Reconstrucción artística de un castro celtíbero en lo alto de una colina, rodeado por una empalizada de madera. En la imagen se aprecian distintas viviendas y dependencias con cubiertas variadas —desde techos cónicos hasta estructuras rectangulares— que representan talleres, almacenes y espacios habitacionales. Esta escena ilustra cómo pudo ser la vida cotidiana en un asentamiento fortificado de la Edad del Hierro en la antigua Hispania.
Celtíberos
1. Introducción
2. Orígenes y migraciones célticas hacia la península ibérica
- Hipótesis clásica
- Hipótesis según la lingüística
- Hipótesis de formación in situ
3. Fuentes. Datos arqueológicos
Pueblos celtíberos
4. Gestación de la sociedad celtibérica.
- Los aristócratas guerreros.
- La sociedad guerrera.
5. Organización sociopolítica
- -Vida urbana
- -Coaliciones celtibéricas
- -Hospitium, clientela y devotio
6. Principales pueblos y tribus prerromanos celtíberos
7. Economía y actividades productivas
8. Arquitectura y urbanismo
9. La guerra y el armamento. Numancia
10. Vestimenta y vida cotidiana
11. El mundo simbólico y la iconografía
12. Los celtíberos y Roma
13. Religión
14. Lengua y escritura
15. Las necrópolis. El espacio funerario. El ritual funerario. Estructuras funerarias. El ajuar funerario
16. Posible origen de los celtas en España
1. Introducción
El término celtíberos agrupa a una serie de pueblos prerromanos celtas o celtizados que habitaban desde finales de la Edad del Bronce (aprox. siglo XIII a. C.), hasta la romanización de Hispania (siglos II-I a. C.), la zona de la península ibérica llamada Celtiberia por las fuentes clásicas. Resulta difícil asignar territorios y fronteras concretas a esta amalgama de pueblos debido a la escasa documentación histórica existente y a la cantidad de hipótesis sugeridas por los restos arqueológicos encontrados. La definición de celtíbero ha cambiado a lo largo de la historia, pero en la actualidad son habitualmente considerados celtíberos los arévacos, titos, bellos, lusones y pelendones, y más ocasionalmente vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos.(1).
Es difícil precisar cómo llegaron las influencias celtas a los indígenas durante la Edad del Bronce. La cultura material resultante es claramente distinguible de los modelos celtas centroeuropeos (Cultura de Hallstatt y La Tène). Hacia el siglo III a. C., comienza un proceso de formación de núcleos urbanos más grandes, en detrimento de los pequeños asentamientos fortificados que los celtíberos habitaban hasta entonces. Poco después, adoptan el silabario íbero, dejando en escritura celtibérica inscripciones en monedas y documentos. Tanto las inscripciones encontradas en escritura celtibérica y escritura latina, documentan la lengua celtibérica como lengua celta.
A comienzos del siglo II a. C. entraron en contacto con las potencias mediterráneas, y fueron descritos por historiadores como Ptolomeo, Estrabón, Marcial o Tito Livio entre otros. Los romanos los consideraban una mezcla de celtas e íberos, (2) diferenciándose así de sus vecinos, tanto de los celtas de la meseta como de los íberos de la costa. Plinio el Viejo afirma que los celtas de Iberia han emigrado desde el territorio de Celtici Lusitania, que él parece considerar como el asiento original de toda la población celta de la península ibérica que incluye los celtíberos, en el terreno de la identidad de los ritos sagrados, el lenguaje y los nombres de las ciudades. (3)
Tras organizar una dura resistencia (guerras celtíberas), los pueblos celtíberos fueron romanizados durante el siglo II y el siglo I a. C. En el marco de las Guerras Sertorianas ocurrieron los últimos episodios formales de rebelión.
Los celtas no practicaban la escritura. Los celtíberos sí, utilizando el alfabeto de los iberos. Sus creencias religiosas estaban vinculadas con las divinidades y los rituales funerarios celtas, como los enterramientos en necrópolis de incineración.
Los celtíberos fueron un conjunto de pueblos prerromanos que habitaron el centro-norte de la península ibérica durante la Edad del Hierro, especialmente entre los siglos VI y I a. C. Su denominación proviene de las fuentes grecolatinas, que los consideraban el resultado de la fusión entre celtas llegados del continente europeo e íberos autóctonos, aunque su verdadera identidad étnica y cultural es más compleja de lo que sugiere este término compuesto.
Instalados en regiones como el alto Duero, el Sistema Ibérico y zonas del valle medio del Ebro, los celtíberos desarrollaron una cultura propia, caracterizada por sus castros fortificados, su lengua indoeuropea (el celtibérico), sus prácticas funerarias de incineración, y una estructura social marcada por el guerrero como figura central. Fueron sociedades agrícolas, ganaderas y belicosas, que mantuvieron un contacto activo tanto con pueblos vecinos como con comerciantes mediterráneos.
Desde el siglo III a. C., los celtíberos comenzaron a tener un papel destacado en los conflictos que acompañaron la expansión de Roma por la península, hasta su progresiva romanización tras las guerras celtibéricas. La resistencia heroica de ciudades como Numancia ha dejado una huella profunda en la memoria histórica, convirtiéndolos en símbolo de la lucha contra la dominación extranjera.
Hoy, el estudio de los celtíberos se basa en una combinación de fuentes escritas antiguas, hallazgos arqueológicos y análisis lingüísticos. A pesar de los avances, su origen, extensión territorial exacta y relaciones con otros pueblos siguen siendo objeto de debate entre los investigadores. No obstante, su legado constituye una de las piezas clave para comprender la diversidad y complejidad de las culturas prerromanas en Hispania.
Mapa etnográfico y lingüístico de la península ibérica hacia el año 200 a. C. (al final de la Segunda Guerra Púnica). Basado en el mapa realizado por el arqueólogo portugués Luís Fraga, del «Campo Arqueológico de Tavira». The Ogre. CC BY-SA 4.0.
-Área cultural: Celtiberia
-Equivalencia actual: La Rioja, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón (España)
-Pueblos relacionados: Arevacos, pelendones, belos, titos, berones, lobetanos, lusones -Idioma: Celtíbero.
-Asentamientos importantes: Numantia, Termes, Contrebia Belaisca, Calagurris, Clunia, Segóbriga, Segontia, Uxama, Lutia, Nertobriga, Segeda, Bílbilis, Segontia Lanka, Centóbriga, Contrebia Leukade.

Celtiberia es el nombre dado al territorio de los antiguos pueblos celtíberos, situado en el interior de la península ibérica. Parece haber sido un territorio cambiante, a lo largo del período descrito por los autores grecolatinos, que abarca las guerras de conquista y el posterior proceso de romanización. Para intentar abordar su delimitación geográfica, conviene tener una visión conjunta de la Céltica hispana, mucho más amplia que la Celtiberia.
Durante la Edad del Hierro, la península ibérica indoeuropea quedó unificada por el desarrollo de las habilidades metalúrgicas, la lengua y un régimen de subsistencia más o menos pastoril, aunque dividida en varios grupos culturales, con culturas materiales independientes y cronologías diferentes. La céltica peninsular es, por tanto, un rompecabezas que comprende comunidades distintas.
Por lo tanto se trata sobre todo de delimitar un ámbito geográfico, pero sobre todo etnocultural, que la diferencian de otros pueblos con el mismo patrón cultural y lingüístico.
Fuentes literarias grecolatinas
Se considera que una de las fuentes de mayor antigüedad sobre la península ibérica es la Ora Marítima, escrito a finales del siglo IV, nos ha llegado por Rufo Festo Avieno, escritor del siglo II, esta obra describía las costas de Europa, desde la Bretaña hasta el mar Negro, donde a la península ibérica se la cita como Ophiussa. En esta obra lo que se señala, es que los pueblos del interior eran menos civilizados y de ascendencia indoeuropea, en oposición a los pueblos íberos de las costas, más conocidos.
La primera mención de la Céltica, keltiké, se debe a Hecateo de Mileto alrededor de 500 a. C., este se refiere a Narbona como una ciudad céltica y ubica a la colonia griega de Massalia, fundada en la tierra de los ligures, cerca de la Céltica.
Será Heródoto, quien en pleno siglo V a. C., proporciona la más segura referencia, sobre la presencia de celtas en la Península, al señalar que el Istro, actual Danubio, nacía en el país de los celtas, cuyo territorio se extendía más allá de las Columnas de Hércules, siendo vecinos de los Kynesios (o kynetes), pueblo que era considerado como el más occidental de Europa.
No será hasta finales del siglo III a. C. y las dos centurias siguientes, cuando el interés estratégico para Roma haga aumentar la información, no únicamente de orden geográfico, sino también económico, social, religioso, etc. El concepto de Céltica se va a ver modificado en las fuentes contemporáneas o posteriores a las guerras con Roma, desde entonces, se aplicara a las tierras situadas al norte de los Pirineos.
Si se analiza el conjunto de las obras de Polibio, Posidonio, Estrabón, Diodoro Sículo, Pomponio Mela, Plinio el Viejo y Claudio Ptolomeo, se pueden individualizar tres zonas, en que se señala la presencia de pueblos de origen celta.
Uno de los aspectos más conflictivos, esencial para la delimitación de la Celtiberia, es el de las etnias o populi, que según los autores clásicos integrarían el colectivo celtibérico. Diversos son los pueblos mencionados. Estrabón considera a arévacos y lusones como dos de los cuatro pueblos de la Celtiberia; aunque no cita los otros dos, al menos por sus etnónimos, que por las narraciones de las guerras celtibéricas y Lusitanas, se sabe que habrían sido los bellos y tittos, que no vuelven a ser citados para después del año 143 a. C. Más difícil es llenar una quinta parte, a la que se refiere Estrabón, sin ningún detalle. Plinio el Viejo señala de forma clara a los pelendones como pueblo celtíbero, aunque también, siguiendo a Apiano, a los vacceos, los berones o incluso los celtíberos mencionados de forma independiente de arévacos y pelendones por Ptolomeo.
Familias lingüísticas de la península ibérica antes de la romanización C1: Galaicos / C2b: Brácaros / C3: Cántabros / C4: Astures / C5: Vacceos / C6: Turmogos / C7: Autrigones-Caristios / C8: Várdulos / C9: Berones / C10: Pelendones / C11: Belos / C12: Lusones / C13: Titos / C14: Olcades / C15: Arévacos / C16: Carpetanos / C17: Vetones / C18-C19: Célticos / C20: Conios / L1: Lusitanos / I1: Ceretanos / I2: Ilergetes / I3: Lacetanos / I4: Indigetes / I5: Layetanos / I6: Ilercavones / I7: Sedetanos / I8: Edetanos / I9: Contestanos / I10: Oretanos / I11: Bastetanos / I12: Turdetanos / G21: Galos / G1: Griegos / P1: Fenicios/Cartagineses / B1: Bereberes.

2. Orígenes y migraciones célticas hacia la península ibérica
Sobre el origen de estos pueblos celtas y el grado de implicación con la población nativa, existen controversias entre los estudiosos.
2.1 Hipótesis clásica
La teoría tradicional sostiene que los pueblos celtas llegaron a la península ibérica a través de una serie de migraciones provenientes del centro de Europa. Estas oleadas, iniciadas hacia el final de la Edad del Bronce, habrían traído consigo una cultura material y lingüística homogénea, que se implantó en diversas zonas del noroeste, oeste y centro peninsular.
2.2 Hipótesis según la lingüística
Desde la perspectiva lingüística, se plantea que la presencia celta en la península puede explicarse por una difusión cultural más compleja, donde elementos lingüísticos indoeuropeos se habrían superpuesto a substratos preexistentes. Algunos expertos incluso sugieren una cronología más temprana de la influencia celta, ligada a formas dialectales locales y evoluciones propias del celta hispánico.
2.3 Hipótesis de formación in situ
Una hipótesis alternativa sostiene que los pueblos celtíberos no fueron únicamente el resultado de migraciones externas, sino también de un proceso de formación cultural local (in situ), fruto del contacto prolongado entre grupos indoeuropeos y poblaciones autóctonas. Esta visión destaca la fusión progresiva de elementos culturales, lingüísticos y sociales en un contexto peninsular, más que una simple invasión o colonización.

3- Fuentes. Datos arqueológicos
Las primeras referencias escritas sobre los celtíberos se deben a geógrafos e historiadores greco-latinos (Estrabón, Tito Livio, Plinio el Viejo y otros), (5) aunque su estudio, que arranca del siglo XV, no adquiere rango científico hasta los inicios del siglo XX (marqués de Cerralbo, Schulten, Taracena, Caro Baroja, etc.), cobrando renovado impulso en los últimos años. Pese a este excepcional acervo literario, aún hoy se discuten aspectos claves para su definición: los confines de su solar, su verdadera personalidad o su propia genealogía. Aunque estos testimonios resultan valiosos, su carácter es fragmentario y a menudo impreciso, pues estaban condicionados por la mirada romana y por los intereses políticos y militares del momento.
Las fuentes clásicas son muy imprecisas respecto a su territorio, aunque podemos considerar que los celtíberos históricos se extendieron con seguridad por las provincias de Soria y Guadalajara, buena parte de La Rioja, este de Burgos, oeste de Zaragoza y Teruel, quizás norte de Cuenca y Asturias; diferentes interpretaciones amplían este marco hacia oriente y occidente. Dado lo heterogéneo de la información literaria y de las evidencias arqueológicas de la cultura celtibérica, resulta difícil definirlos a partir de un único rasgo; no obstante, nos consta que hablaban una misma lengua, el celtibérico, cuyos testimonios escritos (utilizando el alfabeto ibérico), aunque tardíos, se extienden por un territorio que viene a coincidir básicamente con el descrito.
Datos arqueológicos
A juzgar por el registro arqueológico, los celtas llegaron a la península ibérica en el siglo XIII a. C. con la gran expansión de los pueblos de la cultura de los campos de urnas, ocupando entonces la región noreste. En el siglo VII a. C., durante la cultura de Hallstatt se expanden por amplias zonas de la meseta y Portugal, llegando algunos grupos a Galicia. Sin embargo, tras la fundación griega de Masalia (actual Marsella), los íberos vuelven a ocupar el valle medio del río Ebro y el noreste peninsular a los celtas, dando pie a nuevos establecimientos griegos (Ampurias). Los celtíberos y los otros celtas de la península quedaron así desconectados de sus parientes continentales, de manera que ni la cultura celta de La Tène ni el fenómeno religioso del druidismo les llegarían nunca.
El estudio sistemático de los celtíberos comienza a cobrar forma a partir del siglo XV, en el contexto del humanismo renacentista, pero no adquiere carácter científico hasta el siglo XX. Figuras clave como el marqués de Cerralbo, Adolf Schulten, Antonio García y Bellido, Manuel Gómez-Moreno, José María Blázquez y Julio Caro Baroja, entre otros, sentaron las bases de la investigación moderna sobre estos pueblos. En las últimas décadas, las nuevas tecnologías aplicadas a la arqueología, como la fotografía aérea, las prospecciones geofísicas y los análisis de ADN antiguo, han renovado el impulso investigador, aportando datos cada vez más precisos.
Pese a este notable acervo literario y arqueológico, aún hoy persisten numerosas incógnitas sobre los celtíberos, en especial en lo relativo a los límites de su territorio, a su identidad étnica y cultural, y a su origen. La definición de su solar histórico varía según las fuentes y las interpretaciones. Sin embargo, existe consenso en que ocuparon con seguridad amplias zonas del centro-norte peninsular: las actuales provincias de Soria y Guadalajara, gran parte de La Rioja, el este de Burgos, el oeste de Zaragoza y Teruel, y posiblemente el norte de Cuenca y áreas limítrofes de Asturias y León. Algunas hipótesis más amplias extienden su influencia hacia otras regiones adyacentes.
Las fuentes clásicas resultan especialmente vagas al describir los límites territoriales de los celtíberos, y a menudo los mezclan con otros grupos vecinos como arévacos, lobetanos, belos o titos. Sin embargo, uno de los pocos elementos de cohesión clara es el uso común de la lengua celtibérica. Esta lengua indoeuropea, escrita mediante una adaptación del signario ibérico nordoriental, nos ha legado inscripciones epigráficas localizadas en un área que coincide, en términos generales, con el territorio descrito por las fuentes literarias.
Desde el punto de vista arqueológico, se constata la llegada de poblaciones indoeuropeas a la península ibérica a partir del siglo XIII a. C., en el marco de la expansión de la cultura de los campos de urnas. Estas poblaciones se asentaron en el noreste peninsular, donde introdujeron prácticas funerarias y elementos materiales propios del ámbito centroeuropeo. Posteriormente, durante la fase de Hallstatt (siglos VIII al VI a. C.), se produjo una mayor expansión de estos grupos hacia la Meseta y Portugal, alcanzando incluso Galicia y el norte de Extremadura. A este proceso se sumaron fenómenos de hibridación cultural con poblaciones indígenas, lo que dio lugar a manifestaciones culturales mixtas.
Sin embargo, la fundación de la colonia griega de Masalia (Marsella) en el siglo VI a. C. y la posterior instalación de los griegos en Emporion (Ampurias) y otros enclaves del noreste provocaron un repliegue de los celtas en esa zona, que fue nuevamente ocupada por pueblos íberos. Esto tuvo una consecuencia crucial: los celtíberos y otros grupos celtas de la península quedaron aislados de sus parientes continentales, lo que explica por qué fenómenos culturales pan-célticos como el druidismo o la expansión de la cultura de La Tène no llegaron a desarrollarse en territorio hispano.
Los castros, asentamientos fortificados ubicados en lugares estratégicos, y las necrópolis tumulares o de incineración, constituyen algunos de los principales vestigios de la cultura celtibérica. El análisis de su cultura material —cerámicas, armamento, fíbulas, esculturas, monedas— revela una sociedad guerrera, jerarquizada y profundamente rural, aunque no exenta de contactos comerciales con otras culturas peninsulares y mediterráneas.
Pueblos celtíberos
Al comienzo, las fuentes se muestran dubitativas en la delimitación de lo que se entendió por Celtiberia y los pueblos considerados celtíberos. Al principio, los autores clásicos utilizaron este término para referirse a todos los pueblos celtas de Iberia. (1) Más tarde, a medida que la conquista progresaba territorialmente, el término de Celtíberos se utilizó para agrupar a ciertos pueblos celtas, pero excluyendo a otros, como por ejemplo los berones. (6) Los autores clásicos de esta etapa ceñían el término Celtíbero a dos grandes ámbitos principales. El primero, formado por los arévacos, y tal vez los pelendones, controlando la Celtiberia Ulterior (provincia de Soria, la mayor parte de la de Guadalajara, hasta el nacimiento del río Tajo, la mitad oriental de la de Segovia y el sureste de Burgos). Entre sus ciudades destacan Secontia (Sigüenza), Numantia (Numancia), Uxama, Termes (7) y Clunia. El segundo ámbito es la tierra de los tittos, bellos y lusones o Celtiberia Citerior (pobladores de las tierras en torno a los ríos Jalón, alto Tajuña, Jiloca y Huerva), con ciudades como Segeda, Bílbilis (Calatayud), Tierga, Botorrita o Complega.
La confusión de las fuentes clásicas fue compartida por los investigadores modernos, que han usado el término celtíbero con diferentes significados. En la actualidad son habitualmente considerados celtíberos los arévacos, titos, bellos, lusones y pelendones, y más ocasionalmente vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos.
Los pueblos celtíberos según Estrabón:«De los cuatro pueblos en que están divididos los celtíberos el más poderoso es el de los arévacos, que habitan la región oriental y meridional y son limítrofes de los carpetanos y vecinos de las fuentes del Tajo. La más famosa de sus ciudades es Numancia, cuyo valor se demostró en la guerra de veinte años que sostuvieron los celtíberos contra los romanos; luego de haber destruido varios ejércitos con sus jefes, los numantinos, encerrados tras sus murallas, terminaron por dejarse morir de hambre, a excepción de los pocos que rindieron la plaza. Los lusones, que pueblan la parte oriental, limitan también con el nacimiento del Tajo. De los arévacos son las ciudades de Segeda y Pallantía. Numancia dista unos ochocientos estadios de Cesaraugusta que, como hemos dicho, se alza en la orilla del Ebro. Tanto Segóbrida como Bílbilis son ciudades de los celtíberos… Posidonio dice que Marco Marcelo pudo sacar de la Celtiberia un tributo de seiscientos talentos, de lo que se puede deducir que los celtíberos eran muchos y dueños de abundantes bienes, aunque habitasen en una región tan poco fértil…»—Estrabón, III, 4, 13.
Reconstrucción de una casa celtíbera de Numancia. dr_zoidberg – Numancia Uploaded by ecemaml. CC BY-SA 2.0.

4. Gestación de la sociedad celtibérica
Sobre la gestación de la sociedad celtíbera puede centrarse en el proceso de hibridación cultural como fenómeno clave para entender su identidad. Lejos de tratarse de una simple importación del mundo celta centroeuropeo, la sociedad celtíbera fue el resultado de un largo y complejo proceso de interacción entre poblaciones indígenas ibéricas y grupos indoeuropeos llegados a la península durante la Edad del Bronce Final y la Edad del Hierro. Esta fusión no se dio de manera uniforme ni repentina, sino de forma gradual, y estuvo condicionada por factores geográficos, económicos, sociales y simbólicos que variaban de una región a otra.
La gestación de la sociedad celtíbera implicó la integración de tradiciones locales preexistentes —como ciertos patrones de poblamiento o prácticas agrícolas— con elementos culturales foráneos que aportaron nuevas formas de organización social, tecnología del hierro, rituales funerarios y estructuras de poder. El resultado fue una cultura original, distinta tanto de los íberos del levante como de los celtas del continente, con características propias que se expresan en su lengua, su armamento, su urbanismo y sus manifestaciones simbólicas.
Este proceso de formación identitaria tuvo también un componente político y bélico importante. La aparición de jefaturas tribales, linajes aristocráticos y estructuras sociales jerarquizadas indica un tránsito hacia formas más complejas de organización. El castro fortificado se convirtió en el núcleo central de esta sociedad, reflejo tanto de la necesidad defensiva como del control territorial. A través de alianzas, conflictos, comercio e intercambios culturales, los celtíberos consolidaron una identidad que fue reconocida y temida por las potencias mediterráneas, como Roma y Cartago, durante los siglos III y II a. C.
La sociedad celtíbera, por tanto, no puede entenderse como el producto estático de una migración ni como una entidad homogénea. Fue una realidad viva y en transformación, una síntesis original nacida del contacto prolongado entre mundos diversos. En esta complejidad reside precisamente su interés histórico y su relevancia como fenómeno de mestizaje cultural en la protohistoria peninsular.
Durante los siglos siglo VII a. C.-siglo VI a. C., se manifiestan en el área nuclear, alto Tajuña y alto Henares, de la Celtiberia, una serie de novedades en el patrón de asentamiento, en el ritual funerario y en la tecnología, que indican la evolución hacia una sociedad de fuerte componente guerrero. En los cementerios, ya desde sus inicios, se demuestra una fuerte jerarquización social, donde la panoplia de armamento aparece como un signo de prestigio. La documentación sobre los túmulos o alineamientos de tumbas, que se generalizarán en los siglos siguientes, son abundantes. Estas élites se constatan por la panoplia de los enterramientos, pudiendo ser consecuencia de la propia evolución in situ de la cultura de las Cogotas, pero con importantes aportes culturales de la cultura de los campos de urnas, que «celtizaron» la cultura de las Cogotas. De otro modo, no se explicaría que estos pueblos hablasen un idioma de raíz celta. También tuvo una gran importancia, por su proximidad, la influencia mediterránea que, de mano de los íberos, le trasmitió adelantos tan significativos como la moneda o la escritura.
Esta nueva organización impulsó el crecimiento demográfico y llevó a una creciente concentración de riqueza y poder a través del control de los recursos naturales (pastos, salinas, etc.) y la producción de hierro en los afloramientos del Sistema Ibérico, que permitió la rápida aparición de una sociedad jerarquizada de tipo guerrero, aprovechando la situación privilegiada de paso natural entre el valle del Ebro y la Meseta.
Lucha, armas y vida de los celtíberos según Diodoro Sículo:«Los celtíberos suministran para la lucha no sólo excelentes jinetes, sino también infantes, que destacan por su valor y capacidad de sufrimiento. Están vestidos con ásperas capas negras, cuya lana recuerda el fieltro; en cuanto a armas, algunos de ellos llevan escudos ligeros, similares a los de los celtas, y otros grandes escudos redondos del tamaño del aspis griegos. En sus piernas y espinillas trenzan bandas de pelo y cubren sus cabezas con cascos broncíneos, adornados con rojas cimeras; llevan también espadas de doble filo, forjadas con excelente acero y puñales de una cuarta de largo para el combate cuerpo a cuerpo. Emplean una técnica peculiar en la fabricación de sus armas: entierran piezas de hierro y las dejan oxidar durante algún tiempo, aprovechando sólo el núcleo, de forma que obtienen, mediante una nueva forja, espadas magníficas y otras armas; un arma así fabricada corta cualquier cosa que encuentre en su camino, por lo que no hay escudo, casco o cuerpo que resista sus golpes… Son muy hábiles en luchar de dos modos diferentes: primero atacan a caballo y en el caso de ser rechazados, desmontan y atacan de nuevo como soldados de infantería… Según sus normas habituales son extremadamente crueles con los criminales y enemigos, aunque con los forasteros son compasivos y honrados, rivalizando entre ellos para prodigarles su hospitalidad… En cuanto a su alimentación, se sirven de toda clase de carnes, que abundan entre ellos y, como bebida, poseen una combinación de vino y miel.»—Diodoro de Sicilia, V, 33.
Los aristócratas guerreros
Desde finales del siglo V o inicios del siglo IV a. C., las necrópolis de la meseta oriental presentan ricos ajuares militares, con presencia de espadas y gran acumulación de objetos suntuarios de bronce, cascos, discos-coraza, umbos, a veces repujados. Las necrópolis, con la ordenación característica en calles paralelas, con ajuares que manifiestan una sociedad altamente jerarquizada y que se vincularía con grupos aristocráticos.
La meseta oriental se revela en esta fase como un importante foco de desarrollo, en los ajuares funerarios, incorporando en su órbita de influencia a zonas del sur de la provincia de Soria, encontrándose fíbulas, broches, pectorales, armas y arreos de caballo, lo que nos demuestra que un reducido número de personas poseían caballos, (8) que debieron ser utilizados en pequeñas razzias contra los pueblos vecinos, aunque debió primar en las armas su valor simbólico como objetos de prestigio.
Escudo celtíbero del siglo V o IV a. C. Foto: Jerónimo Roure Pérez. CC BY-SA 4.0.

La sociedad guerrera
Desde finales del siglo V a. C. y durante los dos siglos siguientes, el foco de desarrollo localizado en las cuencas altas del Tajuña, del Henares y Jalón se va desplazando hacia el Alto Duero, con el aumento de la preponderancia que va a jugar, desde este momento, uno de los populi celtibéricos, con más vigor en el periodo de las luchas contra Roma, los arévacos, cuyo predominio se situaría en esta fase. A esta etnia, según Alberto J. Lorrio, se vinculan los enterramientos de la margen derecha del alto Duero, donde las tumbas con panoplia militar se multiplican y que permiten atestiguar una sociedad con una clase militar mayoritaria. (9)
Mientras en la zona nuclear de la Celtiberia, las tumbas con panoplia militar disminuyen hasta casi desaparecer, lo que no indica una desaparición de la sociedad guerrera, cuando se estaban desarrollando las guerras celtibéricas, sino una evolución hacia una organización social urbana, con una disolución de los vínculos sociales basados en el parentesco.
A partir de los siglos II-I a. C., el criterio político y jurídico superior de los celtíberos era la ciudad de procedencia, entendida como centro de un espacio o territorio, con población rural, articulada alrededor de ésta. Esta sociedad evolucionada se encontraron los romanos al inicio de la conquista del interior de Hispania.
5. Organización sociopolítica
Las organizaciones sociales básicas, que sobrevivieron hasta la época imperial, fueron las gens o gentes y gentilates. Las relaciones se basaban en el parentesco; estos constituían grupos de consanguíneos descendientes de un antepasado común, que recibían el nombre de gens (‘gentes, familia’) el grupo más amplio, y gentilates las divisiones menores de la gens.
La vida gentilicia se manifestaba en las comidas en común y por el hecho de que todos los parientes dormían juntos, como arqueológicamente lo atestiguan las casas de Numancia y Tiermes, donde se comía en comunidad, sentados en bancos corridos, adosados a las paredes, en torno a un hogar central, donde también dormía el grupo. De los estudios epigráficos sobre los celtíberos, además de otros pueblos de la Meseta y del norte de la península ibérica, se deduce que la pertenencia de los individuos a la gens o gentilates era más fuerte que a la familia restringida. Es decir, que a la hora de expresar su nombre era más importante pertenecer a un grupo amplio de parentesco, que comprendería otros subgrupos, dentro de los cuales la familia sería el menor. A mediados del siglo I a. C., otros factores empiezan a tener importancia, se hallan menciones a la ciudad a la que pertenece el individuo, y aparece la filiación paterna por la influencia romana.
Noreste de Iberia. Mapa del noroeste de Hispania, con nombres de los Pueblos Preromanos. Mapa: Carlosblh.
Vida urbana
Los celtíberos vivían en distintos tipos de asentamientos, que las fuentes antiguas denominan polis o urbes, civitates, vici y castella.
- Las urbes eran del tipo de la ciudad-estado antigua; con un núcleo urbano más o menos desarrollado y un entorno agrario dependiente de él.
- Las civitates eran organizaciones políticas indígenas autónomas que podían tener o no una configuración urbana.
- Los vici y castella eran los asentamientos menores y corresponden a los poblados y castros característicos de estos pueblos que documenta la arqueología.
Los hallazgos arqueológicos confirman que los asentamientos de carácter urbano se ubicaban preferentemente en Carpetania, si bien la Carpetania no se entiende generalmente como perteneciente a la Celtiberia, los valles del Jalón y del Ebro, es decir, en las comarcas más ricas, más civilizadas y donde posteriormente la vida urbana de tipo romano tuvo mayor difusión. Aunque la mayoría de la población vivía fundamentalmente dispersa, en aldeas o poblados o en torno a torres de defensa, que son mencionadas como vici o castella. El proceso de construcción de ciudades había comenzado ya alrededor del siglo IV a. C., cuando llegaron los romanos, en la primera mitad del siglo II a. C. Estas ciudades se formaban por la suma de distintas comunidades tribales en torno a un mismo centro urbano.
La organización política de estas urbes contaba con una asamblea popular, un consejo de ancianos o senado aristocrático y unos magistrados, presumiblemente electivos. Esta organización de las «ciudades» celtíberas se basaba directamente en su organización social, en la que la aristocracia gentilicia y militar constituía el grupo dominante. Esta aristocracia estaba formada por los propietarios de grandes rebaños de ganado e importantes clientelas que constituían la base de su prestigio social. El órgano político de esta clase era el consejo de ancianos, que en esta época ya no correspondía a un organismo de edad. Este consejo tenía el principal papel político de la ciudad y presentaba propuestas que aprobaba la Asamblea. Aunque la Asamblea era la que elegía al jefe militar, cuya duración de mandato era limitada, entre los arévacos, a un año.
También se elegían otras magistraturas de carácter civil que reciben en latín el nombre de magistratus, praetor y en lengua indígena viros o veramos. Estos magistrados ejercían la administración de las ciudades o actuaban como representantes de las mismas.
Coaliciones celtibéricas
Los celtíberos pueden ser considerados como una agrupación étnica, ya que incorporan entidades menores (arévacos, titos, bellos, lusones y pelendones, resultando polémica la inclusión de vacceos, carpetanos, olcades y lobetanos), sin que ello signifique la existencia de un poder centralizado y ni siquiera de una unidad política. Sin embargo, hay bastantes indicios que indican la existencia de estructuras políticas que iban más allá de las gens y las ciudades. (10) A lo largo del siglo III y el siglo II a. C., Cartago primero y Roma después se fueron enfrentando a una serie de ejércitos celtíberos, demasiado numerosos para proceder de una única ciudad e incluso tribu, pero que actuaban de un modo organizado y con un mando centralizado. Durante la Segunda Guerra Celtíbera, Apiano menciona una confederación de ciudades arévacas, titas y belas.
Las fuentes no explican el funcionamiento de estas coaliciones o confederaciones, pero dan ciertos indicios. Por ejemplo, es posible que los ejércitos tuviesen mandos colegiados, o jefaturas dobles, con líderes de diferentes tribus compartiendo el mando. La coalición tenía poco poder coactivo sobre las tribus o ciudades que la componían, pues podían adoptar distintas actitudes en la lucha contra los romanos, según las circunstancias. La decisión de acudir o no a la guerra, parecía era una decisión tomada por cada ciudad. También lo era firmar la paz, aunque la embajada celtíbera a Roma que puso fin a la Segunda Guerra Celtíbera negoció un acuerdo en nombre de toda la coalición.
Las federación no eran necesariamente entre iguales. Así, por ejemplo, los arévacos eran la tribu dominante por su superioridad militar. Los numantinos tenían guarniciones propias en Malia y Lagni, para reforzar la defensa de la ciudad y preservar la fidelidad de las mismas a los arévacos. Las desigualdades y diferentes intereses de los miembros de la coalición fueron frecuentemente explotados por los romanos.
Hospitium, clientela y devotio
Entre las tribus y ciudades celtíberas existieron, según los autores antiguos, formas específicas de relacionarse entre ellas que serían:
Hospitium
Hospitium era la denominación que los romanos dieron, en la historia antigua de la península ibérica, a una institución social celtíbera derivada de la obligación de ofrecer hospitalidad a los extranjeros, que no sólo debían ser recibidos amistosamente, sino que tal recibimiento otorgaba prestigio al hospedador, de modo que se competía por alojar a los extranjeros. Pertenecía al mismo entorno institucional que la devotio y la clientela.
Solemnizado como pacto de hospitalidad, el hospitium permitía adquirir los derechos de un grupo gentilicio a otros grupos o individuos. No se trataba de un acto de adopción; las partes actuantes contraían derechos mutuos sin que la personalidad propia se perdiera. Los contrayentes del hospitium se convertían en huéspedes (hospites) mutuos. El pacto de hospitalidad se solía acordar en un documento denominado tésera de hospitalidad, una lámina de metal recortado con distintas formas (dos manos entrelazadas o la silueta de animales), que quizá tenían un significado religioso. Se supone que el hospitium, inicialmente, se acordaba en plano de igualdad; aunque el proceso de jerarquización social y económica lo fue convirtiendo en un contrato de dependencia.
De entre los ejemplos descubiertos, el más famoso es el Bronce de Luzaga, que registra un hospitium entre las ciudades de Arecoratas y Lutia, al que probablemente se sumaban las gentilitates Belaiocum y Caricon.
Conceptualmente es similar a la institución grecorromana denominada progenia (προξενία).
No debe confundirse con la institución romana denominada hospitalitas.
De la palabra latina hospitĭum deriva la castellana hospicio.
Diodoro Sículo señala la hospitalidad como un rasgo sobresaliente entre las costumbres de los celtíberos:
«Los celtíberos son crueles con sus enemigos y adversarios, pero con los extranjeros se comportan muy dulce y amablemente. Todos ruegan a los extranjeros que tengan a bien hospedarse en sus casas y rivalizan entre ellos en la hospitalidad. Aquellos a quienes prestan servicio los extranjeros gozan de gran predicamento y se les llama amados de los dioses.»
Tésera de hospitalidad celtíbera, procedente de Uxama. Foto: User:Carlosblh – Foto propia, modificada con Photosop 6.0. CC BY-SA 3.0.

La téssera de hospitalidad era un objeto simbólico utilizado por los pueblos celtíberos como garantía de un pacto o acuerdo formal de hospitalidad y alianza entre personas o comunidades. Estas piezas, como la encontrada en Uxama Argaela (actual El Burgo de Osma, Soria), solían estar hechas de bronce y a menudo adoptaban la forma de animales —frecuentemente jabalíes—, aunque también se conocen ejemplares rectangulares o de otros diseños.
Su función principal era establecer un vínculo jurídico y sagrado entre dos partes, mediante el cual se reconocían mutuamente derechos de protección, acogida y asistencia. La hospitalidad en este contexto no era un simple acto de cortesía, sino un compromiso duradero, sellado por la tradición, que podía implicar incluso la defensa mutua en caso de conflicto o necesidad. Las tésseras podían dividirse en dos mitades complementarias, que encajaban entre sí, de forma que cada parte guardaba una prueba física del acuerdo.
El texto grabado sobre la téssera de Uxama, escrito en alfabeto ibérico adaptado al idioma celtibérico, hace referencia precisamente a ese tipo de pacto. Este objeto refleja la existencia de relaciones diplomáticas complejas entre individuos, clanes o ciudades, y revela un alto grado de organización jurídica y social entre los celtíberos. Además, demuestra el valor simbólico que tenía la palabra dada y el respeto por los lazos de fidelidad en las sociedades de la Edad del Hierro.
Bronce de Luzaga. El Bronce de Luzaga es una pequeña placa de bronce de 16 x 15 cm que contiene un texto en lengua y escritura celtibérica. La variante del signario usado es la variante occidental, donde se detecta el uso del sistema dual que permite diferenciar las oclusivas dentales y velares sordas de las sonoras. El texto está realizado con la técnica del punteado y se distribuye en ocho líneas que contienen 123 signos. La placa presenta siete orificios distribuidos de forma regular y presenta más de un tercio de la superficie exenta de escritura.
El bronce de Luzaga fue descubierto a finales del XIX en las ruinas que rodean la zona norte del casco urbano de Luzaga (Guadalajara), y hoy día está en paradero desconocido, aunque se supone que permanece en una colección privada en Soria.
A pesar de que la lengua celtibérica pertenece al grupo de lenguas célticas de la familia indoeuropea no hay consenso entre los investigadores sobre la traducción completa del texto, no obstante la mayoría de versiones coinciden en aceptar que contiene un tratado de hospitalidad entre varias ciudades de la zona, Lutia entre ellas.
El Bronce de Luzaga es una pieza epigráfica celtibérica de gran valor histórico y lingüístico. Se trata de una pequeña placa de bronce de 16 por 15 centímetros, inscrita en lengua celtibérica utilizando la variante occidental del signario ibérico. Esta variante muestra una característica fundamental conocida como sistema dual, que permite distinguir entre las consonantes oclusivas sordas y sonoras, algo relevante para el estudio fonológico de la lengua.
El texto, compuesto mediante la técnica del punteado, se organiza en ocho líneas que contienen un total de 123 signos distribuidos con precisión. La pieza presenta siete orificios distribuidos de manera regular, lo que sugiere que pudo estar sujeta a un soporte, posiblemente de madera o textil. Más de un tercio de la superficie se encuentra libre de escritura, lo que abre interrogantes sobre su disposición original o su posible uso ritual o administrativo.
Este bronce fue hallado a finales del siglo XIX en las cercanías de Luzaga, en la provincia de Guadalajara, en una zona rica en vestigios arqueológicos celtibéricos. Lamentablemente, la pieza se encuentra actualmente en paradero desconocido y se presume que forma parte de una colección privada, posiblemente ubicada en Soria. Su desaparición ha dificultado los estudios directos, aunque se conservan calcos y transcripciones realizados en el momento de su hallazgo.
Aunque el celtibérico es una lengua indoeuropea perteneciente al grupo de las lenguas célticas, su comprensión sigue siendo parcial, y la traducción completa del texto de Luzaga continúa siendo objeto de debate. Sin embargo, existe cierto consenso entre los especialistas en aceptar que el contenido del bronce alude a un acuerdo o tratado de hospitalidad entre distintas comunidades o ciudades, figurando entre ellas Lutia, otra ciudad celtibérica de la zona. Este tipo de pactos, similares a los que se reflejan en otras tésseras de hospitalidad, refuerza la idea de que las relaciones intercomunitarias en el ámbito celtibérico estaban reguladas mediante mecanismos diplomáticos formalizados y respetados.
El Bronce de Luzaga representa así no solo una fuente epigráfica esencial para el conocimiento de la lengua celtibérica, sino también una ventana a la organización social, política y jurídica de estos pueblos antes de la plena romanización de la península ibérica.
Reproducción del «bronce de Luzaga» actualmente esta pieza arquologica se encuentra en paradero desconocido. Dominio público. Autor User: Papix

El hospitium (‘hospicio’) o pacto de hospitalidad permitía adquirir los derechos de un grupo gentilicio a otros grupos o individuos. No se trataba de un acto de adopción; las partes actuantes contraían derechos mutuos sin que la personalidad propia se perdiera. Los contrayentes del hospitium se convertían en huéspedes (hospites) mutuos y el pacto de hospitalidad se solía acordar en un documento denominado «tésera de hospitalidad». Estas téseras son láminas de metal recortado, en muchas de ellas figurando dos manos entrelazadas o la silueta de animales, que quizá tenían un significado religioso. Se supone que el hospitium, inicialmente, se acordaba en plano de igualdad, pero al surgir diferencias económicas, se iría pasando a un estado de dependencia. De entre los pactos de hospitalidad descubiertos, el más famoso es el Bronce de Luzaga, que registra un hospitium entre las ciudades de Arecoratas y Lutia, al que probablemente se sumaban las gentilitates Belaiocum y Caricon.
Reproducción de tésera celtibérica de origen desconocido. User: Papix. CC BY-SA 3.0.

Clientela
Las clientelas (11) consisten en comitivas constituidas en torno a los individuos más importantes de una comunidad tribal. La relación entre estos individuos, generalmente aristócratas y sus seguidores, era una relación contractual basada en la desigualdad de riqueza y posición social de ambas partes; el jefe normalmente debía alimentación y vestido a sus seguidores, mientras que estos le debían apoyo incondicional. Estas clientelas frecuentemente tenían un carácter militar.
En el contexto de la sociedad celtíbera, la clientela era una relación de dependencia personal y jerárquica establecida entre un individuo de rango elevado, generalmente un jefe o aristócrata guerrero, y uno o varios subordinados o clientes. Este vínculo no se basaba en una relación de esclavitud ni era puramente económica, sino que tenía un carácter político, social y militar profundamente arraigado en las estructuras tribales de la Edad del Hierro.
El cliente, a cambio de protección, sustento y prestigio, debía lealtad y servicio a su patrono. Esta lealtad podía implicar tareas agrícolas, acompañamiento en campañas bélicas, participación en asambleas o respaldo en conflictos personales o tribales. La figura del patrono o señor, por su parte, no solo era un líder militar sino también un mediador, protector y benefactor dentro del grupo.
La clientela formaba parte del entramado de relaciones que articulaban la sociedad celtíbera, caracterizada por la presencia de linajes nobles y guerreros que ejercían su autoridad sobre grupos humanos más amplios. Estas relaciones contribuían a reforzar el prestigio del líder y a consolidar su poder político y simbólico. Cuanto mayor era su red de clientes, mayor era su influencia en el seno de la tribu o comunidad.
Este tipo de relación se inscribe en un marco más amplio de fidelidad personal que precede y anticipa la clientela romana, con la que guarda ciertos paralelismos. En el caso celtíbero, la clientela reflejaba una estructura social basada en vínculos personales más que institucionales, donde el honor, la reciprocidad y el compromiso mutuo eran valores centrales. A través de estas redes de fidelidad, los celtíberos articulaban su poder político, su capacidad militar y su cohesión interna frente a otras tribus o frente a poderes externos como Roma.
Devotio
La devotio (12) era una clase especial de clientela. Al elemento contractual de la clientela se añadía un vínculo religioso, por el cual los clientes de un jefe tenían obligación de seguirles a la batalla y de no sobrevivirle en caso de que este muriera en combate. Tales clientes recibían el nombre de devotio y sus paralelos en la sociedad celta y germánica, soldurios y comitatus.(13)
Con la clientela y la devotio, los lazos de consanguinidad no juegan ya ningún papel. Las desigualdades sociales empujan a los individuos más pobres a ponerse en la clientela de un aristócrata. Al ser más fuerte el vínculo que le unía con el jefe, a veces mediante vínculos religiosos, que el vínculo consanguíneo. Estas instituciones contribuyeron a disgregar los lazos de la organización gentilicia tribal.
El mayor desarrollo de las clientelas militares en Celtiberia parece haberse dado durante el período de las guerras civiles de la República tardía, cuando los distintos políticos implicados como Sertorio, Pompeyo, Julio César, etc. labraron importantes clientelas indígenas. La proliferación de estas prácticas institucionales, junto al desarrollo de la clase aristocrática y de las estructuras urbanas, fueron los elementos principales que contribuyeron a la evolución del sistema gentilicio, a su transformación y, ya bajo el dominio romano, a su progresiva desaparición.
La devotio en el mundo celtibérico era una forma extrema de fidelidad personal y militar, mediante la cual un guerrero se entregaba voluntariamente a la protección y servicio absoluto de un jefe o caudillo, comprometiéndose incluso a morir si su señor moría. Esta relación no solo era de obediencia, sino de sacrificio y lealtad total, con una dimensión profundamente ritual y sagrada.
A diferencia de la clientela, que implicaba una relación jerárquica más amplia y cotidiana, la devotio suponía un vínculo excepcional, casi místico. El devoto se ofrecía con su vida al jefe, y su destino quedaba ligado al de él en combate. Si el jefe moría, el devoto estaba obligado a quitarse la vida o a morir luchando para honrar su compromiso. Esta práctica impresionó profundamente a los autores grecorromanos, que la consideraban una muestra del carácter feroz y sacrificado de los pueblos hispánicos, especialmente de los celtíberos.
El caso más célebre de devotio es el de los guerreros que rodeaban a los caudillos en batallas decisivas, actuando como escoltas personales y última línea de defensa. Esta fidelidad inquebrantable era admirada incluso por los romanos, que recogieron testimonios de ella como prueba del valor, el honor y la disciplina moral de estos pueblos.
La devotio tenía también un componente mágico-religioso, pues al entregarse a su jefe, el devoto sellaba un pacto que trascendía lo terrenal. No era solo una obligación social, sino un acto de consagración personal que evocaba el sacrificio heroico. Esta práctica refuerza la idea de que la sociedad celtibérica se estructuraba en torno a valores de lealtad personal, coraje y entrega absoluta, elementos que marcaron profundamente su cultura militar y su resistencia frente al dominio romano.
6. Principales pueblos y tribus prerromanos celtíberos
Los principales pueblos celtíberos fueron: Arévacos, Pelendones, Titos, Belos, Lusones y en algunos contextos también se incluyen los Vacceos, Carpetanos, y más ocasionalmente olcades y lobetanos- y otros pueblos con fuerte influencia celta como los Berones.
Además, aunque no siempre se clasifican estrictamente como celtíberos, los Astures y los Cántabros comparten muchas características culturales celtas y a veces se les asocia por su proximidad geográfica e influencias comunes.
Los siguientes pueblos que mencionas (Arévacos, Pelendones, Titos, Belos, Lusones) no están etiquetados individualmente en el mapa que me proporcionaste, ya que son subdivisiones o tribus dentro de la región más grande de los «Celtíberi».
De forma más precisa, los celtíberos se concentraban principalmente en el Sistema Ibérico (zona centro-norte de la Península Ibérica), y eran una fusión de elementos celtas e íberos en cultura, lengua y organización social.
Ciudades: Numantia, Termes, Contrebia Belaisca, Calagurris, Clunia, Segóbriga, Segontia, Uxama, Lutia, Nertobriga, Segeda, Bílbilis, Segontia Lanka, Centóbriga, Contrebia Leukade.
Arévacos
Los arévacos fueron un pueblo prerromano perteneciente a la familia de los celtíberos, situada entre el sistema Ibérico y el valle del Duero, lindando al oeste con los vacceos, establecida en el centro-este de la península ibérica en la actual España. Roma formó con los arévacos tropas auxiliares para su ejército imperial.
Los primeros datos que de los arévacos se conocen fueron suministrados por el historiador griego Estrabón, ya que en los datos anteriores, transmitidos por Polibio y Livio, simplemente se habla genéricamente de las tribus celtíberas, que adquirieron pronto gran importancia por sus guerras con Roma.
Los arévacos construían sus poblados sobre cerros para organizar una fácil defensa, rodeados de uno, dos y hasta tres recintos amurallados. Se sabe con certeza que habitaron en los lugares de Osma (Uxama Argaela o Argaela, según el autor griego Ptolomeo) y Sepúlveda.
Los aravacos, arevacos o arévacos (que de todas estas formas se les ha llamado) llevaban un nombre que era aún claramente de origen etimológico precéltico por su sencilla traducción con el euskara, ‘valle del río’, que en su desglose se pueden ver con claridad las raíces léxicas ‘ara’ término para ‘valle’ como Aragón o Valle de Arán, seguido de ‘ba’ que con la aversión de los celtíberos a diptongos y a ciertos inicios vocálicos, más su inclusión a ‘ara’, se distingue la raíz ‘iba’ de ‘río’ y que finaliza con la terminación aglutinada del caso genitivo el cual se distribuye ampliamente por toda la península y mediodía francés en diferentes formas como ‘gos’ en zonas de Burgos, ‘kos’ en La Rioja y Soria, ‘go’ en Castilla la vieja o ‘ko’ tanto en el propio euskara actual como en su contemporáneo. Se dedicaban a la agricultura y pertenecían a la más poderosa de todas las tribus celtíberas, extendiéndose sus poblados por casi toda la franja sur del Duero mesetario. Sus núcleos eran tan independientes entre ellos, cuantas eran las diferentes comarcas en que la misma estructura geográfica les dividía. Eran pueblos todavía groseros y rústicos, regidos por distintos régulos o caudillos, sin unidad entre sí y casi sin comunicaciones.
Cifraban su gloria en perecer en los combates y consideraban como afrentoso morir de enfermedad. Parece ser que este pueblo no enterraba a sus muertos, sino que quemaba los cuerpos, ya que en sus lugares de asentamiento se han encontrado necrópolis de incineración; sin embargo, para los que perecían en combate no consideraban digno el quemar sus restos, los cuales hacían descansar en cuevas, en fosas primero y posteriormente en urnas.
Adoraban al dios Lug, divinidad de origen celta, al cual festejaban en las noches de plenilunio, bailando en familia a las puertas de sus casas. También rendían culto a sus muertos y a un tal «Elman», o «Endovéllico», según atestiguan algunas inscripciones. Tenían por costumbre dejar sus iconos, o imágenes de los dioses, en cuevas situadas en abruptos peñascales –a veces se trataba de las mismas grutas donde descansaban sus antepasados–, y solían acudir a ellas en grupo, en días señalados para la ocasión. En estos lugares veneraban a sus divinidades y les solicitaban favores, dejándoles sus exvotos.
Su traje se componía de una ropilla negra u oscura, hecha de lana de sus ganados, a la que estaba unida una capucha o capuchón con la cual se cubrían la cabeza cuando no llevaban el casquete que estaba adornado con plumas o garzotas. Al cuello solían rodearse un collar. Una especie de pantalón ajustado completaba su sencillo uniforme.
En las guerras usaban espadas de dos filos, venablos y lanzas con botes de hierro, que endurecían dejándolos enmohecer en la tierra. Gastaban también un puñal rayado, y se alaba su habilidad en el arte de forjar las armas. Se presentaban a batalla en campo raso: interpolaban la infantería con la caballería, la cual en los terrenos ásperos y escabrosos echaba pie a tierra y se batía con la misma ventaja que la tropa ligera de infantería. El cuneas, u orden de batalla triangular de los arévacos, se hizo famoso entre los celtíberos y temible entre los guerreros de la antigüedad.
Las mujeres se empleaban también en ejercicios varoniles y ayudaban a los hombres en la guerra. Se veían obligados, para pelear, a dejar guardados sus cereales en silos o graneros subterráneos donde se conservaban bien los granos durante largo tiempo.
Sobre el año 200 a. C., el cartaginés Aníbal quiso mostrarse señor de Hispania antes de medir sus fuerzas con Roma, y a este fin, y al de ejercitar sus tropas e imponer obediencia y respeto entre los celtíberos, llevó sus armas al interior de la Península. Así se internó con dos expediciones consecutivas en tierra de los arévacos, talando los campos y rindiendo su capital, Numancia, cuyos habitantes obligó a huir con sus mujeres e hijos a las vecinas sierras, de donde luego les permitió volver bajo palabra de que servirían a los cartagineses con lealtad.[cita requerida]
Mas cuando cargado de despojos regresaba de estas expediciones a Cartagena (Cartago Nova), los naturales de la meseta reunidos en bastante número se atrevieron a acometerle a las orillas del río Tajo y aun le desordenaron la retaguardia y rescataron gran parte del botín. Triunfo que los antiguos hispanos pagaron caro al siguiente día, en que Aníbal les hizo ver bien a su costa cuán superiores eran las tropas disciplinadas y aguerridas a una multitud falta de organización, por briosa que fuese, que por lo visto lo eran en verdad.
Con la llegada de los romanos, Numancia, una de las ciudades arévacas, protagonizaría una resistencia heroica al invasor. Tras las campañas de Tiberio Graco en el 180 a. C. y la firma de unos tratados con los pueblos indígenas, entre ellos los arévacos, Hispania conocería un periodo de relativa calma. Pero esta calma no duraría siempre: en el 153 a. C. los segedanos –debido al incremento de su población– decidieron ampliar las murallas; acto que no sería bien visto por Roma, que rompería los acuerdos, comenzando así las denominadas guerras celtíberas. Los segedanos, que aún no tenían terminadas sus murallas, se refugiaron en Numancia. El cónsul Quinto Fulvio Nobilior fue enviado a Hispania para sofocar la rebelión.
Se indican a continuación una serie de poblaciones arévacas, junto con su correspondencia geográfica actual:
Burgos:
- Kolounioukou (ceca), localizada en el cerro del Alto del Cuerno (Quintanarraya).
- Sekobirikes (ceca), localizada en Pinilla Trasmonte, se acuñaron denarios, ases y semises a finales del siglo II a. C.
Soria:
- Numantia, a 7 km al norte de la ciudad de Soria, sobre el cerro de la Muela de la localidad de Garray.
- Arekoratas (ceca), en Ágreda.
- Usamus o Uxama (ceca), tuvo su asentamiento en el Cerro del Castro, a muy escasa distancia de El Burgo de Osma.
- Segontia Lanka. Identificada habitualmente con Langa de Duero.
- Tiermes, situada en el término municipal de Montejo de Tiermes.
Segovia:
Segovia, corresponde con el cerro sobre el que se asienta el casco histórico. Según Plinio el Viejo.
Guadalajara:
- Kaisesa (ceca), situada cerca de en Sigüenza.
- Segontia, Sigüenza.
- Lutiakos (ceca), relacionada con Lutia (Luzaga).
La Rioja:
- Contrebia Leucade, a veces también Contrebia Leukade o Kontrebia Leukade. Su ubicación geográfica está al sureste de La Rioja, en el término municipal de Aguilar del Río Alhama, en el paraje conocido como Clunia.
Pelendones
Los pelendones fueron un pueblo celtibérico que habitaba la región de las fuentes del Duero, es decir, norte de la provincia de Soria, sureste de la de Burgos y quizá el sureste de la de La Rioja. Por el sur limitaban con los arévacos y por el norte con los berones y autrigones. Por el oeste con los vacceos y los turmogos al noroeste. Las fuentes también utilizan el nombre de cerindones para denominarles. Según Apiano estaban emparentados con los arévacos y los numantinos. Los arévacos los empujaron hasta la zona norte de Soria. El origen de este pueblo es difícil de determinar, se les supone formado como otros vecinos por elementos proto-celtas indoeuropeos y autóctonos desde la Edad del Bronce junto a otros posteriores llegados de allende los Pirineos durante el período Hallstatt de la primera mitad del I milenio a. C., mucho antes de la llegada de nuevos elementos célticos que darían empuje a la creación de la Cultura celtíbera entre el Duero y el Ebro desplazandoles de las ricas zonas de pasto y vegas fluviales hacia los altos valles y sierras sobre el Ebro o ser absorbidos por pueblos vecinos. Los concejos entre Madaria y Orduña al otro lado del Ebro en territorio Autrigón dan testimonio de su anterior ocupación, o refugio posterior de parte de sus clanes, como así mismo es conocido harían entre los Cántabros en la gen de los Plentuisios. El estudioso Pedro Bosch Gimpera les atribuye un territorio que se extendía, al menos, desde Ágreda a Salas de los Infantes, y de la Sierra de Cabrejas a los Picos de Urbión. Se atribuye a los pelendones la llamada «cultura de los castros sorianos».
Plinio cita a lo numantinos entre los pelendones, y el greco-egipcio Ptolomeo les asigna tres ciudades: Visontium, Savia y Augustóbrica, situadas las tres más o menos en el mismo meridiano. Augustóbriga se corresponde con la actual Muro de Ágreda (Soria), Visontium correspondería a Vinuesa (Soria) pero se desconoce la localización de Savia.
Ciudades
- Augustóbriga: entre Turiasu y Numancia. Muralla de 3 km de perímetro. Obtiene estatuto de municipio. Se cree que se sitúa bajo la actual Muro de Ágreda (Soria).
- Numancia: Plinio el Viejo la sitúa entre los pelendones. Ciudad beligerante que opone resistencia a los romanos. Publio Cornelio Escipión Emiliano la tendrá que aislar y sitiar para rendirla por hambre tras casi un año de asedio. El urbanismo que nos queda es romano.
- Savia: no se han encontrado restos de este poblado. Se ha apuntado que podría corresponder con Soria capital.
- Visontium: restos de la primera Edad del Hierro e inscripciones funerarias romanas. Se piensa que podría estar en la actual Vinuesa (Soria).
Estos asentamientos eran los castros, característicos de la segunda Edad del Hierro típica de la cultura indoeuropea. Se sitúan en lugares estratégicos protegidos por la naturaleza y defendidos por una muralla, un foso o piedras hincadas. Sus dimensiones son reducidas. Las casas son generalmente circulares pero también hay rectangulares. Las necrópolis van asociadas a la cultura de los campos de urnas.
Titos
Los titios (Titii o Titios) fueron un pueblo indígena celtíbero que siempre aparece subordinados a los belos, de los que quizás fuesen clientes. Su localización era la actual provincia de Guadalajara y alrededores la capital era la actual Atienza en ese tiempo llamada Tithya. Este pueblo que aparece citado en las fuentes clásicas contribuye a las guerras de resistencia contra Roma, firmaron, en el 179 a. C., los pactos de Graco y entraron en guerra con Roma, junto con los belos y los arévacos, en la segunda guerra celtíbera, que terminaría con la destrucción de Numancia en el 133 a. C.. A partir de entonces desaparece, como pueblo, de las fuentes.
Los Titos fueron una de las etnias celtíberas mencionadas por las fuentes grecorromanas como parte del conjunto de pueblos que habitaban el centro-norte de la península ibérica antes de la romanización. Al igual que los arévacos, belos y lusones, los titos formaban parte del bloque cultural y lingüístico celtibérico, aunque su papel ha sido menos destacado en la historiografía debido a la escasez de fuentes directas y hallazgos arqueológicos inequívocamente vinculados a ellos.
Las referencias más conocidas sobre los titos provienen de autores como Plinio el Viejo, que los menciona dentro del territorio celtibérico. Se cree que habitaron una zona limítrofe entre las actuales provincias de Guadalajara y Teruel, posiblemente compartiendo espacio o frontera con los belos y arévacos. Su nombre aparece también relacionado con el oppidum de Contrebia Belaisca, lo que sugiere una posible estructura urbana o fortificada dentro de su área de influencia.
Aunque no se conocen textos propios de los titos ni grandes yacimientos identificados exclusivamente con esta etnia, es probable que compartieran con los demás pueblos celtíberos una cultura material similar: asentamientos fortificados, economía mixta basada en la agricultura y la ganadería, uso de la lengua celtibérica escrita en signario ibérico, prácticas funerarias por incineración y una organización social dominada por aristocracias guerreras.
Es posible que, como otras tribus celtíberas, los titos participaran en las guerras contra Roma en el siglo II a. C., aunque no han dejado un testimonio tan notorio como Numancia o Segeda. Su integración dentro del conjunto celtibérico refuerza la idea de que la identidad de estos pueblos no era estrictamente uniforme, sino que existía una red de comunidades con rasgos culturales comunes pero con desarrollos locales diferenciados.
La falta de estudios monográficos específicos y la confusión en las fuentes hacen que los titos permanezcan como un pueblo parcialmente enigmático, pero representativo del mosaico étnico que caracterizaba a la Hispania interior en la Antigüedad.
Los Belos
Los bellos (Belos, Belii o Belaiscos) eran un pueblo celtíbero afincado en la Hispania Citerior. Son citados en textos asociados con el rey de Iliria, así que se pensaba que eran de origen ilirio. Tienen una gran relación con los titos y los lusones, compartiendo la mayoría de las características. Una ciudad importante es Nertóbriga que emite moneda de bronce en el siglo III a. C. en las que aparece un jinete lancero. La más destacada, sin embargo, es Sekaisa (Segeda), que acuña moneda en torno al siglo II a. C. En el 154 a. C. amplía su territorio provocando las guerras celtibéricas.
Al estar asentados en la misma zona que los titos y lusones, su economía posee las mismas características. La base es la agricultura, pues están en una tierra muy fértil. Cosechas de cebada, cereales y olivo. En la ganadería se da la cría de cerdos, cabras y ovejas. Como es rica la ganadería, se da una industria textil próspera, fabrican el sagum o sayo, utilizado como prenda y también como tributo.
Su cerámica está caracterizada por temas decorativos a bandas con círculos y semicírculos. En metalurgia se sabe de la existencia de oro en el río Jalón y de hierro en el Moncayo. Plinio el Viejo elogia las armas fabricadas aquí. De producción de plata apenas hay noticias.
Con la ampliación de territorio de Sekaisa (Segeda) en el 154 a. C., Roma lo toma como casus belli para la conquista progresiva. Por esa razón se aliarán a otra de las tribus celtíberas más poderosas, los arévacos, cuya ciudad más importante es Numancia. Las fuerzas combinadas de ambos pueblos frenan primero el ataque del romano Nobilior contra Sekaisa y luego lo rechazan en Numancia.
Fue en el año 153 a. C., cuando se enfrentaron al ejército romano mandado por Nobilior, compuesto por 30.000 hombres, y las tropas celtibéricas de segedenses y numantinos al mando de Caro de Segeda. El resultado de esta primera batalla fue a favor de los celtíberos, murieron 6.000 romanos.
- Historia de España, dirigida por M. Pidal, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1960-1982, Tomo I, vol. II y III.
- Protohistoria de la Península Ibérica, Barcelona, 2001.
7. Economía y actividades productivas
La economía de los celtíberos fue una estructura compleja, dinámica y profundamente adaptada al entorno geográfico del centro-norte peninsular. Su modelo productivo se sustentaba en una combinación de actividades agropecuarias, explotación de recursos naturales, producción artesanal y, en menor medida, intercambios comerciales. Esta economía no puede entenderse como una simple subsistencia primitiva, sino como un sistema bien articulado, capaz de sostener una sociedad jerarquizada, guerrera y con un alto grado de cohesión interna.
El pilar fundamental de la economía celtibérica era la agricultura. El cultivo de cereales, en especial trigo y cebada, ocupaba un lugar central, tanto para el consumo propio como para el aprovisionamiento de los grupos armados. Estas actividades se desarrollaban en tierras llanas y fértiles cercanas a los castros o núcleos fortificados, en campos de cultivo que probablemente eran trabajados por grupos familiares o bajo formas de control colectivo supervisadas por la aristocracia local. Junto a los cereales, es probable que cultivaran legumbres, lino y algunos frutales, aunque la documentación arqueológica en este ámbito sigue siendo limitada.
La ganadería complementaba y reforzaba esta base agrícola. Los celtíberos criaban principalmente ovejas y cabras, por su utilidad múltiple en leche, carne, lana y pieles. También mantenían cerdos, muy valorados en el contexto ritual y alimenticio, así como caballos, esenciales tanto en la guerra como en las actividades de prestigio. El caballo era símbolo de estatus y desempeñaba un papel importante en la identidad cultural de los guerreros. La trashumancia y los desplazamientos estacionales de rebaños probablemente formaban parte de su economía ganadera, adaptada a un entorno de altiplanicies y sierras.
A estas actividades básicas se sumaba una artesanía desarrollada, especialmente en la metalurgia. Los celtíberos fueron expertos en el trabajo del hierro, como lo demuestran los abundantes hallazgos de armas, herramientas agrícolas, fíbulas y otros objetos. Su industria metalúrgica no solo abastecía las necesidades locales, sino que también permitía el intercambio con otras regiones. El bronce y el hierro eran fundidos y moldeados en pequeños talleres locales, lo que implica la existencia de artesanos especializados y de una transmisión técnica consolidada.
La cerámica celtibérica también revela una producción estandarizada, con talleres que fabricaban recipientes de uso doméstico, almacenamiento o transporte. En algunos casos, estas piezas estaban decoradas con motivos geométricos, espirales o inscripciones, lo que sugiere no solo funcionalidad sino también intención estética o simbólica. Algunas producciones, como la cerámica de estilo numantino, alcanzaron un notable nivel de calidad.
El comercio, aunque no fue la actividad dominante, tenía su lugar dentro de este sistema económico. Los celtíberos establecieron redes de intercambio con otras comunidades celtibéricas, íberas y, en ocasiones, con pueblos mediterráneos como los griegos y cartagineses. Estos contactos permitían la circulación de objetos de prestigio, sal, tejidos, vino, aceites o productos de lujo, y han dejado huella en ciertos ajuares funerarios o en hallazgos puntuales de importación. Las rutas comerciales aprovechaban los cursos fluviales, los pasos de montaña y antiguos caminos naturales que conectaban las diferentes regiones.
El uso de la moneda, aunque limitado, también se desarrolló en la etapa final de la independencia celtíbera. Varias ciudades comenzaron a emitir moneda propia en alfabeto ibérico, lo que no solo facilitaba el comercio, sino que indicaba un cierto grado de organización cívica y autonomía. Estas acuñaciones responden tanto a necesidades internas como al contacto con Roma y otras culturas del área mediterránea.
La estructura social celtibérica influyó directamente en la organización de la producción. La aristocracia guerrera controlaba buena parte de los recursos y obtenía excedentes mediante el tributo, el botín o el patrocinio de redes de clientela. Estas élites disponían de mano de obra dependiente y organizaban parte de la economía en función de las necesidades militares, diplomáticas o ceremoniales. El reparto de tierras, la redistribución de bienes y la celebración de banquetes eran mecanismos de refuerzo del poder, sostenidos por esta base económica.
En suma, la economía celtibérica fue el reflejo de una sociedad equilibrada entre tradición e innovación, entre la autosuficiencia del mundo rural y la apertura selectiva al comercio exterior. Lejos de ser un sistema arcaico y cerrado, revela adaptabilidad, especialización y una notable capacidad de articulación social. Este modelo fue lo suficientemente sólido como para resistir durante siglos hasta su progresiva transformación con la conquista y romanización del territorio. La arqueología sigue siendo clave para reconstruir estas actividades y confirmar la relevancia que tuvo la economía en la configuración cultural de los celtíberos.
8. Arquitectura y urbanismo
La arquitectura y el urbanismo de los celtíberos reflejan una sociedad fuertemente estructurada, con un notable dominio del entorno y una concepción del espacio que combinaba funcionalidad, defensa y organización comunitaria. Sus asentamientos, conocidos como castros o oppida, estaban situados estratégicamente en cerros, lomas o espolones rocosos, lo que les proporcionaba una posición defensiva natural, a menudo reforzada por murallas, fosos y empalizadas. Esta elección del emplazamiento no solo respondía a razones militares, sino también a la necesidad de controlar recursos, rutas y territorios agrícolas circundantes.
El trazado urbano de los castros celtíberos no era completamente regular, aunque en algunos casos se advierte una cierta planificación. Las viviendas se organizaban en torno a calles estrechas e irregulares, adaptadas a la topografía del terreno. En algunos oppida de mayor tamaño, como Numancia o Termes, se han documentado elementos de urbanismo más avanzado, como calles pavimentadas, sistemas de drenaje y zonas diferenciadas para viviendas, talleres o espacios comunales. Estas evidencias indican una evolución progresiva desde formas de poblamiento más rudimentarias hacia modelos urbanos más complejos.
Las viviendas celtíberas eran, por lo general, de planta circular o elíptica, aunque con el tiempo también se desarrollaron casas de planta rectangular. Estaban construidas con muros de piedra y techumbres vegetales, elaboradas con ramas, barro y paja. Los muros se levantaban con mampostería en seco o con barro como argamasa, y el interior solía estar organizado en un único espacio polivalente, donde se concentraban las actividades domésticas básicas. En los asentamientos más desarrollados, las viviendas podían incluir bancos de piedra adosados, hogares circulares en el suelo y pequeñas dependencias anexas para almacenamiento.
Además de las viviendas, en algunos castros se han identificado construcciones de carácter colectivo o especializado, como talleres metalúrgicos, almacenes, recintos sagrados o áreas comunales para reuniones. Estos espacios muestran una clara diferenciación funcional dentro del asentamiento, lo que revela una cierta complejidad social y una estructura urbana más rica de lo que se había supuesto durante mucho tiempo.
Las murallas constituyen uno de los elementos arquitectónicos más destacados del urbanismo celtíbero. Generalmente estaban construidas con piedra sin labrar o sillares básicos y formaban un perímetro cerrado con torres, puertas fortificadas y elementos de control del acceso. En algunos casos, se han hallado dobles líneas de muralla o sistemas defensivos reforzados por fosos excavados en la roca. Estas construcciones no solo cumplían una función militar, sino también simbólica y de delimitación del espacio urbano frente al exterior.
El urbanismo celtíbero no puede analizarse de forma aislada, sino en relación con la evolución cultural y política del mundo prerromano. En las últimas fases de independencia, especialmente en el siglo II a. C., se percibe una tendencia hacia la monumentalización de los asentamientos, con un crecimiento en extensión, población y sofisticación técnica. Este proceso estuvo influido por los contactos con el mundo ibérico, con las colonias griegas y, más intensamente, con Roma, cuyas formas arquitectónicas comenzaron a filtrarse en los modelos constructivos locales.
El estudio de la arquitectura y el urbanismo celtíbero no solo permite comprender cómo vivían estos pueblos, sino también cómo concebían el espacio, la comunidad y el poder. Los castros fueron mucho más que refugios: eran centros sociales, económicos, políticos y religiosos, cuya disposición física refleja las dinámicas internas de una sociedad guerrera, jerarquizada y altamente cohesionada. La arqueología continúa aportando datos que enriquecen esta visión, mostrando que los celtíberos desarrollaron una cultura material sólida, adaptada al medio y capaz de responder a los desafíos tanto internos como externos de su tiempo.
Espada de frontón. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0.

9. Guerra y armamento
La guerra fue un componente central en la cultura celtíbera, no solo como forma de resolución de conflictos y mecanismo de defensa territorial, sino también como expresión simbólica de prestigio, identidad y estatus social. La sociedad celtibérica estaba profundamente militarizada, articulada en torno a una aristocracia guerrera que ejercía su poder a través del combate, la fidelidad personal y el control de recursos bélicos. La guerra no era vista únicamente como una actividad esporádica, sino como una práctica estructural que organizaba buena parte de la vida política, social y económica de estos pueblos.
La importancia del guerrero en la sociedad celtibérica se refleja tanto en los textos clásicos como en los hallazgos arqueológicos. Autores como Estrabón, Apiano o Tito Livio describen a los celtíberos como combatientes valientes, temidos por los romanos, con un fuerte sentido del honor y una inclinación natural por el enfrentamiento armado. En muchos casos, la guerra se desarrollaba entre comunidades rivales por el control de pastos, tierras o rutas comerciales, aunque también se organizaban incursiones y alianzas defensivas frente a enemigos externos. La fidelidad entre jefe y guerreros se sellaba mediante vínculos personales como la clientela o la devotio, lo que reforzaba la cohesión interna de los grupos combatientes.
El armamento celtibérico era variado y tecnológicamente avanzado para su tiempo. Uno de los elementos más emblemáticos era la falcata, una espada curva de gran poder de corte, aunque esta era más propia del mundo ibérico. En el ámbito celtibérico, la espada de antenas, recta y de doble filo, fue más común. Estas espadas, fabricadas con técnicas de forja complejas, se llevaban en vainas metálicas decoradas y formaban parte del equipo habitual del guerrero. Junto a ellas, el armamento incluía lanzas, jabalinas, puñales y, en algunos casos, hachas. También se empleaban hondas y arcos, aunque estos últimos eran menos representativos del estilo de combate celtibérico, que tendía al cuerpo a cuerpo.
El escudo era otro elemento fundamental del equipo militar. De forma ovalada o redonda, fabricado en madera y recubierto con cuero o metal, servía tanto para la defensa como para la exhibición de símbolos de clan o estatus. En algunos casos, se decoraba con motivos geométricos o animales. La panoplia del guerrero se completaba con yelmos, corazas o grebas metálicas, aunque estas eran menos comunes y probablemente reservadas para los miembros de la aristocracia. La vestimenta de combate solía incluir túnicas cortas, cinturones ornamentados y capas sujetas con fíbulas, elementos que combinaban utilidad y distinción simbólica.
El combate celtibérico se caracterizaba por su intensidad, valor individual y tácticas flexibles. Aunque las formaciones organizadas eran posibles, especialmente en grandes conflictos, predominaba una concepción del combate heroica, centrada en el coraje personal y en el liderazgo carismático del jefe. La guerra tenía además un componente ritual y simbólico. Las armas a menudo se depositaban en las tumbas como ofrendas funerarias, y se han encontrado santuarios donde se practicaban rituales relacionados con la victoria, el botín o la consagración de armas al mundo espiritual.
La práctica de la devotio, por la cual un guerrero se entregaba de forma total a la defensa de su jefe, llegando incluso a morir con él, refuerza la idea de que la guerra era también un acto de fidelidad y de consagración personal. Esta forma de lealtad extrema, descrita con admiración por las fuentes romanas, revela la dimensión moral y espiritual que el combate tenía para los celtíberos. No se luchaba solo por la supervivencia, sino por el honor, la pertenencia al grupo y la gloria personal.
La guerra desempeñó asimismo un papel político fundamental. Los jefes tribales reforzaban su autoridad a través de la victoria militar, el reparto del botín y la redistribución de tierras o ganado. El control de rutas estratégicas y de plazas fortificadas era esencial para mantener el poder, y los conflictos con Roma pusieron a prueba estas estructuras. Durante las guerras celtibéricas del siglo II a. C., ciudades como Numancia, Segeda o Termes demostraron una notable capacidad de resistencia y organización, lo que evidencia la eficacia de sus sistemas militares y la firmeza de su identidad cultural frente a la expansión romana.
La progresiva romanización del territorio trajo consigo una transformación profunda del modelo bélico celtibérico. Muchos guerreros fueron incorporados como mercenarios o auxiliares en el ejército romano, y con el tiempo, las armas autóctonas fueron sustituidas por panoplias estandarizadas. Sin embargo, el legado de la tradición guerrera celtibérica persistió durante siglos, y su recuerdo quedó inscrito en la memoria colectiva tanto romana como hispana.
En conclusión, la guerra no fue un fenómeno marginal en la vida de los celtíberos, sino un eje estructural que definió sus relaciones sociales, su organización política y su visión del mundo. A través del armamento, la práctica del combate, los rituales asociados y el simbolismo del guerrero, los celtíberos construyeron una identidad marcada por la lucha, el honor y la lealtad, que se convirtió en uno de los rasgos más admirados y temidos por quienes se enfrentaron a ellos.
Las guerras celtibéricas
Las guerras celtibéricas representan uno de los episodios más prolongados, complejos y significativos del proceso de conquista y romanización de la península ibérica. A lo largo del siglo II a. C., Roma se enfrentó a una tenaz resistencia por parte de los pueblos celtíberos, quienes defendieron sus territorios, su autonomía política y su identidad cultural frente al avance imparable del poder romano. Estas guerras no fueron conflictos aislados ni reacciones improvisadas, sino el resultado de una larga tensión estructural entre dos formas distintas de entender la organización política, social y militar: por un lado, la república romana, con su proyecto imperialista, y por otro, una red de comunidades celtíberas fuertemente arraigadas en sus sistemas de jefaturas tribales, fidelidades personales y estructuras locales.
El proceso de romanización en la península había comenzado tras la Segunda Guerra Púnica, cuando Roma desplazó a Cartago como potencia dominante. A medida que extendía su control sobre el levante y el sur peninsular, las regiones del interior —particularmente la Celtiberia— pasaron a convertirse en un espacio de fricción constante. Las comunidades celtíberas, hasta entonces relativamente independientes, se vieron progresivamente presionadas por las demandas tributarias, el reclutamiento forzoso y la imposición de nuevas formas de autoridad por parte de los romanos. Frente a estas imposiciones, la reacción fue contundente y prolongada.
El conflicto estalló de forma abierta en el año 181 a. C., en lo que se conoce como la Primera Guerra Celtibérica, cuando Roma intervino militarmente contra la ciudad de Segeda, aliada de los belos, por estar fortificando sus murallas en contra de un tratado previo. La respuesta romana fue la campaña de Quinto Fulvio Nobilior, que se enfrentó a una fuerte resistencia encabezada por el caudillo celtíbero Caro. Este episodio marcó el inicio de un largo periodo de confrontaciones intermitentes, que se prolongarían durante varias décadas.
Uno de los momentos culminantes fue la Segunda Guerra Celtibérica, en la que destacó la figura de Tiberio Sempronio Graco, quien en el año 179 a. C. firmó acuerdos de paz con varios pueblos celtíberos tras campañas que alternaron la fuerza con la diplomacia. Sin embargo, la paz fue inestable y las tensiones continuaron acumulándose. La tercera y más famosa de estas guerras tuvo como escenario la ciudad de Numancia, símbolo de la resistencia celtíbera. Entre los años 154 y 133 a. C., Numancia resistió sucesivos asedios romanos hasta que fue finalmente destruida por el ejército de Escipión Emiliano tras un sitio prolongado y sistemático que culminó con el suicidio colectivo o la rendición de sus habitantes.
Numancia se convirtió en un hito dentro de la narrativa romana y en un paradigma de heroísmo para la posteridad. Su caída no significó una pacificación inmediata ni total. La romanización fue un proceso desigual y con resistencias constantes, especialmente en zonas del interior y del norte peninsular. De hecho, las guerras sertorianas, desarrolladas entre el 83 y el 72 a. C., pueden considerarse los últimos episodios de una resistencia organizada en nombre de una Hispania no plenamente sometida. Aunque estas guerras no fueron estrictamente celtibéricas en su origen —ya que respondían a un conflicto interno de Roma entre optimates y populares—, Sertorio supo canalizar el descontento indígena, integrando a muchos celtíberos y otras etnias hispanas en su lucha contra la autoridad del Senado romano.
La participación de las élites indígenas en el bando sertoriano demuestra que, a pesar del avance romano, persistía un fuerte sentimiento de autonomía local y un rechazo a la imposición externa. Sertorio incluso adoptó formas de gobierno que respetaban ciertas estructuras locales y fundó una escuela para hijos de aristócratas indígenas en Osca (actual Huesca), lo que indica un intento de construir una alternativa política basada en la alianza entre Roma y los pueblos hispanos. Su derrota y asesinato en 72 a. C. marcaron el final de las grandes resistencias organizadas en el interior peninsular.
La romanización de los celtíberos, por tanto, no fue un fenómeno lineal ni simplemente militar. Fue un proceso de asimilación lenta, atravesado por conflictos, negociaciones, resistencias y transformaciones. Si bien las armas jugaron un papel determinante, también lo hicieron los pactos, la integración de élites locales en la administración romana, el establecimiento de colonias, el uso del latín y la introducción progresiva de estructuras sociales y económicas romanas. La derrota militar no implicó una eliminación cultural inmediata, y durante generaciones persistieron rasgos autóctonos en el idioma, la religión y la organización del territorio.
En síntesis, las guerras celtibéricas deben entenderse como parte esencial del proceso de romanización de Hispania. Fueron tanto una respuesta a la expansión imperial romana como una defensa activa de formas de vida profundamente enraizadas. A través de ellas, se definieron los límites de la resistencia indígena, se pusieron a prueba las capacidades diplomáticas y militares de Roma, y se forjó, en última instancia, la transformación definitiva del mundo prerromano peninsular en un nuevo orden imperial. Este proceso no solo transformó a los celtíberos, sino también a Roma, que tuvo que adaptar sus estrategias y discursos para hacer frente a una resistencia prolongada, digna y recordada.
El sitio de la ciudad de Numancia
Numancia fue una de las ciudades más emblemáticas de la resistencia celtíbera frente a la expansión romana en la península ibérica. Situada en el Alto Duero, en la actual provincia de Soria, esta ciudad fortificada se convirtió en símbolo de la tenacidad y el espíritu indómito de los pueblos prerromanos durante el siglo II a. C. Su historia está íntimamente ligada al conflicto que enfrentó a los celtíberos con la República romana en el marco de las denominadas guerras celtibéricas.
Durante más de veinte años, Numancia resistió sucesivos intentos de sometimiento por parte del ejército romano, desafiando el poder de una de las mayores potencias del mundo antiguo. Su resistencia no fue meramente militar, sino también política y moral, ya que representaba la defensa de una forma de vida, de una organización social propia y de una cultura profundamente arraigada en el territorio. La ciudad no solo acogía a sus habitantes habituales, sino también a guerreros de otros pueblos celtíberos que encontraron allí un bastión frente al dominio extranjero.
El episodio más célebre de esta resistencia tuvo lugar entre los años 134 y 133 a. C., cuando el general romano Publio Cornelio Escipión Emiliano, el mismo que había destruido Cartago, fue enviado a Hispania para acabar de forma definitiva con la ciudad. Escipión optó por un asedio total, cerrando todas las vías de acceso y dejando a Numancia aislada, sin posibilidad de recibir ayuda o alimentos. Tras meses de sitio y de una desesperada resistencia, los numantinos optaron por la rendición, pero según las fuentes romanas, muchos prefirieron la muerte antes que la esclavitud. La caída de Numancia supuso un punto de inflexión en la conquista del interior peninsular y dejó una huella imborrable en la memoria histórica hispana.
Numancia no fue solo una ciudad destruida por Roma, sino un símbolo de resistencia colectiva que, con el tiempo, adquirió una dimensión casi legendaria. Su legado ha perdurado como ejemplo del valor frente a la adversidad, de la defensa de la libertad y de la dignidad frente al poder imperial.
Ruinas de la Numancia romana. dr_zoidberg – Numancia Uploaded by ecemaml. CC BY-SA 2.0. Original file (1,020 × 680 pixels, file size: 835 KB). 41°48′35″N 2°26′39″O.

Su primera ocupación data del Calcolítico o comienzos de la Edad del Bronce, (entre el 1800 a. C.-1700 a. C.). Perduraría un asentamiento de la cultura castreña de la Edad del Hierro hasta el siglo IV a. C. La primera mención histórica de Numancia ocurre durante la expedición de Catón de 195 a. C. En el año 153 a. C. tiene lugar el primer conflicto grave con Roma, al socorrer a la población bella de Segeda (entre Mara y Belmonte de Gracián, en Zaragoza). La coalición consiguió derrotar a un ejército de 30 000 hombres mandados por el cónsul Quinto Fulvio Nobilior.
Tras veinte años repeliendo los continuos e insistentes ataques romanos, en el año 134 a. C., el Senado romano confirió a Publio Cornelio Escipión Emiliano el Africano Menor la labor de destruir Numancia, a la que finalmente puso sitio, levantando un cerco de nueve kilómetros apoyado por torres, fosos, empalizadas, etc. Tras 13 meses de hambruna y enfermedades, agotados sus víveres, los numantinos decidieron poner fin a su situación en el verano del año 133 a. C. Algunos de ellos se entregaron en condición de esclavos, mientras que la gran mayoría decidió optar por el suicidio. La ciudad fue repoblada, posiblemente con pueblos celtíberos vecinos, y sufrió nuevas destrucciones durante las Guerras Sertorianas. En el siglo III comienza su decadencia definitiva, y generalmente se considera que la ciudad dejó de ser ocupada en el siglo IV d. C., aunque nuevos hallazgos sugieren un asentamiento visigodo en el siglo VI d. C.
Origen y situación
Las fuentes clásicas adscriben la ciudad alternativamente al pueblo de los pelendones o de los arévacos. Plinio el Viejo afirma que se trataba de una ciudad pelendona, aunque otros autores, como Estrabón y Ptolomeo, la sitúan entre los arévacos. No quedando claro el auténtico precursor de la ciudad de Numancia, actualmente se considera que la zona fue controlada originalmente por los pelendones, hasta que fueron desplazados por los arévacos hacia el norte de Soria a partir del siglo IV a. C. Durante las guerras celtibéricas, Numancia sería una ciudad arévaca, y bajo la administración romana se restituiría a los pelendones.
La ubicación geográfica de la ciudad celtíbera se sitúa en el Cerro de la Muela, en la localidad soriana de Garray, un punto estratégico delimitado por las montañas del Sistema Ibérico, desde el Pico de Urbión hasta el Moncayo, y rodeado por los fosos del río Duero y su afluente, el río Merdancho. Su superficie pudo haber llegado a las 8 hectáreas.
Toponimia
El nombre de Numancia lo conocemos por los autores latinos anteriormente citados a partir del siglo II a. C. debido a su enfrentamiento con Roma. En lengua celtibérica, se encontró una inscripción en un recipiente cerámico (MLH K.9.3) con la inscripción nouantikum, quizás un genitivo plural derivado del nombre de la ciudad.
Para el prof. G.T.A. Numancia sería una palabra celta de origen indoeuropeo que podría significar:
- De noma o numa -(también en latín y en griego)- pasto/s, y -ancia = amplios o extensos, equivaldría a pastos extensos o amplios; teniendo en cuenta que la principal actividad económica que practicaban era el pastoreo, la ganadería y otras actividades agrícolas.
- O de (n)uma -(también en latín y griego,umere/y ume = humedad/humedal…)- que podría venir a significar río o valle ancho, humedal amplio, o humedad o nieblas abundantes.
Ruinas de la ciudad de Numancia. Foto: Wamba Wambez. CC BY-SA 3.0. Original file (2,592 × 1,944 pixels, file size: 2.42 MB).
Primeros asentamientos
Los primeros asentamientos humanos en Numancia se establecieron en el III milenio a. C., cuando la zona era densamente boscosa y contaba con una fauna rica en ciervos, jabalíes, osos, lobos, liebres, conejos, caballos, etc. Los pastos eran abundantes y en ellos se criaban cabras y ovejas, que eran la principal fuente de riqueza y economía. Estos primeros asentamientos consistían en cabañas construidas con materiales perecederos, ya que en ellas habitaban pastores que realizaban movimientos estacionales con sus rebaños. La región tenía un clima muy duro, con fuertes heladas y nevadas abundantes, donde soplaba el cizicus o cierzo, un frío viento del norte.
Hacia el siglo VII a. C., en este asentamiento se utilizaban cerámicas hechas a mano, con formas bitroncocónicas. Desde el siglo VII a. C. el asentamiento pasó a ser un castro, típico de la cultura castreña de la provincia de Soria; este tipo de asentamientos estaban muy bien fortificados y su base económica era mayoritariamente ganadera. La cerámica pasó a tener posteriormente formas lisas sin decoración, similares a las aparecidas en Navarra y La Rioja. A principios del siglo IV a. C. aparecieron decoraciones cerámicas realizadas a peine o con incrustaciones de botones metálicos, lo que indica un momento inmediatamente anterior al establecimiento de la cultura celtíbera, en la cual aparecieron ya cerámicas a torno y decoraciones concéntricas y con estampados. En este momento, hacia el 350 a. C., Numancia pasó a tener un número importante de habitantes y nació como ciudad. Los numantinos aprendieron entonces el manejo del horno oxidante, el torno de alfarero y el uso de la pintura para decorar cerámica, a partir de los conocimientos de sus vecinos celtíberos del este, que por estar en el valle del Iber o Ebro ya habían sido iberizados.
La ciudad celtíbera
El profesor de la Universidad Complutense de Madrid y director de uno de los equipos arqueológicos que trabajó en Numancia, Alfredo Jimeno, la describía así:
La amplia superficie excavada (unas seis hectáreas) aporta pocas referencias de la ciudad más antigua (destruida en el 133 a. C. por Escipión Emiliano, ofreciendo una mejor información de la ciudad celtíbera del siglo I a. C. y de la romana imperial, que presentan una ordenación en retícula irregular, sin dejar espacios libres o plazas.
Alfredo Jimeno. Revista de Historia de Iberia vieja, número 6. 2005
Empedradas con cantos rodados, las calles se orientaban en dirección este-oeste, excepto dos calles principales en dirección norte-sur. Todas estaban diseñadas de manera que pudiesen cortar el viento norte. Poseían una estructura entrecortada. En cada cruce, las calles continuaban en el mismo sentido pero un poco más a la izquierda o un poco más a la derecha, con el fin de que las esquinas de las casas cortasen el viento.
Cuando llovía, los desagües de las casas vertían el agua y el lodo a la misma calle. La presencia del río Duero implicaba zonas encharcadas en el territorio.
Las casas se agrupaban en manzanas y se alineaban aquellas más cercanas a la muralla. Las casas, de unos 50 m², tenían tres habitaciones. Los primeros hogares célticos fueron de dos estancias, y con el tiempo se añadió la tercera, frente a la casa y con la puerta cerrada. En la habitación principal, los numantinos comían y dormían; empleaban otro cuarto como despensa y un tercero como vestíbulo y entrada.
Reconstrucción de una vivienda celtibérica en Numancia.
Las casas eran construidos principalmente con piedra, aunque había elementos de madera, adobe, barro y paja; la techumbre quedaba constituida por trenzados de centeno. Los numantinos recubrían el suelo con tierra apisonada para caldear el ambiente. Las casas eran cálidas y acogedoras.
En cuanto a la alimentación: La carne se alternaba con los cereales, frutos secos y legumbres. También había vino con miel y la famosa cerveza llamada caelia, hecha de trigo fermentado.
Un elemento interesante era la presencia de corrales rectangulares, anexos a las casas. Era costumbre en los habitantes bañarse en su propia orina, pese a ser cuidadosos y limpios en su manera de vivir, según Diodoro Sículo y Estrabón.
Una muralla reforzada por varios torreones, con cuatro puertas de entrada y salida, defendía a sus habitantes, que podían llegar hasta un aproximado de 2 mil de ellos, cohabitando al mismo tiempo.
Economía
La principal fuente de datos sobre la antigua vida en Numancia proviene de la arqueología, puesto que apenas subsisten restos escritos sobre la vida normal de sus habitantes.
Se cree que durante la ocupación prerromana su principal fuente económica era la ganadería. Hay constancia de pagos a otros pueblos e incluso a Roma por medio de pieles de buey o de capas de lana (sagum) en grandes cantidades.
La carne y la leche fueron los alimentos básicos de su dieta, infiriéndose esto último por diversas representaciones cerámicas, las cuales demuestran que los animales más importantes fueron el conejo, el buey, la cabra y la oveja.
La agricultura no fue una actividad muy importante en la estructura comercial de los numantinos. A fin de suplir esta y otras carencias, se sabe que mantuvieron relaciones comerciales con diversos pueblos cercanos para adquirir productos de primera necesidad. Entre estos últimos, se cuentan especialmente los vacceos, que les procuraban trigo y otros cereales, motivo por el cual los romanos quemaron los campos de cereal de los vacceos para propiciar el aislamiento de Numancia y su posterior asedio.
Conquista y asedio de Numancia
El sometimiento de los pueblos de la península a Roma tenía sus excepciones. Pueblos como los arévacos, vacceos, tittos, bellos o lusitanos opusieron una heroica resistencia en una fase intermedia de la conquista. El primer enfrentamiento entre Numancia y Roma tuvo lugar en 153 a. C.. Los habitantes de Segeda, capital de los Belos, perseguidos por Fulvio Nobilior y un numeroso ejército de 30 000 soldados se refugiaron en territorio de los arévacos. Así, los arévacos de Numancia se aliaron con los segedenses y se enfrentaron a las tropas romanas, derrotándolas y ocasionando más de 6000 bajas entre los romanos. Durante los dieciocho años siguientes se alternaron periodos de paz y de conflicto, en los que habitualmente el ejército celtíbero salía victorioso frente a contingentes romanos, mucho más numerosos.
Fases de la invasión romana de Hispania, con la campaña de invasión de Numancia. Mapa: NACLE. CC BY-SA 4.0.

Preparativos para el último sitio a Numancia
Este cúmulo de humillaciones dio lugar a que Roma enviara, en el año 134 a. C., a su mejor soldado, Publio Cornelio Escipión Emiliano, apodado entonces Africano Menor por haber conquistado la ciudad de Cartago en el año 146 a. C.; y nieto adoptivo del vencedor de Cartago, Escipión el Africano. La primera dificultad que se ofreció en Roma para designar a Escipión como jefe del ejército sitiador de Numancia, escribe Mélida, fue que no tenía el tiempo prescrito para el consulado, por lo que tuvieron que cambiar el calendario y que los tribunos volviesen a derogar la ley en cuanto al tiempo, como habían hecho en la guerra de Cartago, y quedase en vigor para el año siguiente. El prestigio de tal general incitó a multitud de romanos a alistarse a sus órdenes, pero no lo consintió el Senado, pues Roma andaba empeñada en otras guerras.
Escipión marchó a la península con cuatro mil voluntarios, tropas mercenarias de otras ciudades y de otros reyes (escribe Apiano) que, voluntariamente, se le ofrecieron por conveniencia propia. Además, con personas escogidas y fieles formó la llamada «cohorte de los amigos». Pidió dinero; negóselo el Senado, consignándole únicamente ciertas rentas a la sazón no vencidas y, según Plutarco, contestó Escipión que «le bastaba el suyo y el de sus amigos». Tal fue el esfuerzo personal con que aquel experimentado soldado se aprestó a la empresa.
Escipión comenzó, al llegar a la península, por someter al ejército allí desplegado a un durísimo entrenamiento. Dice Apiano que desterró a todos los mercaderes, rameras, adivinos y agoreros, a quienes los soldados consternados en tantos infortunios daban demasiado crédito; expulsó a los criados, vendió carros, equipajes y acémilas, conservando las puramente necesarias; prohibió ir en bestia en las marchas. Poco después llegaba a su campamento el rey númida Yugurta con 15 000 hombres. Cuando tuvo moralizado a su ejército, sumiso y hecho al trabajo y a la fatiga, trasladó su campo cerca de Numancia, cuidando de no dividir sus fuerzas, como hicieron otros, ni de batirse sin antes explorar.
—Es un disparate –decía– aventurarse por cosas leves. Es imprudente el capitán que entra en acción sin necesidad, así como aquel otro es excelente que se arriesga cuando lo pide el caso: así es que los médicos no usan sajaduras ni cauterios antes de las medicinas.
Numancia de Alejo Vera y Estaca (1881). Alejo Vera. La obra representa el momento en que los últimos defensores de la ciudad hispana de Numancia se dieron muerte a sí mismos a fin de impedir que fueran capturados vivos por los romanos, que en esta obra aparecen entrando en la ciudad mientras los numantinos se suicidan. Dominio Público., Original file (1,886 × 1,256 pixels, file size: 1.79 MB).
El último ataque
En octubre del 134 a. C., Escipión tomó posiciones enfrente de Numancia a la que no dio opción de pelear. Se concibió un plan de guerra de reducir, cercar y sitiar a los numantinos, hasta que faltos de fuerza se rindieran. Así, para quitarles apoyo y favor de otros pueblos, se dirigió primeramente contra los vacceos, a quienes los numantinos compraban víveres, arrasó sus campos, recogió lo que pudo para la manutención de sus tropas y amontonando lo demás, le prendió fuego. Como quiera que los pallantinos de Complanio hostigaran a los forrajeadores romanos, mandó para rechazarlos a Rutilio Rufo, tribuno entonces y escritor de estos hechos, dice Apiano; y cubriendo la retirada el mismo Escipión, pudo salvarlo con su caballería.
Comenzó un cerco estricto, construyendo primero fosos, empalizadas y terraplenes para proteger a sus soldados, además de levantar un muro de 9 kilómetros, de ocho pies de ancho y diez de alto, con torres a un plethron (30,85 metros) de distancia unas de otras, que rodeaban la ciudad y que estaba vigilado por siete campamentos. Las torres contaban con catapultas, ballestas y otras máquinas; aprovisionó las almenas de piedras y dardos, y en el muro se instalaron arqueros y honderos. También utilizó un sistema de señales, muy desarrollado para la época, que permitía trasladar tropas a cualquier lugar que pudiera estar en peligro.
Igualmente hizo otro foso por encima del primero y lo fortificó con estacas, y no pudiendo echar un puente sobre el río Duero, por donde los sitiados recibían tropas y víveres, levantó dos fuertes y atando unas vigas largas con maromas, desde el uno al otro, las tendió sobre la anchura del río… «En estas vigas, añade el historiador, había clavado espesos chuzos y saetas, las cuales, dando vueltas siempre con la corriente, a nadie dejaban pasar, ni a nado, ni buceando, ni en barco, sin ser visto.»
En total contaba con más de 60 000 soldados, entre los que figuraban gentes del país, más los arqueros y honderos correspondientes a doce elefantes (que actuaban como torres móviles) que trajo Yugurta, contra apenas 2500 numantinos sitiados. Destinó la mitad de las fuerzas para guardar el muro, preparó 20 000 hombres para las salidas que fueren necesarias y dejó de reserva otros 10 000. Dio Escipión el mando de un campamento a su hermano Máximo y él tomó el otro, y todos los días y noches recorría por sí mismo la circunferencia con que tenía cercada la ciudad; siendo él, en concepto de Apiano, el primero que tal hizo con gentes que no rehusaban la pelea.
Con estos datos históricos y haciendo aplicación de ellos en un concienzudo estudio topográfico del terreno que rodea el cerro de Numancia, el profesor de historia Adolf Schulten, de la Universidad de Erlangen, Alemania, logró descubrir en cinco años los restos de dichas fortificaciones y los siete campamentos o fuertes de Apiano, presentándolos al Instituto Arqueológico de Berlín (1880). La primera conclusión que sacó de sus descubrimientos es que los campamentos de Escipión no fueron obras de barro y madera como los construidos por César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio.
El más importante de estos campamentos y también el que ocupa la posición más eminente es el de Peña Redonda, que está en un alto, en el avance de una sierra, al sudeste del cerro de Numancia, separado de él por el riachuelo Merdancho. Siguen por el Este las fortificaciones de Peñas Altas, consistentes principalmente en una ancha muralla, que posiblemente unió con una torre cuadrada de gruesa fábrica, lo cual es verosímil que sirviera para instalar una catapulta, que por lo próxima a Numancia debió hacerle mucho daño. Al pie de ésta, en una pequeña meseta llamada Saledilla, halló el Dr. Schulten huellas del incendio de la ciudad, de donde se deduce que debió existir un arrabal de la misma, que solo dista 150 metros del baluarte de la catapulta. Siguiendo hacia el NE, desde Peñas Altas se encuentra otra eminencia, Valdevortón, donde un antiguo canal de desagüe indicó al explorador la existencia de un campamento, cuyos escasos restos pudo encontrar.
Según Apiano, sólo Retógenes el Caraunio, con algunos compañeros y algo de caballería, pudo burlar este cerco para pedir ayuda a las ciudades vecinas, de las que únicamente Lutia se mostró dispuesta a socorrer a la ciudad, lo que acarreó una terrible venganza de Escipión sobre los lutiakos.
Tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida por el hambre, en el verano del 133 a. C. Sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse. Incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos.
Escipión regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las calles con cincuenta de los numantinos capturados. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda.
Toma de Numancia, óleo sobre lienzo de Antonio Guerrero, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Primer premio de pintura en 1802. Recortado por la derecha donde el lienzo presenta un daño importante. Antonio Guerrero. Dominio Público. Original file (1,222 × 1,050 pixels, file size: 264 KB).
Situación de los campamentos
Cuando Escipión Emiliano se presentó ante las murallas de Numancia, a finales del otoño del 134 a. C., lo hizo con la idea ya concebida de tomarla por bloqueo y no por asalto, lo que había sido un craso error demostrado en las fallidas incursiones de los ejércitos consulares previos. La decisión de asestar un ataque por bloqueo le llevó a ordenar la construcción de sólidos vallados que formaron una línea continua en torno a las murallas. Para un cerco de aproximadamente 4 kilómetros se necesitaron un total de 16 000 estacas, calculando unas 4 estacas por metro. A éstas había que añadir otros postes para entrelazar la empalizada. En total unas 36.000 estacas, que fueron transportadas por 20.000 hombres. Cuando por fin estuvo preparada la defensa, los soldados pudieron trabajar con mayor tranquilidad en el levantamiento de la muralla y el foso, que en total medía unos 9.000 metros. Aunque desgastados por el paso de los años, aún hoy es posible distinguir restos de aquellos campamentos romanos.
1.º campamento: Castillejo
Desde aquí dirigió Escipión el sitio. Para la construcción se aprovecharon cimientos anteriores. Esta posición era estratégica, ya que abarcaba toda la circunvalación y estaba defendida por abruptas pendientes. De muros sólidos, entre las ruinas del pretorio aún es posible distinguir una fila de habitaciones y parte de una cocina con dos hogares, construidos en el exterior para evitar incendios. Se calcula que este cuartel podía acoger a 5000 soldados, aunque se cree que nunca hubo allí más de 2500 hombres. En este campamento se encontraron diversas piezas de metal precioso.
2.º campamento: Travesadas
De este acuartelamiento, con la misma estructura básica que el de Castillejo y Peñarredonda, se han conservado restos de los cuarteles, al parecer destinados a las tropas itálicas. La superficie total del campamento puede haber sido de unas 4 hectáreas, una porción de terreno relativamente pequeña si se la compara con otras construcciones. Como en los otros casos, aquí también existe una puerta pretoria, la cual estuvo protegida, desde el interior del recinto, por dos torres de formidables proporciones. En cuanto a los restos allí hallados, son de poca cuantía. Tan sólo la punta de una flecha de catapulta, un puñal y una moneda.
3.º campamento: Castillo ribereño de molino/Valdevortón
Según Apiano, Escipión mandó levantar dos castillos para cortar el curso del río Duero. Está levantado en el punto de confluencia entre los ríos Merdacho y Duero, los lados este y oeste estaban protegidos por fosos de 3 metros de profundidad y 5-10 de anchura. A pesar de los trabajos agrícolas realizados en la zona, una capa de humus de más de un metro de grosor ha permitido conservar importantes restos. Los 400 hombres que formaron la guarnición, además de atender al río, tenían que cubrir también los desfiladeros del río y las colinas por la que los numantinos, después de atravesar el río Merdancho, podrían atacar fácilmente.
4.º campamento: Peñarredonda
Enclavado entre las lomas que se deslizan hacia el río Merdancho y las propias ruinas numantinas, la panorámica que se divisa desde allí es muy amplia. Desde el punto de vista militar, la elevada posición permitía dominar toda la ladera meridional de Numancia y controlar los movimientos del enemigo. También era el campamento más expuesto a las embestidas de los numantinos, por lo que tenía defensas reforzadas con respecto al resto. Defendido por una muralla de 4 metros de espesor, de la que todavía se conservan restos, y de un escarpado barranco, en este campamento son fáciles de identificar las vías praetoria –une la puerta pretoria con el pretorio–, principalis y decumana, así llamada por desembocar en la puerta de igual nombre.
5.º campamento: La Rasa
Esta fortificación, que defendía las alturas entre el río Duero y Peñarredonda, aún se distingue por los restos de unos 300 metros de lo que fue una aparentemente sólida muralla. El campamento pudo tener una extensión de seis hectáreas. Se puede deducir que en este lugar se alojaron tropas ibéricas en rústicas cabañas de ramaje.
6.º campamento: Dehesillas
Fue el mayor campamento que levantó Escipión, siendo el único que conserva el arranque de muralla por ambos lados. Por la parte occidental, un vaciado de unos 6 metros de amplitud indica el lugar en el que estuvo, probablemente, la puerta decumana. Es el campamento que tenía mejor defensa natural, pues se situaba a una altitud de 1.050 metros. Desde él se dominaba fácilmente la visión de todos los alrededores, Numancia y todo el muro de circunvalación. Está situado sobre una meseta, rodeada por el Duero. Su extensión de 14,6 hectáreas. le hacen el mayor castellum levantado por Escipión. La valla, que fue excavada por Adolf Schulten, alcanzaba los 4 metros de altura.
7.º campamento: Alto Real
Los lugareños llaman Alto Real a la meseta próxima a las ruinas y cuya base baña el río Duero. Dada la ubicación del promontorio, se podía presumir que los romanos levantaron aquí una fortificación que dominó todo el valle del río. En este lugar se han hallado claras huellas del campamento, especialmente vasos romanos, incluida una ánfora muy trabajada por labores agrícolas. Lo que no ha sido posible hallar han sido sólidas estructuras a la manera romana, por lo que se han relacionado las irregulares construcciones descubiertas con habitaciones de tropas auxiliares ibéricas. De haber ocupado toda la colina, el acuartelamiento podría haber tenido una extensión de 8 hectáreas.
Recreación de las murallas en Numancia de la actualidad. Multitud. CC BY 3.0. Original file (2,048 × 1,536 pixels, file size: 574 KB).
Reocupación celtíbera
Tras su caída y destrucción a manos de Escipión, este «distribuyó el territorio entre los vecinos», probablemente de la tribu de los Pelendones. Esta segunda ciudad celtibérica sería destruida al final de las Guerras Sertorianas.
La ciudad romana
Numancia fue reconstruida en época de Augusto, con trazado romano pero con repobladores celtíberos (Plinio el Viejo afirma en el siglo I d. C. que se trataba de una ciudad pelendona).
Reconocimientos históricos
La fragata blindada Numancia, bautizada así en recuerdo de la ciudad celtíbera, al igual que un anterior navío de línea y la actual fragata Numancia.
La actitud de los numantinos impresionó tanto a Roma que los propios escritores romanos ensalzaron su resistencia, como Plinio o Floro, convirtiéndola en un mito, que se unió a los de otras ciudades y pueblos de la península que lucharon hasta el final, como Calagurris, Estepa o las ciudades cántabras, entre otras. Esta lucha ha dejado huella en la lengua española, que acoge el adjetivo numantino con el significado que resiste con tenacidad hasta el límite, a menudo en condiciones precarias, según la Real Academia Española.
Miguel de Cervantes dramatizó el hecho histórico del famoso asedio a la ciudad en su tragedia El cerco de Numancia, escrita y representada hacia 1585. Durante la invasión francesa se reavivó el mito numantino al establecerse un claro paralelismo entre la resistencia celtíbera y la española, en duros asedios como los de Zaragoza y Cádiz.
El yacimiento fue declarado Monumento Nacional por Real Orden de 25 de agosto de 1882, por lo que gozó de la protección del Estado y la Comisión de Monumentos de Soria.
El pintor Alejo Vera realizó en 1881 el cuadro Los últimos días de Numancia; en 1886 se colocó un obelisco en recuerdo de los numantinos por el 2.º Batallón del Regimiento de San Marcial.
A comienzos del siglo XX, en el reinado de Alfonso XIII, se volvió a prestar interés a Numancia. En recuerdo a la ciudad hispana, se ha dado el nombre de Numancia a una ciudad en Aklan, Filipinas, al Club Deportivo Numancia de Soria, a varios barcos y a unidades militares. En 1936, durante la guerra civil española, un regimiento llamado Numancia tomó el pueblo toledano de Azaña, y le cambió el nombre por el actual de Numancia de la Sagra.
Jarrón numantino del siglo I a. C. Museo Numantino (Soria). Ecelan. Jarra de boca trilobulada decorada con escena de doma; procedente de Numancia; circa. 1st century BCE.s.I adC. CC BY-SA 4.0. Original file (2,136 × 2,848 pixels, file size: 1.33 MB).
Arqueología
El tiempo borró de la memoria la situación geográfica de Numancia y su emplazamiento sólo se podía adivinar, de forma poco aproximada, por los escritos que habían dejado los romanos. Algunas teorías la ubicaban en Zamora hasta 1860, cuando Eduardo Saavedra descubrió el emplazamiento real de las ruinas de la ciudad. También, en el siglo XVI, el erudito Fray Antonio de Guevara en una carta al duque de Nájera, don Antonio Manrique, y su hermano el arzobispo de Sevilla en la que discutían si Numancia estaba en Zamora o Soria, Guevara da la indicación de que Numancia se halla en Garray. Los emplazamientos de los campamentos romanos alrededor de la ciudad fueron establecidos por Adolf Schulten. Las excavaciones arqueológicas regulares del lugar comenzaron en 1906 y continúan 100 años después, con un equipo de investigadores bajo la dirección científica de Alfredo Jimeno.
Numancia en la actualidad
En la actualidad, Numancia es un yacimiento arqueológico de la provincia de Soria, declarado Bien de Interés Cultural incoado desde el 25 de agosto de 1882 y declarado el 29 de agosto de 1882. Los terrenos en los que se asienta el yacimiento fueron parte de las propiedades del vizcondado de Eza hasta que en 1917 Luis de Marichalar y Monreal (abuelo de Álvaro de Marichalar) los donó al Estado.
Este yacimiento es excavado en la actualidad por un grupo de arqueólogos de la Universidad Complutense de Madrid bajo la dirección de Alfredo Jimeno, mediante fondos de la Junta de Castilla y León. Cada verano se realiza una campaña en el yacimiento que abarca los meses de julio y agosto, y posteriormente, los restos arqueológicos son analizados en los laboratorios de dicha universidad.
Desde 2003 se vienen efectuando trabajos de excavación en la Manzana XXIII. El proyecto actual pretende subsanar las dudas arqueológicas existentes en el yacimiento, en torno a los espacios domésticos, puesto que las otras manzanas fueron excavadas por Schulten, Melida, Taracena y otros arqueólogos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, los cuales no usaban metodología arqueológica de documentación exhaustiva de localización e identificación de los espacios.
En 2016 se adecuó la manzana XXIV para proceder a los trabajos de excavación de la parcela de 1800 m². Se estiman cuatro años para finalizar las excavaciones.
Amenazas
Desde 2007, los restos arqueológicos de Numancia se han visto envueltos en la polémica por un proyecto desarrollado por la Junta de Castilla y León con el apoyo del ayuntamiento de Soria que pretende la construcción del polígono industrial «Soria II» en las proximidades de las ruinas, sobre todo cercano a los restos de los campamentos romanos. Diversas instituciones culturales y educativas han emitido artículos en contra de este plan, debido al impacto paisajístico que causaría, si bien los restos en sí no resultarían dañados, como se establece desde instancias oficiales.
Estos son algunos ejemplos de lo emitido contra este polígono desde diferentes instituciones:
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando remitió el 5 de diciembre de 2007 una carta al alcalde soriano, Carlos Martínez Mínguez, en la que transmitía su «inquietud al conocer el proyecto para construir un polígono industrial en el paraje conocido como El Cabezo, que afectaría negativamente y de un modo irreversible a unos de los paisajes históricos de esta provincia, que visual y físicamente lindan con lugares como Numancia, Ermita del Mirón y San Juan de Duero».
La Real Academia de la Historia dice «toda intervención en este entorno debería hacerse con sumo cuidado de no devaluar el patrimonio paisajístico de la ciudad. En efecto, los miradores de la ciudad, empezando por los del Parque del Castillo y la Ermita del Mirón, se proyectan sobre esta garganta del Duero, y son una de las señas de identidad más reputadas de la ciudad.
Urbanización del campamento de Alto Real
Por otro lado el campamento romano de Alto Real a pesar de su valor histórico y arqueológico, está siendo arrasado, ya que se está construyendo en él una urbanización de 288 viviendas, que se justifica por haber sido aprobada en 1985, antes de la declaración de zona arqueológica de Numancia y los Campamentos y Cerco Romano, que tuvo lugar en 1999. Así, esta urbanización se suma a la ya construida en la subida a Numancia: Urbanización Numancia. Esta dos agresiones al yacimiento numantino, una consolidada y otra en fase de realización, han contado con el beneplácito del ayuntamiento de Garray, el cual ha concedido a la empresa Telefónica la instalación de la línea y la construcción de las arquetas que han arrasado el subsuelo en el que se asienta el campamento en cuestión.
Para intentar contrarrestar las críticas, se ha realizado una reconstrucción virtual junto al hito que señala la localización del campamento, tal como lo estableció Schulten. Dicha reconstrucción consiste en recrear la supuesta planta del campamento a base de delimitar, mediante tablones y arena de distinto color, unos supuestos barracones, sobre el emplazamiento del campamento (que no ha sido excavado), y sin respetar tampoco el trazado del vallum o muralla del cerco. Se incluye también en el denominado Pasillo Verde, adscrito al proyecto de la Ciudad del Medio Ambiente, siendo la Consejería de Medio Ambiente quien ha dado los permisos para llevarlo a cabo.
Se sigue por tanto adelante con uno de los proyectos que degradarán de forma irreversible el entorno de Numancia, sin que las autoridades responsables de su protección hagan nada para impedirlo, siendo más bien las promotoras de su destrucción.
Por ello, el conjunto del yacimiento de Numancia ha sido incluido en la Lista roja de patrimonio en peligro, que la asociación Hispania Nostra empezó a elaborar en el año 2006.
Bibliografía Numancia
- Los celtíberos. Etnias y Estados – Francisco Burillo.
- Celtibería – Álvaro Capalvo.
- Celtíberos. Tras las huellas de Numancia Catálogo de la Exposición- Ed. Alfredo Jimeno.
- Numancia – José Luis Corral Lafuente.
- Numancia: 20 años de asedio – Revista Historia de Iberia vieja nº 6.
- Espacio y sociedad en la Soria medieval, siglos XIII-XV – Asenjo González, M..
- Historia de Numancia – Adolf Schulten.
- The Army of the Roman Republic. The Second Century BC, Polybius and the Camps at Numantia, Spain – Michael J. Dobson Oxbow Books, 2008.
Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una categoría multimedia sobre Numancia.
- Numancia multimedia, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
- Atlas del Imperio romano, situación de Numancia
- Reseña del cerco romano de Numancia en la Lista roja de patrimonio en peligro, de Hispania Nostra
- ARTEHISTORIA – NUMANCIA – Vídeo en alta definición y artículos académicos
- Web oficial del Yacimiento Arqueológico de Numancia
10. Vestimenta y vida cotidiana
La vestimenta y la vida cotidiana de los celtíberos ofrecen una ventana única para comprender la dimensión más íntima y funcional de una cultura que, aunque fuertemente militarizada, desarrolló una forma de vida rica, adaptada al entorno y con una identidad cultural bien definida. A través de los restos arqueológicos, las fuentes clásicas y el análisis etnográfico, es posible reconstruir los aspectos esenciales de su día a día, sus hábitos, su organización doméstica, sus costumbres y los elementos materiales que definían su existencia cotidiana.
En lo que respecta a la vestimenta, los celtíberos vestían de manera funcional, pero no exenta de sentido estético y simbólico. Hombres y mujeres utilizaban túnicas de lana o lino, generalmente cortas para facilitar el movimiento, sujetas con cinturones o fíbulas de bronce o hierro que, además de su utilidad práctica, servían como distintivos de estatus. Las fuentes romanas, especialmente Estrabón y Plinio el Viejo, describen a los celtíberos como pueblos sobrios y austeros en sus formas, aunque se sabe que prestaban atención al adorno personal, con collares, anillos, brazaletes y broches elaborados. Los guerreros solían llevar capas, a menudo con capuchas, que les protegían del clima montañoso, y es probable que los colores, bordados o acabados de la ropa marcaran diferencias sociales o tribales.
La vida cotidiana transcurría en los castros, asentamientos fortificados que albergaban núcleos familiares organizados en torno a viviendas circulares o rectangulares de piedra, con techos vegetales. El interior de estas casas estaba dividido en espacios sencillos donde se realizaban actividades como cocinar, hilar, tejer o almacenar grano. El fuego central era el núcleo simbólico y funcional del hogar. La familia constituía la célula básica de la sociedad y era también una unidad productiva, donde hombres, mujeres, ancianos y niños compartían labores según la edad y el género.
La alimentación celtibérica era variada y estaba basada en productos agrícolas como cereales (trigo, cebada), legumbres y hortalizas, complementados con carne de cerdo, oveja y cabra, y en menor medida, vacuno y aves. También se consumía leche, queso y miel, y se sabe que elaboraban cerveza a partir de cebada fermentada. El pan y los guisos eran básicos en su dieta, cocinados en hornos rudimentarios o al fuego directo. Las vasijas de cerámica, de producción local, servían para cocinar, almacenar y transportar alimentos y líquidos.
Las mujeres desempeñaban un papel fundamental en la vida cotidiana. No solo se encargaban de las tareas domésticas, sino también del trabajo agrícola, la crianza de los hijos y la transmisión de saberes. El hilado y el tejido eran tareas habituales, realizadas con husos, telares y agujas, cuyas piezas han sido encontradas en yacimientos arqueológicos. Los varones, por su parte, estaban más vinculados a la guerra, el pastoreo y las tareas comunales, aunque no puede descartarse una cierta flexibilidad en los roles, especialmente en contextos rurales.
La vida social giraba en torno al clan y al grupo tribal. Las relaciones de vecindad, la lealtad al jefe y la participación en actividades colectivas como la defensa del castro, los cultos religiosos, los intercambios o los banquetes reforzaban los lazos comunitarios. La celebración de festividades, posiblemente ligadas al calendario agrícola o al culto a los antepasados, también formaba parte de la vida colectiva. Aunque no se han conservado textos literarios propios, los hallazgos simbólicos y funerarios sugieren una rica tradición oral y una cosmovisión marcada por el respeto a la naturaleza, la guerra y los vínculos familiares.
La religión celtíbera, de fuerte componente naturalista y ancestral, influyó también en la vida cotidiana. Algunos hogares incluían espacios para ofrendas domésticas, y la presencia de pequeños altares o ídolos en lugares estratégicos del castro sugiere la existencia de prácticas rituales cotidianas. La muerte y el recuerdo de los ancestros eran elementos centrales, como lo demuestran las necrópolis con ajuares que reflejan no solo el rango del difunto, sino también sus hábitos y pertenencias en vida.
En resumen, la vida cotidiana de los celtíberos no puede entenderse como un conjunto de actividades menores subordinadas a la guerra. Al contrario, constituye el tejido esencial que sostenía la estructura social, económica y cultural de estos pueblos. Su vestimenta, sus costumbres domésticas, sus prácticas alimenticias y rituales, y su sentido comunitario revelan una sociedad profundamente integrada con su medio ambiente, organizada en torno a valores de autosuficiencia, lealtad y continuidad cultural. Lejos de la imagen exclusivamente guerrera, el estudio de su vida cotidiana permite comprender la humanidad y la complejidad de un mundo que, aunque desaparecido, ha dejado una huella profunda en la historia de la península ibérica.
11. El mundo simbólico y la iconografía
El mundo simbólico y la iconografía de los celtíberos constituyen una dimensión fundamental para comprender su cosmovisión, sus creencias y la forma en que interpretaban su relación con el entorno, la comunidad y lo trascendente. Aunque los celtíberos no dejaron textos literarios propios, su universo simbólico se manifiesta con fuerza en el arte, los objetos cotidianos, los ajuares funerarios, las esculturas y los signos grabados en cerámica, metal o piedra. Estos testimonios permiten reconstruir, al menos parcialmente, los marcos mentales, religiosos y míticos que estructuraban su vida colectiva.
Uno de los rasgos más característicos del mundo simbólico celtibérico es la estrecha relación entre lo guerrero y lo sagrado. El armamento, por ejemplo, no era solo instrumento de combate, sino también objeto de prestigio y soporte de significados trascendentes. Espadas, fíbulas, escudos o cascos podían presentar decoración geométrica, grabados o motivos animales que trascendían lo funcional. Las armas depositadas en tumbas o en lugares rituales expresaban no solo el rango del guerrero, sino también su vínculo con el más allá y su papel en la comunidad incluso después de la muerte.
La iconografía zoomorfa ocupa un lugar destacado. Animales como toros, jabalíes, lobos o caballos aparecen en esculturas, fíbulas o exvotos metálicos, y desempeñan un papel simbólico asociado al poder, la fertilidad, la fuerza, la protección o la conexión con los espíritus. El jabalí, por ejemplo, era un animal especialmente venerado, símbolo de valentía y coraje, y aparece tanto en esculturas como en tésseras de hospitalidad, lo que refuerza su función como emblema de compromiso, lealtad y alianza sagrada. El caballo, vinculado a la aristocracia guerrera y a los rituales de tránsito, es también una figura clave, asociada al prestigio y al movimiento entre mundos.
La decoración geométrica es otro componente fundamental del repertorio visual celtibérico. Espirales, círculos concéntricos, líneas quebradas y formas reticuladas se repiten en cerámicas, armas y joyas. Estos motivos, además de cumplir una función estética, probablemente poseían significados rituales o apotropaicos, es decir, orientados a proteger o invocar ciertas fuerzas. La repetición y simetría de estos patrones sugieren una visión ordenada del mundo, en la que la forma tenía una función simbólica precisa, vinculada a la idea de equilibrio, permanencia o tránsito.
La escritura, aunque limitada a inscripciones breves, también formaba parte del universo simbólico. El uso del signario ibérico para transcribir la lengua celtibérica en placas, cerámicas, monedas o estelas tenía un valor que iba más allá de lo práctico. Muchas de estas inscripciones acompañaban actos rituales o jurídicos, como en el caso de las tésseras de hospitalidad o los bronces legales, y se insertaban en contextos sociales de fuerte carga simbólica. La escritura no era una herramienta de uso común, sino un medio reservado para situaciones solemnes, con un poder performativo reconocido por la comunidad.
La iconografía funeraria y los ritos de enterramiento completan este panorama simbólico. Las necrópolis celtibéricas muestran una clara ritualización de la muerte, con prácticas de incineración y enterramiento de cenizas en urnas acompañadas de ajuares cuidadosamente seleccionados. Estos objetos —armas, vasijas, joyas, herramientas— no solo respondían a necesidades prácticas en la otra vida, sino que reflejaban la identidad del difunto y su rol en la sociedad. La tumba era entendida como un espacio de tránsito y de conexión entre el mundo de los vivos y el de los antepasados, cuya presencia simbólica fortalecía la memoria colectiva y la continuidad del grupo.
En conjunto, el mundo simbólico de los celtíberos revela una cultura profundamente espiritual, en la que la vida cotidiana, la guerra, la muerte y la naturaleza estaban impregnadas de significados. El lenguaje de las imágenes, los signos y las formas constituía una vía de expresión y de conocimiento del mundo tan poderosa como la palabra. Aunque fragmentario y muchas veces enigmático, el legado iconográfico de los celtíberos nos permite asomarnos a un sistema de creencias coherente, transmitido de generación en generación, que articulaba su visión del universo, de la comunidad y del destino humano. Comprender esta dimensión simbólica es esencial para acceder al núcleo profundo de su identidad cultural y para valorar la riqueza de su legado dentro del mosaico de los pueblos prerromanos de la península ibérica.
12. Los celtíberos y Roma
La relación entre los celtíberos y Roma constituye uno de los procesos más significativos y complejos del periodo prerromano e inicio de la romanización en la península ibérica. Este vínculo, marcado por la ambivalencia entre la resistencia y la integración, se desarrolló durante más de un siglo, y se plasmó en una larga serie de enfrentamientos militares, negociaciones políticas, pactos diplomáticos y, finalmente, en una asimilación progresiva al modelo imperial romano. La historia de los celtíberos frente a Roma no puede reducirse a una sucesión de conflictos, sino que debe entenderse como un proceso dinámico de choque y fusión cultural entre dos mundos profundamente distintos en su organización social, sus valores y su visión del poder.
Cuando Roma llegó a la península ibérica en el siglo III a. C., los celtíberos formaban un conjunto de pueblos organizados en tribus y clanes, con estructuras políticas descentralizadas, una economía rural sólida y una sociedad dominada por la aristocracia guerrera. Su territorio se extendía por las tierras del interior, especialmente en lo que hoy son las provincias de Soria, Guadalajara, La Rioja, Teruel, Zaragoza y Cuenca. Aunque mantenían contactos con otros pueblos peninsulares y con culturas mediterráneas, su integración política con el exterior era escasa. Roma, por su parte, era una potencia en expansión que tras derrotar a Cartago en la Segunda Guerra Púnica comenzó a extender su control hacia el interior peninsular, con el objetivo de asegurar rutas estratégicas, recursos minerales y estabilidad política.
El primer contacto directo entre Roma y los celtíberos se dio en el contexto de la expansión romana tras el año 197 a. C., cuando se establecieron formalmente las dos provincias hispanas: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. La presión romana sobre el interior provocó una reacción por parte de los pueblos celtíberos, que se tradujo en una serie de conflictos conocidos como guerras celtibéricas. Estas guerras, desarrolladas entre el 181 y el 133 a. C., pusieron de manifiesto tanto la capacidad militar y la cohesión social de los celtíberos como las limitaciones del modelo romano de dominación inmediata. Las ciudades celtibéricas, como Segeda, Numancia y Termes, resistieron con éxito durante décadas, incluso cuando Roma desplegó generales de renombre y legiones bien entrenadas.
La resistencia celtíbera culminó simbólicamente con el sitio y destrucción de Numancia en el año 133 a. C. por el ejército de Publio Cornelio Escipión Emiliano. La caída de esta ciudad no solo supuso una derrota militar, sino también un punto de inflexión en el proceso de romanización. A partir de este momento, Roma comenzó a consolidar su presencia en la región, estableciendo nuevos sistemas administrativos, fundando ciudades y atrayendo a las élites locales hacia el modelo romano mediante recompensas, ciudadanía parcial y alianzas políticas. Sin embargo, la integración fue lenta y desigual. Muchos celtíberos continuaron mostrando reticencia o incluso abierta hostilidad ante la dominación romana, especialmente en las zonas más montañosas y periféricas.
Durante las guerras sertorianas (83–72 a. C.), los celtíberos reaparecen en el escenario político como aliados del general rebelde Quinto Sertorio, quien se ganó la simpatía de numerosos pueblos hispanos al prometer un modelo más justo de gobierno y respetar las instituciones locales. La participación celtibérica en estas guerras demuestra que la romanización no había sido aún completa y que subsistía un fuerte sentimiento de autonomía cultural y política. Sin embargo, con la derrota de Sertorio y la posterior reorganización provincial por parte de Roma, se aceleró el proceso de integración. La concesión de derechos legales, la fundación de colonias romanas, el establecimiento de vías de comunicación y la implantación de nuevos sistemas económicos fueron herramientas claves en este proceso.
La romanización de los celtíberos no fue un fenómeno uniforme ni impuesto únicamente por la fuerza. Supuso también una adaptación cultural mutua. Las élites celtíberas adoptaron progresivamente el latín, el derecho romano y los modelos urbanos, mientras que Roma incorporó aspectos del mundo indígena, como la toponimia, ciertos cultos religiosos o elementos del armamento y la táctica militar. Algunos celtíberos llegaron a ocupar cargos en la administración romana e incluso a servir como auxiliares en el ejército imperial, lo que demuestra un grado creciente de participación en la estructura imperial.
Sin embargo, la integración no supuso la desaparición inmediata de la identidad celtíbera. Durante generaciones, persistieron costumbres, lenguas y tradiciones propias en el ámbito rural, especialmente en los sectores más alejados del control directo romano. La epigrafía, los restos arqueológicos y las fuentes literarias sugieren la pervivencia de formas híbridas de vida en las que lo indígena y lo romano coexistieron durante largo tiempo. Solo a partir del siglo I d. C. puede hablarse de una romanización efectiva y consolidada en la mayor parte del antiguo territorio celtíbero.
En conclusión, la relación entre los celtíberos y Roma fue un proceso histórico complejo, que atravesó fases de enfrentamiento abierto, resistencia prolongada, negociación y, finalmente, asimilación cultural. Lejos de ser un caso de conquista unilateral, representa un ejemplo de interacción prolongada entre civilizaciones, en la que los celtíberos no fueron meros vencidos, sino actores activos que supieron adaptarse, resistir y negociar su lugar dentro del nuevo orden impuesto por Roma. Su historia no solo explica parte fundamental de la romanización de Hispania, sino que también ilustra la capacidad de los pueblos autóctonos para redefinir su identidad en un contexto de cambio y dominación.
13. Religión
Se conoce muy poco de la religión de estos pueblos. La única mención directa en los textos clásicos es la de Estrabón, quien escribió que los celtíberos adoraban a un dios al cual no le asignaban un nombre.
Podemos dividir el panteón indígena en tres categorías de divinidades, las cuales no son excluyentes:
- Divinidades de carácter astral (e.g. el Sol y la Luna). Forman el sustrato de las religiones indoeuropeas.
- Grandes dioses celtas. Iguales que en otras zonas de la península y fuera de ella, como en la Galia y Britania.
- Divinidades menores. Con un culto probablemente local, cuyo carácter parece indicar un sustrato u origen de tipo animista o totémico y que aparecen vinculadas, bien a accidentes naturales (montes, bosques, etc.) o de tipo territorial (castros, aldeas, ciudades, etc.).
El panteón celtibérico posiblemente incluiría varios de los dioses celtas: (14)
- El más importante dios celta era Lug, dios guerrero que con la romanización fue asimilado a Mercurio. Aparece mencionado en inscripciones encontradas en Uxama (Osma, Soria), y en Peñalba de Villastar (Teruel).
- De Cernunnos, dios de la fertilidad y la regeneración, popular en la Galia, se han encontrado algunas representaciones.
- El dios sin nombre mencionado por Estrabón ha sido tradicionalmente asociado bien a la Luna, o al dios irlandés Dagda.
- Las Matres, diosas de la fecundidad, la tierra nutricia y las aguas, cuyo culto estaba extendido entre los celtas y germanos.
- El culto a Epona, diosa de los caballos, encajaba muy bien en la Celtiberia, al ser zona de cría de caballos. Se han encontrado varias inscripciones dedicadas a Epona en la Celtiberia.
También han aparecido varios bronces con imágenes de la divinidad infernal Sucellus.
Los dioses con culto exclusivamente local fueron muy abundantes. Todos estos cultos locales que pudieron estar vinculados a una determinada comunidad gentilicia o a una localidad, son los más abundantemente representados.
El llamado Collar de la Sacerdotisa del Sol (siglo IV a. C.), obra de simbolismo religioso celtíbero. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (2,161 × 1,970 pixels, file size: 1.33 MB).
el Collar de la Sacerdotisa del Sol, una pieza excepcional del arte celtíbero datada en el siglo IV a. C., hallada en la localidad de Clares (Guadalajara) y actualmente conservada en el Museo Arqueológico Nacional de España.
Este collar destaca no solo por su notable factura técnica, sino por su alto contenido simbólico y religioso, lo que lo convierte en uno de los mejores ejemplos del pensamiento espiritual de los pueblos celtíberos. Está compuesto por una combinación de cuentas esféricas y piezas tubulares de bronce, dispuestas en conjuntos que se repiten con cierta regularidad. Lo más llamativo son los cinco elementos centrales en forma de círculo con apéndices, probablemente con significado astral o cosmológico, interpretados por algunos estudiosos como representaciones solares o símbolos vinculados a los ciclos cósmicos y al culto solar.
La interpretación simbólica más aceptada sugiere que este collar estaba relacionado con una figura de alto rango religioso —posiblemente una sacerdotisa— y que su forma expresa la idea del viaje del Sol a través de las estaciones o de los puntos cardinales. Algunos autores asocian sus elementos con la combinación de fuerzas solares y lunares, o con la estructura de un calendario ritual. Su diseño transmite una cosmovisión cíclica, en la que los movimientos celestes regulaban no solo el tiempo, sino también los actos religiosos, las festividades y los rituales agrarios.
Además de su valor ritual, el collar refuerza la presencia activa de las mujeres en el ámbito espiritual celtíbero, indicando que la religión no solo estaba en manos de los hombres guerreros, sino que existía también una dimensión femenina del culto, con acceso al poder simbólico y al conocimiento astronómico o sagrado.
En conjunto, el Collar de la Sacerdotisa del Sol es una obra de arte que va más allá de lo ornamental. Es un objeto de alto contenido simbólico, vinculado al mundo espiritual, astronómico y ceremonial de los celtíberos, y una prueba tangible de la sofisticación cultural de estos pueblos prerromanos.
Se desconoce, actualmente, la existencia de templos dentro de las ciudades o poblados celtíberos. La norma general parece que los santuarios estuviesen fuera de las poblaciones, como los recintos naturales con graderías excavadas en la roca, localizados bajo la acrópolis de Tiermes, con un conjunto de piedras de sacrificios con pocillos y canales.
Pese a lo defendido tradicionalmente, es muy probable que existiese una sección de la sociedad especializada en la esfera religiosa, quizá con características comunes a los druidas de otros pueblos celtas. (15) Es posible que los caudillos militares realizaran ceremonias religiosas en presencia de su ejército y que los jefes o las cabezas de linaje realizaran, en el ámbito de la ciudad o la familia, determinados cultos.
Los bailes festivos fueron descritos por Estrabón como un elemento importante de la religión celtíbera, pues menciona que se ejecutaban como si fuesen combates simulados. Blas Taracena y otros arqueólogos sugieren que los bailes de paloteo de Casarejos y San Leonardo son adaptaciones de estos bailes celtíberos.
La relación entre la mitología celta y las creencias mágico-religiosas de los celtíberos constituye un campo de estudio esencial para comprender la dimensión espiritual de estos pueblos prerromanos. Aunque la información directa es escasa debido a la falta de fuentes literarias indígenas, los paralelismos culturales con otras sociedades celtas del ámbito europeo, así como los hallazgos arqueológicos, epigráficos y etnográficos, permiten reconstruir parcialmente el sistema de creencias de los celtíberos y situarlo dentro del marco más amplio de la religiosidad celta. Esta conexión revela una espiritualidad compleja, en la que la naturaleza, los ancestros, los ciclos cósmicos y las fuerzas invisibles del mundo eran concebidos como realidades activas que influían en la vida cotidiana, el poder político y el destino colectivo.
Los celtíberos compartían con otros pueblos célticos una cosmovisión profundamente vinculada al mundo natural. La divinidad no se concentraba en un único dios supremo, sino que se expresaba a través de una multiplicidad de fuerzas divinas asociadas a lugares concretos —ríos, montañas, árboles, piedras, manantiales— así como a funciones como la fertilidad, la guerra, la muerte, la curación o el paso entre mundos. Estas deidades no estaban separadas del entorno, sino encarnadas en él, y sus manifestaciones eran sentidas y temidas por la comunidad. Los santuarios celtíberos no eran necesariamente grandes templos, sino espacios naturales consagrados, marcados a veces por ofrendas, estelas o ídolos sencillos.
Dentro de este universo, los rituales desempeñaban un papel central. La religión celtíbera se basaba en prácticas mágicas, sacrificios animales, ofrendas votivas y ceremonias de tránsito, muchas de ellas relacionadas con la agricultura, la guerra o los ciclos astronómicos. La magia no se oponía a la religión, sino que formaba parte integral de ella, como medio para interactuar con las fuerzas invisibles y alterar o proteger el curso de los acontecimientos. Se practicaban fórmulas rituales, gestos simbólicos y actos propiciatorios que revelan una concepción activa y operativa del mundo espiritual.
El vínculo con la mitología celta continental se observa también en la presencia de figuras simbólicas como el guerrero sagrado, la diosa madre, los animales totémicos y las representaciones solares. El culto al Sol y a la Luna, a los astros y al ciclo estacional estaba probablemente codificado en objetos como el Collar de la Sacerdotisa del Sol, donde el simbolismo astral adopta forma material. Estas figuras no eran simples adornos, sino expresiones de un conocimiento simbólico profundo, posiblemente conservado y transmitido por una clase sacerdotal o por especialistas rituales, cuya función era guiar, interpretar y proteger a la comunidad.
Asimismo, la fuerte carga funeraria de la religión celtíbera conecta con la creencia en un más allá o en la continuidad del alma. Las necrópolis celtibéricas, con ajuares ricos y variados, sugieren una concepción de la muerte como tránsito, y no como final. Los enterramientos con armas, adornos, alimentos o animales muestran que el difunto conservaba su identidad, su estatus y sus vínculos en el otro mundo. En este sentido, la religión celtíbera puede interpretarse como una red de vínculos entre lo visible y lo invisible, entre la comunidad viva y el linaje ancestral.
Las inscripciones celtibéricas, aunque breves y de difícil interpretación, parecen tener también una dimensión religiosa. Algunas se han encontrado en bronces votivos, altares o contextos rituales, lo que indica que la escritura misma tenía un componente mágico o sacralizado. El uso del lenguaje en contextos de hospitalidad, de alianza o de dedicación religiosa refuerza la idea de que lo sagrado estaba presente en los actos sociales más importantes.
En conclusión, las creencias mágico-religiosas de los celtíberos no fueron un sistema cerrado ni una copia directa de la mitología celta continental, sino una manifestación original y adaptada a las condiciones geográficas, sociales y culturales del interior peninsular. Sin embargo, compartían con el conjunto del mundo celta una visión animista, cíclica y simbólica del universo, en la que la naturaleza, los astros, los ancestros y los dioses formaban parte de una red viva de relaciones. Esta espiritualidad se expresaba en ritos, objetos, símbolos y espacios que aún hoy permiten vislumbrar la riqueza y profundidad de una tradición religiosa que, aunque truncada por la romanización, dejó una huella indeleble en la memoria cultural de Hispania.
Véase también: Mitología celta
14. Lengua y escritura
La lengua de los celtíberos existe hoy sólo en inscripciones antiguas. El idioma fue llevado a la península por inmigrantes celtas de Galia y se habló en las partes centrales y norteñas. Es posible que el celtibérico no fuera el único idioma celta de Iberia, pues existen evidencias de nombres de lugares en el norte de Cataluña de que se hablaba galo allí. Por eso, y por el hecho de que quizá se hayan hablado otros idiomas indoeuropeos antiguos en Iberia, es difícil delimitar con exactitud la zona celtíbera.
Al oeste de la zona del celtibérico, el lusitanio se hablaba en lo que ahora es Portugal. Es posible que el lusitanio fuera un dialecto de celtibérico, o una lengua celta distinta. Otros creen que los pocos restos del idioma sugieren que el lusitanio era un idioma indoeuropeo distinto.
El celtíbero se hablaba a partir del siglo IV a. C. cuando Heródoto mencionó que los keltoi vivían en el otro lado de las Columnas de Hércules, y los celtíberos se mencionaban en documentos romanos y griegos a partir del siglo III a. C. Los celtíberos por fin fueron dominados por los romanos después de 49 a. C., y desde luego su idioma cedió rápidamente al latín. Sin embargo, sobreviviría hasta los comienzos de la era cristiana.
El vascuence es el único idioma precelta de Europa. (16) Como curiosidad, el actual País Vasco, arqueológicamente, era una zona con ciertos asentamientos celtas en la parte occidental de Vizcaya, la parte oriental de Cantabria y norte de Burgos, mientras que en Navarra, norte de La Rioja y norte de Aragón hasta Andorra sería una zona completamente eusquérica, extendiéndose a su vez por toda la Gascuña hasta el río Garona. Hay unas palabras celtas en el vasco, prestadas del celtibérico. Algunas palabras celtíberas también fueron tomadas prestadas por el latín, y todavía sobreviven en el español moderno, por ejemplo, la celtíbera camanom (irlandés céimm, galés cam, ‘paso’) pasó prestada como camminum, dando camino en español, que en vascuence sería bide y chemin en francés.
El celtíbero perteneció a una rama paralela de la familia celta. Muestra rasgos muy antiguos, y como el goidélico, había preservado la kw original. Esto, junto con las leyendas celtas que nos hablan de contactos antiguos entre Irlanda y los celtíberos, han llevado a sostener que el goidélico se llevó a Irlanda desde Iberia. Por cierto, había contactos entre los celtas de Iberia y los de Irlanda, pero la evidencia existente soporta mejor la interpretación de que el celtibérico y el goidélico son dos ramas semejantes pero distintas del celta, que se habían separado ambos muy temprano como dos idiomas celtas y no tuvieron una relación muy estrecha entre sí. El celtibérico no tuvo algunos rasgos muy distintivos del goidélico, por ejemplo, la posición inicial del verbo ni las preposiciones conjugadas. Los lingüistas consideran que dos idiomas tienen una afinidad estrecha si muestran innovaciones comunes. Esto exactamente no fue el caso del celtibérico y goidélico.
El celtibérico se escribió en un alfabeto que también se usó para escribir los otros idiomas prerromanos de la península (véase: Ogam). El alfabeto se utilizaba en primer lugar para escribir el idioma de los iberos, que no lo conocemos bien. El alfabeto no combina bien con la fonología de un idioma indoeuropeo, y esto hace aún más difícil la interpretación de las inscripciones celtíberas. Existe un gran número de inscripciones celtíberas, la mayoría de ellas palabras o nombres simples escritos en cerámica. También hay dos cortas inscripciones, más probablemente dedicaciones, de Peñalba de Villastar y de Luzaga. La inscripción más importante, sin duda, es la inscripción larga de Botorrita, cerca de Zaragoza.
La extinción del celtibérico no puso fin a la historia de los idiomas celtas en la Península. En los siglos V y VI, después de la caída del Imperio romano, algunos hablantes del celta británico huyeron desde el sur de Gran Bretaña para escapar de los invasores anglosajones. La mayoría de estos se instaló en Armórica de la Galia (la Bretaña moderna), y puede que otros pocos llegaran a Galicia, donde su idioma sobrevivió y se transformó de diversas maneras durante varias generaciones.
Bronces de Botorrita, siglo I. Autor: Desconocido. Dominio Público. Original file (976 × 532 pixels, file size: 179 KB).
Los Bronces de Botorrita, descubiertos en las inmediaciones de la localidad zaragozana de Contrebia Belaisca, constituyen uno de los testimonios epigráficos más importantes y reveladores de la cultura celtibérica. Datados en el siglo I a. C., estos textos inscritos sobre láminas de bronce son una fuente única para el estudio de la lengua, el derecho, la organización social y la vida pública de los celtíberos en el periodo final de su independencia y durante los primeros momentos de la romanización. Su valor reside tanto en su contenido como en el contexto histórico y cultural en que fueron producidos, ya que ofrecen una ventana directa a las prácticas jurídicas y administrativas de una comunidad indígena en proceso de integración en el mundo romano.
El conjunto epigráfico de Botorrita está compuesto por varias planchas de bronce, de las cuales la más extensa y conocida es el llamado Bronce de Botorrita I. Este documento, redactado en lengua celtibérica utilizando el signario ibérico nororiental, contiene un listado detallado de nombres propios, tanto personales como gentilicios, junto con lo que parece ser un acuerdo o sentencia legal relacionado con una propiedad o conflicto territorial. El texto destaca por su estructura formal, su claridad administrativa y la amplitud del vocabulario onomástico, lo que permite no solo estudiar la lengua celtibérica en profundidad, sino también inferir aspectos de la organización social y política de la comunidad que lo produjo.
El carácter jurídico del Bronce I revela que los celtíberos contaban con un sistema normativo articulado, capaz de establecer procedimientos legales complejos, registrar decisiones colectivas y formalizar pactos entre clanes o unidades familiares. Este nivel de desarrollo institucional desmiente la idea de que los pueblos prerromanos carecían de organización política avanzada y pone de relieve la existencia de una estructura social jerarquizada, con autoridades capaces de convocar asambleas, emitir juicios y registrar por escrito sus decisiones.
El Bronce II, por su parte, está escrito en latín y muestra el avance de la romanización en el ámbito legal y administrativo. Su contenido parece estar relacionado con el funcionamiento de la ciudad o con obligaciones cívicas de los ciudadanos. La coexistencia de textos en celtibérico y en latín dentro del mismo contexto arqueológico indica una transición lingüística y cultural que no fue inmediata ni impuesta de forma violenta, sino gradual y adaptada a las circunstancias locales. Este bilingüismo refleja la interacción entre las élites indígenas y los poderes romanos, y sugiere que durante un tiempo ambas culturas coexistieron en un espacio compartido de prácticas jurídicas, lingüísticas y sociales.
El valor de los Bronces de Botorrita trasciende el ámbito de la epigrafía. Son también una fuente de primer orden para el estudio del urbanismo y la articulación territorial de las ciudades celtíberas. Contrebia Belaisca, el oppidum donde se encontraron, aparece como un centro urbano dinámico, con capacidad de producir documentos legales escritos y de preservar registros administrativos. Esto implica la existencia de una alfabetización limitada pero real, al menos en sectores dirigentes, y de una burocracia local lo suficientemente desarrollada como para gestionar asuntos colectivos por vía escrita.
Desde el punto de vista lingüístico, los Bronces permiten conocer el celtibérico en su forma más avanzada. El alfabeto ibérico, adaptado a las necesidades fonológicas del celtibérico, revela el uso del sistema dual para distinguir entre oclusivas sordas y sonoras, una característica clave para la fonología de esta lengua indoeuropea. El léxico y la estructura de los textos confirman que el celtibérico no era una lengua residual o marginal, sino plenamente funcional en los registros formales y administrativos de la comunidad.
Por otro lado, el hallazgo de estos documentos en un momento tan avanzado del siglo I a. C. pone en cuestión la cronología tradicional de la desaparición de las lenguas prerromanas. Si bien Roma había iniciado ya la implantación de sus estructuras institucionales, y el latín comenzaba a consolidarse como lengua dominante, el celtibérico seguía siendo empleado en ciertos contextos, lo que demuestra la persistencia de la identidad lingüística y cultural indígena más allá de la conquista militar.
En definitiva, los Bronces de Botorrita son mucho más que simples inscripciones. Constituyen un corpus documental excepcional que confirma la capacidad de los celtíberos para estructurar y registrar su vida política y legal, revelan el dinamismo de sus ciudades y su participación activa en los procesos históricos de su tiempo. Son testimonio de una cultura en plena transformación, que no desapareció de forma abrupta con la llegada de Roma, sino que negoció, adaptó y reformuló sus estructuras internas en diálogo con la nueva realidad imperial. El estudio de estos bronces no solo amplía nuestro conocimiento del mundo celtibérico, sino que obliga a revisar la narrativa tradicional sobre la romanización, otorgando mayor protagonismo a los pueblos indígenas como agentes históricos activos y conscientes de su identidad.
La lengua y la escritura celtibéricas representan uno de los testimonios más valiosos de la identidad cultural de los pueblos celtíberos y constituyen una de las evidencias más notables del desarrollo lingüístico prerromano en la península ibérica. El celtibérico es una lengua indoeuropea perteneciente al grupo céltico, emparentada con otras lenguas celtas como el galo o el lepóntico, aunque con características propias desarrolladas en el contexto peninsular. Su estudio ha permitido reconstruir, al menos parcialmente, aspectos fonéticos, gramaticales y léxicos que arrojan luz sobre el origen, evolución y relaciones de los pueblos que la hablaban.
A pesar de que no existe una literatura celtibérica en sentido estricto, se conservan más de doscientas inscripciones escritas en esta lengua, la mayoría de ellas en alfabeto ibérico adaptado al celtibérico. Este sistema de escritura, conocido como signario ibérico nororiental, fue modificado por los celtíberos para reflejar mejor los sonidos propios de su lengua. Una de las particularidades más destacadas es la utilización del sistema dual, que permite distinguir entre consonantes sordas y sonoras, algo ausente en el uso ibérico original. Esta adaptación demuestra no solo una voluntad funcional de expresión escrita, sino también un alto grado de conciencia lingüística.
Los soportes materiales de estas inscripciones son variados. Se han hallado textos en bronce, como los célebres Bronces de Botorrita, placas votivas, tésseras de hospitalidad, monedas, cerámicas y otros objetos personales. La mayoría de los textos conservados tienen una finalidad práctica o jurídica, como pactos, acuerdos, registros onomásticos o marcas de propiedad, lo que indica que la escritura tenía un uso restringido a contextos formales y rituales. No parece haber existido una alfabetización generalizada, pero las élites y ciertos grupos especializados —posiblemente escribas o sacerdotes— dominaban la escritura como herramienta de poder y legitimación.
La lengua celtibérica muestra una clara evolución interna, influida por el contacto con otras lenguas peninsulares como el íbero, el vasco antiguo y, desde el siglo II a. C., el latín. Aunque es difícil reconstruir una gramática completa debido a la brevedad de los textos, se ha podido identificar una estructura morfológica que conserva elementos típicos del celta común, como desinencias verbales, declinaciones nominales y partículas enclíticas. El léxico celtibérico comparte raíces con otras lenguas célticas, pero también incluye elementos propios del substrato ibérico, lo que indica un proceso de mestizaje lingüístico sostenido.
El uso de la escritura en contextos religiosos y diplomáticos, como en las tésseras de hospitalidad, revela que los celtíberos concebían la palabra escrita como una herramienta con poder simbólico y jurídico. La escritura no era un medio cotidiano de comunicación, sino un canal solemne que garantizaba la perdurabilidad de los acuerdos, el prestigio de los individuos y la sacralidad de ciertas acciones. Esta concepción ritualizada del lenguaje escrito conecta con la dimensión mágica y simbólica de la cultura celtíbera.
La desaparición del celtibérico como lengua viva se produjo de forma gradual, en el marco del avance del latín y la romanización. Sin embargo, su huella perduró durante generaciones en la toponimia, en ciertos antropónimos y en la memoria colectiva de las comunidades. Los estudios modernos sobre esta lengua, impulsados por la epigrafía, la lingüística comparada y la arqueología, han permitido no solo su desciframiento parcial, sino también una valoración mucho más profunda de la riqueza cultural de los celtíberos.
En conjunto, la lengua y la escritura celtibéricas constituyen un legado de enorme valor histórico, que demuestra la capacidad de los pueblos prerromanos para desarrollar formas propias de expresión y registro, y para adaptarse creativamente a influencias externas sin renunciar a su identidad. Su estudio ofrece una clave esencial para comprender la diversidad lingüística de la Hispania antigua y los procesos de contacto, resistencia e integración que marcaron su evolución.
Véanse también: Lenguas celtas y Escritura ibérica nororiental.
15. Las necrópolis
Las costumbres funerarias y las necrópolis celtibéricas constituyen una de las principales vías de conocimiento sobre la mentalidad, las creencias y la estructura social de estos pueblos prerromanos. A través del estudio arqueológico de las tumbas, los ajuares y los rituales asociados a la muerte, es posible reconstruir una parte esencial de la visión del mundo celtibérica, marcada por una concepción simbólica del tránsito al más allá y por una estructuración ritual de la memoria y la pertenencia comunitaria. Lejos de ser un simple acto de disposición del cuerpo, el entierro en la cultura celtibérica fue una práctica cargada de significados religiosos, sociales y políticos que reafirmaban tanto la identidad del difunto como los valores del grupo.
El rasgo más característico de las prácticas funerarias celtibéricas es la incineración. Los cuerpos de los fallecidos eran quemados en piras funerarias, y posteriormente las cenizas y restos óseos eran depositados en urnas cerámicas o directamente en fosas, acompañados por ajuares cuidadosamente seleccionados. Este tipo de ritual, ampliamente documentado en las necrópolis del Alto Duero, la Meseta y el valle medio del Ebro, presenta notables similitudes con otras culturas célticas del ámbito europeo, como la cultura de los campos de urnas, lo que refuerza la filiación indoeuropea de los celtíberos. Sin embargo, también muestra adaptaciones específicas al contexto peninsular y a las tradiciones locales.
El ajuar funerario refleja tanto la condición social del difunto como su papel en la comunidad. Las tumbas de varones adultos suelen contener armas —espadas, lanzas, escudos, puñales— que aluden a su estatus de guerrero y a su prestigio en vida. En cambio, las tumbas femeninas destacan por la presencia de elementos de adorno personal como fíbulas, brazaletes, collares o cuentas de vidrio y ámbar, lo que pone de manifiesto la importancia del ornamento como símbolo de identidad y posición social. En algunos casos se han hallado también herramientas agrícolas, utensilios domésticos o recipientes cerámicos, lo que sugiere que el ajuar respondía a una lógica de continuidad entre la vida y la muerte, como si el difunto continuara necesitando aquellos objetos en el más allá.
La disposición de las tumbas en las necrópolis muestra una organización ritual del espacio. A menudo se agrupan por familias o linajes, y presentan elementos repetidos en la orientación, la tipología o la composición del ajuar. Algunas necrópolis presentan túmulos o delimitaciones con piedras que podrían haber servido para marcar la tumba a nivel visual o simbólico. En ciertos casos, se han documentado recintos circulares o alineaciones rituales, lo que sugiere la existencia de espacios destinados a ceremonias colectivas o a la conmemoración periódica de los muertos.
Las prácticas funerarias celtibéricas también revelan una clara estratificación social. No todas las tumbas contienen ajuares ricos ni presentan la misma monumentalidad. Algunas son sencillas y apenas presentan acompañamiento material, lo que podría corresponder a individuos de menor rango o a diferencias en función de la edad, el sexo o la posición dentro del grupo. En cambio, otras tumbas destacan por la riqueza y complejidad del ritual, lo que indica la existencia de élites y de mecanismos de representación social en el ámbito funerario. La muerte, por tanto, no solo cerraba el ciclo vital, sino que reafirmaba el orden social y las jerarquías comunitarias.
Desde el punto de vista simbólico y religioso, la incineración parece expresar una concepción purificadora del fuego, entendido como elemento de transformación y tránsito. El hecho de quemar el cuerpo para luego depositar sus restos sugiere una idea del alma como algo que se libera del cuerpo y emprende un viaje al más allá. Esta creencia se ve reforzada por la presencia de ciertas ofrendas —alimentos, bebidas, piezas miniaturizadas— que podrían haber servido para acompañar al difunto en su viaje o facilitar su integración en el mundo de los ancestros. En algunos contextos, se ha propuesto incluso la existencia de banquetes funerarios o de celebraciones colectivas en torno a la tumba, lo que inscribe la muerte en un ciclo de renovación y continuidad con la vida comunitaria.
La romanización trajo consigo cambios progresivos en estas costumbres, aunque las prácticas de incineración persistieron durante cierto tiempo. Con el avance del modelo funerario romano, se impuso la inhumación y se generalizó el uso del epitafio escrito. Sin embargo, durante siglos coexistieron elementos indígenas y romanos, lo que demuestra que las creencias y los rituales no desaparecieron de forma brusca, sino que se adaptaron, fusionaron y sobrevivieron en formas híbridas.
En resumen, las costumbres funerarias y las necrópolis celtibéricas constituyen un reflejo esencial de la mentalidad, la religiosidad y la organización social de estos pueblos. La forma de tratar a los muertos revela la manera en que los vivos concebían el orden del mundo, el valor de la memoria y el vínculo con lo trascendente. A través del ritual funerario, los celtíberos no solo despedían a sus miembros, sino que reafirmaban la cohesión del grupo, la permanencia de los linajes y la fuerza de las creencias que los mantenían unidos más allá de la muerte.
Las necrópolis localizadas a lo largo del siglo XX en las altas tierras de la Meseta Oriental, ofrecieron uno de los temas más atrayentes para los investigadores que abordaron, en los comienzos de su estudio, el mundo celtibérico.
A pesar del elevado número de necrópolis identificadas a comienzos del siglo, en muchas ocasiones, se desconoce la localización exacta. Aunque por lo común se localizan en zonas llanas (vegas o llanuras de suave pendiente, que actualmente están explotadas por la agricultura), (17) en la proximidad a cursos de agua (ríos y arroyos permanentes) o en antiguos lugares de habitación, en el exterior y en los alrededores de los hábitat y visibles desde estos.
El espacio funerario
Uno de los aspectos que más ha llamado la atención, es la peculiar organización interna del espacio funerario. Así algunas necrópolis del Alto Tajo-Alto Jalón y Alto Tajuña y más raro en la zona del Alto Duero, se caracterizan por la deposición alineada de las tumbas formando calles paralelas, en algunas ocasiones empedradas, de longitudes variables y formadas por grandes piedras a modo de estelas indicando la localización de una tumba. No obstante, lo que Cabré (18) denominó «el rito céltico de incineración con estelas alineadas», no puede considerarse como de práctica general en todas las necrópolis celtibéricas, más bien al contrario la mayor parte de las necrópolis con tumbas con estelas se caracterizan por carecer de cualquier orden interno, siendo habitual en este tipo de cementerios que las tumbas aparezcan agrupadas, localizándose zonas de menor densidad de tumbas e incluso espacios libres de enterramientos.
El número de enterramientos varía notablemente; así algunas necrópolis, como la de Aguilar de Anguita alcanzan las cinco mil tumbas, y otras tan sólo llegan a las cien.
Reconstrucción ideal de una tumba con estela. Dibujo: Carlos Bartolomé La Huerta. CC BY 3.0

El ritual funerario
El ritual documentado arqueológicamente en los cementerios celtíberos es el de la cremación, pero al conocer solo el resultado final de este proceso, toda evidencia queda reducida al ajuar y al tratamiento de que este fue objeto o a las estructuras funerarias con él relacionadas. Aunque el rito de la incineración fue el más extendido entre los celtíberos, las fuentes literarias, las representaciones pintadas numantinas y la ausencia de evidencias funerarias en determinadas épocas y áreas de la Celtiberia (19) sugieren que no fue el único utilizado. Se puede asumir el empleo de rituales tales como la descarnación o la exposición de los cadáveres, cuya práctica entre las tribus celtíberas es conocida gracias a las fuentes clásicas. (20)(21) Tal costumbre tiene su confirmación iconográfica en dos representaciones vasculares numantinas, en una de ellas un buitre se lanza sobre un guerrero yacente, mientras que, en la otra el buitre figura posado sobre el cadáver, esta iconografía aparece reproducida en una estela de Lara de los Infantes y en la estela gigante de Zurita. (22) Finalmente cabe referirse a las inhumaciones infantiles documentadas en el interior de los poblados, ritual característico del ámbito ibérico, al que excede y del que se conocen algunos ejemplos en el mundo celtibérico y vacceo. En la ciudad de Numancia se han localizado algunos restos humanos, no necesariamente de época celtibérica, entre los que cabe destacar un grupo de cuatro cráneos hallados en el interior de una vivienda, que han sido relacionados con el rito céltico de las cabezas-trofeo. (23) Además las inhumaciones documentadas en una de las torres de la muralla de Bilbilis Itálica, interpretadas como sacrificios fundacionales.
Estructuras funerarias
Dentro de la extensión de las necrópolis, se diferencian dos estructuras, los lugares donde se realizarían las cremaciones, los ustrina, seguramente espacios colectivos y generalmente mal conocidos y los lugares donde se produjo la deposición definitiva de los restos del difunto, que ofrecen una gran variabilidad estructural.
Panel informativo de la necrópolis de Herrería (Guadalajara). Gabriel Bartolomé Bellón. CC BY 3.0.

Los ustrina
Se localizan e identifican dentro del espacio funerario, como ya hiciera Cerralbo, a quien se debe la mayor parte de la información que se posee sobre este tipo de estructuras, por la presencia de abundante ceniza, restos de cerámica y metal, que pueden estar localizados, o no, en zonas marginales de la necrópolis (en la necrópolis de Aguilar de Anguita se localizaban en las calles más alejadas). Los trabajos de excavación más recientes han ofrecido algunas evidencias sobre lugares reservados a la cremación en algunas necrópolis.
Tipos de enterramiento
Existe una gran variedad respecto al tipo de enterramiento, desde la deposición de los restos de la cremación en un hoyo, con o sin urna cineraria y a veces acompañada de estelas de variado tamaño o de encachados tumulares. Esta variabilidad, que se manifiesta entre las tumbas de un mismo cementerio, podría implicar, en función de la mayor complejidad constructiva, una diferenciación de tipo social, y también evidente entre las distintas necrópolis.
Las estelas pueden variar notablemente de tamaño, (24) estando realizadas generalmente de materiales de la región. Suele tratarse de piedras sin desbastar o toscamente talladas.
La presencia de enterramientos tumulares, aunque es un elemento minoritario en las necrópolis celtíbericas, ofrecen también una cierta diversidad, encontrándose por lo común bastante alterados, quedando en ocasiones solo una acumulación de piedras sin forma definida.

Tipos de enterramiento. Carlos Bartolomé La Huerta. CC BY 3.0
El ajuar funerario
Los objetos que acompañan al cadáver en la sepultura, denominado ajuar funerario, pueden ser de distinto tipo: los realizados en metal, generalmente de bronce, hierro o también en plata, que incluyen las armas, los elementos de adorno y los útiles; los materiales cerámicos, que abarcarían desde la propia urna cineraria hasta los vasos que en ocasiones le acompañan, fusayolas o bolas; los objetos de hueso, pasta vítrea, piedra, etc., y los realizados en materiales perecederos, no conservados en ninguna ocasión, pero conocidos por las fuentes antiguas, tales como recipientes de madera o la propia vestimenta del difunto.
Si bien la mayoría de los objetos depositados en las tumbas debieron tener una función práctica en el mundo de los vivos, algunos de ellos presentan un valor social y simbólico añadido al valor puramente funcional, indicando, con ello, el estatus de su poseedor. Destaca el papel jugado por el armamento y particularmente por la espada. El prestigio de la espada, con las ricas decoraciones que a menudo presentan las empuñaduras y sus vainas y como arma de lucha, llevó a convertirla en indicadora del estatus guerrero y de la posición privilegiada, dentro de la sociedad celtíbera, de su dueño, enfatizando el carácter militar de la sociedad.
Un primer análisis permite constatar la existencia de tumbas con muchos objetos, frente a otras que no tienen ninguno y que, cuanto menos, implica un intencionado tratamiento diferente. El ajuar depositado mantiene una constante y es que las piezas de pequeño tamaño se introducían en el interior de la urna y las piezas grandes se colocaban fuera; en el caso de los enterramientos sin urna, los restos debían envolverse en alguna piel, tela o material perecedero que no se ha conservado y las piezas del ajuar se disponían alrededor. (26)
Armamento
El equipo militar documentado en las necrópolis celtibéricas está formado básicamente por la espada, el puñal (en ocasiones sustituye a la propia espada), y armas de asta, que englobaría las lanzas, las jabalinas, los pila y los soliferra, realizados en hierro en una sola pieza. Es frecuente el hallazgo de cuchillos de dorso curvo, así como los escudos, de los que solo se ha conservado las piezas metálicas: los umbos, las manillas y los elementos para la sujeción. Igualmente la panoplia de algunas tumbas incluía elementos defensivos como cascos y discos coraza, fundamentalmente de bronce, aunque dado su reducido número de hallazgos, su uso quedaría restringido al sector más privilegiado de la sociedad.
Pectoral de bronce celtíbero. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Original file (1,768 × 2,845 pixels, file size: 1.29 MB).

16. Posible origen de los celtas en España
Según un estudio realizado por el profesor de genética y medicina molecular de la Universidad de Oxford, Bryan Sykes, los celtas que habitaban el Reino Unido antes de la llegada de sajones, vikingos y normandos, descienden de poblaciones procedentes de la península ibérica que cruzaron el golfo de Vizcaya hace más de 4000 años. Para llegar a esta conclusión, el equipo liderado por Sykes, tomó muestras de ADN a más de 10 000 personas en el Reino Unido e Irlanda, en aras de elaborar un completo mapa genético, dando como resultado que los pueblos tradicionalmente denominados celtas; escoceses, galeses e irlandeses, tendrían un parentesco cercano con las poblaciones norteñas de iberia, a partir curiosamente de un haplogrupo que tiene su foco de emisión en el golfo de Vizcaya. Los análisis en la composición del cromosoma Y del ADN revelaron que las huellas dactilares de los celtas eran prácticamente idénticas a las de los habitantes del norte de España. (27)
Daniel G. Bradley, profesor de genética del Trinity College de Dublín, llegaba a las mismos resultados genéticos publicados por Sykes. Hay que matizar que cuando Bradley habla de la «fachada atlántica» no lo hace como es común en España, para referirse a Galicia y Portugal, sino que lo circunscribe al Atlántico pirenáico: «La similitud entre las zonas costeras del Atlántico es más evidente y muestra que de hecho, el oeste de Irlanda y Gran Bretaña tienen una mayor afinidad con la región vasca». (28) Así, las afinidades genéticas son máximas entre irlandeses y cántabro-pirenaicos, y descienden hacia las poblaciones occidentales del norte de España.(29)
Estas investigaciones contradicen las teorías tradicionales que apuntan a que los celtas británicos provienen del centro de Europa. No obstante, es muy probable que la herencia genética ibérica presente en las islas británicas esté relacionada con la expansión megalítica, anterior a la existencia de los celtas. Se tiene conocimiento de contactos comerciales y de una ruta de navegación antiquísima, prehistórica, que unía el golfo de Cádiz con lo que ahora son Irlanda y Gran Bretaña. A esto habría que sumarle la evidencia de que en el 10 000 a. C. Europa estaba sufriendo una mini glaciación y la península ibérica era uno de los pocos lugares en Europa donde el hombre podía vivir. Gran parte del continente Europeo, incluidas las islas británicas, estaba cubierto por el hielo. Al retirarse los hielos, se produjo una migración hacia el norte. Todo esto ocurrió mucho antes del nacimiento de ninguna cultura celta.
Notas y referencias
- Alberto J. Lorrio, Gonzalo Ruiz Zapatero (2005). «The Celts in Iberia: An Overview». E-Keltoi. Archivado desde el original el 21 de noviembre de 2015.
- Marcial en el siglo I d. C., así se consideraba en uno de sus epigramas, «¿por qué me llamas hermano a mí, que desciendo de celtas y de íberos y soy ciudadano del Tajo?». Véanse los Epigramas de Marco Valerio Marcial, en Wikisource.
- Smith, Sir William (1854), Dictionary of Greek and Roman Geography, volume 2, Boston: Little, Brown and Company.
- Almagro Correa, Martín (2005). Junta de Castilla y León, ed. Los Celtas en la Península Ibérica (En: Celtíberos).
- La primera mención de esta región la encontramos en Tito Livio al narrar los acontecimiento del 218 a. C.: «Bastante habéis perseguido rebaños por los montes de la Lusitania y Celtiberia».
- Con motivo de las Guerras Sertorianas, Estrabón (3, 4, 12) menciona que «al norte de los celtíberos, viven los berones».
- Citada por Apiano, 141 a. C.
- Pascual Barea, Joaquín. «Razas y empleos de los caballos de Hispania según los textos griegos y latinos de la Antigüedad». La transmisión de la ciencia desde la Antigüedad al Renacimiento (Cuenca: Universidad de Castilla-La Mancha): 117-202 (esp. 160-164). Archivado desde el original el 8 de octubre de 2018. Consultado el 24 de febrero de 2019.
- Es frecuente encontrar citas en los autores antiguos de la especial belicosidad de estos pueblos.
- Alberto Pérez Rubio (2014). «Coaliciones en el mundo celtibérico». Archivado desde el original el 31 de marzo de 2017.
- También existían entre los romanos: Escipión el Africano consiguió venir a Hispania para combatir contra Numancia formando las legiones con clientes y amigos.
- Así lo describe Plutarco, en «Sertorio»: «Siendo costumbre entre los hispanos, que los que formaban cerca de él, perecieran con él si venía a morir» (Sert. 14, Vidas paralelas). Véanse las Vidas paralelas de Plutarco, en Wikisource.
- César (De bello Gallico, III, 22) señala la existencia de una práctica similar entre los galos, Tácito entre los germanos y Estrabón señala como costumbre hispana «el consagrarse a sus jefes y morir por ellos».
- Blázquez Martín, José María (2005). Dioses Celtibéricos (en Celtíberos). Junta de Castilla y León. pp. 223-228.
- «- Google Académico». scholar.google.es. Consultado el 26 de marzo de 2017.
- Gómez Tabernera, J. M. Breviario de historia antigua, Ed. Istmo, Madrid, 1973.
- Cerdeño, M. L. (1976). «La necrópolis celtibérica de Valdenovillos (Guadalajara)», Wad-Al-Hayara 3, vol. 1, pp. 5-26.
- Cabré, J. (1942). «El rito céltico de incineración con estelas alineadas», Archivo Español de Arqueología XV, pp. 339-344.
- Véase: Cultura de los castros sorianos.
- «Para éstos es un honor caer en el combate y sacrilegio incinerar un cuerpo muerto de este modo. Pues creen que son retornados al cielo, junto a los dioses, si el buitre hambriento devora sus miembros yacentes». Silio Itálico (2006). Púnicas. Madrid: Akal Ediciones. ISBN 844601310X.
- «Los vacceos ultrajan los cuerpos de los cadáveres de los muertos por enfermedad ya que consideran que han muerto cobarde y afeminadamente, y los entregan al fuego; pero a los que han perdido la vida en la guerra los consideran nobles, valientes y dotados de valor y, en consecuencia, los entregan a los buitres porque creen que éstos son animales sagrados». Sopeña Genzor, Gabriel; Ramón Palerm, Vicente Manuel (2002). «Claudio Eliano y el funeral descarnatorio en Celtiberia: reflexiones críticas a propósito de Sobre la naturaleza de los animales, X, 22». Palaeohispanica: revista sobre lenguas y culturas de la Hispania antigua (2): 227-269. ISSN: 1578-5386.
- Lorrio Alvarado, Alberto José (2002). Los celtíberos. Murcia, Universidad Complutense de Madrid. ISBN 8479083352.
- Taracena 1943; Almagro-Gorbea y Lorrio (1992), Soria: Representaciones humanas en el arte céltico de la Península Ibérica, pp. 435 y 438.
- «En Luzaga el tamaño de las estelas oscila entre 0,5 y 3,40 m, en Aguilar de Anguita algunas llegaban a los 3 m (Aguilera, 1916), y en Monteagudo de las Vicarías llegaran a alcanzar los 2,50 metros. En Riba de Saelices, ofrecían dimensiones más homogéneas, entre los 70 cm de las mayores hasta los 30 cm de las menores». Lorrio Alvarado, Alberto J. (2002). Los celtíberos. Murcia, Universidad Complutense de Madrid. ISBN 8479083352.
- «Aunque su presencia ha sido señalada en Griegos (Almagro Basch, 1942), Valmesón (Aranda, 1990), Molina de Aragón (Cerdeño et alii, 1981), Sigüenza (Cerdeño y Pérez de Ynestrosa, 1993), Atienza (Cabré, 1930), sus características constructivas únicamente han podido definirse con claridad en las necrópolis de La Yunta (García Huerta y Antona, 1992) y La Umbria de Daroca (Aranda, 1990)». Lorrio Alvarado, Alberto J. (2002). Los celtíberos. Murcia, Universidad Complutense de Madrid. ISBN 8479083352.
- García Huerta, Rosario y Morales Hervás, Javier (coordinadores). VV. AA. (2001). Arqueología funeraria: las necrópolis de incineración. Colección Humanidades, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca. ISBN 9788484271314.
- Sykes, Brian (2008). Saxons, Vikings, and Celts: The Genetic Roots of Britain and Ireland.
- Bradley, Daniel G. «Multiple genetic marker systems and celtic origins on the atlantic facade of Europe», American Society of Human Genetics, 2004.
- Hill, E. W. «Y-chromosome variation and Irish origins», Nature 404, 2000 (pp. 351–352): «Y-chromosome analysis has highlighted similarities between the Pyrenean populations of northern Spain and western population samples from the British Isles».
Bibliografía
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- García Yebra, Valentín; Escolar Sobrino, Hipólito (1964). Guerra de las Galias. Madri8d: Editorial Gredos.
- Goldsworthy, Adrian (2002). Las guerras púnicas. Madrid: Editorial Ariel. ISBN 8434466503.
- Lorrio Alvarado, Alberto José (1997). Los celtíberos. Murcia: Universidad Complutense de Madrid. ISBN 84-7908-335-2.
- Pelegrín Campo, Julián (2005). «Polibio, Fabio Píctor y el origen del etnónimo celtíberos». Gerión (23.1): 115-136. ISSN 0213-0181.
Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga una categoría multimedia sobre los celtíberos.
- Lenguas de Iberia — mapa con los pueblos, según la lengua hablada.
- Claves fundamentales de la Hispania céltica
- Sobre los celtíberos (Segeda).
- Mapa pormenorizado de los pueblos prerromanos de la península ibérica (200 a. C.).
- Marco, F; Pina, F. y Remensal, J. «Deportaciones como castigo e instrumento de colonización durante la República romana. El caso de Hispania». Biblioteca digital Hiberus (archivo en pdf).
- Cecas celtíberas en el Sistema Ibérico.
- Cecas celtíberas en otras zonas de España.
- Excavaciones en la necrópolis celta de Arguedas – Navarra
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