EL CANTO GREGORIANO EN LA EDAD MEDIA
El nombre del canto gregoriano’ viene de su atribución al papa san Gregorio I el Magno (t 604), lo cual es una simplificación de la realidad histórica, pero no carente de algún fundamento, ya que ese pontífi ce hubo de desempeñar un papel trascendente en su acuñación. El gregoriano era el canto litúrgico de la iglesia de Roma, influido por el galicano en la segunda mitad del siglo VIII, cuya extensión a todo el Occidente tuvo lugar a la vez que la del rito latino mismo, del cual era la expresión acústica. También se le ha llamado canto llano, planas, firmus, para contraponerle al polifónico o música figurada, ficta, mensúrala, aparecida en el siglo XIII. El primer canto litúrgico fue el responsorial, situándose en los siglos v al IX los propios de la misa y del oficio, y en esta última centuria la música de los textos poéticos y todo el kyriale romanum. Sus precedentes están en el canto judío del Templo de Jerusalén y la sinagoga, en ésta ya sólo la voz humana, perdida la instrumentación que hubo en aquél. Y la monodia romana tuvo también contactos con la oriental, la bizantina sobre todo.
La notación neumática o quironímica es la que nos ha transmitido el gregoriano de los siglos IX al XI —la notación sobre líneas aparece a fines de éste—, un período decisivo de testimonios para su conocimiento genuino. La lectura de los neumas ha sido un arduo problema —de decía que el neuma sin líneas era como un pozo sin cordel—. Lo mismo que la interpretación, derivada de ella, del ritmo —«la danza de las palabras y de los sonidos»— y de los modos —éstos determina dos por el puesto de los tonos y semitonos en la escala elegida «—. De ahí la necesidad de recuperar sus melodías auténticas n mediante el estudio de sus manuscritos, la paleografía musical, y la diversidad de criterios en la tal tarea.
En la práctica, el canto eclesiástico, en la Edad Moderna, seguía una corrección 14 decretada por Gregorio XIII (1572-1585), en la cual había trabajado Palestrina, y que se plasmó en la llamada edición Medicea, de 1614 y 1615, aunque la Santa Sede no la llegó a hacer nunca oficial.
Así las cosas, en 1673, un benedictino maurista, dom Pierre-Benoit de Jumilhac, abordó en plenitud toda la cuestión, en La science et la pratique de plain-chant, pero horizontalmente. En la siguiente centuria, el eruditísimo abad de la Selva Negra, Martin Gerberto, llevó a cabo en cambio un acopio vertical de materiales, cual presagiando la revisión de la materia, De canto et música sacro a prima ecclesiae aetate usque ad praesens tempus, y Scriptores ecclesiastici de música sacra.
Y el siglo xix, en el renacimiento católico que siguió al desmoronamiento de las estructuras eclesiásticas ligadas al antiguo régimen y a la exclaustración, en la restauración monástica también, se hubo de enfrentar con ese problema, reto genuino, a la búsqueda de lo que estaba perdido, la recuperación de la música adormecida en la Iglesia.
LOS PRIMEROS AÑOS DE SOLESMES
Cuando dom Próspero Guéranger restauró, en 1833, a los benedictinos negros en Francia, concretamente en el antiguo priorato de Solesmes, los benedictinos blancos ya habían vuelto al país, superviviente la comunidad errante de dom Augustin de Lestrange, tras un exilio nómada que la había llevado del cantón de Fríburgo a Rusia. Se ha dicho que la pesadez del canto de éstos respondía a su sensibilidad de monjes campesinos. Lo cierto es que dom Guéranger, con un alma romántica cuyos ensueños oscilaban de los esplendores litúrgicos cluniacenses a las densas horas de la erudición maurista, ambicionó en cambio también para su coro la restauración del ritmo y el acento naturales y flexibles de las palabras y de las frases, su re-encuentro bajo la disposición congelada de las notas, más allá de su canto nota a nota o por la agrupación arbitraría de los valores mesurados «. Sin concebir siquiera la lectura de los neumas, sostenía ya en 1840 «estarse en el derecho de creer que se posee en su pureza la frase gregoriana de un fragmento particular, cuando los ejemplos de varías iglesias alejadas están de acuerdo en la misma lección». Pero aquellos primeros monjes comenzaron su coro sin tener siquiera todos las mismas ediciones del oficio. Las francesas, parece que las menos deterioradas de la cristiandad, seguían las correcciones de Guillaume-Gabriel Nivers, organista de Luis XIV, siendo las mejores las de Rennes y Dijon, ésta la adoptada en Solesmes. En 1851 se imprimió un gradual para Reims y Cambrai, teniendo ya en cuenta el manuscrito de Montpellier de que diremos, y en 1863 otro en Tréveris. Cuando ya, en 1842, el compositor y musicólogo belga Francois-Joseph Fetis (1784- 1871), fundador de la Revue Musicale, había llamado la atención sobre la necesidad restauradora, atrayéndose la atención del jesuíta Louis Lambillotte (1797-1855), quien creyó haber encontrado, y así lo publicó en 1851, el «autógrafo» de san Gregorio enviado por Adriano I a Carlomagno, en un antifonario de San Gall, el códex 359. De mucho más interés resultó aquel de la Facultad de Medicina de Montpellier a que aludíamos, un antifonario en doble notación, la neumática hasta enton ces indescifrada y la alfabética, o sea, una clave que nos hace pensar en lo que la piedra de Roseta fue para la escritura egipcia. El Champolion fue esta vez, en 1847, el organista de Notre-Dame, Jean-Louis-Félix Danjou (1812-1866), tan entusiasta a lo largo de toda su vida como ca rente de sentido de la realidad, lo que le privó de sacar partido a su descubrimiento y a la postre le hizo trocar la música por el periodismo …y la telegrafía .
[…] (redifusión)
EL CANTO GREGORIANO EN LA EDAD MEDIA: UNA INVESTIGACIÓN
Antonio Linage Conde
Universidad de San Pablo (CEU)
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Claustro alto del Monasterio de Silos (Burgos)