérica el área de difusión de esta cultura coincide básicamente con el territorio de difusión de la lengua ibérica, además de la costumbre de cremar a los difuntos y guardar sus cenizas y restos de huesos quemados en urnas. (15)
Dama oferente del Cerro de los Santos del siglo III o siglo II a. C. Jacinta Lluch Valero from madrid- barcelona…., (España-Spain). CC BY-SA 2.0. Original file (2,736 × 3,648 pixels, file size: 4.28 MB).

La Dama Oferente es una escultura ibérica del siglo III o siglo II a. C. Se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid (España). También es conocida como Dama de Yecla. Evidencia el papel de la mujer aristócrata en los ritos religiosos de los iberos.
Contexto. Se trata de una figura femenina de 1,35 m de altura realizada en piedra caliza que se encontró antes de 1870 en el santuario de la cultura ibérica situado en el Cerro de los Santos, en Montealegre del Castillo (Albacete, España). En el mismo yacimiento se encontró un elevado número de exvotos y esculturas, en piedra, de hombres y mujeres en posturas oferentes. La cronología del yacimiento se entiende desde el siglo IV a. C. hasta la época romana.
Vestimenta. La figura muestra una rica vestimenta, que denota la pertenencia a un nivel social elevado. Se muestra ricamente ataviada con tres túnicas superpuestas;, de pliegues muy finos, roza el suelo y enmarca los pies calzados. Encima porta una túnica fina con bordados en el caen hieráticos bajo las manos resaltando la ofrenda.
Una fíbula o pasador en forma de T sujeta el cuello de la túnica. Se adorna con tres collares (dos trenzados y uno sogueado), y con cinco anillos en las manos.
Sobre la cabeza porta una diadema, adornada con líneas onduladas motivos vegetales. De la diadema cuelgan prendedores en forma de flor e ínfulas, de las que cuelgan varias arracadas muy decoradas.
Significado. La figura muestra la gran importancia de la mujer en aspectos religiosos de la cultura ibérica. La riqueza del traje indica una dama de la alta sociedad, que puede estar ofreciendo un presente a la divinidad, o podría participar en un rito de iniciación. La cercanía del yacimiento a varias fuentes de aguas minerales refuerza el significado salutífero y de dedicación religiosa de la escultura.
Cómo se gestaron las culturas prerromanas de la península ibérica, especialmente los íberos y celtíberos, que son el resultado de una evolución larga, compleja y desigual en diferentes regiones. A continuación te explico lo que sabemos hoy en día —de forma clara, sintética y con base arqueológica— sobre el origen de estos pueblos protoibéricos, su evolución y su relación con las influencias externas (orientalizantes e indoeuropeas).
Larga ocupación humana en la península ibérica. Efectivamente, hace unos 9500 años (hacia el 7500 a. C.), durante el Mesolítico, ya existían comunidades de cazadores-recolectores en la península ibérica que comenzaron a desarrollar hábitos funerarios complejos, como demuestran los enterramientos en Oliva (Valencia). A partir del Neolítico (hacia el 5500 a. C.), con la llegada de la agricultura, comienza un proceso de sedentarización, y más adelante, de diferenciación cultural regional.
Protohistoria y formación de culturas regionales. Durante la Edad del Bronce (aprox. 2200–850 a. C.), se desarrollan distintas culturas regionales con características propias, que posteriormente darán lugar a los pueblos prerromanos. En particular, se consideran tres grandes focos culturales precursores de la cultura ibérica:
📍a) Tartesos (Suroeste)
En la baja Andalucía y sur de Extremadura.
Cultura brillante con escritura, comercio con fenicios y organización política avanzada.
Es considerada por muchos autores como el primer Estado protohistórico de Occidente.
Es uno de los sustratos más importantes de la cultura íbera del sur y del mundo turdetano posterior.
📍 b) Bronce Final Valenciano-Argárico (Sureste)
Herencia de la cultura de El Argar (Murcia–Almería) y del Bronce valenciano.
Sociedad jerarquizada, urbanismo en altura, fortificaciones y especialización artesanal.
Transición clara hacia formas sociales complejas íberas del Levante.
📍 c) Campos de urnas (Noreste peninsular)
Cultura originaria del centro de Europa (zona del Danubio) que se expande hacia el noreste de Iberia entre los siglos IX y VII a. C.
Se caracteriza por la incineración y enterramiento en urnas, y se considera portadora de elementos indoeuropeos.
Es el principal sustrato para los celtas y celtíberos, especialmente en el valle del Ebro y la meseta oriental.
Fragmento de un kalathos ibérico procedente de El Castelillo (Alloza). Foto: Ecelan. CC BY-SA 4.0. Original file (2,560 × 1,920 pixels, file size: 807 KB).
Origen de los íberos y celtíberos:
Íberos
Son el resultado de la evolución de las culturas indígenas del Bronce bajo la influencia de colonizadores fenicios y griegos.
Adoptan la escritura, el urbanismo complejo, la religión orientalizante y el comercio a larga distancia.
No eran un grupo étnico único, sino un conjunto de pueblos con lengua y cultura común, establecidos en la costa este y sur de la península.
Su desarrollo es claramente autóctono, pero intensamente mediterráneo en estilo y organización.
Celtíberos
Son el resultado de la fusión de pueblos celtas indoeuropeos (procedentes del ámbito centroeuropeo) con poblaciones indígenas ibéricas.
Se desarrollan en la zona de contacto entre íberos y celtas, sobre todo en el Sistema Ibérico, Soria, Teruel, Cuenca, Zaragoza, Guadalajara y zonas limítrofes.
Conservan lengua indoeuropea, costumbres guerreras, organización tribal, pero también adoptan elementos íberos (escritura, cerámica, urbanismo).
Son una cultura mixta, con fuerte identidad propia, que Roma reconoció como especialmente resistente.
La cultura ibérica es autóctona, evolucionada localmente en el Este y Sur peninsular, influida fuertemente por fenicios y griegos.
Los celtíberos son el fruto del mestizaje entre celtas indoeuropeos y pueblos ibéricos, en la zona centro-oriental.
Los tres grandes focos protohistóricos (Tartesos, mundo argárico y campos de urnas) son las raíces materiales y culturales sobre las que se formaron estas civilizaciones prerromanas.
La lengua Íbera. Hipótesis sobre su origen
El íbero fue una lengua paleohispánica hablada en la costa mediterránea de la península ibérica entre los siglos VI y I a. C. Su uso se extendía desde el río Hérault en el sur de Francia hasta Porcuna (Jaén), con penetraciones hacia el interior en zonas como Zaragoza (Salduie).
Se desconoce si fue una única lengua o una familia de lenguas. Algunos la consideran la lengua materna de los pueblos íberos, mientras que otros piensan que funcionó como lengua franca del comercio, gracias al contacto con los griegos.
Extensión geográfica
Se ha documentado en regiones como:
Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía oriental y el sur de Francia
Pueblos íberos asociados a esta lengua: edetanos, contestanos, bastetanos, oretanos, ilergetas, indigetes, layetanos, ausetanos, entre otros
Se han propuesto varias teorías:
1. Lengua aislada
No relacionada con ninguna otra lengua conocida. Es la hipótesis mayoritaria.
2. Vascoiberismo
Sugiere una relación con el vasco y el aquitano, por coincidencias fonológicas y onomásticas. Otros creen que estas similitudes pueden deberse a influencias de área o préstamos, no a parentesco directo.
3. Hipótesis genética y migratoria
La arqueogenética sugiere que los íberos descendían de los primeros agricultores del Neolítico procedentes del Mediterráneo oriental, con aportes posteriores de pastores de la estepa. Esto refuerza la idea de un origen autóctono con posibles influencias externas.
Las escrituras ibéricas en el contexto de las escrituras paleohispánicas. Mapa: I, Tautintanes. CC BY-SA 3.0.

Otras hipótesis sobre su expansión
-Hipótesis norteafricana: hoy descartada. Vinculaba la lengua íbera con lenguas bereberes.
-Hipótesis contestana: el íbero se originó en el sureste (zona de los contestanos) y se difundió por su importancia comercial.
-Hipótesis pirenaica: plantea que la lengua íbera surgió en el Pirineo oriental y se expandió hacia el sur.
-Hipótesis de los Campos de Urnas: asocia la lengua íbera a la expansión cultural indoeuropea del noreste peninsular, aunque los datos genéticos no lo apoyan del todo.
-Hipótesis indigética: considera que la lengua íbera nació en Cataluña (Ullastret), desde donde se expandió hacia el sur entre los siglos VII y VI a. C.
Resumen final. La lengua íbera fue una lengua prelatina, hablada por diversos pueblos del este y sur peninsular. Su origen exacto es discutido, pero probablemente fue una lengua autóctona, influida por contactos mediterráneos. Aunque aún no ha sido descifrada completamente, su uso amplio y homogéneo demuestra su importancia cultural en la península antes de la romanización.

Escritura Íbera
Los íberos (o iberos) utilizaron tres escrituras diferentes para representar su idioma. Los contextos arqueológicos más antiguos las sitúan a finales del s. V a. C., mientras que las más modernas son de finales del s. I a. C. o quizás de principios del s. I d. C.
Los íberos desarrollaron un sistema de escritura propio para representar su lengua, que ha llegado hasta nosotros en forma de inscripciones sobre bronces, cerámicas, monedas, lápidas funerarias y piedras votivas. A pesar de que no conocemos el significado completo de los textos, sí hemos podido leer fonéticamente muchas de sus inscripciones gracias al estudio del signario íbero.
¿Cuándo aparece la escritura íbera?
Los documentos más antiguos con escritura íbera datan de finales del siglo V a. C., aunque su uso se extiende al menos hasta finales del siglo I a. C. o incluso comienzos del siglo I d. C., coincidiendo con el proceso de romanización. Este uso prolongado demuestra la vitalidad de la lengua íbera en la vida cotidiana, comercial, ritual y funeraria.
¿Cuántos sistemas de escritura utilizaron?
Los íberos usaron tres sistemas principales para escribir su lengua:
1. Signario íbero nororiental (o levantino)
El más difundido, usado en Cataluña, Aragón, Comunidad Valenciana y sureste de Francia.
Es una escritura semisilábica, con signos para sílabas (ba, be, bi…) y otros para sonidos individuales (m, n, s…).
Deriva probablemente del alfabeto fenicio a través del greco-oriental.
2. Signario íbero meridional (o suroriental)
Utilizado en Andalucía oriental, Murcia y parte de La Mancha.
Más complejo y aún menos descifrado, aunque también semisilábico.
Posiblemente es más antiguo que el nororiental.
3. Escritura greco-ibérica
Solo utilizada en un sector de la costa alicantina (zona de Alicante y Elche).
Se escribe en alfabeto griego adaptado al idioma íbero.
Indica una fuerte influencia helénica y contactos culturales con los griegos focenses.
La escritura ibérica constituye uno de los principales testimonios del desarrollo cultural con personalidad propia de los iberos. Se conocen tres tipos de escrituras paleohispánicas: la escritura del suroeste, la meridional y la ibérica levantina. Además se escribió lengua ibérica con alfabeto jónico, prácticamente solo en territorio contestano, como lo testimonian algunos plomos encontrados como el plomo de La Serreta de Alcoy, grafitos sobre cerámica procedentes de la Isleta de Campello (ambos en Alicante) y el plomo de El Cigarralejo (Mula, Murcia). La escritura ibérico-levantina es la más conocida, y fue descifrada en la década de 1920 por Manuel Gómez-Moreno.
Sin embargo, hasta la fecha, no ha sido posible su traducción, por lo que no es posible entender lo que dicen los textos. Es una escritura de tipo mixto, silábica y alfabética, que posiblemente procede de una escritura más antigua de origen fenicio o chipriota. El descubrimiento de grafitos en cerámica procedentes de yacimientos tartésicos como el Cabezo de San Pedro, en Huelva, con una cronología entre mediados del siglo IX a. C. y mediados del siglo VIII a. C., sugieren que la adopción de la escritura meridional y del SO se produjo de forma temprana, lo que explicaría la introducción de formas arcaicas del alfabeto fenicio, utilizadas con anterioridad al siglo VIII a. C. Este alfabeto sería adaptado a la lengua tartésica, con la introducción de signos silábicos, dando origen al primitivo signatario paleohispánico y que será el origen de la escritura del SO utilizada en las estelas tartésicas. La escritura meridional se utilizó en la Alta Andalucía y en el sureste, incluida la Contestania, persistiendo hasta época romana temprana.
Esta escritura fue posteriormente adaptada al idioma ibérico posiblemente en el territorio de la Contestania dando origen a la ibero-levantina (que se escribe de izquierda a derecha, al contrario que la meridional), conviviendo con la escritura meridional y la ibero-jónica, y desde allí se extendió al resto del territorio ibérico. El hecho de que en Contestania se documente la utilización de tres formas de escribir la lengua ibérica (escritura meridional, levantina e ibero-jónica), sugiere a algunos autores (J. de Hoz, ver referencias) que sería en este territorio donde se produjo la aparición de la escritura ibérica levantina a partir de la meridional.
Texto íbero en una estela funeraria, siglo I a. C. Joanbanjo. CC BY-SA 3.0. Original file (3,363 × 2,746 pixels, file size: 1.58 MB).
Los procesos de intercambio comercial facilitaron la extensión de la escritura levantina por el arco mediterráneo y el valle del Ebro (junto a otras manifestaciones culturales como la cerámica ibérica), donde fue utilizada para escribir celtíbero en el siglo I a. C. (ejem., bronces de Botorrita procedentes de Contrebia Belaisca y alfabeto monetal), y cuando prácticamente ya no se utilizaba en su lugar de origen. En la Contestania y en la Edetania encontramos textos escritos en plomo (La Serreta, La Bastida de las Alcusas, este en escritura meridional) y sobre cerámica (San Miguel de Liria), principalmente. Es posible que se utilizaran otros soportes (madera, papiro, pieles) de los que no queda testimonio. Una pregunta interesante se plantea en relación con qué estratos sociales conocían y utilizaban la escritura. Parece probable una aplicación relacionada con prácticas religiosas y comerciales. Es posible que las clases dirigentes la utilizaran como método de control de mercancías (grafitos en cerámica indicadores de origen, destino, o poseedor), sin descartar prácticas de tipo mágico relacionadas con determinados cultos, como sugiere su presencia en depósitos votivos (como en el plomo de Amarejo) y santuarios, así como en cerámica, y de tipo funerario (estelas, como la de Sinarcas).
La romanización hizo que la utilización de la escritura ibérica fuera desapareciendo de forma paralela a una progresiva latinización. En algunos lugares como Sagunto o el valle del Ebro perduró hasta época republicana, desapareciendo prácticamente su uso en torno al siglo I a. C. Una relevante excepción la constituye el fragmento de sigillata con inscripción bilingüe procedente del Tossal de Manises, depositado en el MARQ. No obstante, algunos autores sospechan que pueda tratarse de una falsificación en tanto que, si bien la pieza es antigua, la inscripción podría no serlo ya que se hunde en algunos descorchados de la pieza.
Ejemplo de escritura íbera sobre cerámica campaniense (siglo I a. C.), Zaragoza. Autor: Desconocido. Dominio Público. Escrito en alfabeto griego (escritura greco-ibérica), grabado sobre una pieza de cerámica campaniense procedente de Zaragoza (posiblemente Salduie), y datado en el siglo I a. C..
El soporte es una copa de barniz negro importada o imitativa del estilo itálico.
La inscripción muestra letras que imitan claramente el alfabeto griego clásico (como rho, sigma, delta, pi…).
Aunque se lee como griego, el idioma de la inscripción es íbero, adaptado fonéticamente a los signos griegos.
¿Por qué escribían en griego?
Esta variante greco-ibérica fue empleada en la zona de Alicante, Elche, Valencia y parte de Aragón, donde los contactos con colonias griegas como Emporion (Ampurias) fueron especialmente intensos desde el siglo VI a. C.
Lo que demuestra esta inscripción:
Existía una alfabetización funcional en algunas capas sociales íberas.
El alfabeto griego fue adoptado como herramienta práctica, no por imitación estética, sino por su eficacia fonética y prestigio comercial.
Las élites iberas incorporaron formas culturales griegas en escritura, cerámica, religión y urbanismo.
Contexto histórico
La influencia griega, especialmente la de los focenses (griegos de Asia Menor), fue decisiva para:
La introducción de la escritura en la península.
El modelo urbano mediterráneo (polis) adaptado a los oppida íberos.
La expansión de cultos como Deméter, Astarté, o figuras sincréticas locales.
El comercio intensivo de vino, cerámica, aceites y productos manufacturados.
Hipotéticos numerales íberos (señalados en rojo): «borste-abaŕkeborste», en una de las caras del plomo de Ullastret. (Papix). CC BY-SA 3.0.
Vascoiberismo
El vascoiberismo es una hipótesis lingüística que sostiene que la lengua íbera (hablada en el este y sur de la península ibérica antes de la romanización) podría estar emparentada con el euskera (vasco) o con su forma antigua, el aquitano.
Es decir: según esta teoría, el íbero y el vasco no serían lenguas completamente independientes, sino que tendrían un origen común o una relación de parentesco lejano.
Por qué surgió esta idea?
Tanto el íbero como el vasco son lenguas no indoeuropeas: es decir, no se parecen al latín, al griego, ni al celta.
No se parecen a ningún otro idioma europeo antiguo.
Algunos nombres de persona (antropónimos), palabras aisladas y ciertos sonidos del íbero son similares al vasco.
Esto llevó a algunos estudiosos a pensar que podría haber una conexión histórica entre ambos idiomas.
Qué pruebas existen?
🟢 A favor del vascoiberismo:
Hay nombres personales en inscripciones íberas que se parecen a nombres vascos antiguos.
Hay ciertas palabras o raíces comunes en íbero y vasco.
Se observa alguna similitud fonética (sonidos parecidos).
🔴 En contra del vascoiberismo:
No se ha podido demostrar una gramática común.
Las coincidencias pueden deberse a intercambios culturales o préstamos, no a un origen común.
No hay textos largos ni bilingües que permitan comparar con profundidad.
Muchos expertos creen que se trata más bien de una «área lingüística común», es decir, vecindad geográfica con algunas influencias mutuas, no parentesco real.
¿Entonces, están emparentados o no?
No lo sabemos con certeza.
Hoy en día, la mayoría de lingüistas ya no creen en un parentesco directo entre el íbero y el vasco.
Se tiende a pensar que compartían una misma región geográfica (zona pirenaica y oriental), y por eso pudieron influenciarse mutuamente.
Pero eso no significa que fueran la misma lengua ni que una venga de la otra.
El vascoiberismo es una hipótesis antigua, atractiva pero no demostrada.
Hoy se acepta que el íbero es una lengua aislada: no emparentada con otras conocidas.
El euskera, aunque también aislado, es otra lengua diferente, aunque ambas pudieron convivir y mezclarse en la antigüedad.
Estatuas de guerreros lusitanos, siglos V al III a. C. Shadowgate from Novara, ITALY – Museu Nacional de Arqueologia 01. CC BY 2.0. Original file (1,538 × 2,048 pixels, file size: 389 KB).
Influencias culturales en la cultura íbera
El origen del sustrato cultural local que ejerció influencia en los iberos se remonta, cuando menos, al primer Neolítico mediterráneo: la cultura agro-pescadora de la cerámica impreso-cardial, que se extendió desde el Adriático hacia occidente, influyendo intensamente en los aborígenes paleolíticos y asimilando todas las regiones costeras del Mediterráneo occidental en el V milenio a. C.
Hacia el 2600 a. C. se desarrolla en Andalucía oriental la civilización calcolítica, que se aprecia en los yacimientos de Los Millares (Almería) y Marroquíes Bajos (Jaén), estrechamente relacionados con la cultura portuguesa de Vila Nova y quizás (no probado) con alguna cultura del Mediterráneo oriental (Chipre).
Hacia 1800 a. C., esta cultura se ve sustituida por la de El Argar (bronce), que se desarrolla independientemente y parece estar muy influida en su fase B (desde 1500 a. C.) por las culturas egeas contemporáneas (enterramientos en pithoi).
Hacia 1300 a. C., coincidiendo con la invasión del noroeste peninsular por pueblos indoeuropeos,[cita requerida] El Argar, que bien pudo haber sido un estado centralizado, da paso a una cultura «post-argárica», de villas fortificadas independientes, en su mismo ámbito. Tras la fundación de Marsella por los focenses (hacia 600 a. C.), los iberos reconquistan el noreste a los celtas, permitiendo la creación de nuevos establecimientos griegos al sur de los Pirineos.
A las comunidades establecidas al final de la Edad del Bronce se las considera sustrato indígena al hablar de la cultura íbera. Básicamente hay cuatro focos: El Argar, la cultura del Bronce Manchego, la del Bronce Valenciano y los campos de urnas del Noreste.
Monumento funerario íbero de Pozo Moro, ca. 500 a. C. Foto: Jean-Pierre Dalbéra. CC BY 2.0. Original file (803 × 1,200 pixels, file size: 525 KB).
Es un monumento funerario íbero, fechado hacia el año 500 a. C., descubierto en los años 70 en el término de Chinchilla de Montearagón (Albacete), en un paraje llamado Pozo Moro. Actualmente se encuentra reconstruido en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid (MAN).
Estructura en forma de torre escalonada cuadrada, con bloques de piedra caliza decorados con relieves esculpidos.
Altura original estimada: unos 3 metros.
Disposición en tres cuerpos escalonados sobre un basamento, decorado con leones guardianes en las esquinas.
Los relieves muestran escenas míticas y religiosas, algunas de ellas con posible carácter narrativo o ritual.
Cuál era su propósito?:
1. Monumento funerario aristocrático
Se cree que fue construido para conmemorar la tumba de un personaje de alto rango, probablemente un jefe o aristócrata íbero.
No se ha hallado la tumba directamente asociada, pero el contexto y la monumentalidad indican una función funeraria de prestigio.
2. Simbolismo mágico y religioso
Los relieves muestran escenas simbólicas difíciles de interpretar, pero cargadas de significado religioso:
Figuras zoomorfas y monstruosas
Sacrificios rituales (incluso humanos)
Personajes sentados en tronos, procesiones y animales fantásticos
Todo ello indica una función mágico-ritual destinada a garantizar el paso al más allá, proteger el alma del difunto o proclamar su poder e identidad en el mundo espiritual.
3. Influencia orientalizante
El monumento muestra claras influencias del arte oriental (fenicio, asirio, incluso egipcio), especialmente en:
Las figuras híbridas (como esfinges o grifos)
El estilo narrativo de los relieves
El uso del león como guardián simbólico
Estas influencias llegaron a la península ibérica a través de los fenicios y los griegos, y fueron reinterpretadas por los íberos en un contexto local.
Siguiendo con las influencias culturales Íberas, éstas suponen ser una pregunta clave para comprender la riqueza de la cultura íbera: sus influencias culturales. Los íberos no surgieron de la nada, sino como resultado de un largo proceso de evolución interna y contacto con otros pueblos, tanto del Mediterráneo como del interior peninsular.
Aquí tienes un desarrollo claro, ordenado y documentado de las principales influencias culturales que moldearon la civilización íbera:
Influencias indígenas o locales (sustrato autóctono)
Antes de que los íberos se configurasen como cultura reconocible (siglos VI–V a. C.), en la península existían tradiciones culturales previas muy ricas:
a) Neolítico y Calcolítico (6000–2000 a. C.)
Llegada de las primeras comunidades agrícolas por mar desde el este mediterráneo.
Ejemplo: la cerámica impreso-cardial, que se extendió por toda la costa levantina.
Desarrollo de los primeros poblados estables, comercio y jerarquías sociales.
b) Cultura de Los Millares y Marroquíes Bajos (2600–1800 a. C.)
- Marroquíes Bajos es un yacimiento real, y muy importante, situado en Jaén capital. Es un gran yacimiento arqueológico calcolítico (Edad del Cobre) situado en el actual entorno urbano de Jaén, descubierto en los años 90 durante obras urbanas. Se considera uno de los asentamientos prehistóricos más extensos del sur peninsular. Cronología: entre 2600 y 1800 a. C., contemporáneo de Los Millares (Almería). Se han encontrado:
Recintos circulares concéntricos (tipo anillos defensivos)
Viviendas, hornos, silos
Restos de una necrópolis y de actividades metalúrgicas
Muestra una estructura urbana planificada, lo que revela un alto grado de organización social.
Posible relación cultural con El Argar y otras culturas del sureste.
Centros calcolíticos avanzados con arquitectura defensiva, metalurgia del cobre y ritos funerarios colectivos.
Posible contacto indirecto con Chipre y el Egeo oriental (a través de intermediarios).
c) Cultura de El Argar (1800–1300 a. C.)
Civilización de la Edad del Bronce en el sudeste peninsular (Almería, Murcia).
Avanzado sistema social, economía centralizada, enterramientos individuales en vasijas (pithoi), posible contacto con culturas egeas (micénicas).
Es el antecedente más claro de la sociedad jerarquizada íbera del Levante.
Influencias exteriores mediterráneas
A partir del siglo VIII a. C., los pueblos del Mediterráneo oriental comienzan a establecer contactos comerciales y culturales duraderos con la península ibérica. Esto transforma profundamente la cultura indígena.
a) Fenicios (desde el siglo VIII a. C.)
Fundan colonias como Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga) o Sexi (Almuñécar).
Introducen: la escritura alfabética, técnicas metalúrgicas, cerámica torneada, símbolos religiosos, y el uso del comercio marítimo organizado.
Su influencia es clara en los íberos del sur y sureste (contestanos, bastetanos, turdetanos).
b) Griegos (desde el siglo VI a. C.)
Principalmente griegos focenses (de Asia Menor).
Fundan Emporion (Ampurias) y otros enclaves comerciales en la costa catalana.
Aportan: elementos de urbanismo, arte, monedas, formas de escritura (greco-ibérica), cerámica fina, culto a divinidades como Deméter o Atenea.
Su influencia es especialmente fuerte en el noreste peninsular (indigetes, layetanos, ausetanos…).
c) Cartagineses (siglos V–III a. C.)
Sustituyen a los fenicios como potencia colonizadora en el sur y levante.
Introducen organización militar y alianzas con jefes íberos.
Utilizan mercenarios íberos en su ejército (p. ej. en las Guerras Púnicas).
Influencias indoeuropeas del interior
Aunque los íberos eran distintos de los pueblos celtas, existieron áreas de contacto y mestizaje cultural, sobre todo en las zonas fronterizas del interior peninsular.
La cultura de los Campos de Urnas (siglo IX–VII a. C.) trajo ritos de incineración y ciertos elementos guerreros del ámbito celta europeo.
En la zona del valle del Ebro (Aragón, Soria, Cuenca), esto daría lugar a los celtíberos, un pueblo híbrido con características celtas e íberas.
Este contacto influyó en la escritura, armamento, urbanismo y organización tribal.
Esfinge de bronce procedente de la tumba de Los Higuerones, en la necrópolis de Cástulo, datada en el siglo VI a. C. Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Esfinge. CC BY 2.0. Original file (3,000 × 2,416 pixels, file size: 842 KB). Cástulo (Linares, Jaén): importante ciudad iberorromana con un largo proceso de ocupación; destaca por sus mosaicos, restos urbanos y relación con Roma.
Relaciones con otros pueblos
El área de cultura predominantemente ibérica abarcaba todo el litoral mediterráneo, desde la actual Andalucía hasta el sur francés, incluyendo parte del valle del Ebro. Experimentarán influencias fenicias y, posteriormente, griegas a través de los contactos con las colonias que fueron estableciendo en zonas estratégicas de la costa mediterránea y el sur atlántico de la península.
Pueblos peninsulares no ibéricos
Gran parte del occidente, norte y centro peninsular pertenece a una cultura no ibérica, de pueblos asentados en época paleolítica y mesolítica; desde el siglo VIII a. C. se añadirán grandes contingentes de inmigrantes celtas que, paulatinamente, se asentarán en la meseta y en las zonas costeras atlánticas. Serán influenciados por las culturas fenicia y griega, indirectamente, a través de sus relaciones con los pueblos íberos.
Fenicios
La antigua Iberia fue objeto de los intereses comerciales de los fenicios, pueblo de tradición marinera que, según los historiadores clásicos, hacia el siglo IX a. C. (19) fundó su primera colonia ultramarina en el Atlántico, al otro extremo del Mediterráneo, Gádir 𐤀𐤂𐤃𐤓 (Cádiz) por su valor estratégico (dominio del paso del Estrecho) y comercial (riquezas minerales de la región de Huelva). También fundaron otras colonias, principalmente en el suroeste peninsular, como Toscanos (Torre del Mar), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) o Abdera (Adra), en Almería.
Mediante el trueque de productos manufacturados por materias primas, monopolizaron el comercio de metales e impulsaron la industria del salazón. Hay constancia de explotaciones mineras en la península de metales (oro, plata y estaño), en la zona de Río Tinto, y en otras de la provincia de Huelva. Estas explotaciones aportaron riqueza, no solo a los fenicios, también a las caciques de la zona, habiéndose encontrado varios «tesoros» en algunas necrópolis de la época. No hay noticias de grandes revueltas ni guerras.
Griegos
La colonización griega tuvo dos objetivos: comerciales y el paliar el problema demográfico de las polis griegas. Divulgaron el alfabeto y el uso de la moneda. También practicaron intercambios con los nativos, de vino, aceite y manufacturas (cerámicas, bronces) por materias primas (oro, plata, plomo, cereales, esparto y salazones). Los griegos focenses, procedentes del Asia Menor, fundaron asentamientos en la costa nordeste mediterránea, como (Marsella); posteriormente Rhode (Rosas), en el golfo de Rosas y Emporion (Ampurias), en la península; también núcleos comerciales, más o menos estables, como Hemeroscopio, Baria (Villaricos), Malaka, Mainake, Salauris, Portus Menesthei, Callipolis y Alonis.
Relieve en el sepulcro de Pozo Moro, mostrando influencias hittitas. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (2,728 × 1,903 pixels, file size: 1.63 MB).
Cartagineses
Los cartagineses (20) eran un pueblo de origen fenicio que se estableció en Cartago Qart Hadašt (en el actual Túnez). Se independizaron de la metrópolis cuando Tiro declinó bajo el poder asirio. Con su inmejorable situación estratégica, en medio del Mediterráneo, lideró a todas las colonias fenicias de occidente, entre estas, las factorías de Iberia, que enviaban plata, estaño y salazones.
A raíz de la enorme deuda que contrajeron con Roma en la primera guerra púnica, Cartago emprendió la conquista de las regiones mediterráneas de la península ibérica para crear un nuevo imperio cartaginés; Amílcar Barca desde Cádiz, su única plaza, comenzó la invasión del valle del río Betis, cuyos reyezuelos se entregaron por la fuerza o la diplomacia, uniéndose al ejército invasor. Las nuevas prospecciones colmaron de plata las arcas cartaginesas y después de nueve años de guerra, había conseguido para Cartago la plata y los mercenarios de Iberia. Amílcar muere el año 229 a. C. en una escaramuza contra los oretanos.
Su yerno, Asdrúbal, continuó su labor aunque utilizando una política de alianzas con los reyes ibéricos; se fundó la ciudad de Qart Hadasht (Cartagena) y se estableció un tratado con los romanos fijando en el río Ebro los límites de influencia de los dos imperios. Los cartagineses se adueñaron de todo el sur de la península, desde el Levante hasta el golfo de Valencia y puede que dominasen también el territorio de los oretanos. Asdrúbal muere asesinado el año 221.
Aníbal Barca (Aníbal), con solo 25 años, es elegido nuevo general por su ejército; invade el territorio de los olcades y penetra en los territorios de la meseta central al año siguiente, ocupando las ciudades de Toro y Salamanca; pagados los tributos, emprende regreso a Cartago Nova con numerosos rehenes, siendo atacado por un ejército en coalición de carpetanos, vacceos y olcades, a los que derrota junto al Tajo. El ataque a la ciudad de Sagunto desencadena la segunda guerra púnica que concluye con la derrota de Aníbal, el declive del poder cartaginés y la conquista romana de la península ibérica. Durante esta época destacaron Istolacio, y su hermano Indortes, generales celtas de los ejércitos mercenarios (Diodoro 25. 10).
Recreación de la ciudad ibera de Edeta. Gráfico: Qoan. CC BY-SA 3.0. Original file (1,394 × 952 pixels, file size: 402 KB).
La imagen representa una recreación de Edeta, una de las principales ciudades íberas de la cultura edetana, situada en el actual término municipal de Llíria (Valencia). Fue un importante centro político y económico del noreste peninsular antes de la llegada de los romanos.
Edeta se ubicaba en una zona elevada, como muchas ciudades íberas, y contaba con una estructura urbana organizada, con casas de planta rectangular construidas en terrazas adaptadas al terreno. Estaba rodeada por murallas defensivas y presentaba una clara jerarquización espacial, con viviendas más amplias en las zonas altas, probablemente pertenecientes a la aristocracia local.
Durante el periodo íbero, Edeta fue una ciudad influyente que controlaba un amplio territorio. Estaba conectada con otras ciudades por vías comerciales y mantenía relaciones activas con los colonizadores griegos y cartagineses. Posteriormente, durante la romanización, Edeta fue reubicada en el llano y rebautizada como Edetania romana, desarrollándose como una civitas con estructura urbana de estilo latino.
La ciudad es hoy uno de los yacimientos arqueológicos íberos más relevantes de la Comunidad Valenciana y un ejemplo destacado del urbanismo y la vida social en el mundo íbero oriental.
Romanización
El dominio de Roma se fue asentando sin necesidad de imponer, de entrada, un imaginario nuevo, aproximándose a los usos y costumbres de los iberos, a su modo de vida, a su lengua y a su escritura que no fueron obstáculo para integrarse en el mundo romano. (21) Incluso durante la primera parte de la romanización hubo un resurgimiento de la cultura ibérica que se afianzó con más fuerza dando lugar a un identidad y un imagnario ibérico más aglutinado que pondría fin a la articulación de entidades menores. (22)
A pesar de todo la cultura ibérica acabó diluyendose en el imperio romano sin dejar apenas rastro, sin facilitar una «piedra rosetta» que ayude a descifrar su lengua. (21)
Roma decidió conquistar la península ibérica por la gran cantidad de recursos que poseía y su valor estratégico.
El proceso conquistador duró cerca de doscientos años y se hizo en varias etapas: los Escipiones (218–197 a. C.) ocuparon la franja mediterránea, el valle del Ebro y el del Guadalquivir, aunque no sin dificultades. Después, conquistaron la Meseta y Lusitania (Portugal). Los guerreros íberos preferían la muerte a tener que entregar sus armas. Los pueblos que habitaban estas zonas, ofrecieron gran resistencia, como la revuelta íbera (197-195 a. C.), los guerrilleros lusitanos con Viriato y los numantinos con jefes celtíberos como Retógenes el Caraunio (App. Iber. 93). Posteriormente (29 a 19 a. C.) sometieron a los cántabros y astures, dominando así toda la península, aunque la violenta resistencia requirió la presencia del emperador Augusto. Hispania fue dividida administrativamente en provincias romanas y se convirtió en fuente de materias primas con destino a la capital de Imperio romano.
Guerrero de la doble armadura, procedente del yacimiento de Cerrillo Blanco, Porcuna, Jaén. Siglo V aC. Pieza perteneciente al Museo de Jaén. Foto: Tyk. CC BY-SA 4.0. Original file (1,691 × 2,685 pixels, file size: 1.45 MB).
¿La romanización fue producto de la guerra?
Sí… pero no exclusivamente. La conquista militar fue el inicio, pero la romanización fue un proceso largo, desigual y gradual que combinó:
Conquista militar violenta
Comenzó en el 218 a. C. con la Segunda Guerra Púnica y se extendió hasta el año 19 a. C. con la sumisión de los cántabros y astures.
Algunas regiones, como el valle del Ebro o el sur (Bética), fueron conquistadas rápidamente.
Otras, como Lusitania, la meseta o el norte montañoso, ofrecieron fuerte resistencia: ejemplos como Numancia, Viriato o las guerras cántabras lo demuestran.
¿Y hubo sincretismo cultural?
Muchísimo. La romanización no fue solo imposición: fue también un proceso de integración y adaptación cultural. Los pueblos íberos, celtíberos y otros no fueron simplemente vencidos: muchos de ellos adoptaron voluntariamente elementos romanos, mientras mantenían aspectos propios.
Elementos del sincretismo cultural:
Lengua: el latín fue adoptado progresivamente como lengua común, desplazando al íbero y celtíbero, pero con matices regionales.
Religión: se mezclaron dioses locales con romanos. Por ejemplo, se identificaron dioses íberos con Marte, Júpiter, o Diana. Se creó un panteón mixto.
Arte y arquitectura: ciudades íberas evolucionaron en municipios romanos (como Ilici o Cástulo), integrando foros, teatros, termas, acueductos.
Derecho y ciudadanía: progresivamente se otorgaron derechos legales y ciudadanía romana a los hispanos. En el siglo I d. C., muchos eran ya ciudadanos romanos de pleno derecho.
Ejército: numerosos íberos y celtíberos fueron integrados como auxiliares del ejército romano, y esto les dio acceso a tierras, recompensas y estatus.
¿Fue igual en toda Hispania?
No. La romanización fue:
Rápida y profunda en la costa mediterránea y el sur (zona íbera y turdetana), debido al contacto previo con fenicios y griegos.
Más lenta y resistente en el interior (zonas celtíberas, lusitanas y montañosas), donde la guerra y la ocupación militar fueron necesarias durante décadas.
Conclusión
La romanización de Hispania fue un proceso complejo, violento y culturalmente fértil. Comenzó con la guerra, pero terminó con una profunda transformación social, política y cultural, que fusionó lo romano con lo indígena. Hispania se convirtió en una de las provincias más romanizadas del Imperio, dando origen a ciudades prósperas, ciudadanos romanos ilustres (como Séneca o Trajano) y una identidad hispanorromana que perduró incluso tras la caída del Imperio.
Vasijas de vidrio de tipología fenicia procedentes de Ampurias. Olybrius. CC BY-SA 3.0. Original file (4,000 × 3,000 pixels, file size: 2.69 MB).
Sociedad ibera y su organización social
Aunque los textos clásicos hablan de unas formas de gobierno muy homogéneas —simplificación debida a motivos propagandísticos–, la mayoría de la comunidad científica estima que hubo formas de gobierno mucho más heterogéneas y complejas. (23)
… los iberos, amantes de la libertad, que no aceptaban un jefe, sino a lo sumo en caso de guerra y por corto tiempo,…
Adolf Schulten (24)
La sociedad íbera estaba fuertemente jerarquizada en varias castas sociales muy dispares, todas ellas con una perfecta y bien definida misión para hacer funcionar correctamente una sociedad que dependía de ella misma para mantener a su ciudad.
La casta guerrera y noble era la que contaba con más prestigio y poder dentro de estas. Aparte de las armas, poseer caballos otorgaba también gran prestigio y reflejaba poder, nobleza, y formar parte de la clase más pudiente.
También tenían gran importancia la casta sacerdotal, en la que las mujeres, como se observa en los túmulos funerarios, eran el vínculo de la vida y la muerte. Las sacerdotisas gozaban de gran prestigio, ya que eran las que estaban en continuo contacto con el mundo de los dioses, aunque también había hombres que desarrollaban una tarea mística, prueba de ello son los sacerdotes lusitanos, que leían el futuro en los intestinos de los guerreros enemigos.
Otra de las castas era la de los artesanos, apreciados porque de ellos salían los ropajes con los que se vestían y resguardaban del frío, los que elaboraban calzado, los que modelaban vasijas en las que guardar agua y alimentos y, sobre todo, por ser los que les hacían, a medida, armas y armaduras con las que se distinguían de las otras castas más bajas.
Finalmente estaba el «pueblo llano», gente de distintos oficios que se dedicaban a los trabajos más duros.
Relieve íbero perteneciente al conjunto escultórico de Osuna (Sevilla), que muestra a un jinete con túnica corta, espada de empuñadura tipo antena y las riendas de un caballo arnesado. Esta escena simboliza el ideal aristocrático del guerrero íbero, asociado al poder, el honor y posiblemente al tránsito hacia el más allá. Forma parte del Grupo A de esculturas de Osuna, uno de los mejores ejemplos de arte funerario y monumental íbero del sur peninsular. Es un relieve (ashlar) procedente del conjunto escultórico de Osuna (Sevilla), uno de los más destacados del mundo íbero por su monumentalidad y contenido simbólico.
Un ashlar es un bloque de piedra labrada, y en este caso forma parte del conjunto escultórico del antiguo oppidum íbero de Urso, en Osuna, datado entre los siglos V y II a. C.
Este relieve representa a un jinete íbero armado, en actitud dinámica:
Viste una túnica corta, típica del atuendo militar íbero.
Porta una espada recta con empuñadura tipo “antena”, un arma característica de la panoplia íbera (por su forma, con dos salientes superiores).
Sostiene las riendas del caballo, que aparece ya arnesado, lo que indica su preparación para el combate o la ceremonia.
Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (2,244 × 2,316 pixels, file size: 1.5 MB).
La sociedad íbera era jerárquica, guerrera y aristocrática. Estaba organizada en torno a comunidades locales o tribus, muchas veces agrupadas en oppida (ciudades fortificadas) que actuaban como centros políticos, económicos y religiosos. En la cúspide se encontraba una nobleza guerrera que controlaba las tierras, ejercía el poder y protagonizaba los rituales religiosos y funerarios. Esta élite también tenía acceso al comercio con pueblos mediterráneos como fenicios, griegos o cartagineses, lo que reforzaba su prestigio mediante el uso de objetos de lujo y la adopción de costumbres foráneas.
Debajo de la aristocracia había una clase intermedia compuesta por artesanos, comerciantes y guerreros de menor rango. En la base se encontraba el pueblo llano, agricultores y ganaderos, así como posiblemente esclavos o siervos en situación subordinada. La guerra era un componente esencial de esta sociedad: no solo como forma de obtener prestigio y botín, sino también como una vía de ascenso social. El guerrero era una figura central en la identidad íbera, como lo demuestran las numerosas esculturas y ajuares funerarios hallados.
Además, la sociedad íbera daba gran importancia a los rituales funerarios y a la religión, que estaba estrechamente ligada a la estructura del poder. La práctica de incinerar a los muertos y depositar sus restos en tumbas ricamente decoradas revela un fuerte sentido del linaje y del honor familiar. Aunque no existía una unidad política general, los distintos pueblos íberos compartían una cultura común, una lengua escrita y una forma de vida basada en la agricultura, la ganadería, el comercio y la guerra.
Indumentaria ibera
Los iberos se vestían con telas de distintas calidades, según su poder económico.
- Guerreros: Según los textos antiguos, la prenda más habitual era un vestido de tela, como la de los romanos, con el ribete en rojo.
- Damas: Las aristócratas usaban vestidos y prendas ricas y muy coloridas. Cubrían su cuerpo con una túnica, destacando sobre ella grandes y variados collares así como cinturones y brazaletes, y su cabeza con una serie de toquillas y mantos. Al menos durante los siglos V-IV a. C. acompañaban su indumentaria con grandes pendientes, diademas, tocados y peinados muy recargados. El busto, a su vez urna funeraria, conocido como Dama de Elche es el ejemplo más claro
- Otras prendas de vestir: Otra prenda muy valorada, era el sagum, una capa de lana, que protegía del duro frío. Otra de las prendas que aún existen hoy, es una tela que a modo de diadema utilizaban los guerreros para recogerse el pelo. Su calzado era unas alpargatas, que se ataban a la pierna y el pie, en el invierno se cubrían los pies y las piernas con unas botas de piel y pelo de animal.
Los tejidos utilizados en la confección de la indumentaria ibera eran la lana y el lino, habiéndose distinguido en La Albufereta diversos tipos de tejidos, entre los que destacan unos tejidos gruesos de contextura como de lanilla actual y lienzos finos similares al hilo posiblemente para fabricar la ropa interior.
Para los colores, si tenemos que hacer caso de la pintura de las estatuas, se utilizaba el rojo púrpura para los mantos masculinos y el azul cobalto y la combinación de varios colores en las mujeres. Es probable que el ajedrezado que aparece en algunos mantos como el de la Dama de Baza se deba a que están realizados con fibras previamente teñidas.
Indumentaria de las damas
Las damas ibéricas que conocemos por la arqueología llevan unos vestidos y tocados ricos y barrocos, en los que predomina la acumulación de joyas. Cuatro son los elementos a analizar dentro de la estética de las mujeres iberas: el tocado, el traje, los adornos y el calzado. El tocado de la cabeza de las damas iberas es muy complicado, como puede verse por la de Elche o la menos compleja de Baza. También los bronces ofrecen una gran variedad de tipos, aunque con menos complicación que las Damas. Las iberas usaban peinetas, diademas y mitras, altas o bajas, que, aun pudiendo ser un producto autóctono, estarían inspiradas en modelos greco-orientales.
Velo, manto y túnica son los tres elementos del traje femenino ibero.
El velo a veces se confunde con el manto, aunque el triangular que cubre la parte posterior de la cabeza y llega hasta los hombros es inconfundible. Hay, además, un velo propio de las «sacerdotisas» que va sobre la mitra o la peineta y llega hasta los muslos.
El manto es la última pieza de la vestimenta. Consiste en una pesada prenda que cubre los hombros, la espalda y los brazos de la figura. Es la prenda que envuelve toda la figura llegando hasta los pies, que aparece sobre todo en las estatuas de piedra. Se clasifican los mantos en rectangulares, semicirculares y con mangas. Los rectangulares se separan según su tamaño y su forma de sujeción. Los semicirculares se distinguen en abiertos y cerrados. Se distinguen también hasta cuatro tipos de túnica, traje de mangas cortas que cubre toda la figura hasta los tobillos, atendiendo a la forma de terminar la prenda. Aunque tienen parecidos con prendas similares de la cuenca del Mediterráneo, su origen parece local.
Dama de Baza con manto ajedrezado. Enciclopedia Libre: Dama de Baza ampliada.jpg. Autor: Pablo Alberto Salguero Quiles. CC BY-SA 3.0. Original file (1,200 × 1,600 pixels, file size: 541 KB).
Indumentaria de los hombres
También tenemos suficiente información arqueológica para conocer el traje utilizado por los hombres. Se compone de manto o capa, con distintas variedades, túnicas, largas y cortas, adornos y calzado.
Los mantos se hacen de una pieza y se sujetan normalmente con una fíbula anular al hombro derecho, dejando casi siempre libre el izquierdo. Se han descubierto abundantes variedades de este manto (sin vuelta, de vuelta corta, con una punta en la espalda, etc.) Las túnicas son la prenda que lleva normalmente el ibero debajo del manto, aunque, a veces, se trate de otro tipo de prendas.
También entre los hombres hay una serie de adornos, que aparecen sobre todo en los bronces: cordones cruzados sobre el pecho, cinturones que ciñen el vestido al cuerpo y sujetan las armas, que aparecen abundantemente en todas las excavaciones de necrópolis ibéricas. El calzado de los hombres lo tenemos en las pinturas de los vasos de Liria, donde aparecen jinetes calzados con zapatos de media caña. Otras veces aparecen como botos abiertos. Tanto unos como otros debían estar hechos en cuero, aunque los menos ricos usarían, como en el caso de las mujeres, alpargatas de esparto.
Los iberos de España, al estar en frecuente comercio con los fenicios, debieron participar de las costumbres y vestimenta de estos en la época prerromana. Así lo manifiestan varias esculturas de arte ibérico en algunas de las cuales se advierten los pliegues y franjas y la tiara o mitra elevada y en otras el casquete. Vestía la gente ordinaria una corta túnica siempre ceñida con cinturón a juzgar por las esculturillas de bronce halladas en los santuarios ibéricos de la provincia de Jaén mientras que otros personajes llevarían hábitos talares y cumplido manto que bajaba desde la cabeza como lo revelan diferentes figuras de la misma procedencia. Las varillas de hierro que se han hallado en sepulturas de damas ibéricas no parece que tuvieran otro destino que el de formar un sostén o apoyo de la mitra o del velo a ella equivalente.
Los iberos se vestían con telas de distintas calidades, según su poder económico.
Guerreros
Según los textos antiguos, la prenda más habitual era un vestido de tela, como la de los romanos, con el ribete en rojo. Los autores antiguos describen a los guerreros iberos vestidos con túnicas cortas blancas con ribetes de púrpura y sus falcatas íberas en la mano. Probablemente las túnicas no fueran «blancas», sino del color natural de la lana, al igual que ocurre con las togas romanas, y probablemente la púrpura de los ribetes no fuera tal, sino una franja de color escarlata
En realidad, es evidente que todos los guerreros íberos no vestían de igual manera, ni mucho menos, pero esta indumentaria sí que era la más corriente y por la que los romanos identificaron a los íberos del ejército de Aníbal. Una estética que es la más repetida en el arte íbero.
El famoso relieve de Osuna, Sevilla, muestra la imagen más conocida del guerrero con su espada íbera. Los guerreros íberos usaban una gran variedad de corazas para protegerse en combate. La más sencilla era el pectoral que en aquella época también utilizaban los legionarios romanos y que constaba de una placa de metal que protegía el pecho.
El arma más conocida de los íberos es la famosa falcata. La falcata es un arma de origen íbero, en realidad es un tipo estilizado del gladius hispaniensis o gladius romano, que tras la llegada de Roma a España pasó a formar parte del equipo militar romano. La hoja de la falcata mide unos 46 cm de longitud, es decir, la longitud del brazo. En realidad no había dos falcatas iguales, ya que estas valiosas espadas romanas se fabricaban de encargo, por lo que cada una tenía unas medidas según el brazo de su dueño.
En todo el Mediterráneo se admiraba la calidad de estas armas, fabricadas con un mineral de hierro de altísima pureza. Su flexibilidad era tal que los maestros armeros la colocaban sobre sus cabezas doblándolas hasta que la punta y la empuñadura tocaban sus hombros. Si la espada romana volvía a su posición recta al soltarla de golpe era una obra de arte, si no se fundía para volver a fabricarla. Los griegos que llegaron a España llevaron la falcata consigo y tuvo gran aceptación, convirtiéndose en la segunda arma más utilizada tras la espada de hoplita
Los romanos adaptaron su propia empuñadura al gladius, pero el pugio continuó con la típica empuñadura íbera.
Los iberos utilizaban dos tipos de escudos: el céltico, ovalado, y la caetra, que era redondo y más pequeño.
Recreación de guerreros íberos de los siglos siglo VI a. C. y III a. C. Los historiadores romanos de la época relatan que los guerreros íberos vestían indumentaria roja y blanca y portaban una falcata como arma. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0. Original file (2,495 × 2,731 pixels, file size: 1.57 MB).
Aristócratas
Las aristócratas eran quizás las que más joyas y adornos portaban. Al menos durante los siglos V y IV a. C., acompañaban su indumentaria con grandes pendientes, diademas, capacetes, tocados y peinados muy recargados. El busto, a su vez urna funeraria, conocido como Dama de Elche es el ejemplo más característico.
Otras prendas de vestir
Otra prenda muy valorada, era el sagum, una capa de lana, que protegía del duro frío. Otra de las prendas que aún existen hoy, es una tela que a modo de diadema utilizaban los guerreros para recogerse el pelo. Su calzado era unas alpargatas, que se ataban a la pierna y el pie, en el invierno se cubrían los pies ya las piernas con unas botas de piel y pelo de animal.
El guerrero ibero
Su carácter fue descrito por los griegos, quienes se fascinaron por unos soldados que se lanzaban al combate sin miedo alguno y que resistían peleando sin retirarse aún con la batalla perdida, los guerreros a los que se referían eran mercenarios iberos reclutados por los griegos para sus propias guerras.
La guerra en la antigua península ibérica ocupó un importante lugar en las crónicas históricas durante los conflictos que conformaron la conquista de Hispania. El carácter guerrero de los distintos pueblos prerromanos fue puesto de manifiesto a lo largo de conflictos con Cartago, el Imperio romano y entre ellos mismos, así como en las guerras púnicas, donde constituyeron una parte importante del ejército cartaginés. En sus tratados y escritos, los autores grecolatinos describen consistentemente a los combatientes iberos como hombres que amaban la guerra, que preferían celosamente la muerte antes que la capitulación y que profesaban una lealtad inquebrantable a quienesquiera que fueran sus señores.
Trasfondo
Los historiadores griegos y latinos concurren en que la mayoría de pueblos de la península ibérica prerromana eran culturas guerreras, las cuales practicaban la guerra tribal de manera habitual. La pobreza de algunas regiones impulsaba a muchas de ellas la vida mercenaria y el saqueo de tierras más fértiles y ricas para su sustento. Como reflejo de esta situación, las armas y su uso eran de carácter sagrado, hasta el punto de que les resultaba preferible perder la vida antes que la libertad o el oficio bélico. Estos valores han sido comparados con los de culturas contemporáneas como la griega y la germánica. A lo largo de las fuentes es común encontrar ejemplos de ciudades hispanas que, ante el asedio de púnicos o romanos, optaban por la resistencia indefinida y la inmolación antes que rendirse, siendo los ejemplos más conocidos Numancia, Sagunto y Calagurris.
Animados por sus deseos de libertad e independencia, los pueblos hispanos demoraron la conquista peninsular del Imperio romano durante doscientos años, más que ningún otro territorio que acabara anexado a sus provincias. El transcurso de esta conquista fue tan cruento para los ejércitos romanos que, en palabras de Cicerón, no se trató de una lucha por la victoria, sino por la mera supervivencia. En este aspecto debe destacarse Viriato, caudillo de la tribu lusitana, que jamás concedió derrota decisiva, y que incluso llegaría a obligar a Roma a firmar un efímero pero vergonzoso tratado de paz. El valor, la austeridad y la resistencia de los guerreros hispanos los convirtieron en codiciados aliados y mercenarios, destacando en particular los expedicionarios celtíberos que sirvieron a Aníbal durante la segunda guerra púnica o los milicianos lusitanos que siguieron a Quinto Sertorio en la guerra homónima.
Los autores alaban la lealtad de los iberos. A través de la devotio, un juramento por el cual ofrecían seguramente su vida por la de su caudillo y que los ligaba a él, los guerreros rendían culto a sus líderes. Era común que sus guardias personales no sobrevivieran a los jefes, ya que, de caer éstos, ellos le seguirían, ya fuera luchando hasta morir o cometiendo suicidios. Algunos generales y emperadores romanos elegían a ciudadanos iberos como guardaespaldas con la seguridad de que su lealtad y arrojo no tendrían duda aún en las circunstancias más adversas y desfavorables, siendo los principales de estos dirigentes Sertorio, Augusto, Petreyo, Casio Longino y el propio Julio César, que según Suetonio fue asesinado precisamente por haber acudido al Foro sin sus guardias ese día.
- Los guerreros iberos. Archivado el 9 de mayo de 2008 en Wayback Machine.
- Luis Silva, Viriathus and the Lusitanian Resistance to Rome 155-139 BC, 2013
- Las armas en los poblados ibéricos: teoría, método y resultados
- María Paz García-Gelabert, Estudio del Armamento prerromano en la península ibérica a través de los textos clásicos
- Luciano Pérez Vilatela (2000). Lusitania: historia y etnología. Real Academia de Historia. ISBN 978-84-895126-8-9.
- Blázquez Martínez, J. M. (1963). El impacto de la conquista de Hispania en Roma (154-83 a.C.). Klio 41, 168-186.
- Fernando Quesada Sanz, La utilización del arco y las flechas en la cultura ibérica
Organización militar
Aunque conflictos como las guerras celtíberas protagonizaron ciertas coaliciones de tamaño respetable entre sus pueblos, las tribus de Hispania no formaban grandes ejércitos al uso de Roma y Cartago, agrupaciones que por otra parte raramente tenían recursos para administrar, sino que componían contingentes modestos y localizados. Tampoco solían ser combatientes profesionales, limitándose éstos a mercenarios y vasallos, sino que más comúnmente formaban milicias informales en acordancia con necesidades colectivas.
Existían regiones sureñas y celtíberas donde se daba la costumbre de la guerra frontal, lo que a menudo les granjeaba la inferioridad ante las fuerzas de Roma y Cartago, pero eran en realidad el pillaje, la emboscada y la guerrilla en lo que se imponían los pueblos hispanos, sobre todo las tribus célticas que durante mayor tiempo resistieron el avance de los invasores.
Infantería
La infantería hispana solía ser ligera de armadura, y empleaba equipamiento y técnicas que atraían la comparación de los historiadores con los peltastas griegos, favoreciendo el movimiento y la desenvoltura para atacar a la carga y retirarse de la misma manera. Eran usuales las armas arrojadizas, como las jabalinas y las hondas, hechas famosas estas últimas por los afamados honderos baleáricos, pero destacaban también las armas blancas, en especial las espadas conocidas como gladius hispaniensis y falcata.
«En un paso estrecho 300 lusitanos se enfrentaron a 1000 romanos, y como consecuencia de la batalla 70 de los primeros y 320 de los segundos quedaron muertos. Cuando los victoriosos lusitanos se retiraron y se dispersaron con confianza, uno de sus infantes quedó separado y se vio rodeado por un destacamento de caballería que les perseguía. El guerrero solitario atravesó el caballo de uno de los jinetes con lanza y con un golpe de su espada decapitó al romano, produciendo tal terror entre los demás que optaron por retirarse con prudencia ante la arrogante mirada del lusitano.»Orosio, Siete libros de historia contra los paganos, 5.4
La infantería hispana, cuando se equipaba de escudos pesados, también podía ser efectiva en primera línea. Iberos y celtíberos ocuparon confortablemente la vanguardia de Aníbal en la batalla de Cannas, divididos en speirai (unidades similares a los manípulos romanos) y entremezclados con similares grupos de galos, mientras los honderos baleáricos apoyaban desde la retaguardia. Otros episodios describen también a combatientes celtíberos logrando atravesar formaciones romanas con la fuerza de sus cargas.
Caballería
La caballería de la península ibérica contaba con un renombre especial. Las crónicas ensalzan continuamente los caballos ibéricos, a los que describen como rápidos, resistentes y bien domados, y en todo punto superiores a los corceles itálicos o africanos.Se les atribuía una gran facilidad para escalar terrenos montañosos y dejar atrás a perseguidores, y estaban adiestrados para esperar a sus jinetes si éstos desmontaban en el campo de batalla. Ésta táctica, la de apearse y luchar a pie cuando convenía, relegando así el caballo a un método de escape cuando este último se hiciera necesario, era una costumbre especialmente favorecida por los ilergetes y celtíberos. También era frecuente que cada jinete llevase en la grupa a un segundo guerrero, al cual insertaban en el campo de batalla para formar pequeños grupos de infantería, y que posteriormente extraían de nuevo a uña de caballo a la hora de emprender la retirada. Predominaban tanto la caballería hostigadora, dedicada a lanzar jabalinas y armas arrojadizas, como la pesada, armada con escudo pesado y lanza.
«Además, ni siquiera los campamentos de invierno de los romanos permanecían tranquilos, al vagar por todas partes los jinetes númidas y, cuando algo les era más difícil a estos, también los celtíberos y lusitanos.»
Tito Livio, 21, 57, 5
Aníbal utilizó fuerzas de caballería lusitana, celtíbera y vetona en sus guerras contra Roma, particularmente durante la batalla de Cannas, donde se desempeñaron con gran efectividad. Livio llegaría a afirmar que gran parte de las victorias cartaginesas, como las de Trebia y Cannas, se debieron principalmente a que sus contingentes disponían de la mejor caballería. Los jinetes de Hispania llegaron a ser valorados sobre incluso la legendaria caballería numida, con Livio constatando que los hispanos eran «sus rivales en velocidad y sus superiores en fuerza y coraje». A causa de esto, Roma solicitaría a sus ciudades aliadas en Celtiberia el envío a Italia de algunos sus propios jinetes, que utilizaron para contrarrestar a sus homólogos púnicos y negociar con ellos con miras a hacerles desertar.
Esta costumbre continuó después de la guerra, como prueban los episodios en los que, tras la toma o conquista de una ciudad, se les exigía a sus ciudadanos un número de jinetes de guerra para que se integrasen en el ejército romano en calidad de auxiliares rehenes. Ejemplos particularmente conocidos fueron las Alae Asturum, las Alae Arevacorum y un famoso contingente vetón llamado Ala Hispanorum Vettonum. Además, ciertas formaciones de caballería usadas por los cántabros, los llamados círculus cantábricus y cantábricus ímpetus, fueron adoptadas por el resto de équites romanos. Especiales despligues de caballería hispana a las órdenes de Roma se harían en la guerra de las Galias, la guerras civiles romanas y la campaña pártica de Marco Antonio.
Tácticas
Los hispanos entraban en combate profiriendo grandes alaridos (llamados por los romanos barritus) y entonando cánticos guerreros para atemorizar a sus enemigos. Las fuerzas lusitanas bajo el mndo de Viriato eran famosas por la táctica denominada concursare, en la que los combatientes fingían cargar contra las líneas enemigas, sólo para entonces frenar y dar media vuelta, lanzándoles burlas y armas arrojadizas en el lapso. Este movimiento se llevaba a cabo todas las veces que fuera necesario hasta que el enemigo, perdiendo la paciencia y buscando terminar con el hostigamiento, rompía filas y emprendía la persecución de sus atacantes. En ese momento, los iberos procurarían llevar a los perseguidores hasta emboscadas y terrenos abruptos donde sus propias fuerzas tuvieran la ventaja. También era común dividir sus fuerzas para dispersarse durante la retirada o ejecutar distracciones con algunos grupos mientras otros huían o flanqueaban al enemigo.
Jenofonte describe a los jinetes galos e íberos de Dionisio I utilizando cargas dispersas de jabalina contra el ejército de Tebas, retirándose cada vez que éste avanzaba, y volviendo a atacar si se estiraba para tratar de alcanzarles, de tal modo que terminaban por controlar los movimientos de todo el ejército enemigo. Durante el transcurso de los ataques, llegaban a descabalgar para descansar cuando no eran atacados, volviendo a montar y escapando al galope si de repente lo eran.
El conocimiento del entorno aportaba a los pueblos nativos una importante ventaja: la habilidad de las tribus hispanas para esconderse y huir por la vegetación y la orografía daba a los romanos la sensación de estar tratando de combatir a un enemigo intangible. También ha aparecido en las crónicas el uso de la propia fauna ibérica para la guerra. Se cree que el caudillo oretano Orisón utilizó toros con las astas ardiendo para ahuyentar decisivamente a los elefantes de guerra cartagineses, mientras que también existe tradición oral de guerrilleros liberando lobos y toros salvajes en el interior de los campamentos romanos para provocar el caos.
Aunque la flexibilidad y originalidad de estas tácticas ha sido descrita con frecuencia como producto de la desorganización tribal, otros cronistas señalan la importante coordinación necesaria para su ejecución y advierten una maquinaria militar mucho más avanzada de la que se acredita. Lucilio consideró a Viriato «el Aníbal bárbaro» en alabanza a su capacidad estratégica. Aun así, el entrenamiento de los ejércitos hispanos radicaba mayormente en la experiencia práctica. Según textos clásicos, el citado caudillo se ejercitó en el arte de la guerrilla gracias a sus razias y correrías de juventud para saquear otras regiones de la península. Así mismo, cuando no se hallaban en tiempo de guerra, los hispanos se entretenían con la caza, pequeñas incursiones y con luchas de gladiadores, ya fueran armadas o desarmadas.
Mujeres guerreras
Las crónicas indican que las mujeres de varias tribus hispanas iban a la guerra con la misma facilidad que los varones en caso necesario. Al internarse en Lusitania y sus alrededores, el romano Décimo Junio Bruto encontró ciudades donde las mujeres combatían al lado de los hombres, luchando al lado de éstos hasta el último aliento y muriendo sin proferir un grito, y lo mismo sucedió entre cuando entró en Gallaecia. Un episodio aún más destacable sucedió durante la segunda guerra púnica en Salmantica, cuyas mujeres organizaron un engaño y atacaron a los púnicos con armas ocultas al rendir la ciudad, lo que permitió a la población huir a los montes y hacerse fuerte allí.
La reputación belicosa de las hispanas era tan elevada que se formó toda una leyenda amazoniana a su alrededor, la cual fue retratada por Antonio Diógenes en sus escritos. De la misma forma en que los hombres se suicidaban si eran capturados, las iberas de todas las etnias estrangulaban a sus propios hijos y después se daban muerte para evitar vivir el resto de su vida en la esclavitud.
Exvoto. Proyectos DIASPORA y REMAN3D from España – 28617 Exvoto. CC BY 2.0. Original file (5,000 × 7,500 pixels, file size: 3.3 MB).
Mercenariado
La vida mercenaria ha sido según las crónicas una costumbre de la península ibérica desde la Edad del Hierro, particularmente localizada en el área central española y en las islas Baleares. Durante estos siglos, abandonar la etnia propia y convertirse en soldado de fortuna para otras culturas era una forma de escapar de la pobreza y encontrar oportunidades para ejercer sus tradiciones guerreras. A partir del siglo V a. C., el mercenariazgo se volvió un auténtico fenómeno social en Hispania, ocasionando que muchos hispanos de tierras distantes se alistasen en masa en los ejércitos de Cartago, Sicilia, Grecia y Roma, así como otros pueblos más ricos de Hispania.
El prestigio de los mercenarios hispanos es omnipresente en las mismas crónicas. Estrabón y Tucídides les consideran entre las mejores fuerzas militares del área del Mediterráneo, y Tito Livio habla de ellos como «la flor de todo el ejército» de Aníbal (id roboris in omni exercitu). Polibio también era de la opinión que las fuerzas hispanas fueron la razón de varias victorias cartaginesas a lo largo de la segunda guerra púnica.
El mercenariado ha pasado a la historia como una costumbre bien asentada en la península ibérica. Abandonar la propia comunidad para servir como combatiente en otras era una solución para una juventud que a menudo se veía desprovista de posesiones, tierras para optar o maneras de ganarse la vida. Estos mercenarios no trabajaban individualmente, sino en pequeñas unidades unidas por un vínculo social y acaudilladas por uno o más líderes. A partir del siglo V a. C., el trabajo mercenario se volvió un fenómeno social en Hispania, por el cual grandes masas de guerreros viajaban desde puntos muy recónditos para unirse a los ejércitos de Cartago, Roma, Sicilia y Grecia, así como otras tribus hispánicas. Autores como Estrabón y Tucídides describen a los mercenarios hispanos como una de las mejores fuerzas militares en el mediterráneo, así como, según Livio, la unidad más experimentada en el ejército de Cartago. Polibio les atribuye también la razón de la victoria de Aníbal en varias batallas de la segunda guerra púnica.
Equipamiento
Indumentaria y armadura
Las fuentes son unánimes en que los hispanos solían llevar poca o ninguna armadura, prefiriendo la agilidad y la libertad de movimientos a una protección inherente que su estilo de lucha poco podría haber aprovechado. Vestían túnicas cortas, capas y perneras de lana o lino, así como grebas y brazales de cuero o bronce. Sólo ocasionalmente se armaban de pectorales discoidales de bronce (llamados faleras) o cotas de malla, ya que favorecían un simple linotórax con tejido de lino y esparto mojado en vinagre y soluciones salinas para darle rigidez.
En la cabeza llevaban cascos de cuero o tendón, aunque también existían modelos de bronce, incluyendo el casco montefortino, y a veces luciendo penachos coloreados. La decoración de los yelmos a menudo tenía motivos bestiales: Silio menciona una unidad de caballería de Uxama cuyos yelmos lucían mandíbulas de animales para atemorizar a sus enemigos, by existen representaciones de cascos con forma de fauces de lobo o cabezas de oso. Sin embargo, también era habitual era llevar la cabeza al descubierto, con los cabellos largos y sueltos o trenzados en la nuca. Los guerreros cántabros se ataban una tira de cuero en la frente, de modo similar a otros pueblos celtas. Existen además indicios de que los celtíberos se aplicaban pinturas de guerra naranjas.
- Eduardo Peralta Labrador (2003). Los cántabros antes de Roma. Real Academia de la Historia. ISBN 9788489512597.
- Tito Livio, 21-30 (26)
- Apiano, Las Guerras Púnicas, 30
- Fernando Quesada Sanz, Mar Zamora Merchán, El Caballo en la Antigua Iberia: estudios sobre los équidos en la Edad del Hierro, 2003, Real Academia de la Historia
- Jenofonte, Helénicas. 7.1.21-22
- José Calles Vales, Leyendas Tradicionales, 2001, Libsa Editorial
- Ramón Menéndez Pidal, Historia de España, vol. II, Madrid, 1962
- Joaquín Gómez-Pantoja, Eduardo Sánchez Moreno (2007). Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica II. Sílex Ediciones. ISBN 978-84-773718-2-3.
- María Paz García-Gelabert Pérez, José María Blázquez Martínez. «Mercenarios hispanos en las fuentes literarias y la arqueología». Habis.
Recreación de guerrero ibero del siglo III a.C, equipado con falcata, puñal, caetra, falera y linotórax. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0. Original file (2,736 × 3,648 pixels, file size: 1.94 MB).
Espadas
La espada era una de las armas más utilizadas por los guerreros hispanos. El modelo más popular en la península, sobre todo en el centro y el norte, era la espada recta, corta y de doble filo, probablemente evolucionada a partir del diseño de la cultura de Hallstatt. Cobró una especial importancia en manos de los mercenarios celtíberos al servicio de Cartago durante la segunda guerra púnica: su habilidad para punzar y tajar con la misma eficacia, así como su versatilidad para apuñalar en escaramuzas a varias distancias y desde la protección de un escudo, impulsó a los romanos a adoptarla para sus propias tropas, llamándola gladius hispaniensis. Paradójicamente, esta espada se volvió mucho más relevante históricamente para Roma que para la propia Hispania.
En el sur y suroeste de Iberia, sin embargo, se forjaba la falcata, posiblemente la más icónica de las armas ibéricas. Esta espada era de un solo filo y estaba provista de una característica curva descendente y ascendente a la vez, cuya disposición le aportaba una enorme fuerza de tajo y una capacidad decente de estocada. A diferencia de las anteriores, las falcatas habrían sido más útiles para el corto alcance y el combate individualizado y espaciado, alejado de las formaciones con escudos. A pesar de su procedencia sureña, se conoce su uso en gran parte de la península gracias al comercio y a los expolios de guerra.
Escudos
En Hispania, el énfasis en la defensa se hacía en los escudos y en la destreza de su empleo. Se utilizaban dos tipos de escudos diferenciados por las crónicas, el redondo (llamado caetra) y el oblongo (apodado scutum por su parecido al homólogo romano).
La caetra, popular entre la infantería ligera, era un broquel cóncavo y de dimensiones relativamente pequeñas, aunque éstas podían ir desde los 30 cm hasta los 90 cm. Se fabricaba en cuero y madera, con embrazaduras de piel que llegaban hasta el hombro y un umbo de metal que servía de elemento ofensivo. En combate, la caetra debía usarse de una manera activa, y no simplemente para cubrir el cuerpo tras ella. Los lusitanos eran especialmente hábiles en su manejo: Diodoro narraba que giraban el escudo de tal manera que bloqueaban cualquier proyectil con él. Además de su uso militar, la caetra servía a los galaicos y otras tribus para marcar el ritmo de bailes y cantos de guerra por medio de golpes sobre su superficie. Los guerreros armados con este escudo recibían de parte de los romanos la denominación de caetrati.
El scutum, por su parte, era propio de la infantería pesada. Era rectangular, ovalado u hexagonal, aunque también podía tener forma redonda y de un tamaño mucho mayor al de la caetra, apto para cubrir las dos terceras partes del cuerpo. Estaba hecho de madera plana, en lugar de cóncava, en un diseño que los romanos compararon con el clásico escudo galo. Los que cargaban con esta protección eran llamados scutati.
Los honderos baleáricos usaban también escudos de cuero endurecido, atado a un brazo a fin de dejar ambas manos libres para el empleo de la honda.
Estatua de Viriato luciendo caetra. Nuno Tavares. CC BY-SA 2.5.

Jabalinas
La jabalina era probablemente el principal arma arrojadiza de los guerreros hispanos. Las crónicas las definen de muchas maneras, a veces diferenciándolas poco de la lanza o la flecha y haciendo más énfasis en su carácter proyectil que en su morfología. Sin embargo, se conocen dos modelos principales: la falárica y el soliferrum.
La falárica, descrita por Livio, era una jabalina de asta de madera de abeto rematada por una contera de hierro cuadrada, similar al pilum romano. Medía un metro de longitud y poseía una punta aguzada que, sumada a la fuerza cinética de su lanzamiento, le permitía atravesar cuerpos y armaduras. También podía empaparse de pez o atarse con estopa para formar un proyectil incendiario, apta para asedios y guerra psicológica. El soliferrum, en cambio, era una sola pieza de hierro forjado en forma de aguja, generalmente de 1 cm de grosor y de uno a dos metros de longitud. Su parte media solía llevar un engrosamiento de para asirla mejor con la mano, y su extremo anterior a veces incorporaba pequeños anzuelos. La potencia del soliferrum era similarmente imponente y, a diferencia de la falárica, su uso no disminuyó tras la ocupación romana, sino que duró hasta el final del siglo III. Ambos modelos de jabalina solían llevarse en haces atados con una tira de cuero, y a veces empleaban resortes o lanzaderas para ayudar a la tarea de arrojarlas, aunque eran más comúnmente lanzadas a mano.
Viriato con lanza y caetra. Eugenio Oliva – GARCÍA CARDIEL, Jorge (2010). «La conquista romana de Hispania en el imaginario pictórico español: (1754-1894)«. Cuadernos de prehistoria y arqueología: 131-157. Dominio público.

Arcos
Existe evidencia de que se conocía el arco y la flecha en las áreas costeras a través del contacto fenicio y griego, pero su uso parece no haber ganado popularidad mucho más allá de estas zonas, probablemente a causa de la mayor utilidad de la jabalina y la honda en la guerra hispana en comparación con el arco simple disponible, y desaparece mayormente a partir del siglo siglo V a. C. hasta después de la conquista romana. Dentro de este período, el uso de arcos en Hispania habría estado asociado principalmente a mercenarios griegos.
Lanzas
El uso de la lanza no arrojadiza era menos común que la jabalina, pero parece extendido también entre las diversas tribus hispanas. El modelo ibero constaba de una punta de hierro de 20 cm a 60 cm de longitud que iría adosada a un asta de madera, el extremo opuesto del cual contaría con un regatón de hierro para ayudar a clavar la lanza en el suelo y actuar como contrapeso. Algunos lusitanos usaban puntas de bronce más baratas. Esta descripción parece poco distinguida de la falárica anteriormente mencionada, y en efecto Estrabón parece tratarlas indistintamente. Sin embargo, la menor lanzabilidad de los modelos recuperados hace pensar que su uso estaba definitivamente restringido al cuerpo a cuerpo, posiblemente entre las infanterías más pesadas.
Hondas
La honda es una de las armas más icónicas de la Hispania prerromana. Su uso se cita a lo largo de la península, desde los lusitanos a los iberos del sur, aunque en ninguna otra región cobró tanta importancia como en las islas Baleares, cuyo mismo nombre parece hacer referencia a estas armas. Su factura se realizaba con cuero o junco negro tejido con tendón, con ciertas modificaciones según la tribu: los peninsulares utilizaban una sola, mientras que los baleáricos, más especializados, portaban cada uno tres hondas de distintas dimensiones —una atada a la frente y las otras dos colgando del cinto—, para utilizar según la distancia a la que tuvieran que combatir. Los proyectiles podían obedecer también a varios modelos, como bolas de arcilla cocida, piezas de plomo o simples cantos rodados, algunas veces de un peso alrededor de medio kilo (1 mina, equivalente a 436 gramos). A juzgar por excavaciones en castros ibéricos, la munición se fundía en pequeños grupos en moldes de esteatita.
El entrenamiento de los baleáricos en el uso de esta arma era especialmente intenso: Estrabón afirma que las madres colgaban la comida de sus hijos de ramas altas de árboles y les obligaban a romper la rama de un tiro de honda para hacerse con ella. La potencia de las hondas iberas era tal que Ovidio creía que los baleáricos fundían el plomo de sus municiones en pleno vuelo debido a la velocidad que le imprimían. Aunque esto supone una obvia exageración, da fe del temor que esta arma infundía en los romanos. La fuerza centrífuga de la que se vale la honda, sumada al peso de los proyectiles, que eran lanzados a la vez y en gran número, podía matar a un hombre de un solo impacto y lesionar a un superviviente. Esto hacía estragos en las líneas enemigas, tanto por la mortandad que causaba como porque deshacía las líneas enemigas desorganizando y abriendo huecos en su caballería e infantería.
Interpretación moderna de un hondero baleárico. Johnny Shumate (jjjshumate@earthlink.net). Dominio público. Original file (1,695 × 2,336 pixels, file size: 2.56 MB).
Puñales
Diodoro y Estrabón advierten que los lusitanos y celtíberos se servían de largos puñales para el terreno cuerpo a cuerpo, posiblemente para rematar a enemigos caídos. Algunos tenían forma ancha y triangular, similar al gladio, mientras que otros eran corvos como la falcata. En ocasiones, a la vaina de la espada se le trabajaba un segundo hueco para llevar el puñal en ella.
Hachas
Los hachas de guerra parecen haber tenido cierta frecuencia entre los cántabros y otros pueblos norteños, en los que Silio Itálico cita al menos un guerrero de renombre, Laro, blandiendo un hacha de dos hojas (llamado por los romanos bipennis). Además, un denario de Arsaos representa a un jinete celtíbero empleando un hacha arrojadizo de doble hoja, identificado por algunos autores como una versión local del arma lanzable llamada cateia que empleaban galos y germanos.
Otros
Un as de Ventipo representa a un guerrero armado con escudo y un bidente o tridente. Otras monedas de Olaiunikos y Turiasu representan a guerreros esgrimiendo armas en forma de hoz, similares a la falx dacia.
Según Estrabón, no era raro para un guerrero hispano llevar un pequeño vial o receptáculo lleno de un veneno de acción rápida para suicidarse si era derrotado y desarmado. Este veneno podría haber sido extraído del ranúnculo (probablemente Ranunculus sardonia, o aún Ranunculus sceleratus), rico en protoanemonina, que tenía el curioso efecto de contraer los músculos faciales del fallecido en una distintiva mueca en forma de sonrisa, simulando así que el suicida se reía de sus enemigos desde el inframundo. También podría haberse empleado cicuta (Coniun maculatum) o perejil de perro (Aethusa cynapium), cuyo principio activo, la cicutina, termina con el funcionamiento del sistema nervioso central.
Economía
No sabemos mucho sobre la agricultura ibérica, pero sí lo suficiente como para deducir su importancia económica. Del estudio de una buena cantidad de piezas del utillaje agrícola halladas en los poblados del área valenciana, dedujo E. Plá que se había venido en este, como en otros edificios, a una especialización adecuada, dándose con la herramienta justa que en muchos casos ha llegado hasta nuestros días.
La agricultura que se practica es la de secano, siendo los cultivos fundamentales el cereal, el olivo y la vid, para la que está atestiguada ya en el siglo VI la obtención de excedentes con destino a su comercialización, así como las leguminosas (garbanzos, guisantes, habas y lentejas). Y por otra parte, se conocen diversas especies frutales, entre las cuales destaca el manzano, el granado y la higuera. La rica gastronomía íbera se servía de esta variedad de alimentos.
Tuvieron también cierta importancia determinados cultivos industriales, especialmente el lino en Saitabi (Játiva). Tenemos ampliamente documentada la industrialización del esparto, especialmente en el Campus Spartarius, al norte de Cartagena, con multitud de aplicaciones, entre las cuales sobresalen los cordajes para la navegación.
Respecto a la ganadería, no parece haber tenido un papel predominante, salvo quizá en regiones específicas, limitándose al papel habitual complementario de la agricultura. Sí es necesario señalar la importancia de ciertas especies como el caballo, utilizado en la caza y la guerra y probablemente símbolo de determinado estatus social en cuanto que da acceso a estas actividades. También debió tenerse en gran estima al buey y de la abundancia de ganado bovino nos hablan las frecuentes menciones del sagum o manto de lana ibérico en las fuentes romanas.
La caza, parece haber tenido una cierta importancia, según se deduce de su frecuente representación en la cerámica pintada, aunque quizá más como actividad social que económica. El jabalí debe haber sido la pieza reina, aunque junto a él se cazan igualmente cérvidos y varias especies menores.
Moneda de Kelse (en íbero ). Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0.

Organización Política
La organización política de los íberos fue compleja, diversa y profundamente vinculada al contexto geográfico y cultural de cada territorio. No existía una unidad política global que agrupara a todos los pueblos íberos, sino una variedad de comunidades independientes, organizadas generalmente en forma de tribus, clanes o gentilidades, que compartían rasgos culturales, lingüísticos y religiosos comunes. Estas comunidades estaban articuladas en torno a oppida, es decir, núcleos urbanos fortificados que actuaban como centros administrativos, económicos, defensivos y simbólicos del poder local.
La forma de gobierno predominante entre los íberos era una jefatura aristocrática, donde el poder se concentraba en manos de una élite guerrera y terrateniente. Esta aristocracia estaba formada por linajes que ostentaban el prestigio militar, el control de las tierras de cultivo, la posesión de esclavos o siervos, y el monopolio de los vínculos con el mundo exterior, especialmente el comercio con fenicios, griegos y cartagineses. Los jefes eran, por tanto, caudillos militares, líderes políticos y posiblemente también jefes religiosos, concentrando distintas formas de autoridad en una misma figura.
Existen evidencias de que algunos de estos jefes adoptaban funciones similares a las de un rey o príncipe, aunque no en el sentido helenístico o romano. La epigrafía y la iconografía muestran nombres de individuos destacados, y en algunas tumbas ricamente ornamentadas se ha interpretado la existencia de verdaderos linajes gobernantes. Estas figuras se rodeaban de un séquito de guerreros y consejeros, lo que indica una estructura jerárquica consolidada, aunque probablemente más flexible que en los sistemas monárquicos plenos.
En los oppida más desarrollados también existían estructuras de tipo asambleario o consejos de ancianos que cumplían funciones de deliberación y control, especialmente en tiempos de paz. Algunas fuentes romanas aluden a la figura de jueces, llamados posiblemente en algunos territorios con nombres específicos hoy perdidos, que podrían haber actuado como árbitros legales o representantes del orden interno. En ciertos contextos se documenta también la existencia de pactos de hospitalidad, que denotan un cierto grado de derecho consuetudinario y diplomacia local.
Durante los conflictos, la jefatura se reforzaba a través del liderazgo militar. El jefe o caudillo era elegido o confirmado como conductor de la guerra, y su prestigio dependía de su valor, de su capacidad de movilización de hombres y recursos, y del reparto de botín. La figura del guerrero aristocrático se convierte en un símbolo de poder, lo que queda reflejado en la escultura monumental y en los ajuares funerarios. Estos caudillos podían acumular títulos y honores que, con el tiempo, generaban estructuras dinásticas locales, aunque no homogéneas.
Las relaciones entre los distintos pueblos íberos eran a menudo conflictivas, pero también se tejían alianzas temporales, pactos de apoyo mutuo e incluso federaciones defensivas frente a enemigos comunes como los cartagineses o los romanos. La resistencia ante Roma, por ejemplo, fue liderada en algunos territorios por figuras carismáticas que alcanzaron rango de reyes, como Indíbil y Mandonio, lo que indica que en determinadas circunstancias el poder político podía adquirir formas más centralizadas.
En resumen, la organización política de los íberos se basaba en estructuras aristocráticas locales dirigidas por jefes o caudillos, con una clara jerarquía social, un fuerte componente militar, y una dimensión religiosa que legitimaba el poder. El gobierno se ejercía desde los oppida, apoyado por una nobleza guerrera y posiblemente por asambleas o consejos de carácter tradicional. Aunque no existió un Estado íbero unificado, el conjunto de estas estructuras permitió el desarrollo de sociedades políticamente complejas, con instituciones propias, sistemas de justicia, y mecanismos de liderazgo tanto en tiempos de paz como de guerra.
Arte íbero
El término arte íbero se refiere al estilo artístico propio del pueblo íbero, asentado en la península ibérica. Las manifestaciones mejor conservadas son las escultóricas, realizadas en piedra y bronce. Los restos en madera y barro cocido son escasos, por ser materiales más perecederos.
El arte íbero es una manifestación cultural profundamente original que refleja la compleja identidad de los pueblos prerromanos del este y sur de la península ibérica. Surgido entre los siglos VI y I a. C., este arte combina elementos autóctonos con influencias orientales, griegas y cartaginesas, dando lugar a un lenguaje visual propio que se expresa en la escultura, la cerámica, la arquitectura y el arte funerario. Más que un estilo homogéneo, se trata de una producción diversa, adaptada a las diferentes regiones y tradiciones locales, pero unificada por una visión simbólica del mundo, en la que la religión, el poder, la guerra y la muerte ocupan un lugar central.
El arte íbero no era puramente estético, sino funcional y ritual. Servía como vehículo de prestigio para las élites, como expresión de poder religioso y político, y como instrumento para comunicar el paso al más allá o la pertenencia a una comunidad. Las esculturas monumentales, los relieves funerarios, las cerámicas decoradas o los exvotos votivos revelan una sociedad jerarquizada y espiritualmente rica, capaz de asimilar influencias externas sin perder su esencia. En definitiva, el arte íbero es un testimonio excepcional de una civilización que, en su relación con el Mediterráneo y su arraigo en lo indígena, creó una forma de expresión única que anticipa y dialoga con el mundo clásico sin pertenecer del todo a él.
Escultura
La actividad más conocida del arte ibérico es la escultura figurativa, con pequeñas estatuillas de bronce, utilizadas como ofrendas o exvotos, y estatuas de piedra de mayor tamaño. Los yacimientos más importantes son: el santuario del Cerro de los Santos y el del Llano de la Consolación, en Albacete; el santuario del Collado de los Jardines, en Despeñaperros (Jaén); la Fuentecica en Coy y el del Cigarralejo en Murcia.
Entre las esculturas realizadas en piedra, clasificables según su finalidad funeraria o religiosa, se encuentra la Dama de Baza y la Dama de Elche (Museo Arqueológico Nacional de España, en Madrid), que presentan una rica decoración y que sirvieron de urna funeraria. Posterior a las anteriores, y con finalidad religiosa, es la Gran Dama Oferente (del siglo III a. C.), procedente del Cerro de los Santos en Montealegre del Castillo (Albacete), en cuya larga vestimenta de profundos y geométricos pliegues, y en el frontalismo de su estructura, se aprecian las influencias arcaicas de la plástica griega.
De esta misma época es el León de Coy y la Bicha de Balazote (Museo Arqueológico Nacional de Madrid), hallada en la localidad albaceteña que le da nombre y relacionada con los toros antropocéfalos mesopotámicos y seres de aspecto feroz del mundo hitita.
Dama de Elche (Museo Arqueológico Nacional de España, Madrid). Fotografía: Francisco J. Díez Martín, 11 de diciembre de 2004. CC BY-SA 2.5. Original file (1,857 × 2,466 pixels, file size: 4.68 MB).
Es la pieza más conocida del arte ibérico, datada hacia el siglo IV a. C. Representa el busto a escala natural de una mujer muy engalanada, tallado sobre un solo bloque de arenisca de proporciones piramidales, procedente de la cantera «Peligro» del afloramiento rocoso de Ferriol. Está bien conservado, con ligeros desperfectos. Conserva indicios de la policromía origina, fijada a la piedra sobre un revestimiento de yeso blanco, con empleo de azul egipcio y de cinabrio rojo intenso, además de otro rojo más desvaído de naturaleza orgánica. Las joyas estaban coloreadas en un tono amarillento dorado, que evoca el bronce o el oro. La joyería adquiere un gran protagonismo como atributo de la representación y la indumentaria supone otro alarde descriptivo por parte del escultor, pues distingue las texturas de los tejidos.
Sin duda fue una obra encargada por la jerarquía ilicitana para contener los restos incinerados de una mujer poderosa en el hueco que muestra en la espalda.
La Dama de Elche es una de las esculturas más emblemáticas del arte íbero y uno de los grandes símbolos de la arqueología hispánica. Fue hallada en 1897 en La Alcudia, cerca de Elche (Alicante), y está datada entre los siglos V y IV a. C. Tallada en piedra caliza con una extraordinaria calidad técnica, representa el busto de una figura femenina adornada con un elaborado tocado y abundantes joyas, lo que indica su alta condición social o religiosa.
La identidad de esta figura ha sido objeto de debate. Algunos investigadores la interpretan como una sacerdotisa o una divinidad, mientras que otros sostienen que podría tratarse de un retrato idealizado de una dama aristocrática. Una hipótesis sugiere que fue utilizada como urna funeraria, ya que se descubrió una cavidad en su parte posterior, lo que refuerza su posible carácter funerario.
Desde el punto de vista artístico, la Dama de Elche refleja una profunda influencia oriental, probablemente fenicia o griega, aunque con rasgos claramente íberos. Su rostro sereno, el cuidado de los detalles en el atuendo y el equilibrio formal de la escultura muestran la madurez del arte ibérico en su momento de máximo esplendor. Hoy se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de España, en Madrid, y sigue siendo una de las piezas clave para comprender la sofisticación cultural de los íberos.
Otras expresiones artísticas
En la orfebrería, destaca el Tesoro de Jávea formado por piezas de oro y plata de delicada labor de influjo griego.
Área de influencia
El área de expansión de la escultura ibérica no es muy amplia, aunque sí muy diversificada, lo que favoreció una gran variedad regional propiciada, en buena medida, por las riquezas naturales y los rasgos culturales de cada zona. Sus manifestaciones se centran en tres áreas: el sur, el centro de la península y la zona del Levante.
Sur
El área del sur peninsular, de Jaén y Granada, es de una gran complejidad por la influencia cultural de los pueblos colonizadores orientales que se habían instalado en ella con anterioridad (fenicios, griegos, etc.) y por la tradición dejada por los tartesios. La proliferación de restos arquitectónicos y escultóricos, así como muestras de orfebrería y cerámica son los rasgos más distintivos de esta región. Junto a esta corriente oriental se aprecia en el sur peninsular otra de origen helénico, que se introduce desde las costas alicantinas hacia el suroeste, presente en el Conjunto de Cerrillo Blanco de Porcuna, el Santuario Heroico del Cerro del Pajarillo (Huelma) y en el Yacimiento de Osuna (del siglo III a. C.).
Interior
En el interior, concretamente en la Mancha occidental, destaca la importante ciudad (oppidum) de Alarcos junto al río Guadiana y con importantes restos de calles empedradas, exvotos y figurillas de bronce. Las ruinas de la ciudad ibera (luego romana y visigótica) de Oretum, capital de la antigua Oretania a ambos lados de Despeñaperros apenas están excavadas. Los restos son escasos en esta zona: cerámicas, figurillas de bronce y exvotos en los Santuarios de Despeñaperros y Castellar de Santisteban, En esta zona occidental los restos cerámicos parecen emparentarla con el sur peninsular.
No ocurre lo mismo con la Mancha oriental y las estribaciones de la Serranía conquense donde se palpa la influencia del estilo artístico ibero-levantino, sobre todo la cerámica. La zona central y meridional de Cuenca constituye el límite septentrional del mundo ibero que conecta con los celtiberos de la sierra. Aquí destacan numerosos yacimientos en la Manchuela conquense como Barchín del Hoyo y, sobre todo, el oppidum de Ikalesken (actual Iniesta) que conserva el único mosaico del arte ibero y uno de los más antiguos del mediterráneo. Este mosaico tiene la particularidad de representar la fusión de las culturas ibera, griega y fenicia. La cultura ibera está representada por el lobo, animal sagrado; la griega por Pegaso y la fenicia por la representación de la diosa Astarté, en el medio de la composición. El mosaico, del siglo VI a. C. aproximadamente, es muy arcaico en su realización pero por el interés artístico y la antigüedad que tiene merece la pena ser considerado como uno de los emblemas del arte ibérico.
Albacete
Los territorios de la actual provincia de Albacete son especialmente pródigos en muestras diversas de arte ibérico, especialmente escultura, y sorprenden por la profusión de hallazgos, la calidad estilística y la singularidad de sus piezas. Muy sucintamente, se pueden mencionar la gran cantidad de piezas (solo en el Museo Arqueológico Nacional se conservan cerca de tres centenares) halladas en el importante centro de culto del Cerro de los Santos -especialmente la Gran Dama Oferente- y en el Llano de la Consolación. Como piezas únicas destacan la Bicha de Balazote, la Dama de Caudete, la Esfinge de Haches, la Cierva de Caudete, el Sepulcro de Pozo Moro, el León de Bienservida, las Esfinges gemelas de El Salobral, el Caballo de la Losa (Casas de Juan Núñez) o el Jinete de Villares (Hoya Gonzalo) entre otros. En orfebrería destaca el llamado Tesoro de Abengibre, conjunto de vajilla de plata con inscripciones iberas y también la Necrópolis de Los Villares y el camino de la cruz en Hoya Gonzalo que se encuentran en las estribaciones de los Altos de Chinchilla en las inmediaciones de la Vía Heráclea con cerámicas griegas, materiales púnicos, etruscos, etc. La existencia de grandes oppida en la provincia aún sin estudiar, quizá aumente sensiblemente el ya abultado número de vestigios de arte ibérico. Aunque esta zona siempre es calificada como de paso o de extensión de influencias ibéricas levantinas o del sur, es posible que el flujo de extensión fuera, más bien, en sentido inverso y sea ésta una zona nuclear.
Levante
En el levante valenciano, en la antigua Edetania, las manifestaciones ibéricas muestran grandes vinculaciones, no solo con la viejas tradiciones de los primeros pobladores del Bronce y del Hierro, como por ejemplo en la incineración como sistema de enterramiento, sino también con las corrientes orientales aportadas por los colonizadores griegos, de los que recogen características propias del período arcaico griego, tratan los mismos temas – esfinges, grifos -, y utilizan decoración geométrica en la cerámica, con fondos amarillentos o ligeramente rojizos.
Esta corriente levantina se transmite a zonas aisladas del valle del Ebro donde se mezcla con los substratos célticos y posteriormente romanos.
- García y Bellido, A., 1982. Arte Ibérico, Historia de España I. España Primitiva. Espasa Calpe, Madrid, p.373-675.
- González Navarrete, J.A., 1987: Escultura Ibérica del Cerrillo Blanco. Porcuna. Jaén.
- Olmos Romera, R., 1992: La sociedad ibérica a través de la imagen, Madrid.
León de Bujalance, siglo V a. C. Perro o felino íbero hallado en el término de Bujalance, Córdoba. Redlapis. Dominio público.

La escultura ibérica aparece en torno al 500 a. C. y constituye una de las manifestaciones más importantes de la cultura ibérica en la que confluyen influjos mediterráneos (griegos y fenicios principalmente) y autóctonos. Desde los primeros descubrimientos se han planteado entre los especialistas diversas hipótesis respecto a su origen.
Las diferentes influencias se ven reflejadas en las obras, algunas de estilo más orientalizante (Pozo Moro), con posibles influjos sirio-hititas, y otras de aspecto más jónico (Cerrillo Blanco, Porcuna), con algunas evocaciones del arte chipriota y etrusco. Las damas son figuras de busto o de cuerpo entero, que acostumbraban a estar de pie o sentadas (sedentes) y que son representadas portando ofrendas.
Suele distinguirse con el nombre de arte ibérico el conjunto de estilos desarrollados en la península ibérica desde la Edad del Bronce hasta el completo dominio de la civilización romana, aunque para mayor precisión del concepto se le añade a veces el calificativo de prerromano.
Casi todas las obras de escultura ibérica prerromana hasta hoy conocidas, aunque tengan su carácter propio y distinto de las extranjeras, reflejan visibles influencias griegas y fenicias y mediante éstas las de arte oriental, asirio y egipcio. Con dichas obras, de filiación compleja, se hallan otras de más visible factura fenicia y otras de verdadero estilo griego que lo mismo pudieron ser importadas de las regiones aludidas que labradas en la península ibérica por artistas de ellas procedentes. Para el conocimiento sumario de unas y otras podemos clasificarlas por grupos de distintas regiones ibéricas.
Dama de Baza y ajuar de la tumba 155 de la necrópolis de Basti (M.A.N.). CC BY-SA 4.0. Autor: ANAGSPC. Original file (3,000 × 4,000 pixels, file size: 4.79 MB).
La Dama de Baza es una de las esculturas más importantes y enigmáticas del arte íbero. Fue hallada el 20 de julio de 1971 en la necrópolis de Cerro del Santuario, cerca de la ciudad de Baza, en la provincia de Granada. El descubrimiento se produjo durante unas excavaciones arqueológicas dirigidas por Francisco Presedo Velo, y desde el primer momento se reconoció el valor excepcional de la pieza tanto por su estado de conservación como por su contexto funerario, prácticamente intacto.
La figura fue encontrada en el interior de una tumba, en una cámara construida en piedra con forma de cista. Estaba acompañada por un ajuar funerario riquísimo, compuesto por objetos de cerámica, armas, elementos metálicos y restos de un ritual de incineración. En el interior de la escultura, que es hueca, se descubrieron restos calcinados de huesos humanos, lo que confirma su carácter de urna funeraria. Todo apunta a que la figura representa a una mujer de la nobleza local, quizás una sacerdotisa o una autoridad aristocrática, cuya memoria fue preservada en este monumento escultórico.
La escultura mide aproximadamente 1,20 metros de altura y representa a una mujer sentada en un trono, con un elaborado atuendo y tocado, cubierto por capas de ropajes cuidadosamente labrados. El trono está decorado con figuras aladas que recuerdan a esfinges o grifos, lo que sugiere una iconografía de carácter sagrado o protector. La figura está policromada, es decir, conserva restos de pintura original, lo que aporta información muy valiosa sobre la policromía en la escultura íbera.
Desde el punto de vista estilístico, la Dama de Baza presenta influencias orientales, probablemente fenicias o púnicas, aunque adaptadas al lenguaje artístico propio de los íberos del sureste peninsular. El cuidado por el detalle, la simetría en la ornamentación y la serenidad en la expresión facial son rasgos comunes del arte funerario íbero, donde la representación idealizada del difunto servía tanto como homenaje como elemento de conexión con el más allá.
En términos simbólicos, la Dama de Baza representa la fusión entre lo religioso y lo aristocrático. Su atuendo, las joyas, la silla con respaldo simbólico y su postura frontal transmiten una imagen de poder y sacralidad. El hecho de que contuviera cenizas humanas en su interior confirma su papel como urna cineraria, probablemente destinada a una mujer de alto rango social, cuya figura es recordada no solo como persona, sino también como símbolo.
Hoy, la escultura se conserva en el Museo Arqueológico de Granada, donde ocupa un lugar destacado por su valor histórico, artístico y patrimonial. Su hallazgo supuso un avance decisivo en el conocimiento de la cultura funeraria íbera y permitió comprender mejor las prácticas religiosas, la iconografía femenina y la escultura de carácter ceremonial en la península ibérica prerromana. La Dama de Baza, junto a la Dama de Elche y la Dama del Cerro de los Santos, forma parte de la tríada esencial del arte ibérico y es uno de los testimonios más elocuentes de una civilización que alcanzó un alto grado de sofisticación artística y simbólica antes de la plena romanización.
Grupo levantino
El llamado grupo levantino está compuesto por algunas de las más excelentes muestras de arte ibérico en piedra, reunidas hoy en los museos, que debieron esculpirse desde el siglo V a. C. hasta la dominación romana. Quizá la más emblemática sea la Dama de Elche, de visible inspiración griega, cabeza a su vez de las consideradas tres grandes damas ibéricas junto a la Gran Dama Oferente (Montealegre del Castillo) y la Dama de Baza. De un estilo que se ha llamado greco-fenicio, greco-oriental y greco-egipcio son las numerosas estatuas y bustos del Cerro de los Santos de Montealegre del Castillo y de su contiguo Llano de la Consolación, ambos en la provincia de Albacete.
Sólo de estos dos yacimientos hay 270 esculturas de piedra caliza, en los fondos del Museo Arqueológico Nacional. Junto a otros objetos también de piedra y bronce, el montante total conservado, sólo en ese museo, supera las 670 piezas. Las que revisten mayor importancia escultórica representan damas de pie haciendo con sus dos manos un vaso en actitud de presentar una ofrenda a otra persona y llevando muchas de ellas en su cabeza una elevada mitra. Las variantes de factura y estilo que en ellas se advierte constituyen una prueba de la prolongada existencia que debieron tener aquellos talleres locales sometidos a sucesivas influencias de pueblos dominadores hasta alcanzar los últimos años del siglo IV de nuestra era en que fue destruido el santuario que en ambos lugares se alzaba.
Más visibles reminiscencias orientales que en las predichas obras se reflejan en las diversas esfinges de piedra con formas de oro o sus esfinges de piedra con formas de toros o de leones halladas en las provincias de Albacete, Alicante y Valencia, como son:
- Bicha de Balazote.
Esfinge de El Salobral. - La Bicha de Balazote o el hombre-toro (Albacete).
- La Esfinge de Agost (Alicante), la Esfinge de Haches y las Esfinges gemelas de El Salobral (Albacete).
- La Leona de Bocairente (Valencia), en el Museo de Bellas Artes de Valencia.
- La Leona del Zaricejo (Alicante), en el Museo Arqueológico de Villena.
- El caballo ibérico y el jinete ibérico, considerado la escultura más alta encontrada, en la Necrópolis de Los Villares de Hoya-Gonzalo (Albacete).
- El León de Coy (Región de Murcia).
- El León de Bujalance (Córdoba).
- El León de Bienservida, en el Museo de Albacete.
- Los dos Leones de Baena (Córdoba).
- El León de Nueva Carteya (Córdoba), en el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba.
- La Cierva o la Dama de Caudete (Albacete).
- El Sepulcro de Pozo Moro (Albacete).
Todas ellas pueden datar del siglo VII o VI a. C.
Como derivadas del mencionado grupo levantino e inspiradas inicialmente en el greco-oriental (aunque luego se hicieran del todo indígenas) pueden considerarse las numerosas estatuitas de bronce (algunas de plata) halladas en dos lugares de la región de Sierra Morena en la provincia de Jaén, conocidos con los nombres de Santa Elena (Despeñaperros) y Castellar de Santisteban. Allí existieron en la época de arte ibérico (desde el siglo V a. C. hasta alcanzar el V de la Era cristiana) santuarios como el de Montealegre pero cuyos exvotos eran pequeñas fundiciones de bronce y no estatuas de piedra. Se fabricaban dichos objetos vaciando en moldes de barro el bronce fundido siguiendo el procedimiento llamado de la cera perdida y como se inutilizaba el molde una vez servido no se encuentran dos obras iguales entre tanta multitud de ellas. Se han extraído unas 4000 esculturas de dichos lugares figurando guerreros ibéricos, jinetes, devotos orantes y oferentes, caballitos, piezas del cuerpo humano (pies, brazos, manos, ojos y dentaduras), todo de bronce y de factura tosca y, a veces, de figura esquemática.
De arte púnico y greco-púnico se conserva una multitud de estatuitas y bustos de barro cocido (alguno, de facciones muy correctas) junto con variados amuletos de marfil y de metal y entalles de piedra fina, descubiertos en las necrópolis de Ibiza, La Palma y Formentera. Se adjudican al siglo VIII a. C. los más antiguos y debió seguir su fabricación hasta muy avanzada de la dominación romana. Asimismo, se consideran como de procedencia fenicia o púnica pero con influencia griega las cabezas de toro en bronce (probablemente, exvotos) hallados en Costich (Mallorca) de arte púnico también pero más visiblemente influido por el griego y con reminiscencias asirias deben calificarse los bustos marmóreos hallados en Cartagena y conservados en el Museo de Arqueología de Murcia. Al arte griego puro se adjudican entre otra piezas menos importantes
- La cabeza de mármol de una Palas Atenea encontrada en Denia.
- El Esculapio de Ampurias (helenístico o de la escuela de Escopas como quieren otros) que está en el Museo de Arqueología de Cataluña en Ampurias.
Grupo meridional
El grupo meridional se forma principalmente con diferentes objetos escultóricos hallados en sepulcros de la región andaluza casi todos de arte fenicio y con algunos otros monumentos funerarios de igual origen. Tales son:
- El conjunto escultórico de Cerrillo Blanco (Porcuna).
- El conjunto escultórico de El Pajarillo, Lobo de El Pajarillo (Huelma).
- La estela púnica de Villaricos (Almería), de forma cónica a modo de betilo y con inscripción fenicia.
- La Dama de Baza.
- Las placas y peines de marfil y con relieves de las necrópolis de Carmona.
- El cilindro de piedra hematites con figuras a semejanza de los sellos asirios, descubierto en los yacimientos de la desembocadura del río Vélez.
- El sarcófago antropoide o labrado en mármol con la figura del difunto y de tipo griego hallado en la necrópolis de la Punta de la Vaca en Cádiz.
- Los amuletos con figurillas de tipo egipcio y los entalles y anillos encontrados en sepulcros de Cádiz y Málaga.
Varios otros relieves de tradición fenicia o ibérica pero labrados ya con influencia romana como son las que figuran en las estelas descubiertas en Estepa (antigua Ostippo) y Osuna (antigua Urso). - El Toro de Ronda, una escultura del siglo I a. C., que todavía mantiene el estilo y las formas iberas, pero que ya representa una temática romana.
- El caballo ibérico de La Covatilla (Marchena).
Grupo occidental
Al grupo occidental pertenecen las estelas funerarias de granito que representan guerreros en pie vestidos de sayo y armados de rodela que se han hallado en Portugal y Galicia. Son esculturas de piedra muy toscas y rudimentarias sólo labradas ordinariamente de las rodillas para arriba y aunque en algunos de estos monumentos se hallen inscripciones romanas se suponen que fueron añadidas en época posterior o falsificadas pudiéndose aquellos remontar en todo caso a unos pocos siglos antes de la era cristiana.
Centro de la Península
En el centro de la Península, entre los ríos Duero y Tajo con alguna pequeña ramificación a otras regiones se han encontrado diseminadas en gran número piedras de granito, groseramente labradas en forma de toros, jabalíes, osos e incluso elefantes y rinocerontes, algunas de las cuales llevan inscripción ibérica o romana, quizás posteriormente añadida. Los más famosos de estos monumentos son los cuatro del sitio conocido con el nombre de Toros de Guisando (Ávila), lugar célebre por haberse jurado allí a Isabel la Católica como princesa de Castilla. Se clasifican todos ellos por los arqueólogos como obras del mismo arte que labró las esfinges de la región levantina aunque ya decaído y rutinario y se equiparan en tiempo y destino a las etelas de guerreros lusitanos antes mencionadas. Pero no se ve inconveniente a que muchas de ellas hayan servido de mojones o señales indicadoras de las vías de entonces ni en que todas puedan envolver alguna idea mitológica según era estilo común en aquellos tiempos.
Toros de Guisando. CC BY-SA 3.0. Original file (1,600 × 1,200 pixels, file size: 729 KB).
Los Toros de Guisando son un conjunto escultórico formado por cuatro figuras de toros o verracos talladas en piedra granítica, situadas en el cerro de Guisando, en el término municipal de El Tiemblo, provincia de Ávila. Se trata de una de las manifestaciones más representativas del arte prerromano de la Meseta, atribuida a los vetones, un pueblo celta asentado en el occidente de la península ibérica durante la Edad del Hierro.
Estas esculturas tienen una forma compacta, con el cuerpo macizo, el lomo arqueado y patas cortas. Están esculpidas de manera esquemática pero sólida, lo que refuerza su aspecto imponente. A pesar de su nombre tradicional, se ha debatido si representan toros, cerdos o jabalíes, aunque la interpretación más aceptada es que se trata de bóvidos. Algunos de los ejemplares conservan restos de inscripciones latinas, lo que sugiere que fueron reutilizados o resignificados en época romana.
Su cronología exacta es incierta, pero se estima que fueron realizados entre los siglos IV y II a. C., en un contexto cultural en el que los verracos tenían una función simbólica, posiblemente relacionada con la protección del ganado, el marcaje territorial o incluso el mundo funerario. No se descarta tampoco una dimensión ritual o mágica.
Los Toros de Guisando forman parte de una amplia tradición escultórica conocida como “verracos vetones”, presente en las actuales provincias de Ávila, Salamanca, Zamora, Cáceres y parte de Portugal. Existen cientos de estos verracos repartidos por la región, aunque la agrupación de Guisando es una de las más conocidas y mejor conservadas. Su fama aumentó aún más por la referencia que hace a ellos Isabel la Católica en 1468, en el llamado Tratado de los Toros de Guisando, firmado en ese mismo lugar.
Estas esculturas comparten características estilísticas con otros verracos vetones, como los de Ciudad Rodrigo, Villanueva del Campillo o el toro de Osuna. Todos ellos demuestran el fuerte vínculo de los pueblos prerromanos de la Meseta con los animales, en especial con el toro, símbolo de fertilidad, fuerza y prestigio.
En resumen, los Toros de Guisando son una expresión destacada del arte vetón, conectada con la tierra, la ganadería y la identidad de las comunidades que habitaron el interior occidental de Hispania antes de la romanización. Son también un testimonio de la continuidad cultural, ya que su presencia persistió en la memoria histórica y simbólica hasta bien entrada la Edad Media
Grupo de carácter general
El grupo de carácter general entre las escultura ibéricas se forma de una multitud de estatuitas mitológicas y de otros objetos figurados o de adorno, de bronce en su mayor parte que son imitaciones de ídolos egipcios, fenicios, griegos y romanos con variado gusto. Se hallan en todas las regiones de la Península y casi todos parecen tener carácter religioso. Entre ellos, se encuentra algo común en la figura del jinete ibérico, no sólo difundida y cincelada en objetos de bronce y troquelada en muchísimas piezas monetarias sino incluso esculpida en piedras de carácter funerario y reproducida en obras de este género tanto celtibéricas como latinas al comienzo de la invasión y dominación romana. Prueba de ello son las piedras sepulcrales halladas en la provincia de Teruel y en la región de la antigua Clunia conservadas algunas de estas últimas en el Museo de Burgos. A los referidos objetos de carácter figurado hay que añadir las monedas ibéricas o autónomas.
Dama sedente del Cerro de los Santos. Luis García (Zaqarbal), 14 de mayo de 2006. Dominio Público.
La Dama sedente del Cerro de los Santos es una escultura íbera que representa a una figura femenina sentada en actitud hierática y frontal, probablemente vinculada a un contexto ritual o votivo. Fue hallada en el santuario ibérico del Cerro de los Santos, en el término de Montealegre del Castillo (Albacete), uno de los yacimientos más importantes del mundo íbero por la cantidad y calidad de esculturas votivas encontradas allí.
La figura muestra a una mujer sentada en un trono de respaldo alto, vestida con una túnica y adornada con un collar. Su postura es rígida y simétrica, con las manos apoyadas sobre los reposabrazos. Destaca especialmente el gran tocado redondeado que corona su cabeza, que ha sido interpretado como un elemento de alta relevancia simbólica, posiblemente asociado a un rango sacerdotal, noble o incluso divino. A diferencia de la Dama de Elche o la Dama de Baza, esta escultura tiene un estilo más esquemático y sobrio, lo que ha llevado a algunos especialistas a considerarla más arcaica.
Su finalidad era probablemente votiva. Fue depositada como ofrenda en el santuario del Cerro de los Santos, junto con otras muchas esculturas, tanto femeninas como masculinas, que representan a donantes o figuras sagradas. En este contexto, la figura podría representar a una mujer de la élite local, una sacerdotisa o una divinidad femenina relacionada con la fertilidad, la protección del linaje o los rituales religiosos.
Esta escultura pertenece al conjunto artístico propio del Levante y la Meseta sur, donde la iconografía femenina sedente se repite en varias piezas, todas ellas ligadas al culto, la religiosidad y la ostentación del estatus social. Actualmente se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de España y es una pieza fundamental para comprender el simbolismo del arte íbero y el papel de la mujer en el imaginario religioso de estas culturas prerromanas.
Pintura ibérica
La pintura ibérica no reúne la perfección y el interés que ofrece la escultura del mismo nombre, pero tampoco deja de tener su importancia aun prescindiendo de que muchas interesantes pinturas de las llamadas prehistóricas pueden datar de las edades del bronce y del hierro y sean, por lo mismo, verdadera y propiamente obras de arte ibéricas. Fuera de ellas, la pintura ibérica se reduce a decoraciones de numerosas vasijas y de algún muro de cámaras sepulcrales. Su mayor antigüedad se atribuye al siglo VI a. C. como puede inferirse por comparación con los restos de cerámica griega con los cuales se halla, a veces confundida la ibérica y, sin duda, que ésta fue siguiendo a través de las civilizaciones púnica y romana llegando quizá hasta la invasión de los bárbaros.
Cerámica ibérica. La Bastida de les Alcusses. Museo Arqueológico de Mogente. La cerámica ibérica se fabricaba a torno y se decoraba con pintura roja, sobre todo con motivos geométricos y vegetales, a los que se añaden las representaciones antropomorfas y zoomorfas a partir del siglo III a. C. Los alfares se situarían en el exterior o en la periferia del poblado y su producción -con gran variedad de formas propias y otras que imitan piezas griegas y púnicas- se destinaba al mercado local. En la decoración de la cerámica ibérica de La Bastida solo encontramos motivos geométricos, siendo muy frecuente la presencia de cerámicas áticas de barniz negro, testimonio del intenso comercio con otras culturas del Mediterráneo. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0.
La pintura de las vasijas ibéricas cuando la tienen suele ser de color rojo oscuro o negro sobre fondo amarillento o rojizo, presentándose a veces las decoraciones rojas (en Numancia, también blancas o anaranjadas) perfiladas en negro. Los dibujos que se observan en tales vasijas son de dos clases:
- decoraciones geométricas, ya rectilíneas (grecas, recuadros, la cruz esvástica), ya curvilíneas (róleos o espirales, circulillos, círculos y semicírculos concéntricos, postas)
- decoraciones figurativas (plantas, animales y, raras veces, la figura humana). Estas últimas se presentan ordinariamente en forma estilizada y geométrica pero no faltan las de carácter realista ni las fantásticas o monstruosas. En estas composiciones siempre breves o reducidas no se hallan rastros de perspectiva ni contrastes de claroscuro, ni detalles de perfección técnica en el dibujo; aunque se encuentran a veces algunas siluetas de animales bien delineadas y en actitudes muy movidas. Cuando estas figuras existen, se disponen casi siempre en zonas sobrepuestas u horizontales alrededor de la vasija, imitando de lejos los vasos corintios.
Las colecciones de vasijas ibéricas pintadas se hallan hoy en lo museos de Numancia (Soria), Zaragoza, Barcelona, y en el Museo del Louvre de París.
Entre los principales centros o depósitos de donde se han extraído las referidas piezas, se cuentan las ruinas de:
- Numancia
- Arcóbriga
- Cabezo de Alcalá (Azaila)
A ellas, hay que añadir las estaciones ibéricas de:
- Elche (Alicante)
- El Amarejo
- Meca
- Bonete (Albacete)
- Orihuela
- Marchena (Murcia)
De su estudio cabe inferir la existencia de un arte indígena verdaderamente original a la imitación parcial del griego y que, tal vez, conserva reminiscencias del miceniano, traídas por los fenicios (sobre todo, de Chipre y Rodas).
En cuanto a las pinturas murales ibéricas se conservan apenas algunos restos que pueden estudiarse en las cámaras sepulcrales de los túmulos de Tútugui (hoy Galera, Granada) y en dos urnas cinerarias de piedra de allí extraídas que ostentan visible inspiración griega.
Urna cineraria de borde dentado. Necrópolis ibérica de Tútugi (finales siglo IV – siglo III a.C.). Museo Arqueológico Nacional. Foto: Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Urna. CC BY 2.0. Original file (1,720 × 2,500 pixels, file size: 728 KB).
La urna cineraria de borde dentado que observas procede de la necrópolis ibérica de Tútugi, una de las más importantes de la cultura íbera, localizada en la actual localidad de Galera, en la provincia de Granada. Esta urna tenía como función principal contener las cenizas de un difunto tras el rito de incineración, una práctica funeraria común en el mundo íbero. Su tapa cónica, la decoración geométrica en bandas concéntricas y en zigzag, así como el borde superior recortado en picos, sugieren una clara intención ritual y simbólica, más allá de la función meramente contenedora.
Tútugi no era exactamente una ciudad en el sentido romano posterior, pero sí fue un oppidum, es decir, un asentamiento ibérico fortificado que actuaba como centro político, económico y religioso para su entorno. La necrópolis de Tútugi estaba situada en las afueras de este asentamiento y es especialmente notable por la riqueza y variedad de sus tumbas, muchas de ellas dotadas de ajuares de gran calidad, tanto en cerámica como en objetos de bronce, hierro, vidrio y marfil, así como estatuillas votivas y elementos decorativos de fuerte simbolismo religioso.
El conjunto funerario hallado en Tútugi ha permitido conocer en detalle las creencias y prácticas de los íberos en torno a la muerte. Las urnas cinerarias como esta eran depositadas en cámaras funerarias junto con ofrendas y a veces acompañadas de esculturas o pebeteros con forma humana. La tumba no era solo un lugar de descanso para el difunto, sino también un espacio ceremonial que reforzaba la identidad del linaje y el prestigio social.
La necrópolis estuvo en uso aproximadamente entre los siglos V y II a. C., coincidiendo con el periodo de máxima expansión y desarrollo de la cultura íbera en el sureste peninsular. Los hallazgos de Tútugi, hoy conservados en su mayoría en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de Galera, constituyen uno de los testimonios más ricos y completos del arte funerario íbero. Esta urna, en particular, refleja la sofisticación técnica y simbólica alcanzada por los alfareros íberos y su estrecha relación con la espiritualidad, el rito y la memoria de los muertos.
Cerámica ibérica
Cerámica ibérica es la denominación que en algunos contextos de investigación arqueológica engloba la producción ibera de obra cerámica elaborada con torno rápido, cocida a alta temperatura en hornos de cocción oxidante, y fechada entre el siglo VI y el I a. C. Algunos estudios consideran que este concepto –cerámica ibérica–, aún impreciso, resulta demasiado genérico para la gran variedad de producciones a las que se aplica; no obstante, suele referirse en primera instancia a la cerámica ibérica pintada, un conjunto de vajilla fina decorada con motivos geométricos, florales o humanos de color rojo vinoso. Además de esta categoría que es la más común y generalizada del territorio ibérico, existen otras de similar tecnología y distribución, como la cerámica ibérica lisa (sin decoración), la cerámica ibérica bruñida con incisiones o impresiones, muy difundida en la Meseta, y otras técnicas como la “cerámica de cocina”, cuya pasta incluye desengrasantes que le proporcionan propiedades refractarias, o las llamadas cerámicas grises que proceden de cocciones reductoras, al igual que la cerámica gris, bastante común en el noreste peninsular, puede ser lisa o pintada en blanco.
La existencia de diferentes producciones regionales ha propiciado que en un primer momento los estudios de la cerámica ibérica se limitaran a colecciones específicas (como las del Valle del Ebro, la Alta Andalucía, la provincia de Alicante, o la Región de Murcia), aunque existen otras propuestas de síntesis general.
En cuanto al origen de las cerámicas ibéricas pintadas, los materiales encontrados descubren una correlación entre las importaciones fenicias del siglo VII a. C. y las primeras cerámicas a torno ibéricas que empiezan imitando aquellos prototipos, tanto en forma como en decoración, para consolidar posteriormente tipologías genuinas que incorporan también formas tradicionales del periodo conocido como Hierro antiguo y formas de inspiración griega, cuando no directamente sus imitaciones.
Cerámica pintada del Castellet de Bernabé (Llíria, Valencia). Foto: Pguerin. CC BY-SA 4.0. Original file (1,667 × 1,250 pixels, file size: 2.06 MB).
Con la introducción del torno rápido por los fenicios en el siglo VIII a. C. se produce un cambio en la fabricación de la cerámica en el mundo indígena, lo que permite el desarrollo de una de las manifestaciones más características de la cultura ibérica.
Etapas de la cerámica ibérica, según Ruiz-Molinos:
- Ibérico I (600/580–540/530 a. C.), protoibérico, orientalizante final. Vasos trípodes, vasos con asas triples, formas de barniz rojo y ánforas fenicias.
- Ibérico II (540/530–450/425 a. C.), ibérico antiguo. Urnas de orejeras (Oral), vasos con borde de cabeza de ánade, decoración con bandas. Asociada con cerámica griega de origen masaliota o de Emporiton, y cerámicas áticas de figuras rojas.
- Ibérico III (450/425–350/300 a. C.), ibérico inicial-pleno. Diversificación de formas y motivos. Cerámica de barniz rojo-ibérico en el Levante y Andalucía. Apogeo de la cerámica ática de figuras rojas. Al final (350–300 a. C.) se produce un corte brusco de las importaciones de cerámica griega.
- Ibérico IV (350/300–175/150 a. C.), Ibérico pleno-tardío. Máximo desarrollo de la diversificación. Aparición del estilo de Liria-Oliva. Las decoraciones son variadas e incluyen escenas con guerreros, de recolección, actividades textiles, caballeros, danzantes, músicos, animales, etc. Su final coincide con la aparición de la cerámica campaniense y el final de la segunda guerra púnica.
- Ibérico V (175/150 a. C.–60 d. C.), Ibérico tardío. Vinculada a las producciones romanas (campaniense A y B, sigillata). Estilo de Azaila, continuación del Elche-Archena.
- Ibérico VI (60 d. C.–siglo II/III d. C.). Producción marginal con estilo ibérico en época romana.
Los orígenes de la cerámica ibérica
Existe cierto consenso sobre el origen fenicio de las fuentes de inspiración que dieron lugar a las formas de la cerámica ibérica. A lo largo del siglo VII a. C. las ánforas, tinajas y otras cerámicas a torno, lisas o pintadas fenicias introducidas en el medio indígena peninsular desde las colonias fenicias de Andalucía, dieron lugar a una corriente de imitaciones, burdas en un principio, pero gracias al torno de alfarero y al horno de cámara alcanzaron pronto un alto nivel tecnológico. Las formas que alcanzaron mayor popularidad en esta fase inicial son el ánfora tipo R1 (Rashgún 1), la tinaja pithoide y la urna del tipo Cruz del Negro. Evidenciado por primera vez en Los Saladares (Orihuela), este proceso de aculturación que forma parte de la dinámica orientalizante, ofrece sus mejores testimonios en el sur y el sureste peninsular (de la costa de Huelva a la cuenca del Júcar) sin que sea posible constatar un único foco de difusión. En el Cerro de Los Infantes (Granada) un alfar indígena producía ánforas de tipología fenicia a inicios del siglo VI a. C. asimismo, l’Alt de Benimaquia (Denia) ofrece testimonios de una producción vinaria indígena incipiente del mismo momento, en un contexto en el que abundan las ánforas fenicias y sus imitaciones indígenas a torno, o sea ibéricas. Estas excavaciones arqueológicas proporcionan de paso la hipótesis que la producción de vino, un brebaje exótico desconocido hasta que lo trajeron los fenicios, y la necesidad de producir ánforas, un envase que no formaba parte de los repertorios locales, motivó el cambio tecnológico (torno, horno de cámara) del que resultó la cerámica ibérica. Este proceso resultó ser eminentemente meridional ya que los contactos con los fenicios no acarrearon reacciones de aculturación semejantes en las comunidades indígenas del este y noreste peninsular, tal y como se ha comprobado en Vinarragell (Burriana), Aldovesta (Benifallet). Éstas adoptaron a partir de la segunda mitad del siglo VI a. C. entre otras mutaciones rotundas de sus modos de vida, una cerámica ibérica ya elaborada, procedente del sur y del sureste como se constata en l’Illa d’En Reixach (Ullastret).
En resumen, a partir de finales del siglo VII a. C. y durante gran parte del siglo VI a. C., las primeras cerámicas ibéricas pintadas y lisas del sur y sureste peninsular muestran repertorios de clara filiación fenicia, sobre todo en lo que se refiere a los grandes contenedores como ánforas o tinajas, que incorporan poco a poco formas nacidas de la creatividad indígena.
Imitación ibérica de ánfora fenicia – Alt de Benimaquia, s. VI a. C. Foto: Pguerin. CC BY-SA 3.0.- Original file (1,060 × 1,443 pixels, file size: 201 KB).
La urna de orejetas perforadas
Por su tipología, funcionalidad y difusión, la urna de orejetas perforadas constituye la forma más emblemática de la cerámica ibérica pintada durante el periodo Ibérico Antiguo. El prototipo no procede del ingenio indígena, sino de una forma de origen oriental que alcanzó en el territorio ibérico una enorme popularidad. El cierre hermético de su tapadera hacía de este vaso una forma idónea para la función de urna cineraria y desde el Molar en el Bajo Segura (Alicante), hasta Saint Julien (Pézenas) a orillas del Hérault, la mayoría de las necrópolis ibéricas de los siglos VI y V a. C. incorporan la urna de orejetas perforadas en alguna de sus tumbas. Solveig Nordström ha descrito la técnica de fabricación que permitía el encaje exacto y hermético de la tapadera sobre la urna: Ésta se elaboraba de una sola pieza, incluyendo las orejetas, y luego la tapadera era recortada sobre el torno, con la arcilla todavía blanda. Las orejetas son esos apéndices diametralmente opuestos del vaso y la tapa, atravesadas transversalmente por una perforación que podía cerrarse garantizando el bloqueo de la tapa.
La importancia de la urna de orejetas perforadas radica en un triple motivo. Aunque preexistente, la forma sólo alcanzó popularidad en el marco de la Cultura Ibérica; de hecho su popularización marca el fin del período orientalizante de palpable filiación fenicia y el inicio de lo genuinamente ibérico. Su cronología hace de ella un fósil director del período Ibérico Antiguo, ya que aparece hacia mediados del siglo VI a. C. y cae en desuso a inicios del siglo IV a. C. Finalmente, su distribución del río Segura al Hérault indica que, contrariamente al período anterior, todos los pueblos de esta franja costera constituían una koiné, una comunidad de intereses, posiblemente comerciales y, porqué no, culturales, cuyo factor de cohesión e identificación era ya en el siglo VI a. C. la Cultura Ibérica.
Urna de orejetas perforadas de La Solivella (siglo VI-siglo V a. C.). Foto: Falconaumanni. CC BY-SA 3.0. Original file (3,168 × 4,752 pixels, file size: 6.18 MB).
Las cerámicas ibéricas del período pleno
Miquel Tarradell y Enric Sanmartí (1980) habían constatado la uniformidad tipológica del período antiguo, ya que las mismas formas y decoraciones se hallaban distribuidas en todo el territorio ibérico; sin embargo, a partir del s. IV a. C. se constata una diversificación de los repertorios formales y decorativos que ha acarreado la fragmentación de los estudios sobre la cerámica ibérica desde sus ámbitos regionales. Porque indudablemente existen rotundas diferencias entre el noreste peninsular, donde la cerámica ibérica pintada cae en desuso siendo substituida por producciones grises monocromas, y el sureste, donde las tipologías de formas consolidan prototipos y donde las artes decorativas alcanzan cierto grado de creatividad y sofisticación.
La cerámica ibérica de cocina
La tradición cerámica ibérica alcanzó el ámbito culinario desde el período ibérico antiguo, de forma que en gran parte del territorio ibérico las producciones modeladas a mano fueron desapareciendo a lo largo de los siglos VI y V a. C. En la provincia de Castellón, el río Mijares marca el límite entre la tradición de cerámicas ibéricas a torno y a mano ya que al norte de dicho río, en toda Cataluña y en Languedoc la tradición de las cerámicas de cocina a mano perduró hasta el Imperio romano. Las cerámicas ibéricas de cocina cuentan con un reducido repertorio de formas del que destaca una olla globular, panzuda, de perfil bitroncocónico, borde saliente y base cóncava, y una tapadera hemisférica de pomo anillado. Este «servicio» existe en una gran variedad de tamaños, con pocas variaciones tipológicas. La técnica de elaboración de la cerámica de cocina resulta algo más compleja que la cerámica fina, debido a la inclusión deliberada de desengrasante en la arcilla, que no hay que confundir con las finas partículas, por ejemplo de mica dorada, contenidas de forma natural en el material arcilloso usado por los ceramistas. El desengrasante tenía la finalidad de otorgar propiedades refractarias a la cerámica, ya que sin él la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior de las ollas de cerámica puestas al fuego hubiera provocado su resquebrajamiento.
En el ámbito edetano, el desengrasante de la cerámica de cocina incluye cuarzo molido bastante grueso, con una granulometría grande. Otras inclusiones como la calcita se han disuelto con el tiempo y han dejado poros en la superficie de los vasos. Finalmente, la cocción de esta categoría de cerámica es de técnica reductora, es decir que su gama de colores incluye grises, amarillentos, marrones y negros. La vocación doméstica y culinaria de estas cerámicas es indudable ya que muchas de ellas ostentan en su base los rastros inequívocos de haber permanecido en un hogar. Sin embargo, está documentado su uso como urna de enterramiento o como vaso de almacenaje.
Las cerámicas bruñidas con decoración impresa
En el período Ibérico Pleno se consolidan algunas producciones que empezaron a elaborarse en el siglo anterior, como las cerámicas con decoración impresa cuyas características permiten ahora diferenciar áreas de fabricación. Las cerámicas con decoración impresa también se han incorporado al conjunto de producciones ibéricas. El primero en realizar una recopilación sobre esta técnica decorativa fue Cura Morera para Cataluña, a la que siguieron la Meseta oriental, Murcia, Andalucía oriental y Valencia. En el territorio de la ciudad de Kelin (Caudete de Las Fuentes, Valencia) se ha definido una producción propia con decoración de ovas, espigas, flores, volutas, etc. que perdurará toda la centuria siguiente; en Murcia, se han diferenciado tanto cerámicas con impresiones de estilo indígena como otras que imitan sellos clásicos, llegando a proponer, algunos autores, el uso de matrices importadas; mientras que en la Oretania se pueden distinguir las producciones del Norte, con el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas) como centro más importante (Fernández Maroto et alii, 2007), y las procedentes del Alto Guadalquivir; también en Cataluña, hay decoración impresa sobre cerámica gris.
Imitación ibérica de una crátera de columnas. Necrópolis de Los Campos de Gimeno, Enguera (Valencia). Foto: Juanjocas68. Ceramica iberica que imita al prototipo griego de la crátera de columnas. Aparecida en la excavación de la necrópolis ibérica de Los Campos de Gimeno, Enguera (Valencia). Usada como urna funeraria. Fechada en el s. IV a.C. por el ajuar con el que se acompañaba. CC BY-SA 4.0.

Las cerámicas ibéricas de barniz rojo
Las cerámicas de engobe o barniz rojo tienen su localización en áreas geográficas más concretas, lo que facilita su identificación. Emeterio Cuadrado el primero caracterizó las producciones de Murcia y Albacete, utilizando a menudo el término de cerámicas Ibero-Turdetanas. Más tarde se diferenciaron las producciones ilergetas, las oretanas, con y sin decoración impresa, y las del territorio de Kelin cuyo estudio es todavía muy incipiente.
Las imitaciones
Una de las características de la cerámica ibérica es que a lo largo del tiempo, su repertorio de formas fue incorporado reinterpretándolos algunos de los prototipos más populares de las producciones fenicias, púnicas, griegas y finalmente romanas. El fenómeno de la imitación se da con más frecuencia en las llamadas producciones de prestigio, con especial predilección hacia las cerámicas áticas de figuras rojas y de barniz negro, las cerámicas de barniz negro helenísticas y romanas, reflejando el valor ideológico que les otorgaban los indígenas.
Las cerámicas grises monocromas del noreste peninsular
Durante el período Ibérico Pleno, las cerámicas ibéricas pintadas que constituyen la gran mayoría de producciones ibéricas caen en desuso en el noreste peninsular donde se afianzan las cerámicas grises cuyo uso se había consolidado en el período anterior atribuyéndose a la tradición focea de las cercanas colonias griegas de Emporion, Rhode y Agathe. Las producciones mejor definidas de este período son, pues, la llamada cerámica «gris monocroma» o «gris de la costa catalana», con formas destinadas fundamentalmente a la vajilla de mesa. Algunos de los tipos más característicos son las jarritas, copas, platos, jarros, askoi y kántharos.
En este repertorio, la jarrita bicónica con un asa vertical alcanzó una enorme popularidad tanto en el ámbito peninsular como en el resto de la cuenca occidental del mediterráneo, donde aparece junto con el «Sombrero de Copa» a partir de finales del siglo III a. C. También en el área indigeta se produce una cerámica muy peculiar decorada con pintura blanca, cuyo alfar estaría ubicado en el entorno inmediato del Puig de Sant Andreu de Ullastret y que llega incluso a producir decoraciones figuradas de guerreros y jinetes a imitación de los estilos levantinos. Se fecha entre la segunda mitad del siglo IV y todo el III a. C., pero con un ámbito de difusión muy reducido.
Del período Ibérico Pleno al Ibérico Tardío
A partir del último cuarto del s. III a. C. y durante el s. II a. C. las decoraciones de las cerámicas ibéricas pintadas del este peninsular sufren un salto cualitativo cuyo máximo exponente consiste en el enriquecimiento de los repertorios decorativos con motivos vegetales y florales, epigráficos, animales y humanos, aunque la gran mayoría de las producciones siguen ostentando decoraciones estrictamente geométricas. Las diferencias regionales en estilos pictóricos y en contenidos temáticos fueron detalladamente descritas por Miquel Tarradell. Desde una perspectiva antropológica, las nuevas decoraciones dejan sospechar la existencia de artesanos especializados muy cualificados, ya que algunos escriben, y constituyen el testimonio de una producción de bienes de prestigio incentivada desde los más altos estamentos de las sociedades urbanas. Y aunque existen diferentes estilos y cronologías, el denominador común de todas ellas es que reflejan los valores universalmente asociados a las aristocracias. Por otra parte, no se puede negar que en mayor o menor medida las diferentes producciones estén emparentadas, por lo que reflejan también la intensidad de contactos inter-tribales a pesar de un alejamiento geográfico a menudo considerable. Una producción cerámica característica del mundo ibérico tardío es el kálathos, que tiene forma de sombrero de copa.
El estilo de Liria-Oliva
La llamada escuela de Liria-Oliva consiste en un estilo decorativo epigráfico, floral y humano de la cerámica ibérica pintada, donde se representan personajes de ambos sexos ocupados en actividades como el combate, la caza o la vida espiritual, a veces acompañados de leyendas epigráficas en alfabeto levantino. El estilo de Liria-Oliva es eminentemente narrativo. Las excavaciones de Llíria han proporcionado la más famosa y extensa colección de este estilo destacando el Vaso de los Guerreros con Coraza, el Vaso de los Guerreros, que describe una escena de guerra con jinetes provistos de cascos con penachos, cotas de malla, jabalinas y falcatas e infantes con cascos, escudos y jabalinas en un entorno de decoración vegetal; el Vaso de la Batalla Naval o el Kalathos de la Danza. El nombre de Líria-Oliva se debe a que en la época de su formulación, el poblado contestano del Castellar de Oliva constituía el punto más meridional de dispersión de este tipo de hallazgos. Impulsada por las aristocracias del período Ibérico Pleno, esta producción de bienes de prestigio de distribución predominantemente urbana pudo en un principio difundirse desde un único centro, pero el mecanismo de la emulación competitiva[36] sin duda incentivó rápidamente otras producciones, cuya difusión se extiende con variaciones estilísticas y cronológicas desde Burriana hasta la Albufereta de Alicante y desde Sagunto hasta Caudete de las Fuentes. Cronológicamente, el estilo de Liria-Oliva se enmarca entre mediados del siglo III y el siglo I a. C. y no existe, en el estado actual de la investigación, ningún hallazgo de decoración de Liria-Oliva anterior a mediados del s. III a. C.
Detalle del Vaso de los Guerreros del yacimiento de Tosal de San Miguel, antigua Edeta. Foto: Falconaumanni. CC BY-SA 3.0. Original file (3,168 × 4,752 pixels, file size: 7.65 MB).
El estilo de Elche-Archena
El estilo de Elche-Archena ha sido definido a partir de los hallazgos de la Alcudia (Elche) y del Cabezo del Tío Pio (Archena, Murcia) Al igual que Liria-Oliva, Elche-Archena es un estilo pictórico narrativo donde los motivos geométricos se asocian a representaciones florales, animales y humanas. La gran diferencia con el anterior estriba sobre todo sus temáticas eminentemente religiosas, destacando los contenidos de corte mitológico y posiblemente, el mundo de ultratumba. Aparecen divinidades aladas, fieras con las fauces abiertas en actitud amenazantes, a veces enfrentadas en combate a un personaje humano representado recurrentemente como un héroe mitológico. Las investigaciones más recientes fechan el inicio del estilo de Elche-Archena a partir de mediados del siglo II a. C. y su final en el siglo I d. C. Aunque genuinamente ibérico en su expresión y contenido, el estilo Elche-Archena constituye una expresión artística del período ibero-romano. Su aportación al conocimiento de la Cultura Ibérica es complementaria a la de Liria-Oliva, ya que las temáticas constituyen una puerta abierta sobre la superestructura y la expresión religiosa de los Iberos.
Escena figurada en un tinaja ibérica de La Alcudia de Elche. Foto: Pguerin. CC BY-SA 3.0.

El estilo de Azaila-Alloza
El estilo Azaila-Alloza debe su nombre a las colecciones arqueológicas de dos importantes poblados aragoneses como son el Cabezo de Alcalá (Azaila) y el Castelillo (Alloza). En el estado actual de la investigación, la cronología del estilo de Azaila-Alloza se fecha casi contemporáneamente al de Elche-Archena, esto es en pleno período ibero-romano. Sus primeros elementos se dan al parecer a partir de la segunda mitad del siglo II a. C. y hasta el siglo I a. C. en un área que abarca las actuales provincias de Teruel y Zaragoza. Al igual que en Llíria o en Elche, el estilo de Azaila-Alloza destaca por el enriquecimiento temático de la decoración pintada de la cerámica ibérica al incorporar motivos vegetales, animales y humanos, pero a diferencia de los anteriores, el contenido narrativo de las escenas pierde su carga simbólica ya que salvando la excepción de algunas extraordinarias escenas naturalistas con animales, las composiciones más emblemáticas constituyen a menudo meros frisos decorativos sin contenido ideológico
Cálato de arcilla de Cabezo de Alcalá (siglo II a. C.). Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (1,830 × 2,326 pixels, file size: 1.92 MB).
El cálato de arcilla que aparece en la imagen procede del yacimiento de Cabezo de Alcalá, situado en Azaila (Teruel), uno de los asentamientos más relevantes de la cultura íbera en el valle del Ebro. Está fechado en el siglo II a. C., dentro de la etapa final del periodo íbero, poco antes de la plena integración en el mundo romano.
Un cálato es un recipiente de cerámica, habitualmente de forma cilíndrica y con tapa, que en el contexto íbero tenía una función doméstica, ritual o funeraria. Su uso pudo estar vinculado al almacenamiento de alimentos, perfumes o elementos simbólicos, pero también es frecuente que se emplearan como urnas cinerarias en contextos funerarios.
Este ejemplar destaca por su decoración pintada en tonos rojizos y oscuros, con motivos naturalistas que incluyen animales fantásticos, aves, árboles estilizados y figuras geométricas. La riqueza del diseño revela la sofisticación alcanzada por los talleres cerámicos íberos, especialmente en zonas como el valle medio del Ebro, donde la cerámica decorada adquirió un papel fundamental en los ritos sociales y religiosos.
Cabezo de Alcalá fue un oppidum fortificado que controlaba una amplia zona del Bajo Aragón. Su desarrollo estuvo fuertemente influido por los contactos con el mundo mediterráneo, lo que se refleja tanto en su urbanismo como en su cerámica. El cálato hallado allí es un ejemplo excepcional de la función simbólica y artística de la cerámica íbera, que no solo cumplía tareas utilitarias, sino que también expresaba el estatus social, las creencias religiosas y la estética refinada de una cultura plenamente desarrollada antes de la romanización.
Hoy en día esta pieza se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de España y forma parte del corpus más representativo de la cerámica pintada íbera de la península.
El estilo de Fontscaldes y la difusión mediterránea del Sombrero de Copa
Desde los trabajos de Antonio García y Bellido en 1952 los investigadores se han tomado interés por la difusión de la cerámica ibérica pintada en la cuenca occidental del cuenca del Mediterráneo, y a los trabajos de Nino Lamboglia sobre la cerámica ibérica de Albintimilium[ siguieron una serie de notas cuyo mapa de distribución se enriquece y actualiza a medida que avanzan las investigaciones. Desde el principio de estos estudios ha llamado la atención el reducido repertorio tipológico de los hallazgos, que prácticamente se limitan a la forma del «Sombrero de Copa» o «kalathos», un hecho que desde entonces se explica aduciendo el carácter de envase comercial de dicha forma. En otras palabras, la cerámica ibérica no es más que el medio de transporte de una mercancía, quizás miel, o cera, comercializada desde la península a partir de la conquista romana, dada su cronología de los siglos II y I a. C. Aquellos primeros estudios también identificaron el origen geográfico de esta difusión en el noreste peninsular. El alfar ibérico de Fontscaldes (Valls, Tarragona) dado a conocer por Colominas desde 1920 había proporcionado prototipos de «Sombreros de Copa» semejantes por sus tipos y decoraciones a aquellos que fueron hallándose en gran parte de las costas de Italia y del Sur de Francia.
Los testares del alfar ibérico de Fontscaldes han proporcionado cinco producciones del «sombrero de copa», diferenciadas por sus tamaños, así como una forma de plato hondo o lekane, todos ellos con decoraciones geométricas o fitomorfas. Las producciones decoradas con motivos vegetales que dan su nombre al «estilo de Fontscaldes» muestran dos patrones decorativos cuyo tema principal es la llamada «hoja de hiedra», un motivo vegetal coriforme con sus roleos y brácteas, representado en tallo serpenteante alrededor del vaso o exento en [metopas] alternando con paneles geométricos. Curiosamente el lekane, es el prototipo que de forma minoritaria acompaña al sombrero de copa en su distribución extra-peninsular, con hallazgos significativos en Ruscino (Perpiñán), Ensérune (Beziers) y Espeyran (Saint Gilles).
Ello ha sido utilizado para otorgar a este alfar cercano a Tarragona una vocación industrial volcada al comercio exterior marítimo. Un segundo centro productor de «Sombreros de Copa», con una decoración geométrica que podríamos cualificar como «decadente», que incluye producciones de vasos grises de decoración roja, podría hallarse en el hinterland de Ampurias.
Finalmente, parece que muchos hallazgos de Italia (Albintimilium) y del sur de Francia (Ensérune) no hallan sus paralelos ni en Fontscaldes, ni en Ampurias, sino en las producciones llergetas del Bajo Segre. La importancia de la difusión mediterránea de la cerámica ibérica estriba en un triple motivo: en primer lugar, acontece en un ámbito en el que la alfarería traspasa el nivel de producción artesanal para alcanzar un nivel industrial; el estilo de Fontscaldes se distingue por sus estereotipos: el reducido repertorio de formas y la escasa complejidad de las decoraciones pintadas. En segundo lugar los mapas de distribución de hallazgos reflejan la vocación marítima de su comercialización y finalmente se sospecha que la expansión mediterránea de esta cerámica fue potenciada por la presencia romana en Hispania, especialmente en el noreste peninsular. La asignatura pendiente de esta investigación quizás consista en completar el mapa de difusión con hallazgos peninsulares, lo cual constituye un auténtico reto dada la dificultad de distinguir entre producciones locales e importaciones.
12. Cabecitas de terracota. Siglo I a. C. Timiaterio plástico de torito. Siglo I a. C. 14ː Lucernas romanas. 100-14 a. C. Siglo I a. C. 15ː Cálato reticulado. Museu Monogràfic de l’Alcúdia (Elx). Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0. Original file (4,000 × 2,831 pixels, file size: 7.69 MB).
Cálato pintado con motivos geométricos. Mide unos 20 cm de altura y está datado en el siglo II a. C. Procede del Corral de Saus (Moixent, Valencia). Foto: Ángel M. Felicísimo from Mérida, España. CC BY 2.0. Original file (2,313 × 2,500 pixels, file size: 930 KB).
El cálato que muestras es una pieza excepcional de la cerámica ibérica oriental, datado en el siglo II a. C. y procedente del yacimiento del Corral de Saus, en el término municipal de Moixent (Valencia). Este yacimiento forma parte del área de influencia cultural de los edetanos y está relacionado con otros centros ibéricos destacados como la Bastida de les Alcusses, con los que comparte características materiales y estilísticas.
El cálato tiene una forma cilíndrica, de unos 20 cm de altura, y está decorado con una extraordinaria riqueza de motivos geométricos pintados, entre los que destacan espirales, líneas quebradas, ondas, rombos, tramas y zarcillos. La decoración se organiza en bandas horizontales y paneles verticales bien delimitados, lo que le confiere un ritmo visual marcado y armónico. Los colores predominantes son el rojo vinoso y el negro sobre fondo claro, logrados mediante engobes minerales y técnicas de cocción controladas.
En cuanto a su función, los cálatos podían tener diversos usos. Algunos fueron recipientes domésticos o de almacenamiento, pero muchos —como este— se han encontrado en contextos funerarios, por lo que es probable que tuviera un uso ritual o simbólico, quizá como ofrenda o recipiente para contener alimentos o bienes en las tumbas. La minuciosidad de su decoración sugiere que no era un objeto utilitario común, sino una pieza cargada de significado ceremonial o estatus.
La cerámica de la zona de Moixent se caracteriza por su alto nivel técnico y por la persistencia de motivos geométricos frente a las figuras más naturalistas que aparecen en otras regiones ibéricas. Este cálato, en particular, refleja la continuidad de tradiciones decorativas antiguas, posiblemente heredadas del Bronce Final y adaptadas a los nuevos lenguajes visuales de la cultura íbera.
Hoy en día, esta pieza es un testimonio valioso de la estética simbólica del mundo íbero, de su relación con la muerte y con los rituales, y del dominio artístico de los alfareros de la costa mediterránea peninsular en los últimos siglos antes de la romanización.
Piezas de cerámica ibérica. Necrópolis de Baza. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (1,848 × 2,023 pixels, file size: 1.95 MB).
Museo de Historia de. Cataluña. Foto: Enfo. CC BY-SA 3.0. Original file (2,816 × 1,856 pixels, file size: 1.23 MB).
Colección permanente del Museo Juan Cabré. Cubre piezas desde la prehistoria hasta la edad moderna. Foto: Nachosan. CC BY-SA 4.0. Original file (3,264 × 2,448 pixels, file size: 1.38 MB).
Museo de Albacete. Ajuar funerario (s. V a.C.) Proveniente de la sepultura 25 de la necrópolis de los Villares (Hoya Gonzalo). Cerámica ibérica y griega, oro, piedra, bronce, plomo y pasta vítrea. Foto: Enrique Íñiguez Rodríguez (Qoan). CC BY-SA 4.0. Original file (4,564 × 3,022 pixels, file size: 4.44 MB).
Plato y cuenco cerámicos decorado-. Muestra de cerámica Íbera. Foto: Olympus digital camera. FRANCIS RAHER .- Museo provincial de Teruel. CC BY 2.0. Original file (3,193 × 2,394 pixels, file size: 6.65 MB).
Escena en un vaso ibérico de unos 27 cm de altura, datado en los siglos III-II a.C. Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Vaso ibérico. CC BY 2.0. Original file (2,500 × 1,279 pixels, file size: 755 KB).
Urna cineraria, Necrópolis de Cerro Santuario (Baza), 350-300 aC, cerámica a torno, Museo Arqueológico y Etnológico de Granada, España. Foto: Tyk. CC BY-SA 4.0. Original file (2,444 × 3,221 pixels, file size: 3.72 MB).
La urna cineraria que muestras procede de la necrópolis del Cerro del Santuario, en Baza (Granada), y está datada entre los años 350 y 300 a. C., en pleno periodo ibérico clásico. Se conserva en el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada y constituye un ejemplo característico de las prácticas funerarias íberas del sureste peninsular.
Esta urna, realizada en cerámica torneada, presenta una forma globular con base alta y tapa cónica, además de una cuidada decoración geométrica a base de bandas pintadas en rojo vinoso y motivos en abanico semicircular y líneas concéntricas, típicos del repertorio ibérico del sureste. Su forma estilizada y equilibrada, así como el uso de pigmentos minerales sobre engobe claro, revelan un alto nivel técnico y estético.
El uso de este tipo de urnas era estrictamente funerario: contenían las cenizas del difunto tras la incineración, práctica habitual entre los íberos. Estas urnas se depositaban en cámaras funerarias, a menudo acompañadas de ajuares cerámicos, armas, elementos personales y a veces figuras votivas. En este caso, su procedencia del mismo yacimiento que la Dama de Baza subraya la importancia del lugar como centro ritual de una comunidad aristocrática íbera.
La necrópolis del Cerro del Santuario es uno de los yacimientos más relevantes del mundo íbero. En ella se han hallado más de un centenar de tumbas, muchas de ellas ricamente ornamentadas y con gran variedad de objetos, lo que ha permitido conocer en profundidad las costumbres funerarias, la organización social y el pensamiento religioso de los íberos bastetanos.
Esta urna no solo es un recipiente para los restos del difunto, sino también un objeto simbólico, que representa el respeto por los antepasados, la conexión con el más allá y la identidad del linaje. Su conservación y exposición en el museo granadino permite valorar la riqueza artística, la espiritualidad y la complejidad cultural de la sociedad íbera del sur peninsular.
Urna cineraria ibérica de cuello acampanado de la Necrópolis de Mengíbar (Jaén). Siglo IV a. C. Altura: 35 cm; diámetro base: 8,50 cm; diámetro exterior: 27 cm. Nº Inv. 1992/66/28. Museo Arqueológico Nacional de España. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0. Original file (3,485 × 4,000 pixels, file size: 4.94 MB).
La urna cineraria ibérica de cuello acampanado que mencionas procede de la necrópolis ibérica de Mengíbar, localizada en la provincia de Jaén, y se encuentra actualmente en el Museo Arqueológico Nacional de España, catalogada con el número de inventario 1992/66/28. Está fechada en el siglo IV a. C., en plena etapa de desarrollo de la cultura íbera del Alto Guadalquivir.
La pieza mide 35 cm de altura, tiene un diámetro de base de 8,5 cm y un diámetro exterior máximo de 27 cm. Está realizada en cerámica modelada a torno, con una forma de cuello acampanado y cuerpo globular, propia del repertorio cerámico íbero oriental. La superficie presenta, por lo general, una decoración pintada o alisada, aunque en muchos casos estas urnas también se hallan sin ornamentación, como es común en los contextos funerarios del valle del Guadalquivir.
Respecto a la necrópolis de Mengíbar, no se trata de una ciudad en sí, sino de un área funeraria perteneciente a un núcleo de población íbero situado en las cercanías, posiblemente vinculado con un oppidum o centro regional. Mengíbar se halla en una zona estratégica del Alto Guadalquivir, próxima a otros grandes yacimientos íberos como Cástulo (Linares) y la propia Jaén, por lo que cabe suponer que formaba parte de un territorio bien articulado, con jerarquías políticas y sociales definidas.
La función de la urna era contener las cenizas del difunto tras el rito de incineración, práctica habitual en el mundo íbero. Estas urnas se colocaban en tumbas junto a otros objetos de ajuar: armas, fíbulas, cerámicas, herramientas o elementos decorativos. El hecho de que esta urna haya sido recuperada y conservada íntegra indica su pertenencia a una tumba de cierta importancia, probablemente de un individuo con estatus medio o elevado.
En conjunto, la urna cineraria de Mengíbar es un ejemplo representativo del ritual funerario íbero en la Alta Andalucía y permite comprender tanto la artesanía cerámica como las creencias asociadas a la muerte y el más allá en esta cultura prerromana. Su forma, proporciones y conservación la convierten en una pieza valiosa para documentar las prácticas funerarias en el corazón del mundo íbero del sur peninsular.
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Religión
La religión es un tema poco conocido de la cultura ibérica, pero en los últimos años se han producido importantes avances en el conocimiento e interpretación de muchos hallazgos. Las fuentes fundamentales son los materiales arqueológicos, y los escasos escritos. Entre los materiales más relevantes estarían los exvotos de bronce, terracota y piedra, la cerámica y otros objetos como falcatas votivas.
Algunas de las deidades que se han identificado en el área íbera son Betatun y Netón. A través de las fuentes griegas se conoce que en algunos casos, se divinizó a personas históricas, como en el caso de Aletes, lo que podría suponer una forma de culto a los antepasados. Existieron también divinidades que eran compartidas con los otros grupos étnico-culturales de la península ibérica, como Airón, cuyo culto parece haber estado presente tanto en áreas celtas como en el sureste de las íberas.
Animales sagrados
Poco se sabe del mundo de los dioses de los iberos, lo poco que se conoce es gracias a escritos de antiguos historiadores y filósofos, y a algún que otro resto arqueológico. De lo que sí se tiene constancia, es que animales como los toros, lobos, linces, o buitres, formaban parte de este mundo, ya fuese como dioses, símbolos, vínculos con el mundo mortal y sus ‘espíritus’, o el mundo divino.
El toro representaría la virilidad y la fuerza. El lince estaba vinculado al mundo de los muertos. Los buitres llevaban las almas de los guerreros muertos en las batallas al mundo de los dioses. No se sabe mucho más, ya que ha perdurado escasa información sobre estos asuntos.
Leona de Baena, ejemplo de animal presente en contextos funerarios. Relanzón, Santiago (photo) – Museo Arqueológico Nacional. CC BY-SA 4.0.

La Leona de Baena es una escultura ibérica de gran valor simbólico y religioso que se interpreta dentro de un contexto claramente funerario. Fue hallada en el Cerro del Minguillar, en las proximidades de Baena, en la provincia de Córdoba, y representa una figura felina en actitud vigilante o agresiva, a menudo identificada como una leona. Está tallada en piedra y data aproximadamente del siglo V a. C., aunque su tipología se repite en otras esculturas similares del mundo íbero.
Su significado principal parece estar relacionado con el mundo de los muertos y con la protección del tránsito al más allá. En muchas culturas mediterráneas antiguas, la figura del león o la leona cumple una función apotropaica, es decir, de defensa o custodia espiritual. En el caso de la Leona de Baena, se cree que su función era precisamente la de vigilar la tumba del difunto, proteger su descanso y, simbólicamente, mantener alejadas las amenazas del mundo de los vivos o de los espíritus hostiles.
La leona no solo representa fuerza y poder, sino también una dimensión sagrada. Su asociación con el ámbito funerario sugiere que se trataba de un símbolo de prestigio, reservado a tumbas de personajes relevantes, probablemente miembros de la aristocracia local. La colocación de esculturas animales junto a las tumbas era común entre los íberos y formaba parte de un sistema de creencias en el que los animales actuaban como guardianes, guías del alma o mediadores entre el mundo material y el espiritual.
Es posible también que la leona tuviera un valor simbólico vinculado a divinidades femeninas o maternas, relacionadas con la fertilidad, la muerte y la regeneración. La presencia de estos animales en el arte íbero está estrechamente ligada al culto a los antepasados y a la sacralización del espacio funerario.
En conclusión, la Leona de Baena es una expresión escultórica con un fuerte contenido ritual. Su función principal era proteger simbólicamente la tumba donde se encontraba, como guardiana del mundo de los muertos, pero también transmitir la autoridad, la dignidad y el carácter sagrado del difunto. Forma parte de un conjunto más amplio de esculturas animales del mundo íbero que nos hablan del profundo simbolismo religioso que impregnaba la vida y la muerte en estas sociedades prerromanas.
La religión íbera era profundamente simbólica, práctica y de carácter politeísta. No se trataba de una religión sistematizada ni unificada, sino que variaba en función del territorio, influida tanto por antiguas tradiciones locales como por el contacto con otras culturas mediterráneas como la fenicia, la griega o la cartaginesa. Sin embargo, a pesar de esa diversidad, los íberos compartían una misma visión general del mundo espiritual, centrada en el culto a los antepasados, la sacralización de la naturaleza, la importancia del rito funerario y la protección de las divinidades. La religión formaba parte integral de la vida cotidiana, el poder político, la guerra y la muerte.
Uno de los elementos más característicos de esta religiosidad práctica es el uso de los exvotos, pequeñas figuras o representaciones simbólicas ofrecidas a los dioses como muestra de gratitud, petición, promesa o protección. Los exvotos se depositaban en santuarios al aire libre, cuevas o templos rurales y cumplían una función devocional concreta. Podían representar figuras humanas, animales, objetos cotidianos o símbolos abstractos. En el caso de las figuras humanas, es frecuente ver representaciones de hombres, mujeres o niños en actitud orante, a menudo desnudos o vestidos con túnicas, con los brazos alzados o portando ofrendas. Estas figuras eran una forma de materializar la presencia del creyente ante la divinidad, de pedir salud, fertilidad, protección en la guerra o en los partos, e incluso de dar gracias por los favores recibidos.
El exvoto no era un simple amuleto sino un objeto cargado de intención sagrada. Era el cumplimiento de una promesa, un gesto simbólico de entrega. Su eficacia no residía en el objeto en sí, sino en la voluntad del oferente y en el acto ritual que lo acompañaba. Algunos exvotos eran anónimos, pero otros llevaban inscripciones que permitían identificar a la persona que lo ofrecía o a la divinidad a la que iba dirigido. Los lugares donde se acumulaban los exvotos eran considerados espacios sagrados, puntos de contacto entre lo humano y lo divino, donde se establecía un vínculo permanente con las fuerzas espirituales.
En el mundo íbero, además del exvoto, la religión se expresaba en santuarios, altares, rituales de libación, sacrificios animales y ofrendas de alimentos. La naturaleza tenía un papel esencial en la concepción religiosa, y muchos lugares considerados sagrados estaban vinculados a montañas, fuentes, cuevas o árboles. La muerte ocupaba un lugar central en su sistema de creencias, y las prácticas funerarias, como las incineraciones acompañadas de ricos ajuares, reflejan una fuerte preocupación por el tránsito al más allá y por el mantenimiento del estatus del difunto.
También existía una dimensión doméstica de la religión. En las viviendas íberas se han hallado pebeteros con forma humana, estatuillas o pequeños altares portátiles que probablemente se utilizaban en rituales familiares. Además, ciertos animales como la leona, el toro o el caballo tenían un valor simbólico profundo, a menudo relacionado con la fuerza, la fertilidad o la protección espiritual.
No conocemos con certeza los nombres de las divinidades íberas, aunque en algunos casos se ha especulado con deidades locales o con adaptaciones de divinidades extranjeras. Lo que sí está claro es que su religión no era abstracta ni filosófica, sino profundamente simbólica, ligada al cuerpo, al mundo material y a las relaciones humanas. Era una religión vivida, ligada al ciclo de la vida, la tierra y la comunidad.
En resumen, la religión íbera era una práctica social y espiritual diversa, centrada en el culto a los dioses, los antepasados y las fuerzas naturales. Los exvotos eran una forma clave de interacción con lo sagrado, manifestaciones tangibles de la fe, el deseo o la gratitud del creyente. Su presencia en santuarios rurales y en espacios comunitarios da testimonio de una religiosidad profunda, cercana, emocional y ritualizada, que formaba parte inseparable de la vida y la identidad cultural del pueblo íbero.
Rituales funerarios
Los iberos utilizaban el rito de la incineración, conocido gracias a los fenicios o a los pueblos transpirenaicos que introducen la cultura de los campos de urnas.
Las cenizas eran guardadas en urnas cinerarias de cerámica con forma de copa, con tapa y sin decoración. Otras tenían forma de caja con patas terminadas en garras, con tapadera y decoración de animales. Las urnas se introducían en fosos excavados en tierra junto con un ajuar funerario. Los íberos, para señalizar el lugar de la tumba, construían túmulos de variadas dimensiones, aunque había enterramientos mucho más elaborados para las clases sociales más altas como ocurre en el caso de la Cámara Sepulcral de Toya, Peal de Becerro (Jaén).
Se han hallado túmulos con recipientes cerámicos a los pies de la difunta, como la Dama de Baza que está sentada en una especie de trono alado, o Dama de Elche que guarda y protege los restos y el ajuar funerario. En otros túmulos se depositaban las armas del difunto, al que se incineraba y se introducía en una vasija de cerámica ornamentada. En algunos funerales se peleaba sobre la propia tumba hasta la muerte, como en el entierro de Viriato.
Caja funeraria ibera hallada en Galera. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (2,448 × 1,952 pixels, file size: 1.73 MB).
La caja funeraria íbera hallada en Galera, como la que se muestra en la imagen, es una urna en forma de caja que se utilizaba para contener las cenizas del difunto tras el rito de incineración, una práctica habitual en la cultura íbera. Este tipo de recipiente funerario, también conocido como urna-caja, aparece con frecuencia en necrópolis del sureste peninsular, especialmente en la región de la Bastetania, donde se encuentra la actual localidad de Galera, en la provincia de Granada.
Estas cajas funerarias no solo cumplían una función práctica de almacenamiento de restos, sino también un papel simbólico y ceremonial muy importante. Su forma rectangular, su tapa decorada y su elaboración cuidada con motivos pintados en rojo sobre fondo claro indican que eran concebidas como verdaderos contenedores sagrados. El cuerpo del difunto era reducido a cenizas mediante cremación y después depositado cuidadosamente en su interior, junto con objetos personales, pequeñas ofrendas y a veces elementos rituales.
Los motivos decorativos, generalmente geométricos o vegetales, a menudo incluyen espirales, grecas, meandros, ondas y otros patrones de carácter simbólico. Estas formas podían representar la eternidad, el ciclo de la vida y la muerte, o servir como protección mágica del alma del difunto. La decoración cumplía una función apotropaica, es decir, de protección espiritual del contenido, y ayudaba a marcar la dignidad o el estatus social del fallecido.
La elección de una urna en forma de caja rectangular también sugiere una concepción simbólica del más allá como una morada, un lugar de descanso. Se trataba, en cierto modo, de una casa para el alma, construida en miniatura, que permitía al difunto continuar su existencia en otro plano. Este simbolismo conecta con la cosmovisión íbera, donde el culto a los antepasados y la memoria de los muertos tenían un papel central en la vida comunitaria.
Galera fue uno de los centros más importantes de la cultura íbera en la región bastetana. La necrópolis de Tútugi, próxima a la localidad, ha proporcionado una gran cantidad de ajuares y urnas como esta, muchas de ellas asociadas a tumbas de élite. Su hallazgo en contextos funerarios bien definidos demuestra que este tipo de cajas no eran simples recipientes, sino elementos cuidadosamente diseñados para formar parte de un rito que unía lo humano y lo divino, la vida y la muerte.
Estas cajas funerarias eran urnas cinerarias de alto valor ritual. Su diseño rectangular y su decoración las convertían en verdaderos santuarios personales del difunto, expresión material del respeto por los muertos, del deseo de protección en el más allá y de la profunda religiosidad que impregnaba la cultura íbera.
Santuarios
Se han identificado lugares de culto como santuarios urbanos, algunos de los más importantes localizados en la Contestania y área de influencia como el Santuario de la Serreta (Alcoy), famoso por sus terracotas, el Santuario del Cerro de los Santos (Albacete), el templo urbano de La Alcudia (Elche), los templos de la Isleta (Campello), el santuario de la Luz (Verdolay, Murcia), el santuario de El Cigarralejo (Mula, Murcia), el Santuario de Coimbra de Barranco Ancho (Jumilla, Murcia) y el santuario de La Encarnación (Caravaca, Murcia). También se han identificado espacios sacros como el santuario doméstico de El Oral (S. Fulgencio, Alicante), o el de la Bastida de les Alcuses (Mogente, Valencia) y depósitos votivos como el encontrado en el El Amarejo (Bonete, Albacete), o el posible santuario de Meca (Ayora, Valencia). En el ámbito rural, destaca el Santuario de El Pajarillo (Huelma, Jaén), localizado en un punto estratégico de tránsito y que exhibe una arquitectura teatral de compleja narración mitológica para la fama del príncipe ibero protagonista del conjunto escultórico. También en el ámbito rural en 2004 fue descubierto en el Cerro del Sastre (Montemayor, Córdoba) un santuario ibérico que puede considerarse único en España, por conservar gran parte de su perímetro de muro (de más de dos metros de alto) así como las escaleras de acceso al conjunto.
Otra característica es el empleo de grutas o cavernas a modo de santuarios, en los que se depositaban pequeñas estatuillas, llamadas exvotos, como ofrenda votiva a alguna deidad. Estas figuras son tanto de mujeres sacerdotisas como de hombres guerreros, a pie o a caballo, otras están sacrificando algún animal con un cuchillo, o mostrando su respeto con las manos en alto, o con los brazos abiertos.
Se podría destacar el valor simbólico y cultural de estos espacios y su función dentro del sistema religioso y político de la sociedad íbera. Los santuarios no eran simples lugares de culto aislados sino centros de confluencia espiritual, social y territorial. Muchos de ellos estaban situados en emplazamientos estratégicos como pasos de montaña, cruces de caminos o límites territoriales, lo que sugiere que también cumplían una función de control simbólico del espacio.
El carácter sagrado de los santuarios íberos no estaba limitado a lo monumental. La sacralidad podía impregnar desde un altar doméstico hasta un paisaje completo. En este sentido, muchos de los santuarios eran al aire libre, integrados con el entorno natural, reforzando la conexión entre religión y naturaleza. Esta relación espiritual con el paisaje se evidencia en la ubicación elevada de muchos santuarios, desde donde se dominaban amplios territorios, como sucede con El Pajarillo o Coimbra del Barranco Ancho.
La iconografía y los exvotos hallados en estos santuarios permiten reconstruir parte del universo religioso íbero. Las representaciones de hombres armados, mujeres orantes, animales sacrificados y figuras zoomorfas o antropomorfas revelan una rica mitología local. El gesto de las manos alzadas, frecuente en los exvotos de terracota, se interpreta como una actitud de súplica o reverencia. Algunas de estas figuras están estandarizadas, lo que sugiere una producción especializada y quizá incluso cierto grado de profesionalización ritual. También es posible que existieran sacerdotes o sacerdotisas que actuaban como intermediarios con las divinidades, aunque esta figura es difícil de documentar de forma directa.
Los santuarios urbanos como el de La Alcudia o el de la Serreta estaban integrados en la trama social y política de la ciudad. Su presencia reforzaba la legitimidad del poder aristocrático y el vínculo con los antepasados divinizados o con deidades protectoras del linaje y la comunidad. En cambio, los santuarios rurales o periféricos, como El Pajarillo o el Cerro del Sastre, parecen haber tenido una dimensión más ligada a la memoria heroica y al prestigio dinástico, además de funcionar como centros de peregrinación y ofrenda.
También conviene destacar que estos lugares podían incluir rituales públicos, festividades, sacrificios y banquetes colectivos, lo que refuerza su papel como espacios de cohesión social. En algunos casos se han hallado restos de alimentos, huesos animales o cerámicas fragmentadas, indicios de celebraciones rituales en honor a la divinidad. Incluso hay evidencias de prácticas oraculares o votivas relacionadas con la salud, la fertilidad o la guerra.
Finalmente, podrías mencionar que muchos de estos santuarios siguieron siendo utilizados o reutilizados en época romana, lo que indica una continuidad o adaptación de las creencias íberas a las nuevas estructuras culturales. En resumen, los santuarios íberos eran mucho más que templos: eran nodos de identidad comunitaria, puntos de relación con lo sagrado, escenarios de la memoria colectiva y reflejo de un mundo simbólico profundamente vinculado al territorio, la vida social y la muerte.
Asentamientos
Los oppida fueron los principales núcleos urbanos de la cultura íbera y constituyen una de las expresiones más características de su organización territorial y social. Estos asentamientos fortificados, construidos estratégicamente en zonas elevadas como colinas, cerros o lomas, no solo respondían a criterios defensivos sino también a necesidades políticas, económicas y simbólicas. Su ubicación en altura les proporcionaba una ventaja militar evidente, permitiendo vigilar los accesos, controlar rutas comerciales y defenderse con eficacia en caso de ataque, en un contexto histórico marcado por la inestabilidad y la competencia entre distintos pueblos.
Más allá de su función defensiva, los oppida eran centros de poder local. Desde ellos se administraban los territorios circundantes, se organizaba la redistribución de recursos, se controlaban los intercambios comerciales y se estructuraba la vida política. Estaban dominados por una aristocracia guerrera que residía en los espacios más destacados del recinto y que ejercía funciones de gobierno, justicia y liderazgo militar. Estos asentamientos también concentraban la actividad religiosa mediante santuarios, altares o espacios sacros integrados en la trama urbana o en sus alrededores.
Desde el punto de vista urbanístico, los oppida presentan una planificación funcional y adaptada al terreno. Las viviendas se organizaban en terrazas o calles adaptadas a la pendiente, muchas veces pavimentadas, con sistemas de canalización del agua y estructuras comunitarias como cisternas, hornos o áreas de trabajo artesanal. Los recintos estaban protegidos por murallas construidas con piedra, tierra o adobe, a menudo reforzadas con torres, bastiones y puertas monumentales que controlaban el acceso y marcaban el estatus del lugar.
Los oppida también eran centros económicos. En ellos se han documentado talleres metalúrgicos, alfarerías, hornos y depósitos de alimentos. Su función comercial era clave, ya que actuaban como nodos en las redes de intercambio tanto internas como con culturas foráneas, como fenicios, griegos y cartagineses. Esta actividad generaba riqueza y reforzaba el prestigio de las élites que controlaban el acceso a bienes exóticos y materias primas valiosas.
El papel simbólico de los oppida no puede ser subestimado. Eran la sede del linaje dominante, el corazón del territorio de una comunidad y el lugar donde se concentraba la memoria colectiva a través de santuarios, necrópolis o esculturas monumentales. Representaban la civilización frente al entorno natural, el centro del poder frente a la periferia rural. Su monumentalidad, aunque en muchos casos discreta, transmitía un mensaje claro de orden, control y pertenencia.
En definitiva, los oppida fueron mucho más que asentamientos fortificados. Fueron auténticas ciudades protohistóricas que condensaban la vida política, económica, religiosa y militar de las sociedades íberas. Su arquitectura, planificación y emplazamiento responden a una concepción compleja del territorio, basada en la seguridad, el prestigio aristocrático, la organización comunal y la conexión con las redes de intercambio mediterráneas. Como tales, los oppida encarnan la expresión más desarrollada del urbanismo prerromano en la península ibérica y anticipan muchas de las funciones que más tarde asumirán las ciudades bajo dominio romano.
Modelo de la fortaleza de Vilars de Arbeca, ubicada en un llano y fortificada en su perímetro. Ángel M. Felicísimo from Mérida, España – Fortaleza de Los Vilars. CC BY 2.0. Original file (3,500 × 2,416 pixels, file size: 2.02 MB).
La fortaleza de los Vilars de Arbeca estuvo activa unos 400 años, entre 775 y 325 a.C. Está en una zona de llanura en la comarca de Las Garrigas, provincia de Lleida. La reconstrucción muestra su forma ovalada, estructurada alrededor de una cisterna de agua que ocupa el centro de una plaza junto a la cual se van levantando las viviendas de forma rectangular. El conjunto está rodeado de una muralla de cinco metros de ancho con 12 torres semicirculares y un foso inundable de 15 metros de anchura y 4 de profundidad en el que se abren dos puertas de acceso de pequeñas dimensiones. Rodeando el complejo había una barrera de piedras clavadas en el suelo. La maqueta está en el Museo de Lleida.
La imagen muestra una maqueta de la fortaleza de los Vilars de Arbeca, uno de los yacimientos arqueológicos más impresionantes y singulares de la Edad del Hierro en la península ibérica. Se trata de un asentamiento fortificado ubicado en la comarca de Les Garrigues, en la provincia de Lleida (Cataluña), y estuvo ocupado entre aproximadamente 775 y 325 a. C., lo que lo sitúa en un periodo anterior y parcialmente coetáneo al desarrollo de la cultura íbera.
A diferencia de otros oppida íberos construidos en zonas elevadas para facilitar la defensa, los Vilars fue erigido en una llanura, lo que hace aún más notorio su carácter defensivo, ya que debió ser concebido desde el inicio como una fortaleza. Sus murallas son de planta ovalada con un sistema defensivo muy avanzado para su época, que incluye torres de planta en «U», bastiones, foso exterior, barrera de piedras clavadas verticalmente y una sola entrada controlada por estructuras defensivas. En su interior se distribuyen viviendas adosadas a la muralla y un espacio central abierto que probablemente funcionaba como zona común o de encuentro comunitario.
La fortaleza de los Vilars es un ejemplo excepcional de urbanismo planificado y de una sociedad jerarquizada capaz de organizar grandes obras colectivas. Su sofisticación arquitectónica ha hecho que muchos investigadores la consideren un precedente directo del urbanismo íbero y un ejemplo de alto desarrollo técnico en el ámbito de las comunidades protohistóricas del noreste peninsular.
Aunque su ocupación cesó antes de la plena consolidación de la cultura íbera, los Vilars nos ofrece un testimonio clave sobre las formas de asentamiento, organización militar, arquitectura en piedra y estrategias de defensa de las poblaciones que precedieron y posiblemente influyeron en los pueblos íberos del nordeste. La monumentalidad de sus estructuras, su trazado perfectamente planificado y la durabilidad de su uso, durante cerca de cuatro siglos, lo convierten en un caso paradigmático para entender la transición entre el Bronce Final y la Edad del Hierro en la península.
Las zonas que mejor se conocen son las del Alto Guadalquivir y del río Segura, donde se distinguen tres tipos de poblados:
- Pequeños asentamientos, situados en zonas llanas y que carecían de fortificación;
- Recintos fortificados, estructuras de dimensiones reducidas con fuertes defensas que solían estar en zonas altas.
- Grandes poblados u oppida, centros que controlaban una región o un territorio, donde se situaban los distritos poblados en llano y sus recintos fortificados. Son las capitales mencionadas por Estrabón.
Las ciudades
Las ciudades iberas podían estar construidas junto a cerros, en lugares estratégicos, controlando las vías de paso, lo que les daban una importante ventaja frente a los enemigos; solían estar circundadas por muros de piedra y adobe, sobre los que se disponían torres de vigilancia y las puertas a la ciudad. Los asentamientos construidos en llano nunca estaban amurallados y tenían una funcionalidad económica, agrícola y ganadera.
«La mayoría… no fueron concebidos para rechazar asedios formales que nunca vendrían, no solo porque las fortificaciones ejercieran un efectivo papel militar disuasorio —también—, sino porque el atacante no tendría ningún interés en asediar la ciudad. Un asalto rápido o por sorpresa a una granja, bien; una entrada en tropel por una puerta abierta cuando se perseguía a un enemigo en huida, de acuerdo… pero un asedio prolongado carecería de sentido en la forma ibérica de entender la guerra… más valdría volver a saquear los campos y buscar la sorpresa la primavera siguiente.»
Fernando Quesada Sanz (27)
Las casas de las ciudades solían ser de planta rectangular, hechas de adobe sobre una base de piedra, a modo de cimientos, de una sola planta y, algunas veces, dos; las cubiertas tenían una estructura de madera y recubrimiento vegetal.
La principal ciudad de la Oretania, Cástulo, fue también el oppidum más extenso de la península, si bien las posteriores etapas históricas, principalmente romanas y medievales, ocultaron arqueológicamente esta fase ibera, conocida gracias a las diversas campañas de investigación.
Ciudades y asentamientos más reprtesentativos
Cástulo (Linares, Jaén):
Importante ciudad iberorromana con un largo proceso de ocupación; destaca por sus mosaicos, restos urbanos y relación con Roma.
Cástulo, situada en el actual término municipal de Linares (Jaén), fue una de las ciudades más importantes del Alto Guadalquivir durante la Antigüedad, primero como destacado oppidum íbero y más tarde como próspera ciudad iberorromana. Su ocupación se remonta a la Edad del Bronce, pero es durante el periodo ibérico y especialmente con la romanización cuando alcanza su máximo esplendor político, económico y cultural. Estratégicamente emplazada junto al río Guadalimar, afluente del Guadalquivir, Cástulo controlaba rutas terrestres y fluviales clave que articulaban el comercio y la comunicación entre la Meseta, el sur peninsular y el litoral mediterráneo.
Durante la etapa íbera, Cástulo fue la capital del territorio de los oretanos, un pueblo fuertemente estructurado y con una aristocracia poderosa, vinculada al comercio de metales y a los contactos con fenicios, cartagineses y griegos. Las fuentes clásicas la mencionan como aliada de Cartago en la segunda guerra púnica, debido a la conexión matrimonial entre el general cartaginés Aníbal y una princesa local. No obstante, tras la derrota cartaginesa, Cástulo cambió su fidelidad y se entregó a Roma, lo que permitió su integración pacífica en la órbita de la República romana.
Bajo dominación romana, la ciudad fue elevada a rango de municipio, con el nombre de Municipium Castulonensis, y vivió una etapa de crecimiento y monumentalización que se refleja en la calidad de sus restos arqueológicos. La romanización se expresó en la construcción de infraestructuras urbanas como calzadas, termas, edificios públicos, necrópolis, templos y viviendas decoradas con ricos mosaicos. Entre estos, destaca el célebre «mosaico de los Amores», una de las obras musivas más importantes halladas en Hispania, que representa escenas mitológicas con una maestría técnica excepcional.
El urbanismo romano de Cástulo muestra una planificación compleja con calles empedradas, cloacas, zonas industriales y domésticas, y una articulación clara entre espacios públicos y privados. El foro, aún en proceso de excavación, debió ocupar un lugar central como sede del poder local. El descubrimiento de una escultura monumental de piedra conocida como la “patena de vidrio” o la “leona de Cástulo”, junto con otras piezas de gran valor artístico, evidencia la vitalidad cultural de la ciudad y su conexión con circuitos artísticos y religiosos del Imperio.
Cástulo fue también un enclave religioso de relevancia. Su nombre aparece vinculado a la expansión temprana del cristianismo en Hispania, como lo atestiguan algunos restos tardoantiguos y paleocristianos. Sin embargo, su importancia comenzó a declinar progresivamente a partir del siglo IV, y aunque se mantuvo habitada durante la etapa visigoda, acabó perdiendo protagonismo frente a otras ciudades emergentes como Iliturgi o Jaén.
Desde el punto de vista arqueológico, Cástulo es uno de los yacimientos más importantes de la Península Ibérica. Su continua excavación en las últimas décadas, especialmente a través del Proyecto Forum MMX, ha permitido documentar estructuras urbanas, objetos cotidianos, monedas, inscripciones y materiales cerámicos que permiten reconstruir con notable precisión la evolución histórica de la ciudad. El proceso de musealización del sitio y la accesibilidad al público han convertido Cástulo en un referente para la divulgación del pasado íbero y romano en Andalucía.
En suma, Cástulo fue una ciudad clave en la articulación del territorio íbero del Alto Guadalquivir, una plataforma de interacción entre pueblos mediterráneos, y un ejemplo paradigmático de romanización en Hispania. Su monumentalidad, su riqueza artística y su continuidad de uso durante siglos reflejan la complejidad de las sociedades prerromanas y la profunda transformación que supuso la incorporación al mundo romano. Como tal, representa un caso ejemplar para el estudio del sincretismo cultural, la vida urbana antigua y los procesos históricos que definieron el sur peninsular entre la protohistoria y la Antigüedad tardía.
Ullastret (Girona):
Ciudadela fortificada del nordeste catalán, con murallas conservadas y un museo monográfico.
Ullastret, situada en la comarca del Bajo Ampurdán (Girona), constituye uno de los yacimientos íberos más relevantes del nordeste peninsular y el principal núcleo de población de los indigetes, uno de los pueblos íberos más septentrionales. El asentamiento se levanta sobre dos colinas —el Puig de Sant Andreu y el Illa d’en Reixac— que dominan una antigua zona lacustre hoy desecada, lo que le confería un importante control visual del territorio y un valor estratégico evidente en el marco de las rutas costeras y comerciales del Mediterráneo.
La ciudadela de Ullastret destaca por la monumentalidad y conservación de sus murallas, algunas de las más impresionantes del mundo íbero, construidas con grandes sillares y torres semicirculares en su perímetro. Este sistema defensivo, datado entre los siglos V y III a. C., refleja la importancia militar del oppidum y la necesidad de protección frente a conflictos entre comunidades vecinas o presiones de pueblos externos. La planificación del asentamiento denota un urbanismo avanzado, con calles empedradas, viviendas adosadas a la muralla y espacios públicos vinculados a la élite local.
Ullastret no fue solo un centro militar sino también un foco político, económico y religioso. Se han hallado graneros, cisternas, talleres metalúrgicos, molinos y restos de almacenes que indican una economía diversificada basada en la agricultura, la ganadería, el comercio y la producción artesanal. Su contacto con pueblos mediterráneos como griegos focenses y fenicios se evidencia en la presencia de cerámica importada, objetos de lujo y monedas extranjeras. Además, el descubrimiento de un alfabeto griego adaptado para escribir en íbero, en la llamada estela de Ullastret, es un testimonio singular de la interacción cultural y lingüística en el Mediterráneo occidental.
Recreación artística de la ciudad íbera de Ullastret. Patrimoni. Generalitat de Catalunya. (Flikr.com/photos). CC BY-SA 2.0. Original file (3,500 × 2,026 pixels, file size: 5.43 MB).
La importancia simbólica de la ciudad se confirma también por los hallazgos rituales. En el interior del asentamiento se han descubierto espacios que probablemente cumplieron funciones religiosas o institucionales. Entre los hallazgos más significativos se encuentran numerosas esculturas de guerreros, armas votivas y restos humanos en contextos rituales, como cráneos expuestos en murallas, interpretados como prácticas de prestigio o culto a los enemigos vencidos, lo que sugiere una sociedad aristocrática muy estructurada y con fuerte simbolismo militar.
Hoy en día, el yacimiento de Ullastret está gestionado como un espacio arqueológico de referencia por el Museu d’Arqueologia de Catalunya, que mantiene un museo monográfico in situ donde se exponen materiales procedentes de las excavaciones y se ofrece al visitante una contextualización completa del mundo íbero en Cataluña. Gracias a los trabajos de investigación y conservación, se ha podido recrear virtualmente el aspecto de la ciudad en su momento de esplendor, lo que ha convertido a Ullastret en una herramienta clave para la divulgación del pasado íbero y para el estudio comparado de los oppida mediterráneos.
En síntesis, Ullastret representa uno de los modelos más acabados de ciudad íbera en el noreste peninsular. Su arquitectura defensiva, su dinamismo económico, su apertura al mundo mediterráneo y su organización social jerárquica lo convierten en un paradigma del urbanismo íbero anterior a la romanización. Como enclave indígena de gran monumentalidad y complejidad, Ullastret refleja el desarrollo autónomo de las sociedades íberas en la cuenca mediterránea y ofrece una ventana privilegiada para conocer su sistema político, cultural y simbólico antes de la transformación impuesta por la conquista romana.
El Cigarralejo (Murcia):
Necrópolis rica en ajuares, uno de los yacimientos funerarios más destacados.
El Cigarralejo, situado en el término municipal de Mula (Murcia), es uno de los yacimientos funerarios íberos más destacados de la península ibérica y una fuente excepcional para el estudio de las creencias, costumbres sociales y organización jerárquica de los pueblos íberos del sureste peninsular. Se trata de una extensa necrópolis que estuvo en uso entre los siglos V y III a. C., compuesta por más de 500 tumbas excavadas, muchas de las cuales conservaban ajuares funerarios de gran riqueza y variedad, lo que ha permitido a los arqueólogos reconstruir con detalle el universo simbólico y material de esta comunidad.
El asentamiento íbero correspondiente al poblado que usó esta necrópolis aún no ha sido plenamente excavado, pero la dimensión y complejidad del espacio funerario sugiere que debía tratarse de un oppidum importante, con una estructura social bien definida y una élite poderosa que manifestó su estatus a través del rito funerario. Las tumbas eran mayoritariamente de incineración, con las cenizas del difunto depositadas en urnas cerámicas o vasijas funerarias, acompañadas por ajuares que incluían armas, herramientas, objetos personales, cerámicas decoradas, elementos de adorno, figurillas votivas y piezas importadas del mundo mediterráneo.
Los ajuares reflejan una clara estratificación social. Las tumbas más ricas, presumiblemente pertenecientes a miembros de la aristocracia guerrera, contenían falcatas, puntas de lanza, escudos, cinturones de bronce, fíbulas, vajilla de lujo y carros miniaturizados. También destacan piezas de gran valor artístico como el célebre pebetero en forma femenina o la cerámica pintada con motivos simbólicos y geométricos, lo que muestra una cultura profundamente ritualizada, influida por tradiciones locales y contactos con fenicios, cartagineses y griegos.
El estudio de los ajuares de El Cigarralejo ha aportado datos esenciales sobre el papel del guerrero íbero, la diferenciación de género, los rituales de paso, la transmisión del prestigio familiar y la relación entre religión, ideología y poder. Las figurillas y exvotos hallados permiten entrever el carácter mágico-religioso de las prácticas funerarias, en las que el viaje al más allá se concebía como un tránsito cargado de simbolismo, en el que el difunto se llevaba consigo atributos de su rol social y objetos que lo protegieran o representaran su identidad ante los dioses.

El yacimiento fue excavado en su totalidad a lo largo del siglo XX, principalmente por el arqueólogo Emeterio Cuadrado, cuya labor fue fundamental para documentar el conjunto. Gracias a su esfuerzo, se preservó buena parte de los materiales hallados, hoy expuestos en el Museo de Arte Ibérico de El Cigarralejo, inaugurado en Mula en 1995. Este museo monográfico no solo conserva las piezas más importantes de la necrópolis, sino que también ofrece una completa interpretación del mundo funerario íbero, con especial atención al ritual de incineración, los ajuares por clase social y la evolución cronológica del espacio sepulcral.
El Cigarralejo constituye un testimonio insustituible del mundo funerario íbero, y su estudio ha influido notablemente en la comprensión de las prácticas religiosas, las formas de vida y las estructuras sociales del levante peninsular en la Edad del Hierro. Es un modelo paradigmático de cómo el rito funerario se convierte en un espejo de la sociedad, donde se proyectan las jerarquías, los valores colectivos y la memoria ancestral. La riqueza de sus hallazgos, la calidad de su conservación y el esfuerzo de difusión patrimonial lo consolidan como una referencia clave en la arqueología íbera.
Puente Tablas (Jaén):
Oppidum íbero bien excavado, con santuario urbano y planificación clara.
Puente Tablas, ubicado a escasos kilómetros de la ciudad de Jaén, es uno de los oppida íberos mejor excavados y documentados de la Alta Andalucía. El yacimiento, asentado sobre un cerro que domina el valle del río Guadalbullón, fue un importante centro político, religioso y económico del pueblo íbero de los oretanos, especialmente entre los siglos VII y III a. C. Su excelente estado de conservación, junto a la calidad de las investigaciones arqueológicas realizadas en las últimas décadas, lo convierten en una referencia imprescindible para el conocimiento de la organización urbana y ritual del mundo íbero.
La ciudad estuvo fortificada por un poderoso recinto amurallado de piedra que rodeaba el oppidum, dotado de torreones y bastiones en puntos estratégicos. Uno de los elementos más singulares es su monumental puerta oriental, no solo por su función defensiva, sino también por su valor simbólico y religioso, ya que en su interior se halló un santuario urbano de carácter astronómico-ritual. Este templo, orientado al orto solar en el equinoccio de primavera, parece vinculado a cultos relacionados con la renovación cíclica, la fertilidad y la legitimación del poder, encarnado por la aristocracia dirigente.
La planificación urbana de Puente Tablas es clara y refleja una organización jerárquica del espacio. Se distinguen barrios residenciales con casas adosadas a la muralla, calles estrechas empedradas, áreas comunales, almacenes y talleres. En el centro se encuentra una residencia aristocrática de planta compleja, con varias estancias dispuestas en torno a un patio central, lo que confirma la existencia de una élite con poder económico, político y religioso. La arquitectura combina elementos funcionales con símbolos de estatus, y las viviendas estaban equipadas con silos, hornos, cerámica de lujo y objetos de importación.
El santuario del recinto oriental es uno de los hallazgos más relevantes del oppidum. En él se han descubierto altares, figuras votivas, restos de ofrendas animales y utensilios rituales. Todo sugiere un culto solar estrechamente vinculado al poder de las jefaturas locales y a ciclos agrícolas. Este espacio religioso, singular entre los oppida íberos, refuerza la idea de que los rituales estaban integrados en el tejido urbano y participaban activamente en la legitimación social de las élites.
Además del santuario, las excavaciones han sacado a la luz una abundante cantidad de materiales arqueológicos: cerámica pintada, armas, herramientas, adornos personales y restos de consumo. Estos objetos permiten reconstruir aspectos de la vida cotidiana, la economía agraria, las relaciones comerciales con otras áreas íberas y mediterráneas, y la ideología de los grupos dirigentes.
En la actualidad, Puente Tablas ha sido habilitado como parque arqueológico, con una musealización parcial del yacimiento que permite al visitante recorrer sus estructuras principales, incluyendo la muralla, la puerta monumental y el santuario. El proyecto de difusión ha incluido reconstrucciones digitales, visitas guiadas y publicaciones científicas que han elevado su relevancia nacional e internacional.
En definitiva, Puente Tablas representa un modelo completo de ciudad íbera con una planificación urbana clara, estructuras defensivas monumentales, un núcleo político y religioso organizado, y un santuario astronómico sin parangón. Es un testimonio excepcional de la complejidad social y cultural de los íberos del Alto Guadalquivir, y su estudio ha contribuido decisivamente a entender cómo se articulaba el poder, la religión y el urbanismo en las sociedades indígenas del sur peninsular antes de la romanización.
La Bastida de les Alcusses (Valencia):
Recinto amurallado del siglo IV a. C., con puerta monumental y casas nobles.
La Bastida de les Alcusses, situada en el término municipal de Moixent (Valencia), constituye uno de los yacimientos íberos mejor conservados y estudiados de la península ibérica. Fundado a mediados del siglo IV a. C. y abandonado bruscamente apenas un siglo después, este oppidum constituye un caso ejemplar de urbanismo ibérico, fortificación estratégica y complejidad socioeconómica en el levante peninsular. Su excepcional estado de conservación y la sistematicidad de las excavaciones permiten comprender con claridad la estructura urbana, la jerarquía social y los modos de vida de las comunidades íberas de la Contestania.
El asentamiento se alza sobre una ladera del monte conocido como Les Alcusses, dominando visualmente el valle de Montesa y la vía natural de comunicación entre la Meseta y el litoral mediterráneo. Esta ubicación estratégica revela su papel como enclave de control territorial y nodo comercial entre el interior peninsular y la costa. La ciudad contaba con una potente muralla perimetral construida con sillares de piedra y reforzada con torres defensivas y bastiones, diseñada para resistir ataques e imponer una clara delimitación simbólica del espacio urbano.
Uno de los elementos más notables del conjunto es su puerta monumental de acceso, flanqueada por torres y construida con un sistema defensivo de embudo que obligaba a los visitantes a acceder en ángulo, una técnica militar sofisticada que demuestra el conocimiento arquitectónico y la conciencia de riesgo. Esta entrada no solo tenía una función militar sino también ceremonial, marcando el paso del mundo exterior al ámbito cívico y político de la comunidad.
En el interior del recinto se ha documentado una red de calles ortogonales y manzanas bien organizadas, lo que indica una planificación urbana deliberada. Las viviendas eran de planta rectangular, con varias estancias, y muchas contaban con elementos constructivos de calidad como suelos de tierra apisonada, bancos adosados, hogares circulares y almacenes. Especial interés han suscitado las llamadas casas nobles, de mayores dimensiones, ricamente dotadas de ajuar y situadas en puntos preferentes del oppidum. Estas residencias indican la existencia de una aristocracia local que controlaba los recursos, la producción y probablemente la vida política y religiosa del asentamiento.
Entre los hallazgos más relevantes destacan herramientas agrícolas, armas, molinos, objetos de adorno, cerámica pintada, ánforas de importación y exvotos, lo que permite reconstruir una economía mixta basada en la agricultura, la ganadería, la metalurgia y el comercio a larga distancia. También se descubrieron almacenes de grano, lo que refuerza la idea de una comunidad autosuficiente pero conectada con redes externas. La presencia de la famosa tésera de hospitalidad en forma de caballo, con inscripción íbera, revela prácticas diplomáticas entre jefaturas y la existencia de una organización social avanzada.
La Bastida de les Alcusses fue abandonada de forma repentina y violenta, como lo demuestran los restos de destrucción y el abandono de objetos de uso cotidiano. Este episodio se ha interpretado como el resultado de un conflicto armado, posiblemente ligado a luchas intertribales o a presiones coloniales de cartagineses o romanos en expansión. No obstante, este abandono ha permitido una conservación extraordinaria del conjunto urbano.
Hoy el yacimiento está musealizado y se puede visitar con reconstrucciones didácticas, senderos señalizados y réplicas arquitectónicas, complementadas por el Museu de la Bastida en Moixent, que exhibe los hallazgos arqueológicos y ofrece una interpretación rigurosa del mundo íbero. Este trabajo patrimonial ha convertido La Bastida en una referencia esencial para conocer la vida urbana de los íberos en el levante peninsular.
En resumen, La Bastida de les Alcusses representa uno de los casos más completos y reveladores del urbanismo ibérico. Su trazado regular, la monumentalidad de su entrada, la organización doméstica, la evidencia de élites locales, su función estratégica y el abrupto final de su ocupación la convierten en un laboratorio arqueológico clave para entender la complejidad de las sociedades íberas en la Edad del Hierro y su transición hacia la romanización.
Caja de los Guerreros, pieza ibera, hallada en la necrópolis de Piquía, en el yacimiento de la Cuesta del Parral. Ángel M. Felicísimo – Caja de los Guerreros. CC BY-SA 4.0. Original file (1,810 × 1,550 pixels, file size: 522 KB).
Legado y pervivencia
El legado de los íberos en la península ibérica es profundo, complejo y en constante proceso de redescubrimiento. Aunque este conjunto de pueblos prerromanos fue absorbido en gran medida por el avance de Roma y la romanización progresiva de Hispania, numerosos elementos de su cultura sobrevivieron de manera transformada en las tradiciones populares, en el paisaje arqueológico y en la conciencia histórica de muchas regiones del levante y sur peninsular. Lejos de ser una civilización olvidada, la cultura íbera ha experimentado un proceso creciente de valorización, especialmente a partir del siglo XX, gracias al trabajo de arqueólogos, museólogos y estudiosos del patrimonio.
En términos de pervivencia cultural, puede hablarse de una cierta continuidad en las formas de poblamiento, el simbolismo religioso, las prácticas agrícolas y los ritos funerarios, que en algunas regiones parecen haber sido adaptados al nuevo marco romano sin una ruptura radical. Las ciudades íberas no desaparecieron de la noche a la mañana, sino que muchas de ellas fueron transformadas en municipia o colonias romanas, conservando parte de su urbanismo y topografía originales. Las lenguas ibéricas dejaron también su huella, aunque su uso desapareció con la imposición del latín, y los nombres de algunos pueblos, ríos o regiones aún conservan ecos de etimologías íberas.
El mayor impulso a la recuperación de la memoria íbera ha venido de la mano de la arqueología. Desde principios del siglo XX, excavaciones sistemáticas como las de Ullastret, el Cerro de los Santos, Baza, El Cigarralejo o Puente Tablas han permitido reconstruir aspectos esenciales de su vida cotidiana, organización social, religión, arte y formas de gobierno. Estas investigaciones han sido esenciales para desmontar antiguos prejuicios sobre los pueblos prerromanos como meramente tribales y demostrar, en cambio, el alto grado de desarrollo alcanzado por muchas comunidades íberas, capaces de construir oppida fortificados, redes comerciales complejas y una identidad cultural propia con escrituras, religiones locales y arte refinado.
Los museos han jugado un papel crucial en la conservación, interpretación y divulgación del legado íbero. Instituciones como el Museo Arqueológico Nacional en Madrid, el Museo de Albacete, el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), el Museo Ibero de Jaén, el Museo de Prehistoria de Valencia o el Museo Monográfico de Ullastret reúnen importantes colecciones de piezas íberas, entre esculturas monumentales como la Dama de Elche, la Dama de Baza o la Bicha de Balazote, y objetos cotidianos como cerámica pintada, armas, adornos o exvotos de bronce. Estos espacios museísticos no solo exhiben el legado material, sino que lo contextualizan mediante recursos didácticos, recreaciones y actividades educativas que han contribuido a despertar un renovado interés por el mundo íbero.
En la actualidad, el legado íbero se proyecta como una dimensión esencial del patrimonio histórico peninsular. Numerosos yacimientos han sido acondicionados para la visita pública, otros se encuentran en proceso de estudio, y existe una creciente producción editorial, audiovisual y artística en torno a esta cultura. Además, festivales, rutas culturales y celebraciones locales ayudan a mantener viva la memoria de los íberos, integrándola en el imaginario identitario de comarcas y regiones. Lejos de ser un episodio cerrado, el mundo íbero se presenta hoy como una herencia viva, susceptible de seguir aportando claves para entender las raíces profundas de la diversidad cultural de la península ibérica.
Nota: Las fuentes literarias mencionan tres colonias griegas en el sureste de la península ibérica: Hemeroscopio, Alonis y Akra Leuké. Tradicionalmente se han localizado en Denia, Benidorm y Alicante, aunque con pocas bases reales, hasta que, a partir de los años 50 del siglo pasado, los arqueólogos muestran su escepticismo debido a la falta de hallazgos griegos en la zona artehistoria Archivado el 8 de mayo de 2008 en Wayback Machine.
Referencias
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- El Tinto-Odiel. La homonimia con el Ebro en sí, con los iberos e Iberia, es una confusión, producida por etimología popular, a partir de la relación Érebo-(H)ibero (Río del Erebo), y por acumulación de datos sintetizados en estos pocos versos. Ora marítima.
- Para Rafael Ramos ambas denominaciones son sinónimas, variantes de la misma ráiz. Las fuentes clásicas citan Tartesos mientras que los textos púnicos escriben Turdetania (RAMOS FERNÁNDEZ (2017) pg. 47).
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- Ibídem
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Enlaces externos
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- La cultura ibérica en el Museu de Prehistòria de València
- David Martínez Chico (2008): «La moneda ibérica: origen y evolución»
- Amigos de los Iberos de Jaén
- Revista de Estudios Ibéricos
- Los iberos
- Epigrafía ibérica
- Mapa con la distribución de lenguas en Iberia, ca. 250 a. C.
- Mapa etnológico de Iberia, ca. 200 a. C. Archivado el 26 de febrero de 2011 en Wayback Machine. (en portugués)
- Enlaces a sitios web relacionados con los iberos, Universidad de Jaén
Los Íberos
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