DESPERTAR CULTURAL DEL SIGLO XIII Y GONZALO DE BERCEO.
(..] No fue este poeta un sencillo cura rural privado de cultura, como pretende cuando escribe:
Quiero fer una prosa 10 en román paladino,
en qual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino:
bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.(Santo Domingo, 2) y cuando afirma su fidelidad absoluta a la fuente latina:
Quando non lo leyesse, dezir non lo querría;
ca en firmar la dubda grand peccado avría.(Santo Domingo, 73)
Ca al non escrevimos sy non lo que leemos.(Santa Oria, 89).
Su pretensión de que nada se atrevió a añadir a sus fuentes es falsa en absoluto. Utiliza, más bien, en tales casos un procedimiento favorito en la Edad Media, usado con frecuencia en los sermones, que consiste en citar la autoridad de «lo escripto», lo que hacía surgir la convicción entre un público iletrado que otorgaba valor casi mágico a la palabra escrita. El alegato de ignorancia constituye, asimismo, un recurso tradicional, pues los manuales de retórica al uso recomendaban, en efecto, el topos de la falsa modestia como uno de los medios más eficaces para captar la benevolencia del público.
La autodeprecación de Berceo es, pues, manifiestamente falsa. Su cargo de administrador eclesiástico, su implicación en la impostura de Fernandus, su habilidad en transformar una obra en prosa latina dirigida a los cultos en un poema romance que respondiese a las exigencias de un público popular, todo esto constituye una prueba de su complejidad y pericia, que viene confirmada por el análisis detallado de sus poemas Dos tradiciones principales tenía este poeta a su alcance: la retórico-eclesiástica y la juglaresca.
La retórica medieval ejerció, en efecto, una fuerte influencia en la literatura. Las artes poeticae o manuales de retórica (a veces de gramática) desarrollaban las técnicas heredadas de los escritores clásicos latinos (la Rhetorica ad Herennium, por largo tiempo atribuida a Cicerón, constituye un eslabón importante dentro de esta corriente), que, a su vez, tenían contraída deuda en este sentido con los retóricos griegos, y que pasaron a ser capítulo de importancia dentro de la formación medieval. No hubo escritor culto (lo que equivale, en el presente caso, a decir que no hubo escritor alguno) que pudiese sustraerse a su influencia. Las mentadas artes poeticae ponían a su alcance un gran complejo de recursos estilísticos (diversas formas de repetición, construcción equilibrada, métodos de amplificación y halagadores esquemas de sonido), y de lugares comunes (el topos de la falsa modestia, anticipaciones de que el orador sería breve e interpelaciones a la autoridad). No proporcionaron mucha ayuda, en cambio, por lo qué se refiere a la estructura, pero a este respecto los escritores podían echar mano de manuales de predicación al uso (artes praedicandi), y, en la Edad Media tardía, de tratados de formación memorística .
Puesto que gran parte de la literatura medieval se debe a la pluma de clérigos, el influjo de la técnica sermonística fue tan poderosa como el de la misma retórica. Dos clases principales se daban de sermones: los cultos (divisio intra), dirigidos a una congregación de clérigos normalmente en latín, y los populares (divisio extra), en romance, concebidos para una asamblea de laicos y letrados en su mayor parte. Ambas categorías mencionadas podían ofrecer un cauce estructural en el que el escritor medieval se viese ayudado en la disposición de sus materiales; el sermón popular, además, le ofrecía un rico arsenal de materiales de ilustración para su obra. El predicador popular, en efecto, se veía obligado a presentar su mensaje de forma animada si quería que su auditorio lo captase, y, una vez ganada la atención de su público, era necesaria la habilidad suficiente para seguir cautivándola. Esta exigencia se vio urgida por cuanto, a partir del siglo XIII, los clérigos seculares se hallaban en franca competencia con frailes mendicantes que predicaban en plazas y mercados; unos y otros, además, tenían en frente, por otra parte, a los juglares. De este modo, los sermones habían de contener deleite además de doctrina y se recurría profusamente a la utilización de exempla (cuentos ilustrativos extraídos de la Biblia, la historia, fábulas de animales, la experiencia y la observación reales o ficticias del propio predicador). Incluso se utilizó la sátira y la presentación realista del lenguaje popular, sobre todo a finales de la Edad Media.
Un poeta, pues, que se dirigiese a un amplio auditorio, se encaraba por fuerza con idénticas exigencias a las que urgían a los predicadores populares; muchos de los poetas eran predicadores, y varias obras literarias, dentro de la España medieval, incorporan leyendas que su propio autor, con toda probabilidad, había utilizado desde el pulpito, habiendo experimentado al hacerlo que eran de su propio agrado. Si un escritor deseaba competir con ventaja frente a los juglares, había de recurrir a alguna de sus técnicas e incluso de sus temas. No todos los escritores clérigos adoptan, con todo, la misma actitud frente a los juglares: unos se muestran fuertemente hostiles, pero Berceo, cuyo uso de los recursos juglarescos es particularmente notorio, revela una postura indecisa al respecto y se nos presenta como un juglar (en la Vida de Santo Domingo por cuatro veces) que pide como recompensa un «vaso de bon vino».
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Hª. DE LA LITERATURA ESPAÑOLA I – EDAD MEDIA –
CAP. 3 DESPERTAR CULTURAL DEL SIGLO XIII (I)
A. D. DEYERMOND (Westfield College, Londres).
https://www.bibliotecagonzalodeberceo.com/berceo/deyermond/despertarculturalsigloXIII.htm