La biología estudia a los seres vivos y todos los procesos y sistemas relacionados con la vida. La imagen superior, muestra a la izquierda arriba una «Amanita muscaria», un hongo muy común, venenoso si te lo comes; la siguiente fotografía es una orca, un animal cetaceo que habita en todos los océanios del planeta; a la derecha dos microorganismos distintos; la imagen azul es ADN, o ácido desoxirribonucleico, es la molécula que contiene la información genética de todos los seres vivos. Las flores amarillas son girasoles y la imagen de la derecha es la «Escherichia coli», una bacteria microscópica que forma parte de la microbiota gastrointestinal de los seres humanos entre otros seres vivos, su función principal, es ayudar en la digestión y síntesis de ciertas vitaminas (como la vitamina K), además de prevenir el crecimiento de bacterias patógenas al competir con ellas por espacio y recursos. Eso sí, aunque la mayoría de las cepas de E. coli son inofensivas o incluso beneficiosas, algunas variantes pueden causar enfermedades si se propagan fuera del intestino o si se trata de cepas patógenas específicas.
La biología (del griego βίος [bíos] «vida», y -λογία [-logía] «tratado», «estudio» o «ciencia») es la ciencia natural que estudia todo lo relacionado con la vida y lo orgánico, incluyendo los procesos, sistemas, funciones, mecanismos u otros caracteres biológicos subyacentes a los seres vivos en diversos campos especializados que abarcan su morfología, fisiología, filogénesis, desarrollo, evolución, distribución e interacciones en los niveles macroscópico y microscópico.
La biología se ocupa tanto de la descripción de las características y los comportamientos de los organismos individuales, como de las especies en su conjunto, así como de las relaciones entre los seres vivos y de las interacciones entre ellos y el entorno. De este modo, trata de estudiar la estructura y la dinámica funcional comunes a todos los seres vivos, con el fin de establecer las leyes generales que rigen la vida orgánica y los principios de ésta.
La escala de estudio va desde los subcomponentes biofísicos hasta los sistemas complejos, los cuales componen los niveles de la organización biológica. La biología moderna se divide en subdisciplinas según los tipos de organismos y la escala en que se los estudia. Por ejemplo, la biología molecular es el estudio de las biomoléculas fundamentales de la vida, mientras que la biología celular tiene como objeto el análisis de la célula, que es la unidad constitutiva básica de toda la vida. A niveles más elevados, la anatomía y la fisiología, por ejemplo, estudian la estructura y el funcionamiento interno de los organismos, respectivamente, mientras que la ecología se ocupa de los hábitats naturales y su relación con los seres vivos.
Los campos biológicos como la botánica, la zoología y la medicina surgieron desde los primeros momentos de la civilización, mientras que la microbiología emergió en el siglo XVII con la invención del microscopio. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX cuando la biología se unificó, una vez que se descubrieron coincidencias en todos los seres vivos y se estudiaron como un conjunto. Algunos desarrollos clave en la ciencia de la biología fueron la genética, la teoría de la evolución mediante selección natural, la teoría microbiana de la enfermedad y la aplicación de técnicas de física y química a nivel celular y molecular, que dieron lugar a la biofísica y bioquímica, respectivamente.
En su sentido moderno, la palabra «biología» parece haber sido introducida independientemente por Gottfried Reinhold Treviranus (Biologie oder Philosophie der lebenden Natur, 1802) y por Jean-Baptiste Lamarck (Hydrogéologie, 1802). Generalmente, se dice que el término fue acuñado en 1800 por Karl Friedrich Burdach, aunque se menciona en el título del tercer volumen de Philosophiae naturalis sive physicae dogmaticae: Geologia, biologia, phytologia generalis et dendrologia, de Michael Christoph Hanow y publicado en 1766.
Al científico que estudia la vida en general se le conoce como biólogo y pueden especializarse en cualquier rama de esta ciencia, aunque también pueden adquirir el apelativo de su especialidad, p. Ej: zoólogo, botánico, micólogo, microbiólogo, genetista, biólogo molecular, etc. No obstante, tradicionalmente se los suele clasificar en dos grandes subgrupos; los biólogos de laboratorio, quienes normalmente realizan trabajo de laboratorio; y los biólogos de campo, que generalmente se dedican al trabajo de campo, si bien ambos deben tener la formación adecuada y los conocimientos fundamentales de ambos ámbitos para poder desempeñar su profesión.
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Pez payaso anémona (Amphiprion ocellaris) en su hábitat natural, Papúa Nueva Guinea. Foto: Nick Hobgood. CC BY-SA 3.0.-

El pez payaso anémona (Amphiprion ocellaris), conocido por su vibrante color naranja con franjas blancas, no solo destaca por su belleza, sino también por el importante papel biológico que desempeñan estos colores. En primer lugar, actúan como una forma de advertencia visual. Aunque el pez payaso no es venenoso, vive en estrecha relación con las anémonas marinas, cuyos tentáculos son urticantes. Esta asociación hace que sus colores brillantes funcionen como una señal para los depredadores, indicando que acercarse podría ser peligroso. Además, estos colores facilitan el reconocimiento entre individuos de la misma especie, algo fundamental en los ecosistemas coralinos, donde la vida es abundante y el movimiento constante. Curiosamente, los colores también sirven como camuflaje. Dentro de los tentáculos de la anémona, los patrones del pez payaso se confunden con el entorno, proporcionándole un refugio eficaz frente a posibles amenazas. Por último, los colores cumplen una función en la selección sexual y en la defensa del territorio, ayudando a atraer pareja y a establecer jerarquías dentro del grupo. Así, la vistosa apariencia del pez payaso es mucho más que una simple cuestión estética: es una estrategia de supervivencia compleja y multifacética.
«Introducción a la Ciencia Biológica: Fundamentos, principios y disciplinas»
1- Introducción
2- Etimología
3- Historia de la Biología.
4- Organismos Vivos.
+ El carbono y su importancia
+ Composición química de los seres vivos.
+ Macromoléculas
+ Estructura
+ La célula
+ Simetría corporal
+ Ecología
+ Clasificacion de los seres vivos
+ Origen de la vida
+ Evolución
+ Niveles de organización
+ Componentes químicos (Biolementos, Biomoléculas, Oligoelementos).
5- Principios de la biología
+ Evolución: El principio central de la biología
+ Universalidad: bioquímica, células y el código genético
+ Cromosomas
+ Genes
+ Filogenia
+ Diversidad: Variedad de organismos vivos
+ Continuidad: El antepasado común de la vida
+ Homeostasis: Adaptación al cambio
+ Interacciones: grupos y entornos
6- Alcance y disciplinas de la biología
+ Estructura de la vida:
Artículos principales: Biología molecular, Biología celular, Genética, Biología del desarrollo y Bioquímica.
+ Fisiología de los organismos:
Artículos principales: Fisiología y Anatomía.
+ Diversidad y evolución de los organismos
Artículos principales: Biología de la evolución, Botánica y Zoología.
+ Clasificación de la vida
Artículos principales: Sistemática y Taxonomía.
+ Organismos en interacción
Artículos principales: Ecología, Etología y Comportamiento.
La biología es la ciencia que estudia la vida en todas sus manifestaciones. Desde los organismos microscópicos hasta los ecosistemas más vastos del planeta, la biología busca comprender cómo se originan, se desarrollan, interactúan y evolucionan los seres vivos. Lejos de ser una disciplina cerrada o limitada a laboratorios y experimentos, la biología es una ventana abierta al conocimiento profundo del mundo natural, una herramienta clave para interpretar los procesos fundamentales que sustentan la existencia.
En su esencia, la biología se plantea una gran pregunta: ¿qué es la vida? Para responderla, aborda una diversidad de temas que van desde la estructura y función de las células —las unidades básicas de todo ser vivo— hasta las complejas relaciones ecológicas entre especies y sus entornos. A través del estudio de la genética, la evolución, la fisiología, la botánica, la zoología o la microbiología, la biología traza un mapa detallado de los mecanismos que rigen la existencia, revelando patrones comunes y singularidades sorprendentes.
Este conocimiento no solo tiene un valor teórico, sino también práctico. La biología es esencial para el desarrollo de la medicina, la agricultura, la biotecnología o la conservación del medio ambiente. Comprender cómo funciona un virus, cómo se adapta una especie a su hábitat o cómo se heredan los rasgos genéticos permite a la humanidad mejorar su calidad de vida, enfrentar enfermedades, proteger la biodiversidad y tomar decisiones informadas sobre el futuro del planeta.
Pero más allá de sus aplicaciones, la biología nos conecta con nuestra condición de seres vivos. Nos recuerda que formamos parte de una red de vida compleja e interdependiente, que compartimos origen con todas las formas de existencia y que nuestros cuerpos, pensamientos y emociones tienen raíces profundas en los procesos biológicos. En este sentido, la biología es también una forma de conocimiento humanista: una disciplina que nos invita a conocer, respetar y admirar la vida en su totalidad.
Por todo ello, esta ciencia no debe verse como un saber reservado a especialistas, sino como un campo accesible y apasionante para cualquier persona curiosa por el mundo que le rodea. Comprender la biología es comprendernos mejor a nosotros mismos y al entorno del que formamos parte.
Etimología
El origen de la palabra ‘biología’ se encuentra en el griego βίος [bíos] que hace acepción a «vida» (10) y -λογία [-logía] que significa «tratado», «estudio» o «ciencia»,(11) por lo que se puede connotar como la «ciencia de la vida».
Este término comenzó a usarse en su forma moderna a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Se atribuye su introducción simultánea a varios autores, como el naturalista alemán Gottfried Reinhold Treviranus y el biólogo francés Jean-Baptiste Lamarck, quienes lo emplearon para designar una ciencia unificada que estudiara todos los fenómenos de los seres vivos.
En resumen, la etimología de «biología» refleja el objetivo central de esta disciplina: comprender la vida en todas sus formas y niveles de organización.
Historia de la biología
La historia de la biología narra y analiza la historia del estudio de los seres vivos, desde la Antigüedad hasta la época actual. Aunque la biología moderna es un desarrollo relativamente reciente (siglo XIX), las ciencias relacionadas e incluidas en ella se han estudiado como filosofía natural desde la antigüedad —antiguas civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, subcontinente indio, China—, pero los orígenes de la biología moderna y su enfoque del estudio de la naturaleza se creen originados en la antigua Grecia. Si bien el estudio formal de la medicina se remonta al Egipto faraónico —ver: Āyurveda y medicina en el Antiguo Egipto—, fue Aristóteles (384-322 a. C.) quien contribuyó más ampliamente al desarrollo de la biología. Especialmente importantes son su Historia de los animales y otras obras donde mostró inclinaciones naturalistas, y luego obras más empíricas que se enfocaron en la causalidad biológica y la diversidad de la vida. El sucesor de Aristóteles en el Liceo, Teofrasto, escribió una serie de libros sobre botánica (De historia plantarum) que sobrevivieron como la contribución más importante de la antigüedad a las ciencias de las plantas, incluso hasta la Edad Media.
Detalle de una mosca de la innovadora Micrographia (1665) de Robert Hooke. Robert Hooke (1635-1703) – This image is available from the National Library of Wales. Esquema XXIV – Sobre la estructura y el movimiento de las alas de las moscas. Una ilustración de una mosca azul que se cree fue dibujada por Sir Christopher Wren. Dominio Público. Archivo original (1176 × 1786 píxeles; tamaño de archivo: 1,96 MB).
Esta ilustración histórica representa una de las primeras observaciones científicas detalladas de un insecto vistas a través de un microscopio. Fue publicada en Micrographia, una obra que revolucionó la ciencia al mostrar cómo el mundo invisible a simple vista podía ser observado con detalle gracias a los nuevos instrumentos ópticos. En esta imagen, Hooke describe la compleja anatomía de una mosca azul, con especial atención a la estructura de sus alas y mecanismos de movimiento. Se aprecia la disposición articulada de las venas alares, los pelos sensoriales del cuerpo y la gran superficie de los ojos compuestos. Este tipo de observación permitió a los científicos del siglo XVII comenzar a comprender la precisión mecánica de los insectos, hasta entonces considerada inabarcable.
Aunque el grabado se atribuye a Hooke, algunos estudiosos sugieren que el dibujo pudo haber sido realizado por su amigo y colaborador Sir Christopher Wren, más conocido como arquitecto, pero también vinculado a la Royal Society por su interés en la ciencia y el diseño.
Esta imagen no solo es un documento científico, sino también una obra de arte que refleja el asombro del ser humano ante la microestructura de la vida, un asombro que permanece vigente en la biología moderna.

La decadencia del Imperio romano llevó a la desaparición o la destrucción de gran cantidad de conocimiento, aunque los médicos todavía conservaron la tradición griega en formación y práctica. En Bizancio y el mundo islámico, muchos de los trabajos griegos fueron traducidos al árabe y muchos de los trabajos de Aristóteles fueron preservados. La historia natural se basó en gran medida en el pensamiento aristotélico, especialmente en la defensa de una jerarquía de vida fija, destacando la obra de algunos eruditos que escribieron sobre biología, como al-Jahiz (781-869), Al-Dīnawarī (828-896), que escribió sobre botánica, y Rhazes (865-925) que escribió sobre anatomía y fisiología. Avicena (980-1037) fue el gran médico que continuo las tradiciones grecorromanas e introdujo los ensayos clínicos y la farmacología clínica en su enciclopedia El canon de medicina, que se utilizó como texto de referencia para la enseñanza médica europea hasta el siglo XVII.
Durante el Renacimiento y principios de la Edad Moderna —beneficiándose del desarrollo de la impresión por Gutenberg alrededor de 1450, con la creciente impresión de libros dedicados a la historia natural profusamente ilustrados con grabados— el pensamiento biológico experimentó una revolución en Europa, con un renovado interés hacia el empirismo y por el descubrimiento de gran cantidad de nuevos organismos. Figuras prominentes de este movimiento fueron Vesalio y Harvey, que utilizaron la experimentación y la observación cuidadosa de la fisiología. Pero la biología comenzó a desarrollarse y crecer rápidamente con la espectacular mejora del microscopio de Anton van Leeuwenhoek. Fue entonces cuando los estudiosos descubrieron los espermatozoides, las bacterias, los infusorios y la diversidad de la vida microscópica, todo un mundo antes desconocido. Las investigaciones de Jan Swammerdam llevaron a un nuevo interés en la entomología y ayudaron a desarrollar las técnicas básicas de disección microscópica y tinción.
Árbol de la vida de Ernst Haeckel (1879). American Philosophical Society Museum. Dominio Público. Original file (1,804 × 2,856 pixels, file size: 6.83 MB).
Los avances en microscopía también tuvieron un profundo impacto en el pensamiento biológico. A principios del siglo XIX, varios biólogos señalaron la importancia central de la célula. Luego, en 1838, Schleiden y Schwann comenzaron a promover las ideas ahora universales de que la unidad básica de los organismos era la célula y que las células individuales tenían todas las características de la vida, aunque se oponían a la idea de que (3) todos las células proviniesen de la división de otras células. Sin embargo, gracias al trabajo de Robert Remak y Rudolf Virchow, en la década de 1860 la mayoría de los biólogos ya aceptaban los tres principios de lo que llegó a conocerse como teoría celular, que proporcionaba una nueva perspectiva sobre los fundamentos de la vida.
A lo largo de los siglos XVIII y XIX algunas ciencias biológicas, como la botánica y la zoología, se convirtieron en disciplinas científicas cada vez más profesionales. Lavoisier y otros científicos físicos comenzaron a unir los mundos animados e inanimados a través de la física y química. Los exploradores-naturalistas, como Alexander von Humboldt investigaron la interacción entre organismos y su entorno, y los modos en que esta relación depende de la situación geográfica, iniciando así la biogeografía, la ecología y la etología. Los naturalistas, a partir de los resultados obtenidos en los campos de la embriología y la paleontología, comenzaron a rechazar el esencialismo y a considerar la importancia de la extinción y la mutabilidad de las especies. La importancia creciente de la teología natural, en parte una respuesta al alza de la filosofía mecánica, y la pérdida de fuerza del argumento teleológico impulsó el crecimiento de la historia natural. Mientras tanto, la taxonomía y la clasificación de la diversidad de la vida y el registro fósil se convirtieron en el centro de atención de los historiadores naturales, así como el desarrollo y el comportamiento de los organismos. Carl Linnaeus publicó una taxonomía básica para el mundo natural en 1735 (cuyas variaciones se han utilizado desde entonces), y en la década de 1750 introdujo nombres científicos para todas sus especies. Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, trató las especies como categorías artificiales y las formas vivas como maleables, sugiriendo incluso la posibilidad de una descendencia común. Aunque se opuso a la evolución, Buffon es una figura clave en la historia del pensamiento evolucionista; su trabajo influyó en las teorías evolutivas tanto de Lamarck como de Darwin.
El pensamiento evolutivo serio se originó con las obras de Jean-Baptiste Lamarck, quien fue el primero en presentar una teoría coherente de la evolución. Postuló que la evolución era el resultado del estrés ambiental sobre las propiedades de los animales, lo que significaba que cuanto más frecuente y rigurosamente se usaba un órgano, más complejo y eficiente se volvería, adaptando así al animal a su entorno. Lamarck creía que estos rasgos adquiridos podrían luego transmitirse a la descendencia del animal, que los desarrollaría y perfeccionaría aún más. Sin embargo, fue el naturalista británico Charles Darwin, que combinando el enfoque biogeográfico de Humboldt, la geología uniformista de Lyell, los escritos de Malthus sobre el crecimiento de la población y su propia experiencia morfológica y extensas observaciones naturales, quien forjó una teoría evolutiva más exitosa basada en la selección natural; un razonamiento y pruebas similares llevaron a Alfred Russel Wallace a llegar de forma independiente a las mismas conclusiones. Aunque fue objeto de controversia (que continúa hasta el día de hoy), la teoría de Darwin se extendió rápidamente a través de la comunidad científica y pronto se convirtió en un axioma central de la ciencia de la biología en rápido desarrollo. El final del siglo XIX vio la caída de la teoría de la generación espontánea y el nacimiento de la teoría microbiana de la enfermedad, aunque el mecanismo de la herencia genética fuera todavía un misterio.
A principios del siglo XX, el redescubrimiento del trabajo de Mendel sobre la representación física de la herencia condujo al rápido desarrollo de la genética por parte de Thomas Hunt Morgan y sus discípulos y la combinación de la genética de poblaciones y la selección natural en la síntesis evolutiva moderna durante los años 1930. En la década de 1940 y principios de la de 1950, los experimentos señalaron que el ADN era el componente de los cromosomas que contenía las unidades portadoras de rasgos que se conoceran como genes. Un enfoque en nuevos tipos de organismos modelo como virus y bacterias, junto con el descubrimiento de Watson y Crick de la estructura de doble hélice del ADN en 1953, marcó la transición a la era de la genética molecular. Desde la década de 1950 hasta la actualidad, la biología se ha extendido enormemente en el dominio molecular. El código genético fue descifrado por Har Gobind Khorana, Robert W. Holley y Marshall Warren Nirenberg después de que se entendiera que el ADN contenía codones. Finalmente, en 1990 se lanzó el Proyecto Genoma Humano con el objetivo de mapear el genoma humano general. Este proyecto se completó esencialmente en 2003,[10] y aún se están publicando análisis adicionales. El Proyecto Genoma Humano fue el primer paso en un esfuerzo globalizado para incorporar el conocimiento acumulado de la biología en una definición funcional y molecular del cuerpo humano y de los cuerpos de otros organismos.
La biología, que tras el establecimiento del dogma central de la biología molecular y del descifrado del código genético, se había dividido fundamentalmente entre la biología orgánica —los campos que trabajan con organismos completos y grupos de organismos— y los campos relacionados con la biología molecular y celular, a finales del siglo XX, con la aparición de nuevos campos como la genómica y la proteómica, invertía esa tendencia, con biólogos orgánicos usando técnicas moleculares, y biólogos moleculares y celulares investigando la interacción entre genes y el entorno, así como la genética de poblaciones naturales de organismos.
Lámina de colibríes en el Kunstformen der Natur (1899) de Ernst Haeckel. Ernst Haeckel – Kunstformen der Natur (1904), plate 99: Trochilidae (see here, here and here and Biodiversity Heritage Library). Dominio Público. Original file (2,359 × 3,308 pixels, file size: 1.94 MB,).
La historia de la biología trata sobre el estudio del mundo vivo desde los tiempos antiguos hasta los modernos. Aunque el concepto de biología como campo coherente único floreció en el siglo XIX, las ciencias biológicas emergieron de las tradiciones de la medicina y la historia natural, llegando hasta la medicina egipcia antigua y los trabajos de Aristóteles y Galeno en el antiguo mundo grecorromano, que se desarrollaron más en la Edad Media con la medicina islámica y estudiosos como al-Jahiz, Avicena, Avenzoar, Ibn al-Baitar e Ibn Nafis. Durante el Renacimiento y al comienzo de la Edad Moderna, el pensamiento biológico se revolucionó en Europa por un interés renovado en el empirismo y el descubrimiento de muchos organismos nuevos. Prominentes en este movimiento lo eran Andrés Vesalio y William Harvey, que utilizaban la experimentación y la observación cuidadosa en medicina, y naturalistas como Carl Von Linneo y Georges-Louis Leclerc de Buffon, que empezaron a clasificar la diversidad de la vida y el registro fósil, así como el desarrollo y comportamiento de organismos. La microscopia reveló el previamente desconocido mundo de los microorganismos, sentando las bases para la teoría celular. La importancia creciente de la teología natural, parcialmente una respuesta al esplendor de la filosofía mecánica, alentó al crecimiento de la historia natural.
Entre los siglos siglo XVIII y XIX, las ciencias biológicas como la botánica y la zoología se convirtieron en disciplinas científicas profesionales en incremento. Lavoisier y otros científicos empezaron a conectar los mundos animado e inanimado mediante la física y la química. Los exploradores naturalistas como Alexander von Humboldt investigaron la interacción entre organismos y su entorno, y los caminos en los que esta relación depende de la geografía, poniendo los cimientos de la biogeografía, la ecología y la etología. Los naturalistas empezaron a rechazar el esencialismo al considerar la importancia de la extinción y la transmutación de las especies. La teoría celular proveyó una nueva perspectiva sobre las bases fundamentales de la vida. Estos desarrollos, así como los resultados de la embriología y paleontología, se sintetizaron en la teoría de la evolución por selección natural de Charles Darwin. A finales del siglo XIX se vio caer la teoría de la generación espontánea y el esplendor de la teoría microbiana de la enfermedad, aunque el mecanismo de herencia biológica permaneció un misterio.
A principios del siglo XX, el redescubrimiento del trabajo de Gregor Mendel condujo hacia el rápido desarrollo de la genética por Thomas Hunt Morgan y sus estudiantes, y hacia los años 1930 la combinación de la genética de poblaciones y la selección natural en la síntesis evolutiva moderna. Nuevas disciplinas se desarrollaron rápidamente, especialmente después de que James Watson y Francis Crick propusieran la estructura del ADN con base en los trabajos de Rosalind Franklin. Después del establecimiento del dogma central de la biología molecular y el desciframiento del código genético, la biología se dividió ampliamente entre biología de organismos -los campos que tratan a la totalidad de organismos y grupos de organismos- y los campos relacionados con la biología celular y molecular. Hacia finales del siglo XX, nuevos campos como la genómica y la proteómica estaban dando la vuelta a esta tendencia, con biólogos de organismos utilizando técnicas moleculares, y biólogos celulares y moleculares investigando la interacción entre los genes y el ambiente, así como la genética de poblaciones naturales de organismos.
Organismos vivos
Un ser vivo u organismo es un conjunto material de organización compleja, en la que intervienen sistemas de comunicación molecular que lo relacionan internamente y con el medio ambiente en un intercambio de materia y energía de una forma ordenada, teniendo la capacidad de desempeñar las funciones básicas de la vida que son la nutrición, la relación y la reproducción, de tal manera que los seres vivos funcionan por sí mismos sin perder su nivel estructural hasta su muerte.
La materia que compone los seres vivos está formada en un 95 % por cuatro elementos (bioelementos) que son el carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, a partir de los cuales se forman biomoléculas:
- Biomoléculas orgánicas o principios inmediatos: glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos.
- Biomoléculas inorgánicas: agua, sales minerales y gases.
Estas moléculas se repiten constantemente en todos los seres vivos, por lo que el origen de la vida procede de un antecesor común, pues sería muy improbable que hayan aparecido independientemente dos seres vivos con las mismas moléculas orgánicas. Se han encontrado microfósiles con una antigüedad de 3770 millones de años, por lo que la vida podría haber surgido sobre la Tierra durante el Hádico. Los relojes moleculares también la estiman en el Hádico hace 4200 millones de años.
Todos los seres vivos están constituidos por células (véase teoría celular). En el interior de éstas se realizan las secuencias de reacciones químicas, catalizadas por enzimas, necesarias para la vida.
La ciencia que estudia los seres vivos es la biología.
La reproducción es una característica básica de los seres vivos. En la parte superior de la figura se aprecia una bacteria reproduciéndose por fisión binaria. Photo Credit: CDC/Janice Carr Content Providers: CDC/Janice Carr – This media comes from the Centers for Disease Control and Prevention‘s Public Health Image Library (PHIL). Original file (2,100 × 1,332 pixels, file size: 990 KB).
Resulta fácil, habitualmente, decidir si algo está vivo o no. Ello se debe a que los seres vivos comparten muchos atributos. Asimismo, la vida puede definirse según estas propiedades básicas de los seres vivos, que nos permiten diferenciarlos de la materia inerte:
- Organización. Las unidades básicas de un organismo son las células. Un ser vivo puede estar compuesto de una sola célula (unicelular) o por muchas (pluricelular).
- Homeostasis. Los organismos mantienen un equilibrio interno, por ejemplo, controlan activamente su presión osmótica y la concentración de electrolitos.
- Relación o Irritabilidad. Es una reacción ante estímulos externos y permite a los seres vivos detectar u obtener información del medio en el que viven, tomar las decisiones acertadas y elaborar una respuesta adecuada para su supervivencia. Una respuesta puede ser de muchas formas, por ejemplo, la contracción de un organismo unicelular cuando es tocado o las reacciones complejas que implican los sentidos en los animales superiores.
- Metabolismo. Los organismos o seres vivos consumen energía para convertir los nutrientes en componentes celulares (anabolismo) y liberan energía al descomponer la materia orgánica (catabolismo).
- Desarrollo. Los organismos aumentan de tamaño al adquirir y procesar los nutrientes. Muchas veces este proceso no se limita a la acumulación de materia sino que implica cambios mayores.
- Reproducción. Es la habilidad de producir copias similares de sí mismos, tanto asexualmente a partir de un único progenitor, como sexualmente a partir de al menos dos progenitores.
- Adaptación. Las especies evolucionan y se adaptan al ambiente.
El arrecife de coral es habitado por gran variedad de seres vivos. Florida Keys National Maritime Sancturay. na esponja oreja de elefante naranja (Agelas clathrodes) en el Santuario Nacional Marino de los Cayos de Florida. En el fondo se observa un abanico de mar de aguas profundas (Iciligorgia schrammi) y una gran pluma de mar con poros hendidos (Plexaurella nutans). Estos corales blandos son en realidad animales de movimiento muy lento, aunque a menudo se los confunde con plantas. Bajo las aguas del Santuario Nacional Marino de los Cayos de Florida, se despliega un ecosistema marino tan colorido como complejo. En el primer plano de la imagen, una esponja oreja de elefante de color naranja (Agelas clathrodes) domina la escena con su forma lobulada y textura porosa. Aunque parezca una planta, se trata de un animal filtrador que juega un papel esencial en la limpieza del agua marina. Al fondo, dos tipos de corales blandos se mecen suavemente: el abanico de mar (Iciligorgia schrammi) y la pluma de mar con poros hendidos (Plexaurella nutans). Estos organismos, que parecen ramas vegetales, son en realidad colonias de animales microscópicos que viven unidos, capturando alimento del agua mediante diminutos tentáculos. Aunque se mueven muy lentamente o casi nada, son seres vivos activos, esenciales para el equilibrio de los arrecifes. Este paisaje submarino nos recuerda que el mar está lleno de formas de vida sorprendentes, muchas de las cuales desdibujan los límites entre lo vegetal y lo animal.

El carbono y su importancia en los seres vivos
El carbono es un elemento químico fundamental para la vida tal como la conocemos. Presente en todos los organismos vivos, se encuentra en el centro de la química orgánica, ya que tiene la capacidad única de formar una gran variedad de moléculas estables y complejas. Esta versatilidad química es lo que permite la existencia de compuestos como los glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos, que constituyen la base estructural y funcional de todas las células vivas.
Una de las propiedades más notables del carbono es su capacidad para formar cuatro enlaces covalentes con otros átomos, incluidos otros átomos de carbono. Esto le permite crear cadenas, anillos y estructuras tridimensionales que sirven como esqueleto para las moléculas orgánicas. Gracias a esta cualidad, el carbono puede unirse a elementos como el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo y el azufre, dando lugar a una diversidad de compuestos sin equivalente en ningún otro elemento.
En los seres vivos, el carbono desempeña un papel esencial en todas las funciones vitales. Las proteínas, por ejemplo, están formadas por cadenas de aminoácidos que contienen átomos de carbono dispuestos en estructuras específicas. Los ácidos nucleicos, como el ADN y el ARN, contienen esqueletos de carbono que sostienen la información genética. Los glúcidos sirven como fuente principal de energía y los lípidos, también ricos en carbono, forman parte de las membranas celulares y actúan como reserva energética.
Además de su papel estructural, el carbono es clave en los procesos energéticos. Durante la fotosíntesis, las plantas y otros organismos autótrofos capturan dióxido de carbono de la atmósfera y lo convierten en compuestos orgánicos ricos en energía utilizando la luz solar. A su vez, durante la respiración celular, tanto en plantas como en animales, esos compuestos son degradados y el carbono es liberado de nuevo en forma de dióxido de carbono, cerrando así el llamado ciclo del carbono. Este ciclo mantiene el equilibrio del carbono en la biosfera y es fundamental para la estabilidad climática del planeta.
El carbono también se encuentra fuera de los organismos vivos, en depósitos naturales como rocas carbonatadas, combustibles fósiles y el océano. Sin embargo, la mayor parte del carbono biológicamente activo circula entre la atmósfera, los océanos, los suelos y los seres vivos a través de procesos biogeoquímicos complejos.
En resumen, el carbono es la piedra angular de la vida. Sin su capacidad de formar moléculas complejas, la vida no sería posible. Su presencia en todas las formas vivas, su participación en los ciclos energéticos y su papel en el equilibrio del planeta lo convierten en uno de los elementos más esenciales de la naturaleza.
Composición química de los seres vivos
Los organismos son sistemas físicos soportados por reacciones químicas complejas, organizadas de manera que promueven la reproducción y en alguna medida la sostenibilidad y la supervivencia. Los seres vivos están integrados por moléculas inanimadas; cuando se examinan individualmente estas moléculas se observa que se ajustan a todas las leyes físicas y químicas que rigen el comportamiento de la materia inerte y las reacciones químicas son fundamentales a la hora de entender los organismos, pero es un error filosófico (reduccionismo) considerar a la biología como únicamente física o química. También juega un papel importante la interacción con los demás organismos y con el ambiente. De hecho, algunas ramas de la biología, por ejemplo la ecología, están muy alejadas de esta manera de entender a los seres vivos.
El protista Amoeba proteus (ameba) es un organismo eucarionte que vive libre en agua dulce. Mide unos 500 µm. Foto: Gregorius28.- CC BY-SA 3.0.
Los organismos son sistemas físicos abiertos ya que intercambian materia y energía con su entorno. Aunque son unidades individuales de vida no están aislados del medio ambiente que los rodea; para funcionar absorben y desprenden constantemente materia y energía. Los seres autótrofos producen energía útil (bajo la forma de compuestos orgánicos) a partir de la luz del sol o de compuestos inorgánicos, mientras que los heterótrofos utilizan compuestos orgánicos de su entorno.
La materia viva está constituida por unos 60 elementos, casi todos los elementos estables de la Tierra, exceptuando los gases nobles. Estos elementos se llaman bioelementos o elementos biogénicos. Se pueden clasificar en dos tipos: primarios y secundarios.
- Los elementos primarios son indispensables para formar las biomoléculas orgánicas (glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucléicos). Constituyen el 96,2 % de la materia viva. Son el carbono, el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo y el azufre.
- Los elementos secundarios son todos los bioelementos restantes. Existen dos tipos: los indispensables y los variables. Entre los primeros se encuentran el calcio, el sodio, el potasio, el magnesio, el cloro, el hierro, el silicio, el cobre, el manganeso, el boro, el flúor y el yodo.
El elemento químico fundamental de todos los compuestos orgánicos es el carbono. Las características físicas de este elemento tales como su gran afinidad de enlace con otros átomos pequeños, incluyendo otros átomos de carbono, y su pequeño tamaño le permiten formar enlaces múltiples y lo hacen ideal como base de la vida orgánica. Es capaz de formar compuestos pequeños que contienen pocos átomos (por ejemplo el dióxido de carbono) así como grandes cadenas de muchos miles de átomos denominadas macromoléculas; los enlaces entre átomos de carbono son suficientemente fuertes para que las macromoléculas sean estables y suficientemente débiles como para ser rotos durante el catabolismo; las macromoléculas a base de silicio (siliconas) son virtualmente indestructibles en condiciones normales, lo que las descartan como componentes de un ser vivo con metabolismo.
Macromoléculas
Los compuestos orgánicos presentes en la materia viva muestran una enorme variedad y la mayor parte de ellos son extraordinariamente complejos. A pesar de ello, las macromoléculas biológicas están constituidas a partir de un pequeño número de pequeñas moléculas fundamentales (monómeros), que son idénticas en todas las especies de seres vivos. Todas las proteínas están constituidas solamente por 20 aminoácidos distintos y todos los ácidos nucleicos por cuatro nucleótidos. Se ha calculado que, aproximadamente un 90 % de toda la materia viva, que contiene muchos millones de compuestos diferentes, está compuesta, en realidad por unas 40 moléculas orgánicas pequeñas
Por ejemplo, aún en las células más pequeñas y sencillas, como la bacteria Escherichia coli, hay unos 5000 compuestos orgánicos diferentes, entre ellos, unas 3000 clases diferentes de proteínas y se calcula que en el cuerpo humano puede haber hasta 5 millones de proteínas distintas; además ninguna de las moléculas proteicas de E. coli es idéntica a alguna de las proteínas humanas, aunque varias actúen del mismo modo.
La mayor parte de las macromoléculas biológicas que componen los organismos pueden clasificarse en uno de los siguientes cuatro grupos: ácidos nucleicos, proteínas, lípidos y glúcidos.
Estructura
Todos los seres vivos están formados por unidades denominadas células; algunos están formados por una única célula (unicelulares) mientras que otros contienen muchas (pluricelulares). Los organismos pluricelulares pueden especializar sus células para realizar funciones específicas. Así, un grupo de tales células forma un tejido. Los cuatro tipos básicos de tejidos en los animales son: epitelio, tejido nervioso, músculo y tejido conjuntivo. En las plantas pueden distinguirse tres tipos básicos de tejidos: fundamental, epidérmico y vascular. Varios tipos de tejido trabajan juntos bajo la forma de un órgano para producir una función particular (tal como el bombeo de la sangre por el corazón o como barrera frente al ambiente como la piel). Este patrón continúa a un nivel más alto con varios órganos funcionando como sistema orgánico que permiten la reproducción, digestión, etc. Muchos organismos pluricelulares constan de varios sistemas orgánicos que se coordinan para permitir vida.
Células vegetales. Dentro de estas y en color verde se aprecian los cloroplastos. Kristian Peters — Fabelfroh. CC BY-SA 3.0. En esta imagen microscópica se observan células vegetales, delimitadas por paredes celulares bien definidas, que les dan una forma geométrica característica. En su interior, los puntos verdes que se aprecian en abundancia son cloroplastos, orgánulos especializados donde se lleva a cabo la fotosíntesis. Los cloroplastos contienen clorofila, el pigmento responsable del color verde de las plantas y de captar la luz solar para convertirla en energía química. Gracias a esta función vital, las plantas pueden producir su propio alimento y liberar oxígeno al ambiente, siendo esenciales para la vida en la Tierra.

La célula: unidad fundamental de la vida
La célula es la unidad estructural, funcional y genética de todos los seres vivos. Desde las formas de vida más simples hasta los organismos más complejos, todo ser vivo está compuesto por una o más células, lo que convierte a esta unidad microscópica en el cimiento esencial de la biología. Su descubrimiento a través del microscopio marcó un punto de inflexión en la comprensión científica del mundo vivo, y desde entonces su estudio ha sido uno de los pilares centrales de las ciencias naturales.
La teoría celular, formulada en el siglo XIX por Schleiden, Schwann y Virchow, establece tres principios fundamentales: todo ser vivo está formado por células; la célula es la unidad básica de la vida; y toda célula procede de otra célula preexistente. Esta teoría no solo unificó la biología en torno a un principio común, sino que también permitió entender que procesos tan diversos como la digestión, el pensamiento o la reproducción, tienen su base en el funcionamiento coordinado de células especializadas.
Las células se dividen en dos grandes tipos según su grado de complejidad: procariotas y eucariotas. Las primeras, como las bacterias y arqueas, carecen de núcleo definido y de orgánulos membranosos, mientras que las eucariotas, que forman a los animales, plantas, hongos y protistas, poseen un núcleo delimitado por una envoltura nuclear y una arquitectura interna más elaborada. Esta distinción ha sido fundamental para comprender la evolución de la vida y los diferentes niveles de organización biológica.
Cada célula eucariota está compuesta por una membrana plasmática que la delimita y regula el intercambio con el entorno; un citoplasma donde se hallan los orgánulos y el citoesqueleto que da forma y soporte a la célula; y un núcleo que contiene el material genético. Entre los orgánulos más importantes se encuentran las mitocondrias, responsables de la respiración celular y la producción de energía en forma de ATP; los ribosomas, que sintetizan proteínas; el retículo endoplasmático, que transporta y procesa proteínas y lípidos; el aparato de Golgi, encargado de modificar y empaquetar sustancias; y los lisosomas, que digieren materiales. En las células vegetales, además, destacan los cloroplastos, encargados de la fotosíntesis, y la pared celular, que proporciona rigidez y protección.
Las funciones vitales de todo organismo —nutrición, relación y reproducción— se realizan a nivel celular. Las células se nutren a través del metabolismo, un conjunto de reacciones químicas que les permite obtener y transformar energía. Responden a estímulos del entorno mediante receptores y señales químicas, permitiendo la coordinación entre tejidos y órganos. Y se reproducen a través de la mitosis (en células somáticas) o la meiosis (en células sexuales), procesos por los cuales se garantiza el crecimiento, la reparación de tejidos y la continuidad genética entre generaciones.
Además, la célula es una estructura sorprendentemente autónoma. Muchas células pueden vivir por sí solas, como ocurre en los organismos unicelulares, mientras que otras forman complejos sistemas multicelulares en los que se especializan para cumplir funciones determinadas, como las neuronas, los glóbulos rojos o las células musculares. Esta especialización es posible gracias a la expresión diferencial del material genético, lo que demuestra que, aunque todas las células de un organismo poseen el mismo ADN, no todas activan los mismos genes.
Por último, el estudio de la célula ha abierto la puerta a disciplinas como la biotecnología, la medicina regenerativa o la genética moderna. Gracias al conocimiento celular, hoy se desarrollan terapias génicas, vacunas de última generación, cultivos celulares y tratamientos innovadores contra el cáncer. Las células madre, por ejemplo, representan una esperanza en la medicina del futuro por su capacidad de convertirse en cualquier tipo celular y regenerar tejidos dañados.
En definitiva, la célula es mucho más que una unidad microscópica: es el núcleo de la vida misma, el punto de partida desde el que se organizan todos los procesos vitales. Entender la célula es entender los fundamentos de la biología, la evolución y, en última instancia, la naturaleza de los seres vivos.
La teoría celular, propuesta en el año 1839 por Schleiden y Schwann, establece que todos los organismos están compuestos de una o más células; todas las células provienen de otras células preexistentes; todas las funciones vitales de un ser vivo ocurren dentro de las células, y las células contienen información hereditaria necesaria para las funciones de regulación de la célula y para transmitir información a la siguiente generación de células.
Todas las células tienen una membrana plasmática que rodea a la célula, separa el interior del medio ambiente, regula la entrada y salida de compuestos manteniendo de esta manera el potencial de membrana, un citoplasma salino que constituye la mayor parte del volumen de la célula y material hereditario (ADN y ARN).
Según la localización y la organización del ADN se distinguen dos tipos de células:
- Células procariotas (de los organismos procariontes), que carecen de envoltura nuclear por lo que el ADN no está separado del resto del citoplasma.
- Células eucariotas (de los organismos eucariontes), que tienen un núcleo bien definido con una envoltura que encierra el ADN, que está organizado en cromosomas.
Todas las células comparten varias habilidades:
- Reproducción por división celular (fisión binaria, mitosis o meiosis).
- Uso de enzimas y de otras proteínas codificadas por genes del ADN y construidas vía un ARN mensajero en los ribosomas.
- Metabolismo, incluyendo la obtención de los componentes constructivos de la célula y energía y la excreción de residuos. El funcionamiento de una célula depende de su capacidad para extraer y utilizar la energía química almacenada en las moléculas orgánicas. Esta energía se obtiene a través de las cadenas metabólicas.
- Respuesta a estímulos externos e internos, por ejemplo, cambios de temperatura, pH o niveles nutrientes.
Gráfico de una célula animal. OpenStax College. CC BY-SA 3.0.

Simetría corporal
La simetría corporal es una característica estructural que describe cómo se organiza el cuerpo de un organismo con respecto a un eje o plano. En biología, se utiliza para clasificar a los seres vivos según la forma en que sus partes están distribuidas. Esta propiedad tiene una gran importancia en la evolución y en la forma en que los organismos interactúan con su entorno, se desplazan, se alimentan y se reproducen. Es la disposición de las estructuras corporales respecto de algún eje del cuerpo. Se clasifican en:
- Asimétrica: cuando no presentan una forma definida, como las amebas. se da cuando un organismo no presenta ningún tipo de organización regular o patrón simétrico en su cuerpo. Es decir, no se puede dividir en partes iguales por ningún plano. Un ejemplo clásico de organismo asimétrico es la esponja marina. Sus cuerpos carecen de forma definida y su estructura depende más de la función que de una organización geométrica.
- Radial: es presentada por organismos en forma de rueda o cilindro y sus partes corporales parten de un eje o punto central. Ejemplo: los erizos y las estrellas de mar. se observa cuando las partes del cuerpo de un organismo se disponen alrededor de un eje central, como los radios de una rueda. Esto significa que se pueden trazar múltiples planos de corte que dividen al cuerpo en mitades similares. Los organismos con simetría radial, como las medusas, los corales o las estrellas de mar, suelen vivir fijos en un lugar o desplazarse lentamente en el agua, y esta simetría les permite interactuar con el ambiente desde cualquier dirección, ya que no tienen una parte delantera ni trasera claramente definida.
- Bilateral: la presenta la mayoría de los seres vivos, es aquella en la cual al pasar un eje por el centro del cuerpo se obtienen dos partes equivalentes. Ejemplo: los vertebrados. es la más común entre los animales más complejos, incluidos los seres humanos. En este caso, el cuerpo puede dividirse en dos mitades iguales por un único plano que lo corta de forma vertical y longitudinal, generalmente de la cabeza a los pies. Cada mitad es una imagen especular de la otra. Esta organización está asociada al desarrollo de una parte frontal (cabeza) y una parte trasera, así como a una diferenciación clara entre la parte superior e inferior del cuerpo. La simetría bilateral está íntimamente relacionada con la aparición de la cefalización, es decir, la concentración de órganos sensoriales y del sistema nervioso en la cabeza, lo que a su vez permitió una mayor capacidad de respuesta al entorno y un desplazamiento más eficiente hacia adelante.
La simetría corporal no es un simple rasgo estético o formal, sino que tiene profundas implicaciones evolutivas. Refleja adaptaciones funcionales al medio, al modo de vida y al tipo de locomoción. A lo largo de la evolución, muchos organismos han pasado de simetrías más simples a otras más complejas, lo cual ha estado relacionado con un aumento en la especialización de órganos y sistemas.
Ecología
Artículo principal: Ecología. Introducción. Los Ecosistemas y Ecología. Segunda parte. Historia de la Ecología. Principios, objetivos y conceptos.
Los seres vivos pueden ser estudiados a muchos niveles diferentes: químico, celular, tejido, individuo, población, comunidad, ecosistema y biósfera. La ecología plantea una visión integradora de los seres vivos con el medio ambiente, considerando la interacción de los distintos organismos entre sí y con el medio físico, así como los factores que afectan a su distribución y abundancia. El medio ambiente incluye tanto los factores físicos (factores abióticos) locales, tales como el clima y la geología, como los demás organismos que comparten el mismo hábitat (factores bióticos).
Los procariontes y los eucariontes han evolucionado de acuerdo con estrategias ecológicas diferentes. Los procariontes son pequeños y sencillos: esto les otorgó la posibilidad de una alta velocidad de crecimiento y reproducción, por lo que alcanzan altos tamaños poblacionales en poco tiempo, que les permite ocupar nichos ecológicos efímeros, con fluctuaciones dramáticas de nutrientes. Por el contrario, los eucariontes, más complejos y de mayor tamaño, poseen un crecimiento y reproducción más lentos, pero han desarrollado la ventaja de ser competitivos en ambientes estables con recursos limitantes. No se debe caer en el error de considerar a los procariontes como evolutivamente más primitivos que los eucariontes, ya que ambos tipos de organismos se hallan bien adaptados a su ambiente, y ambos fueron seleccionados hasta la actualidad debido a sus estrategias ecológicas exitosas.
Clasificación de los seres vivos
Los seres vivos comprenden unos 1,9 millones de especies descritas y se clasifican en dominios y reinos. La clasificación más extendida distingue los siguientes taxones:
Archaea (arqueas).
Organismos procariontes que presentan grandes diferencias con las bacterias en su composición molecular. Se conocen unas 500 especies. Las arqueas, o Archaea, constituyen uno de los tres grandes dominios de la vida, junto con las bacterias y los eucariotas. Se trata de organismos unicelulares que, al igual que las bacterias, carecen de núcleo y orgánulos membranosos, por lo que se clasifican como procariotas. Sin embargo, a pesar de esta semejanza morfológica con las bacterias, las arqueas presentan una composición bioquímica y una maquinaria genética mucho más parecida a la de los eucariotas, lo que justifica su clasificación en un dominio separado. Las arqueas se caracterizan por poseer estructuras únicas en su membrana celular, con lípidos que les confieren una gran resistencia a condiciones extremas. Muchas especies son extremófilas, es decir, viven en ambientes hostiles para la mayoría de los seres vivos, como aguas termales hirvientes, salares hipersalinos, fondos oceánicos ricos en azufre o entornos con pH muy ácido o muy alcalino. Algunas arqueas incluso pueden sobrevivir sin oxígeno, obteniendo energía a través de procesos como la metanogénesis, lo que las convierte en actores clave en ciclos geoquímicos como el del carbono.
Desde el punto de vista genético y molecular, las arqueas muestran rasgos muy sofisticados. Por ejemplo, sus mecanismos de transcripción y traducción del ADN son más similares a los de los eucariotas que a los de las bacterias. Además, su capacidad para intercambiar genes con otros organismos de manera horizontal las hace especialmente interesantes desde una perspectiva evolutiva, ya que podrían haber jugado un papel importante en el origen de las células eucariotas, según algunas teorías actuales.
A pesar de haber sido descubiertas y clasificadas como grupo separado apenas en las últimas décadas del siglo XX, gracias a los estudios pioneros del microbiólogo Carl Woese, las arqueas están mucho más extendidas de lo que se pensaba inicialmente. Aunque fueron descubiertas en ambientes extremos, hoy se sabe que habitan también en suelos, océanos, el intestino humano e incluso en el plancton marino. Esto ha transformado por completo la visión que se tenía sobre su papel ecológico y ha revelado que las arqueas no son rarezas biológicas, sino componentes fundamentales de los ecosistemas globales.
En resumen, las arqueas representan una forma de vida antigua, diversa y fascinante que desafía las clasificaciones tradicionales. Son testigos vivos de los primeros tiempos de la vida en la Tierra y, al mismo tiempo, actores esenciales en el equilibrio de los ecosistemas modernos. Su estudio continúa arrojando luz sobre los orígenes de la vida, la evolución celular y la enorme complejidad del mundo microbiano.
Bacteria (bacterias).
Organismos procariontes típicos. Están descritas unas 10 000 especies.
Las bacterias forman uno de los tres dominios fundamentales de la vida, junto con las arqueas y los eucariotas. Son organismos unicelulares procariotas, lo que significa que su estructura celular carece de núcleo definido y de orgánulos membranosos. A pesar de su simplicidad estructural, las bacterias son increíblemente diversas, abundantes y adaptables, y desempeñan un papel esencial en prácticamente todos los ecosistemas del planeta.
Desde el punto de vista morfológico, las bacterias pueden presentar distintas formas, como esferas (cocos), bastones (bacilos), espirales (espirilos) o comas (vibrios), y algunas son capaces de formar agrupaciones o cadenas. Se reproducen por fisión binaria, un proceso de división celular rápido y eficiente que les permite multiplicarse en cuestión de minutos en condiciones favorables.
En términos metabólicos, las bacterias exhiben una extraordinaria variedad. Algunas son autótrofas, capaces de generar su propia materia orgánica a partir de compuestos inorgánicos, como las cianobacterias, que realizan fotosíntesis y fueron responsables de la oxigenación primitiva de la atmósfera terrestre. Otras son heterótrofas, y se alimentan de materia orgánica del entorno. Además, existen bacterias aerobias que necesitan oxígeno para vivir y bacterias anaerobias que no lo toleran o que pueden sobrevivir sin él, lo que refleja su adaptabilidad a condiciones muy distintas.
A nivel ecológico, las bacterias son fundamentales para el funcionamiento de los ciclos biogeoquímicos, como el ciclo del nitrógeno, del carbono o del azufre. Muchas viven en simbiosis con otros organismos: algunas ayudan a las plantas a absorber nutrientes, otras viven en el intestino humano favoreciendo la digestión y la síntesis de vitaminas, y también hay bacterias que descomponen la materia orgánica, reciclando nutrientes esenciales para la vida.
Sin embargo, no todas las bacterias son beneficiosas. Algunas especies patógenas pueden causar enfermedades en humanos, animales o plantas. Enfermedades como la tuberculosis, la neumonía, el cólera o la salmonelosis son provocadas por bacterias. A pesar de ello, la gran mayoría de bacterias no solo no son dañinas, sino que resultan imprescindibles para la vida y para el equilibrio ecológico global.
Desde un punto de vista evolutivo, las bacterias representan algunas de las formas de vida más antiguas de la Tierra. Su simplicidad estructural, su capacidad de adaptación y su versatilidad metabólica explican por qué han sobrevivido y prosperado durante más de tres mil millones de años. Además, son objeto de gran interés en biotecnología, medicina y agricultura, ya que muchas bacterias pueden ser aprovechadas para la producción de antibióticos, alimentos fermentados, tratamientos de aguas residuales o como vectores en la ingeniería genética.
En resumen, las bacterias son organismos microscópicos de estructura sencilla pero de una complejidad funcional asombrosa. Están en todas partes: en el suelo, en el aire, en el agua, dentro y fuera de nuestros cuerpos. Aunque muchas veces invisibles, constituyen una fuerza vital silenciosa que sostiene y transforma la vida en la Tierra.
Protista (protozoos).
Organismos eucariontes generalmente unicelulares. Con unas 55 000 especies descritas.
El término Protista se refiere a un antiguo y amplio grupo de organismos eucariotas unicelulares, aunque en algunos casos también pluricelulares simples, que no encajan claramente dentro de los reinos de los animales, plantas o hongos. Aunque el reino Protista ya no se utiliza como una categoría formal en muchas clasificaciones modernas, sigue siendo útil desde un punto de vista didáctico para referirse a aquellos organismos microscópicos eucariotas que presentan una gran diversidad estructural, funcional y ecológica. Entre ellos se encuentran los protozoos, que son generalmente heterótrofos, móviles y se comportan de manera similar a los animales, y las algas unicelulares, que son fotosintéticas y más parecidas a las plantas.
Los protistas son eucariotas, lo que significa que poseen un núcleo definido y orgánulos membranosos en su interior, a diferencia de las bacterias y arqueas. Esta complejidad interna les permite desarrollar funciones celulares especializadas dentro de una sola célula, como la digestión intracelular, la locomoción, la percepción del entorno y la reproducción sexual o asexual. Muchos de ellos utilizan estructuras como cilios, flagelos o pseudópodos para desplazarse y capturar alimento, lo que les confiere una gran agilidad en medios acuáticos.
Desde el punto de vista ecológico, los protistas desempeñan un papel clave en los ecosistemas acuáticos, tanto marinos como de agua dulce. Forman parte fundamental del fitoplancton y del zooplancton, siendo productores primarios en las cadenas alimenticias o consumidores de bacterias y otros microorganismos. También contribuyen a la producción de oxígeno mediante la fotosíntesis, en el caso de las algas unicelulares como las diatomeas o las euglenas.
Muchos protistas, especialmente los protozoos, son conocidos por su capacidad patógena. Algunos de ellos pueden provocar enfermedades importantes en humanos, como el Plasmodium, que causa la malaria; el Trypanosoma, responsable de la enfermedad del sueño; o la Entamoeba histolytica, causante de disentería amebiana. Esta capacidad de infección ha sido objeto de estudio intensivo en parasitología y medicina tropical.
Desde el punto de vista evolutivo, los protistas son un grupo parafilético, es decir, no descienden todos de un antepasado común exclusivo. Por ello, en las clasificaciones filogenéticas modernas, los protistas han sido divididos en varios supergrupos eucariotas más precisos, como los alveolados, los excavados, los rizarios o los cromistas. Sin embargo, para fines educativos y de comprensión general, el término “protista” sigue siendo útil para englobar a estos organismos eucariotas primitivos que no se ajustan bien a las categorías tradicionales de planta, animal u hongo.
En resumen, los protistas representan un mundo celular extraordinariamente variado, donde se cruzan las funciones básicas de la vida con adaptaciones sorprendentes a todos los ambientes acuáticos del planeta. Son tanto testigos de los orígenes de la vida compleja como protagonistas silenciosos del equilibrio ecológico actual.
Fungi (hongos).
Organismos eucariontes, unicelulares o pluricelulares talofíticos y heterótrofos que realizan una digestión externa de sus alimentos. Comprende unas 100 000 especies descritas.
El reino Fungi, conocido comúnmente como el reino de los hongos, agrupa a un conjunto diverso de organismos eucariotas que desempeñan un papel esencial en el funcionamiento de los ecosistemas. Aunque durante mucho tiempo fueron considerados plantas por su aparente similitud externa y su modo de vida sedentario, los hongos constituyen un grupo biológicamente distinto, con características propias que los separan tanto de las plantas como de los animales. Actualmente se reconocen como un reino independiente dentro del dominio de los eucariotas.
Los hongos pueden ser unicelulares, como las levaduras, o pluricelulares, como los mohos y las setas. Su cuerpo, cuando es pluricelular, está formado por filamentos llamados hifas, que en conjunto forman una red denominada micelio. Este micelio se extiende por el sustrato y actúa como órgano de absorción de nutrientes. A diferencia de las plantas, los hongos no realizan la fotosíntesis; carecen de clorofila y obtienen su alimento mediante un proceso llamado absorción externa, en el cual secretan enzimas al medio para descomponer la materia orgánica y luego absorben los nutrientes resultantes.
Una de las funciones ecológicas más importantes de los hongos es su papel como descomponedores. Son fundamentales en el reciclaje de materia orgánica, ya que degradan restos vegetales, animales y otros materiales biológicos, devolviendo al medio los nutrientes esenciales para otros organismos. Sin los hongos, la acumulación de materia muerta sería mucho mayor y los ciclos biogeoquímicos se verían seriamente alterados.
Además de su papel ecológico, muchos hongos forman relaciones simbióticas con otros seres vivos. Un ejemplo clásico es el de las micorrizas, asociaciones entre hongos y raíces de plantas, en las que el hongo mejora la absorción de agua y minerales a cambio de azúcares producidos por la planta. Otro caso emblemático es el de los líquenes, una simbiosis entre un hongo y un alga o una cianobacteria, que da lugar a organismos capaces de colonizar ambientes extremos, como rocas desnudas, cortezas de árboles o desiertos helados.
El reino Fungi también incluye especies patógenas que afectan tanto a plantas como a animales y seres humanos. Algunas enfermedades fúngicas, como la candidiasis, el pie de atleta o la histoplasmosis, pueden ser leves o, en ciertos casos, graves, especialmente en personas inmunodeprimidas. En agricultura, los hongos fitopatógenos pueden causar importantes pérdidas económicas al atacar cultivos de gran valor comercial.
Por otro lado, los hongos han sido aprovechados por el ser humano desde tiempos antiguos en una gran variedad de usos. Las levaduras han sido fundamentales en la fermentación para la producción de pan, vino y cerveza. Algunos mohos se utilizan en la elaboración de quesos, y de ciertos hongos se han obtenido compuestos medicinales de gran relevancia, como la penicilina, el primer antibiótico descubierto. Actualmente, la biotecnología fúngica sigue siendo un campo de investigación con enorme potencial, tanto para la producción de medicamentos como en la degradación de contaminantes o la generación de biocombustibles.
En resumen, el reino Fungi reúne a una vasta y sorprendente variedad de organismos que, aunque en ocasiones discretos o invisibles, sostienen el equilibrio de la vida en la Tierra. Su capacidad para descomponer, asociarse, fermentar o curar los convierte en protagonistas esenciales de la naturaleza y de muchas facetas de la actividad humana.
Plantae (plantas).
Organismos eucariontes generalmente pluricelulares, autótrofos y con variedad de tejidos. Comprende unas 310 000 especies.
Animalia (animales). Organismos eucariontes, pluricelulares, heterótrofos, con variedad de tejidos que se caracterizan, en general, por su capacidad de locomoción. Es el grupo más numeroso con 1 425 000 especies descritas.
El reino Plantae, o simplemente las plantas, reúne a todos los organismos eucariotas pluricelulares que se caracterizan por realizar la fotosíntesis, un proceso mediante el cual capturan la energía solar y la transforman en energía química, produciendo oxígeno como subproducto. Esta capacidad, que depende del pigmento clorofila presente en los cloroplastos, convierte a las plantas en los principales productores primarios de la biosfera y en la base de prácticamente todas las cadenas alimenticias terrestres.
Las plantas poseen una organización compleja y especializada. Su cuerpo está formado por tejidos y órganos diferenciados, como raíces, tallos, hojas y flores, que cumplen funciones específicas. Las raíces les permiten anclarse al suelo y absorber agua y minerales. El tallo transporta sustancias a través de tejidos vasculares como el xilema y el floema. Las hojas, por su parte, son el principal lugar donde se lleva a cabo la fotosíntesis, gracias a su amplia superficie y a la presencia de estomas que regulan el intercambio gaseoso. Las flores, cuando están presentes, son órganos reproductores altamente adaptados a la fecundación y la dispersión de semillas, lo que les ha permitido una gran expansión en los ecosistemas terrestres.
Desde un punto de vista evolutivo, las plantas actuales descienden de ancestros acuáticos similares a las algas verdes. El paso del agua a la tierra firme, que ocurrió hace unos 450 millones de años, fue un proceso largo y complejo que requirió adaptaciones estructurales y fisiológicas importantes, como la formación de tejidos de sostén, la impermeabilización de las superficies mediante cutículas, la aparición de raíces verdaderas y sistemas vasculares para el transporte interno. Estos avances permitieron a las plantas colonizar todos los ambientes terrestres y diversificarse en una gran variedad de formas y tamaños, desde musgos diminutos hasta árboles gigantes.
El reino Plantae incluye diversos grupos que reflejan esta historia evolutiva. En primer lugar, se encuentran las briofitas, como los musgos, que son plantas no vasculares y dependen en gran medida de ambientes húmedos. Luego vienen las pteridofitas, como los helechos, que ya tienen tejidos vasculares pero no producen semillas. A continuación están las gimnospermas, plantas con semillas desnudas, como los pinos y las coníferas. Finalmente, las más evolucionadas son las angiospermas, las plantas con flores y frutos, que dominan los ecosistemas actuales por su gran eficiencia reproductiva y adaptabilidad.
Las plantas no solo sostienen la vida terrestre como fuente primaria de energía, sino que también regulan el clima, estabilizan los suelos, producen oxígeno y almacenan carbono. Son además la base de la alimentación humana y animal, proporcionan materias primas esenciales (madera, fibras, medicinas) y han sido, desde tiempos remotos, fuente de inspiración estética, simbólica y espiritual.
En términos biológicos, las plantas presentan una alternancia de generaciones en su ciclo vital, en el que se alternan una fase diploide (esporofito) y una fase haploide (gametofito), lo que constituye un rasgo distintivo del reino vegetal. Además, muchas plantas son capaces de reproducirse tanto sexual como asexualmente, lo que les proporciona una enorme versatilidad reproductiva.
En resumen, las plantas constituyen un reino de extraordinaria riqueza biológica, cuya historia está íntimamente ligada a la evolución de la vida en la Tierra. Sin ellas, los ecosistemas terrestres tal como los conocemos no podrían existir, y la vida humana sería simplemente impensable. Su estudio no solo revela el funcionamiento interno del mundo vegetal, sino que también nos conecta con la base más profunda y silenciosa del equilibrio planetario.
Parakaryota.
Organismos unicelulares recientemente descubiertos que no comparten las características como para ser considerados parte de algunos de los dominios y reinos existentes. Solo se ha descrito una especie.
Las paracariotas serían, entonces, todos aquellos organismos unicelulares procariotas, es decir, que no poseen núcleo celular definido ni orgánulos membranosos. Su ADN está libre en el citoplasma, normalmente en una sola molécula circular, y sus estructuras celulares son mucho más simples que las de los eucariotas. Sin embargo, presentan una sorprendente diversidad bioquímica, metabólica y ecológica.
El concepto de Parakaryota surgió en un intento de reflejar una cierta unidad entre bacterias y arqueas desde el punto de vista estructural y morfológico, aunque con el tiempo se ha demostrado que las diferencias genéticas y moleculares entre arqueas y bacterias son tan profundas que justifican su separación en dos dominios diferentes dentro del sistema de tres dominios propuesto por Carl Woese (Archaea, Bacteria, Eukarya).
Por ejemplo, aunque ambos carecen de núcleo, las arqueas tienen un sistema de transcripción y traducción del material genético más parecido al de los eucariotas que al de las bacterias. Además, la composición de la membrana celular en arqueas es completamente distinta, con lípidos únicos y enlaces químicos diferentes. Estos y otros factores han llevado a descartar la idea de que «procariota» sea un grupo homogéneo, y han hecho que el término Parakaryota quede como una categoría útil solo a efectos pedagógicos o provisionales, pero no como un grupo evolutivamente coherente.
En resumen, Parakaryota es un término obsoleto en muchas clasificaciones modernas, pero útil para referirse globalmente a los organismos procariotas, es decir, bacterias y arqueas. Si bien comparten características estructurales básicas, sus diferencias a nivel molecular son tan marcadas que deben considerarse dos linajes independientes que evolucionaron por separado desde etapas muy tempranas de la vida en la Tierra.
Animalia:
El reino Animalia, también llamado Metazoa, comprende a todos los organismos eucariotas, pluricelulares y heterótrofos que se alimentan ingiriendo otros seres vivos o materia orgánica. Es uno de los grupos biológicos más diversos, tanto en forma como en comportamiento, y está representado por millones de especies, desde simples esponjas marinas hasta el ser humano, pasando por insectos, peces, aves, reptiles y mamíferos.
Una de las características más distintivas de los animales es la ausencia de pared celular en sus células, a diferencia de las plantas y los hongos. Sus tejidos se organizan en órganos y sistemas complejos, y la mayoría posee tejido nervioso y muscular, lo que les permite percibir estímulos y responder mediante el movimiento. Esta capacidad de desplazarse activamente, junto con su sistema nervioso, ha hecho posible el desarrollo de conductas complejas, comunicación, aprendizaje y, en algunos casos, conciencia.
Los animales presentan una gran variedad de formas de reproducción, aunque predominan las especies sexuales, con una clara diferenciación entre células reproductoras masculinas y femeninas. Muchos animales también tienen ciclos de desarrollo complejos, que incluyen etapas larvarias, metamorfosis o fases embrionarias altamente especializadas. La mayoría de ellos se desarrollan a partir de un cigoto que se divide por mitosis para formar un embrión multicelular.
Desde el punto de vista evolutivo, el reino Animalia tiene su origen en el mar, y los primeros animales surgieron hace más de 600 millones de años, probablemente a partir de protistas coloniales. Las esponjas son consideradas los animales más primitivos, seguidas por grupos como los cnidarios (medusas, corales) y los platelmintos (gusanos planos). A partir de ahí, la evolución animal se diversificó en dos grandes ramas: los invertebrados, que constituyen la mayoría de las especies animales y no poseen columna vertebral, y los vertebrados, que sí la poseen y pertenecen al filo de los cordados.
Los animales desempeñan un papel central en los ecosistemas como consumidores, ya que se alimentan de plantas, otros animales o materia orgánica en descomposición. Regulan poblaciones, dispersan semillas, polinizan flores, forman simbiosis con otros organismos y, en muchas ocasiones, modifican su hábitat. Algunos, como los polinizadores o los descomponedores, son clave para el equilibrio de los sistemas naturales.
Además de su importancia ecológica, los animales han estado siempre estrechamente ligados al ser humano: como fuente de alimento, compañía, trabajo, culto, símbolos culturales o modelos científicos para la investigación biomédica. También son protagonistas de los grandes debates éticos y ambientales actuales, como la biodiversidad, el bienestar animal o el impacto de la actividad humana sobre los ecosistemas.
En resumen, los animales son seres vivos complejos y dinámicos, dotados de una organización interna sofisticada, gran diversidad de formas y comportamientos, y un papel insustituible en la red de la vida. Conocerlos, comprenderlos y protegerlos es esencial no solo para la ciencia y la cultura, sino para la supervivencia misma de nuestro planeta.
Origen de la vida
Desde que el ser humano alzó la mirada al cielo y se preguntó por su lugar en el universo, una cuestión ha resonado con especial insistencia: ¿cómo comenzó la vida? Lejos de tener una respuesta definitiva, la ciencia moderna ha logrado trazar posibles caminos por los que la materia inerte habría dado lugar a los primeros organismos. Esta tesis explora, con un enfoque divulgativo y riguroso, el fascinante misterio del origen de la vida en la Tierra.
- La Tierra primitiva: Calor, caos y posibilidades. La Tierra se formó hace unos 4570 millones de años, en un sistema solar en plena efervescencia. Durante los primeros cientos de millones de años —el Hádico—, el planeta era un infierno de lava, impactos y temperaturas extremas. Sin embargo, hace 4300 millones de años, comenzó a enfriarse y a formar una corteza sólida y océanos primitivos: el caldo de cultivo donde la vida podría surgir.
- Primeras evidencias: Fósiles y microfósiles. La vida dejó sus primeras huellas fósiles hace 3770 millones de años en forma de microfósiles encontrados en Canadá. También existen estructuras similares a estromatolitos —formaciones creadas por comunidades de cianobacterias— datadas en 3700 millones de años. Esto sugiere que la vida apareció muy pronto, quizá incluso antes de que el planeta se estabilizara del todo.
- Los ladrillos de la vida: biomoléculas fundamentales. ¿Cómo puede surgir la vida a partir de compuestos inertes? Se ha demostrado experimentalmente que moléculas esenciales como los aminoácidos, nucleótidos y fosfolípidos pueden formarse de manera espontánea bajo ciertas condiciones, incluso simulando atmósferas primitivas (como en el experimento de Miller-Urey de 1953) o en entornos hidrotermales submarinos. Estas moléculas pueden agruparse en estructuras llamadas protobiontes, pequeñas «burbujas» con propiedades similares a las células.
- El enigma de la información: Proteínas vs. ácidos nucleicos. Aquí se encuentra uno de los grandes dilemas: las proteínas son catalizadores biológicos, pero no pueden reproducirse ni transmitir información. En cambio, los ácidos nucleicos (como el ARN o el ADN) sí pueden portar información genética, pero necesitan proteínas para replicarse. ¿Qué apareció primero?
Existen dos modelos principales:
a) Metabolismo primero:
Postula que reacciones químicas simples, catalizadas por minerales como el hierro-sulfuro, establecieron ciclos metabólicos primitivos que precedieron a los genes.
b) Genes primero:
Apunta al mundo de ARN, donde el ácido ribonucleico actúa a la vez como portador de información y como catalizador (ribozimas), lo que resuelve parcialmente la paradoja anterior.
- El mundo de ARN: hipótesis dominante. Esta teoría sostiene que moléculas de ARN capaces de autorreplicarse aparecieron en un entorno primitivo. Con el tiempo, algunas ribozimas evolucionaron para catalizar la formación de proteínas. A medida que las proteínas asumieron el rol catalítico, el ARN quedó relegado a funciones informativas y regulatorias, siendo sustituido por el ADN, más estable, como principal molécula genética.
- La aparición de la célula: membranas y compartimentación. Los fosfolípidos, moléculas con una «cabeza» hidrófila y una «cola» hidrófoba, tienden a formar espontáneamente bicapas lipídicas, creando esferas cerradas similares a membranas celulares. Este paso es clave: sin compartimentación no hay vida organizada. Existen dos hipótesis:
Citoplasma dentro: los procesos vitales surgen dentro de una membrana primitiva.
Citoplasma fuera: los procesos evolutivos ocurren en el exterior y luego se interiorizan.
- Precursores genéticos del ARN. Algunos investigadores sugieren que el mundo de ARN fue precedido por otros sistemas más simples: ANP (ácido nucleico peptídico), HAP (ácido heteroalifático), o formas aún más primitivas. Estas moléculas podrían haber sido más fáciles de formar abióticamente y haber allanado el camino hacia el ARN.
- La panspermia: ¿vida sembrada desde el espacio?. Una hipótesis alternativa es la panspermia, que sostiene que la vida (o sus componentes básicos) llegó a la Tierra a través de meteoritos o cometas. De hecho, se han encontrado aminoácidos y compuestos orgánicos complejos en meteoritos y en nubes interestelares, lo que sugiere que la química prebiótica es universal.
- La vida como fenómeno emergente. Independientemente de su origen exacto, lo que está claro es que la vida es un fenómeno emergente: cuando ciertas condiciones físico-químicas se combinan con estructuras organizadas y reproducción diferencial (selección natural), puede surgir una forma rudimentaria de evolución biológica. La vida no es un accidente milagroso, sino la consecuencia probable de leyes universales.
- El misterio continúa. Hoy entendemos más que nunca sobre el origen de la vida, pero seguimos lejos de una teoría definitiva. No sabemos con certeza dónde, cómo o con qué moléculas comenzó todo. Sin embargo, la convergencia entre química, biología, geología y astronomía nos lleva a una conclusión poderosa: la vida, en su complejidad, puede ser fruto de leyes naturales que aún estamos descifrando.
Bibliografía y referencias
Wikipedia (artículos: Origen de la vida, Mundo de ARN, Experimento de Miller-Urey, etc.)
Miller, S. L. & Urey, H. C. (1953). Production of Amino Acids Under Possible Primitive Earth Conditions.
Woese, C. R. (2002). On the evolution of cells.
Hazen, R. M. (2005). Genesis: The Scientific Quest for Life’s Origin.
Szostak, J. W. (2009). Origins of life: First life.
Pascal, R. et al. (2013). Toward an evolutionary theory of the origin of life based on kinetics and thermodynamics.
Se conocen estromatolitos como los que forman las actuales cianobacterias con una antigüedad de hasta 3700 millones de años. P. Carrara, NPS – National Park Service. Dominio Público.

Los estromatolitos son estructuras rocosas laminadas formadas por la actividad de microorganismos, principalmente cianobacterias, que atrapan, fijan y cementan partículas de sedimento. Su nombre viene del griego: stroma (capa) y lithos (piedra), y literalmente significa “roca en capas”.
Estas estructuras:
Tienen forma de domo o columna, y se componen de capas finas que se depositan año tras año.
Se originan en aguas someras y cálidas, como lagunas salinas o zonas costeras.
Son una de las formas de vida más antiguas conocidas, con fósiles que datan de hace 3700 millones de años.
Los estromatolitos son fósiles vivos, ya que algunos aún existen hoy en día. Un ejemplo famoso se encuentra en Shark Bay (Australia), donde los científicos pueden observar estromatolitos modernos creciendo muy lentamente.
Las cianobacterias, antiguamente llamadas “algas verdeazuladas” (aunque no son algas), son bacterias fotosintéticas. Es decir, realizan fotosíntesis oxigénica, como las plantas, utilizando la luz solar para transformar agua y dióxido de carbono en glucosa y liberar oxígeno como subproducto.
Características clave:
Son unicelulares o se agrupan en colonias o filamentos.
Habitan en agua dulce, salada, e incluso ambientes extremos como desiertos o glaciares.
Existen desde hace más de 3500 millones de años y fueron las primeras formas de vida en producir oxígeno mediante fotosíntesis.
Importancia histórica de las cianobacterias y los estromatolitos
🌍 Oxigenación de la atmósfera:
Las cianobacterias jugaron un papel fundamental en la historia de la Tierra al liberar oxígeno en grandes cantidades durante el evento conocido como la Gran Oxidación (hace unos 2400 millones de años). Este cambio radical permitió la evolución de formas de vida aeróbicas (que usan oxígeno) y pavimentó el camino para organismos complejos.🧬 Base del ecosistema primitivo:
Las cianobacterias fueron los primeros productores primarios, es decir, creaban su propio alimento a partir de la luz solar y servían de base alimenticia para otras formas de vida.🪨 Registro fósil más antiguo:
Los estromatolitos permiten a los científicos estudiar cómo era la vida en los inicios del planeta, dado que son estructuras fósiles que encapsulan el metabolismo microbiano más antiguo conocido.Imagina que en una charca de agua poco profunda, miles de microorganismos (cianobacterias) se agrupan formando una capa viscosa. Cada día, con la luz del sol, hacen fotosíntesis y liberan oxígeno. Con el tiempo, atrapan pequeñas partículas de polvo o sedimentos. Esa capa se endurece y sobre ella se forma una nueva capa de cianobacterias. Así, capa tras capa, se va formando una estructura rocosa en forma de montículo: un estromatolito.
Evolución
En biología, la teoría del antepasado común universal sostiene que todos los organismos sobre la tierra tienen un origen común. La teoría se sustenta en la evidencia de que todos los organismos vivos comparten numerosos rasgos comunes. En los tiempos de Darwin-Wallace se basaba en la observación visible de las semejanzas morfológicas, tales como el hecho de que todos los pájaros tienen alas, incluso los que no vuelan. Actualmente la genética refuerza esta afirmación. Por ejemplo, toda célula viva hace uso de los ácidos nucleicos como material genético y utiliza los mismos veinte aminoácidos como bloques de construcción de las proteínas. La universalidad de estos rasgos apoya fuertemente una ascendencia común, pues sería muy improbable que hayan aparecido independientemente dos seres vivos con las mismas moléculas orgánicas.
El último antepasado común universal (LUCA) es el nombre del hipotético organismo unicelular del cual descendemos todos los existentes. Sin embargo, este concepto presenta algunas dificultades, pues es posible que los distintos componentes moleculares y celulares de los seres vivos actuales procedan de una comunidad de organismos ancestral, más que de un organismo individual. Los datos moleculares muestran una distribución de genes atípica entre los distintos grupos de seres vivos y los árboles filogenéticos construidos a partir de distintos genes son incompatibles entre sí. La historia de los genes es tan convolucionada que la única explicación razonable es una extensiva transferencia horizontal de genes. Por tanto, cada molécula de un ser vivo tiene su propia historia molecular y es posible que cada molécula tenga un origen distinto (en un organismo o no). Esta es la razón por la cual los árboles filogenéticos de los seres vivos tienen distintas estructuras de ramificación, particularmente cerca de la raíz.
La geología y la ciencia planetaria proporcionan también información sobre el desarrollo temprano de la vida. La vida no solo ha sido un sujeto pasivo de los procesos geológicos sino que también ha participado activamente en ellos, como por ejemplo, en la formación de sedimentos, la composición de la atmósfera y en el clima.
Se estima que los organismos eucariotas surgieron hace unos 2500 millones años (los primeros fósiles reconocibles datan de hace 2200 millones de años), por lo que el tiempo necesario para que surgiera la materia viva a partir de materia inanimada fue casi cuatro veces menor que el necesario para que surgiera la célula eucariota a partir de los procariotas. Esta observación no deja de ser sorprendente, ya que no pareciera que el nivel de complejidad de una célula eucariota justificara la cantidad de tiempo que transcurrió hasta su aparición. Una hipótesis que lo explicaría es que los procariotas, al establecerse, se convirtieron en competidores eficaces que disminuyeron el número de apariciones de novedades evolutivas en nichos ecológicos donde estas no daban ventaja adaptativa. Las novedades evolutivas pueden al principio disminuir en algún grado la supervivencia del nuevo linaje, y si hay competencia pueden ser eliminadas
Árbol de los seres vivos sobre la base de las relaciones simbiogenéticas y filogenéticas. Los procariontes aparecen en el registro fósil hace al menos 3700 Ma, mientras que el origen de la célula eucariota se dio por simbiogénesis entre una arquea y una bacteria hace al menos 2100 Ma. Gráfico: Maulucioni y Doridí. CC BY-SA 3.0.

Los organismos se definen como el conjunto de entidades que manifiestan vida, sin embargo hasta la actualidad no se ha podido definir ni delimitar a los seres vivos con precisión, por lo que se han desarrollado listas con características en común entre ellos, llamadas propiedades de la vida, la cual define que para considerar una entidad como un ser vivo debe de cumplir con las siguientes cualidades; una estructura organizada, metabolismo, homeostasis, crecimiento, reproducción, irritabilidad y evolución; no obstante la lista discrepa dependiendo del autor, por lo que otras listas incluyen; movimiento, adaptación, ADN, carbono, entre otras, como propiedades definitorias que debe tener un ser vivo, o incluso otras listas eliminan características como la reproducción, puesto que no es una propiedad obligatoria de los seres vivos.
El registro más antiguo que se tiene de un organismo vivo es de 3 800 millones de años, cuatrocientos millones de años antes de lo que se conocía anteriormente, de acuerdo a un estudio de 1996 de la Universidad de California en los Ángeles (UCLA).
Niveles de organización
Un organismo vivo es el resultado de los procesos bioquímicos que se dan gracias a la organización compleja de la materia con la siguiente jerarquía:
- Átomo: El átomo es la unidad más pequeña de la materia.
- Molécula: Agrupación definida y ordenada de átomos.
- Macromolécula: Una macromolécula es la unión de una repetición de moléculas biológicas más simples que alcanzan pesos moleculares altos. Las 4 macromoléculas biológicas más importantes de las células animales son los carbohidratos, los lípidos, las proteínas y los ácidos nucleicos.
- Orgánulo: Una organela u orgánulo es una estructura subcelular que lleva a cabo uno o más trabajos específicos en la célula, al igual que un órgano lo hace en el cuerpo.
- Célula: Unidad mínima estructural y funcional de los organismos vivos.
- Tejido: Conjunto de células de la misma naturaleza que desempeñan una función en común.
- Órgano: Grupo de diversos tejidos que forman una unidad funcional.
- Aparatos: Sistema de órganos que desempeñan una función particular.
- Organismo: Resultado de la organización y funcionamiento de los niveles anteriores.
- Especie: Grupo de seres semejantes entre sí.
- Población: Conjunto de una especie en una área determinada.
- Comunidad: Población que interactúa en una área determinada.
- Ecosistema: Comunidad que se desarrolla con los medios físicos de un ambiente.
- Biosfera: Conjunto de los recursos donde se desarrolla vida.
Componentes químicos
Bioelementos
Los seres vivos están formados por una combinación específica de elementos químicos que se organizan y reaccionan entre sí para dar lugar a las estructuras y funciones de la vida. Estos elementos, llamados bioelementos, constituyen los componentes químicos fundamentales de la materia viva y participan en todos los procesos biológicos esenciales. Aunque en la naturaleza existen más de cien elementos químicos, la vida se basa sobre todo en unos pocos, que aparecen en proporciones notoriamente constantes en todos los organismos.
Los bioelementos primarios son aquellos que forman la mayor parte de la materia viva. Se trata del carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre, conocidos por sus siglas CHONPS. El carbono es el eje de la química orgánica, como vimos anteriormente, y permite la formación de cadenas y estructuras moleculares complejas. El hidrógeno y el oxígeno son fundamentales para la formación del agua, que representa entre el 60 % y el 90 % del peso de la mayoría de los seres vivos. Además, el oxígeno participa en la respiración celular y en la producción de energía. El nitrógeno es esencial en la composición de las proteínas y los ácidos nucleicos. El fósforo forma parte del ADN, el ARN y el ATP, molécula clave en el metabolismo energético, mientras que el azufre se encuentra en ciertos aminoácidos y contribuye a la estructura tridimensional de las proteínas.
Junto a estos seis elementos principales, existen los bioelementos secundarios, que están presentes en menor proporción pero también son indispensables para el funcionamiento de los organismos. Entre ellos se encuentran elementos como el calcio, el sodio, el potasio, el magnesio o el cloro. El calcio es fundamental en la formación de huesos y dientes, pero también participa en la contracción muscular y en la transmisión del impulso nervioso. El sodio y el potasio regulan el equilibrio osmótico y permiten la generación del potencial eléctrico en las neuronas. El magnesio es un componente esencial de la clorofila en las plantas y un cofactor enzimático importante en animales. El cloro interviene en la digestión y en el equilibrio de líquidos corporales.
En proporciones aún más pequeñas, encontramos los oligoelementos o elementos traza, que aunque aparecen en cantidades ínfimas, son vitales para la vida. Algunos ejemplos son el hierro, el yodo, el zinc, el cobre, el manganeso, el cobalto o el selenio. El hierro es parte de la hemoglobina y permite el transporte de oxígeno en la sangre. El yodo es necesario para el funcionamiento de la glándula tiroides. El zinc y el cobre actúan como cofactores enzimáticos y participan en la regulación de la expresión genética y en procesos antioxidantes.
Lo más fascinante es que estos elementos, que por sí solos no tienen propiedades vitales, adquieren una funcionalidad extraordinaria cuando se combinan formando moléculas orgánicas e inorgánicas dentro del contexto celular. Así, a partir de unas pocas decenas de átomos distintos, la vida ha generado una diversidad casi infinita de formas, funciones y comportamientos.
En resumen, los bioelementos son los ladrillos fundamentales de la vida. Su naturaleza, su proporción y la forma en que se organizan determinan las características químicas de los seres vivos. Entender su papel es esencial para comprender no solo la composición de los organismos, sino también los procesos que sustentan la vida en todas sus manifestaciones, desde la célula más simple hasta los ecosistemas más complejos.
Son los elementos químicos esenciales para el desarrollo de una especie. Estos se clasifican en dos grupos: primarios y secundarios:
- Bioelementos primarios: Los constituyen el carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, conjunto abreviado comúnmente como ‘CHON’. Estos componen hasta el 95% de la masa total de las biomoléculas.
- Bioelementos secundarios: Los conforman el azufre, fósforo, magnesio, calcio, sodio, potasio y cloro. Estos componen hasta el 4.5% de la masa total de las biomoléculas.
Biomoléculas
También conocidas como sustancias orgánicas, son las moléculas que se hallan en todas las células, las cuales están constituidas por carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre. Estas conforman sustancias esenciales para el desarrollo de las especies, entre ellas carbohidratos, lípidos, proteínas, ácidos nucleicos, vitaminas, entre otros.
Las biomoléculas son compuestos químicos formados principalmente por bioelementos, y son las sustancias fundamentales que constituyen a los seres vivos. Se dividen en dos grandes grupos: las biomoléculas inorgánicas, que también pueden encontrarse en la materia no viva, y las biomoléculas orgánicas, exclusivas de los seres vivos y siempre basadas en estructuras de carbono. Su estudio permite entender cómo está compuesta la materia viva y cómo se desarrollan los procesos que sostienen la vida.
Entre las biomoléculas inorgánicas, las más importantes son el agua y las sales minerales. El agua es el componente más abundante en los seres vivos y cumple funciones esenciales como disolvente universal, regulador térmico, medio para las reacciones bioquímicas y vehículo de transporte de sustancias. Sin agua, la vida tal como la conocemos sería imposible. Las sales minerales, por su parte, se encuentran tanto en forma sólida (estructural, como el calcio en los huesos) como disueltas en líquidos corporales, donde participan en funciones como la conducción nerviosa, el equilibrio osmótico y la activación de enzimas.
Las biomoléculas orgánicas son mucho más complejas y variadas. Las principales son glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos. Los glúcidos, también conocidos como hidratos de carbono, son una fuente primaria de energía para las células. Pueden encontrarse en formas simples, como la glucosa, o complejas, como el almidón o la celulosa. Además de su función energética, algunos glúcidos tienen un papel estructural, como en las paredes celulares de las plantas.
Los lípidos son moléculas insolubles en agua que cumplen múltiples funciones. Actúan como reserva energética de largo plazo, forman parte de las membranas celulares (especialmente los fosfolípidos) y desempeñan funciones reguladoras como las hormonas esteroides. También proporcionan aislamiento térmico y protección a ciertos órganos en los animales.
Las proteínas son quizá las biomoléculas más versátiles. Están formadas por largas cadenas de aminoácidos y desempeñan funciones estructurales, catalíticas, de transporte, defensa, movimiento y regulación. Las enzimas, que aceleran las reacciones químicas del metabolismo, son proteínas especializadas. Cada proteína tiene una estructura tridimensional específica que determina su función, y esta estructura depende directamente de la secuencia de aminoácidos que la componen.
Por último, los ácidos nucleicos, como el ADN (ácido desoxirribonucleico) y el ARN (ácido ribonucleico), son las moléculas encargadas de almacenar, transmitir y expresar la información genética. El ADN contiene las instrucciones para fabricar todas las proteínas del organismo y se transmite de una generación a otra. El ARN participa en la síntesis de proteínas y en la regulación de la actividad genética. Estas moléculas están formadas por unidades llamadas nucleótidos, compuestas de un azúcar, un grupo fosfato y una base nitrogenada.
En conjunto, estas biomoléculas no solo conforman la materia viva, sino que hacen posible la vida misma. Su organización, interacción y transformación constante permiten el crecimiento, la reproducción, la adaptación y el mantenimiento de los organismos. Estudiarlas no solo permite comprender cómo funciona un ser vivo, sino también cómo surgió la vida, cómo se diversificó y cómo responde al entorno.
Oligoelementos
Los oligoelementos son minerales que se encuentran en muy bajas dosis en los seres vivos debido a su potencial tóxico pero que son primordiales para el correcto funcionamiento de diferentes procesos vitales. Algunos oligoelementos esenciales son el potasio, el sodio, el calcio, el fósforo, el magnesio, el zinc y el hierro.
Los oligoelementos, también llamados elementos traza, son elementos químicos que están presentes en los seres vivos en cantidades muy pequeñas, generalmente inferiores al 0,01 % del peso corporal. A pesar de su escasa presencia cuantitativa, su papel es absolutamente esencial para la vida, ya que intervienen en funciones fisiológicas clave, sobre todo como cofactores enzimáticos, reguladores metabólicos y componentes estructurales de determinadas biomoléculas.
Cada uno de estos elementos cumple funciones específicas en el organismo, y su ausencia o desequilibrio puede provocar alteraciones graves en la salud. Algunos de ellos son necesarios para todos los seres vivos, mientras que otros son requeridos solo por ciertos grupos de organismos. Por esta razón, se considera que los oligoelementos son nutrientes esenciales, aunque no aporten energía ni se usen como material estructural, sino como elementos funcionales en numerosos procesos bioquímicos.
Uno de los más conocidos es el hierro, que forma parte de la hemoglobina, la molécula responsable del transporte de oxígeno en la sangre. También interviene en reacciones redox en la respiración celular y en la producción de energía. La falta de hierro provoca anemia, mientras que su exceso puede ser tóxico. Otro oligoelemento fundamental es el yodo, imprescindible para la síntesis de hormonas tiroideas, las cuales regulan el metabolismo, el crecimiento y el desarrollo. Su deficiencia puede provocar bocio y problemas cognitivos, especialmente durante la infancia.
El zinc es otro oligoelemento esencial, ya que interviene en la actividad de más de 300 enzimas, en la síntesis de proteínas y en la reparación del ADN. También es clave para el sistema inmunológico, la cicatrización de heridas y el sentido del gusto. El cobre, por su parte, actúa en la formación de hemoglobina, en la producción de colágeno y en la defensa frente al estrés oxidativo. El manganeso participa en el metabolismo de los glúcidos y los lípidos, mientras que el cobalto forma parte de la vitamina B12, vital para la síntesis de glóbulos rojos y el funcionamiento del sistema nervioso.
El selenio y el molibdeno son otros ejemplos de oligoelementos funcionales. El selenio actúa como antioxidante al formar parte de enzimas que neutralizan los radicales libres, protegiendo las células del daño oxidativo. El molibdeno interviene en reacciones de desintoxicación y en el metabolismo de los aminoácidos.
Los requerimientos de estos elementos son tan bajos que suelen obtenerse a través de una alimentación variada y equilibrada. No obstante, tanto su déficit como su exceso pueden tener consecuencias perjudiciales. La acumulación de ciertos oligoelementos por contaminación ambiental, como el mercurio o el plomo, puede producir efectos tóxicos severos, ya que estos elementos se comportan de forma similar a algunos oligoelementos esenciales y pueden interferir en su función biológica.
En resumen, los oligoelementos son como los engranajes invisibles que mantienen en marcha la compleja maquinaria del cuerpo. Aunque apenas representen una fracción minúscula del peso corporal, sin ellos no podrían realizarse procesos vitales como la respiración, la síntesis de hormonas, la defensa inmunológica o la reparación celular. Son, en definitiva, componentes discretos pero absolutamente imprescindibles de la vida.
Principios de la biología
A diferencia de la física, la biología no suele describir sistemas biológicos en términos de objetos que obedecen leyes inmutables descritas por la matemática. No obstante, se caracteriza por seguir algunos principios y conceptos de gran importancia, entre los que se incluyen: la universalidad, la evolución, la diversidad, la continuidad, la homeóstasis y las interacciones.
Evolución: el principio central de la biología
Uno de los conceptos centrales de la biología es que toda vida desciende de un antepasado común que ha seguido el proceso de la evolución. De hecho, ésta es una de las razones por la que los organismos biológicos exhiben una semejanza tan llamativa en las unidades y procesos que se han discutido en la sección anterior. Charles Darwin conceptualizó y publicó la teoría de la evolución en la cual uno de los principios es la selección natural (a Alfred Russell Wallace se le suele reconocer como codescubridor de este concepto). Con la llamada síntesis moderna de la teoría evolutiva, la deriva genética fue aceptada como otro mecanismo fundamental implicado en el proceso.
La evolución es, sin duda, el principio central de la biología porque proporciona el marco teórico que une todos los aspectos de la vida en la Tierra. Es la idea que explica tanto la diversidad como la unidad de los seres vivos. Que todos los organismos compartan estructuras moleculares comunes, como el ADN o las proteínas, o que funcionen con los mismos códigos genéticos y mecanismos celulares, no es una coincidencia: es una prueba de que comparten un origen común y han divergido a lo largo del tiempo mediante procesos evolutivos.
La teoría de la evolución, tal como la formuló Charles Darwin en el siglo XIX, supuso una revolución científica. Darwin propuso que las especies no eran entidades fijas e inmutables, como se creía entonces, sino que cambiaban con el tiempo. A través del mecanismo de la selección natural, algunos individuos, por poseer ciertas características favorables en un entorno determinado, sobrevivían más fácilmente y dejaban más descendencia. Con el tiempo, esas características ventajosas se difundían en la población, generando cambios graduales que, acumulados a lo largo de generaciones, podían dar lugar a nuevas especies.
El concepto fue complementado posteriormente por otros científicos, como Alfred Russell Wallace, que llegó de manera independiente a ideas similares sobre la selección natural. Más adelante, a mediados del siglo XX, se desarrolló lo que se conoce como la síntesis moderna de la teoría evolutiva, que integró los conocimientos de la genética mendeliana con la selección natural de Darwin. Esta síntesis permitió comprender cómo las mutaciones al azar en el ADN y su herencia podían originar variabilidad sobre la que actuaría la selección. También incorporó otros mecanismos importantes, como la deriva genética, un proceso aleatorio por el cual ciertas variantes genéticas pueden hacerse más frecuentes o desaparecer simplemente por azar, especialmente en poblaciones pequeñas.
A lo largo del siglo XX y hasta hoy, la biología molecular, la genética comparada, la paleontología, la biogeografía y otras disciplinas han aportado pruebas contundentes que no solo confirman la teoría de la evolución, sino que la enriquecen y la matizan. Las homologías entre estructuras de distintas especies, la existencia de fósiles transicionales, las semejanzas genéticas entre organismos distantes y la observación directa de la evolución en laboratorio o en la naturaleza son evidencias abrumadoras de que los seres vivos están relacionados por descendencia común.
La evolución no solo explica el origen de las especies y su diversificación, sino que permite entender cuestiones fundamentales de la biología actual, como la resistencia a los antibióticos, la adaptación de los virus, la evolución del comportamiento o las estrategias reproductivas de los organismos. Por eso, se afirma con razón que nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución, como escribió el genetista Theodosius Dobzhansky.
En definitiva, la evolución es el eje que articula toda la biología. Permite conectar los niveles más microscópicos —como las mutaciones genéticas— con los fenómenos macroscópicos —como la aparición de nuevas especies o la extinción masiva—, y convierte a la biología en una ciencia histórica, dinámica y profundamente interconectada con el tiempo y el entorno. Comprender la evolución es, en el fondo, comprender cómo ha sido posible la vida tal como la conocemos.
Ilustración que muestra la evolución del ser humano desde las primeras formas de vida. G Avery – Scientific American. Dominio Público. Original file (2,329 × 2,723 pixels, file size: 6.04 MB).
Universalidad: bioquímica, células y el código genético
Hay muchas constantes universales y procesos comunes que son fundamentales para conocer las formas de vida. Por ejemplo, todas las formas de vida están compuestas por células, que están basadas en una bioquímica común, que es la química de los seres vivos. Todos los organismos perpetúan sus caracteres hereditarios mediante el material genético, que está basado en el ácido nucleico ADN, que emplea un código genético universal. En la biología del desarrollo la característica de la universalidad también está presente: por ejemplo, el desarrollo temprano del embrión sigue unos pasos básicos que son muy similares en muchos organismos metazoo.
El concepto de universalidad en biología es uno de los descubrimientos más sorprendentes y profundos de la ciencia moderna. A pesar de la enorme diversidad de formas, tamaños, comportamientos y hábitats que presentan los seres vivos, todos comparten una base común a nivel molecular, celular y genético. Esta base común no solo indica un origen evolutivo compartido, sino que también revela que la vida, en su complejidad aparente, está sustentada por principios universales que operan en todas las especies conocidas.
Uno de los pilares de esta universalidad es la bioquímica. Todos los organismos vivos están formados por los mismos tipos de biomoléculas: proteínas, ácidos nucleicos, glúcidos y lípidos. Estas moléculas están compuestas, a su vez, por los mismos elementos químicos, organizados en estructuras repetitivas y funcionales que responden a las mismas leyes fisicoquímicas. Las enzimas que catalizan las reacciones bioquímicas, por ejemplo, funcionan con mecanismos similares tanto en una célula bacteriana como en una célula humana. Las rutas metabólicas fundamentales, como la glucólisis o el ciclo de Krebs, son compartidas por casi todos los seres vivos, desde microorganismos hasta mamíferos.
Otro componente esencial de esta unidad es la estructura celular. Aunque existen diferencias entre las células procariotas y eucariotas, todos los organismos están compuestos por células. Estas presentan una membrana plasmática, un citoplasma en el que se desarrollan las funciones vitales, y material genético que dirige la actividad celular. Esta organización celular común refuerza la idea de que todos los organismos vivos descienden de un ancestro celular primitivo.
Aún más impresionante es la universalidad del código genético. El ADN, como portador de la información hereditaria, utiliza una secuencia de cuatro bases nitrogenadas —adenina, guanina, citosina y timina— para codificar todas las instrucciones necesarias para construir un ser vivo. Lo extraordinario es que este código es casi universal: las mismas secuencias de tres bases (tripletes o codones) que codifican para un aminoácido específico en una bacteria, lo hacen también en una ballena azul o en un árbol de secuoya. Esto ha permitido avances tan revolucionarios como la ingeniería genética, ya que genes humanos pueden ser expresados en bacterias con resultados funcionales, precisamente porque el lenguaje molecular es compartido.
Incluso en la biología del desarrollo, donde la diversidad morfológica es inmensa, se observan patrones profundamente conservados. Durante las primeras etapas del desarrollo embrionario, muchos animales pluricelulares siguen secuencias muy similares de segmentación celular, gastrulación y diferenciación. Genes maestros del desarrollo, como los genes Hox, están presentes en animales tan distintos como las moscas, los ratones y los seres humanos, y cumplen funciones comparables en la organización del cuerpo.
Todo esto sugiere que la vida en la Tierra no es el resultado de múltiples orígenes independientes, sino el fruto de un único proceso evolutivo que se diversificó a partir de una estructura y lenguaje comunes. Esta unidad en la diversidad no solo es un principio teórico central en biología, sino también una poderosa herramienta práctica, que permite estudiar organismos modelo para entender procesos generales aplicables a toda la vida.
La universalidad de la bioquímica, de las células y del código genético es, en definitiva, una de las grandes claves que permiten a la biología ser una ciencia integradora y predictiva. Nos recuerda que, más allá de nuestras diferencias externas, todos los seres vivos compartimos una herencia molecular profunda y estamos conectados por los mismos principios fundamentales de la vida.
Cromosomas
Los cromosomas son estructuras fundamentales para la vida. Se encuentran en el núcleo de las células eucariotas y contienen la mayor parte del material genético de un organismo. Están formados por largas cadenas de ADN asociadas a proteínas, y su función principal es almacenar, proteger, organizar y transmitir la información genética de una célula a otra durante los procesos de división celular y reproducción. Todo lo que somos biológicamente —desde el color de nuestros ojos hasta nuestra predisposición a ciertas enfermedades— está codificado en la información que contienen los cromosomas.
Representación esquemática de la molécula de ADN, la molécula portadora de la información genética. Jerome Walker, Dennis Myts – Dominio Público.
Cada cromosoma es, en esencia, una molécula de ADN muy larga y compactada, que incluye cientos o miles de genes. Estos genes son fragmentos específicos del ADN que contienen instrucciones para producir proteínas, las cuales determinan las funciones, estructuras y características de los seres vivos. Para que estas instrucciones puedan mantenerse ordenadas y funcionar correctamente, el ADN se empaqueta con la ayuda de unas proteínas llamadas histonas, formando una sustancia conocida como cromatina. Durante gran parte de la vida celular, la cromatina se encuentra en forma de fibras largas y delgadas, pero cuando la célula se va a dividir, esta cromatina se enrolla y compacta aún más para formar cromosomas visibles al microscopio.
En los organismos eucariotas, como los animales, las plantas o los hongos, los cromosomas están ubicados dentro del núcleo de la célula. Cada especie tiene un número característico de cromosomas. Por ejemplo, los seres humanos tenemos 46 cromosomas organizados en 23 pares, de los cuales 22 pares son autosomas, que contienen la mayor parte de la información genética, y 1 par son cromosomas sexuales, que determinan el sexo biológico. Las mujeres tienen dos cromosomas X, mientras que los hombres tienen un cromosoma X y un cromosoma Y.
Durante la reproducción celular, los cromosomas desempeñan un papel crucial. En la mitosis, que es el proceso mediante el cual una célula somática se divide para formar dos células hijas genéticamente idénticas, los cromosomas se duplican y se reparten equitativamente entre las nuevas células. En la meiosis, que es la división celular que da lugar a los gametos (óvulos y espermatozoides), los cromosomas se dividen de forma especial, reduciendo a la mitad el número de cromosomas para que, al unirse dos gametos durante la fecundación, se restablezca el número original de la especie. Este mecanismo permite la herencia genética y la variabilidad entre individuos.
Una característica importante de los cromosomas es que poseen estructuras específicas que facilitan su función. Cada cromosoma tiene una cromátida, que se puede duplicar para formar dos cromátidas hermanas unidas por una zona central llamada centrómero. El centrómero permite el movimiento de los cromosomas durante la división celular. En los extremos de los cromosomas se encuentran los telómeros, que protegen la integridad del ADN y se acortan con cada división celular. El acortamiento progresivo de los telómeros está relacionado con el envejecimiento celular.
Además de su función genética, los cromosomas también son objeto de estudio en la medicina. Anomalías en el número o en la estructura de los cromosomas pueden causar enfermedades genéticas, como el síndrome de Down, que se produce por la presencia de un cromosoma adicional en el par 21. Existen también alteraciones cromosómicas más complejas, como deleciones, duplicaciones o inversiones, que pueden afectar el desarrollo y la salud del individuo.
En los organismos procariotas, como las bacterias, no existen cromosomas en sentido estricto, ya que no tienen núcleo. Sin embargo, poseen una única molécula circular de ADN que funciona de manera similar y se conoce como cromosoma bacteriano. Además, pueden tener pequeños fragmentos adicionales de ADN llamados plásmidos, que pueden intercambiar entre sí, lo que les da una gran flexibilidad genética.
El estudio de los cromosomas ha sido clave para el desarrollo de la genética moderna. Gracias a técnicas como el cariotipo —una imagen ordenada de los cromosomas de una célula— es posible diagnosticar ciertas enfermedades, investigar la evolución de las especies y avanzar en campos como la genética forense, la biología reproductiva o la terapia génica.
En definitiva, los cromosomas son mucho más que simples portadores de ADN. Son estructuras dinámicas, complejas y esenciales para la vida, encargadas de asegurar que la información genética se transmita con fidelidad de una generación a otra. Comprender su funcionamiento es comprender el mecanismo más íntimo por el que la vida se perpetúa, cambia y evoluciona a lo largo del tiempo.
Vista general de los cromosomas y su aspecto cambiante dentro de las células: (a) células sin dividirse (obsérvese la red de cromatina y el nucléolo intensamente teñido); (b) núcleos preparados para la división celular (puede observarse que la cromatina se ha condensado); (c) células en distintos estadios de división mitótica (se puede observar que la cromatina se ha terminado de condensar y se han formado los cromosomas); (e) par de células hijas poco después de la división. En un ápice de raíz de cebolla, observado con 800 aumentos. Dibujo: Edmund Beecher Wilson. Dominio Público.

Genes
El gen es la unidad básica de material hereditario, y físicamente está formado por un segmento del ADN del cromosoma. Atendiendo al aspecto que afecta a la herencia, esa unidad básica recibe también otros nombres, como: recón, cuando lo que se completa es la capacidad de recombinación (el recón será el segmento de ADN más pequeño con capacidad de recombinarse), y mutón, cuando se atiende a las mutaciones (y, así, el mutón será el segmento de ADN más pequeño con capacidad de mutarse).
En términos generales, un gen es un fragmento de ADN que codifica una proteína o un péptido.
El gen es la unidad básica del material hereditario. Se trata de un segmento de ADN ubicado en los cromosomas, y su función principal es contener la información necesaria para la síntesis de proteínas. Estas proteínas, a su vez, son responsables de la mayoría de las funciones estructurales y funcionales de los organismos vivos, lo que convierte al gen en un elemento central para entender cómo se expresan los caracteres hereditarios.
En términos generales, un gen puede definirse como una secuencia específica de nucleótidos en el ADN que lleva las instrucciones para producir una molécula funcional, ya sea una proteína o, en algunos casos, un ARN funcional que no se traduce pero cumple un papel esencial, como en la regulación de otros genes o en la maquinaria de traducción celular. Los genes están organizados de forma lineal dentro del ADN de los cromosomas y ocupan lugares concretos llamados locus.
Sin embargo, el concepto de gen puede analizarse desde distintos enfoques, según el aspecto que se quiera destacar. Si se atiende al comportamiento genético durante los procesos de recombinación, el gen se puede denominar recón. En este contexto, el recón es la unidad mínima del ADN que puede participar en una recombinación genética, es decir, en el intercambio de material genético entre cromosomas homólogos, un proceso fundamental para generar variabilidad genética en la meiosis. En cambio, si se considera el gen como una unidad susceptible a mutaciones, se utiliza el término mutón. En este caso, el mutón representa la unidad más pequeña del ADN capaz de experimentar una mutación, es decir, un cambio estable en su secuencia que puede dar lugar a variaciones en el fenotipo o incluso a enfermedades genéticas.
Esta distinción entre gen, recón y mutón responde a una necesidad de precisión conceptual en genética molecular. Aunque en muchos casos estas unidades pueden coincidir en extensión, su definición depende del fenómeno que se esté observando: expresión, recombinación o mutación.
Con el avance de la biología molecular, también se ha descubierto que la estructura de los genes no siempre es continua. En los organismos eucariotas, por ejemplo, muchos genes están formados por exones —regiones codificantes— intercalados con intrones, que son secuencias no codificantes que se eliminan durante el proceso de maduración del ARN mensajero. Esto ha llevado a una visión más compleja del gen como una unidad funcional discontinua, en la que no todo el ADN contenido en el gen se traduce directamente en proteínas, pero que sigue funcionando como una unidad coherente dentro del genoma.
Además, los genes no funcionan de forma aislada. Se encuentran regulados por una serie de elementos de control que determinan cuándo, dónde y en qué cantidad se expresa una determinada proteína. Esto permite que células con el mismo ADN puedan desempeñar funciones diferentes, como ocurre en los distintos tejidos del cuerpo humano.
En resumen, el gen es la piedra angular de la herencia biológica, pero su estudio desde distintos ángulos —funcional, recombinacional o mutacional— ha permitido refinar su definición y comprender mejor su papel en la biología de los organismos. Comprender qué es un gen y cómo actúa es esencial para interpretar no solo la transmisión de caracteres de padres a hijos, sino también para abordar campos como la biomedicina, la ingeniería genética o la evolución molecular.
Filogenia
Se llama filogenia al estudio de la historia evolutiva y las relaciones genealógicas de las estirpes. Las comparaciones de secuencias de ADN, ARN y de proteínas, facilitadas por el desarrollo técnico de la biología molecular y de la genómica, junto con el estudio comparativo de fósiles u otros restos paleontológicos, generan la información precisa para el análisis filogenético. El esfuerzo de los biólogos por abordar científicamente la comprensión y la clasificación de la diversidad de la vida ha dado lugar al desarrollo de diversas escuelas en competencia, como la fenética, que puede considerarse superada, o la cladística. No se discute que el desarrollo muy reciente de la capacidad de descifrar sobre bases sólidas la filogenia de las especies está catalizando una nueva fase de gran productividad en el desarrollo de la biología.
La filogenia es la rama de la biología que estudia la historia evolutiva de los seres vivos y las relaciones de parentesco entre distintas especies, grupos o linajes. Su objetivo principal es reconstruir cómo han evolucionado las formas de vida a lo largo del tiempo y cómo están emparentadas entre sí. Para ello, se basa en el análisis de características heredadas de ancestros comunes, ya sean genéticas, morfológicas o funcionales.
Comprender la filogenia es como reconstruir el árbol genealógico de la vida. Así como una persona puede rastrear su linaje familiar, los biólogos tratan de establecer cómo se han diversificado las especies a partir de ancestros comunes a lo largo de millones de años. Este estudio no solo permite saber de dónde viene una especie, sino también cómo ha cambiado, cómo se ha adaptado al entorno y cómo se relaciona con otras formas de vida.
Tradicionalmente, la filogenia se construía comparando rasgos físicos y anatómicos de los organismos, o estudiando los fósiles y sus características. Pero en las últimas décadas, gracias al avance de la biología molecular, la genética y la genómica, los científicos pueden comparar directamente las secuencias de ADN, ARN o proteínas entre distintas especies. Estas comparaciones permiten detectar similitudes y diferencias que revelan patrones de evolución compartida. Por ejemplo, si dos especies comparten un gran porcentaje de sus genes, es probable que hayan divergido de un ancestro común relativamente reciente. Si sus genes son muy distintos, es señal de una separación más antigua en el tiempo evolutivo.
A partir de estos datos, se elaboran árboles filogenéticos, representaciones gráficas que muestran cómo se relacionan los distintos grupos biológicos entre sí y en qué orden han ido apareciendo a lo largo de la historia de la vida. En estos árboles, los puntos de ramificación indican los momentos en los que una especie ancestral dio lugar a dos o más líneas evolutivas diferentes.
El desarrollo del pensamiento filogenético ha generado distintas escuelas y enfoques a lo largo del tiempo. Uno de los primeros fue la fenética, que clasificaba a los organismos según su similitud global, sin tener en cuenta necesariamente sus relaciones evolutivas. Aunque fue útil en sus inicios, la fenética ha sido superada por métodos más precisos. Hoy en día, el enfoque predominante es la cladística, una metodología que agrupa a los organismos en clados, es decir, grupos que incluyen un ancestro común y todos sus descendientes. La cladística se basa en el principio de que los organismos más estrechamente emparentados comparten características derivadas de ese ancestro común.
El desarrollo reciente de potentes técnicas de secuenciación genética, junto con herramientas bioinformáticas cada vez más sofisticadas, está permitiendo a los biólogos construir filogenias más precisas y detalladas que nunca. Esto ha abierto una nueva etapa en el estudio de la evolución, en la que ya no se trata solo de describir la biodiversidad, sino de entender su historia y su estructura profunda. La filogenia, por tanto, se ha convertido en una herramienta esencial para la biología moderna, con aplicaciones en campos tan diversos como la ecología, la medicina, la conservación, la agricultura o la microbiología.
En definitiva, estudiar la filogenia es intentar descifrar el gran árbol de la vida, reconstruir el camino evolutivo que ha llevado desde los organismos más simples hasta la increíble diversidad de especies actuales, y comprender que todos los seres vivos, por distintos que parezcan, comparten un origen común y están conectados por una red histórica que se extiende a lo largo de miles de millones de años.
Diversidad: variedad de organismos vivos
A pesar de la unidad subyacente, la vida exhibe una asombrosa diversidad en morfología, comportamiento y ciclos vitales. Para afrontar esta diversidad, los biólogos intentan clasificar todas las formas de vida. Esta clasificación científica refleja los árboles evolutivos (árboles filogenéticos) de los diferentes organismos. Dichas clasificaciones son competencia de las disciplinas de la sistemática y la taxonomía. La taxonomía sitúa a los organismos en grupos llamados taxones, mientras que la sistemática trata de encontrar sus relaciones.
La diversidad de la vida es una de las características más evidentes y fascinantes del mundo natural. A pesar de que todos los seres vivos comparten una base común —una química similar, una estructura celular comparable y un código genético universal—, la variedad de formas, comportamientos, adaptaciones y ciclos de vida es extraordinaria. Desde organismos microscópicos que habitan en aguas termales hasta gigantescos mamíferos marinos, desde hongos que descomponen la materia en el suelo hasta plantas que colonizan las cumbres más frías del planeta, la vida ha evolucionado para ocupar prácticamente todos los rincones de la Tierra.
Esta asombrosa variedad de formas vivas no es caótica ni aleatoria. Es el resultado de miles de millones de años de evolución, un proceso continuo en el que las especies han ido adaptándose a entornos diversos, compitiendo por recursos, cooperando entre sí y enfrentándose a cambios ambientales. La evolución, guiada por mecanismos como la selección natural, la mutación, la deriva genética y la recombinación, ha generado una complejidad creciente que se expresa en la riqueza biológica que hoy conocemos.
Para comprender esta diversidad, los científicos han desarrollado sistemas de clasificación que permiten organizar, estudiar y comunicar el conocimiento sobre los organismos vivos. Clasificar no solo es una necesidad práctica, sino también una forma de reflejar las relaciones profundas entre los seres vivos. La taxonomía y la sistemática son las dos disciplinas encargadas de este trabajo. La taxonomía se ocupa de describir, nombrar y agrupar a los organismos en categorías jerárquicas llamadas taxones, como especie, género, familia, orden o filo. Estas categorías permiten ubicar a cada ser vivo dentro de un sistema estructurado que facilita su identificación y comparación con otros organismos.
Por su parte, la sistemática va más allá del simple acto de clasificar. Su propósito es entender las relaciones evolutivas entre los distintos grupos biológicos, es decir, descubrir cómo se han originado, diversificado y relacionado a lo largo del tiempo. Para ello, la sistemática utiliza información procedente de muchas fuentes: estudios genéticos, datos anatómicos, comportamientos, secuencias de desarrollo embrionario y registros fósiles. Con estas herramientas, los biólogos elaboran árboles filogenéticos, representaciones gráficas que muestran las líneas de parentesco entre las especies actuales y sus ancestros comunes.
Gracias a estos avances, hoy sabemos que la diversidad no solo puede observarse a nivel morfológico o ecológico, sino también en la genética, en la fisiología y en la historia evolutiva de los organismos. La biodiversidad incluye no solo las especies visibles, sino también las invisibles a simple vista, como los microbios, que representan la mayoría de la vida en términos de número y variedad genética. Esta diversidad no es solo un fenómeno científico, sino también un valor ecológico, cultural y ético, ya que el equilibrio de los ecosistemas y el bienestar humano dependen en gran medida de mantener y comprender la red de relaciones entre las distintas formas de vida.
En resumen, la diversidad biológica es tanto un testimonio de la riqueza evolutiva del planeta como un desafío científico para clasificar, estudiar y preservar las formas de vida. A través de la taxonomía y la sistemática, los biólogos han construido una visión coherente de esa complejidad, revelando que bajo la variedad superficial late una profunda unidad biológica. Comprender esa diversidad no solo es clave para la ciencia, sino también para la conservación de la naturaleza y para reconocer nuestro lugar dentro del conjunto de la vida.
Árbol filogenético de los seres vivos basado en datos sobre su rARN. Los tres reinos principales de seres vivos aparecen claramente diferenciados: bacterias, archaea y eucariotas tal y como fueron descritos inicialmente por Carl Woese. Otros árboles basados en datos genéticos de otro tipo resultan similares pero pueden agrupar algunos organismos en ramas ligeramente diferentes, presumiblemente debido a la rápida evolución del rARN. La relación exacta entre los tres grupos principales de organismos permanece todavía como un importante tema de debate. Eric Gaba. Dominio Público.

Sin embargo, actualmente el sistema de Whittaker, el de los cinco reinos se cree ya desfasado. Entre las ideas más modernas, generalmente se acepta el sistema de tres dominios:
- Archaea (originalmente Archaebacteria)
- Bacteria (originalmente Eubacteria)
- Eukaryota (originalmente Eukarya)
Estos ámbitos reflejan si las células poseen núcleo o no, así como las diferencias en el exterior de las células. Hay también una serie de «parásitos intracelulares» que, en términos de actividad metabólica son cada vez «menos vivos», por ello se los estudia por separado de los reinos de los seres vivos, estos serían los:
- Virus
- Viroides
- Priones
Hay un reciente descubrimiento de una nueva clase de virus, denominado los Nucleocytoviricota, ha causado que se proponga la existencia de un cuarto dominio debido a sus características particulares, en el que por ahora solo estaría incluido estos organismos, sin embargo esta propuesta se ve desafiada por la transferencia horizontal de genes entre estos virus y sus huéspedes.
Continuidad: el antepasado común de la vida
Uno de los principios más poderosos y unificadores de la biología moderna es la continuidad de la vida, la idea de que todos los seres vivos descienden de un antepasado común. Esta afirmación, que en apariencia puede parecer abstracta o incluso especulativa, está respaldada por un cúmulo impresionante de pruebas provenientes de campos tan diversos como la genética, la bioquímica, la biología celular, la paleontología y la evolución molecular. La continuidad no significa que todos los seres vivos sean iguales, sino que todos ellos forman parte de una historia evolutiva compartida que se remonta a las primeras formas de vida que surgieron en la Tierra hace más de tres mil millones de años.
La noción de un antepasado común se basa en el hecho observable de que todos los organismos vivos comparten estructuras moleculares y procesos fundamentales que no podrían haber surgido de forma independiente muchas veces. Todos los seres vivos están formados por células. Todos utilizan ADN como material genético. Todos comparten el mismo código genético, con mínimas variaciones. Todos sintetizan proteínas a partir del ARN mensajero con ribosomas. Todos utilizan rutas metabólicas similares, como la glucólisis o el ciclo de Krebs. Esta sorprendente uniformidad molecular sugiere que la vida no apareció de manera múltiple o aleatoria, sino que tuvo un origen único, a partir del cual se diversificó de forma gradual.
El llamado último antepasado común universal, conocido por sus siglas en inglés como LUCA (Last Universal Common Ancestor), no fue necesariamente el primer ser vivo, sino el más reciente del cual descienden todas las formas de vida actuales. Este organismo ancestral probablemente ya contaba con una organización celular rudimentaria, con membrana, material genético y un metabolismo básico. A partir de él, la vida se diversificó en las tres grandes ramas evolutivas conocidas: Bacteria, Archaea y Eukarya. Esta ramificación, reconstruida a partir de estudios filogenéticos de secuencias de genes conservados, constituye el tronco común del gran árbol de la vida.
La continuidad de la vida también se manifiesta en el modo en que se transmite la información genética. Cada nueva generación recibe una copia, más o menos fiel, del material genético de la anterior. Con el tiempo, pequeñas modificaciones —las mutaciones— se acumulan y dan lugar a nuevas variantes, algunas de las cuales se mantienen por selección natural. Así, la herencia actúa como el hilo conductor que une a los organismos actuales con sus antecesores, generando una línea ininterrumpida desde las primeras células hasta los seres vivos más complejos.
Esta visión de la vida como un proceso continuo ha transformado la forma en que entendemos la biología. Ha permitido, por ejemplo, utilizar organismos modelo como las moscas o los ratones para estudiar genes que también existen en los seres humanos. Ha facilitado la ingeniería genética, porque los mecanismos básicos de la expresión génica son compartidos. Y ha fortalecido la idea de que la biodiversidad no es un conjunto de formas aisladas, sino un tejido evolutivo interconectado por miles de millones de años de historia.
En definitiva, la continuidad de la vida es el principio que permite entender la biología como una ciencia de la transformación. Nos recuerda que no somos entidades separadas del resto del mundo vivo, sino parte de una misma corriente evolutiva. Que compartimos, en lo más profundo de nuestras células, una herencia común con todos los organismos que han habitado y habitan la Tierra. Y que comprender esa continuidad es esencial para entender no solo el pasado de la vida, sino también su futuro y nuestra responsabilidad en su preservación.
Homeostasis: adaptación al cambio
La homeostasis es la propiedad de un sistema abierto que regula su medio interno para mantener unas condiciones estables, mediante múltiples ajustes de equilibrio dinámico controlados por mecanismos de regulación interrelacionados. Todos los organismos vivos, sean unicelulares o pluricelulares tienen su propia homeostasis. Por ejemplo, la homeostasis se manifiesta celularmente cuando se mantiene una acidez interna estable (pH); a nivel de organismo, cuando los animales de sangre caliente mantienen una temperatura corporal interna constante; y a nivel de ecosistema, al consumir dióxido de carbono las plantas regulan la concentración de esta molécula en la atmósfera. Los tejidos y los órganos también pueden mantener su propia homeostasis.
La homeostasis es una de las propiedades esenciales de los seres vivos. Se refiere a la capacidad que tienen los organismos para mantener un equilibrio interno estable, incluso cuando el entorno externo cambia. Esta estabilidad no implica una rigidez absoluta, sino un equilibrio dinámico, en el que múltiples variables biológicas —como la temperatura, el pH, la concentración de sales, el nivel de glucosa o la presión osmótica— se regulan constantemente mediante mecanismos de retroalimentación y control.
Todos los organismos, desde una bacteria hasta un mamífero, poseen formas de homeostasis adaptadas a su nivel de complejidad. En los organismos unicelulares, como una célula bacteriana, la homeostasis se logra ajustando de manera directa la entrada y salida de sustancias a través de la membrana plasmática, respondiendo de inmediato a cambios en el entorno. En los organismos pluricelulares, en cambio, la regulación es mucho más compleja e involucra la interacción coordinada de células, tejidos, órganos y sistemas completos.
Por ejemplo, en los seres humanos y otros animales homeotermos, uno de los mecanismos homeostáticos más conocidos es la regulación de la temperatura corporal. A pesar de que el ambiente exterior puede variar de forma drástica, el cuerpo humano mantiene su temperatura interna cercana a los 37 grados centígrados. Esto es posible gracias a un sistema nervioso y hormonal altamente integrado que detecta los cambios a través de sensores y responde activando mecanismos como la sudoración, la vasodilatación, los escalofríos o el aumento del metabolismo.
Otro caso es el control del nivel de glucosa en sangre, esencial para el funcionamiento cerebral y muscular. Cuando el nivel de glucosa aumenta tras una comida, el páncreas libera insulina, una hormona que facilita la absorción de glucosa por las células. Cuando los niveles bajan, el cuerpo responde liberando glucagón, que moviliza reservas de energía para restablecer el equilibrio. Este tipo de regulación es ejemplo de un sistema de retroalimentación negativa, que es el mecanismo homeostático más común: ante una desviación, el sistema responde en dirección contraria para corregirla.
La homeostasis también actúa a niveles más amplios. En el medio celular, por ejemplo, el mantenimiento de un pH estable es vital para el funcionamiento de las enzimas. Si el pH cambia drásticamente, las proteínas se desnaturalizan y pierden su función. A nivel de tejido u órgano, diferentes estructuras pueden autorregularse. El hígado, por ejemplo, participa en la detoxificación, el metabolismo de nutrientes y la regulación del colesterol, todo lo cual contribuye a la estabilidad interna del organismo.
Incluso a nivel ecológico se habla de homeostasis ambiental o del ecosistema, cuando ciertos procesos naturales tienden a mantener el equilibrio del conjunto. Las plantas, al absorber dióxido de carbono y liberar oxígeno durante la fotosíntesis, desempeñan un papel fundamental en la regulación de los gases atmosféricos. El ciclo del agua, el flujo de energía en las cadenas tróficas o el reciclaje de nutrientes son procesos que, en conjunto, estabilizan los ecosistemas, aunque esta homeostasis ecológica es mucho más frágil y vulnerable a las alteraciones humanas.
La homeostasis, por tanto, no es un estado fijo, sino un proceso activo, continuo y vital, que permite que los organismos se adapten a un entorno cambiante sin perder su organización interna. La vida, en todas sus formas, no sería posible sin esta capacidad de autorregulación. Y cuando la homeostasis se rompe, como ocurre en muchas enfermedades o situaciones extremas, se compromete la estabilidad y la supervivencia del organismo.
Comprender la homeostasis no solo ayuda a entender cómo funciona el cuerpo humano o un ecosistema, sino que también permite valorar la importancia de mantener el equilibrio en todos los niveles de la vida. Es un principio central que conecta la fisiología con la ecología, la salud con la sostenibilidad, y la biología celular con la estabilidad global del planeta.
Simbiosis entre un pez payaso del género de los Amphipriones y las anémonas de mar. El pez protege a las anémonas de otros peces comedores de anémonas mientras que los tentáculos de las anémonas protegen al pez payaso de sus depredadores. Foto: Janderk – Photographed by Jan Derk. D. Público.

Interacciones: grupos y entornos
Todos los seres vivos interaccionan con otros organismos y con su entorno. Una de las razones por las que los sistemas biológicos pueden ser difíciles de estudiar es que hay demasiadas interacciones posibles. La respuesta de una bacteria microscópica a la concentración de azúcar en su medio (en su entorno) es tan compleja como la de un león buscando comida en la sabana africana. El comportamiento de una especie en particular puede ser cooperativo o agresivo; parasitario o simbiótico. Los estudios se vuelven mucho más complejos cuando dos o más especies diferentes interaccionan en un mismo ecosistema; el estudio de estas interacciones es competencia de la ecología.
Todos los seres vivos, sin excepción, están inmersos en un entramado constante de interacciones con otros organismos y con el medio que los rodea. Estas relaciones son tan diversas y complejas que constituyen uno de los mayores retos para el estudio de la vida. Desde la escala microscópica hasta los ecosistemas más amplios, la existencia misma de los organismos está condicionada por cómo se relacionan con su entorno físico y con los demás seres vivos que lo habitan.
Un organismo nunca vive aislado. Incluso una simple bacteria responde activamente a estímulos de su ambiente, como la concentración de azúcar, la presencia de toxinas o las señales químicas de otras bacterias. Esta respuesta implica procesos bioquímicos complejos, ajustes metabólicos y decisiones adaptativas que, a su escala, son comparables en sofisticación al comportamiento de un león que analiza su entorno en busca de presas, agua o sombra en la sabana africana. Ambos casos reflejan cómo los organismos perciben, procesan y responden a las condiciones externas para sobrevivir y reproducirse.
Las interacciones pueden darse dentro de una misma especie, como sucede en las sociedades de insectos, en los grupos familiares de aves o en las relaciones de competencia por el territorio entre individuos. También pueden ser entre especies diferentes, lo que da lugar a una enorme variedad de relaciones ecológicas. Algunas son beneficiosas para ambos organismos, como en la simbiosis entre ciertos hongos y raíces de plantas, donde ambos se ayudan mutuamente. Otras son parasitarias, cuando un organismo vive a costa de otro, como ocurre con los parásitos intestinales. Hay también interacciones competitivas, en las que dos especies luchan por el mismo recurso, y relaciones depredador-presa, en las que una especie se alimenta de otra. Existen además formas de cooperación, en las que distintas especies se benefician indirectamente unas a otras al compartir un entorno o al participar en redes alimenticias complejas.
Cuando estas interacciones se amplían a varias especies y a todo un entorno físico, entramos en el campo de estudio de la ecología. La ecología analiza cómo los organismos se agrupan en poblaciones, cómo estas poblaciones se organizan en comunidades y cómo, junto con los factores abióticos —como la luz, el agua o el clima—, forman los ecosistemas. Estos sistemas no son estáticos, sino dinámicos, en constante cambio y ajuste. Una variación en un solo componente, como la introducción de una especie invasora o un cambio en el clima, puede desencadenar una cascada de efectos sobre todo el sistema.
El estudio de las interacciones es crucial para comprender no solo cómo funciona la vida, sino cómo se mantiene el equilibrio en la naturaleza. Nos permite anticipar los efectos de la pérdida de biodiversidad, los impactos del cambio climático, la importancia de conservar hábitats naturales o la necesidad de mantener relaciones sostenibles entre el ser humano y el resto de los organismos.
En definitiva, la vida no es una colección de especies aisladas, sino una red de relaciones complejas e interdependientes, en la que cada organismo influye y es influido por otros. Estudiar estas interacciones es abrir una ventana al funcionamiento íntimo de la biosfera y reconocer que, en el tejido de la vida, todo está profundamente conectado.
Alcance y disciplinas de la biología
A. Estructura de la vida
Uno de los grandes objetivos de la biología es comprender cómo está organizada la materia viva. Para ello, varias disciplinas se centran en el estudio de las estructuras fundamentales de los organismos, desde las moléculas más simples hasta la organización celular más compleja. Este enfoque parte del principio de que toda forma de vida, por compleja que parezca, está compuesta por unidades elementales que siguen principios comunes.
a1. Biología molecular
La biología molecular se ocupa del estudio de los componentes químicos de la célula, especialmente del ADN, el ARN y las proteínas. Esta disciplina permite entender cómo se transmite la información genética, cómo se produce la síntesis de proteínas y cómo se regulan las funciones celulares a nivel molecular. Gracias a ella se han producido avances fundamentales como el conocimiento del código genético, la ingeniería genética y las terapias génicas.
La biología molecular es una rama de la biología que se centra en el estudio de los procesos que ocurren a nivel molecular dentro de las células. Su principal objeto de análisis son los ácidos nucleicos (ADN y ARN) y las proteínas, es decir, las macromoléculas esenciales para el funcionamiento y la reproducción de los organismos vivos.
Uno de los grandes logros de esta disciplina ha sido desentrañar cómo se almacena, transmite y expresa la información genética. La comprensión del código genético, la transcripción del ADN a ARN, y la traducción del ARN a proteínas son hitos fundamentales que han revolucionado las ciencias biológicas y médicas.
Además, la biología molecular ha dado lugar al desarrollo de herramientas como la ingeniería genética, que permite modificar organismos introduciendo genes específicos, y ha abierto el camino a terapias avanzadas como la terapia génica, con aplicaciones potenciales en enfermedades hereditarias, cáncer o infecciones virales.
Gracias a esta disciplina, también se han creado técnicas esenciales para la investigación moderna, como la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), la secuenciación genética o la edición genética con CRISPR-Cas9.
a2. La biología celular
La biología celular se centra en la célula, la unidad estructural y funcional básica de todos los seres vivos. Esta disciplina investiga cómo están organizadas las células, cómo funcionan sus orgánulos internos y cómo se comunican entre sí. Estudiar la célula permite comprender procesos vitales como la división celular, el transporte de sustancias, la comunicación entre tejidos y el origen de enfermedades como el cáncer.
La biología celular, también conocida como citología, es la rama de la biología que estudia la célula, considerada la unidad estructural, funcional y genética fundamental de todos los organismos vivos. A través de esta disciplina, se analizan en detalle la estructura interna de las células, sus orgánulos (como el núcleo, las mitocondrias o el aparato de Golgi), y los procesos que les permiten vivir, crecer, dividirse y comunicarse.
El estudio de las células permite comprender procesos esenciales para la vida, como la división celular (mitosis y meiosis), el transporte de sustancias a través de las membranas, la secreción de proteínas, la apoptosis (muerte celular programada) y la interacción entre células y tejidos.
Además, la biología celular tiene una importancia clave en la investigación médica, ya que muchas enfermedades, incluido el cáncer, tienen su origen en alteraciones celulares. Gracias a esta disciplina, se ha avanzado en el desarrollo de tratamientos dirigidos, diagnóstico precoz y medicina regenerativa.
El uso de tecnologías como el microscopio electrónico, la marcación fluorescente y la imagen en tiempo real ha permitido observar con gran detalle el interior de las células, abriendo nuevas puertas al conocimiento de la vida en su nivel más elemental.
a3. La Genética
La genética, por su parte, estudia la herencia biológica, es decir, cómo se transmiten los caracteres de una generación a otra. Se ocupa de los genes, de las leyes de la herencia y de la variación genética. La genética clásica ha sido complementada por la genética molecular y la genómica, permitiendo analizar cómo los genes interactúan con el ambiente y cómo se expresan en los distintos tipos celulares.
La genética es la rama de la biología que estudia la herencia biológica, es decir, cómo se transmiten las características de los seres vivos de una generación a otra. Su objeto de estudio principal son los genes, segmentos de ADN que contienen la información necesaria para fabricar proteínas y regular los procesos celulares.
Desde sus inicios con los experimentos de Gregor Mendel, la genética ha permitido establecer las leyes de la herencia, explicar fenómenos como la dominancia, la recesividad o la variación genética, y entender por qué los individuos de una misma especie pueden parecerse o diferenciarse entre sí.
En las últimas décadas, la genética clásica ha sido complementada por ramas más modernas como la genética molecular, que estudia los genes a nivel del ADN y ARN, y la genómica, que analiza el conjunto completo de genes de un organismo. Estas disciplinas han permitido comprender cómo los genes se activan o desactivan en distintos tipos celulares, cómo interactúan con el ambiente y cómo se originan enfermedades genéticas o multifactoriales.
Además, la genética ha hecho posible importantes avances en campos como la medicina personalizada, la biotecnología, la agricultura genética o la evolución molecular, transformando nuestra manera de entender la vida y de intervenir en ella.
a4. La Biología del desarrolo
La biología del desarrollo se encarga de entender cómo se forma un organismo completo a partir de una célula inicial. Estudia los procesos que conducen al crecimiento, la diferenciación celular y la formación de tejidos y órganos. Esta disciplina es clave para entender no solo la embriología, sino también la regeneración, la plasticidad celular y muchas enfermedades del desarrollo.
La biología del desarrollo es la rama de la biología que estudia cómo un organismo se forma y se organiza a partir de una única célula inicial, ya sea un cigoto en animales o una célula embrionaria en plantas. Su objetivo principal es comprender los procesos moleculares y celulares que guían el crecimiento, la diferenciación celular, la morfogénesis (formación de estructuras) y la organogénesis (formación de órganos y sistemas).
Esta disciplina permite explicar cómo células genéticamente idénticas pueden asumir funciones distintas y formar tejidos y órganos especializados, en una secuencia ordenada y controlada. También estudia fenómenos como la regeneración de tejidos, la plasticidad celular (la capacidad de las células para transformarse en otros tipos), y los mecanismos que, cuando fallan, pueden dar lugar a enfermedades congénitas o anomalías del desarrollo.
La biología del desarrollo no solo se aplica al estudio de embriones, sino también a la investigación en células madre, clonación, reprogramación celular y terapia regenerativa, lo que la convierte en un campo clave tanto para la medicina como para la biotecnología.
Gracias a los avances en genética, biología celular y biología molecular, esta disciplina ha revelado que muchos de los mecanismos del desarrollo son conservados evolutivamente, es decir, compartidos por organismos muy diferentes entre sí, desde insectos hasta seres humanos.
a5. La Bioquímica
Por último, la bioquímica analiza la composición química de los seres vivos y las reacciones que ocurren en su interior. Examina las bases moleculares de procesos como la respiración, la digestión, la fotosíntesis o el metabolismo celular. La bioquímica se encuentra en la frontera entre la biología y la química, y es esencial para comprender la dinámica interna de las células y los tejidos.
La bioquímica es la disciplina que estudia la composición química de los seres vivos y las reacciones moleculares que ocurren dentro de sus células y tejidos. Se sitúa en la frontera entre la biología y la química, ya que se ocupa de entender la vida a través de las leyes químicas que rigen las transformaciones de la materia y la energía.
Esta ciencia investiga las moléculas fundamentales de la vida —como los carbohidratos, lípidos, proteínas, ácidos nucleicos, vitaminas y enzimas— y analiza cómo estas interaccionan en procesos vitales como la respiración celular, la digestión de nutrientes, la fotosíntesis, el almacenamiento de energía o el metabolismo celular.
Gracias a la bioquímica, se ha podido explicar cómo se produce y se regula la energía que sostiene la vida, cómo se sintetizan las moléculas necesarias para el crecimiento y la reparación celular, y cómo ciertos desequilibrios bioquímicos pueden provocar enfermedades.
Además, la bioquímica tiene aplicaciones fundamentales en áreas como la medicina, la nutrición, la farmacología, la agricultura y la biotecnología, y ha sido una pieza clave en el desarrollo de vacunas, antibióticos, pruebas diagnósticas y tratamientos personalizados.
En resumen, la bioquímica permite ver el «motor interno» de los organismos, revelando cómo la química se convierte en vida.
Estas disciplinas, en conjunto, nos permiten desentrañar la estructura íntima de la vida, revelando que detrás de la diversidad biológica existe una organización común, basada en principios moleculares y celulares universales.
B. Fisiología de los organismos
El estudio de los seres vivos no se limita a su estructura externa o a su composición molecular, sino que también abarca cómo funcionan sus sistemas internos, cómo responden a los estímulos del medio y cómo mantienen el equilibrio vital. Estas funciones son abordadas por dos disciplinas estrechamente relacionadas: la fisiología y la anatomía.
b1. Fisiología
La fisiología es la ciencia que estudia las funciones y procesos vitales de los organismos. Se ocupa de analizar cómo trabajan los sistemas corporales —como el respiratorio, digestivo, circulatorio, nervioso o endocrino— para mantener la vida y la homeostasis en distintos contextos ambientales.
La fisiología abarca todos los niveles de organización, desde las reacciones bioquímicas en el interior de las células, hasta el funcionamiento de órganos y sistemas completos. Examina cómo los organismos obtienen energía, se nutren, respiran, excretan, se reproducen y responden al entorno.
Existen diversas ramas, como la fisiología vegetal (que estudia procesos como la fotosíntesis, la transpiración o el crecimiento) y la fisiología animal (que analiza funciones corporales complejas, desde el latido del corazón hasta el control hormonal del comportamiento).
La fisiología es esencial en campos como la medicina, la veterinaria, la agronomía y la biotecnología, ya que permite entender cómo se altera el funcionamiento del cuerpo en situaciones de enfermedad, estrés o adaptación extrema.
b2. Anatomía
La anatomía es la disciplina que estudia la estructura interna de los organismos vivos, es decir, cómo están organizados sus órganos, tejidos y sistemas. A diferencia de la fisiología, que analiza las funciones, la anatomía se centra en la forma y disposición física de las partes que componen el cuerpo.
Se divide en anatomía macroscópica (que estudia estructuras visibles a simple vista, como huesos o músculos) y anatomía microscópica o histología (que analiza tejidos y células al microscopio).
El estudio de la anatomía es fundamental para comprender cómo están organizados los organismos y cómo sus estructuras están adaptadas a sus funciones. Por ejemplo, los pulmones están formados por millones de alvéolos que maximizan el intercambio gaseoso, o las raíces de las plantas están especializadas para absorber agua y nutrientes del suelo.
Además, la anatomía comparada permite establecer relaciones evolutivas entre especies, observando similitudes y diferencias en la organización corporal. Es una ciencia clave en la biomedicina, la cirugía, la fisioterapia, la zoología y la paleontología.
C. Diversidad y evolución de los organismos
La vida en la Tierra se ha desarrollado a lo largo de miles de millones de años, dando lugar a una inmensa diversidad de formas, funciones y comportamientos. Comprender esa diversidad requiere entender los mecanismos de la evolución, así como estudiar los distintos tipos de organismos vivos, desde microorganismos hasta plantas, animales y hongos.
Este campo de la biología se apoya en disciplinas como la biología de la evolución, la botánica y la zoología, que permiten analizar el origen, desarrollo, clasificación y relaciones entre las distintas especies que habitan o han habitado el planeta.
c1. Biología de la evolución
La biología evolutiva se ocupa del estudio de los procesos que han dado lugar a la diversidad de los seres vivos a lo largo del tiempo. Esta disciplina analiza cómo las especies cambian, se adaptan, se extinguen o dan lugar a nuevas especies a través de mecanismos como la selección natural, la deriva genética, la mutación y la migración.
Uno de sus grandes logros ha sido mostrar que todos los organismos comparten un origen común, y que la vida ha evolucionado a través de un proceso gradual y continuo. Desde los trabajos pioneros de Charles Darwin hasta los desarrollos actuales en genética evolutiva y biología molecular, la biología evolutiva ha demostrado que la evolución es el marco explicativo central de toda la biología.
También permite construir árboles filogenéticos, estudiar los fósiles, entender la resistencia a antibióticos, la coevolución o los procesos de especiación, y establecer las relaciones de parentesco entre los diferentes grupos de seres vivos.
c2. Botánica
La botánica es la rama de la biología que se dedica al estudio de las plantas, incluyendo organismos como los musgos, helechos, gimnospermas y plantas con flores, pero también a otros como las algas, según enfoques más amplios. Estudia su estructura, función, reproducción, ecología, evolución y clasificación.
Las plantas son esenciales para la vida en la Tierra: son productores primarios que transforman la energía solar en energía química mediante la fotosíntesis, producen oxígeno y constituyen la base de muchas cadenas alimentarias. También son fundamentales para los ecosistemas, regulan el clima, forman suelos y ofrecen hábitats a múltiples especies.
La botánica tiene numerosas aplicaciones prácticas: en la agricultura, la medicina, la industria alimentaria, la ecología o la biotecnología vegetal. Además, gracias a los estudios en evolución vegetal, hoy se conocen los procesos que permitieron a las plantas colonizar la tierra firme y diversificarse en formas tan variadas.
c3. Zoología
La zoología es la ciencia que estudia a los animales, desde los más simples (como las esponjas o medusas) hasta los más complejos (como mamíferos, aves o reptiles). Esta disciplina analiza su estructura, función, desarrollo, comportamiento, evolución, hábitat y relaciones ecológicas.
A través de la zoología se ha descubierto la gran diversidad animal, sus adaptaciones al medio, sus formas de locomoción, alimentación, reproducción y comunicación. También permite entender cómo han evolucionado los diferentes grupos animales, y cómo se relacionan entre sí y con el entorno.
Es una ciencia fundamental para la conservación de especies, el estudio de enfermedades zoonóticas, la gestión de ecosistemas y el diseño de políticas de protección animal. Gracias a ella, también comprendemos mejor el lugar del ser humano dentro del reino animal y su impacto en el resto de seres vivos.
D. Clasificación de la vida
La clasificación biológica permite ordenar y comprender la extraordinaria diversidad de formas de vida que existen —y han existido— en el planeta. Para ello, la biología utiliza herramientas sistemáticas que agrupan a los organismos según sus características compartidas, su origen evolutivo y sus relaciones de parentesco. Este proceso no solo facilita el estudio científico, sino que también refleja la historia evolutiva de la vida.
Las dos disciplinas fundamentales en esta tarea son la sistemática y la taxonomía.
d1. Sistemática
La sistemática es la ciencia que se encarga de estudiar la diversidad de los organismos y las relaciones evolutivas entre ellos. Su objetivo es reconstruir la historia filogenética de la vida, es decir, el árbol genealógico de todos los seres vivos, mostrando quiénes están más emparentados y cómo han divergido a lo largo del tiempo.
Para ello, la sistemática utiliza datos de distintas fuentes: morfológicos, genéticos, moleculares, ecológicos y fósiles, entre otros. A través de estos análisis se construyen los llamados árboles filogenéticos, que representan visualmente las conexiones evolutivas entre especies, géneros o grupos más amplios.
Gracias a esta disciplina, sabemos que organismos que parecen muy diferentes entre sí (como las aves y los reptiles) pueden compartir antepasados comunes, y que todos los seres vivos conocidos están relacionados por un origen único en la historia de la Tierra.
d2. Taxonomía
La taxonomía es la rama de la biología encargada de nombrar, describir, identificar y clasificar a los organismos vivos. Mientras que la sistemática se ocupa de las relaciones evolutivas, la taxonomía organiza a los seres vivos en categorías jerárquicas que facilitan su estudio y comunicación científica.
Estas categorías se llaman taxones y abarcan distintos niveles, desde los más generales a los más específicos: dominio, reino, filo (o división), clase, orden, familia, género y especie. La unidad básica de clasificación es la especie, que agrupa a individuos capaces de reproducirse entre sí y tener descendencia fértil.
La taxonomía utiliza un sistema universal de nomenclatura binomial, propuesto por Carl Linnaeus, que asigna a cada especie un nombre científico formado por dos partes: el género (en mayúscula) y el epíteto específico (en minúscula), por ejemplo: Homo sapiens.
Esta disciplina no solo facilita el registro del conocimiento biológico, sino que también es esencial para la conservación de la biodiversidad, la ecología, la medicina, la agricultura y muchas otras áreas.
E. Organismos en interacción
La vida no ocurre de forma aislada. Todos los seres vivos interactúan de múltiples maneras con otros organismos y con el medio que los rodea. Comprender esas interacciones es fundamental para entender la complejidad de los sistemas naturales y el funcionamiento de los ecosistemas.
Este campo de estudio incluye disciplinas como la ecología, que analiza las relaciones entre organismos y su entorno; la etología, que estudia el comportamiento animal; y la biología del comportamiento, que busca entender las causas y funciones de las conductas, tanto en animales como en humanos.
e1. Ecología
La ecología es la rama de la biología que estudia cómo los organismos interactúan entre sí y con su ambiente. Examina las relaciones entre los seres vivos y factores tanto bióticos (otros seres vivos) como abióticos (clima, suelo, agua, luz, etc.), y cómo estas interacciones dan lugar a ecosistemas.
La ecología aborda distintos niveles de organización: individuos, poblaciones, comunidades, ecosistemas, biomas y la biosfera en su conjunto. Estudia procesos como el flujo de energía, el ciclo de los nutrientes, la dinámica poblacional, la sucesión ecológica o la resiliencia de los ecosistemas.
Es una disciplina esencial para abordar problemas ambientales actuales como la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, la contaminación, la deforestación o la gestión sostenible de los recursos naturales. Su enfoque integrador y sistémico la convierte en una herramienta clave para comprender y proteger la vida en la Tierra.
e2. Etología
La etología es la ciencia que estudia el comportamiento animal, especialmente en condiciones naturales. Busca entender cómo y por qué se comportan los animales de determinadas maneras, y cuáles son las bases genéticas, fisiológicas, evolutivas y ecológicas de dichas conductas.
Gracias a la etología, se han identificado patrones de comportamiento innatos (instintos), aprendizajes y estrategias adaptativas que permiten a los animales sobrevivir, reproducirse, comunicarse y cooperar. También ha mostrado cómo los comportamientos pueden tener una historia evolutiva y cómo varían entre especies.
Entre los temas más estudiados están la territorialidad, el apareamiento, la crianza, la jerarquía social, el altruismo y la comunicación animal. Figuras como Konrad Lorenz, Niko Tinbergen y Karl von Frisch —premios Nobel en 1973— fueron pioneros en esta disciplina.
e3. Biología del comportamiento
La biología del comportamiento (o simplemente ciencia del comportamiento) es una disciplina que amplía el enfoque de la etología, incluyendo no solo a los animales, sino también a los seres humanos, y considerando tanto los aspectos biológicos como los ambientales del comportamiento.
Estudia cómo los factores genéticos, hormonales, neuronales y sociales influyen en la conducta, y cómo esta puede cambiar en función del ambiente, la experiencia y la evolución. Esta disciplina está en contacto con áreas como la neurociencia, la psicología evolutiva, la sociobiología y la cognición animal.
Es fundamental para entender temas como la conducta social, la empatía, la inteligencia animal, el aprendizaje, las emociones, e incluso el comportamiento humano en contextos culturales y sociales.
¿Cuáles son las RAMAS DE LA BIOLOGÍA y qué estudian?
Véase también
Portal:Biología. Contenido relacionado con Biología.
- Biólogos famosos
- Ciencias de la vida
- Ciencias naturales
- Biología cuántica
Referencias
- Coleman, William (1977). Biology in the Nineteenth Century: Problems of Form, Function, and Transformation. Nueva York: Cambridge University Press. ISBN 978-0-521-29293-1.
- Larson, Edward J. (2004). Evolution: The Remarkable History of a Scientific Theory. The Modern Library. Random House Publishing Group. ISBN 0-679-64288-9.
- Mayr, Ernst; Provine, William B., eds. (1998). The Evolutionary Synthesis: Perspectives on the Unification of Biology. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press. ISBN 0-674-27226-9.
- Magner, Lois N. (2002). A History of the Life Sciences (3.ª (revisada y ampliada) edición). Nueva York: CRC Press. ISBN 0-8247-0824-5.
Bibliografía
- Buican, Denis (1995). Historia de la biología, Madrid, Acento Editorial.
- Campbell, N. (2000). Biology: Concepts and Connections [3.ª ed.]. Benjamin/Cummings. Libro de texto de nivel universitario (en inglés).
- Kimball, J. W. Kimball’s Biology Pages. Libro de texto en línea (en inglés).
- Maddison, David R. The Tree of Life. Proyecto distribuido y multi-autor con información sobre filogenia y biodiversidad.
- Margulis, L. y K. N. Schwartz (1985). Cinco reinos. Guía ilustrada de los phyla de la vida sobre la Tierra. Barcelona, Labor.
- Otto, James H. y Towle, Albert. (1992). Biología moderna. [11.ª ed.]. McGraw Hill/ Interamericana de México. México D.F., México. ISBN 0-03-071292-0.
- Tudge, Colin. La variedad de la Vida. Historia de todas las criaturas de la tierra. Un extenso y prolijo manual que recoge la clasificación de todos los grupos importantes que existen, o han existido, sobre la tierra.
- VV. AA. (2004). Biología general [4.ª ed.]. Ediciones Universidad de Navarra. Barañáin, España. ISBN 84-313-0719-6.
¿Qué es la BIOLOGÍA y qué estudia? Ramas, importancia y ejemplos en la vida diaria
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