SIMBOLOGÍA DE LA LUZ
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: «Hágase la luz»; y la luz fue hecha (Génesis 1, 1-3).
De este modo solemne narra la Biblia los primeros pasos de la creación del mundo. Es la escena que muestra, cuando está cerrado, el tríptico de «El jardín de las delicias», de El Bosco: rodeado de una negrura impenetrable donde sólo emerge la imagen del Eterno, un mundo grisáceo y desolado representa el caos indiferenciado y acromático del inicio. Al abrirse el tríptico, surge el color y, con él, el movimiento y la vida.
Para percibir esta animación, este hálito de vida que proporciona el color, el Hágase la luz es imprescindible. La luz se presenta, pues, como un poder ordenador y vivificador del universo. No puede extrañamos que los pueblos primitivos de todas partes hicieran del sol, fuente de luz y de vida, principal objeto de adoración.
Desde muy antiguo, el sol y la luz se asimilaron a la idea de Dios. En las Sagradas Escrituras este tipo de comparación es muy frecuente. San Juan, por ejemplo, después de afirmar que En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Juan 1, 4) hace decir a Jesucristo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida (Juan 8, 12).
También en el Corán encontramos la misma idea: Dios es la luz de los cielos y de la tierra (…) ¡Luz sobre luz! Dios dirige a Su Luz a quien El quiere (Sura 24)
El Bosco
El jardín de las Delicias, o La pintura del madroño
Cronología, 1500 – 1505
Técnica: Óleo; Grisalla
Soporte,Tabla
Materia,madera de roble
Medidas 220 cm x 389 cm
Prado