EL JUEGO AMOROSO EN LA EDAD MEDIA
«El amor e la bienquerençia creçe con usar juego».
En este verso del Libro de buen amor Juan Ruiz nos sitúa ante alguno de los matices de su concepción del amor: no aparece como un juego en sí mismo pues, como hoy en día, es sobre todo un sentimiento; pero sí existía un juego que era imprescindible para que aumentara o fructificara.
En ninguna de las definiciones medievales que analizamos en el apartado anterior, tanto en la de san Isidoro como en la de Alfonso X, el amor aparecía concebido como un juego. Como acabamos de decir, es básicamente un sentimiento. Sin embargo, las relaciones amorosas, especialmente durante el período de juventud, sí pueden ser consideradas un juego, tal y como lo entendía el arcipreste de Hita. Y las características enumeradas en las definiciones contemporáneas también nos encaminan por esta concepción. Es cierto que este juego no entiende de leyes o de reglas perfectamente establecidas (una de las características fundamentales de los juegos), debido a que la lógica no impera en sus asuntos y por eso no siempre podemos escoger de quién nos enamoramos; pero sí sabe de usos y costumbres, momentos y lugares específicos, una cierta libertad, competición, diversión, incertidumbre e incluso de una especie de conciencia diferente de la cotidiana en la que hasta el transcurso del tiempo se percibe de manera distinta a la habitual. Puede que el juego amoroso no cumpla con todas y cada una de las características analizadas previamente de una manera estricta, pero sí con las fundamentales. Y es que, en el fondo, el amor no es solamente un sentimiento; es también un juego y, como tal, cultura. Analizaremos, por lo tanto, las principales manifestaciones que las fuentes castellanas y galaico-portuguesas medievales nos aportan sobre el juego del amor y las relaciones amorosas. Un juego que abarcaba múltiples realidades, de tal forma que podía ir desde lo más «serio» y crucial para una sociedad como el matrimonio (también capital para la Iglesia, que lo considera un sacramento desde el siglo XII), hasta los escarceos amorosos de la juventud previos a la formalización de una relación, en los que nos centraremos a continuación.
El juego del cortejo se daba, una vez superadas la infancia y niñez, sobre todo desde la pubertad, período vital en el que surge el instinto y la atracción física por otra persona y la norma social lo consideraba adecuado (momento que hoy en día entraría dentro de la adolescencia), y a lo largo de la juventud. Este instinto es compartido por una gran parte de los seres vivos; aún con todo, en el caso de los seres humanos es especial dado que sobre el tiempo biológico e instintivo se sitúa un tiempo cultural que reglamenta este instinto y lo sitúa bajo unas normas y códigos concretos. Son estas normas las que configuran el juego amoroso, de la misma manera que indica su fin cuando su liberalidad característica fructifica en una relación formal en la que otros intereses, sobre todo familiares, económicos o sociales son los que predominan.
Además de estos límites, también es importante distinguir entre el juego de las relaciones sexuales y el juego amoroso, pasatiempos que suelen estar estrechamente vinculados pero el primero implica ir un paso más allá. Este juego está también muy presente en las fuentes medievales, y de hecho el concepto «juego» aparece como metáfora de las relaciones sexuales.
Como en muchas otras ocasiones, si hablamos de amor en la Edad Media peninsular, el Libro de buen amor es una valiosa fuente a la que recurrir, y en algunos casos no solamente con el juego como metáfora de la relación sexual, sino incluso también ciertos alimentos, como la fruta20. En una conversación entre doña Endrina y Trotaconventos la finalidad última es la conquista carnal por parte de don Melón. En las estrofas posteriores se puede leer cómo ella acaba lamentándose del engaño de la vieja, y finalmente casa con don Melón para evitar su deshonra. Aunque la relación remata en boda, no hay juego amoroso; parece no haber amor entre los mozos, y es una intermediaria la que termina juntando la pareja con artimañas. Las relaciones amorosas en sí son un juego más sutil, no explícitamente físico (o al menos no tiene por qué serlo), y el mediador no debería ser necesario. Son los propios mozos y mozas, especialmente los primeros, los que deben tener la iniciativa.
Doña Endrina le dixo: «¡Ay, viejas tan perdidas!,
a las mugeres trahedes engañadas e vendidas:
ayer mill cobros me davas, mill artes e mill salidas;
oy, ya que só escarnida, todas me son fallesçidas.
[…]
Pues que por mí dezides que el daño es venido,
por mí quiero que sea el vuestro bien avido:
vós se[e]d muger suya e él vuestro marido;
todo vuestro deseo es bien por mí conplido».
El Libro de buen amor contiene diversos ejemplos en los que las relaciones o juegos sexuales son protagonistas. Sin embargo, también el juego amoroso en su plenitud está presente, y de hecho el autor aporta una especie de manual para todos aquellos hombres que tratan de cortejar y enamorar a una mujer. Para ello, son necesarias determinadas actitudes como la perseverancia o la constancia, así como la habilidad del pretendiente, para así lograr que la relación prospere. Como buen juego, en el amor hay que tener inteligencia y astucia; cortejar en la justa medida, ni mucho ni poco, sabiendo potenciar las virtudes de cada uno. El juego comienza con los encuentros, pero como dice el arcipreste, la perseverancia cuenta. El amor a primera vista o el «flechazo de Cupido» no siempre se dan, y además las convenciones sociales favorecían la posibilidad de escoger; Cupido puede errar alguna vez pero termina por acertar (normalmente). Y junto a esto, tener muy presente que, aunque en el camino hay dificultades, el amor firme, con la ayuda de Dios, todo lo puede:
Cuidados muchos me quexan, a que non fallo co[n]sejo:
si mucho uso la dueña con palabras de trebejo,
puede ser tanta la fama, que saliría a conçejo:
así perderia la dueña, que será pesar sobejo.
Si la non sigo, non uso, el amor se perderá;
si veye que la olvido, ella otro amará:
el amor con uso creçe, desusando menguará;
do la muger olvidares, ella te olvidará.
Do añadieres le leña, creçe sin dubda el fuego;
si la leña se tirare, el fuego menguará luego:
el amor e bienquerençia creçe con usar juego;
si la muger olvidares, poco preçiará tu ruego.
Cuidados tan departidos créçenme de cada parte,
con pensamientos contrarios el mi coraçón se parte,
e a la mi mucha cuita non sé consejo nin arte:
el amor, do está firme, todos los miedos departe.
Muchas vezes la Ventura, con su fuerza e poder,
a muchos omnes non dexa su propósito fazer:
por esto anda el mundo en levantar e en caer;
Dios e el trabajo grande pueden los fados vençer.
En este proceso del juego amoroso hay también un componente particular en el que el arcipreste de Hita, como se acaba de ver, y otras fuentes medievales, insisten: el secreto. En los primeros pasos de la relación amorosa no es adecuado levantar sospecha. A lo largo de los siglos, el código cultural e incluso moral no veía con buenos ojos la expresión manifiesta del sentimiento amoroso o de la atracción física. Además, debemos hacer hincapié nuevamente en la liberalidad de estos primeros coqueteos; decantarse precipitadamente por un pretendiente podía cerrarle la puerta a otros. Y tercero, y no por eso menos importante, en los comienzos del juego amoroso los roles no son idénticos que en su conclusión: si en el matrimonio es el hombre el que adopta el papel preponderante, durante el cortejo es la mujer la que lleva la voz cantante. La mujer, especialmente cuando está en su hogar, es el objeto de deseo y la que puede rechazar o aceptar la compañía de uno o de otro pretendiente. Para preservar esta posibilidad, estos primeros contactos debían permanecer lo más ocultos que fuera posible.
Mantener esta discreción no siempre era sencillo, pues las posibilidades de encuentro entre los jóvenes eran bastante numerosas. Fiestas oficiales de la Iglesia, de la parroquia, del concejo, romerías, domingos, bodas, festividades tradicionales, etcétera, cada una con su baile, juegos o simplemente tiempo de esparcimiento; así como descansos del trabajo o a su remate: los contextos en los que dos personas jóvenes podían verse o ser vistos no faltaban. En primer lugar, como veremos a continuación, a plena luz del día.
Las cantigas de romería hacen mención a los encuentros de enamorados en el espacio sacro, en los que la moza aparenta la más interesada, incluso casi con desesperación, en ver a su amado27. Esto puede indicar precisamente lo contrario de lo que se ha mencionado unas líneas más arriba: que era la mujer la que llevaba las riendas durante el cortejo. Sin embargo, no debemos olvidar que estamos ante convenciones literarias y, sobre todo, que nos estamos refiriendo a un espacio público, un contexto en el que el peso de lo masculino prevalece sobre lo femenino. Y de nuevo, como en casos anteriores, la discreción y el secreto son manifiestamente pretendidos. Las cantigas suelen manifestar la esperanza de ver al amado, pero el encuentro no siempre se confirma directamente e incluso en algunas se declara el desengaño en caso de no verlo. En estas dos cantigas que siguen se manifiestan el deseo de discreción, con la esperanza de que la madre no vaya con la joven a la romería, y el desengaño:
Por fazer romaria, pug’ en meu coraçon,
a Santiag’, un dia, por fazer oraçon
e por veer meu amigo logu’ i.
E sse fezer tenpo, e mha madre non for,
querrey andar mui leda, e parecer melhor,
e por veer meu amigo logu’ i.
Quer’ eu ora mui cedo provar se poderey
hir queymar mhas candeas, con gran coita que ey,
e por veer meu amigo logu’ .
Fui eu, fremosa, fazer oraçon,
non por mia alma, mais que viss’ eu i
o meu amigo, e, poi-lo non vi,
vedes, amigas, se Deus mi perdon,
gram dereit’ é de lazerar por en,
pois el non vêo, nena ver meu ben.
Las romerías y otras festividades constituyeron uno de los principales marcos espacio-temporales de las relaciones amorosas. En ellas, además de los actos de devoción, tenían lugar diversas manifestaciones de ocio y los jóvenes tenían una buena oportunidad para encontrarse, como acabamos de ver. El baile, una de las más destacadas formas de cortejar, estaba también muy presente; aunque, como nos recuerda el refranero, no exento de algún que otro riesgo, tanto moral como físico: «Si Marina bailó, tome lo que halló».
Poys nossas madres van a San Simon
de Val de Prados candeas queymar,
nos, as meninhas, punhemus d’ andar
con nossas madres, e elas enton
queymen candeas por nos e por sy,
e nos meninhas baylaremus hy.
Nossus amigus todus lá hiran
por nos veer, e andaremus nos
bayland’ ant’ eles, fremosas, en cos,
e nossas madres, pois que alá van,
queymen candeas por nos e por ssy,
e nos meninhas [baylaremus hy].
Las cantigas galaico-portuguesas son también una buena fuente para aproximarnos, valga la redundancia, a la fuente, ese espacio femenino en el que los encuentros amorosos podían tener ocasión durante alguna de las tareas propias de las más jóvenes. En algunas de estas cantigas se aprecia perfectamente el papel de la madre, siempre vigilante e incluso desconfiada, pero nunca prohibiendo. El juego amoroso, en la edad correspondiente, es un acto social más y por lo tanto permitido; la madre simplemente cumple con el papel que le toca, tal como la suya lo hizo en su momento. Veamos algunas estrofas que confirman tanto los encuentros amorosos en las fuentes o pozos (con el amante masculino simbolizado mediante un animal) como el papel de la madre:
-«Digades, filha, mia filha velida,
porque tardastes na fontana fría?»
-«Os amores ei».
[…]
Tardei, mia madre, na fontana fría,
cervos do monte a augua volvían.
-«Os amores ei».
[…]
-«Mentís, mia filha, mentís por amigo,
nunca vi cervo que volvess’ o rio».
-«Os amores ei».
Otra de las actividades que las mujeres realizaban en la fuente o en el río era lavar sus cabellos, de manera semejante a las mouras34. En algunos casos, se especifica que no solamente era la joven la que buscaba el encuentro en las cantigas, sino que también el joven hacía por forzar la «coincidencia».
Levóus’ a louçana, levóus’ a velida,
vai lavar cabelos na fontana fría,
leda dos amores, dos amores leda.
[…]
Passa seu amigo que a muito amava
o cervo do monte volvía a augua,
leda dos amores, dos amores leda.
Junto con estos escenarios mencionados a la luz del día hubo otro, en este caso un marco temporal más extenso, que fue especialmente destacado en la literatura medieval: la primavera, la «estación del amor».
Los meses de la primavera son un momento de alegría y celebración. Es el período de la renovación y resurrección, en la que los días se hacen más largos y la naturaleza se muestra en todo su esplendor. Es, asimismo, la etapa en la que, tras el invierno, los animales se aparean. El arcipreste de Hita, como en tantas otras ocasiones en relación con los asuntos del amor, supo describir este momento magistralmente en el mes de marzo del calendario que podemos encontrar dentro de la tienda de don Amor:
El segundo enbía a viñas cavadores:
echan muchos mugrones los amugronadores;
vid blanca fazen prieta buenos enxeridores;
a omes, aves e bestias mételos en amores.
Este tiene tres diablos presos en su cadena:
el uno enbïava a las dueñas dar pena,
pésal en el lugar do la muger es buena:
desde entonçe comiença a pujar el avena.
El segundo dïablo remesçe los abades;
açiprestes e dueñas fablan sus poridades
con este conpañero que les da libertades,
que pierdan las obladas e fablen vanidades.
Antes viene cuervo blanco que pierdan asnería:
todos, ellos e ellas, andan en modorría;
los diablos, do se fallan, lléganse a conpañía,
fazen sus dïabluras e su truhanería.
En estas estrofas se describe además alguna escena característica del juego amoroso, como las conversaciones en secreto o con «vanidades», con el fin de presumir ante la dama y seducirla. Con todo, tampoco debemos olvidar el mensaje moralizante del arcipreste y que caracteriza en el fondo su obra: en primer lugar, son diablos los que llevan a los hombres y de manera especial a abades y arciprestes a tratar de embaucar a mujeres, un acto que constituía un pecado especialmente grave en el caso de los miembros del estamento eclesiástico; y segundo, que el verdadero amor es el amor a Dios, aunque el amor sincero entre un hombre y una mujer tampoco estaba, por supuesto, mal considerado por la Iglesia. A pesar de ello, el Libro de buen amor nos sirve perfectamente para analizar el juego amoroso y sus principales actos; la moralidad de los mismos sería otra cuestión.
En las cantigas de amor medievales también era habitual el recurso al exordio primaveral, un marco en el que la naturaleza renacida y esplendorosa era protagonista, y en el que el encuentro amoroso tenía lugar. En este tiempo alegre de belleza natural, la hermosura de la mujer destacaba incluso por encima de esa frescura. En algunas fuentes, como los Carmina Burana (siglo XIII) esta asociación entre el amor, la primavera y la hermosura de la mujer está muy presente, y tal y como decía el arcipreste, los ánimos cara al amor están más favorables y los mozos y mozas más receptivos:
En la estación de la primavera benigna
está bajo un árbol florido
Juliana con su hermanita.
Estr. ¡Dulce amor!
Quien de ti en esta estación está privado
es más infeliz.
He aquí que los árboles florecen,
que los pájaros cantan alegres;
por eso las jóvenes se encienden.
Estr. ¡Dulce amor!
Quien de ti en esta estación está privado
es más infeliz
A través de estos ejemplos previos, hemos ido analizando alguno de los principales marcos espaciales y temporales que el juego amoroso tenía durante el día, al menos en la literatura. Esto no quita que, por supuesto, hubiera algún otro momento en el que los jóvenes pudiesen verse, cruzar miradas, conversar, reírse, etcétera. A todas estas ocasiones, habría que sumar además otro contexto temporal igual o más importante en este sentido que el anterior: la noche.
[…] (continuará)
El juego y la reproducción de la sociedad: cortejo y escarceos amorosos en el reino de Castilla durante la Baja Edad Media
Play and reproduction in society: courtship and love games in the Kingdom of Castile during the Late Middle Ages
+
Juan Coira Pociña
Universidade de Santiago de Compostela
Vínculos de Historia, núm. 7 (201
Imagen:
Arundel 157 f. 15 Courting scene
British Library
EL JUEGO AMOROSO EN LA EDAD MEDIA (I)
«El amor e la bienquerençia creçe con usar juego» .
En este verso del Libro de buen amor Juan Ruiz nos sitúa ante alguno de los matices de su concepción del amor: no aparece como un juego en sí mismo pues, como hoy en día, es sobre todo un sentimiento; pero sí existía un juego que era imprescindible para que aumentara o fructificara.
En ninguna de las definiciones medievales que analizamos en el apartado anterior, tanto en la de san Isidoro como en la de Alfonso X, el amor aparecía concebido como un juego. Como acabamos de decir, es básicamente un sentimiento. Sin embargo, las relaciones amorosas, especialmente durante el período de juventud, sí pueden ser consideradas un juego, tal y como lo entendía el arcipreste de Hita. Y las características enumeradas en las definiciones contemporáneas también nos encaminan por esta concepción. Es cierto que este juego no entiende de leyes o de reglas perfectamente establecidas (una de las características fundamentales de los juegos), debido a que la lógica no impera en sus asuntos y por eso no siempre podemos escoger de quién nos enamoramos; pero sí sabe de usos y costumbres, momentos y lugares específicos, una cierta libertad, competición, diversión, incertidumbre e incluso de una especie de conciencia diferente de la cotidiana en la que hasta el transcurso del tiempo se percibe de manera distinta a la habitual. Puede que el juego amoroso no cumpla con todas y cada una de las características analizadas previamente de una manera estricta, pero sí con las fundamentales. Y es que, en el fondo, el amor no es solamente un sentimiento; es también un juego y, como tal, cultura. Analizaremos, por lo tanto, las principales manifestaciones que las fuentes castellanas y galaico-portuguesas medievales nos aportan sobre el juego del amor y las relaciones amorosas. Un juego que abarcaba múltiples realidades, de tal forma que podía ir desde lo más «serio» y crucial para una sociedad como el matrimonio (también capital para la Iglesia, que lo considera un sacramento desde el siglo XII), hasta los escarceos amorosos de la juventud previos a la formalización de una relación, en los que nos centraremos a continuación.
El juego del cortejo se daba, una vez superadas la infancia y niñez, sobre todo desde la pubertad, período vital en el que surge el instinto y la atracción física por otra persona y la norma social lo consideraba adecuado (momento que hoy en día entraría dentro de la adolescencia), y a lo largo de la juventud. Este instinto es compartido por una gran parte de los seres vivos; aún con todo, en el caso de los seres humanos es especial dado que sobre el tiempo biológico e instintivo se sitúa un tiempo cultural que reglamenta este instinto y lo sitúa bajo unas normas y códigos concretos. Son estas normas las que configuran el juego amoroso, de la misma manera que indica su fin cuando su liberalidad característica fructifica en una relación formal en la que otros intereses, sobre todo familiares, económicos o sociales son los que predominan.
Además de estos límites, también es importante distinguir entre el juego de las relaciones sexuales y el juego amoroso, pasatiempos que suelen estar estrechamente vinculados pero el primero implica ir un paso más allá. Este juego está también muy presente en las fuentes medievales, y de hecho el concepto «juego» aparece como metáfora de las relaciones sexuales.
Como en muchas otras ocasiones, si hablamos de amor en la Edad Media peninsular, el Libro de buen amor es una valiosa fuente a la que recurrir, y en algunos casos no solamente con el juego como metáfora de la relación sexual, sino incluso también ciertos alimentos, como la fruta. En una conversación entre doña Endrina y Trotaconventos la finalidad última es la conquista carnal por parte de don Melón. En las estrofas posteriores se puede leer cómo ella acaba lamentándose del engaño de la vieja, y finalmente casa con don Melón para evitar su deshonra. Aunque la relación remata en boda, no hay juego amoroso; parece no haber amor entre los mozos, y es una intermediaria la que termina juntando la pareja con artimañas. Las relaciones amorosas en sí son un juego más sutil, no explícitamente físico (o al menos no tiene por qué serlo), y el mediador no debería ser necesario. Son los propios mozos y mozas, especialmente los primeros, los que deben tener la iniciativa.
Doña Endrina le dixo: «¡Ay, viejas tan perdidas!,
a las mugeres trahedes engañadas e vendidas:
ayer mill cobros me davas, mill artes e mill salidas;
oy, ya que só escarnida, todas me son fallesçidas.
[…]
Pues que por mí dezides que el daño es venido,
por mí quiero que sea el vuestro bien avido:
vós se[e]d muger suya e él vuestro marido;
todo vuestro deseo es bien por mí conplido».El Libro de buen amor contiene diversos ejemplos en los que las relaciones o juegos sexuales son protagonistas. Sin embargo, también el juego amoroso en su plenitud está presente, y de hecho el autor aporta una especie de manual para todos aquellos hombres que tratan de cortejar y enamorar a una mujer. Para ello, son necesarias determinadas actitudes como la perseverancia o la constancia, así como la habilidad del pretendiente, para así lograr que la relación prospere. Como buen juego, en el amor hay que tener inteligencia y astucia; cortejar en la justa medida, ni mucho ni poco, sabiendo potenciar las virtudes de cada uno. El juego comienza con los encuentros, pero como dice el arcipreste, la perseverancia cuenta. El amor a primera vista o el «flechazo de Cupido» no siempre se dan, y además las convenciones sociales favorecían la posibilidad de escoger; Cupido puede errar alguna vez pero termina por acertar (normalmente). Y junto a esto, tener muy presente que, aunque en el camino hay dificultades, el amor firme, con la ayuda de Dios, todo lo puede:
Cuidados muchos me quexan, a que non fallo co[n]sejo:
si mucho uso la dueña con palabras de trebejo,
puede ser tanta la fama, que saliría a conçejo:
así perderia la dueña, que será pesar sobejo.
Si la non sigo, non uso, el amor se perderá;
si veye que la olvido, ella otro amará:
el amor con uso creçe, desusando menguará;
do la muger olvidares, ella te olvidará.
Do añadieres le leña, creçe sin dubda el fuego;
si la leña se tirare, el fuego menguará luego:
el amor e bienquerençia creçe con usar juego;
si la muger olvidares, poco preçiará tu ruego.
Cuidados tan departidos créçenme de cada parte,
con pensamientos contrarios el mi coraçón se parte,
e a la mi mucha cuita non sé consejo nin arte:
el amor, do está firme, todos los miedos departe.
Muchas vezes la Ventura, con su fuerza e poder,
a muchos omnes non dexa su propósito fazer:
por esto anda el mundo en levantar e en caer;
Dios e el trabajo grande pueden los fados vençer.En este proceso del juego amoroso hay también un componente particular en el que el arcipreste de Hita, como se acaba de ver, y otras fuentes medievales, insisten: el secreto. En los primeros pasos de la relación amorosa no es adecuado levantar sospecha. A lo largo de los siglos, el código cultural e incluso moral no veía con buenos ojos la expresión manifiesta del sentimiento amoroso o de la atracción física. Además, debemos hacer hincapié nuevamente en la liberalidad de estos primeros coqueteos; decantarse precipitadamente por un pretendiente podía cerrarle la puerta a otros. Y tercero, y no por eso menos importante, en los comienzos del juego amoroso los roles no son idénticos que en su conclusión: si en el matrimonio es el hombre el que adopta el papel preponderante, durante el cortejo es la mujer la que lleva la voz cantante. La mujer, especialmente cuando está en su hogar, es el objeto de deseo y la que puede rechazar o aceptar la compañía de uno o de otro pretendiente. Para preservar esta posibilidad, estos primeros contactos debían permanecer lo más ocultos que fuera posible.
Mantener esta discreción no siempre era sencillo, pues las posibilidades de encuentro entre los jóvenes eran bastante numerosas. Fiestas oficiales de la Iglesia, de la parroquia, del concejo, romerías, domingos, bodas, festividades tradicionales, etcétera, cada una con su baile, juegos o simplemente tiempo de esparcimiento; así como descansos del trabajo o a su remate: los contextos en los que dos personas jóvenes podían verse o ser vistos no faltaban. En primer lugar, como veremos a continuación, a plena luz del día.
Las cantigas de romería hacen mención a los encuentros de enamorados en el espacio sacro, en los que la moza aparenta la más interesada, incluso casi con desesperación, en ver a su amado. Esto puede indicar precisamente lo contrario de lo que se ha mencionado unas líneas más arriba: que era la mujer la que llevaba las riendas durante el cortejo. Sin embargo, no debemos olvidar que estamos ante convenciones literarias y, sobre todo, que nos estamos refiriendo a un espacio público, un contexto en el que el peso de lo masculino prevalece sobre lo femenino. Y de nuevo, como en casos anteriores, la discreción y el secreto son manifiestamente pretendidos. Las cantigas suelen manifestar la esperanza de ver al amado, pero el encuentro no siempre se confirma directamente e incluso en algunas se declara el desengaño en caso de no verlo. En estas dos cantigas que siguen se manifiestan el deseo de discreción, con la esperanza de que la madre no vaya con la joven a la romería, y el desengaño:
Por fazer romaria, pug’ en meu coraçon,
a Santiag’, un dia, por fazer oraçon
e por veer meu amigo logu’ i.
E sse fezer tenpo, e mha madre non for,
querrey andar mui leda, e parecer melhor,
e por veer meu amigo logu’ i.
Quer’ eu ora mui cedo provar se poderey
hir queymar mhas candeas, con gran coita que ey,
e por veer meu amigo logu’ i.
Fui eu, fremosa, fazer oraçon,
non por mia alma, mais que viss’ eu i
o meu amigo, e, poi-lo non vi,
vedes, amigas, se Deus mi perdon,
gram dereit’ é de lazerar por en,
pois el non vêo, nena ver meu ben.Las romerías y otras festividades constituyeron uno de los principales marcos espacio-temporales de las relaciones amorosas. En ellas, además de los actos de devoción, tenían lugar diversas manifestaciones de ocio y los jóvenes tenían una buena oportunidad para encontrarse, como acabamos de ver. El baile, una de las más destacadas formas de cortejar, estaba también muy presente; aunque, como nos recuerda el refranero, no exento de algún que otro riesgo, tanto moral como físico: «Si Marina bailó, tome lo que halló».
Poys nossas madres van a San Simon
de Val de Prados candeas queymar,
nos, as meninhas, punhemus d’ andar
con nossas madres, e elas enton
queymen candeas por nos e por sy,
e nos meninhas baylaremus hy.
Nossus amigus todus lá hiran
por nos veer, e andaremus nos
bayland’ ant’ eles, fremosas, en cos,
e nossas madres, pois que alá van,
queymen candeas por nos e por ssy,
e nos meninhas [baylaremus hy].Las cantigas galaico-portuguesas son también una buena fuente para aproximarnos, valga la redundancia, a la fuente, ese espacio femenino en el que los encuentros amorosos podían tener ocasión durante alguna de las tareas propias de las más jóvenes. En algunas de estas cantigas se aprecia perfectamente el papel de la madre, siempre vigilante e incluso desconfiada, pero nunca prohibiendo. El juego amoroso, en la edad correspondiente, es un acto social más y por lo tanto permitido; la madre simplemente cumple con el papel que le toca, tal como la suya lo hizo en su momento. Veamos algunas estrofas que confirman tanto los encuentros amorosos en las fuentes o pozos (con el amante masculino simbolizado mediante un animal) como el papel de la madre:
-«Digades, filha, mia filha velida,
porque tardastes na fontana fría?»
-«Os amores ei».[…]
Tardei, mia madre, na fontana fría,
cervos do monte a augua volvían.
-«Os amores ei».[…]
-«Mentís, mia filha, mentís por amigo,
nunca vi cervo que volvess’ o rio».
-«Os amores ei».Otra de las actividades que las mujeres realizaban en la fuente o en el río era lavar sus cabellos, de manera semejante a las moura. En algunos casos, se especifica que no solamente era la joven la que buscaba el encuentro en las cantigas, sino que también el joven hacía por forzar la «coincidencia».
Levóus’ a louçana, levóus’ a velida,
vai lavar cabelos na fontana fría,
leda dos amores, dos amores leda.[…]
Passa seu amigo que a muito amava
o cervo do monte volvía a augua,
leda dos amores, dos amores leda.Junto con estos escenarios mencionados a la luz del día hubo otro, en este caso un marco temporal más extenso, que fue especialmente destacado en la literatura medieval: la primavera, la «estación del amor».
Los meses de la primavera son un momento de alegría y celebración. Es el período de la renovación y resurrección, en la que los días se hacen más largos y la naturaleza se muestra en todo su esplendor. Es, asimismo, la etapa en la que, tras el invierno, los animales se aparean. El arcipreste de Hita, como en tantas otras ocasiones en relación con los asuntos del amor, supo describir este momento magistralmente en el mes de marzo del calendario que podemos encontrar dentro de la tienda de don Amor:
El segundo enbía a viñas cavadores:
echan muchos mugrones los amugronadores;
vid blanca fazen prieta buenos enxeridores;
a omes, aves e bestias mételos en amores.
Este tiene tres diablos presos en su cadena:
el uno enbïava a las dueñas dar pena,
pésal en el lugar do la muger es buena:
desde entonçe comiença a pujar el avena.
El segundo dïablo remesçe los abades;
açiprestes e dueñas fablan sus poridades
con este conpañero que les da libertades,
que pierdan las obladas e fablen vanidades.
Antes viene cuervo blanco que pierdan asnería:todos, ellos e ellas, andan en modorría;
los diablos, do se fallan, lléganse a conpañía,
fazen sus dïabluras e su truhanería.En estas estrofas se describe además alguna escena característica del juego amoroso, como las conversaciones en secreto o con «vanidades», con el fin de presumir ante la dama y seducirla. Con todo, tampoco debemos olvidar el mensaje moralizante del arcipreste y que caracteriza en el fondo su obra: en primer lugar, son diablos los que llevan a los hombres y de manera especial a abades y arciprestes a tratar de embaucar a mujeres, un acto que constituía un pecado especialmente grave en el caso de los miembros del estamento eclesiástico; y segundo, que el verdadero amor es el amor a Dios, aunque el amor sincero entre un hombre y una mujer tampoco estaba, por supuesto, mal considerado por la Iglesia. A pesar de ello, el Libro de buen amor nos sirve perfectamente para analizar el juego amoroso y sus principales actos; la moralidad de los mismos sería otra cuestión.
En las cantigas de amor medievales también era habitual el recurso al exordio primaveral, un marco en el que la naturaleza renacida y esplendorosa era protagonista, y en el que el encuentro amoroso tenía lugar. En este tiempo alegre de belleza natural, la hermosura de la mujer destacaba incluso por encima de esa frescura. En algunas fuentes, como los Carmina Burana (siglo XIII) esta asociación entre el amor, la primavera y la hermosura de la mujer está muy presente, y tal y como decía el arcipreste, los ánimos cara al amor están más favorables y los mozos y mozas más receptivos:
En la estación de la primavera benigna
está bajo un árbol florido
Juliana con su hermanita.
Estr. ¡Dulce amor!
Quien de ti en esta estación está privado
es más infeliz.
He aquí que los árboles florecen,
que los pájaros cantan alegres;
por eso las jóvenes se encienden.
Estr. ¡Dulce amor!
Quien de ti en esta estación está privado
es más infeliz.A través de estos ejemplos previos, hemos ido analizando alguno de los principales marcos espaciales y temporales que el juego amoroso tenía durante el día, al menos en la literatura. Esto no quita que, por supuesto, hubiera algún otro momento en el que los jóvenes pudiesen verse, cruzar miradas, conversar, reírse, etcétera. A todas estas ocasiones, habría que sumar además otro contexto temporal igual o más importante en este sentido que el anterior: la noche.
[…] (continuará)
El juego y la reproducción de la sociedad: cortejo y escarceos amorosos en el reino de Castilla durante la Baja Edad Media
Play and reproduction in society: courtship and love games in the Kingdom of Castile during the Late Middle Ages
Juan Coira Pociña
Universidade de Santiago de CompostelaVínculos de Historia, núm. 7 (2018)
Imagen:
Arundel 157 f. 15 Courting scene
British Library