BIBLIOTECA GONZALO DE BERCEO
SANTIAGO GUERRERO: CONSECUENCIAS BÉLICAS Y POLÍTICAS
El que en la creencia en Santiago se integraran lo religioso y lo bélico, dio lugar a que esa doble dimensión se proyectara también sobre sus sacerdotes y cultores. Santiago fue un reflejo de la guerra santa musulmana, y un apoyo para la guerra santa que hubieron de oponerle los cristianos; con lo cual el Apóstol evangélico se convertía en el maestre nato de las órdenes militares, mucho antes de que éstas tuviesen existencia legalizada. Decía el antiguo refrán: «Obispo de Santiago, ora la espada, ora el blago», porque aquellos prelados lo mismo peleaban contra normandos, moros, o rebeldes feligreses, que empuñaban el báculo, símbolo de su autoridad espiritual. En 942, el obispo Rudesindo (luego San Rosendo) venció a los invasores normandos invocando el nombre del Señor. En 968, el obispo Sisnando murió combatiendo contra las mismas gentes nórdicas, «sagitta percussus», herido por una flecha. Rasgos análogos son frecuentes, y llegó a hacerse normal el que los obispos y abades lucharan como esforzados caudillos, interviniesen en política como consejeros de los reyes, o dirigieran las campañas militares. De este modo el elemento eclesiástico predominaba sobre el civil, del mismo modo que la inspiración y ayuda del cielo valían más que las simplemente terrenas, con la cual iba perfilándose la que habría de ser disposición vital de los futuros españoles.
La conquista de Coimbra por Fernando I, en 1064, es reflejo del funcionamiento de aquella vida, de la que he llamado «teobiosis», cosa distinta de la teocracia. Como preparación para la dificil conquista de la ciudad, fuertemente amurallada y situada en una eminencia, el rey pasó tres días ante la tumba del Apóstol, a fin de que éste lograra de Dios la anhelada victoria. Hechas las ofrendas, se puso en marcha la hueste, muy segura de la divina protección. Comenzó el cerco en enero de 1064 y Coimbra se rindió por hambre el 7 de julio del mismo año. El Cronicón Complutense dice que el rey estaba acompañado de la reina doña Sancha y de los siguientes prelados: Cresconio, de la Sede Apostólica de Santiago ( aquel que en 1049 fue excomulgado por usar el título que seguía usando en 1064) ; Vestruario, de Lugo; Sisnando, de Viseo; Suario, de Mondoñedo; los abades Pedro, de Guimaraens, y Arriano, de Celanova. Luego se mencionan en conjunto, sin citar ningún nombre, muchos hijosdalgo. Ni un solo nombre de seglar atrajo la atención del cronista.
Durante los largos meses del asedio la hueste regio-episcopal pasó por serias dificultades por haberse agotado los víveres, escasez remediada por los monjes de Lorván, un monasterio mozárabe enclavado en tierra musulmana, a favor de la conocida tolerancia de los sarracenos. Aquellos monjes habían ocultado en sus silos grandes reservas de cereales y, en el momento oportuno, abastecieron al ejército cristiano. Si el «estado mayor» lo integraban obispos y abades, los servicios de intendencia corrieron a cargo de un monasterio. ¿ Qué mejor hecho para comprender una tan especial manera de vida? Dejemos ahora en segundo término el que Santiago fuese supervivencia o reencarnación de creencias milenarias. Lo esencial es, en cambio, que las mismas condiciones de la vida española hubiesen hecho posible un modo de existir a favor de aquella creencia en el que lo divino y lo humano borraban sus confines. Histórica y humanamente pensando, el originario dioscurismo de Santiago tiene aquí el mismo valor que la crónica de Saxo Gramático respecto del Hamlet de Shakespeare, o que la madre de Napoleón respecto de éste. La vida -la del arte y la otra- se funda siempre en circunstancias tan indispensables como dispensables.
La Crónica del monje de Silos completa la descripción de la conquista de Coimbra con un rasgo de inestimable valor. Mientras transcurrían los siete meses del cerco, el pueblo de Santiago asediaba también al Apóstol con sus plegarias en demanda de auxilio pronto y eficaz. Un peregrino griego que día y noche oraba junto a la sagrada reliquia, oía a quienes pedían a Santiago que pelease como buen soldado, y no concebía cómo un apóstol de Cristo, pescador de oficio y hombre de a pie que nunca cabalgó, se hubiese transmutado en personaje ecuestre y combativo. El hecho es verosímil, y no sería el piadoso griego el único en sorprenderse ante aquel poco evangélico culto. Añade el cronista que el Apóstol se apresuró a satisfacer las dudas del peregrino. He aquí cómo el Rey Sabio ( o su fuente) tradujo y exornó el relato del Silense en su Crónica General, en donde el peregrino se ha convertido en obispo y se llama Estiano :
Estando y faziendo vigilias et oraciones, oyó un día dezir a los de la villa et a los romeros que y vinien, que sant Yagüe parescíe como cavallero en las lides a los cristianos. Et aquell obispo cuando lo oyó, pesól et díxoles: «amigos, non le llamedes cavallero, mas pescador». Et él teniendo en esta porfía, plogo a Dios que se adormeció, et paresciol en el sueño sant Yague con unas llaves en la mano, de muy alegre contenente, et dixól: «Estiano, tú tienes por escarnio porque los romeros me llaman cavallero, et dizes que lo non so; et por esso vin agora a ti a mostrárteme, por que nunca jamás dubdes que yo non so cavallero de Cristo et ayudador de los cristianos contra los moros.» Et él diziendo esto, fuél aducho .un cavallo muy blanco, et ell Apóstol cavalgó en él a guisa de cavallero muy bien guarnido de todas armas, claras et fermosas; et dixól allí en aquel sueño como queríe ir ayudar al rey don Fernando que yazíe sobre Coimbra, VII años avíe ya: «et por que seas más cierto desto que te digo, con estas llaves que tengo en la mano, abriré yo cras, a ora de terçia, la çibdad de Coimbra. ..» Et bien assí como él dixo, as sí fué fallado que acaesció después en verdad (pág. 487 b) .
Ganada Coimbra, el rey don Fernando «fu’ese pora Sant Yagüe,. et ofresció í sus dones, teniendo í sUs vigilias » ( 488 a) .El relato de la magnífica hazaña presentaba así el hecho mismo y su perspectiva. española, ofrecía su plena realidad. El «hecho» de que un rey conquiste una ciudad es, como tal «hecho», una abstracción; es decir, algo insuficiente como realidad humana.
El obispo medieval, si era físicamente apto, combatía como cualquier hijodalgo. Siendo Santiago un apóstol bélico, no se ve por qué no habrían de ser también belicosos los sacerdotes encargados de su culto ; y si los obispos y abades eran hombres de guerra, parece obvio que también lo fueran los canónigos y clérigos inferiores. Acostumbraban éstos a no usar ropas talares; llevaban barba y andaban armados. Lo sabemos porque todas esas costumbres se censuran y prohiben en los concilios compostelanos de 1060 y 1063: «Los obispos y clérigos usarán ropas talares. ..estarán tonsurados y se cortarán la barba. ..no llevarán armas.»
Los clérigos de Santiago, en los siglos X y XI, tenían ya mucho de caballeros de las órdenes militares, sobre cuyo carácter y origen me ocupo en otro lugar. Desde luego, la disciplina en Santiago era menos rígida que en los conventos de las primitivas órdenes del siglo XII, por exceso de confianza en la fuerza del Apóstol, y por los pingües ingresos de las peregrinaciones. Lo esencial, sin embargo, era el entrelace de lo divino y lo bélico, que incitaba a desdeñar la contemplación. La creencia en el «hijo del trueno» se desarrolló en años de angustia y abatimiento, muy aliviados con el progreso de la Reconquista en los siglos XI y XII. Lo que antes sirvió para tensar los ánimos, se volvió más tarde laxitud y exceso de confianza. El Apóstol máximo trajo seguridad, bienestar y un prestigio internacional conquistado mágicamente; en cierto modo, lo mismo que el dinero de San Pedro convirtió a Roma en un centro de relajamiento e indiferencia espiritual, hasta bastante después del Concilio de Trento. El arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez (1100-1140), tuvo que prohibir a sus clérigos que asistiesen al coro vestidos de seglares, con barba crecida, con vestidos maltrechos o de color, y calzando espuelas, como si la iglesia del Apóstol tuviese caballeros y no clérigos. Sería pura e ingenua abstracción hablar sólo de «relajación de costumbres» ; la realidad fue que un santo esencialmente bélico produjo prelados combatientes y clérigos caballeros. Diego Gelmírez hubiera debido cambiar ante todo el carácter de su mágico Apóstol, gracias al cual podía rodearse de pompa y rango pontificales. Mas la vida de los futuros españoles se iba creando su destino. Cuatrocientos años en estado de guerra habían dispuesto el curso de las preferencias valorantes en aquel pueblo.
La España de los siglos XI y XII, era la tierra de Santiago, «Jakobsland», según la llamaban los peregrinos del norte de Europa. Puede sospecharse cómo sería la fe del pueblo y su entrega a su santo patrono, cuando el rey de León, Alfonso VI, concedía en 1072 ciertos privilegios forales a la ciudad de Valcárcel, próxima a Santiago, por amor «al Apóstol en cuyo poder se fundan la tierra y el gobierno de toda España».75 Su hermana, la infanta Elvira, hace una donación a Santiago, en 1087, hallándose en trance de muerte: «a vos, el apóstol Santiago, mi señor invictísimo y triunfador glorioso». En 1170, el rey Fernando II promete dotar la iglesia de Mérida, dependiente de la sede de Compostela, tan pronto como sea reconquistada, y continuar así las mercedes concedidas por los reyes sus antepasados al Apóstol, «con cuya protección confiamos vencer a los moros». Alfonso el Sabio (m. 1284) ruega en su testamento a Santiago, «que es nuestro señor y nuestro padre, cuyos Alfonsos somos» .
Sería inútil allegar más testimonios de la conexión vital en que tanto León como Castilla se hallaban con el Apóstol, el adorado en Santiago desde el siglo IX no sólo como una devota reliquia, sino como una fuerza que orientaba la política de los reinos cristianos. Para aquellos monarcas «non erat potestas nisi a Jacobo», y en él se fundaban la fuerza, el prestigio y la esperanza del reino.
Hemos perdido la clave que permita entender tan extraña forma de religiosidad y lo contradictorio de sus motivos. Se adoraba el cuerpo de un compañero del Señor con tal entusiasmo, que el discípulo dejaba en penumbra la suave doctrina del Maestro. Comprendemos cómo el cristianismo español de la Edad Media fuese más fecundo en guerras santas, propaganda y taumaturgia, que en reflexiones reposadas y en emoción mística. En el ámbito de tal religiosidad quedaba escaso lugar para un San Bernardo, un San Francisco, un Santo Tomás, o un Roger Bacon. Los santos de España con dimensión internacional, serán: Santo Domingo de Guzmán, en el siglo XIII, y San Vicente Ferrer, en el XV; martillos de herejes y de infieles que anuncian el San Ignacio del siglo XVI -sea dicho sin disminución de la magnitud de sus figuras, sin las cuales la historia de Europa no habría sido como fue. La actividad reflexiva y técnica continuó siendo tarea de las otras dos castas.
El Santiago español es inseparable del sostenido anhelo de quienes buscaron y hallaron en él apoyo y sentido para su existencia; es inseparable de las vidas de quienes vivieron su creencia, una fe defensiva, labrada y reforjada continuamente por la misma necesidad de aferrarse a ella. Tan bien lo sintieron los moros de al-Andalus, que cuando Almanzor, en la cima de su poderío, juzgó necesario dar el golpe de gracia a la cristiandad del Norte, arrasó y dispersó las comunidades religiosas de León y Castilla, y al fin, destruyó el templo del Apóstol (997) ; he ahí la contraprueba de que los musulmanes consideraban a Santiago como un rival de su Mahoma. No se respetó sino el área estricta de la sagrada reliquia, porque el musulmán sabía que la virtud de lo sagrado no terminaba en los límites de su religión. Como trofeo hizo trasladar a Córdoba las campanas del santuario, a hombros de cautivos, para que, convertidas en lámparas, iluminaran la gran mezquita de Córdoba. El estrago causado por el rayo del Islam acrecentó la fe en la santa reliquia, tan santa, que ni el mismo Almanzor había logrado destruirla.
La creencia difusa e inconexa en Santiago, antiquísima aunque no valorada por la Iglesia visigoda, según antes vimos, adquirió volumen y estructura como una fe opuesta y, en cierto modo, similar a la musulmana. No podemos resolverla en una conseja piadosa como Guadalupe, el Pilar de Zaragoza, Montserrat y tantas otras. Santiago fue un credo afirmativo lanzado contra la muslemía, bajo cuya protección se ganaban batallas que nada tenían de ilusorias. Su nombre se convirtió en grito nacional de guerra, opuesto al de los sarracenos.
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CÓMO FUE IMAGINADA Y SENTIDA LA PRESENCIA DEL APÓSTOL y CONSECUENCIAS BÉLICAS Y POLÍTICAS
Américo Castro
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Santiago en la Mezquita de Córdoba