POETAS DEL «MESTER DE CLERECÍA»
Abre nueva era en la historia del arte castellano la aparición de la primera escuela de poesía erudita, escuela cuyo desarrollo comprende siglo y medio próximamente, desde principios del XIII, hasta mediados del XIV. Esta escuela, para marcar su distinción respecto del arte rudo de los juglares, se daba a sí propia el título de Mester de clerecía, esto es, oficio, ocupación o empleo propio de clérigos, tomada esta palabra clérigo en el sentido muy lato con que se aplicaba en los tiempos medios, como sinónimo de hombre culto y letrado, que había recibido la educación latino-eclesiástica. Por lo general, eran verdaderos clérigos y aun monjes los autores de estos poemas, pero tampoco falta algún ejemplo de lo contrario, y poema de clerecía hay escrito indudablemente por un moro. Afectaba esta escuela sumo desprecio hacia las formas toscas y desaliñadas del arte juglaresco, y en cambio, gustaba de pregonar sus propias excelencias como arte de nueva maestría y mester sin pecado, preciándose además de contar las sílabas y de fablar cuento rimado por la cuaderna vía. Pero con este desdén y todo, mucho conservaba aún del espíritu de la poesía de los tiempos heroicos, y aun solía hacer uso de ciertas fórmulas épicas, [p. 152] que sólo podían tener un valor convencional aplicadas a poemas que se destinaban a la mera lectura de los doctos, y no ya a la recitación ni al canto, como las gestas primitivas. Todavía Gonzalo de Berceo, que por los asuntos y por el estilo es de todos estos poetas el más próximo al pueblo, espera o finge esperar como premio cumplido de su tarea, un vaso de bon vino, del mismo modo que el ignoto rapsoda del Poema del Cid exclamaba (con más sinceridad a no dudarlo):
Dat-nos del vino: si non tenedes dineros echad
Ala unos peños, [1] que bien vos lo daran sobrelos.(Versos 3734-3735).
El mismo Berceo, al comenzar la segunda parte de la Vida de Santo Domingo de Silos, se apellida a sí mismo juglar, [2] y Si bien, conforme a la tradición eclesiástica, calificaba de prosas sus leyendas rimadas, no dejaba de indicar modestamente que no se tenía por bastante letrado para componerlas en latín, por lo cual usaba el roman paladino
En el qual suele el pueblo fablar con su vezino.
Pero tales rasgos de modestia no han de ser tomados al pie de la letra, ni pueden servir en ningún caso para confundir dos modos de arte profundamente diversos. El poeta del Mester de clerecía desciende algunas veces hasta el pueblo, procura allanarse a [p. 153] su comprensión y hablarle en su lenguaje, usando de propósito comparaciones triviales, rasgos festivos y donaires de mercado o de romería; [1] pero él no es juglar, sino maestro, nombre que el mismo Berceo se da al comenzar los Miraclos de Nuestra Señora . [2] Tal aproximación al pueblo se cumple principalmente en las leyendas piadosas que llevan un fin de edificación y de enseñanza, y en los poemas de asunto épico como el de Fernán González, donde la influencia de los cantares de gesta es bien notoria; pero así y todo, ¡qué distancia de las descripciones de batallas que esmaltan el Poema del Cid (donde aún parece que se siente el choque de las lanzas rotas y el horadar de las lorigas, y el correr de los caballos sin sus dueños, mientras los pendones blancos salen bermejos en sangre) a la manera fría y acompasada con que el pacífico Berceo nos cuenta cómo por el esfuerzo del gran conde de Castilla ganó San Millán los votos! Es evidente que nos hallamos en un mundo distinto, y que al poeta clerical, adscripto a los opulentos monasterios de la Rioja, más le importan los votos que las lanzadas y los grandes colpes que tanto enardecían la imaginación del juglar burgalés.
Coexistió el mester de clerecía con el de juglaría; pero no se confundieron nunca. Coexistió también, andando el tiempo, con las primeras escuelas líricas, con las escuelas de trovadores, pero mantuvo siempre su independencia y carácter propio, de tal modo que hasta en las obras poéticas del Arcipreste de Hita y del Canciller Ayala, en que ambos elementos se dan la mano, no aparecen confundidos sino yuxtapuestos. En suma, el mester de clerecía, socialmente considerado, no fué nunca ni la poesía del [p. 154] pueblo, ni la poesía de la aristocracía militar, ni la poesía de las fiestas palaciegas , sino la poesía de los monasterios y de las nacientes universidades o estudios generales. Así se explica su especial carácter, la predilección por ciertos asuntos, el fondo de cultura escolástica de que hacen alarde sus poetas, y la relativa madurez de las formas exteriores, que son ciertamente monótonas, pero nada tienen de toscas y sí mucho que revela artificio perseverante y sagaz industria literaria. Júzguese como se quiera de cada uno de estos poemas, cualquier cosa serán menos tentativas informes y engendros bárbaros, como suelen decir los que no los han saludado. El escollo natural del género era el pedantismo, y no diremos que de él se librasen estos ingenios; pero fué pedantería candorosa, alarde de escolar que quiere a viva fuerza dejarnos persuadidos de su profundo saber en mitología, geografía e historia, con toda la ingenuidad del primer descubrimiento. Estos patriarcas de las literaturas modernas eran niños hasta en la ostentación enciclopédica. En cambio, no puede decirse de ellos que abusasen del latinismo de dicción en el grado y forma en que lo hizo la escuela del siglo XV. La lengua de los poetas del Mester de clerecía es algo prosaica y no tiene mucho color ni mucho brío, pero es clara, apacible, jugosa, expresiva y netamente castellana, sin las asperezas hiperbáticas de Juan de Mena, ni las extrañas contorsiones de la prosa de D. Enrique de Aragón. El vocabulario de la lengua épica, muy reducido aunque muy enérgico, se ensancha prodigiosamente en manos de Berceo, y mucho más en el libro de Alexandre. En los glosarios de Sánchez, aun imperfectísimos como son, puede seguirse este desarrollo hasta llegar a la lengua caudalosísima, pintoresca y ya enteramente adulta, del Arcipreste de Hita; como si todo el esfuerzo de la escuela entera hubiese tenido por único fin preparar el advenimiento de este gran poeta, tan rico de ingenio y de alegría.
[…]MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
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Monasterio de Suso en San Millán de la Cogolla (La Rioja)