LA EDAD MEDIA: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
UNOS ORÍGENES DIFUSOS. EL CONCEPTO INICIAL DE «EDAD MEDIA»
Hablar de la Edad Media es, sin lugar a dudas, referirse a un concepto inventado. Los ciudadanos que vivieron en el transcurso de los siglos que la historiografía de nuestros días considera como medievales no tenían, por supuesto, la menor idea de esa expresión. El concepto al que hacemos referencia lo ha estudiado con gran brillantez el historiador francés Jacques Heers en su interesante y polémico libro titulado «La invención de la Edad Media», aparecido en Francia en el año 1992 y traducido al español en 1995. Pero es lógico que nos preguntemos, ¿de cuándo data esa expresión de Edad Media? Ni más ni menos que de la segunda mitad del siglo xv. La más antigua mención a esos tiempos medievales la encontramos, según nos dice la investigación desarrollada sobre esta cuestión, en una carta del obispo italiano de Alesia, Giovanni Andrea dei Bussi, que data del año 1469. En la mencionada carta se dice en un párrafo lo siguiente: «sed mediae tempestatis tum veteris, tum recentiores usque ad nostra témpora». De todos modos el primero que indicó la existencia de una cierta unidad en la etapa comprendida, «grosso modo», entre los siglos v y xv fue el humanista italiano Flavio Biondo. La expresión «media tempestas» hacía referencia a unos «tiempos medios los cuales se situaban entre una época lejana pero sumamente gloriosa, la de la Antigüedad Clásica, y el período en el que esos humanistas vivían, es decil las últimas décadas del siglo xv, caracterizados básicamente por el intento de retornar al espíritu de aquellos tiempos brillantes. Así pues el origen del concepto de Edad Media tenía que ver, ante todo, con la postura adoptada por los humanistas italianos de fines de la decimoquinta centuria.
Por lo demás dicho concepto se apoyaba, esencialmente, en aspectos de naturaleza filológica, pues ubicaba la Edad Media entre dos fases de la historia de la humanidad que tenían en común el particular aprecio de las lenguas clásicas.
En el transcurso del siglo xvi encontramos con frecuencia menciones como las de «médium aevum», «media tempestas» o «media etas», tanto en historiadores como en filólogos y lo mismo en Italia que en otros países europeos, adonde habían llegado las corrientes del humanismo. Entre los nombres más significativos que aluden al citado concepto cabe recordar a Joaquín de Wat (1501), Juan de I leerwagen (1532), Marco Welser (1575) o Adriano Junius (1575). Esa misma tónica continuó a lo largo del siglo XVII: Conisius (1601), Goldats (1604), Vosius ( 1662), etc. De todos modos en la segunda mitad de esa centuria se llevaron a cabo algunas interesantes precisiones a propósito del concepto que nos ocupa. Asi por ejemplo Jorge Horn, en su obra titulada «Arca Noé», fechada en el año 1665, denomina «médium aevum» al período comprendido entre los años 300 y 1500, lo que significaba fijar una cronología específica de dicha etapa. Apenas unos años después Du Cange, en su célebre «Glosario», que data del año 1678, hablaba de la «mediae et infimae latinitatis». Pero sin duda la obra de mayor relieve, por lo que a la fijación del concepto de Edad Media se trata, fue la del alemán Cristóbal Keller, profesor de la universidad de Halle, titulada «Historia medii aevi a temporibus Constantini Magni ad Constantinopolim a Turcis captam» y cuya aparición tuvo lugar en el año 1688. Keller comenzaba la Edad Media en tiempos del emperador Constantino y la daba por conclusa en el momento en que los turcos conquistaron la ciudad de Constantinopla, la que fuera capital del Imperio Bizantino.
Existía en la Europa de finales del siglo xvi, por lo tanto, un concepto de edad Media, el cual se proyectaba sobre un amplio periodo de la historia, si no del conjunto de la humanidad sí cuando menos del viejo continente y de su entorno Inmediato. Ahora bien, ni en el siglo XVI ni en el XVII se despertó el interés por esos tiempos situados, a modo de una etapa intermedia, entre la portentosa Antigüedad Clásica y la época del Renacimiento. Es mas, existía un cierto desprecio por esos siglos medievales, en los cuales el rasgo dominante, al menos asi se pensaba entonces, había sido el paulatino olvido de la rica y fecunda tradición greco latina. ¿No se había producido en esa larga etapa, conocida un tanto despectivamente como «Edad Media», primero una adulteración y luego un lamentable olvido de la bella lengua en la que se habían expresado autores tan significativos como Horacio y Cicerón? Pero no sólo se miraba negativamente a los tiempos medievales desde el punto de vista filológico. El movimiento religioso iniciado en Alemania con las predicaciones de Martín Lutero anunciaba la imperiosa necesidad de volver al cristianismo primitivo, abandonando, obviamente, la tradición de los siglos medievales en los que, según su perspectiva, la Iglesia había ejercido un dominio a todas luces tiránico sobre el conjunto de los fieles. En definitiva, había dos edades gloriosas en la historia de la humanidad, el mundo antiguo, por una parte, y la fase iniciada con el Renacimiento, por otra. Entre ambas etapas la vida humana había transcurrido, lamentablemente, en medio de una tremenda oscuridad. Así había sido la Edad Media, tiempo considerado de simple tránsito, pero a la vez de barbarie y de ignorancia, lo que explica el profundísimo desdén que existía hacia ella. Lo medieval equivalía, por lo tanto, a mediocridad, retraso y arcaísmo, o incluso, como ha señalado agudamente el profesor Jacques Heers, a «una especie de injuria». El Medievo era algo parecido a una larga noche de mil años, la cual se hallaba situada entre dos épocas de esplendor y de luminosidad, la Antigüedad y el Renacimiento.
El descrédito de que gozaba la Edad Media en el transcurso de los siglos XVI y XVII, sin embargo, no evitó, ni mucho menos, la existencia de algunos destacados estudiosos de los tiempos medievales, los cuales, justo es señalarlo, constituyen un hito muy importante en el desarrollo de la historiografía sobre aquel período. Por de pronto desde finales del siglo xvi se estaban reuniendo importantes materiales de la época medieval, entre los que se deben mencionar los «Annales ecelesiastici» de César Baronius, o las obras de autores como Duchesne, Ughelli o Baluze. No obstante la actividad que, a la larga, dejó mayor provecho fue la que protagonizaron los benedictinos de Saint-Maur y el grupo jesuíta de los bolandistas. La discusión mantenida por ambos grupos a propósito del valor de las fuentes relativas a la iglesia cristiana medieval derivó, ni más ni menos, en la gestación de un método crítico para el análisis de los documentos del pasado, o lo que es lo mismo en el nacimiento de la disciplina que conocemos con el nombre de Diplomática. Por lo que se refiere a la contribución de los eruditos españoles de esos siglos cabe recordar la obra de Moret sobre el reino de Navarra, que data del siglo XVII, y, sobre todo, los importantísimos «Anales de la Corona de Aragón» de Jerónimo Zurita, elaborados en el transcurso del siglo XVI.
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LA VALORACIÓN HISTÓRICA DE LA EDAD MEDIA: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
Julio Valdeón Baruque. Universidad de Valladolid
Restos de la Ermita de San Pelayo y San Isidoro (Siglo XII). Foto Madrid_-32.jpg. CC BY-SA 2.0.
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