Enterramiento en cista típico de la primera fase de la cultura de El Argar, final del Bronce Antiguo. Autor foto: N. Åberg – Åberg, N. (1921): «La Civilisation Enéolitique dans la Pénninsule Ibérique», Uppsala. Akademiska bokhandeln i kommission. Dominio Público.
Una cista (del griego: κίστη, cofre o caja) es un monumento megalítico funerario individual, de pequeñas dimensiones.
Básicamente está formada por cuatro piedras planas o lajas, colocadas verticalmente formando un rectángulo. Sobre ellas solía colocarse otra piedra horizontal a modo de tapa. En el interior se depositaban los difuntos, generalmente en posición fetal. Se han encontrado cistas en Europa y en Oriente Medio.
En ocasiones es difícil determinar si un monumento es un dolmen pequeño o una cista. El criterio que suele seguirse en tales casos es el tamaño: generalmente se considera cista cuando su superficie no supera el metro cuadrado.
Las cistas aparecen la mayor parte de las veces asociadas a otras formaciones megalíticas, por ejemplo en el centro de túmulos (lo que a veces origina discusión sobre si es dolmen o cista), en el centro de un crómlech (rodeando los restos mortuorios), en el interior de cuevas sepulcrales, etc. En general su conservación es mala, y suele faltar la tapa e incluso alguna de las losas laterales.
La Edad del Bronce es el período de la historia en el que se desarrolló la metalurgia de este metal, resultado de la aleación de cobre con estaño. El término, que acuñó en 1820 el arqueólogo danés Christian Jürgensen Thomsen para clasificar en tres edades las colecciones de la Comisión Real para la Conservación de las Antigüedades de Copenhague, abarca un período entre aproximadamente el 3300 y el 1200 a. C., pero esta cronología solo tiene valor en el Próximo Oriente y Europa, puesto que a la metalurgia se llegó a través de procesos distintos en las diferentes regiones del mundo. Su estudio se divide en Bronce Antiguo, Bronce Medio y Bronce Final. Aunque, generalmente, al bronce suele precederle una Edad del Cobre y seguirle una Edad del Hierro, esto no siempre fue así: en el África subsahariana, por ejemplo, se desarrolló la metalurgia del hierro sin pasar por las del cobre y bronce. (1)
La Edad de Bronce es un periodo fundamental en la historia de la humanidad que marca el tránsito entre la Prehistoria y la Historia en muchas regiones del mundo. Se caracteriza por el uso generalizado del bronce, una aleación de cobre y estaño, que permitió la fabricación de herramientas, armas y objetos decorativos más resistentes y eficaces que los de piedra o cobre puro. Este avance tecnológico tuvo profundas repercusiones en el desarrollo de las sociedades humanas: se intensificaron las actividades agrícolas, se incrementaron los intercambios comerciales y surgieron las primeras grandes civilizaciones urbanas.
Durante esta etapa, que comenzó hacia el 3300 a. C. en el Cercano Oriente y se extendió de forma desigual en el tiempo y el espacio, florecieron culturas tan notables como la sumeria en Mesopotamia, la civilización minoica en Creta, la cultura del valle del Indo y el Antiguo Egipto en su fase más esplendorosa. Las sociedades se volvieron más jerarquizadas, surgieron formas complejas de organización política y se consolidaron estructuras de poder ligadas al control de los metales y la tierra. También aparecen los primeros sistemas de escritura, como el cuneiforme y los jeroglíficos, lo que supone un cambio radical en la capacidad de registro, comunicación y administración de estas culturas.
En Europa, la Edad de Bronce se manifestó a través de una gran diversidad de culturas regionales, como la de los Millares en la península ibérica, los nurágicos en Cerdeña o los pueblos del Danubio. Aunque menos centralizadas que las civilizaciones del Próximo Oriente, estas sociedades también mostraron avances técnicos, sociales y artísticos notables. La Edad de Bronce fue, en definitiva, una época de transformaciones profundas que sentó las bases para el posterior desarrollo de la Edad del Hierro y la consolidación de las civilizaciones clásicas.
Mapa de la difusión metalúrgica durante el Bronce Antiguo. Las zonas oscuras son las más antiguas.
La tecnología relacionada con el bronce fue desarrollada en el Próximo Oriente a finales del IV milenio a. C., (2) fechándose en Asia Menor antes del 3000 a. C.; en la antigua Grecia se comenzó a utilizar a mediados del III milenio a. C.; en Asia Central el bronce se conocía alrededor del 2000 a. C., en Afganistán, Turkmenistán e Irán, aunque en China no comenzó a usarse hasta 1800 a. C., adoptándolo la dinastía Shang.
Contextualizando la Edad del Bronce
La metalurgia del bronce fue, al igual que pasó con la del cobre (véase Calcolítico), una innovación más entre todas las que se produjeron en tales períodos. La gran diferencia es que la primera se desarrolló en contextos desprovistos de minerales, mientras que la segunda lo había hecho en regiones ricas en yacimientos de cobre.
La división tripartita de la Edad de los Metales prima el cambio tecnológico por encima de los de tipo social o económico, al contrario de lo que sucede con el Neolítico. Ello está basado en el supuesto de que la metalurgia provoca la transformación de las sociedades que la utilizan, generando una intensificación del comercio a larga distancia, una cierta especialización laboral y el aumento de la diferenciación social.
Tal innovación es fácilmente reconocible en el registro arqueológico, pero es de menor importancia para la aparición de las primeras civilizaciones urbanas que, por ejemplo, el desarrollo de los símbolos pictográficos e ideográficos que formarían las protoescrituras iniciales. Los jeroglíficos en Egipto, el cuneiforme en Sumeria o el lineal A (todavía sin descifrar) en Creta, convirtieron en una realidad la comunicación escrita de los incipientes estados. Y con la escritura la región entró en la Historia.
La Edad del Bronce es claramente histórica en buena parte del Próximo Oriente, (3) pero, al no haber ningún tipo de ruptura entre las sociedades prehistóricas e históricas de esta parte del mundo, en este artículo se incluye también una síntesis de los procesos que se dieron en ella.
Edad del Bronce en Mesopotamia
Fue en Sumeria donde comenzó a usarse el bronce a finales del IV milenio a. C. Esta región es considerada frecuentemente como la cuna de la civilización, (4) ya que (basándonos en los datos actuales) en ella se produjo la intensificación agrícola, se desarrolló el primer sistema de escritura, se inventó el torno cerámico, se establecieron los fundamentos de la astronomía y las matemáticas, se crearon gobiernos centralizados y códigos legislativos, apareció la estratificación social, el esclavismo y la guerra organizada. Todo lo cual llevó a la formación de las primeras ciudades estado conocidas, que después se convertirían en reinos más extensos y desembocaron finalmente en imperios.
Las grandes ciudades de Mesopotamia acogían varias decenas de millares de personas y estaban gobernadas por un rey-sacerdote, máximo representante del dios local y dueño de todas las tierras. El templo era su centro neurálgico, donde se concentraba el poder religioso, político y económico. La sociedad estaba jerarquizada en clases bien diferenciadas: sacerdotes, funcionarios, artesanos, campesinos y esclavos. La centralización administrativa, facilitada por la escritura, permitía la gestión de los recursos a largo plazo y la planificación de grandes obras. Se utilizaba un calendario de doce meses, el día se dividía en 24 horas y el círculo en 360 grados. (5).
Uruk fue la ciudad sumeria más grande conocida en la transición del IV al III milenio a. C., con una superficie de 5,5 km² y varios templos de carácter monumental, entre los que destacaba el dedicado al dios An y a la diosa Inanna. Conocían ya la rueda, el arado, la navegación, el sello cilíndrico y la escritura. (6).
Posteriormente prevaleció, durante siglo y medio, el Imperio acadio. Tras su caída se produjo un renacimiento sumerio durante el cual la III dinastía de Ur tuvo un papel dominante. Los soberanos de Ur fueron considerados reyes de las cuatro regiones, creando un potente aparato burocrático que controlaba los tributos de todas las provincias y ciudades sometidas. Durante esta época se levantó el enorme zigurat de Ur. (7).
Babilonia la reemplazaría durante el Bronce final. La referencia más antigua sobre Babilonia procede de una tableta datada en el siglo XXIII a. C., correspondiente al reinado de Sargón I de Acad. En el siglo XVIII a. C., durante el reinado de Hammurabi, Babilonia alcanzó su máximo esplendor: utilizando la fuerza y la diplomacia extendió sus dominios a toda Mesopotamia, que administró de manera centralizada mediante una compleja burocracia y un completo código legislativo (Código de Hammurabi). (8). Para esta época, la lengua de uso oficial era el acadio, de origen semítico, mientras que el idioma sumerio se usaba ya solo para ritos religiosos y actividades científicas. Babilonia jugó un papel fundamental como centro cultural durante todo el Bronce y el Hierro inicial, continuando así incluso cuando cayó bajo dominio externo.
Edad del Bronce en el Próximo Oriente
Del Levante mediterráneo destacaron dos ciudades-estado cuya economía fue básicamente comercial: Ebla y Ugarit. La primera, situada en el norte de la actual Siria, es famosa por las veinte mil tablillas cuneiformes halladas en un palacio de los siglos XXV-XX a. C. escritas en eblaíta y en sumerio. Su desarrollo estuvo ligado al comercio con Mesopotamia, aspecto en el que rivalizó militarmente con Mari. Fue destruida por los acadios durante el siglo XXIII a. C., pero resurgió de sus cenizas viviendo un nuevo período de esplendor entre los siglos XIX-XVII a. C.
Aunque de Ugarit hay evidencias neolíticas, la primera fecha datable de su existencia es fruto de sus contactos con Egipto: un abalorio de cornalina identificado con el faraón Sesostris I, el segundo de la dinastía XII (1956-1911 a. C.). La ciudad portuaria de Ugarit mantuvo estrechos lazos comerciales no solo con Egipto, sino también con Siria, Anatolia y Chipre (denominada por entonces Alasiya).
A partir del siglo XVIII a. C. Anatolia vio surgir el imperio hitita, que tenía su capital en el norte de la península, en Hattusa. Hacia el siglo XIV a. C. llegó a su clímax, abarcando todo el centro anatólico, el sudoeste de Siria hasta Ugarit y la alta Mesopotamia. Simultáneamente, las confederaciones de Arzawa y Assuwa reunieron, respectivamente, a una serie de reinos anatólicos del sur y del oeste que, a lo largo de todo el período, unas veces se enfrentaron y otras fueron reducidos a vasallaje por los hititas. A su vez, Mitani fue un estado que ocupó el sudeste de Anatolia y el norte de Siria entre el 1500-1300 a. C., estableciendo alianzas alternativas con sus principales rivales, Egipto y los hititas, aunque fue sometido a vasallaje finalmente por los asirios.
El Mediterráneo oriental se convirtió en una importante vía de comunicación y comercio entre Anatolia, Siria-Palestina, Egipto y el mar Egeo. Así lo atestiguan la relevancia de ciudades costeras como Ugarit o Biblos y pecios como los de Ulum Burum y Gelidonya (sur de la actual Turquía), datados hacia el Bronce final. La primera embarcación, de 17 m de longitud, contenía varias toneladas de lingotes metálicos y en la segunda, de 10 m, se halló cerca de una tonelada de lingotes, productos ya acabados como hachas o punzones y abundantes herramientas de herrero, lo que hace suponer que se trataba de una especie de taller flotante. (9).
Durante la Edad del Bronce, el Próximo Oriente se consolidó como un núcleo dinámico de civilización, comercio y cultura, donde florecieron importantes ciudades-estado y grandes imperios que dejaron una profunda huella en la historia de la humanidad. En el Levante mediterráneo, dos ciudades destacaron especialmente por su orientación comercial: Ebla y Ugarit. Ebla, situada en el norte de la actual Siria, alcanzó una gran prosperidad entre los siglos XXV y XX a. C., gracias a su intensa actividad comercial con Mesopotamia. En sus palacios se han descubierto más de veinte mil tablillas cuneiformes escritas en eblaíta y sumerio, un hallazgo excepcional que ha permitido conocer no solo aspectos administrativos y diplomáticos, sino también detalles sobre la lengua, la cultura y la organización de la ciudad. Ebla rivalizó militarmente con otras potencias regionales como Mari, pero fue destruida por los acadios en el siglo XXIII a. C. No obstante, logró resurgir y vivir una nueva etapa de esplendor entre los siglos XIX y XVII a. C., confirmando su capacidad de recuperación y su importancia estratégica.
Ugarit, también en la actual Siria, sobresalió como un gran centro portuario y comercial. Aunque hay restos neolíticos en la zona, la primera evidencia arqueológica fehaciente de su existencia corresponde a un abalorio de cornalina vinculado con el faraón Sesostris I de Egipto, lo que revela contactos diplomáticos y comerciales desde fechas muy tempranas, en torno a los siglos XX-XX a. C. Ugarit mantuvo estrechos vínculos con Egipto, Siria, Anatolia y Chipre —llamada entonces Alasiya—, y su puerto se convirtió en uno de los más activos del Mediterráneo oriental. Además de su papel comercial, Ugarit ha legado un sistema de escritura alfabética propio, uno de los más antiguos conocidos, que supuso un gran avance en la historia de la escritura.
En Anatolia, el panorama político y militar se transformó radicalmente con la aparición del Imperio hitita a partir del siglo XVIII a. C., con capital en Hattusa, en el norte de la península. Este imperio alcanzó su apogeo en el siglo XIV a. C., dominando extensas regiones del centro de Anatolia, el sudoeste de Siria —incluida Ugarit— y partes de la alta Mesopotamia. En este contexto, surgieron también las confederaciones de Arzawa y Assuwa, que agruparon a varios reinos del sur y del oeste de Anatolia. Estas entidades políticas mantuvieron una relación ambigua con los hititas: a veces aliadas, otras veces enfrentadas, con frecuencia convertidas en estados vasallos. Paralelamente, el reino de Mitani se consolidó en el sudeste de Anatolia y el norte de Siria entre los siglos XV y XIII a. C., siendo un actor importante en el equilibrio de poder de la región. Mitani estableció alianzas estratégicas con Egipto y los hititas, pero acabó bajo el dominio de los asirios, que comenzaban entonces su expansión imperial.
El Mediterráneo oriental se convirtió en un auténtico eje de comunicación y comercio, enlazando Anatolia, Siria-Palestina, Egipto y el mundo egeo. Ciudades costeras como Ugarit o Biblos desempeñaron un papel esencial en esta red de intercambios, facilitando el tránsito de metales, productos manufacturados y bienes de lujo. Prueba de esta intensa actividad marítima son los pecios descubiertos en Uluburun y Gelidonya, frente a las costas del sur de Turquía. El pecio de Uluburun, una embarcación de unos 17 metros de eslora, transportaba una carga extraordinaria que incluía varias toneladas de lingotes de cobre y estaño, marfil, joyas, cerámica y objetos exóticos procedentes de distintas regiones del Mediterráneo y del Cercano Oriente. El pecio de Gelidonya, algo más pequeño, contenía una tonelada de lingotes y numerosos productos acabados como hachas, punzones y herramientas de herrero, lo que sugiere que podría tratarse de un verdadero taller flotante. Estos hallazgos confirman el dinamismo económico y tecnológico del Bronce final, así como el papel clave del mar como vía de conexión entre las culturas de la época.
Edad del Bronce en África
En el Antiguo Egipto el bronce comenzó a usarse durante el Protodinástico, hacia el 3150 a. C., aunque nunca llegó a sustituir del todo a la piedra como elemento básico para la fabricación de artefactos (debido a la escasez de materia prima). (10). Poco tiempo después, sobre el 3100 a. C., se produjo la unificación del Alto y el Bajo Egipto, dando comienzo la Época Tinita que comprende la I y II dinastías. La capital se trasladó de Nejen (Alto Egipto) a una nueva ciudad, Menfis, edificada en los límites entre el Norte y el Sur. Fue en esta época arcaica cuando se adoptaron los símbolos y se establecieron los mecanismos administrativos que se reprodujeron como una constante a lo largo de toda la historia egipcia.
El Magreb recibió algunas influencias de los grupos culturales del Bronce europeo, como lo demuestran los hallazgos relacionados con las tradiciones del vaso campaniforme encontrados en Marruecos. A pesar de ello, la región no produjo su propia metalurgia hasta la colonización fenicia (hacia el 1100 a. C.).
El África subsahariana, como se ha dicho más arriba, permaneció ligada a las formas de vida neolíticas hasta que se desarrolló la metalurgia del hierro en la cuenca del río Níger (sin pasar por las del cobre y bronce). Una excepción subsahariana consiste en los hallazgos —decorativos, no funcionales— de las excavaciones de Thurstan Shaw en los yacimientos de Igbo Ukwo, Igbo Richard, e Igbo Isaiah en Nigeria en 1959; donde halló multitud de bronces (collares, cráneos y figuras de leopardo, rostros escarificados, entre muchas otras) elaborados en su mayoría con la técnica de la cera perdida. Tales obras se dataron más o menos hacia el siglo IX o X d. C.
El desarrollo de la Edad del Bronce en África presenta una notable diversidad regional que refleja las particularidades geográficas, culturales y económicas del continente. En el valle del Nilo, el Antiguo Egipto fue uno de los primeros y más avanzados focos de civilización, donde el uso del bronce se introdujo desde el periodo Protodinástico, hacia el 3150 a. C. Aunque el bronce fue empleado en la fabricación de herramientas, armas y objetos rituales, nunca desplazó completamente a la piedra, en parte por la escasez de estaño, un componente esencial para la aleación. Esta limitación de recursos llevó a los egipcios a mantener técnicas mixtas y a importar metales mediante una extensa red comercial que conectaba el Nilo con Asia y otras partes de África. Poco después, hacia el 3100 a. C., tuvo lugar la unificación del Alto y el Bajo Egipto bajo el primer faraón histórico, Narmer, lo que marcó el inicio de la Época Tinita. Durante este periodo se establecieron las bases del aparato administrativo, simbólico y religioso que caracterizarían al Estado egipcio durante más de tres mil años. La fundación de Menfis como nueva capital a orillas del delta consolidó el poder centralizado y favoreció el control territorial y económico del reino.
En el norte de África, particularmente en el Magreb, los contactos con las culturas europeas del Bronce dejaron una huella perceptible, especialmente a través de la difusión del vaso campaniforme, cuyos restos han sido hallados en varias zonas de Marruecos. Sin embargo, estos intercambios no generaron un desarrollo autónomo de la metalurgia en la región. La producción local de metales no se consolidó hasta el establecimiento de colonias fenicias en la costa mediterránea, hacia el 1100 a. C., lo que permitió una mayor integración del Magreb en las redes comerciales del Mediterráneo occidental y propició la introducción sistemática de nuevas técnicas y materiales.
Más allá del Sahara, el África subsahariana siguió un camino distinto en la evolución tecnológica. A diferencia de otras regiones del mundo, no se produjo una Edad del Bronce propiamente dicha. Las comunidades de esta vasta región continuaron practicando formas de vida neolíticas basadas en la agricultura, la ganadería y la alfarería, hasta la aparición de la metalurgia del hierro, que se desarrolló de manera independiente en la cuenca del río Níger. Este fenómeno singular ha sido objeto de numerosos estudios, ya que evidencia que las sociedades subsaharianas accedieron directamente a una etapa tecnológica avanzada sin pasar por la metalurgia del cobre o el bronce.
Una excepción notable a este patrón general se encuentra en los impresionantes hallazgos de Igbo-Ukwu, en el sureste de Nigeria, donde en 1959 el arqueólogo Thurstan Shaw descubrió un conjunto excepcional de objetos de bronce datados entre los siglos IX y X d. C. Estas piezas, en su mayoría de carácter ritual o decorativo, incluyen collares, figuras de animales, máscaras, rostros humanos con escarificaciones y diversos objetos de culto, todos elaborados con una extraordinaria maestría mediante la técnica de la cera perdida. Estos hallazgos no solo demuestran un conocimiento avanzado de la fundición y el modelado del metal, sino también una sofisticada cultura artística vinculada a sistemas de creencias complejos. Aunque cronológicamente se sitúan mucho después del periodo clásico de la Edad del Bronce, constituyen un ejemplo singular de cómo la tradición metalúrgica africana desarrolló caminos propios, paralelos pero no necesariamente dependientes de las cronologías establecidas en otras regiones del mundo.
Edad del Bronce en Europa
Bronce Antiguo en el Egeo
Hacia la mitad del III milenio a. C. en el ámbito del mar Egeo se detecta una clara continuidad con el período anterior, el Calcolítico o Edad del Cobre. La población ocupaba promontorios costeros y elevaciones rocosas, en asentamientos que ya existían anteriormente, aunque, debido al continuado aumento demográfico fueron fundados otros nuevos, algunos de los cuales llegaron a alcanzar grandes dimensiones, con sólidos bastiones y fortificaciones.
El estudio del Egeo se ha subdividido tradicionalmente en tres zonas bien diferenciadas, pero interrelacionadas entre sí:
La red de intercambios calcolítica siguió propiciando el desarrollo conjunto de toda la región egea. Se mejoraron las técnicas constructivas navales, lo que permitió aumentar las capacidades de carga y la autonomía de los viajes. Estas mejoras condujeron a la colonización de islas con pocos recursos y a la creación de emporia, en los cuales la riqueza acumulada provocó la aparición de grupos privilegiados que la acapararon para su disfrute y perpetuación como tales. Así, una serie de ciudades-estado independientes comenzaron a imponer sus reglas del juego a las comunidades agrarias periféricas, esquema que se mantuvo durante el posterior desarrollo clásico del Egeo. Sobre el 2500-2400 a. C., muchos asentamientos fueron destruidos por incendios, tras los cuales, solo los de Creta consiguieron mantener su nivel de complejidad anterior, mientras los centros cicládicos y continentales comenzaron a estar supeditados cada vez más a los minoicos. (11).
Durante el Bronce Antiguo en el ámbito del mar Egeo, se observa una evolución sostenida a partir del legado calcolítico, con una intensificación de la vida comunitaria y una creciente complejidad social. Las comunidades seguían ocupando lugares estratégicos, como promontorios y elevaciones cercanas a la costa, lo que facilitaba el control de las rutas marítimas y el acceso a recursos pesqueros, además de ofrecer cierta protección defensiva. A medida que el crecimiento demográfico impulsaba la expansión territorial, surgieron nuevos núcleos de población, algunos de los cuales evolucionaron en verdaderas proto-ciudades, protegidas por sistemas defensivos cada vez más elaborados, que revelan no solo la necesidad de seguridad, sino también la consolidación de élites capaces de organizar el trabajo colectivo y gestionar recursos.
La tradicional división del estudio del Egeo en tres zonas interrelacionadas —las Cícladas, Creta y la Grecia continental— permite comprender mejor la dinámica regional. En las islas Cícladas se desarrolló una cultura refinada, destacada por su producción artística en mármol, especialmente las célebres figuras cicládicas de estilo abstracto, así como por una cerámica bien elaborada y una activa participación en las redes de intercambio marítimo. En Creta, la cultura minoica empezó a perfilarse como una de las más avanzadas del mundo egeo, con un modelo de organización social y económica que prefiguraba la complejidad palaciega del Bronce Medio. En la Grecia continental, por su parte, comenzaban a formarse los cimientos de lo que más tarde sería la civilización micénica, aunque en esta etapa inicial su desarrollo era más modesto en comparación con Creta.
La mejora de las técnicas navales fue un factor decisivo en la transformación del Egeo. Las embarcaciones aumentaron su capacidad de carga, permitiendo viajes más largos y eficientes, lo que facilitó la colonización de islas menores y de áreas antes marginales. Estos avances tecnológicos fomentaron la creación de centros comerciales o emporia, donde se acumulaban productos de lujo, metales y bienes manufacturados. La concentración de riqueza favoreció la aparición de jerarquías sociales cada vez más marcadas, con élites que controlaban el comercio, los recursos y las redes de distribución. Esta dinámica contribuyó al surgimiento de un modelo de ciudades-estado autónomas, donde el poder se ejercía desde núcleos urbanos que imponían su influencia sobre las comunidades rurales del entorno, fenómeno que anticipa las formas políticas de la Grecia clásica.
Hacia finales del Bronce Antiguo, entre los años 2500 y 2400 a. C., muchos asentamientos egeos fueron afectados por una ola de destrucciones, probablemente vinculadas a conflictos internos, rivalidades entre centros emergentes o tensiones derivadas de la competencia por los recursos. Tras estos episodios, Creta logró mantener su nivel de organización y sofisticación, consolidándose como el principal foco de poder en el Egeo. En cambio, las culturas de las Cícladas y de la Grecia continental comenzaron a entrar en una etapa de subordinación respecto al modelo minoico, que se convertiría en la referencia dominante del Bronce Medio. Este desplazamiento del eje de poder hacia Creta marca el inicio de una nueva fase cultural, en la que los palacios minoicos se erigieron como centros de administración, culto y producción, articulando una sociedad altamente estructurada que alcanzaría su apogeo en los siglos siguientes.
La civilización minoica hundía sus raíces en el Neolítico preindoeuropeo. Su economía era mixta, agraria y comercial, basada en los cereales, la arboricultura (olivo y vid) y una ganadería de ovicaprinos. Sus divinidades eran mayoritariamente femeninas y no se han encontrado estructuras defensivas en sus asentamientos; ambos datos nos indican que se trataba de una sociedad poco beligerante. Asimismo, la ausencia de defensas y la abundancia de elementos religiosos en los palacios ha llevado a interpretarlos como monasterios-capital, en los cuales conviviría el poder religioso y el secular. Es una de las primeras culturas europeas con evidencias de escritura: pictogramas similares a los egipcios (pero sin descifrar) en estos primeros momentos. (12)
Hay principalmente dos tipos de tumbas en Creta:
Tumbas de planta rectilínea.
Tumbas de planta circular.
Aparecen también los tholoi, que son construcciones de planta circular, cubiertas por una bóveda o una falsa cúpula. Mientras, en las islas Cícladas se usaban cistas con forma trapezoidal, con inhumación individual y en Grecia continental, el rito funerario consistía en la inhumación colectiva en tumbas de cámara.
En el Egeo se estableció un área de intenso comercio con el metal de Chipre, donde existían minas de cobre; el estaño se traía incluso de las islas británicas. Según algunos autores, hasta el 2300 a. C. no se consiguió en Creta producir verdadero bronce, la aleación del cobre con el estaño. (13) Con respecto a la cerámica, en las islas Cícladas predominaban las decoraciones impresas e incisas, mientras que en Grecia continental la cerámica llevaba un engobe rojo y en Creta la decoración más frecuente era la pintada.
El tránsito entre el Calcolítico y el Bronce se manifiesta a través de unos signos de crisis que se producen durante la segunda mitad del III milenio a. C. y que son, entre otros:
Abandono de asentamientos (con finales violentos en algunos casos) y construcción de otros nuevos. (14). Los Millares entraron en clara decadencia, recluyéndose su ya pequeña población en la parte más alta de la fortificación. Ver: Calcolítico en la península Ibérica.
Sustitución de los enterramientos colectivos por otros individuales, que pasaron a situarse en el interior de los poblados.
Aumento de la riqueza y de la diferenciación social.
El Bronce antiguo (2250-1900 a. C.) se constata inicialmente en el sureste peninsular: Almería, Murcia, altiplano de Granada y alto Guadalquivir, áreas en las que comienza a desarrollarse la denominada cultura argárica, una de las que alcanzaron mayor relevancia en Europa durante la Edad del Bronce. Los asentamientos argáricos se emplazaban normalmente en lugares estratégicos y de fácil defensa, lo cual hacía poco necesarias las estructuras defensivas, aunque también se han encontrado poblados en llanos. La producción de cada poblado estaba especializada y, así, se han excavado explotaciones mineras, agropecuarias y poblados orientados hacia la metalurgia, siendo muy homogéneos los artefactos cerámicos y metalúrgicos en todo el territorio argárico.
Mapa del Bronce medio ibérico (c. 1500 a. C.) mostrando las culturas más significativas, los dos asentamientos principales y la ubicación de las minas de estaño.
El Bronce Antiguo en la península ibérica constituye una etapa de transición clave entre las sociedades calcolíticas y las complejas culturas de la Edad del Bronce Medio, caracterizada por una progresiva consolidación de formas de vida sedentarias, un incremento en la jerarquización social y una intensificación en el uso de tecnologías metalúrgicas, especialmente del cobre. Durante este periodo, que se extiende aproximadamente entre el 2200 y el 1500 a. C., se observa una notable diversidad regional, con desarrollos diferenciados en el suroeste, el sureste y la Meseta, aunque todos ellos comparten ciertos rasgos comunes, como la aparición de estructuras defensivas, enterramientos colectivos en cuevas o tumbas megalíticas reutilizadas y una economía mixta basada en la agricultura, la ganadería y el aprovechamiento de recursos mineros.
En el sureste peninsular, el llamado grupo de El Argar marca el inicio de una cultura con rasgos urbanos, asentamientos planificados, una estructura social claramente estratificada y una metalurgia del bronce en pleno desarrollo, aunque esta región alcanzará su madurez cultural en la fase del Bronce Pleno. En el suroeste, por su parte, perviven tradiciones megalíticas del Calcolítico tardío, pero se constata también una reorganización del poblamiento y un aumento de la actividad metalúrgica, impulsada por la riqueza en minerales como el cobre y el estaño. En la Meseta y otras zonas del interior, las comunidades mantuvieron formas de vida más igualitarias, con poblados pequeños y dispersos, aunque comenzaron a adoptar algunas innovaciones tecnológicas y sociales procedentes de las zonas más dinámicas del sur.
El Bronce Antiguo ibérico no puede entenderse de forma aislada, sino en relación con los procesos de contacto e intercambio que unían a la península con el resto de Europa occidental, el norte de África y el Mediterráneo. La circulación de objetos de prestigio, como puñales, alabardas o vasos campaniformes, así como la difusión de ciertas prácticas funerarias, pone de manifiesto la existencia de redes amplias de interacción que favorecieron la transformación progresiva de las sociedades locales. Lejos de representar un periodo de estancamiento, el Bronce Antiguo fue una etapa de profundas transformaciones estructurales que sentaron las bases para el desarrollo de las primeras entidades protoestatales en el sur peninsular y para el surgimiento de culturas regionales cada vez más definidas y complejas.
Hachas de bronce depositadas en el Museo Arqueológico de Asturias. Foto: Barcex . CC BY-SA 3.0.
Todo ello prueba la existencia de un alto grado de especialización laboral y de una compleja organización de la distribución de la producción, unidas a un acceso desigual a la riqueza, constatado en los ajuares funerarios. Estos, durante el Argar A, aparecen en enterramientos individuales en covachas o cistas rectangulares excavadas en el piso de las mismas viviendas y presentan una gran diversidad tanto cuantitativa como cualitativa, lo que ha permitido establecer la existencia de varias clases sociales y de asentamientos que funcionarían como centros directivos (El Argar, por ejemplo). (15).
Cista de Herrerías. Mina Iberia (Las Herrerías) Bronce Antiguo. Museo Arqueológico Nacional. ANAGSPC – Own work. CC BY-SA 4.0.
La utilización del vaso campaniforme como objeto de lujo y ligado al mundo funerario perdura durante estos momentos iniciales del Bronce aunque su uso es más frecuente en el norte que en el sur de la península.
En La Mancha destacó la denominada cultura de las Motillas, contemporánea del mundo argárico y cuya particularidad diferenciadora fue la construcción de fortalezas formadas por una torre central rodeada de lienzos amurallados concéntricos. (16) Estas construcciones estaban situadas siempre cerca de acuíferos, dedicadas a la explotación intensiva de los cereales de secano y con una importante ganadería. En ellas se han encontrado abundantes objetos de marfil, pero escasos artefactos metálicos, que suelen ser de cobre. Los enterramientos se efectuaban en el interior del recinto y no denotan estratificación social.
Copa argárica en terracota procedente del sureste de la península ibérica. II milenio a. C. (Bronce Pleno). Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0. Museo Arqueológico Nacional.
Cultura del vaso campaniforme
Se conoce con el nombre de cultura del vaso campaniforme la cultura arqueológica prehistórica asociada al Calcolítico y al período inicial de la Edad del Bronce en Europa Occidental. Su cronología e interpretación son controvertidas, habiendo generado al respecto abundante literatura. Gracias a la revisión sistemática de los datos proporcionados por el radiocarbono en vasos campaniformes de toda Europa, se ha podido establecer que los más antiguos serían los encontrados en el área del bajo Tajo (Portugal), con una cronología que iría del 2900 al 2500 a. C. Según otros autores, su aparición se situaría, en cambio, sobre el 2400 a. C., desapareciendo hacia el 1800 a. C.
Su nombre es la consecuencia de las especiales características de estas vasijas (en arqueología denominadas vasos) con forma de campana invertida y profusamente decoradas que se han encontrado, generalmente en contextos funerarios, en buena parte de Europa: por casi toda la península ibérica, en islas del Mediterráneo occidental, en la Francia mediterránea y atlántica, Gran Bretaña e Irlanda, los Países Bajos y parte de Europa Central.
Su presencia está relacionada con la difusión de la metalurgia del cobre por Europa occidental, hasta el punto de haberse convertido en fósil director de esta expansión.
La cultura del vaso campaniforme representa uno de los fenómenos más complejos y debatidos de la prehistoria europea, no solo por su amplia distribución geográfica, sino también por las múltiples interpretaciones sobre su origen, expansión y naturaleza social. Aunque tradicionalmente se ha asociado a la introducción y expansión de la metalurgia del cobre en Europa occidental, los estudios más recientes destacan su carácter híbrido, que combina elementos locales con influencias externas, dando lugar a una red de comunidades que compartían ciertos rasgos materiales pero que mantenían prácticas culturales diversas.
La forma característica de sus vasos, con perfiles acampanados, decoración incisa y ejecución cuidada, ha permitido su identificación en numerosos contextos arqueológicos, en especial en enterramientos individuales bajo túmulo o en fosas, lo que ha llevado a interpretar esta cultura como promotora de un modelo funerario diferenciado, más vinculado al prestigio personal y al reconocimiento de estatus que a las estructuras colectivas del megalitismo anterior. Esta transformación en las prácticas funerarias refleja, probablemente, un cambio profundo en la organización social, con el surgimiento de individuos o linajes destacados en el seno de sociedades aún esencialmente tribales.
En la península ibérica, especialmente en el occidente y suroeste, los hallazgos campaniformes son abundantes y variados, lo que refuerza la hipótesis de que esta región pudo haber sido un foco originario o, al menos, un área clave en la gestación del fenómeno. A diferencia de otros territorios donde el vaso campaniforme parece ser un elemento cultural superpuesto, en Iberia se integró de forma orgánica en tradiciones locales, coexistiendo con prácticas propias del Calcolítico, como las relacionadas con el mundo de Los Millares, y anticipando transformaciones que se consolidarían durante la Edad del Bronce.
Además de su función funeraria, el repertorio campaniforme incluye también objetos de prestigio como puntas de flecha, botones, brazaletes de arquero o alabardas, que acompañaban a los individuos inhumados, probablemente como símbolo de su posición dentro del grupo. La estandarización y difusión de estos objetos, así como la presencia de materiales exóticos o ajenos al entorno inmediato, indican la existencia de contactos a larga distancia y redes de intercambio que favorecieron la circulación de bienes, tecnologías e ideas entre regiones muy alejadas entre sí.
Más que una cultura homogénea, el fenómeno campaniforme se entiende hoy como una interacción dinámica de comunidades que, sin perder su identidad regional, compartieron ciertas formas simbólicas y materiales que respondían a un lenguaje común de prestigio, movilidad y transformación social en el umbral entre el Calcolítico y el Bronce Antiguo. Su estudio continúa siendo esencial para comprender el surgimiento de sociedades más complejas en la Europa prehistórica y el papel que desempeñaron los contactos transregionales en este proceso.
La base arqueológica del horizonte campaniforme queda definida por la aparición de dichos vasos cerámicos acampanados, bien manufacturados, de color rojo o marrón-rojizo, decorados profusamente con bandas horizontales incisas (grabadas) o impresas, con temas geométricos, rayados, ajedrezados, etc. Los vasos más tempranos han sido descritos como de estilo internacional, que incluiría los grupos Marítimo y AOO (all over ornamented: completamente ornamentado y encordado), denominado así porque han sido hallados en todas las regiones mencionadas más arriba, mientras que los estilos posteriores se enmarcan en distintos desarrollos regionales. Aunque aparecen usualmente en contextos funerarios, también se los encuentra en ámbitos domésticos. Otras piezas de cerámica asociadas (que formarían parte de auténticos “servicios”) se constatan sólo en determinados grupos locales.
Asociados al vaso suelen encontrarse en las tumbas otros objetos, de manera tan frecuente que han sido adscritos como característicos del fenómeno campaniforme: puñales de lengüeta, puntas de flecha tipo Palmela, joyas de oro (diademas), brazaletes de arquero y botones de hueso con perforación en “v”. Todo ello siempre en contextos funerarios masculinos.
No solamente existían diferencias en el ajuar funerario sino también en la colocación de los cadáveres: mientras que los hombres se colocaban sobre su lado izquierdo con la cabeza orientada hacia el norte, las mujeres yacían sobre el derecho con la cabeza dirigida al sur.
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González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert (1992). Arqueología de Europa, 2250-1200 a. C. Una introducción a la Edad del Bronce (primera edición). Madrid: Editorial Síntesis. p. 60. ISBN 84-7738-128-3.
La punta de Palmela es un tipo de herramienta metálica de la prehistoria. Estas puntas se caracterizan por tener una hoja plana y generalmente ovalada, aunque también se pueden encontrar de forma circular, romboidal e incluso con aletas. Poseen un pedúnculo estrecho y apuntado de longitud variable, lo cual es una característica distintiva de esta tipología de puntas.
El nombre de «punta de Palmela» proviene de un yacimiento arqueológico situado en la localidad de Palmela, cerca de Lisboa (Portugal), donde se encontraron los primeros ejemplares de este tipo de puntas metálicas. Sin embargo, su dispersión es común en toda la península ibérica, lo que indica que su uso y producción se extendió ampliamente en la región.
Estas puntas metálicas son típicas de los ajuares campaniformes, que corresponden a un período de transición entre finales de la Edad del Cobre y la Edad del Bronce. Formaban parte de la panoplia de los guerreros de esa época y eran más comunes en contextos funerarios, especialmente en la Meseta Norte y en los primeros momentos de la Edad del Bronce. Desde finales del III milenio a. C. hasta finales de la Edad del Bronce, las puntas de Palmela coexistieron con las puntas de sílex.
Estas puntas se elaboraban a partir de planchas de cobre, un mineral presente en la naturaleza de forma natural. El proceso de fabricación implicaba el martilleo y, a veces, la aplicación de calor para ablandar el metal y dar forma a las planchas que luego se recortaban para convertirlas en puntas. Algunas de estas puntas contenían arsénico, lo que facilitaba el laminado del metal durante su producción. La función exacta de las puntas de Palmela sigue siendo objeto de debate entre los estudiosos. Algunos consideran que eran puntas de flecha, aunque su peso elevado indica que es más probable que se utilizaran como puntas de lanza o jabalinas para la caza o como armas en combate. Además, coexistían con las puntas de sílex, que eran de menor tamaño y se utilizaban para la fabricación de flechas.
Puntas de Palmela procedentes de un enterramiento encontrado en Fuente-Olmedo (Valladolid). Laci3 – Trabajo propio. CC0.
Vaso campaniforme de Ciempozuelos, arcilla negra, pulimentado con una capa de barro fino y decorado con motivos geométricos incisos rellenos de pasta blanca; en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid). Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0.
Cronología del Vaso Campaniforme
Gracias a la revisión sistemática de los datos proporcionados por el radiocarbono en vasos campaniformes de toda Europa, se ha podido establecer que los más antiguos serían los encontrados en el área del Bajo Tajo, en Portugal, en yacimientos como Zambujal y Vila Nova de São Pedro, con una cronología que va del 2900 al 2500 a. C., algo más antigua que los de Andalucía, que estarían entre el 2500 y el 2200 a. C.
En cuanto al final, conviene situarlo sobre el 1700 a. C., pues existen interferencias entre campaniformes y grupos del Bronce antiguo, como El Argar, Bronce Manchego, Wessex, etc. No se reconocen perpetuaciones más tardías como alguna vez se pretendió para el grupo de Ciempozuelos.
Decoración
Con respecto a la decoración, el complejo campaniforme puede clasificarse en varios grupos:
Campaniforme marítimo: ofrece decoración puntillada, agrupada en bandas estrechas horizontales que alternan con otras de similar anchura lisas, sin decoración. Frecuentemente presentan un engobe rojo brillante que recuerda a la cerámica “a la Almagra”, perteneciente al grupo del neolítico andaluz. La dispersión de los campaniformes marítimos es costera, lo que justifica el nombre. Tiene su origen en el estuario del río Tajo, hacia el 2900 a. C.
Campaniforme cordado: su decoración se consigue por aplicación de cuerdas sobre la cerámica, que dejan series de improntas horizontales en la superficie todavía fresca del vaso de arcilla. Su origen parece estar relacionado con el complejo cultural «cerámica cordada/hacha de combate», denominado así por las cerámicas decoradas con la ayuda de una cuerda y por las hachas de combate perforadas de piedra que se encuentran juntas en tumbas individuales en las llanuras del norte de Europa, en un período comprendido entre el 2500 y el 1900 o 1800 a. C.
Campaniforme marítimo-cordado o mixto: tiene aspecto muy similar al marítimo, con decoración de bandas puntilladas pero delimitadas por bandas encordadas. Se trata claramente de una simbiosis entre ambas decoraciones.
Estilo bohemio: esta variedad de la cultura del vaso campaniforme en el centro de Europa presenta decoraciones metopadas. Se ha buscado su antecedente en la cultura de Vucedol, grupo tardoneolítico que se encontraba en los montes Cárpatos. En esta cultura, la metopa es uno de los motivos decorativos más frecuentes.
Campaniforme inciso: por regla general, esta técnica decorativa es tardía, pero su presencia no es signo de modernidad. En la península ibérica es posterior a la puntillada y su máximo exponente corresponde al grupo de Ciempozuelos, en el que los vasos aparecen decorados con anchas bandas horizontales incisas y separadas por otras sin decoración
(Cronología del 2900 al 2500 a. C., desapareciendo en 1800 a.C).
El marco geográfico comprende casi media Europa: desde la península ibérica e Irlanda hasta el río Vístula, y desde Dinamarca y el sur de Escandinavia hasta Sicilia y el norte de África, aunque estos límites parece que están siendo ampliados últimamente.
Hace unos años esta vasta área se valoró como un horizonte cultural homogéneo. Ahora se tiende a acentuar el comportamiento particular de los distintos grupos y sus desarrollos regionales. Las cerámicas no eran iguales en todos estas zonas, sino que, al contrario, conformaron una serie de estilos muy diversos con una característica común morfológica. También hoy se duda de que las tumbas individuales (aunque prevalezcan) sean un rasgo distintivo del área cultural campaniforme. Cabría distinguir entonces, con Harrison, tres grandes provincias que se comportan con cierta homogeneidad:
Meridional: abarca la península ibérica, Sicilia-Cerdeña, el Midí francés y el norte de África, con piezas marítimas y sus derivados tardíos. En este ámbito, tales tipologías aparecen en el interior de los enterramientos megalíticos colectivos, sin mostrar mayor aislamiento, con otros elementos del ajuar que no cabría considerar, en principio, campaniformes.
Occidental: presenta vasos AOO, aunque se encuentran también marítimos y sus derivados. Comprende los Países Bajos, Francia atlántica y las islas británicas.
Oriental: que comprende los cursos altos del Rhin, Elba y Oder, más la cuenca del Danubio, aguas arriba de Budapest. En esta zona aparecen los estilos incisos y metopados.
Vaso campaniforme en la Península ibérica
En la península ibérica el fenómeno campaniforme define la fase final del Calcolítico local y los siglos iniciales de la Edad del Bronce. Menos algunas excepciones notables, la mayor parte de los enterramientos campaniformes se encuentran en las regiones costeras o cerca de estas. En cuanto a los asentamientos y monumentos en el contexto ibérico, esta cerámica se encuentra generalmente en asociación con materiales calcolíticos locales y aparece muchas veces de forma «intrusiva», ya que son del III milenio y suelen encontrarse en monumentos funerarios cuyos orígenes se pueden remontar al IV o V milenios a. C. El campaniforme ha sido tan determinante para establecer las cronologías del sur y suroeste peninsulares que su ausencia o presencia son el fundamento de la división en dos fases de los grupos de Los Millares y Vila Nova. (Ver: Calcolítico en la peninsula iberica.)
En la península ibérica son más frecuentes los campaniformes marítimos que los cordados y los mixtos. Aquellos han sido considerados “antiguos” y aparecen a partir del 2900 a. C. en el estuario del río Tajo. Entre los campaniformes posteriores o “avanzados” se podrían distinguir cuatro grupos:
Todos ellos fueron bien definidos por Alberto del Castillo en 1928 y cuentan con una serie de rasgos comunes:
Tumbas individuales en cista, fosa, cueva o intrusión dolménica.
Un utillaje común, muy reiterativo, con puñales de lengüeta, puntas palmela, leznas biapuntadas de cobre, adornos de oro (como diademas de fina chapa, pocas veces decoradas), botones de hueso con perforación en “v”, etc.
La cerámica, con distintos estilos, es el elemento diferenciador principal. Ello no obstaculiza vínculos entre los grupos de Salamó y Ciempozuelos e igualmente entre Palmela y Carmona.
Tienen un desarrollo cronológico entre el 2000 y el 1700 a. C. aproximadamente.
El vaso campaniforme en la península ibérica representa una manifestación particularmente rica y compleja del fenómeno campaniforme europeo. Su presencia marca la fase final del Calcolítico y los comienzos de la Edad del Bronce, constituyéndose como un elemento clave para la comprensión de los procesos sociales, económicos y culturales de este periodo. A diferencia de otras regiones de Europa, donde su aparición puede interpretarse como una superposición cultural, en la península ibérica el campaniforme se integra frecuentemente en contextos locales previos, especialmente en ámbitos funerarios, donde se encuentra asociado a materiales del Calcolítico regional. Esta cerámica aparece a menudo en tumbas colectivas o monumentos megalíticos construidos siglos antes, lo que sugiere una reutilización de espacios rituales antiguos por comunidades que adoptaron los nuevos códigos simbólicos y sociales representados por el campaniforme.
Su distribución geográfica revela una clara preferencia por las zonas litorales o próximas a la costa, desde el estuario del Tajo hasta el bajo Guadalquivir y las tierras catalanas, lo que indica una posible relación entre este fenómeno y las rutas marítimas y comerciales del occidente europeo. A nivel tipológico, se observa una predominancia de los vasos campaniformes del tipo marítimo, considerados los más antiguos en el contexto ibérico, con presencia atestiguada desde el 2900 a. C. en el área del bajo Tajo. A medida que avanza el tiempo, el fenómeno campaniforme ibérico se diversifica, dando lugar a una serie de variantes regionales bien definidas que conservan una base material común pero que desarrollan estilos cerámicos propios.
Entre los grupos más representativos del campaniforme avanzado destacan Palmela, localizado en el estuario del Tajo; Ciempozuelos, en la Meseta sur; Carmona, en el Bajo Guadalquivir; y Cueva Fonda de Salomó, en Tarragona. Todos ellos comparten una serie de elementos comunes, como el uso de tumbas individuales en cistas, fosas o cuevas, muchas veces insertadas en estructuras funerarias más antiguas. El utillaje asociado a estos contextos incluye piezas de cobre como puñales de lengüeta, puntas Palmela o leznas biapuntadas, así como objetos de adorno en oro —como diademas de lámina fina— y botones de hueso con perforación en «v», todos ellos considerados indicadores de prestigio y posiblemente de diferenciación social.
La cerámica, sin embargo, es el principal marcador distintivo entre estos grupos, ya que cada uno desarrolló motivos decorativos y técnicas particulares, aunque sin perder ciertos vínculos estilísticos y funcionales que apuntan a una raíz común. Las conexiones entre los grupos de Ciempozuelos y Salomó, por un lado, y los de Palmela y Carmona, por otro, indican que más allá de las diferencias regionales existía una cierta comunicación cultural entre estas comunidades. Cronológicamente, estas manifestaciones se sitúan entre los años 2000 y 1700 a. C., etapa que precede al desarrollo pleno del Bronce Antiguo en la península.
En conjunto, el fenómeno campaniforme en la península ibérica revela una profunda transformación en las prácticas funerarias, las relaciones sociales y los sistemas de producción y distribución de objetos. Su estudio no solo permite establecer secuencias cronológicas precisas, sino también entender los mecanismos de interacción entre distintas regiones y el surgimiento de formas sociales más jerarquizadas, que prefiguran los modelos culturales del Bronce Pleno.
El grupo de Palmela se extiende por el estuario del Tajo y la Estremadura portuguesa y corresponde a la regionalización de los campaniformes marítimos. Los vasos decorados responden a cuencos hemisféricos y anchas copas, que se documentan en Carmona, además de vasos, todos ellos decorados con líneas puntilladas al principio e incisas después, bien sean horizontales, verticales u oblicuas, obtenidas mediante peine.
Predominan los hallazgos funerarios (enterramientos intrusivos en cuevas artificiales, como la de Palmela), pero también se documentan en poblados como los de Vila Nova de São Pedro y Zambujal. La excavación reciente de un hábitat en Malhadas ha demostrado la importancia de la metalurgia del cobre en esta cultura del comienzo del II milenio a. C.
El grupo Ciempozuelos se extendió por los valles del Duero y del Tajo. La mayor parte de los hallazgos proceden de los enterramientos, que eran por inhumación en fosas individuales, a veces utilizaban viejos dólmenes, como el salmantino de Aldeavieja de Tormes.
El ajuar cerámico está formado por un equipo normalizado en el que aparece el vaso inciso y con incrustaciones de pasta blanca y pseudopintura, juntamente con una cazuela y un cuenco de iguales características. Este equipo corriente se acompaña de otros elementos como son: el puñal de lengüeta, la punta de flecha palmela, etc. Como ejemplos están la necrópolis de Ciempozuelos, las tumbas de yacimiento arqueológico de «La Peña» (Villabuena del Puente, Zamora) y Fuente-Olmedo (Valladolid). La tumba de Fuente-Olmedo contaba con un puñal de lengüeta, once puntas palmela, una diadema de oro, un brazal de arquero, una punta de sílex y el equipo cerámico. Es uno de los enterramientos más ricos de la cultura del vaso campaniforme europea. Parece que la aristocracia renuncia a enterrarse junto al resto de la población y, como los nobles de la Edad Media, hacían gala de su poder con unos signos tan inequívocos como el oro y las armas. El difunto era un varón de unos 18 años, por lo que parece que tenía una autoridad heredada. Para la tumba de Fuente-Olmedo se tiene una fecha de carbono 14 que se cifra en el 1650 a. C., que se considera algo corta considerando el estado actual de la cuestión. Hoy se piensa que el grupo de Ciempozuelos se desarrolló entre el 2150 y el 1650, es decir, a lo largo de cinco siglos.
Cazuela del conjunto de Ciempozuelos. Realizada en arcilla negra, pulimentada con una capa de barro fino y decorada con motivos geométricos incisos rellenos de pasta blanca. Luis García. CC BY-SA 3.0.
El grupo de Carmona presenta decoraciones parecidas a las de Palmela. Se extiende por el Bajo Guadalquivir y casi todos los hallazgos corresponden a confusos enterramientos en fosa o cueva. En Andalucía oriental y especialmente en el Cerro de la Virgen de Orce (Granada) se documentan cabañas circulares de adobe vinculadas a la cultura del vaso campaniforme. Se han encontrado allí vasos incisos y decorados con peine, emparentados con el grupo Ciempozuelos. También hay copas anchas.
En La Algaba (Sevilla), que muestra un ambiente cultural esencialmente campaniforme, el tipo de plato de borde almendrado y de pestaña vertical, aparece junto a cerámicas decoradas según técnica y estilo campaniforme. Las cerámicas de este yacimiento han aparecido ocasionalmente, con motivo de la remoción de tierras para la obtención de gravas bajo el yacimiento.
Este yacimiento ha corrido la misma suerte que otros sevillanos, como el del Cerro Macareno y Valencina de la Concepción. Constituyen ejemplos modélicos de destrucción rápida de un yacimiento arqueológico. El Cerro Macareno y el poblado de La Algaba han sido demolidos casi totalmente para la explotación de gravas, con gran intensidad desde 1970. La Algaba ha proporcionado numerosos fragmentos campaniformes, cerámicas de comienzos del Bronce y otros del Bronce final. Por desgracia, lo que podía haber sido un yacimiento de extraordinaria importancia para la explicación de la Edad del Bronce sevillana, hoy es desnudo testigo, representado por unas cuantas cerámicas recogidas por nosotros de sus despojos.
Cueva Fonda de Salomó
El grupo de Salomó se caracteriza por cerámicas decoradas abigarradamente con incisiones, seudoescisiones u hoyos impresos.
Deriva de los estilos que los investigadores franceses denominan pirenaicos. Los yacimientos-tipo más frecuentes son los hábitats en cueva, aunque se conozcan igualmente determinados enterramientos en el interior de cavidades.
El Vaso Campaniforme. Europa Central
El vaso campaniforme en Europa Central constituye una expresión singular y dinámica dentro del complejo panorama del Calcolítico europeo, caracterizada por su papel como vector de innovación tecnológica, símbolo de prestigio social y elemento articulador de redes de intercambio a larga distancia. Su expansión por el centro de Europa, desde el entorno del Rin, el Danubio y la región alpina hasta Bohemia, Moravia y Polonia, muestra una notable adaptación a contextos culturales diversos, lo que ha llevado a los investigadores a considerar el campaniforme más como un fenómeno de interacción cultural que como una cultura homogénea y cerrada.
En Europa Central, el vaso campaniforme se superpone parcialmente a tradiciones anteriores como la cultura de los vasos de embudo o la cultura de la cerámica cordada, absorbiendo algunos de sus elementos e integrándolos en nuevas formas simbólicas y sociales. Los contextos funerarios son especialmente reveladores, ya que los vasos campaniformes suelen aparecer en enterramientos individuales acompañados de un ajuar estandarizado, que incluye puñales metálicos, brazaletes de arquero, puntas de flecha y botones perforados en «v». Este tipo de inhumaciones sugiere una progresiva individualización del ritual funerario y la emergencia de jerarquías sociales centradas en el prestigio personal y el control de bienes exóticos o tecnológicos, como el metal y los productos de larga distancia.
La región danubiana y las cuencas del Rin y el Elba desempeñaron un papel estratégico como corredores de comunicación entre el Mediterráneo occidental y las llanuras del norte de Europa. En estas áreas, la cultura del vaso campaniforme actuó como catalizador del desarrollo de la metalurgia del cobre, así como de innovaciones en la organización social y territorial. Lejos de tratarse de una simple adopción material, el fenómeno campaniforme se inscribe en una lógica de transformación profunda, en la que las élites emergentes utilizaron símbolos compartidos —como la cerámica decorada, los objetos de prestigio y ciertos gestos funerarios— para legitimarse, diferenciarse y consolidar su posición dentro de comunidades en proceso de cambio.
La variedad de estilos cerámicos, como el campaniforme cordado o el acanalado, refleja tanto la diversidad regional como la capacidad de estas comunidades para adaptar un mismo lenguaje simbólico a tradiciones locales distintas. Esta flexibilidad cultural permitió al campaniforme convertirse en un fenómeno panregional sin necesidad de imponer una uniformidad absoluta. Su desarrollo entre aproximadamente 2500 y 1800 a. C. se enmarca dentro de un periodo de acelerada movilidad humana, según han confirmado los estudios de ADN antiguo y análisis isotópicos, lo que refuerza la hipótesis de una Europa Central profundamente conectada y en proceso de transformación hacia estructuras sociales más complejas, propias del umbral entre la Prehistoria reciente y la Edad del Bronce.
En su estudio a gran escala sobre las dataciones radiocarbónicas campaniformes, J. Müller y S. Willingen establecieron que en Europa Central tales vasos aparecieron a partir del 2500 a. C. (Ver: J. Muller y S. van Willigen: «New radiocarbon evidence for European Bell Beakers and the consequences for the diffusion of the Bell Beaker Phenomenon» (págs. 59-75), en Franco Nicolis (ed.): Bell beakers today: pottery, people, culture, symbols in prehistoric Europe, 2001.).
Los yacimientos campaniformes son poco conocidos todavía y resultan difícilmente identificables para los arqueólogos. La alfarería doméstica campaniforme no tiene precedentes en Bohemia y el sur de Alemania, mostrando que no hay relación con la cerámica cordada local de la Edad del Cobre final, ni tampoco con otros complejos del área, siendo considerada como algo completamente nuevo. Algunos asentamientos enlazaban el sur germano con el grupo campaniforme del este europeo, donde hay muchos vestigios de asentamientos, especialmente en Moravia y Hungría. Las relaciones con los grupos campaniformes occidentales y con las culturas contemporáneas de los Cárpatos fue mucho menor.
Recientemente, materiales relacionados con el fenómeno campaniforme han sido descubiertos en un área geográfica de la que, hasta ahora, estaban ausentes, área que iría desde el mar Báltico hasta el Adriático y el Jónico, incluyendo países como Bielorrusia, Polonia, Rumanía, Serbia, Montenegro, Croacia, Albania e, incluso, Grecia.
Los yacimientos del sur de Alemania y este de Europa muestran evidencias de una economía mixta agrícola y ganadera. Indicadores tales como piedras de molino y husos de telar hallados en ellos prueban el carácter sedentario de estos pueblos, así como la durabilidad de sus poblados. Máxime cuando algunos enterramientos infantiles muy bien dotados parecen indicar que existían posiciones sociales heredadas, mostrándonos una sociedad compleja. Aunque el análisis de los ajuares funerarios, del tamaño y la profundidad de las fosas de enterramiento, o de su posición dentro del cementerio, no ha conducido a ninguna conclusión clara sobre las divisiones sociales.
Vaso de precipitados de la cultura Campaniforme del campo Logabirum en Leer (Frisia Oriental). Izquierda: Copa con pie adjunto, Derecha: Copa con base retraída. Lugar de almacenamiento: Museo de Historia Local de Leer. Hartmann Linge – Own work. CC BY-SA 3.0.
Durante este período, la parte norte de la Alemania meridional estaba focalizada hacia la región del Rin, que perteneció al grupo campaniforme occidental, mientras que su parte sur ocupó el sistema fluvial del Danubio, que perteneció al homogéneo grupo oriental que se solapaba con el de la cerámica cordada y otros grupos del Neolítico final y la temprana Edad del Bronce. No obstante, la Alemania meridional muestra por sí misma algunos desarrollos independientes. Aunque hay una evolución paralela con el resto del campaniforme, en el sur alemán se desarrollaron decoraciones de metopa, de sellos y técnicas de grabación de surcos que no aparecen en Austria ni en Hungría; tampoco hay vasos con asas.
Tal y como lo confirman las series antropológicas campaniformes de Moravia y Alemania, estos grupos influyeron en la formación de la cultura de Gáta-Wieselburg, en la franja oeste de la cuenca carpática. Por otro lado y de acuerdo con la evidencia antropológica, la conclusión resultante es que los vasos campaniformes se impusieron en la parte sur de Alemania con unas tipologías más establecidas ya que en la zona este de Europa.
Vaso campaniforme datado entre los años 2200-1800 a.C procedente del yacimiento de la Sima de la Pedrera de Benicull-Polinyá de Xúquer. Fondos del Museo de Prehistoria de Valencia, Comunidad valenciana, España.Falconaumanni – Own work. CC BY-SA 3.0.
Gran Bretaña. El vaso campaniforme
El complejo campaniforme llegó a Gran Bretaña alrededor del 2475 a. C.-2315 a. C.,declinando su uso a partir del 2200-2100 a. C. con la emergencia de los denominados food vessels (vasijas para comer) y las urnas cinerarias, desapareciendo hacia el 1700 a. C. El campaniforme británico inicial era similar al del Rin, pero los estilos finales eran más parecidos a los de Irlanda. Debido a que la mayoría de los hallazgos de este período corresponden a contextos funerarios, siendo muy raros los entornos domésticos, resulta muy difícil extraer conclusiones acerca de la mayoría de los aspectos sociales.
Se supone que el único elemento de exportación de este momento fue el estaño, que, probablemente, se extraía de los arroyos de Cornualles y Devon, en forma de guijarros de casiterita, y comerciado en bruto, sin refinar. Se usó para convertir el cobre en bronce desde el 2200 a. C.
El yacimiento más conocido de esta época es Stonehenge, cuya arquitectura neolítica fue llevada al clímax. (Ver: Megalitismo). En ese momento, multitud de túmulos lo rodeaban y un número inusual de «ricos» enterramientos pueden ser encontrados en las cercanías, como el del arquero de Amesbury. Otro yacimiento de especial interés es Ferriby, en el estuario del Humber, donde han sido recuperados los botes de madera más antiguos de Europa occidental.
La llegada del vaso campaniforme a Gran Bretaña representó una transformación significativa en las prácticas funerarias, los contactos transregionales y la organización social de las comunidades del tercer milenio antes de nuestra era. Aunque su aparición se sitúa entre 2475 y 2315 a. C., su impacto fue relativamente breve en el tiempo, con una declinación progresiva a partir de 2200 a. C., coincidiendo con la adopción de nuevos estilos cerámicos como los food vessels y las urnas cinerarias. Esta evolución indica un cambio en los hábitos culturales y posiblemente en las estructuras sociales, reflejando una transición desde modelos heredados del Neolítico hacia formas más propias de la Edad del Bronce.
El campaniforme británico muestra una evolución estilística que permite rastrear sus conexiones con otros ámbitos europeos. Al principio guarda estrechas similitudes con el estilo del Rin, lo que sugiere una vía de introducción continental a través del norte de Europa. Sin embargo, en su fase final, la cerámica adopta rasgos más próximos a los del campaniforme irlandés, lo que podría reflejar procesos de hibridación cultural o redes de interacción establecidas entre las islas británicas. El predominio de estos vasos en contextos funerarios, en detrimento de los asentamientos domésticos, plantea dificultades para conocer en profundidad la vida cotidiana, aunque refuerza su papel como símbolo de prestigio y diferenciación social.
Uno de los aspectos más destacados del campaniforme en Gran Bretaña es su vinculación con la explotación y el comercio del estaño. Este metal, fundamental para la producción de bronce, comenzó a extraerse de manera sistemática en zonas como Cornualles y Devon, donde se recogía en forma de casiterita aluvial. Aunque no existen evidencias claras de su refinamiento local, se presume que estos recursos fueron exportados en bruto a otras regiones europeas donde se fundían para producir bronce. Esta actividad minera incipiente no solo reforzó el papel estratégico de Gran Bretaña en las redes de intercambio atlánticas, sino que también pudo contribuir a la formación de élites locales asociadas al control de estos recursos.
El entorno de Stonehenge se convierte en un símbolo de la complejidad cultural de este periodo. Si bien el monumento tiene raíces claramente neolíticas, su uso y reconfiguración durante el periodo campaniforme lo integran dentro de un paisaje funerario de gran significado simbólico. El hallazgo de numerosos túmulos y enterramientos ricos en sus inmediaciones, como el célebre arquero de Amesbury, indica la existencia de individuos con un estatus social elevado, posiblemente vinculados a las nuevas dinámicas de poder que trajo consigo el campaniforme. Este individuo, enterrado con objetos de prestigio como brazaletes de arquero, puntas de flecha y herramientas metálicas, es interpretado como un posible migrante del continente, lo que apoya la hipótesis de flujos humanos hacia las islas británicas en este periodo.
El yacimiento de Ferriby, con sus embarcaciones de madera cuidadosamente construidas, añade una dimensión esencial al panorama cultural de la época. Estas naves, consideradas las más antiguas de Europa occidental, no solo confirman el dominio de la navegación en aguas interiores y costeras, sino que también subrayan la capacidad técnica de estas comunidades y su papel en las rutas de intercambio. En conjunto, el campaniforme en Gran Bretaña no solo representa una revolución simbólica en las prácticas funerarias, sino también un punto de inflexión en la integración de las islas en el mundo atlántico de la Edad del Bronce temprana.
La interpretación de la cultura arqueológica campaniforme ha variado sensiblemente a lo largo del siglo XX. Muchas de las teorías formuladas acerca de sus orígenes y su difusión han sido discutidas posteriormente. La «cultura del vaso campaniforme» ha sido sugerida como candidata para una temprana cultura indo-europea, más concretamente, para unas ancestrales culturas proto-céltica, proto-itálica o italo-céltica. (Ver: M. Almagro-Gorbea: «La lengua de los celtas y otros pueblos indoeuropeos de la península ibérica» (pág. 95), en M. Almagro-Gorbea, M. Mariné, y J. R. Álvarez-Sanchís (eds.): Celtas y vettones, pág. 115-121. Ávila: Diputación Provincial de Ávila, 2001.).
En 1958 Gordon Childe la definió como el resultado de la expansión por toda Europa de una casta guerrera y comerciante de procedencia poco clara, visión que se mantuvo durante un cuarto de siglo. Este misterioso origen fue atribuido por distintos investigadores a lugares tan diversos como el estuario del Tajo, el valle del Guadalquivir, la cuenca central del Rin, Bohemia, etc. En 1961 Sangmeister formuló su teoría del flujo-reflujo, según la cual los primeros vasos campaniformes procederían de la península ibérica, pero luego serían transformados en ciertas regiones, desde donde se retornarían vasos estilísticamente renovados al foco original. (Ver: González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert. Arqueología de Europa, 2250-1200 a. C. Una introducción a la Edad del Bronce. pp. 32-33.).
La interpretación de la cultura del vaso campaniforme ha sido objeto de un intenso debate académico, reflejo de su complejidad y de la amplia distribución geográfica del fenómeno. Más que una cultura unificada en el sentido tradicional, el campaniforme ha sido entendido progresivamente como una red de interacción que conectaba comunidades distantes mediante símbolos materiales compartidos, tecnologías comunes y ciertas prácticas sociales y funerarias similares. Esta visión supera las primeras teorías difusionistas que buscaban un origen único y una expansión lineal, apostando en cambio por un modelo en el que la identidad campaniforme se construye en la interacción entre grupos locales y dinámicas transregionales.
La idea de vincular el fenómeno campaniforme con la expansión de pueblos indoeuropeos, especialmente con posibles culturas proto-célticas o italo-célticas, continúa generando interés, aunque debe manejarse con cautela debido a la dificultad de correlacionar directamente evidencias arqueológicas con lenguas prehistóricas. No obstante, la presencia de materiales campaniformes en zonas donde posteriormente florecieron lenguas indoeuropeas, así como los movimientos de población documentados por estudios genéticos recientes, refuerzan la posibilidad de que este fenómeno haya estado asociado a importantes transformaciones demográficas y culturales en Europa occidental y central.
La visión de Gordon Childe, que consideraba el campaniforme como una manifestación de una élite guerrera y comerciante de gran movilidad, fue relevante en su tiempo al destacar el papel de las relaciones sociales y económicas en su difusión. Aunque hoy se reconoce que el fenómeno no se limita a una élite homogénea, el componente de prestigio asociado a los objetos campaniformes y su frecuente presencia en contextos funerarios individuales apuntan efectivamente a procesos de diferenciación social, movilidad y circulación de bienes.
La teoría del flujo-reflujo formulada por Sangmeister supuso un avance al reconocer la complejidad del fenómeno como algo no unidireccional, sino marcado por idas y vueltas, transformaciones locales e influencias recíprocas. Este enfoque encuentra apoyo en la variabilidad estilística del vaso campaniforme, que si bien mantiene una morfología general, presenta una amplia diversidad decorativa y técnica, lo que sugiere una continua reelaboración del estilo en función de contextos culturales concretos.
A ello se suma la creciente importancia de los estudios interdisciplinarios que combinan arqueología, genética, análisis isotópicos y lingüística histórica. Las investigaciones genómicas han revelado que la expansión del campaniforme en Europa coincidió con importantes movimientos de población, como la introducción de nuevos linajes genéticos en las islas británicas y en Europa central, lo que sugiere que, al menos en algunos casos, su difusión no fue solo cultural, sino también biológica.
En definitiva, el vaso campaniforme no debe interpretarse como una cultura cerrada ni como el producto de una única migración, sino como un fenómeno multicausal y multifocal, que refleja una etapa clave en la transformación de las sociedades europeas del tercer milenio antes de nuestra era. Su estudio sigue siendo esencial para comprender la consolidación de estructuras jerárquicas, el surgimiento de redes comerciales paneuropeas y la formación de nuevas identidades culturales en el umbral de la Edad del Bronce.
Bell Beaker artefacts, Spain.Junta de Castilla y León, Archivo Museo Numantino, Alejandro Plaza – Edited version of: File:Blell Beaker artefacts 1.jpg. CC BY-SA 4.0
Posteriormente, en 1974, se celebró el simposio de Oberried, en el que se destacaron dos conclusiones principales; la primera, tras haber sido aceptada durante décadas, ha sido refutada, mientras que la segunda conserva su vigencia:
Se valoró la cronología absoluta que permitió a Lanting y Van der Waals «demostrar» la anterioridad del estilo neerlandés (variedad encordada) respecto al marítimo, con lo que se afianzaba la idea de un origen de esta cerámica en el curso inferior del Rhin y se desacreditaba la idea de reflujo de Sangmeister. (Ver: J. N. Lanting, y J. D. van der Waals: «Beaker culture relations in the Lower Rhine Basin», en Lanting et al. (eds.): Glockenbechersimposion Oberried. Bussum-Haarlem: Uniehoek, n. v., 1976.).
Se denunció el planteamiento tradicional de “una cerámica, un pueblo, una cultura”. En este sentido es mérito de Clarke la idea de que el vaso campaniforme fue una cerámica de lujo, la cual, junto a las conocidas armas de cobre, los brazales de arquero, las joyas de oro (muy raramente en plata) y los botones con perforación “en v”, formaban parte de un “paquete de objetos de prestigio” difundido por procedimientos comerciales. Así, no habría existido una sola cultura campaniforme ni un solo ritual funerario campaniforme, sino muchas culturas con sus tumbas particulares, en las que aparece esta cerámica cuyo uso quedó restringido al de unas élites.
Cuenco campaniforme, parte de un conjunto hallado en Ciempozuelos (Madrid, España) del Museo Arqueológico Nacional de España (en Madrid). Realizado en arcilla negra, pulimentado con una capa de barro fino, y decorado con motivos geométricos incisos rellenos de pasta blanca. Fechable en la Edad del Bronce inicial (entre el 1970 y el 1470 a. C.; encontrado en 1894 como parte de un ajuar funerario. Foto: Luis García. CC BY-SA 3.0.
Siguiendo esta tendencia, en 1980 Harrison propuso un origen múltiple de los distintos estilos campaniformes, situando el marítimo en la península, y adjudicando su uso en exclusiva a los líderes comunitarios de los territorios donde se han encontrado.
Un reciente repaso de todas las fuentes disponibles acerca del sur de Alemania concluyó que el vaso campaniforme fue contemporáneo de la cerámica cordada en esta área, pero que apareció de manera completamente independiente de esta última, en contra de lo que Lanting y Van der Waals sostenían. Tal conclusión se apoya además en la revisión de las fechas del radiocarbono mencionada más arriba, que demostró que el vaso campaniforme era contemporáneo del encordelado pero que había aparecido en otra región de Europa, en Iberia.
Por los restos arqueológicos encontrados en ajuares funerarios, se ha podido constatar la existencia de Lúnulas hechas muchas veces de oro, que debían ser objetos decorativos de mujeres de alto rango social o económico. Se tiene constancia de que debía de ser una moda o costumbre puesto que se han encontrado en gran número. Por ejemplo la de la foto de abajo es una lúnula de oro encontrada en Llanllyfni (Wales), datada sobre el 2400-2000_BC.
Prehistoric goldware in the National Museum of Ireland, Kildare Street.Sailko – Own work. CC BY 3.0. Datación: Aprox. 2000 a.C.
La relativa unidad del vaso campaniforme en Europa en el tránsito del III al II milenio a. C. podría explicarse en el seno del clima de interacción comercial creado por unas élites ávidas de bienes de prestigio, entre los que se encontraba el vaso campaniforme. Se interpretaría como representativo de una moda, una vajilla de lujo usada por las élites europeas en ceremonias sociales en las que se asociaba a la bebida, empleada también en pactos políticos, transmisión de conocimientos, alianzas matrimoniales, etc. Se sabe que sirvió para beber cerveza o hidromiel, según el análisis de los posos de la pieza escocesa de Ashgrove. Pero también fue usado en algunos casos como un recipiente de reducción para fundir minerales de cobre; otros conservan restos orgánicos asociados con comidas e, incluso, algunos fueron empleados como urnas funerarias.
Referencias Cultura Vaso Campaniforme
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Este yacimiento ha corrido la misma suerte que otros sevillanos, como el del Cerro Macareno y Valencina de la Concepción. Constituyen ejemplos modélicos de destrucción rápida de un yacimiento arqueológico. El Cerro Macareno y el poblado de La Algaba han sido demolidos casi totalmente para la explotación de gravas, con gran intensidad desde 1970. La Algaba ha proporcionado numerosos fragmentos campaniformes, cerámicas de comienzos del Bronce y otros del Bronce final. Por desgracia, lo que podía haber sido un yacimiento de extraordinaria importancia para la explicación de la Edad del Bronce sevillana, hoy es desnudo testigo, representado por unas cuantas cerámicas recogidas por nosotros de sus despojos.
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En estas etapas iniciales el bronce se usaba poco, predominando todavía la metalurgia del cobre. La agricultura y la ganadería seguían siendo las bases económicas principales. La producción se incrementó con el uso del carro y del arado, lo que aumentó los excedentes. Gran parte del comercio se desarrollaba en canoas que remontaban los cursos fluviales y las costas, relacionando las regiones del norte de Europa con las mediterráneas. Los asentamientos solían ser de dos tipos, según su localización geográfica:
En el este y el sur, eran hábitats situados estratégicamente, a veces con sistemas defensivos.
En el oeste, eran poblados muy pequeños y sin defensas, posiblemente estacionales.
Durante el Bronce Antiguo en el resto de Europa, el desarrollo de las sociedades estuvo marcado por una continuidad respecto a etapas previas, aunque con cambios significativos en la organización social, las técnicas productivas y los contactos entre regiones. Aunque el bronce comenzaba a introducirse, especialmente en formas ornamentales y objetos de prestigio, la mayoría de los utensilios y armas seguían elaborándose en cobre, lo que demuestra que la transición hacia una plena Edad del Bronce fue gradual y desigual según las zonas. La disponibilidad de estaño, necesario para fabricar bronce, era limitada y su circulación estaba aún restringida a redes comerciales emergentes, lo que explica el uso todavía extendido del cobre como principal metal trabajado.
La base económica seguía asentada en una agricultura extensiva y una ganadería diversificada, pero la introducción del arado y del carro con ruedas aportó un notable aumento en la eficiencia productiva. Esto permitió generar excedentes agrícolas, condición clave para la diferenciación social y la aparición de élites locales que empezaban a controlar recursos, rutas de intercambio y bienes de prestigio. El carro también facilitó la movilidad terrestre, complementando una red de comunicación que hasta ese momento se basaba principalmente en la navegación fluvial y costera. Las canoas y embarcaciones de fondo plano eran fundamentales para conectar regiones distantes, como los valles del Rin, el Danubio y el Elba con áreas más meridionales del continente, favoreciendo el intercambio de metales, cerámica, alimentos y posiblemente ideas y creencias.
La organización del hábitat varió notablemente según las regiones. En Europa oriental y meridional se consolidaron asentamientos situados en lugares estratégicos, muchas veces sobre colinas, penínsulas o junto a cursos de agua, y en algunos casos comenzaron a levantarse estructuras defensivas, lo que indica una creciente preocupación por el control del territorio y la protección de recursos. Estos asentamientos muestran signos de una planificación más compleja, con diferenciación interna de espacios y evidencias de especialización en actividades productivas.
En el oeste y el norte de Europa, sin embargo, el panorama fue distinto. Los poblados eran por lo general de pequeñas dimensiones, con una ocupación posiblemente estacional, lo que sugiere una economía más orientada a la movilidad, tal vez con alternancia entre zonas de pastoreo y cultivo. La ausencia de fortificaciones en estas áreas podría reflejar una menor presión demográfica o una organización social más igualitaria, aunque también puede responder a la menor disponibilidad de recursos codiciados, como el metal o la tierra fértil.
En conjunto, el Bronce Antiguo en Europa revela una gran diversidad de formas de vida, pero también una tendencia hacia una mayor complejidad económica y social. La intensificación de los contactos a larga distancia, la mejora en los sistemas de producción y la aparición de liderazgos locales vinculados a los metales y al prestigio simbólico marcan el inicio de procesos que desembocarían, siglos más tarde, en las sociedades jerarquizadas y urbanizadas del Bronce Medio y Final.
Europa Central
El bronce fue introducido hacia el año (1800-1600 a. C.). Destacan dos grupos culturales: Unetice o Aunjetitz y Otomani.
Los grupos de Unetice abarcaban el área de la actual República Checa, Alemania centro-sur y oeste de Polonia. Basaban su economía en la cría de bueyes, caballos y cerdos, así como el cultivo de cereales. Explotaban minas de cobre, estaño y oro, y establecieron amplios contactos comerciales que abarcaron desde el Báltico hasta la Grecia micénica y las islas británicas. Vivían en aldeas situadas sobre colinas y rodeadas de empalizadas de madera. Practicaban la inhumación individual en fosas y cistas generalmente, pero también en tinajas o en túmulos.
Los grupos de Otomani se desarrollaron en los Balcanes, Hungría y Eslovaquia. Sus poblados presentan grandes fortificaciones y sus ajuares tienen una mayor proporción de armas que de útiles, lo cual les confiere un claro carácter guerrero. Parece que disponían de una gran movilidad, facilitada por el uso del caballo y el carro. El rito funerario era inicialmente de inhumación individual bajo túmulo.
La Europa Central durante el Bronce Antiguo y Medio se convirtió en uno de los focos más dinámicos del continente en cuanto a desarrollo social, tecnológico y económico. La introducción del bronce, entre aproximadamente 1800 y 1600 a. C., marcó un punto de inflexión que dio lugar al surgimiento de complejos culturales bien definidos, entre los cuales destacan los grupos de Unetice y Otomani. Ambos desempeñaron un papel central en la consolidación de redes comerciales, la organización jerárquica de las sociedades y la innovación en prácticas funerarias y constructivas.
La cultura de Unetice es uno de los referentes más relevantes del Bronce Antiguo europeo, extendiéndose por una amplia región que abarca la actual República Checa, el suroeste de Polonia y el centro de Alemania. Esta cultura se caracterizó por un notable dominio de la metalurgia, con la explotación sistemática de yacimientos de cobre, estaño y oro, elementos esenciales para la fabricación de bronce y la producción de objetos de prestigio como hachas, puñales, brazaletes o adornos metálicos. La economía de estas comunidades combinaba una agricultura cerealista bien desarrollada con la ganadería de bovinos, porcinos y caballos, lo que sugiere una sociedad autosuficiente pero al mismo tiempo conectada con circuitos comerciales de gran escala. Las evidencias arqueológicas revelan contactos que se extendían desde las costas del mar Báltico hasta la Grecia micénica, pasando por las islas británicas, lo que confirma su integración en una red paneuropea de intercambios.
Los asentamientos de Unetice, situados frecuentemente sobre elevaciones naturales y protegidos por empalizadas de madera, indican una preocupación tanto por la defensa como por el control del territorio. Las prácticas funerarias reflejan una clara estratificación social: las tumbas individuales, en cistas o fosas, se acompañaban de ajuares diferenciados, mientras que en algunos casos especiales se erigieron túmulos que parecen señalar la existencia de una élite local con capacidad de liderazgo y acumulación de bienes. El hallazgo de tumbas principescas como la de Leubingen pone de manifiesto esta tendencia hacia la centralización del poder y el prestigio.
Por su parte, los grupos Otomani desarrollaron una cultura singular en la cuenca de los Cárpatos, abarcando territorios de los actuales Balcanes, Hungría y Eslovaquia. A diferencia de Unetice, las comunidades otomani muestran un énfasis más marcado en el componente militar y defensivo. Sus asentamientos fortificados, a menudo situados sobre promontorios naturales y rodeados de murallas de tierra y piedra, reflejan una organización social centrada en la protección y el control de recursos estratégicos. El alto número de armas presentes en los ajuares funerarios, en comparación con los utensilios de uso cotidiano, sugiere un modelo de sociedad guerrera o al menos fuertemente militarizada.
El uso del caballo y del carro, evidenciado en los restos materiales y las representaciones iconográficas, habría otorgado a estos grupos una notable capacidad de desplazamiento y dominio territorial. Esta movilidad no solo facilitó el contacto con otras culturas vecinas, sino que también habría sido crucial para el control de rutas comerciales y zonas de extracción de metales. En cuanto a los rituales funerarios, predomina inicialmente la inhumación individual bajo túmulo, una práctica que refuerza la visibilidad social de los individuos enterrados, en especial aquellos que ocupaban posiciones destacadas dentro de la comunidad.
Ambos grupos, aunque diferentes en su configuración cultural, coinciden en ser ejemplos tempranos de sociedades jerárquicas con una economía diversificada y una marcada capacidad para organizar el trabajo, defender sus territorios y participar activamente en redes de intercambio de largo alcance. Su estudio permite comprender los procesos de transformación que condujeron desde las comunidades agrarias del Calcolítico hacia formas más complejas de organización social durante el desarrollo pleno de la Edad del Bronce en Europa.
Europa Atlántica
La Europa Atlántica, gracias a su abundancia en recursos minerales como el estaño, el cobre y el oro, desempeñó un papel fundamental en la configuración de las redes de intercambio y el desarrollo cultural durante la Edad del Bronce. Esta región no solo fue un área proveedora de materias primas estratégicas para la producción de bronce, sino también un espacio donde surgieron culturas complejas y socialmente jerarquizadas, como es el caso de la cultura de Wessex en el sur de Gran Bretaña y la cultura de los túmulos armoricanos en la región occidental de la actual Francia.
La cultura de Wessex, desarrollada entre el 1800 y el 1300 a. C., destaca por la riqueza de sus contextos funerarios y por su relación con una élite claramente establecida. Su nombre proviene de la región donde se concentra la mayoría de sus hallazgos, coincidente con el antiguo reino de Wessex y los actuales condados de Wiltshire, Dorset, Hampshire y Berkshire. Esta cultura es especialmente conocida por sus enterramientos monumentales, muchos de ellos en forma de túmulos funerarios de gran tamaño, en los que se han encontrado ajuares extraordinarios compuestos por objetos de metal, ámbar, oro, cerámica fina, perlas y productos exóticos que revelan una red de contactos que se extendía mucho más allá de las islas británicas.
Los túmulos de Bush Barrow y Amesbury, cercanos a Stonehenge, son ejemplos representativos de la sofisticación material y simbólica de esta cultura. La presencia de objetos como espadas, hachas ceremoniales, diademas de oro y placas decoradas sugiere no solo un alto nivel técnico en la manufactura, sino también una profunda carga ideológica y simbólica asociada a las élites funerarias. La localización de estos enterramientos cerca de Stonehenge ha llevado a pensar que este monumento y su entorno formaban parte de un paisaje ritual y político central para la cultura de Wessex, articulado en torno al prestigio, la tradición y el control territorial.
A nivel económico, esta cultura se benefició enormemente de la disponibilidad de estaño en el suroeste británico, especialmente en Cornualles y Devon, lo cual le permitió convertirse en un nodo importante en la circulación de metales hacia el continente europeo. El intercambio de materias primas y objetos manufacturados consolidó vínculos con regiones como Bretaña, el valle del Loira, la costa atlántica francesa y, más al sur, la península ibérica. Estos intercambios no solo movieron bienes materiales, sino también conocimientos técnicos, símbolos de estatus y modelos culturales que reforzaban el poder de las élites locales.
La cultura de Wessex representa un ejemplo temprano de sociedad jerarquizada en el Atlántico norte, en la que el control de recursos estratégicos y la construcción de una identidad funeraria monumental jugaron un papel central en la consolidación del poder. Su legado forma parte de un entramado atlántico más amplio que, durante el Bronce Antiguo y Medio, enlazó distintas comunidades a lo largo del litoral occidental de Europa mediante rutas marítimas y fluviales, sentando las bases para una tradición cultural que perduraría durante siglos en el occidente europeo.
Ésta ha sido tradicionalmente una zona rica en minerales. En ella destacan las cronoculturas de Wessex y de los Cultura de los Túmulos armoricanos. (…)
Cultura de Wessex
La cultura de Wessex fue una cultura prehistórica localizada geográficamente en el sur de la isla de Gran Bretaña y que se desarrolló cronológicamente entre el 1800 y el 1300 a. C., durante el Bronce antiguo. Se denomina así porque su ámbito coincide en general con el antiguo reino de Wessex, los actuales condados de Wiltshire, Dorset, Hampshire y Berkshire.
La cultura de Wessex es una de las manifestaciones más destacadas del Bronce Antiguo en Europa noroccidental, caracterizada por su riqueza funeraria, su conexión con las redes de intercambio atlántico y su asociación con la construcción y uso de paisajes rituales como el entorno de Stonehenge. Se desarrolló entre aproximadamente 1800 y 1300 a. C. en el sur de Gran Bretaña, coincidiendo geográficamente con lo que más tarde sería el reino de Wessex, en las actuales regiones de Wiltshire, Dorset, Hampshire y Berkshire.
Esta cultura es conocida principalmente a través de sus enterramientos en túmulos, muchos de los cuales se encuentran cerca de monumentos megalíticos preexistentes. Los ajuares funerarios que acompañan a estos enterramientos son excepcionales por su calidad y variedad, e incluyen objetos de oro, ámbar, bronce, cerámica fina, perlas y materiales exóticos importados. Estos hallazgos revelan no solo la existencia de una élite social con acceso a bienes de prestigio, sino también la existencia de amplias redes comerciales que conectaban las islas británicas con otras regiones atlánticas y mediterráneas. Las relaciones con Bretaña, el valle del Loira, la costa atlántica ibérica e incluso la Europa central están bien documentadas a través del análisis de materiales y técnicas de manufactura.
Uno de los ejemplos más impresionantes de esta cultura es el túmulo de Bush Barrow, cerca de Stonehenge, donde se hallaron objetos de gran valor simbólico como una daga de oro, hachas ceremoniales y placas decoradas con motivos geométricos. La disposición de estos objetos y la monumentalidad de la tumba sugieren un ritual funerario destinado a subrayar el poder, la identidad y la legitimidad de un individuo o linaje dominante. En este sentido, la cultura de Wessex representa una sociedad ya claramente jerarquizada, donde el prestigio se construía mediante el acceso a objetos exóticos, el control de rutas comerciales y la vinculación simbólica con el pasado megalítico.
El entorno de Stonehenge, que ya había tenido un uso ceremonial durante el Neolítico, adquirió nuevos significados durante la etapa de Wessex. Se convirtió en un eje visual y territorial asociado a la muerte, el linaje y la memoria ancestral, en un paisaje densamente ocupado por túmulos funerarios. Esta monumentalización del espacio puede interpretarse como una estrategia de legitimación del poder a través de la conexión con monumentos antiguos y el control del territorio visible desde ellos.
La economía de estas comunidades se basaba en la agricultura, la ganadería y la minería, especialmente del estaño, elemento clave para la producción de bronce. El acceso a las fuentes de estaño del suroeste de Gran Bretaña confería a la cultura de Wessex una posición estratégica dentro de las redes de intercambio del Bronce atlántico. Esta ventaja permitió a las élites acumular riqueza, consolidar su poder e influir en el desarrollo de otras culturas contemporáneas a través de la difusión de modelos sociales y materiales.
En conjunto, la cultura de Wessex representa un ejemplo temprano de sociedad compleja en el occidente europeo, capaz de combinar la tradición megalítica con la innovación metalúrgica, la organización jerárquica y la integración en un mundo atlántico cada vez más interconectado. Su estudio permite entender los mecanismos que favorecieron la emergencia del liderazgo político, la creación de paisajes rituales significativos y la expansión de los intercambios de larga distancia durante la Edad del Bronce.
Eiroa García, Jorge Juan (2010). «Prehistoria del mundo». Barcelona (primera edición) (Sello Editorial SL). pp. 744-746. ISBN 978-84-937381-5-0.
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Capa de oro de Mold, Edad del Bronce, pieza expuesta en el Museo Británico de Londres. Foto: David Monniaux. CC BY-SA 3.0.
La capa de oro de Mold es un ornamento ceremonial de oro, perteneciente a la Edad de Bronce, siendo única en su clase, y que data del año 1900-1600 a. C..
La capa fue hallada en el monte Bryn yr Ellyllon (Colina de las Hadas o de los Duendes) situado en la localidad de Mold, ciudad del condado de Flintshire, Gales del Norte, a orillas del río Alyn, por trabajadores de una cantera en el año 1833. Se halló dentro de una especie de sepulcro de piedra, que en su interior contenía un esqueleto portando la capa dorada. Ubicación del condado de Flintshire en la región de Gales del Norte.
La capa era un ornamento utilizado en ceremonias, y podría haber pertenecido a algún autoridad religiosa.
Dado que su soporte se había podrido, la frágil capa se rompió durante su descubrimiento. Las piezas de dispersaron entre diversas personas. Aunque el Museo Británico adquirió las partes mayores en 1836, fragmentos más pequeños fueron apareciendo de manera irregular a lo largo de los años y se reunieron con las partes mayores.
Más tarde, un estudio detallado y su restauración pusieron de manifiesto la forma general de la capa, que en el pasado se malinterpretó como un ornamento caballar para el pecho del animal. También se puso en evidencia que un segundo objeto, más pequeño, en un estilo grabado parecido, estaba presente también en la tumba. La capa actualmente está montada sobre tela.
La capa es el número 6 de la lista de hallazgos arqueológicos británicos seleccionados por un grupo de expertos del Museo Británico para el documental televisivo de la BBC del año 2003 titulado Our Top Ten Treasures (Nuestros Diez Mejores Tesoros) presentado por Adam Hart-Davis. También apareció en la serie de BBC Radio 4 Una historia del mundo en cien objetos, como el objeto número 19 en febrero de 2010.
La capa fue expuesta en el Museo Nacional de Gales, Cardiff hasta el 4 de agosto de 2013, pero fue trasferido a Wrexham del 7 de agosto al 14 de septiembre de 2013.
Los orígenes de este grupo cultural hay que buscarlos en el Neolítico, cuando en esta misma región se construyeron grandes monumentos funerarios diferenciados en dos fases:
Inicial, entre el 4000 y el 3000 a. C. con túmulos sepulcrales alargados de hasta 70 m de longitud, asociados por grupos a una serie de zanjas concéntricas de gran tamaño denominadas enclosures.
Final, entre el 3000 y el 2000 a. C. aproximadamente, cuando fueron sustituidos estos últimos por los henges, círculos de piedras delimitados por un terraplén y una zanja exteriores, cuyos exponentes más famosos son Stonehenge y Avebury.
Durante el Bronce antiguo se han señalado dos periodos:
Wessex antiguo, desde el 1800 al 1600 a. C.
Wessex reciente, hasta el 1300 a. C.
Su seña de identidad más clara son las necrópolis formadas por grandes túmulos donde enterraban a las élites guerreras acompañadas de importantes ajuares formados por puñales y hachas de bronce, mazas de piedra pulimentada y adornos de ámbar y oro, como las lúnulas irlandesas. Hasta 1550 a. C. las tumbas son de inhumación y a partir de entonces aparecen también las de incineración. Los asentamientos son poco conocidos: debían consistir en granjas dispersas dedicadas al cultivo de cereales y a la ganadería mayor. Existían minas de estaño en Cornualles, metal que formaba parte de una floreciente red comercial que incluía Europa central, Irlanda y otras regiones atlánticas. Los posibles contactos con el Mediterráneo debieron ser indirectos, a través de los grupos centroeuropeos. Stonehenge adquirió durante esta fase buena parte de las principales características que han llegado hasta nosotros: una avenida de acceso y el doble círculo pétreo.
Los grupos de Wessex (2000-1400 a. C.) constituyeron la principal cultura arqueológica del centro y sur de Inglaterra, relacionándose ampliamente con otros del actual Benelux y con los de los Túmulos armoricanos, siendo prototípicos del grupo campaniforme del Rin medio. Wessex I (2000-1650 a. C.) está asociado a la construcción y uso de las últimas fases de Stonehenge, así como de multitud de henges más, considerados ya desde el Neolítico como elementos delimitadores de los territorios asociados a cada jefatura. Inicialmente inhumaban bajo túmulos a sus muertos, pero durante la fase II (1650-1400 a. C.) pasaron a incinerarlos, a menudo acompañándolos con ricos ajuares. Importaban ámbar del Báltico, oro de Bretaña y joyas de Alemania, así como espadas y abalorios de la Grecia micénica. Esta amplia red comercial, su capacidad para construir grandes monumentos y la riqueza de los ajuares funerarios nos indican la existencia de una jerarquizada y poderosa organización social.
Cultura de los túmulos armoricanos
La cultura de los túmulos armoricanos es una cultura prehistórica geográficamente delimitada a Bretaña y Normandía (Francia). Se desarrolló cronológicamente durante el Bronce antiguo y medio (1900-1350 a. C), en paralelo a la cultura de Wessex, de la cual algunos autores la consideran derivada. Pero otros, sobre todo franceses, valoran más el sustrato autóctono megalítico previo. Su característica principal son los túmulos funerarios de inhumación de hasta cuarenta metros de diámetro y cercanos al litoral que cubren cistas de piedra o mampostería. En muchos de ellos se enterraron a guerreros de alto rango social con valiosos ajuares consistentes en espadas, puñales, puntas de flecha, cerámica campaniforme y elementos de adorno en oro, plata y ámbar, entre los que destacan las lúnulas irlandesas. Hacia 1400 a. C los grandes túmulos costeros comenzaron a ser reemplazados por otros más pequeños y situados en el interior, que derivaron a su vez en tumbas sin apenas diferenciación social. Peor se conocen los asentamientos, que debían consistir en pequeñas aldeas formadas por cabañas rodeadas en ocasiones por una empalizada y dedicadas al cultivo de cereales y a la ganadería. Sus intercambios comerciales se extendieron por todo el litoral atlántico, desde la península ibérica hasta el mar Báltico.
El utillaje doméstico es de sílex y piedra pulimentada. Son característicos los vasos de Rillaton, de oro, con asa y forma globular. Están realizados con chapas de oro martilleadas y el asa está sujeta con una serie de roblones. Este objeto es una pieza de estatus alto y símbolo de una jefatura, en la que una aristocracia guerrera dominaba al resto de personas. Sus asentamientos se fueron desplazando desde la costa hacia el interior.
Eiroa García, Jorge Juan (2010). «Prehistoria del mundo». Barcelona (primera edición) (Sello Editorial SL). pp. 742-743. ISBN 978-84-937381-5-0.
Puñal de bronce.José-Manuel Benito Álvarez —> Locutus Borg – Trabajo propio. Dominio Público.
La cultura de los túmulos armoricanos representa una de las manifestaciones más destacadas de la Europa atlántica durante el Bronce Antiguo y Medio. Localizada principalmente en Bretaña y Normandía, esta cultura se caracteriza por una rica tradición funeraria asociada a estructuras monumentales, así como por una red de intercambios que conectaba el occidente de Francia con amplias zonas del litoral atlántico europeo. Su cronología se extiende entre aproximadamente 1900 y 1350 a. C., y se desarrolla en paralelo a la cultura de Wessex, con la que comparte numerosos elementos simbólicos, materiales y sociales.
Uno de los aspectos más representativos de esta cultura es la construcción de grandes túmulos de inhumación, algunos de hasta cuarenta metros de diámetro, situados cerca del litoral. Estas estructuras funerarias albergaban cistas de piedra o mampostería en las que se enterraba a individuos de alto estatus, muchos de ellos probablemente jefes guerreros. Los ajuares depositados junto a estos cuerpos son testimonio de una élite poderosa, que acumulaba armas como espadas, puñales y puntas de flecha, así como objetos de adorno de gran valor simbólico, entre ellos piezas de oro, ámbar báltico, plata y cerámica campaniforme. Destacan especialmente las lúnulas de oro, muchas de las cuales presentan conexiones estilísticas y materiales con la orfebrería irlandesa, lo que indica una intensa interacción entre ambas regiones a través del corredor atlántico.
El contexto funerario no solo revela el poder simbólico y material de estos grupos dirigentes, sino también su función como intermediarios en los flujos comerciales que conectaban el sur de la península ibérica, el occidente francés, las islas británicas y el norte de Europa. Esta función de enlace se expresa en la diversidad de objetos foráneos hallados en los túmulos, así como en la riqueza técnica de su manufactura. Entre los hallazgos más emblemáticos se encuentran los vasos de Rillaton, recipientes de oro martilleado con asa, cuya elaboración requiere un conocimiento técnico avanzado y cuya función estaba probablemente ligada a contextos rituales y de representación del poder.
La evolución de esta cultura muestra una transformación paulatina de las prácticas funerarias. A partir de 1400 a. C., los grandes túmulos costeros fueron sustituidos por enterramientos más modestos y situados tierra adentro. Este cambio indica una posible reestructuración del poder o una transformación en los modelos sociales y religiosos. Las nuevas tumbas, más pequeñas y con ajuares menos diferenciados, reflejan un debilitamiento de las jerarquías anteriores o una descentralización de las estructuras de poder, aunque los motivos de esta evolución aún están en debate.
Los asentamientos asociados a la cultura de los túmulos armoricanos son menos conocidos que sus monumentos funerarios, aunque se presume que consistían en pequeñas aldeas formadas por cabañas, algunas de ellas rodeadas por empalizadas. Estas comunidades se dedicaban principalmente al cultivo de cereales y a la ganadería, practicando una economía de subsistencia que, sin embargo, se complementaba con el control de rutas comerciales marítimas. El utillaje doméstico seguía fabricándose en su mayoría con sílex y piedra pulimentada, lo que indica la pervivencia de técnicas neolíticas junto a una sofisticada cultura de la metalurgia y la orfebrería.
En conjunto, la cultura de los túmulos armoricanos representa un modelo de sociedad jerarquizada, fuertemente orientada hacia el control simbólico del territorio y la explotación de recursos estratégicos. Su posición geográfica y su capacidad para movilizar materiales de prestigio la convierten en una pieza clave para comprender los mecanismos de interacción, poder y cambio social en la Europa atlántica durante el segundo milenio antes de nuestra era.
La cultura de los túmulos armoricanos, muy ligada a la anterior de Wessex, se desarrolló en la Bretaña, Francia. Sus asentamientos se situaban a cierta distancia de la costa. El utillaje doméstico era, básicamente, de sílex y piedra pulimentada. Las sepulturas eran individuales, de inhumación y aisladas entre sí, siendo la mayoría bastante sencillas, aunque se han encontrado una minoría con ajuares muy ricos
Bronce Medio o Pleno
Comenzó a predominar el bronce sobre el cobre, aumentando la elaboración de adornos, armas y utensilios. Este metal se relacionaba ya con actividades cotidianas.
Egeo
Durante el Bronce Medio la civilización minoica vivió un desarrollo espectacular, su momento de máximo esplendor. Este periodo es denominado en Creta Minoico medio, Neopalacial o de los segundos palacios (1700-1400 a. C.). Se creó una verdadera talasocracia, intensificándose los contactos comerciales y los intercambios por todo el Egeo, Próximo Oriente y Egipto, donde se fundaron colonias como la de Acrotiri (Santorini). A la primitiva escritura pictográfica de influencia egipcia le sustituyó otra denominada Lineal A, de carácter no indoeuropeo y también sin descifrar. Hacia 1450 a. C. los asentamientos cretenses resultaron destruidos y abandonados; cuando volvieron a ser ocupados lo fueron con características micénicas.
La talasocracia (del griego clásico: θάλασσα, romanizado: Thalassa; griego ático: θάλαττα, romanizado como Thalatta, trad. ‘Mar’, y del griego κρατεῖν, romanizado como kratein, lit. ‘poder’; dando griego koiné: θαλασσοκρατία, romanizado: thalassokratia, lit. «poder marítimo») es un concepto geoestratégico que señala al Estado cuyos dominios son principalmente marítimos. El término fue empleado para referirse a civilizaciones como la civilización minoica sobre las costas del mar Egeo, gracias a la magnitud de su flota de pequeñas embarcaciones comerciales que también se usaban para transportar guerreros.
Siguiente ejemplo histórico en la llamada Edad Antigua europea fue la red de colonias de los fenicios, no un típico imperio, sino un conjunto de ciudades unidas por rutas marítimas que apenas penetraba en el interior, incluso en el caso de las metrópolis (las ciudades de Tiro, Sidón y Biblos y la colonia norteafricana Cartago, establecida como metrópolis púnica dominante tras la pérdida de independencia de aquellas). También puede denominarse talasocracia al denominado imperio ateniense del siglo V a. C.. La importancia del control del mar Mediterráneo para el Imperio romano era decisiva (como testimonia su denominación de Mare Nostrum), pero esencialmente era un imperio de base territorial. Sin embargo el desafío implicado por el gran desarrollo de Cartago y su preeminencia naval (primera vez que podemos hablar propiamente de «naves de guerra») obligó a Roma a hacerse de una marina cuando los cartagineses los desafiaron en la península ibérica y luego en la propia Italia.
Durante el Bronce Medio o Argar B los enterramientos siguieron efectuándose dentro de las casas, pero depositando los cadáveres dentro de pithoi. Los ajuares denotan una mayor jerarquización que en la etapa anterior, habiéndose llegado a establecer hasta cinco clases sociales. Se ha comprobado la generalización de la herencia y una mayor esperanza de vida para las clases sociales superiores.
A partir del 1650 a. C. se ha constatado una desestabilización de la sociedad argárica en la cual confluyeron factores como el agotamiento de los campos y bosques, la modificación de los sistemas productivos y posibles conflictos internos. Todo ello condujo a una decadencia irreversible y el abandono de los poblados hacia 1500 a. C.
También los yacimientos ligados al Bronce Manchego tienden a desaparecer a partir del 1500 a. C. Se ha supuesto que los grupos meseteños de Cogotas tuvieron algo que ver, ya que se ha encontrado cerámica de ellos en las fases finales, pero es posible que también se produjera un deterioro climático.
Durante el Bronce Medio, el sudeste de la península ibérica vivió un proceso de profundización en la complejidad social dentro del marco de la cultura de El Argar, especialmente en su segunda fase, conocida como Argar B. Uno de los aspectos más destacados de este periodo es la transformación en las prácticas funerarias. Los enterramientos continuaron realizándose dentro del espacio doméstico, pero en lugar de utilizar cistas o fosas, se comenzaron a emplear pithoi, grandes vasijas cerámicas donde se introducían los cadáveres en posición encogida. Este cambio no fue solo una innovación técnica, sino también un reflejo simbólico de las nuevas formas de estructuración social, ya que el contenido de los ajuares asociados a estos enterramientos muestra una jerarquización mucho más marcada que en etapas anteriores.
Los estudios arqueológicos han identificado hasta cinco niveles jerárquicos distintos dentro de las comunidades argáricas, basados en la cantidad y calidad de los bienes depositados en las tumbas. Las élites contaban con ajuares que incluían armas de bronce, joyas de oro, recipientes finamente trabajados y otros objetos de prestigio, mientras que los enterramientos de individuos de clases más bajas eran notablemente más pobres. Esta diferenciación apunta a una sociedad estructurada en torno a la herencia del poder y la acumulación de bienes, donde el linaje y la pertenencia a un grupo dominante determinaban las oportunidades vitales. Incluso la esperanza de vida era más elevada entre los miembros de las clases altas, lo que sugiere un acceso desigual a los recursos alimenticios, al descanso o al cuidado.
A partir de 1650 a. C., sin embargo, se advierten signos claros de desestabilización en la sociedad argárica. Varios factores contribuyeron a este colapso progresivo.
Por un lado, la intensificación agrícola y el uso constante de los recursos forestales provocaron un agotamiento ecológico en el entorno inmediato de los asentamientos. Por otro, los sistemas productivos, hasta entonces controlados por una élite que organizaba la extracción, distribución y almacenamiento de excedentes, comenzaron a mostrar signos de ineficiencia. A esto se suman posibles tensiones internas derivadas del modelo social rígido y la concentración de poder, que podrían haber generado conflictos entre distintos sectores de la población. El resultado fue una pérdida progresiva del control centralizado y el abandono gradual de los grandes poblados hacia el 1500 a. C., marcando el fin de la hegemonía argárica.
Un fenómeno paralelo ocurrió en la región de La Mancha, donde los yacimientos adscritos al llamado Bronce Manchego también experimentaron un proceso de desaparición en fechas similares. Si bien una de las hipótesis más debatidas es la llegada de nuevas poblaciones vinculadas a la cultura de Cogotas I, procedentes del norte de la Meseta, lo cierto es que los hallazgos cerámicos de estos grupos en las fases finales del Bronce Manchego podrían responder tanto a contactos como a desplazamientos de población. No se descarta tampoco que un deterioro climático, posiblemente una aridización progresiva, haya agravado la situación, afectando la producción agrícola y obligando a las comunidades a abandonar sus asentamientos tradicionales.
Este conjunto de transformaciones indica que el Bronce Medio peninsular no solo fue un periodo de consolidación de estructuras complejas, sino también de transición hacia nuevas formas de organización social, marcadas por la inestabilidad, la movilidad y la reconfiguración territorial.
Vaso trípode argárico, hallado en el yacimiento de El Oficio, en Cuevas del Almanzora, Almería. Luis García. CC BY-SA 3.0. En el Museo Arqueológico Nacional de España.
Cultura argárica
Ver entrada. Edad de bronce en la península Ibérica.
La cultura argárica es una cultura que se expresó y manifestó en poblados del sudeste de la península ibérica en el Bronce Antiguo, floreciendo entre c. 2200 y 1550 a. C. Formó una de las sociedades de mayor relevancia en la Europa del III y II milenios a. C. y creó la primera sociedad urbana y estatal del Mediterráneo occidental.
Es una de las culturas antiguas mejor estudiadas gracias al excelente estado de conservación de sus restos arqueológicos. Este complejo cronocultural es considerado indicativo de los procesos de jerarquización sociales que se extendieron por Andalucía Oriental y el Levante español. Debe su nombre al yacimiento epónimo de El Argar, en el municipio de Antas, Almería.
Esta cultura arqueológica fue descubierta y definida a finales del siglo XIX por los hermanos Siret. Se caracteriza por la existencia de poblados situados en áreas de difícil acceso o fortificados, casas de planta cuadrada construidas con piedra y adobe, enterramientos en cistas, tinajas o covachas bajo el suelo de las propias viviendas, una clara uniformidad material, la abundancia de armamento militar y una progresiva estratificación social. Se extiende por el sudeste peninsular, ocupando las provincias de Granada, Almería y Murcia, así como parte de Jaén y Alicante.
Su pervivencia fue de unos 800-900 años, entre mediados del III y mediados del II milenio a. C., distinguiéndose al menos dos fases, durante las cuales se produjo una continua jerarquización social interna y una expansión externa sobre las regiones colindantes. Hacia 1500 a. C., la sociedad argárica desapareció bruscamente.
La cultura argárica constituye uno de los ejemplos más avanzados y complejos de organización social en la Europa prehistórica del III y II milenios a. C., siendo la primera sociedad claramente estatal y urbana del occidente mediterráneo. Su desarrollo se produjo en el sudeste de la península ibérica, en una región estratégica desde el punto de vista geográfico y económico, donde confluyen importantes recursos mineros, tierras fértiles y accesos al mar. Entre aproximadamente 2200 y 1550 a. C., esta cultura articuló un sistema político y económico que marcó una profunda ruptura con las formas sociales anteriores, basadas en la segmentación tribal y la comunidad igualitaria.
Uno de los rasgos más característicos de la cultura argárica es la elección de emplazamientos elevados o de difícil acceso para el establecimiento de sus poblados. Muchos de ellos contaban con estructuras defensivas, lo que no solo revela preocupaciones militares, sino también un modelo de control territorial y organización del espacio basado en el dominio visual y el aislamiento estratégico. Las viviendas, construidas con muros de piedra y techumbres de madera y barro, solían organizarse en terrazas o plataformas, formando núcleos urbanos con trazado planificado, algo inusual para la época. Este ordenamiento interno evidencia una planificación centralizada y una jerarquización en el uso del espacio doméstico.
El ritual funerario, centrado en los enterramientos dentro del propio ámbito doméstico, constituye otro de los pilares para entender la estructura social argárica. Los cuerpos eran depositados en cistas, tinajas o cuevas artificiales excavadas bajo el suelo de las casas, práctica que refuerza la vinculación entre la familia, el linaje y la propiedad. La variedad de ajuares encontrados en estas tumbas ha permitido identificar una clara estratificación social, con tumbas ricas que contienen armas de bronce, cerámicas finas, adornos de oro y plata, y otras mucho más modestas, con escasos o nulos acompañamientos. Esta diferencia material refleja el control de los recursos por parte de una élite que gestionaba no solo la producción, sino también la redistribución de bienes, el trabajo colectivo y las relaciones de poder.
En el plano económico, la cultura argárica se caracterizó por una agricultura intensiva basada en cereales, complementada por la ganadería, la recolección y, sobre todo, por una actividad metalúrgica altamente desarrollada. La explotación del cobre y la producción de armas, herramientas y objetos de prestigio en talleres especializados sitúan a esta cultura en una posición destacada dentro del marco del Bronce Antiguo europeo. Esta economía permitió el establecimiento de redes de intercambio con otras regiones, tanto del interior peninsular como del mundo mediterráneo.
La homogeneidad de los materiales cerámicos, la estandarización de formas y técnicas constructivas, y la presencia recurrente de ciertos patrones funerarios e iconográficos han sido interpretados como signos de un poder centralizado que imponía modelos culturales uniformes. La cultura argárica logró expandir su influencia más allá de su núcleo original, alcanzando regiones limítrofes como el sureste de Jaén, el este de Granada, el sur de Alicante o el noroeste de Murcia. Esta expansión no solo fue territorial, sino también cultural, ya que sus formas de organización, sus prácticas rituales y su sistema productivo fueron adoptados o adaptados por comunidades vecinas.
Hacia el 1500 a. C., la sociedad argárica desapareció de forma abrupta. Aunque las causas exactas siguen siendo objeto de debate, se ha sugerido una combinación de factores como la degradación medioambiental, las tensiones internas generadas por la rigidez del sistema jerárquico, y posiblemente también cambios en las rutas comerciales o en el equilibrio político de las regiones vecinas. Su legado, sin embargo, perdura como una de las manifestaciones más avanzadas y estructuradas de la Edad del Bronce en el occidente europeo. Su estudio ha permitido no solo reconstruir una sociedad compleja, sino también entender los procesos de estatalización temprana en contextos no urbanos del Mediterráneo occidental.
Las Cogotas es el nombre que recibe un yacimiento arqueológico situado en el término municipal de Cardeñosa en la provincia de Ávila (España). Situado en un cerro y fortificado, deparó una secuencia estratigráfica que fue dividida en dos grandes periodos con un hiato entre ambos, uno propio del Bronce Final (Cogotas I) y otro del comienzo de la segunda Edad del Hierro (Cogotas II). La investigación de Las Cogotas permitió conocer mejor los modos de vida peninsulares previos a la invasión romana.
Fue excavado por Juan Cabré en los años 1920 y es la principal referencia de los vetones, un pueblo de cultura celta que habitó una extensa zona que abarcaba las actuales provincias de Ávila y Salamanca y parte de Toledo, Zamora, Cáceres y los Trás-os-Montes de Portugal durante la Edad del Hierro.
El yacimiento de Las Cogotas es uno de los enclaves arqueológicos más significativos para el conocimiento de la prehistoria reciente y de la protohistoria peninsular. Situado estratégicamente sobre un cerro en el término municipal de Cardeñosa, en la provincia de Ávila, su emplazamiento ofrece una visión privilegiada del entorno, lo que evidencia su valor tanto defensivo como simbólico. Las excavaciones llevadas a cabo por Juan Cabré en la década de 1920 permitieron establecer una secuencia cronológica dividida en dos grandes fases, denominadas Cogotas I y Cogotas II, separadas por un hiato temporal que indica una interrupción en la ocupación o un cambio drástico en la cultura material y los patrones de poblamiento.
Cogotas I, correspondiente al Bronce Final, se caracteriza por una cultura material con una cerámica típica decorada con incisiones y cordones digitados, en muchos casos con forma de cuenco o vaso globular. Esta fase refleja un modo de vida seminómada o agrícola-ganadero con asentamientos fortificados que demuestran una preocupación por la defensa y el control del territorio. La cerámica de esta etapa ha sido encontrada en numerosos puntos de la Meseta, lo que sugiere la existencia de una amplia comunidad cultural con rasgos compartidos y posiblemente una red de contactos entre distintas poblaciones del interior peninsular. Este horizonte cultural puede interpretarse como una respuesta al progresivo aumento de la competencia por los recursos, que desembocó en una mayor organización defensiva y en el reforzamiento de las identidades locales.
Cogotas II, ya en la Edad del Hierro, representa una transformación profunda tanto en la cultura material como en el modelo de asentamiento. Esta fase se asocia a los vetones, un pueblo de raíz celta que ocupó gran parte del oeste peninsular, incluyendo Ávila, Salamanca, Cáceres, parte de Toledo y Zamora, así como áreas del norte de Portugal. Los vetones destacaron por una fuerte tradición ganadera, la construcción de castros amurallados y la elaboración de esculturas zoomorfas en piedra conocidas como verracos, que se han interpretado como marcadores territoriales o elementos protectores del ganado. En esta etapa se observa una evolución hacia formas más complejas de organización social, con una economía mixta en la que se combinaban agricultura, ganadería, artesanía y comercio a pequeña escala.
El valor de Las Cogotas radica no solo en la definición tipológica de dos horizontes culturales fundamentales, sino también en su papel como punto de referencia para interpretar el proceso de transición entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro en la Meseta. El análisis de sus restos ha permitido reconstruir aspectos clave de la vida cotidiana, las prácticas funerarias, las estructuras defensivas y los cambios culturales que se produjeron en este territorio antes de la romanización. Las Cogotas sigue siendo, por tanto, una fuente indispensable para entender el dinamismo de las comunidades peninsulares durante la prehistoria reciente y el inicio de la historia escrita.
Se distinguen las siguientes fases en su formación y desarrollo:
Fase 1: Proto-Cogotas I (2000 – 1700 a. C.). Incursión por el Alto Ebro. Llamativamente, los primeros elementos del «complejo» Cogotas I no hacen su primera aparición en la que se considera su cuna de origen (Meseta Norte), sino en las proximidades del alto Ebro (El Portalón de Atapuerca 2034 a. C.) y poco tiempo después se hallan en el Ebro medio, llegando en poco más de un siglo hasta el bajo valle del Duero. Esto se debe a que las nuevas formas cerámicas en el repertorio de la alfarería, entonces tradicional de esas áreas geográficas, son consecuencia de una primera llegada de «elementos» europeos en busca de territorios en los que asentarse que, lógicamente, hacen su primera aparición a través de los pasos pirenaicos.
Fase 2: Cogotas I inicial (1700 – 1550 a. C.). Asentamiento en la Meseta Norte. En esta fase los mayores y mejores yacimientos adscritos a ese horizonte se localizan ahora en los valles del Duero, Tajo y alto Ebro (Los Tolmos, Arevalillo, La Plaza, El Cogote, La Corvera, La Venta). Se caracteriza por: 1) cerámica incisa con decoración impresa de espigas, zig-zag y guirnaldas de semicírculos de boquique, y 2) por su extensión por los valles del Duero (Los Tolmos, Arevalillo, La Plaza, Castelho Velho), Tajo (Perales del Río). Es esta distribución la que parece confirmar su origen en la Meseta Norte y su posterior expansión hacia las regiones periféricas.
Fase 3: Cogotas I medio (1550 – 1350 a. C.). Expansión por la Meseta y valles del Sur. Se produce un enriquecimiento del repertorio decorativo con aparición de cerámica excisa, nuevo modelo decorativo que responde a una segunda llegada de elementos europeos incorporados al complejo cultural. Es esta la causa de que, de nuevo, la cerámica excisa aparezca en el valle del Ebro antes que en La Meseta (1550 a. C. en Moncín, 1466 a. C. en Los Tolmos). En esta fase se produce también la aparición de las cerámicas tipo Cogotas-I fuera de la Submeseta Norte y por tanto de su área de origen, con presencia a partir del 1550 a. C. en el sudeste (Gatas en Almería, Cuesta del Negro en Granada) y del 1350 a. C. en el valle medio del Guadalquivir (Llanete de los Moros).
Fase 4: Cogotas I final (1350 – 1000 a. C.). Extinción y transición al Hierro. La fase final se caracteriza por la decoración basada en la incrustación de pasta roja y amarilla en las decoraciones incisas-impresas, que puede considerarse característica del estilo final de Cogotas I, que ya solo pervive en su área de origen (valles del Duero, Tajo y alto Ebro).
Es un yacimiento de la Segunda Edad del Hierro de la provincia de Ávila. Está ubicado en la zona norte del Valle de Amblés.
Cogotas II corresponde a una de las fases culturales más representativas de la Segunda Edad del Hierro en la península ibérica, asociada directamente con los vetones, un pueblo de tradición celta asentado en el oeste de la Meseta. El yacimiento de Las Cogotas, situado en la zona norte del Valle de Amblés, en la actual provincia de Ávila, constituye uno de los referentes fundamentales para el estudio de este grupo humano. La importancia del enclave no solo reside en la riqueza de su estratigrafía, sino también en la calidad y cantidad de hallazgos que permiten reconstruir aspectos clave de la vida vetona.
Durante esta fase, los vetones desarrollaron un modelo de asentamiento caracterizado por la ocupación de castros fortificados, generalmente situados en elevaciones naturales que ofrecían ventajas defensivas. Estas comunidades mostraban un fuerte componente ganadero, como lo demuestran tanto los restos arqueológicos como las esculturas zoomorfas en piedra conocidas como verracos. Estas figuras, como el célebre verraco de Las Cogotas, han sido interpretadas como símbolos de protección del ganado, marcadores territoriales o elementos rituales vinculados a las creencias sobre la fertilidad y el ciclo vital.
Uno de los elementos culturales más emblemáticos del mundo vetón es la escultura de los Toros de Guisando, situados cerca del municipio de El Tiemblo, también en la provincia de Ávila. Estas figuras pétreas, que representan bóvidos, forman parte de un conjunto más amplio de esculturas similares repartidas por el territorio vetón y están estrechamente relacionadas con la cultura material que se observa en yacimientos como Cogotas II. Su monumentalidad y su perdurabilidad en el paisaje revelan una voluntad de afirmar la presencia y el poder de ciertas comunidades o linajes sobre el espacio que habitaban.
En Cogotas II se ha documentado una cerámica más desarrollada que en la fase anterior, con formas geométricas pintadas en negro sobre fondo rojizo, técnicas que reflejan un refinamiento técnico y estético considerable. Esta cerámica, aunque distinta de la del vaso campaniforme, revela la continuidad de una tradición alfarera local que evolucionó adaptándose a nuevas influencias culturales procedentes de otros grupos celtas de la península y del continente. La presencia de cerámicas decoradas, ajuares metálicos, herramientas agrícolas y armas permite reconstruir una sociedad estructurada, con actividades especializadas y una identidad cultural sólida.
Cogotas II es, por tanto, un testimonio material del mundo vetón, que permite analizar el tránsito entre la prehistoria y la protohistoria en la Meseta. Sus restos contribuyen a entender cómo vivían estas comunidades, cómo organizaban su territorio, qué papel jugaban la ganadería y la religión en su vida cotidiana, y cómo fueron capaces de mantener su identidad hasta el proceso de romanización, que transformaría de forma definitiva la realidad política y cultural de la región.
Cerámica de Boquique o de punto y raya, se denomina al conjunto de obras de alfarería prehistórica halladas en la península ibérica, las Islas Baleares y algunos yacimientos de Europa Central. El dibujo superficial de «punto y raya» que caracteriza a esta técnica decorativa alfarera doble o mixta, se conseguía punteando con un punzón o algún tipo de sierra dentada, trazos pequeños y sucesivos a lo largo de una línea incisa continua, «dando el aspecto de un cosido».
La cerámica de Boquique se asocia en especial a la producida por la cultura de Cogotas I, que da nombre al conjunto de comunidades asentadas en la meseta durante el Bronce Final. No obstante, como han estudiado Bosch Gimpera, García Faria, María Dolores Fernández-Posse y Caro Bellido, se encuentra en etapas muy dispares desde el Neolítico, pasando por la Edad de Bronce hasta alcanzar la Edad de Hierro. Esta cerámica suele caracterizar de hecho los primeros yacimientos neolíticos de la zona centro-occidental de la península ibérica, tanto en el Alentejo como en Extremadura.
Debe su nombre al lugar en que se encontraron los primeros restos arqueológicos, en la llamada Cueva de Boquique, a 2 km al noroeste de la ciudad de Plasencia. Los primeros hallazgos los publicó en 1873, Vicente Paredes Guillén en su obra Historia de los tramontanos celtíberos, si bien la cerámica de dicha cueva no se popularizaría hasta 1915 gracias a una publicación de Pere Bosch i Gimpera.
Caro Bellido, Antonio (2008). Diccionario de términos cerámicos y de alfarería. Cádiz: Agrija Ediciones. p. 53. ISBN 84-96191-07-9.
«Neolítico y cerámica boquique (I)». Blog «Neolítico de la Península Ibérica. Iberian Neolithic». 28 de abril de 2010. Archivado desde el original el 20 de mayo de 2010. Consultado el 20 de mayo de 2010.
«Neolítico y cerámica boquique (II)». Blog «Neolítico de la Península Ibérica. Iberian Neolithic». 2 de mayo de 2010. Archivado desde el original el 20 de mayo de 2010. Consultado el 20 de mayo de 2010.
Jorge, Susana Oliveira. «A estação arqueológica do Tapado da Caldeira» (pdf) (en portugués). Biblioteca Digital de Universidade do Porto. p. 37. Archivado desde el original el 20 de mayo de 2010. Consultado el 20 de mayo de 2010.
ler.letras.up.pt (en portugués) — Parte de artículo acerca del yacentimiento arqueológico de Tapado da Caldeira, en Serra da Aboboreira, Baião, distrito de Oporto, en la Biblioteca Digital de Universidade do Porto.
Alday Ruiz, A. (2009). Reflejos del neolítico ibérico. La cerámica boquique: caracteres, cronología y contexto. Editorial: Edar. p. 179. ISBN 9788890448911. Ligaciones web sobre el libro:
Vasija de la Cueva de Boquique en Plasencia, representativa de cerámica de Cogotas, con decoración rellena de pasta blanca procedente de la inhumación de San Román de Hornija, provincia de Valladolid (Bronce final, Cultura de Cogotas-I, 1100-800 a. C.). José-Manuel Benito Álvarez. CC BY-SA 2.5.
Bronce Medio o Pleno
Cultura de los túmulos
El bronce medio pleno abarca en esta región entre 1600-1200 a. C. y se identifica con la cultura de los Túmulos, caracterizada por los enterramientos individuales bajo túmulos.
La cultura de los túmulos fue una cultura arqueológica que se desarrolló en Europa central durante el Bronce Medio, entre 1600 a. C. y 1200 a. C. Este complejo cultural se extendió por las áreas que ocupó anteriormente la cultura de Unetice: República Checa, centro y sur de Alemania y oeste de Polonia.
Se denomina así por la presencia mayoritaria de sepulturas de inhumación (o incineración) individuales bajo túmulos. Esta práctica y el abandono de las necrópolis del período anterior han sido considerados siempre como elementos de ruptura, pero últimamente se ha comprobado que las estructuras tumulares ya aparecían en la época de Unetice. La mayoría de los túmulos se localizan lejos de las tierras más fértiles, en áreas de montaña y boscosas, lo que ha llevado a identificar a sus constructores como unas comunidades ganaderas. Pero recientemente se han descubierto en Baviera, Breisgau o Bohemia restos de asentamientos en llano, tanto de poblados grandes como de viviendas aisladas, identificados gracias a fosas o silos, ya que las construcciones no se han conservado. Se han hallado cerámicas decoradas, recipientes de almacenamiento y unos pocos objetos de bronce.
Los túmulos tenían planta redonda u ovalada, y estaban rodeados exteriormente por un círculo de piedras. El rito predominante inicialmente fue el de la inhumación (excepto en Bohemia), pero la cremación fue en auge hasta dominar el panorama funerario a partir del 1300 a. C. Se ha constatado una clara diferenciación por sexos en los ajuares, que son bastante homogéneos: mientras que los masculinos se componen de puñales, hachas, algún adorno de metal (como agujas y broches), a veces espadas y siempre vasos cerámicos, los femeninos carecen de armas e incorporan adornos y complementos también en bronce (agujas, brazaletes, colgantes, etc.). Los túmulos aparecen a veces aislados y otras formando extensas necrópolis de hasta 500 estructuras (Dysina en Bohemia o el bosque de Haguenau en Alsacia, siendo especialmente rico en objetos de bronce este último). Estas necrópolis están separadas por amplias áreas sin restos de ningún tipo, lo que se ha interpretado como posibles fronteras entre grupos.
Es frecuente el depósito de restos óseos de animales en los enterramientos, al igual que la existencia de enterramientos dobles. La producción de elementos de bronce se realizaba con moldes de piedra, lo cual permitió la proliferación de los adornos en metal.
Los lugares de habitación situados en zonas altas no son muy grandes y solían contar con defensas naturales, aunque a veces estaban rodeados de murallas de madera y tierra, con uno o más fosos. Las viviendas eran de planta rectangular o trapezoidal, construidas con madera y materiales perecederos, lo cual sugiere una cierta movilidad.
Hacia el 1300 a. C. comenzó a diluirse la homogeneidad de los grupos de los túmulos en Centroeuropa, siendo abandonados los poblados de altura para concentrarse en lugares aislados y bien defendidos. En Bohemia, Moravia y Silesia el cambio fue menos radical, compartiendo el territorio poblados que ya existían de antes con núcleos fortificados de nueva construcción. Así, empezaba a producirse una lenta transición que desembocó en la aparición de los primeros campos de urnas.
La cultura de los túmulos representa una de las etapas más significativas del Bronce Medio o Pleno en Europa central, tanto por su extensión territorial como por los profundos cambios que introdujo en las prácticas funerarias, la organización del espacio y la estructuración social. Su desarrollo entre 1600 y 1200 a. C. se sitúa cronológicamente tras la cultura de Unetice, de la que heredó ciertos elementos, pero marcando al mismo tiempo una ruptura en aspectos esenciales como la manera de concebir la muerte y el paisaje funerario.
El rasgo más emblemático de esta cultura es el enterramiento individual bajo túmulo, una práctica que transformó radicalmente el modo de expresar el estatus social y la memoria de los difuntos. Estos túmulos, de planta redonda u ovalada y con frecuencia rodeados por círculos de piedra, no solo marcan una nueva forma de monumentalizar el territorio, sino también un cambio ideológico hacia la personalización del rito funerario. Aunque durante mucho tiempo se pensó que la construcción de túmulos era una innovación exclusiva de este periodo, estudios recientes han demostrado que algunas estructuras similares ya existían durante la etapa de Unetice, lo que sugiere una continuidad con transformaciones progresivas más que una ruptura absoluta.
La distribución geográfica de estos túmulos revela una ocupación preferente de zonas altas, boscosas o alejadas de las tierras agrícolas más ricas, lo que en su momento llevó a pensar en comunidades principalmente ganaderas. Sin embargo, el hallazgo de asentamientos en llano, especialmente en regiones como Baviera, Breisgau o Bohemia, con restos de fosas, silos y cerámica decorada, indica que estas sociedades mantenían una economía mixta, basada tanto en la agricultura como en la ganadería, y que podían articular estructuras de poblamiento más complejas de lo que se pensaba. La arquitectura doméstica era sencilla y perecedera, con casas de planta rectangular o trapezoidal, lo que, unido a la falta de restos en muchas zonas, ha hecho pensar en cierto grado de movilidad estacional.
Los ajuares funerarios muestran una clara diferenciación por sexo, con objetos específicos que acompañan a hombres y mujeres. Esta uniformidad dentro de los grupos sociales apunta a la existencia de roles bien definidos y refuerza la idea de una sociedad estructurada, aunque no necesariamente jerarquizada de forma rígida. La inclusión de armas como espadas, hachas o puñales en las tumbas masculinas sugiere un componente guerrero o simbólico del poder, mientras que los adornos femeninos en bronce, como agujas, brazaletes o colgantes, indican la importancia del prestigio personal y del estatus dentro del grupo. El hallazgo de restos óseos de animales en los enterramientos, así como de tumbas dobles, aporta información adicional sobre las creencias relacionadas con la muerte y la continuidad de los vínculos sociales más allá de la vida.
Las necrópolis podían ser muy extensas, como las de Dysina en Bohemia o el bosque de Haguenau en Alsacia, con centenares de túmulos distribuidos en áreas delimitadas que probablemente correspondían a territorios ocupados por comunidades específicas. La existencia de amplias zonas sin túmulos entre estas necrópolis ha sido interpretada como la presencia de fronteras simbólicas o incluso políticas entre grupos humanos.
En términos tecnológicos, la producción de objetos de bronce se basaba en moldes de piedra, lo que facilitó una amplia difusión de adornos metálicos y armas en las distintas regiones. Esta tecnología accesible y replicable ayudó a mantener una cierta homogeneidad en los ajuares funerarios, al tiempo que consolidaba una identidad cultural compartida en amplias zonas de Europa central.
Hacia el 1300 a. C., el modelo de los túmulos comenzó a perder cohesión. Los asentamientos fortificados en altura fueron abandonados en muchas regiones, mientras que en otras, como Bohemia, Moravia y Silesia, se produjo una convivencia entre viejos poblados y nuevas fortificaciones. Esta fase de transición marca el inicio de una transformación que culminará en la cultura de los campos de urnas, donde la incineración se impone como rito dominante y las estructuras funerarias dejan de ser monumentales para pasar a un modelo más discreto pero extendido, basado en urnas funerarias depositadas en fosas. Este cambio refleja una reconfiguración profunda de las creencias, las estructuras sociales y las formas de representación del poder en el umbral de la Edad del Bronce Final.
La cultura de los campos de urnas es un extenso horizonte arqueológico que se difundió durante el final de la Edad del Bronce y el principio de la Edad del Hierro por buena parte de Europa, llegando en su momento de apogeo a abarcar desde el Danubio y el Báltico hasta el mar del Norte y el nordeste de la península ibérica. Se caracterizó por un nuevo rito funerario: la incineración del cadáver y la deposición de sus cenizas en urnas de cerámica, las cuales se enterraban en un hoyo practicado en la tierra, formando extensas necrópolis. Al principio se levantaban pequeños túmulos sobre las fosas, luego quizás alguna estela o nada que las indicara. La expansión de este modelo se produjo entre los siglos XIII y VIII a. C.
Continuamos con Europa central, la cultura de los Túmulos, horizonte arqueológico predecesor o anterior de los grupos de Unetice.
El bronce medio abarca en esta región entre 1600-1200 a. C. y se identifica con la cultura de los Túmulos, caracterizada por los enterramientos individuales bajo túmulos. Estos solían ser casi siempre de inhumación, aunque también hay constatadas incineraciones, y denotan un alto grado de estratificación social. Esta costumbre funeraria se extendió desde el Rin hasta los Cárpatos occidentales y desde los Alpes al mar Báltico, ocupando aproximadamente el área de los anteriores grupos de Unetice, de los cuales son herederos. Los asentamientos excavados son poco abundantes, ya que estaban construidos con madera y materiales perecederos, por lo que no se ha conservado casi nada. No eran muy grandes y estaban situados tanto en zonas altas con defensas naturales como en el llano. A veces, los primeros se encuentran rodeados de murallas de madera y tierra, con uno o más fosos, siendo sus viviendas de planta rectangular o trapezoidal. Los túmulos tenían planta redonda u ovalada, y estaban rodeados exteriormente por un círculo de piedras. Los ajuares estaban claramente diferenciados por sexos, siendo de armas para los hombres y con adornos para las mujeres, casi siempre en bronce. Es frecuente encontrar depósitos de restos óseos animales en los enterramientos, al igual que la existencia de enterramientos dobles.
Armas típicas del Bronce Medio de la Cultura de los Túmulos:
• Espada de lengüeta • Punta de lanza tubular • Hacha de talón.
C. Schuchhardt – Schuchhardt, C. (1926): «Die Anfange der Leichenverbrennung» Sitzungsberichte der Preussischen Akademie der Wissenschaften 26, Berlin. Dominio Público.
Europa nórdica
La explotación del ámbar permitió conseguir, a través de las redes comerciales que existían desde el Neolítico el cobre y el estaño necesarios. Existen algunos talleres locales de fundición y recibieron influencias funerarias de los grupos de los Túmulos: las sepulturas son tumulares, agrupadas en necrópolis y situadas a veces a lo largo de vías naturales de comunicación. Los ajuares funerarios son ricos y en ellos prevalecen claramente las armas.
La Europa nórdica durante el Bronce Medio experimentó un notable desarrollo cultural impulsado por su integración en las redes comerciales paneuropeas, lo que permitió a estas comunidades acceder a metales como el cobre y el estaño, indispensables para la fabricación de bronce, a pesar de no disponer de yacimientos locales. Uno de los recursos más valiosos de esta región era el ámbar, especialmente abundante en las costas del mar Báltico, que funcionó como moneda de cambio y objeto de prestigio en los intercambios con el centro y sur de Europa. Desde el Neolítico, el ámbar había sido valorado por sus cualidades estéticas y simbólicas, y durante la Edad del Bronce alcanzó una importancia aún mayor al convertirse en un producto altamente demandado por las élites de otras regiones.
La existencia de talleres locales de fundición documenta un cierto grado de autonomía técnica, que permitió a las comunidades nórdicas no solo recibir productos acabados, sino también transformar materias primas en objetos útiles y simbólicos. Estos talleres demuestran que, aunque la metalurgia del bronce llegó desde fuera, fue rápidamente adoptada y adaptada a las necesidades locales, desarrollando una producción propia de herramientas, armas y ornamentos. Esta capacidad técnica contribuyó al surgimiento de grupos sociales con acceso privilegiado a los recursos y al conocimiento, lo que se refleja en los ajuares funerarios.
La influencia de la cultura de los Túmulos en Europa central se dejó sentir con fuerza en la Europa nórdica, especialmente en las prácticas funerarias. Las sepulturas tumulares se convirtieron en la forma predominante de enterramiento, organizadas a menudo en necrópolis ubicadas en puntos estratégicos del paisaje, como cruces de caminos naturales o zonas elevadas. Estas necrópolis no solo cumplían una función ritual, sino que también actuaban como marcadores territoriales y símbolos del poder de las comunidades que las construían. La orientación y localización de los túmulos indican un conocimiento preciso del entorno y una planificación que revela la existencia de estructuras sociales complejas.
Los ajuares encontrados en estas tumbas son especialmente ricos en armas, lo que sugiere que el prestigio y el estatus social estaban estrechamente vinculados con la actividad guerrera o, al menos, con la posesión de armamento. Espadas, puñales, lanzas y hachas de bronce forman parte del repertorio común en los enterramientos masculinos, acompañados en muchos casos de objetos decorativos como cinturones metálicos, fíbulas o colgantes. La presencia de estos elementos refuerza la imagen de una sociedad en la que el liderazgo y la capacidad de ejercer violencia simbólica o efectiva eran fundamentales para la organización del grupo.
El Bronce nórdico no solo fue una etapa de desarrollo interno, sino también un periodo de intensa interacción con el resto de Europa. Los hallazgos de objetos importados, como vasijas de cerámica de estilo centroeuropeo o materiales de origen mediterráneo, demuestran la inclusión activa de estas comunidades en un sistema de intercambios de largo alcance. Esta conectividad contribuyó al surgimiento de una identidad cultural propia, visible en el arte rupestre, en los motivos decorativos de los objetos y en la construcción de un imaginario simbólico vinculado a la naturaleza, la guerra y el ciclo solar, elementos que dominarán las representaciones del Bronce Nórdico en etapas posteriores.
En conjunto, la Europa nórdica del Bronce Medio no fue un área periférica o aislada, sino una región bien integrada en el sistema europeo de intercambios, capaz de generar formas sociales complejas, de asumir influencias externas y de desarrollar expresiones culturales propias que anticipan el florecimiento posterior del Bronce Nórdico Final.
Mediterráneo central. Península Itálica.
Se pueden destacar, en la península itálica, la cultura de las Terramaras y la Apenínica.
La primera se desarrolló en el norte de la actual Italia entre 1500-1100 a. C. Su denominación proviene del hecho de que construían sus cabañas sobre pilotes levantados en la tierra firme. Fueron pastores y agricultores con una pequeña metalurgia local. La cerámica es de color negro, decorada. Sus muertos eran enterrados en recintos comunales.
La cultura de las Terramaras es una cultura prehistórica que se sitúa geográficamente en la llanura del río Po, en Emilia-Romaña, al norte de la península itálica. Fue el fenómeno más característico de la península itálica en el panorama arqueológica de la Edad del Bronce.
Terramara es un sistema de construcción sobre pilotes que se levanta sobre tierra firme, de forma similar a los palafitos que se levantan sobre el agua (lagos). En estas plataformas se asentaban las cabañas de tribus agrícolas.
Se trata del primer caso seguro de incineración en Italia.
Toma su nombre de los residuos de tierra negra de los montículos de asentamiento. Terramara viene de tierra-marga, siendo la marga un depósito lacustre muy fértil. Puede ser de cualquier color, pero en tierras agrícolas es típicamente negra.
Es un tipo de asentamiento propio de las regiones de Lombardía y Emilia, situado en un terreno especialmente fértil, lo que es precisamente el motivo de que reciba ese nombre de parte de los campesinos de la región, producido por el detritus que, en efecto, dejaron sus habitantes como consecuencia de la peculiar forma de habitación, elevada para evitar el contacto con terrenos pantanosos y seguramente como consecuencia de la extensión a nuevos territorios secos de las edificaciones conocidas como palafitos, propias de las zonas lacustres de los Alpes.
La disposición de los poblados destaca por su organización, que supone una cierta estructuración de la colectividad, al parecer igualitaria.
Cronológicamente se ubica en la Edad del Bronce, entre los años 1700-1100 a. C.
Aun así, la cronología y muchos otros aspectos de los restos arqueológicos permanecen sujetos a constantes revisiones. De todos modos puede decirse que el espectro cronológico abarcado es muy amplio, que los restos de Terramara pueden estar situados entre principios del segundo milenio a. C. y la época en torno al año 700 a. C., aproximadamente, cuando se vuelve a estructurar el mapa de la península itálica, en la segunda Edad del Hierro.
Su identificación mecánica con una etapa del desarrollo de cierto pueblo luego trasladado al Tíber queda, por tanto, descartada, pero no, lógicamente, que haya desempeñado un papel en un momento preciso de la indoeuropeización de Italia, coincidente tal vez con la etapa de difusión de los rasgos lingüísticos propios de los pueblos que llegaron a establecerse en el Lacio.
Su importancia historiográfica estriba en que, durante el siglo XIX a. C. se le atribuyó el carácter de precedente de la ciudad romana y en que, por tanto, se vio en sus habitantes a los primeros representantes de la etnia latina que llegaría posteriormente a fundar la urbe del Tíber.
La cultura de las Terramaras representa una de las expresiones más singulares del Bronce Medio en la península itálica, tanto por sus características arquitectónicas como por su papel en el debate historiográfico sobre los orígenes de las sociedades complejas en Italia. Se desarrolló principalmente en la llanura del río Po, en las actuales regiones de Emilia-Romaña y Lombardía, entre aproximadamente 1700 y 1100 a. C., aunque algunos yacimientos muestran continuidad hasta fechas tan tardías como el siglo VIII a. C. Su nombre proviene de los sedimentos oscuros y fértiles hallados en los montículos de los antiguos asentamientos, denominados terre marnepor los campesinos de la región, en referencia a la marga negra acumulada por generaciones de ocupación humana.
Una de las características más llamativas de esta cultura es la construcción de viviendas sobre plataformas elevadas mediante pilotes clavados en tierra firme, en un modelo que parece inspirado en los palafitos lacustres de los Alpes, pero adaptado a zonas secas y fértiles. Esta arquitectura elevada no solo servía para proteger las viviendas de la humedad del terreno, sino que también estructuraba el espacio doméstico en torno a un ordenamiento planificado. Los poblados de las Terramaras suelen presentar una organización regular, con calles, viviendas dispuestas en torno a un núcleo común y a veces con defensas artificiales como fosos o empalizadas. Este nivel de planificación revela una colectividad estructurada, posiblemente igualitaria en sus primeras fases, con una clara gestión del espacio y del trabajo comunal.
La economía de estas comunidades se basaba en la agricultura intensiva y la ganadería, complementadas por una metalurgia local que producía objetos de uso cotidiano, herramientas y armas en bronce. A pesar de no ser una cultura destacada por su producción artística, sus cerámicas negras decoradas muestran una notable uniformidad y un gusto estético sobrio pero definido. Uno de los elementos más innovadores de la cultura de las Terramaras es la práctica de la incineración, considerada como el primer caso claramente documentado de este rito funerario en el territorio italiano, que con el tiempo se generalizaría en otras culturas del Bronce Final y de la Edad del Hierro.
En cuanto a la cultura Apenínica, contemporánea y localizada más al sur de la península, se diferencia por su carácter más pastoril y menos urbanizado, pero muestra también contactos culturales con los territorios del norte. En conjunto, ambas culturas forman parte de un mosaico cultural en el que la península itálica se integraba progresivamente en las dinámicas del Bronce europeo, adoptando tecnologías, formas de organización y ritos funerarios propios de un contexto cada vez más interconectado.
Desde el punto de vista historiográfico, la cultura de las Terramaras tuvo un gran impacto durante el siglo XIX, cuando algunos investigadores llegaron a considerarla un antecedente directo de la civilización romana, e incluso la identificaron con los primeros latinos. Hoy en día esta interpretación ha sido superada, aunque no se descarta que su desarrollo haya coincidido con procesos más amplios como la llegada de grupos indoeuropeos a la península itálica y la difusión de ciertos rasgos culturales y lingüísticos. Más allá de cualquier relación mecánica con Roma, la importancia de la cultura de las Terramaras radica en su carácter de sociedad compleja preurbana, capaz de planificar sus asentamientos, gestionar colectivamente sus recursos y establecer redes de contacto con otras regiones del Mediterráneo y de Europa central. Su estudio sigue siendo clave para comprender el proceso de formación de las sociedades itálicas y los orígenes de la urbanización en la península.
Plácido Suárez, Domingo; Alvar Ezquerra, Jaime; González Wagner, Carlos (1991). «Roma y la península itálica». La formación de los estados en el Mediterráneo occidental. Vallehermoso: Síntesis. p. 10 y 11. ISBN 8477381046.
Pearce, Mark (1 de diciembre de 1998). «New research on the terramare of northern Italy». Antiquity.
La segunda, la llamada cultura Apenítica, es sucesora de la de Terramara y se sitúa geográficamente en el centro, entre 1350-1150 a. C. Su economía estaba basada en la agricultura y una ganadería trashumante. La cerámica está grabada con motivos geométricos, excisos. Tenía algunos contactos con el Egeo.
La gente de la cultura apenínica se dedicaba al pastoreo alpino, llevando a su ganado a los prados y bosques de montaña de las montañas centrales de Italia. Vivían en pequeñas aldeas, situadas en lugares defendibles. Durante el verano, montaban campamentos temporales, o vivían en cuevas y abrigos rocosos, cerca de los pastos.1 Su entorno no se limitaba necesariamente a la montaña; su cerámica se ha encontrado en la Colina Capitolina de Roma e islas como Lipari e Isquia.
La cerámica está bruñida, incisa con espirales, meandros, y zonas geométricas, llenas de puntos y guiones transversales. En Isquia se ha encontrado una asociación con los períodos heládicos LHII y LHIII, y en Lipari, con LHIIIA, que se remontan a la Edad del Bronce tardía, como la definida en Grecia y en el Egeo.
Posteriormente a ésta, hay que situar la cultura de Villanova, ya en época del hierro, en el norte de Italia, región que fue enseguida sede de la cultura Etrusca. El nombre procede del yacimiento tipo Villanova di Castenaso (cerca de Bolonia).
La cultura Apenínica, desarrollada entre aproximadamente 1350 y 1150 a. C., representa una de las principales manifestaciones del Bronce Final en la península itálica, especialmente en la región central. Esta cultura surge tras la desaparición progresiva de la cultura de las Terramaras, con la que comparte algunos elementos pero de la que también se diferencia de forma significativa, sobre todo en su organización social, modelo económico y relación con el entorno. Frente a los asentamientos estructurados y más estables del norte, la cultura Apenínica adopta un estilo de vida más móvil, adaptado a un territorio montañoso y de difícil acceso.
Su economía combinaba la agricultura con una ganadería predominantemente trashumante. El pastoreo estacional en los montes del centro de Italia, particularmente en los Apeninos, permitía aprovechar los pastos de altura durante el verano, lo que obligaba a estas comunidades a desplazarse periódicamente. Como consecuencia, sus formas de asentamiento eran más flexibles. Habitaban pequeñas aldeas ubicadas en lugares elevados y defensivos, pero también establecían campamentos temporales, abrigos bajo roca o incluso utilizaban cuevas durante las épocas de pastoreo. Este modo de vida exigía un fuerte conocimiento del territorio y una organización comunitaria capaz de gestionar los desplazamientos y los recursos con eficiencia.
A pesar de su carácter aparentemente marginal respecto a las grandes civilizaciones mediterráneas, la cultura Apenínica estuvo conectada con los circuitos de intercambio del Egeo. Así lo demuestran los hallazgos cerámicos en lugares como Isquia y Lipari, donde se han documentado asociaciones cronológicas con las fases heládicas LHII y LHIII, correspondientes al Bronce Tardío griego. También en la Colina Capitolina de Roma se han encontrado piezas de cerámica apenínica, lo que indica que su influencia y presencia se extendía más allá de los núcleos de montaña y que sus comunidades estaban involucradas en redes de interacción más amplias.
La cerámica apenínica es uno de los elementos más distintivos de esta cultura. Se caracteriza por estar bruñida y decorada con motivos incisos de gran riqueza geométrica, que incluyen espirales, meandros, triángulos y campos punteados o rayados. Estas decoraciones no solo cumplían una función estética, sino que también pudieron tener un valor simbólico, reflejando identidades comunitarias o elementos de cosmovisión.
La cultura Apenínica se sitúa en un periodo de transición que antecede al surgimiento de nuevas formas culturales en Italia. Su final coincide con el inicio de la cultura de Villanova en el norte de la península, ya en plena Edad del Hierro. Villanova, conocida por ser la cultura precursora de los etruscos, representa un nuevo horizonte marcado por la generalización de la incineración en urnas, la aparición de necrópolis organizadas y el desarrollo de estructuras sociales más jerarquizadas. El yacimiento de Villanova di Castenaso, cerca de Bolonia, ha proporcionado la base para definir esta cultura, que a su vez será fundamental en la formación de las primeras ciudades-estado del centro de Italia.
En conjunto, la cultura Apenínica ofrece una imagen de continuidad y transformación dentro del marco del Bronce Final itálico. Su adaptación a un medio montañoso, su movilidad, su cerámica distintiva y su participación en redes mediterráneas hacen de ella una expresión singular y rica del proceso histórico que, desde sociedades pastoriles descentralizadas, avanzará hacia las formaciones urbanas del mundo etrusco y, más adelante, hacia la civilización romana.
Europa Atlántica
Los ajuares son más pobres que en épocas precedentes. En Francia la producción metalúrgica fue de poca entidad, destacando la fabricación de hachas. Las islas británicas mantuvieron una relación intensa con el continente; en ellas el rito funerario era de incineración en urnas con escasos metales en los ajuares.
Durante el Bronce Final, la Europa atlántica experimentó una transformación significativa en sus formas de vida, sus prácticas funerarias y su organización económica. Aunque esta etapa ha sido tradicionalmente considerada como un periodo de cierta regresión respecto al esplendor de fases anteriores, especialmente en términos de riqueza material, los cambios observados deben entenderse más como una reestructuración cultural que como un colapso. En efecto, aunque los ajuares funerarios se empobrecen y la metalurgia pierde parte de su protagonismo, se desarrollan nuevas formas de expresión simbólica y se consolidan redes sociales más horizontales.
En Francia, la producción metalúrgica del Bronce Final fue más limitada en comparación con etapas anteriores, concentrándose principalmente en la fabricación de hachas planas, espadas de diseño sencillo y algunos objetos de adorno. Las regiones atlánticas francesas, que durante el Bronce Medio habían sido activas en la producción y distribución de objetos metálicos, parecen adoptar en este periodo una economía más local y autosuficiente, basada en la agricultura cerealista, la ganadería y el aprovechamiento de los recursos forestales. Las prácticas funerarias reflejan también esta transformación: se abandona progresivamente el enterramiento individual con ajuares ricos y se generaliza el rito de la incineración, que implica la deposición de las cenizas en urnas cerámicas acompañadas, en el mejor de los casos, de objetos personales de poco valor económico.
En las islas británicas, especialmente en el sur de Inglaterra, este cambio es aún más marcado. El rito de incineración en urnas se convierte en el modo funerario dominante, desplazando los túmulos monumentales del Bronce Medio. Las urnas se depositan en fosas simples o en pequeños campos funerarios, en los que apenas se encuentran metales, lo que sugiere un cambio profundo en los valores sociales y simbólicos. Este empobrecimiento aparente puede deberse a una menor centralización del poder, con la desaparición de las élites guerreras anteriores, o a una nueva concepción de la muerte menos enfocada en la ostentación del estatus. A pesar de la simplicidad de los ajuares, las islas británicas mantuvieron vínculos activos con el continente, especialmente con Bretaña y el noroeste de Francia, como lo demuestran los paralelos cerámicos y ciertos objetos de intercambio.
El comercio atlántico, aunque menos visible en términos de metales preciosos, no desapareció del todo. El estaño de Cornualles seguía siendo un recurso estratégico, aunque es probable que los circuitos comerciales fueran más fragmentados y controlados por grupos locales en lugar de grandes redes dominadas por centros de poder. El ámbar, las perlas, el marfil y ciertos productos agrícolas pudieron seguir circulando a pequeña escala, manteniendo un tejido de contactos que, aunque más modesto, garantizaba la continuidad cultural entre las regiones atlánticas.
El Bronce Final en Europa atlántica debe ser comprendido como una etapa de reajuste, en la que las sociedades adaptaron sus estructuras a nuevas condiciones ecológicas, económicas y sociales. La menor presencia de metales en las tumbas no implica necesariamente un empobrecimiento generalizado, sino una reformulación de las formas de prestigio, de los rituales y de la organización comunitaria. Estas transformaciones sentarían las bases para la emergencia de nuevas identidades culturales en la Edad del Hierro, más ligadas al territorio, a la movilidad y a la interacción entre distintos grupos regionales.
Bronce Final, Reciente o Tardío
El Bronce Final, también conocido como Bronce Reciente o Tardío, representa una etapa de profundos cambios estructurales en las sociedades europeas y mediterráneas entre aproximadamente el 1300 y el 800-700 a. C. Este periodo marca la transición entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, y se caracteriza por transformaciones no solo tecnológicas, sino también sociales, ideológicas y geopolíticas que afectaron tanto a las comunidades prehistóricas del occidente europeo como a los grandes imperios del mundo oriental.
Uno de los rasgos más significativos de esta etapa es la aparición y generalización del rito funerario de la incineración, cuyas cenizas eran depositadas en urnas cerámicas enterradas en grandes necrópolis conocidas como campos de urnas. Este modelo funerario, originado en Europa Central, especialmente en la cultura de los campos de urnas, se expandió hacia el oeste, sur y sureste de Europa, convirtiéndose en la forma dominante de enterramiento en buena parte del continente. Este cambio supuso una ruptura con los sistemas funerarios anteriores, que solían estar marcados por la inhumación y la ostentación del estatus a través de ajuares ricos y diferenciados. Con la incineración se impone una cierta homogeneización en los rituales, con ajuares más modestos y estandarizados, lo que podría reflejar transformaciones en la estructura social, con una posible pérdida de poder de las élites tradicionales o una redefinición de los valores colectivos.
En paralelo, el Bronce Final fue testigo de los primeros contactos directos entre sociedades plenamente históricas del Mediterráneo oriental y comunidades aún consideradas prehistóricas en el Mediterráneo occidental, como las de la península ibérica, el sur de Francia o las islas occidentales. A través de las rutas marítimas, productos como cerámica micénica, objetos de prestigio y técnicas de navegación comenzaron a llegar a estas regiones, al mismo tiempo que los pueblos del occidente mediterráneo empezaban a integrarse en una red de intercambios mucho más amplia. Estos contactos anticipan los procesos de colonización fenicia y griega que se intensificarán ya en la Edad del Hierro.
En el ámbito del Mediterráneo oriental, el final del Bronce Reciente estuvo marcado por una crisis de grandes proporciones, conocida como el colapso de las civilizaciones del Bronce. La llegada de los pueblos del mar, un fenómeno aún hoy en debate, provocó una oleada de destrucciones y desestabilización en importantes centros políticos y comerciales como el Imperio hitita, el Egipto de los faraones del Imperio Nuevo, los reinos de Ugarit, Alasiya y otros enclaves del Levante. Esta crisis trajo consigo el hundimiento de sistemas palaciegos centralizados, el colapso de redes comerciales de larga distancia y el inicio de un nuevo escenario geopolítico en el que surgieron pueblos y entidades políticas nuevas, como los filisteos en la franja cananea, los arameos en Siria, el reino de Israel, y los estados de Moab y Edom, entre otros.
Este contexto de transformación generalizada afectó directamente a las comunidades europeas del occidente y centro del continente, que, aunque no fueron arrasadas por invasiones, sí experimentaron reestructuraciones internas, cambios en los sistemas de intercambio, el surgimiento de nuevas formas de liderazgo y una creciente movilidad. En muchos casos, estas sociedades comenzaron a desarrollar fortificaciones más elaboradas, a reorganizar sus asentamientos en torno a centros de poder más definidos y a diversificar su producción metalúrgica, preparándose para la plena integración en el mundo de la Edad del Hierro.
En resumen, el Bronce Final no fue solo una etapa de declive o transición, sino un periodo de transformación radical en el que se redefinieron las relaciones entre comunidades, se alteraron profundamente las estructuras sociales, y emergieron los escenarios políticos y culturales que definirían el primer milenio antes de nuestra era en Europa y el Mediterráneo.
El Bronce final se desarrolló, aproximadamente, entre el 1300 y el 800-700 a. C., caracterizándose por dos hechos fundamentales:
Primeros contactos directos entre sociedades plenamente históricas y comunidades prehistóricas del mediterráneo occidental.
Cambio en el comportamiento funerario con la incineración de los cadáveres y su deposición en enormes necrópolis conocidas como campos de urnas. Este hábito se extendió desde Centroeuropa hacia el resto del continente y fue más allá del periodo que nos ocupa, continuando durante la I Edad del Hierro (Hallstatt C). (21). Las grandes diferencias sociales que se detectaban en los ajuares del periodo anterior desaparecen dando paso a unas ofrendas más normalizadas y homogéneas.
El cataclismo producido por la llegada de los pueblos delmar tuvo como consecuencia, a finales del Bronce Reciente, que el Mediterráneo oriental experimentara cambios que afectaron a los Imperios, Estados, reinos y ciudades desde el Mediterráneo central hasta la Alta Mesopotamia, al mismo tiempo que aparecían pueblos como los Filisteos, Arameos, el asentamiento de Israel, los reinos de Moab y Edom, etc., que tendrán un mayor protagonismo en los siglos posteriores.
Las islas del mar Egeo
El Bronce final correspondería con el auge de la civilización micénica en la Grecia continental (Heládico reciente) y en todo el Egeo, llegando a controlar la isla de Creta a partir del 1400 a. C. (Minoico postpalacial ver civilización Minoica).
Los micénicos, de raíces indoeuropeas y considerados como protogriegos, eran de carácter belicoso y habitaban en ciudadelas fortificadas sobre colinas, en cuya parte superior existía un palacio, el megaron, que funcionaba como centro administrativo y redistribuidor de los excedentes agrarios (Micenas, Atenas, Tirinto, etc.). Tenían una economía agropecuaria basada en los cereales y los ovicaprinos. Escribían en tablillas de arcilla en un idioma denominado Lineal B, ya descifrado e identificado como un griego arcaico. Las élites guerreras se hacían enterrar en tumbas individuales distribuidas en el interior de círculos funerarios inicialmente y después en espectaculares tholoi, con ricos ajuares. (23).
Durante el Bronce Final, las islas del mar Egeo formaron parte de un entramado cultural, político y económico dominado por la civilización micénica, que se expandió desde la Grecia continental a gran parte del archipiélago e incluso alcanzó zonas del Mediterráneo oriental. Este periodo, conocido en términos arqueológicos como Heládico Reciente, representa la culminación de los procesos de complejidad social iniciados en el Bronce Medio, y marca el apogeo de una cultura aristocrática, militarizada y profundamente jerarquizada.
Los micénicos, descendientes de poblaciones indoeuropeas que habían llegado a la región en épocas anteriores, lograron consolidar un modelo de organización territorial centrado en palacios fortificados construidos sobre colinas estratégicas. En estos palacios, el megarono sala principal del recinto cumplía funciones tanto administrativas como simbólicas, siendo el núcleo del poder político, económico y ritual. Centros como Micenas, Tirinto, Pilos, Tebas y Atenas muestran un urbanismo planificado y fortificaciones masivas, lo que pone de manifiesto la necesidad de defensa en un contexto marcado por conflictos y rivalidades entre élites.
A partir del 1400 a. C., los micénicos extendieron su dominio sobre la isla de Creta, donde se había desarrollado previamente la brillante civilización minoica. Esta conquista marcó el inicio del periodo minoico postpalacial, caracterizado por la transformación de los antiguos centros palaciegos cretenses bajo el control de las élites micénicas. Aunque los micénicos adoptaron parte del legado minoico, como las técnicas artísticas, los sistemas administrativos y algunos elementos religiosos, impusieron su propio modelo de gestión centralizada y su idioma, el griego arcaico escrito en Lineal B.
La economía micénica se basaba en una agricultura diversificada y una ganadería centrada en ovinos y caprinos. Estos recursos eran gestionados desde los palacios, que funcionaban como centros redistribuidores donde se almacenaban cereales, aceite, vino, lana y metales, y desde los cuales se organizaban las actividades productivas y comerciales. Las tablillas de arcilla escritas en Lineal B, conservadas accidentalmente por incendios, ofrecen un testimonio excepcional de este sistema económico, con registros detallados de tributos, oficios, cantidades de productos y nombres de funcionarios.
Las prácticas funerarias reflejan el poder de las élites guerreras. En un principio se utilizaron círculos funerarios en los que se enterraban los cuerpos con ricos ajuares, pero posteriormente se impusieron las tholoi, tumbas de cámara con techos abovedados construidos en piedra y acceso monumental. Estas tumbas, como la llamada Tesoro de Atreo en Micenas, eran símbolos de prestigio familiar y escenarios de rituales destinados a perpetuar la memoria de los linajes aristocráticos. Los ajuares incluían armas, joyas, recipientes de metal, cerámica fina y objetos importados, lo que evidencia una economía basada en el intercambio de bienes de prestigio.
Las islas del Egeo no solo estuvieron bajo la influencia micénica en términos políticos, sino también en lo cultural. Las formas cerámicas, los estilos decorativos, las prácticas rituales y los objetos de uso cotidiano muestran una homogeneización creciente en todo el Egeo, impulsada por la hegemonía micénica y su activa participación en las redes comerciales del Mediterráneo oriental. A través de estas rutas, los productos egeos llegaron hasta Chipre, el Levante y Egipto, mientras que a cambio recibían metales, productos de lujo y saberes técnicos.
El colapso del mundo micénico hacia finales del siglo XIII a. C. supuso el final de esta fase expansiva. Las causas de este colapso siguen siendo objeto de debate, pero se han propuesto factores como invasiones, conflictos internos, desastres naturales, interrupción de las rutas comerciales y agotamiento de los recursos. Este colapso condujo a la desaparición de los palacios, el abandono de muchos centros urbanos y una regresión en la escritura y la administración, abriendo paso a una etapa de reestructuración que desembocará en la Grecia de la Edad del Hierro.
En algunos asentamientos ocupados por los grupos argáricos se ha constatado la continuidad poblacional entre el 1300 y el 1000 a. C., aunque las estructuras constructivas son menos sólidas que anteriormente y más heterogéneas, desapareciendo cualquier tipo de defensas. (24).
Tras el declive de los grupos del Argar y Las Motillas en la etapa anterior, durante el Bronce Tardío destacó en la Meseta la cultura de Las Cogotas, sociedad fundamentalmente ganadera (bóvidos y ovicápridos) y con una cerámica decorada con boquique y escisiones, cuyo uso fue extendiéndose paulatinamente a la periferia mesetaria. Aunque los asentamientos no son bien conocidos, denotan una clara continuidad desde finales del Neolítico, estando situados cerca de los ríos, en sus cuencas medias y bajas. Se supone que debían estar formados por cabañas hechas con materiales perecederos, que dejan pocas huellas arqueológicas, y albergarían unas pocas decenas de individuos. Los enterramientos se efectuaban en fosas o silos localizados en el mismo poblado y eran individuales, dobles o triples, con ajuares que incluían ofrendas animales.
El Bronce Final en la península ibérica, comprendido aproximadamente entre el 1300 y el 800 a. C., fue un periodo de transformación profunda, caracterizado por la disolución de los grandes sistemas jerarquizados que habían dominado durante el Bronce Medio, como el argárico o el modelo de Las Motillas, y por el surgimiento de comunidades más descentralizadas, con economías mixtas y estructuras sociales menos rígidas. Aunque en algunas regiones del sudeste se mantuvo cierta continuidad poblacional respecto al mundo argárico, las evidencias arqueológicas muestran una clara reducción en la complejidad arquitectónica, la desaparición de elementos defensivos y una mayor dispersión del poblamiento. Las casas eran más irregulares, de materiales menos duraderos, y los poblados presentaban una organización menos estricta, lo que sugiere un debilitamiento del poder central y una reconfiguración del modelo social.
En el interior peninsular, la Meseta se convirtió en uno de los focos principales de esta nueva dinámica cultural. La cultura de Las Cogotas, especialmente en su primera fase (Cogotas I), se consolidó como una expresión regional con identidad propia. Su base económica era ganadera, con una especialización en la cría de bóvidos y ovicápridos, aunque también se practicaba la agricultura. Su cerámica es uno de los elementos distintivos, decorada con técnicas como el boquique y las incisiones lineales o reticuladas, y muestra una amplia difusión hacia otras regiones peninsulares, lo que indica contactos e intercambios constantes entre comunidades. Esta cerámica, de factura sencilla pero con elementos simbólicos reconocibles, fue utilizada tanto en contextos domésticos como funerarios.
Los asentamientos asociados a esta cultura suelen situarse en zonas próximas a cursos fluviales, especialmente en las cuencas medias y bajas, lo que garantizaba el acceso al agua, a pastos y a tierras cultivables. La escasa visibilidad arqueológica de estas ocupaciones se debe al uso predominante de materiales perecederos como la madera, el barro o la caña en la construcción de cabañas, lo que dificulta su identificación en las excavaciones. Sin embargo, la presencia de fosas, silos y restos cerámicos indica una ocupación continuada y adaptada al medio.
Los rituales funerarios de esta etapa reflejan una mayor sencillez en comparación con periodos anteriores. Las inhumaciones se realizaban en fosas o silos reutilizados, muchas veces ubicados dentro del propio asentamiento, lo que sugiere una fuerte vinculación entre los vivos y los muertos en el espacio cotidiano. Las tumbas eran individuales, dobles o incluso triples, y en ocasiones se acompañaban de pequeños ajuares, entre los que destacan fragmentos cerámicos, objetos de adorno, y restos de animales, interpretados como ofrendas o restos de banquetes funerarios.
A lo largo del Bronce Final, la península ibérica mantuvo contactos con otras regiones del Mediterráneo y del Atlántico, aunque no siempre directos. Los hallazgos de cerámica de estilo micénico en puntos como el sureste y el sur de la península, así como la presencia de metales y objetos de prestigio, indican una participación activa, aunque puntual, en redes de intercambio de larga distancia. Estos intercambios no implicaron una colonización ni una dependencia cultural, sino más bien un proceso de integración paulatina en los circuitos económicos del Mediterráneo occidental.
El Bronce Final ibérico, lejos de ser una etapa de decadencia, puede entenderse como un momento de transición y reajuste, en el que las antiguas formas de poder dieron paso a comunidades más abiertas, móviles y adaptadas a entornos diversos. Estas transformaciones sentaron las bases para la posterior consolidación de nuevas entidades culturales durante la Edad del Hierro, muchas de las cuales heredarán y transformarán las tradiciones del Bronce, adaptándolas a los nuevos retos y contextos históricos del primer milenio a. C.
Bronce final o tardío en Europa Central
A partir del siglo XIII a. C. comenzó a extenderse la costumbre funeraria de la incineración, con el consecuente depósito de las cenizas en unas características urnas de cerámica, que se enterraban en hoyos practicados en la tierra, formando extensas necrópolis. Estos rasgos fueron típicos de los grupos de los campos de urnas, que llegaron a difundirse desde el Danubio y el Báltico, por oriente, hasta el mar del Norte y el nordeste de la península ibérica en occidente. Pero estos grupos no formaron ningún ente cultural homogéneo, sino que simplemente asimilaron una moda, manteniendo en muchos casos sus estrategias económicas y sociales anteriores. (26).
En su área central de distribución solían vivir en poblados con defensas artificiales o naturales; en ocasiones ambas. Las casas se realizaban mayoritariamente en madera y barro, con forma rectangular y trapezoidal. Lo común era el rito de incineración, aunque hubo también otras variantes:
Hoyo excavado en la tierra, en el que se deposita la urna
Sin urna, directamente en el hoyo
Urnas cubiertas por círculos de piedras, cistas, etc.
Túmulos planos rodeando la fosa
Fosas grandes
La deposición y orientación de los cuerpos inhumados es también muy variada. Los ajuares eran muy sobrios y homogéneos en comparación con las épocas anteriores y posteriores, consistiendo en cerámicas o metales, que, como mucho, alcanzaban las seis unidades. A veces, una o varias urnas estaban delimitadas por fosos, creando unos recintos de planta circular o cuadrangular que se suponen rituales. (27).
Se han encontrado en abundancia molinos de piedra, azuelas de bronce y hoces, así como algunos graneros. Se detecta una clara proliferación de oficios y cierta especialización artesanal. Con respecto al comercio, se intensificaron las relaciones comerciales y mejoraron los transportes, con el uso del carro y del caballo como animal de tiro. Se comerciaba con la sal y se inició la producción de vidrio. La cerámica y la orfebrería experimentaron un gran auge, multiplicándose también los centros metalúrgicos.
El Bronce Final en Europa Central, entre los siglos XIII y VIII a. C., representó una fase de gran dinamismo cultural, marcada por importantes innovaciones funerarias, un desarrollo técnico significativo y una expansión notable de las redes comerciales. La práctica más característica de este periodo fue la generalización del rito de incineración, con las cenizas del difunto depositadas en urnas cerámicas que se enterraban en hoyos dentro de grandes necrópolis. Este fenómeno, conocido como cultura de los campos de urnas, no implicó la aparición de una cultura homogénea, sino más bien la adopción de una práctica compartida por comunidades distintas que mantuvieron sus propias formas de vida, estructuras sociales y economías locales.
La difusión de los campos de urnas desde el ámbito danubiano hasta el Báltico, el mar del Norte e incluso el noreste de la península ibérica demuestra el alcance de esta costumbre funeraria, que probablemente respondía a cambios en la concepción de la muerte, el cuerpo y la memoria colectiva. Las variantes en la disposición de las urnas y en la construcción de los espacios funerarios reflejan una gran diversidad regional. Algunas urnas eran colocadas directamente en la tierra, otras dentro de cistas o delimitadas por círculos de piedra, y en ciertos casos se añadían túmulos planos o estructuras rituales en planta circular o cuadrada. Esta variedad apunta a la existencia de creencias y rituales complejos en torno al mundo de los muertos, incluso cuando los ajuares eran relativamente modestos y homogéneos.
Los asentamientos de esta etapa, si bien no alcanzaban la monumentalidad de periodos anteriores, estaban bien organizados y a menudo contaban con defensas naturales o artificiales. Las casas, construidas en madera, barro y otros materiales perecederos, solían tener planta rectangular o trapezoidal, y estaban agrupadas en núcleos poblacionales que evidencian una vida comunal articulada. Algunos de estos asentamientos muestran signos de planificación interna y de espacios especializados para la producción y el almacenamiento, como lo demuestran la presencia de silos, graneros y molinos de piedra.
La economía combinaba la agricultura cerealista con una ganadería diversificada, y hay indicios claros de una mayor especialización artesanal. Las herramientas encontradas, como hoces, azuelas y útiles agrícolas en bronce, indican una mejora técnica en las labores del campo. Paralelamente, se documenta un auge de la producción artesanal, con un incremento de los talleres de metalurgia, cerámica y orfebrería. Esta intensificación productiva fue acompañada por una mejora en los sistemas de transporte, gracias al uso generalizado del carro y del caballo como animal de tiro, lo que permitió ampliar las distancias comerciales y acelerar el movimiento de bienes.
El comercio se orientó cada vez más hacia productos estratégicos como la sal, esencial para la conservación de alimentos, y comenzó la producción de vidrio, que con el tiempo se convertiría en un bien de lujo. En este contexto, la cerámica experimentó una evolución tanto en la calidad como en la variedad decorativa, mientras que la orfebrería ganó protagonismo como expresión de estatus personal, especialmente en contextos funerarios. Aunque los ajuares eran más sobrios que en fases anteriores, las piezas de bronce trabajadas con gran detalle muestran un elevado nivel técnico y estético.
El Bronce Final en Europa Central, lejos de representar un periodo de declive, debe entenderse como una etapa de reorganización y transición, en la que se asentaron las bases de muchas de las transformaciones que definirían la Edad del Hierro. El auge del rito de incineración, la intensificación de los intercambios, la proliferación de oficios y la especialización en la producción artesanal son todos indicadores de una sociedad en evolución, con estructuras más abiertas, móviles y adaptadas a un mundo en constante cambio. Esta etapa supuso una auténtica reconfiguración de las formas de vida y de los sistemas simbólicos en el corazón del continente europeo.
Objetos de la Edad del Bronce y del Hierro procedentes de Rumanía.
Esta región se la ha identificado con los grupos de Montelius, continuadores de las tendencias anteriores. Los poblados se ubicaban a veces en zonas de fácil defensa, estando formados por casas de barro o de madera, con planta oval o rectangular. Los enterramientos se agrupaban en grandes necrópolis, generalizándose el rito de incineración. Se han encontrado vasos y otros objetos de oro.
Durante el Bronce Final, la Europa nórdica mantuvo una evolución cultural coherente con las etapas anteriores, mostrando una continuidad que ha sido reconocida en los trabajos de Oscar Montelius, quien identificó una secuencia cronológica basada en los hallazgos de objetos metálicos, especialmente en Escandinavia. Estos grupos, que habitaron las regiones actuales de Dinamarca, el sur de Suecia y Noruega, se caracterizaron por un desarrollo propio, aunque en conexión con las dinámicas del centro y sur de Europa.
Los asentamientos se situaban con frecuencia en lugares estratégicos, a menudo en áreas elevadas o de fácil defensa, lo que revela una creciente preocupación por la protección del grupo. Las viviendas eran construidas con materiales perecederos como la madera y el barro, y presentaban plantas rectangulares u ovaladas. Estas estructuras domésticas se organizaban en pequeñas aldeas con una clara vinculación al medio natural circundante, lo que favorecía una economía mixta basada en la agricultura, la ganadería, la pesca y la recolección de productos silvestres.
En el ámbito funerario se produjo un cambio relevante con la extensión del rito de la incineración, práctica que se generalizó en amplias zonas del norte de Europa. Las cenizas de los difuntos se depositaban en urnas cerámicas que eran enterradas en grandes necrópolis, muchas veces marcadas por túmulos o delimitaciones simbólicas. Esta transformación en los rituales mortuorios se interpreta como una señal de cambios ideológicos y sociales, y refleja una conexión cultural con las costumbres funerarias que se estaban imponiendo en Europa central a través de la cultura de los campos de urnas.
Uno de los elementos más destacados del Bronce Final nórdico es la producción de objetos de prestigio, entre los que destacan vasos y adornos realizados en oro. Aunque escasos, estos hallazgos indican la existencia de élites sociales con capacidad para acumular riqueza y acceder a bienes exóticos o tecnológicamente avanzados. Estos objetos, muchas veces hallados en contextos rituales o funerarios, reflejan tanto el estatus del individuo como su participación en redes de intercambio que conectaban el norte de Europa con regiones más meridionales.
La metalurgia del bronce continuó siendo un pilar de la economía y la identidad cultural, con la elaboración de espadas, hachas, fíbulas y objetos decorativos que muestran un alto nivel técnico y un lenguaje artístico propio. Las representaciones iconográficas en piedra, como los petroglifos, también jugaron un papel importante en la expresión simbólica de estas comunidades, incluyendo escenas de navegación, figuras humanas y animales, así como motivos solares, todos ellos relacionados con el imaginario colectivo y las creencias religiosas.
El Bronce Final en la Europa nórdica, por tanto, no fue un periodo aislado ni estático, sino una fase activa de consolidación cultural, en la que se desarrollaron formas propias de vida, organización social y expresión simbólica, en constante diálogo con las influencias externas del continente europeo. Estos procesos sentaron las bases de las culturas germánicas e indígenas del norte que más adelante protagonizarán la Edad del Hierro escandinava.
Europa Atlántica
Aunque se acentuó la influencia de los campos de urnas, sobre todo en las armas, también se han detectado diferencias regionales, así como ciertas influencias fenicias. La economía era agrícola y los caballos tenían una doble función: como elementos de prestigio y como animales de tiro.
Durante el Bronce Final, la Europa atlántica vivió una etapa de notable diversidad cultural, marcada por la confluencia de influencias procedentes del interior continental, especialmente de los campos de urnas, y de contactos marítimos con el Mediterráneo, entre los que destacan las primeras huellas de presencia fenicia. Este periodo se caracteriza por una reconfiguración de las formas de vida, en la que las comunidades locales comenzaron a adoptar elementos culturales externos sin renunciar a sus tradiciones propias, generando así una variedad de expresiones regionales.
La influencia de la cultura de los campos de urnas se observa sobre todo en el ámbito funerario y en la tipología armamentística. Las espadas, puñales y lanzas del Bronce Final atlántico muestran similitudes formales con las del centro de Europa, especialmente en su diseño y en las técnicas de fundición. Sin embargo, a diferencia de las grandes necrópolis centroeuropeas, en la Europa atlántica el registro funerario es más irregular y disperso, con prácticas que combinan la incineración con formas de enterramiento más tradicionales, lo que refleja una cierta autonomía cultural y la pervivencia de costumbres locales.
En cuanto a la economía, se consolida un modelo agrícola basado en el cultivo de cereales, complementado por la ganadería y la explotación de los recursos costeros y fluviales. La aparición de herramientas agrícolas especializadas, como hoces de bronce y molinos manuales, indica una intensificación del trabajo del campo. En este contexto, el caballo adquiere un papel destacado, tanto como animal de tiro para las labores agrícolas y el transporte, como símbolo de estatus y poder. Su posesión estaba restringida a las élites, y su representación en algunos contextos rituales sugiere un valor simbólico asociado al prestigio guerrero y al liderazgo.
Uno de los aspectos más interesantes de este periodo es la incipiente presencia de influencias fenicias en las zonas costeras del suroeste de la península ibérica y, en menor medida, en otras regiones atlánticas. A través de rutas marítimas, llegaron objetos exóticos como cuentas de vidrio, cerámicas de importación y fragmentos de metales preciosos, lo que demuestra la integración progresiva de estas comunidades en redes de intercambio más amplias. Estos contactos, aunque aún limitados en volumen, desempeñaron un papel importante en la transformación cultural de los grupos atlánticos, anticipando los procesos de colonización y mestizaje cultural que se intensificarán ya en la Edad del Hierro.
Las diferencias regionales dentro del ámbito atlántico son notables. Mientras que en Bretaña y las islas británicas se mantiene una continuidad con formas de vida anteriores, en el noroeste peninsular se observa un dinamismo creciente, con el desarrollo de asentamientos fortificados, una mayor producción metalúrgica y un fortalecimiento de las estructuras de poder local. Esta diversidad demuestra que el Bronce Final atlántico no fue un bloque uniforme, sino un espacio dinámico en el que distintas comunidades experimentaron procesos de cambio a ritmos diferentes, influidas por factores geográficos, económicos y culturales.
En conjunto, la Europa atlántica durante el Bronce Final refleja una etapa de transición y apertura, en la que la tradición local se reinterpreta a través del contacto con influencias externas. Esta combinación de continuidad e innovación dará lugar, en siglos posteriores, al surgimiento de culturas regionales con fuerte personalidad, como los vetones, los castreños del noroeste ibérico o los pueblos protocélticos de la Galia.
Mediterráneo Central
En el sur de la península itálica se dio un importante comercio con Grecia y con el norte de la propia península. Hay necrópolis de incineración, con cremaciones individuales. Los asentamientos solían situarse en lugares elevados que se fortificaban mediante murallas. La cerámica estaba hecha a mano.
Durante el Bronce Final, el Mediterráneo central, especialmente el sur de la península itálica, experimentó una fase de intensa interacción con otras regiones del Mediterráneo oriental y con el norte itálico, marcando el inicio de una red comercial consolidada que anticipa los futuros contactos coloniales fenicios y griegos. Esta etapa estuvo marcada por un dinamismo cultural que se refleja tanto en la organización del territorio como en las prácticas funerarias, las formas de poblamiento y la producción material.
En esta zona se han documentado importantes contactos con el mundo micénico, como lo atestiguan hallazgos de cerámica de importación, objetos de bronce de origen egeo y otros productos de prestigio que llegaron a través del mar Jónico. Estos intercambios no solo trajeron bienes materiales, sino también ideas y modelos de organización que influyeron en las comunidades locales. A su vez, el norte de la península itálica, especialmente las áreas de la cultura de las Terramaras y otras del Bronce Reciente, mantenía relaciones con las regiones meridionales a través de corredores internos que facilitaban el flujo de bienes y técnicas.
Los asentamientos del sur de Italia durante esta fase solían establecerse en lugares elevados con fácil defensa natural, lo que evidencia una creciente preocupación por la seguridad y el control del entorno. Estas ubicaciones estratégicas permitían una buena visibilidad del territorio, facilitaban el acceso a rutas de comunicación y ofrecían ventajas en caso de conflictos. Para reforzar su protección, muchos de estos asentamientos estaban rodeados por murallas construidas con piedras o tierra apisonada, configurando pequeños centros fortificados que actuaban como núcleos de poder local.
En el ámbito funerario, se generalizó la incineración como rito dominante, en sustitución de la inhumación practicada en épocas anteriores. Las cremaciones eran normalmente individuales, con las cenizas depositadas en urnas que se enterraban en necrópolis organizadas, a veces con estructuras rituales sencillas. Esta práctica funeraria, paralela a la de los campos de urnas centroeuropeos, muestra una convergencia cultural con otros espacios mediterráneos, aunque manteniendo rasgos propios que indican una adaptación local del ritual.
La cerámica producida en esta región durante el Bronce Final estaba elaborada a mano, sin torno, y decorada con incisiones, cordones aplicados o motivos geométricos simples. Aunque de apariencia sencilla, estas piezas cumplen una función tanto práctica como simbólica, reflejando una tradición artesanal que se mantuvo activa y diversa. La existencia de talleres locales y la circulación de estilos entre distintas comunidades refuerzan la idea de una sociedad en evolución, con redes de intercambio y transmisión cultural bien articuladas.
En conjunto, el Mediterráneo central durante el Bronce Final fue un espacio de convergencia entre tradiciones locales y aportaciones externas, donde se configuraron los primeros rasgos de lo que más adelante se convertirá en el horizonte cultural itálico de la Edad del Hierro. Esta etapa sentó las bases para la aparición de nuevas culturas regionales, como la de Villanova en el norte o las formaciones protohistóricas del sur itálico, que protagonizarán los siglos siguientes en el marco de una Italia cada vez más conectada con el Mediterráneo oriental.
Crisis del Bronce Final
Hacia el 1200 a. C. la sociedad micénica colapsó, siendo abandonadas (tras incendios) la mayoría de las ciudadelas y desapareciendo completamente la escritura (el Lineal B). Hay signos de una desestabilización generalizada en todo el Mediterráneo oriental, que aparece registrada en los documentos escritos de las culturas históricas de la época. El Imperio hitita se derrumbó bruscamente alrededor del 1180 a. C., siendo destruida completamente su capital, Hattusa. La antaño floreciente Ugarit fue abandonada y hay constancia de ataques armados en la costa fenicia, en Israel (por parte de los filisteos) y en Egipto, donde fueron rechazados los denominados pueblos del mar. (23).
Mientras, la guerra de Babilonia contra Asiria y Elam provocó la disolución de la dinastía casita en 1154 a. C.; unas décadas después, Elam volvió a desaparecer de la historia tras el saqueo de Susa, su capital. Hacia 1050 a. C., Asiria también se sumió en el silencio durante más de un siglo. Los escasos testimonios finales hablan de interminables escaramuzas fronterizas mientras los reyes intentaban contener las migraciones masivas de arameos y mosji.
Los sucesos son conocidos solo a partir de un puñado de fuentes, como las Cartas de Ugarit y los relatos egipcios sobre los «pueblos del mar». Pasado el año 1050 a. C., desaparecen los escritos, y todo el período de 1050 al 934 a. C. es considerado como una época oscura. Pero tal colapso habría que redefinirlo, ya que una época oscura es básicamente un período de tiempo durante el cual la élite social deja de producir monumentos y documentos escritos.
La crisis del Bronce Final, ocurrida entre aproximadamente 1200 y 1050 a. C., representa uno de los colapsos más profundos y complejos en la historia del mundo antiguo, afectando de forma simultánea a buena parte del Mediterráneo oriental y del Próximo Oriente. Este proceso no fue un evento aislado ni repentino, sino el resultado de una acumulación de tensiones sociales, políticas, económicas y ambientales que llevaron al colapso de los grandes sistemas palaciegos y estatales que habían dominado durante siglos.
La caída de la civilización micénica marca uno de los puntos de partida más conocidos de esta crisis. Las grandes ciudadelas de Micenas, Tirinto, Pilos y Tebas fueron abandonadas o destruidas por incendios. La escritura en Lineal B, utilizada para la administración palaciega, dejó de emplearse completamente, lo que refleja no solo el colapso de la burocracia, sino también la ruptura de la continuidad institucional. La producción arquitectónica, artística y documental se interrumpió, y el modelo político basado en reyes-guerreros dejó paso a estructuras sociales mucho más simples, marcando el comienzo de los llamados siglos oscuros en Grecia.
Este colapso no fue exclusivo del mundo micénico. En el ámbito hitita, uno de los imperios más poderosos de Asia Menor, el impacto fue igualmente devastador. Hacia el 1180 a. C., la capital, Hattusa, fue destruida y el estado desapareció. Las provincias periféricas quedaron desorganizadas y fueron reemplazadas por pequeños reinos neo-hititas. La caída del Imperio hitita también desestabilizó el equilibrio político en Siria y Anatolia, favoreciendo el avance de nuevos pueblos y el surgimiento de nuevas identidades regionales.
En el Levante, ciudades como Ugarit, una de las más prósperas del Bronce Tardío, fueron saqueadas y abandonadas. Los textos recuperados de sus archivos, especialmente las cartas diplomáticas, ofrecen una imagen clara de la tensión creciente en la región antes del colapso. Se registran menciones a movimientos armados, ataques desde el mar, crisis comerciales y dificultades para mantener la seguridad en los puertos. La presencia de los llamados pueblos del mar, grupos de origen incierto que atacaron las costas de Anatolia, Siria, Palestina y Egipto, se identifica como uno de los factores más visibles de esta convulsión. Estos pueblos, posiblemente compuestos por migrantes, guerreros y piratas, intentaron establecerse en varias regiones, siendo derrotados finalmente en Egipto por Ramsés III hacia el 1175 a. C., según los registros del templo de Medinet Habu.
En Mesopotamia, la situación también se deterioró. Babilonia, que durante el Bronce Final estaba gobernada por la dinastía casita, fue atacada por los asirios y los elamitas. En 1154 a. C., la dinastía casita fue derrocada, y poco después, Elam fue devastado por la destrucción de su capital, Susa. La crisis culminó con una profunda inestabilidad política y militar, en la que los reinos más importantes del entorno luchaban por sobrevivir frente a migraciones masivas, rebeliones internas y una grave crisis económica. Asiria, tras breves momentos de expansión, también quedó debilitada y entró en un largo periodo de inactividad política que duró hasta mediados del siglo IX a. C.
La documentación escrita disminuyó drásticamente después del 1050 a. C., inaugurando lo que muchos historiadores denominan época oscura, especialmente en regiones como Grecia, Anatolia y parte de Siria. Esta denominación, sin embargo, debe ser matizada. No implica una desaparición completa de las sociedades ni una involución total, sino la falta de registros escritos y monumentales por parte de las élites tradicionales. La vida continuó en muchas regiones, pero bajo nuevas formas, con comunidades más pequeñas, autogestionadas y con estructuras sociales menos centralizadas.
La crisis del Bronce Final puede considerarse, por tanto, como una transformación sistémica de gran escala. El mundo que había girado en torno a los palacios, la diplomacia internacional, los ejércitos profesionales y los intercambios lujosos dio paso a sociedades más locales, con liderazgos fragmentados y formas de vida adaptadas a un nuevo contexto. Esta transformación no debe entenderse solo como una pérdida, sino también como un proceso de reajuste que permitió el surgimiento de nuevos pueblos, lenguas, religiones y formas de organización que definirán el primer milenio a. C. en el Mediterráneo y Oriente Próximo.
Edad del Bronce en Asia del sur y oriental
En el subcontinente indio los objetos de bronce aparecieron con la eclosión de la cultura del valle del Indo, durante la cual los habitantes de Harappa y otras ciudades de la región desarrollaron nuevas técnicas metalúrgicas que les permitieron fundir cobre, bronce, plomo y estaño. La cronocultura de Harappa (entre 1700-1300 a. C.) coincide en parte con la transición a la Edad de Hierro (Periodo védico), por lo que resulta difícil datar el Bronce adecuadamente.
Tampoco se ponen de acuerdo los investigadores con su datación en China. La aleación de bronce apareció durante el período Erlitou, el cual ciertos investigadores incluyen dentro de la dinastía Shang, hacia mediados del II milenio a. C. (28) Pero otros creen que pertenecería a la dinastía Xia, su predecesora. De cualquier manera, el uso del bronce adquirió una gran importancia en la cultura china y su desarrollo fue ajeno a las influencias externas. (29).
En la actual Tailandia (en Ban Chiang) han sido descubiertos artefactos de bronce datados hacia el 2100 a. C. (30) En la península de Corea el bronce apareció hacia el 1000 a. C. por influencia de las culturas de Manchuria, aunque consiguió adoptar caracteres específicos en tipologías y estilos, sobre todo en los artefactos rituales. (31) También han salido a la luz tambores de bronce pertenecientes a la cultura Dong Son, originada alrededor del delta del río Rojo, abarcando el norte de Vietnam y sur de China, donde se produjeron a partir del 600 a. C.
En Japón se introdujeron el bronce y el hierro simultáneamente, a finales del período Jomon, hacia mediados del I milenio a. C. Los conocimientos metalúrgicos llegaron desde Corea y sirvieron para fabricar herramientas (de hierro) y artefactos rituales o ceremoniales (en bronce).
(…) Para el estudio del bronce en Asia, faltaría crear una entrada relacionada con el contexto cultural en Asia Central. Es el llamado «Complejo arqueológico Bactria-Margiana», o cultura del río Oxus es la designación arqueológica moderna de un estadio cultural de la Edad del Bronce de Asia Central, datado aproximadamente en el 2400-1600 a. C., localizada hoy en Turkmenistán, norte de Afganistán, sur de Uzbekistán y oeste de Tayikistán, que se centra sobre el río Amu Daria (el Oxus de los antiguos griegos).
La Edad del Bronce en Asia del Sur y Oriental presenta una notable diversidad de desarrollos culturales y tecnológicos, con trayectorias propias que, en muchos casos, evolucionaron de forma paralela e independiente a las de Oriente Próximo o Europa. Lejos de ser periferias tecnológicas, estas regiones muestran un alto grado de sofisticación en la metalurgia, la organización social y las expresiones artísticas, formando una constelación de culturas que dieron forma a la historia antigua de Asia.
En el subcontinente indio, la cultura del valle del Indo marca uno de los primeros y más avanzados desarrollos urbanos del Bronce, con ciudades como Harappa, Mohenjo-Daro y Lothal, organizadas en torno a planes ortogonales, sistemas de alcantarillado y estructuras administrativas centralizadas. La metalurgia desempeñó un papel esencial en estas sociedades, con la producción de herramientas, armas y objetos ornamentales en cobre, bronce, plomo y estaño. Aunque la cronología de esta cultura fluctúa entre el 2600 y el 1900 a. C., su etapa final se superpone con los inicios del periodo védico, lo que ha dificultado la definición precisa de los límites entre la Edad del Bronce y la Edad del Hierro en esta región. El declive del sistema urbano indio parece vinculado a factores climáticos, el colapso del comercio interregional y transformaciones sociopolíticas internas.
En China, la metalurgia del bronce alcanzó un desarrollo técnico y simbólico excepcional, posiblemente sin precedentes en la historia antigua. Durante el periodo Erlitou, fechado entre 1900 y 1500 a. C., ya existían grandes centros de producción de bronce, asociados a estructuras palaciegas y rituales. Este periodo, considerado por algunos como parte de la dinastía Xia y por otros como un antecedente temprano de la dinastía Shang, marca el inicio de una tradición que se consolidará plenamente con los Shang hacia el 1600 a. C. Los bronces rituales de esta cultura no eran solo instrumentos utilitarios, sino objetos de alto valor simbólico, asociados al poder político, la religión y la legitimación del linaje. La independencia del desarrollo chino respecto a otras regiones se manifiesta en el estilo, la iconografía y la función de estos artefactos, que responden a un sistema cultural único y complejo.
En el sudeste asiático, el hallazgo de objetos de bronce en Ban Chiang, en la actual Tailandia, con fechas que llegan hasta el 2100 a. C., ha transformado las perspectivas sobre la antigüedad de la metalurgia en esta zona. Aunque inicialmente se pensaba que esta región era receptora pasiva de influencias exteriores, estos descubrimientos indican que existió un desarrollo autónomo y precoz de la tecnología metalúrgica. A lo largo del primer milenio a. C., culturas como la de Dong Son, originada en el delta del río Rojo en el actual norte de Vietnam, crearon elaborados tambores de bronce que combinaban arte, música y rituales políticos. Estos tambores, decorados con escenas de la vida cotidiana, navegación, animales y guerreros, se difundieron por el sudeste asiático, convirtiéndose en símbolos de poder y elementos de cohesión cultural.
En la península de Corea, el bronce comenzó a utilizarse hacia el 1000 a. C., principalmente por influencia de las culturas de Manchuria, aunque con el tiempo se desarrollaron tipologías propias, especialmente en el ámbito ritual. Las hachas, los espejos y otros artefactos muestran estilos decorativos distintos, y su uso sugiere la existencia de jerarquías sociales emergentes. En Japón, el bronce y el hierro llegaron de manera casi simultánea durante el final del periodo Jomon y el comienzo del Yayoi, a través de contactos con la península coreana. Mientras que el hierro se destinó principalmente a la fabricación de herramientas agrícolas, el bronce se reservó para usos rituales, como las espadas ceremoniales y los espejos mágicos, reflejando una diferenciación funcional y simbólica entre ambos metales.
Una mención especial merece el Complejo Arqueológico Bactria-Margiana o cultura del río Oxus, localizado en Asia Central y datado entre 2400 y 1600 a. C. Esta civilización, que floreció en el actual Turkmenistán, el norte de Afganistán y el sur de Uzbekistán, presenta ciudades fortificadas, arquitectura monumental, sistemas de irrigación y un arte refinado, con uso extensivo del bronce en armas, herramientas y elementos decorativos. Su localización en torno al río Amu Daria la convierte en un punto de confluencia entre el mundo iranio, el indio y el centroasiático, siendo clave para entender la circulación de tecnologías y símbolos entre oriente y occidente.
En conjunto, la Edad del Bronce en Asia del Sur y Oriental muestra una pluralidad de desarrollos, muchos de los cuales fueron autóctonos y pioneros. Lejos de ser una periferia, estas regiones jugaron un papel activo en el intercambio de conocimientos técnicos, creencias religiosas y expresiones artísticas, configurando tradiciones que perdurarán en los siglos siguientes y que darán forma a las grandes civilizaciones históricas de Asia.
Edad del Bronce en América
La Edad del Bronce en América no siguió las mismas pautas cronológicas ni tecnológicas que en Eurasia y África, pero sí existió una tradición metalúrgica autónoma y avanzada, especialmente en los Andes, donde surgieron formas de trabajo del cobre y sus aleaciones que respondían a las necesidades simbólicas, sociales y funcionales de las culturas locales. A diferencia del Viejo Mundo, donde la metalurgia del bronce se asoció sobre todo a la producción de armas y herramientas utilitarias, en el área andina su uso estuvo más vinculado a la fabricación de objetos rituales, ornamentales y de prestigio, aunque también se produjeron instrumentos agrícolas y utensilios domésticos.
En los Andes centrales, comprendidos principalmente por los actuales territorios de Perú, Bolivia, Ecuador y el norte de Chile y Argentina, la metalurgia del cobre y sus aleaciones tuvo un desarrollo temprano y sostenido. Ya durante el Horizonte Medio (aproximadamente entre los años 500 y 1000 d. C.), culturas como Tiahuanaco y Wari utilizaron con habilidad técnicas para fundir y alear metales. La producción de bronce arsenical fue particularmente importante en esta etapa, destacando no solo por su dureza y resistencia, sino también por su coloración y valor simbólico. Las aleaciones de cobre con arsénico y, en algunos casos, con níquel, se encuentran documentadas en objetos ceremoniales y utilitarios, y su difusión abarcó una extensa área desde el altiplano boliviano hasta las tierras altas del noroeste argentino.
Los hallazgos en San Pedro de Atacama, en el norte de Chile, y en sitios arqueológicos vinculados a la cultura Tiahuanaco, han revelado la existencia de una aleación ternaria de cobre, arsénico y níquel, lo que demuestra un conocimiento avanzado de los recursos minerales y de las técnicas de fundición. Estas aleaciones no eran producto de una imitación externa, sino el resultado de procesos de experimentación tecnológica propios, ajustados a las condiciones geográficas y culturales del entorno andino.
Aunque tradicionalmente se ha asociado el uso extensivo del bronce clásico, es decir, la aleación de cobre con estaño, con el Imperio Inca, investigaciones más recientes han demostrado que este tipo de bronce ya se producía en fases anteriores, y que los incas heredaron y expandieron una tradición metalúrgica preexistente. El estaño necesario para estas aleaciones procedía principalmente del altiplano boliviano y del noroeste argentino, donde poblaciones como los calchaquíes ya dominaban técnicas de fundición complejas.
En el occidente de México, especialmente en las regiones de Michoacán, Colima y Jalisco, se ha documentado una metalurgia del bronce más tardía, probablemente desarrollada entre los siglos XIII y XV d. C. Aunque más limitada en volumen y extensión, esta producción incluyó campanas, pinzas, agujas, anzuelos y otros instrumentos de uso cotidiano. Existen indicios de posibles contactos culturales indirectos entre Mesoamérica y los Andes, quizá a través de redes de intercambio costeras o por el movimiento de artesanos, lo que podría explicar la llegada del conocimiento metalúrgico a esta región.
En conjunto, la Edad del Bronce en América, y especialmente en los Andes, representa un desarrollo autónomo y sofisticado de la metalurgia, con características propias tanto en lo técnico como en lo simbólico. La existencia de diferentes tipos de aleaciones, la utilización de fuentes minerales regionales y la elaboración de objetos con valor ritual y social demuestran que la metalurgia prehispánica fue un componente esencial de las sociedades americanas, mucho antes de la llegada de los europeos. Aunque los fines utilitarios no fueron siempre prioritarios, la importancia cultural y política del bronce fue comparable a la que tuvo en otras partes del mundo, lo que confirma el alto grado de innovación tecnológica alcanzado en el continente americano.
Algunos investigadores afirman que durante todo el Horizonte Medio andino (año 500 al 1200) se usó el cobre arsenical y que en la cultura Tiahuanaco ya se utilizaba ampliamente (hacia el 600 d. C.) una aleación de cobre, arsénico y níquel, considerada por tales autores bronce, que habría sido sustituida hacia sus fases finales por el bronce clásico (sobre el 800 d. C.). (32) Otros, en cambio, retrasan hasta la época Chimú (a partir del 900 d. C.) la utilización del cobre arsenicado, siendo para ellos los Incas los que generalizaron en sus dominios el uso del bronce. (33).
Para Heather Lechtman y Andrew Macfarlane el uso del bronce en el área Andina se desarrolló en el Horizonte Medio. Se difundió explotación de menas de cobre, arsénico, estaño y níquel y la producción de bronces a gran escala. Se produjo bronce arsenical en los Andes Centrales (actualmente territorio de Perú y Ecuador) y hasta el lago Titicaca. La aleación clásica de cobre con estaño se acostumbraba asociar con el Imperio Inca, pero ahora se sabe se produjo antes y que las poblaciones que habitaron el altiplano boliviano y las tierras altas del noroeste argentino abastecieron el estaño necesario para la producción de bronce a partir del Horizonte Medio. Al sur del lago Titicaca, en el altiplano boliviano y en el norte de Chile, se obtuvieron recientemente evidencias de la producción del tercer tipo de bronce, la aleación ternaria de cobre, arsénico y níquel, encontrada sólo en objetos de Tiahuanaco y San Pedro de Atacama. (34)
Los calchaquíes del noroeste de Argentina poseían tecnología de bronce. (35)
La posterior aparición de una limitada producción metalúrgica de bronce en el oeste de México sugeriría la existencia de contactos con las regiones andinas o un descubrimiento tardío de tal tecnología.
Hacha ceremonial de bronce del período tardío del noroeste argentino, entre el 1000 y el 1470.Claudio Elias – Trabajo propio. Dominio público.
ANEXO. Ordenamiento cronológico de las principales culturas del bronce Europeo
Las culturas aqueológicas más destacadas en Europa durante la Edad del Cobre son las siguientes. Las voy a situar en su orden cronológico sucesivo, es decir unas van siendo sustituídas por la siguiente, pero, como sucede en el periodo neolítico europeo, a veces unas se superponen a otras y resulta complicado establecer sus limites geográficos o cronológicos exactos.
El periodo llamado Edad del Cobre, pertenece a la cronocultura o fase llamada Edad de los Metales. Estaría situado cronológicamente aproximadamente entre el 3.300 y el 1200 a.C., que, tras la crisis provocada, sobre todo por las invasiones y destrucción de los llamados Pueblos del Mar, llevaron a una etapa llamada Etapa Oscura. Ésta, dejó paso a la última etapa metalífera, la Edad de Hierro, que ocupa aproximadamente el último milenio a. C, dejando paso a la Edad Antigua o Edad Clásica o Antiguedad, dejando atrás la larga etapa prehistórica de la Humanidad.
A. Cultura del vaso campaniforme
Con una cronología que iría del 2900 al 2500 a. C. Según otros autores, su aparición se situaría, en cambio, sobre el 2400 a. C., desapareciendo hacia el 1800 a. C. Tema ya tratado en esta entrada de forma detallada.
B. Cultura de Unetice
La cultura de Únětice o de Aunjetitz (en alemán) es una cultura prehistórica correspondiente al Bronce antiguo en Europa central. Se extendió entre los ríos Rin y Dnieper, desde el mar Báltico hasta el Bajo Danubio.
La cultura de Únětice (o de Aunjetitz) corresponde al Bronce antiguo en Europa central y abarca aproximadamente el período cronológico entre el 2300 a.C. y el 1600 a.C.
El grupo de Unetice debe su nombre al yacimiento epónimo cercano a Praga, República Checa, datado a partir del 2250 a. C. En un contexto social de jefaturas claramente estratificado aparecen ricas tumbas adscritas a «príncipes». Estos grupos se extendieron por Bohemia, Moravia, Silesia, Sajonia y Austria.
Actualmente se estima que su origen tiene un fuerte componente autóctono, como heredera de los anteriores grupos de la cerámica cordada y campaniforme, de las tradiciones balcánica y danubiana, pero con influencias orientales de los kurganes. En su desarrollo se han distinguido tres fases:
Unetice antiguo.
Unetice clásico o período de las tumbas principescas.
Unetice tardío.
Su desarrollo metalúrgico fue sobresaliente, produciendo aletas, brazaletes en espiral, agujas, hachas con rebordes. Las cerámicas imitaban formas metálicas. El rito de enterramiento era habitualmente individual.
Unetice antiguo
Es la etapa de formación y se corresponde con la transición entre el Calcolítico final y la Edad del Bronce. Los pocos asentamientos conocidos presentan casas de madera rectangulares semiexcavadas en el terreno. Las tumbas son de inhumación, con uno o dos individuos, en cistas o fosas cubiertas de un túmulo, pero también hay algún pithos. Los cuerpos se orientaban hacia el este o el sur y, a veces, se acompañaban de animales sacrificados. Algunos cadáveres habían sido desmembrados ritualmente. Los artefactos metálicos más abundantes son alfileres, torques, pendientes de espirales y de cabeza de disco, anillos, puñales y hachas, en cobre o bronce.
Unetice clásico
Es el momento de apogeo, con un importante aumento de población, su expansión hacia las regiones circundantes y el incremento del comercio. Aparecen las ricas tumbas de jefe, construidas en madera, con forma de casa, cubiertas por un túmulo y situadas habitualmente fuera de las necrópolis donde se entierran los guerreros y el resto de la población. En ellas se depositaron importantes ajuares cerámicos y metálicos y, a veces, se encuentra acompañando al cadáver principal otro femenino. Los poblados estaban formados por casas rectangulares de madera, situadas en colinas y protegidos por fosos y muros de madera y/o piedra y adobe. La agricultura y ganadería, una original producción metalúrgica de bronces y la explotación y comercio de la sal constituían las bases económicas.
Unetice tardío
Es la fase final, en la que aumentaron los intercambios comerciales y culturales, que llegaron hasta Micenas, gracias al comercio del ámbar. Los asentamientos estaban situados en emplazamientos elevados y fortificados. Se explotaban minas de cobre en el área alpina y la metalurgia del bronce estaba ampliamente extendida. Los grupos de los túmulos sustituyeron a Unetice, pero manteniendo muchos de los rasgos típicos de éste: hay una clara continuidad cultural y estratigráfica entre ambos.
Eiroa García, Jorge Juan (2010). «Prehistoria del mundo». Barcelona (primera edición) (Sello Editorial SL). p. 607. ISBN 978-84-937381-5-0.
Eiroa García, Jorge Juan. Prehistoria del mundo. pp. 732-738.
Bronze daggers from Granowo and Łęki Małe, Poland. Unetice culture.Bogdan Walkiewicz, Archaeological Museum in Poznań – Edited version of: File:Leki Male.png. CC0.
Depósito con perlas de ámbar y fayenza de la cultura de Aunjetitz de Dresden-Kauscha, 2200-1600 a.C.; Museo Estatal de Arqueología de Chemnitz. Einsamer Schütze – Own work. CC BY-SA 4.0.
Depot II von Dieskau. Oscar Förtsch (1840-1905) – Oscar Förtsch: Ein Depotfund der älteren Bronzezeit aus Dieskau bei Halle. In: Jahresschrift für die Vorgeschichte der sächsisch-thüringischen Länder. Band 4, 1905, S. 3–33 (Online). Public Domain.
Depósito con punta de lanza ranurada de la cultura de Aunjetitz de Kyhna, 2200-1800 a.C.; Museo Estatal de Arqueología de Chemnitz.». Einsamer Schütze – Own work. CC BY-SA 4.0-.
Archäologische Denkmäler aus dem Grabhügel von Łęki Małe bei Kościan. Monumentos arqueológicos del túmulo funerario de Łęki Małe cerca de Kościan. W. Sarnowska – Polska Starożytna, Ossolineum. DOMINIO PÚBLICO.,
Early Bronze Age swords from Central Europe (Oscar Montellius, Die Typologische Methode, 1903, p.35), Oscar Montellius – Oscar Montellius, Die Typologische Methode, 1903. CC0.
C. Cultura de la cerámica cordada
La cultura de la cerámica cordada es un vasto horizonte arqueológico europeo que comenzó a despuntar a finales del Neolítico regional (la Edad de Piedra), alcanzó su apogeo durante el Calcolítico (la Edad del Cobre) y culminó a principios de la Edad del Bronce (o sea, entre el 2900 y el 2450/2350 a. C.).
También se la denomina cultura del hacha de combate/guerra o cultura de los sepulcros individuales, recibiendo unos u otros nombres en función de la escuela arqueológica a la que pertenezca el investigador correspondiente. Tanto la cerámica decorada con cuerdas como las hachas de combate (simbólicas, ya que estaban pulidas en piedra, lo que las convertía en armas poco eficientes para esa época) eran típicas ofrendas funerarias masculinas, depositadas en tumbas individuales, por lo que los tres elementos forman una asociación recurrente.
Está asociada con la introducción del metal en el norte de Europa y, según algunos investigadores, con ciertas lenguas de la familia indoeuropea.
Vasijas del cementerio Lilla Beddinge, en Skåne (Suecia), con las marcas de cuerdas características de esta cerámica en el conjunto de técnicas de decoración incisa. Aslar73 – Trabajo propio. Dominio público.
Esta cultura arqueológica se extendió por toda la Europa del norte y oriental, desde el río Rin en el oeste, hasta el río Volga en el este, incluyendo buena parte de lo que actualmente son los siguientes países: Extensión aproximada del horizonte arqueológico de la «cerámica cordada», con las culturas adyacentes del tercer milenio antes de nuestra era (según la Encyclopedia of Indo-European Culture).
Alemania
Países Bajos
Dinamarca
Polonia
Lituania
Letonia
Estonia
Bielorrusia
República Checa
Eslovaquia
norte de Ucrania
oeste de Rusia
sur de Noruega
sur de Suecia
sur de Finlandia.
Es contemporánea del complejo cultural campaniforme, el cual aparece de forma totalmente independiente en el estuario del río Tajo (península ibérica), hacia el 2900 a. C., solapándose en su área de distribución más occidental con aquel, al oeste del río Elba. Esta circunstancia pudo haber contribuido a la distribución paneuropea del campaniforme.
Aunque adoptaron una organización social y patrones de asentamiento similares a los grupos campaniformes, los de la cerámica cordada carecían de los refinamientos de aquellos, sólo posibles mediante el comercio y la comunicación por el mar y los ríos.
Extensión aproximada del horizonte arqueológico de la «cerámica cordada», con las culturas adyacentes del tercer milenio antes de nuestra era (según la Encyclopedia of Indo-European Culture).
The w:Corded Ware culture (also Battle-axe culture) is an enormous Chalcolithic and Early Bronze Age archaeological grouping, flourishing ca. 3200 – 2300 BC. It encompasses most of continental northern Europe from the Rhine River on the west, to the Volga River in the east, including most of modern-day Germany, Denmark, Poland, the Baltic States, Belarus, the Czech Republic, Slovakia, northern Ukraine, and western Russia, as well as southern Sweden and Finland, It receives its name from the characteristic pottery of the era; wet clay was decoratively incised with cordage, i.e., string. It is known mostly from its burials. CC BY-SA 4.0
Orígenes y desarrollo de la cultura de la cerámica cordada.
Ha habido muchas teorías diferentes relacionadas con el origen de la cultura de la cerámica cordada. De manera general, se podría decir que hay una división entre los arqueólogos que observan influencias de las sociedades ganaderas de las estepas situadas al norte del mar Negro y los que piensan que nació en Centroeuropa de manera autóctona. Pero en ambos campos, hay muchos puntos de vista diferentes. La última tendencia ha sido la búsqueda de un camino intermedio. La distribución de la cerámica cordada coincide en parte con su predecesora cultura de los vasos de embudo (TRB, por sus siglas en alemán), con la cual comparte cierto número de características, como las impresiones de cuerda en la cerámica o el uso de caballos y vehículos de ruedas, lo cual puede ser rastreado como influencia de las culturas de la estepa europea.
Según H. Müller-Karpe la cerámica cordada y las hachas de piedra pulida como ofrendas funerarias constituirían una pervivencia de los sustratos neolíticos regionales en la mayoría de los territorios.
(Ver ref. González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert. Arqueología de Europa, 2250-1200 A.C. Una introducción a la «Edad del Bronce». pp. 59,61.).
Para Fagan y Sherratt, este fenómeno representó la culminación de la interacción entre tendencias opuestas presentes en el área de las planicies que se extienden por el norte de Europa, desde Dinamarca a Kiev: entre la extensificación en la Europa del Este y el sedentarismo local de Europa occidental.
(Ver ref. Brian M. Fagan, y Andrew Sherratt: The Oxford Companion to Archaeology (pág. 89 y 217). Oxford University Press, 1996.).
Pero para otros investigadores, solo en algunas zonas la continuidad entre el vaso de embudo y el cordado puede ser demostrada, mientras que en otras la cerámica cordada anuncia una nueva tipología cultural y física. Para estos, en la mayor parte de la enorme extensión que ocupó esta cultura fue claramente intrusiva y, por consiguiente, representa uno de los más impresionantes y revolucionarios cambios culturales constatados por la arqueología. Establecer el grado a partir del cual un cambio cultural puede representar inmigración o no sigue siendo objeto de debate, debate que ha sido muy intenso en torno a este fenómeno.
Hacha de guerra con forma de bote, de Närke (Suecia); la «cultura del hacha de guerra» o «cultura del hacha con forma de bote», en Suecia y Noruega, apareció cerca del 2800 a. C. y se reconoce en cerca de 3000 tumbas desde Skåne hasta Trøndelag y Uplandia. Nordisk familjebok – Nordisk familjebok (1917), vol.26, Till art. Stenålder. I.[1]– Dominio Público.
Las formas de cerámica cordada en sepulturas individuales se desarrollaron antes en Polonia que en el oeste y el sur de la Europa Central. El desarrollo al mismo tiempo de ritos funerarios con objetos cordados (rodeados por cuerdas) no cerámicos en las zonas occidentales se ha explicado como una difusión de rasgos culturales a través de una red de contactos, más que a través de la migración, sugiriendo la existencia de un «Horizonte A» en el siglo XXVIII a. C. Esto se debe comprender en el marco de un cierto número de conexiones (vasos comunicantes) dentro de diferentes contextos regionales.
Las fechas más tempranas de radiocarbono proceden de Kujavia y Malopolska, en el centro y sur de Polonia, y apuntan hacia el período del 3000 a. C. Las dataciones del carbono-14 para el resto de Europa central muestran que la cerámica cordada apareció después del 2880 a. C.
(Ver ref. Janusz Czebreszuk: «Corded Ware from East to West», en Pam Crabtree y Peter Bogucki (eds.): Ancient Europe, 8000 B.C. to A.D. 1000: an encyclopedia of the Barbarian World (2004).
Desde allí se extendió al Brezal de Luneburgo (Lüneburger Heide) y luego hasta la planicie del norte de Europa, la cuenca del Rin, Suiza, Escandinavia, la región del Báltico y Rusia hasta Moscú, donde este complejo se fusionó con el estepario.
(Ver ref. Barry Cunliffe: The Oxford Illustrated Prehistory of Europe (pág. 250-254). Londres: Oxford University Press, 1994.).
En las regiones occidentales, esta evolución ha sido identificada como un cambio interno, suave pero rápido que tiene sus raíces en el precedente grupo de los vasos de embudo, teniendo su origen en la zona del este de Alemania. En la región báltica (actuales Estados bálticos y Kaliningrado) ha sido vista más bien como un elemento intrusivo en el área suroeste de la cultura de Narva.
En resumen, la cerámica cordada no representa una única y monolítica entidad, sino más bien la difusión de unas innovaciones tecnológicas y culturales de pueblos diferentes pero contemporáneos, que vivían muy próximos los unos a los otros, y que nos han dejado diferentes restos arqueológicos.
Comportamiento funerario de los grupos de la cerámica cordada (Europa Central). Edad de Cobre y Bronce (2900 y 2400 a.C)
Con los grupos de la cerámica cordada se constatan dos nuevas tendencias, la de los sepulcros individuales y la diferenciación por sexos, en contraste con la tradición megalítica anterior de enterramientos colectivos sin apenas desigualdades. Mientras que los hombres eran enterrados normalmente en posición flexionada, sobre su lado derecho y orientados hacia el oeste, las mujeres se colocaban sobre su costado izquierdo y mirando hacia el este. Además, los ajuares masculinos considerados ricos estaban formados por cerámica cordada y armas (mazas y hachas de piedra, etc.), mientras que los femeninos consistían en cerámica y objetos suntuarios (cuentas de ámbar o conchas, brazaletes de cobre, et.).
(Ver ref González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert. Arqueología de Europa, 2250-1200 A.C. Una introducción a la «Edad del Bronce». pp. 59,108.)
Tumba de la Edad del Bronce (Pronssikausi hauta, en finés) en Meilahti (Helsinki, Finlandia). La tumba está situada en una roca al lado del mar y data aproximadamente del siglo XXI a. C. Dentro de la tumba había huesos quemados. Los objetos culturales más antiguos del área de Helsinki corresponden al final de la última glaciación, del 6000 a. C., en el valle del río Keravanjoki. Pöllö – Trabajo propio. CC BY 3.0.
La inhumación se producía bajo un suelo que quedaba llano o bajo un pequeño túmulo. En Suecia y algunas partes del norte de Polonia las tumbas fueron orientadas norte-sur, con los hombres yaciendo sobre su izquierda y las mujeres sobre su derecha, ambos mirando hacia el este. Originariamente debió de haber alguna construcción en madera, ya que, con frecuencia, las tumbas se colocaban en línea. Esto contrasta con las prácticas de Dinamarca donde los muertos eran enterrados debajo de pequeños montículos con una estratigrafía vertical: el más antiguo bajo el nivel del suelo; el segundo por encima de esta tumba; y, ocasionalmente, un tercer entierro por encima de los otros dos. Otra tipología de enterramiento serían las tumbas-nicho de Polonia.
La contemporánea cultura del vaso campaniforme (Ver al inicio de este post). tuvo similares tradiciones funerarias y la extensión de ambas juntas llegó a abarcar buena parte de Europa, interrelacionándose y enriqueciéndose mutuamente en sus áreas de solapamiento.
A pesar de ello, todavía hay quien sostiene que el celta, alemán, báltico y eslavo pueden ser rastreados hasta este horizonte arqueológico. Y eso aunque se ha deducido que, por ejemplo, el protogermánico se desarrolló en Escandinavia hacia el final de la Edad de Bronce nórdica.
En 2009 se publicó el análisis genético del ADN de unos restos óseos pertenecientes a unos kurganes de Krasnoyarsk que establecían su relación con los tipos rusos actuales, lo que ha llevado a especular con la posibilidad de que estuvieran efectivamente relacionados con la expansión del indoeuropeo.
Referencias «Cerámica cordada»
González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert (1992). «Arqueología de Europa, 2250-1200 A.C. Una introducción a la «Edad del Bronce»». Madrid (primera edición) (Editorial Síntesis). p. 59. ISBN 84-7738-128-3.
J. Muller y S. van Willigen: «New radiocarbon evidence for European Bell Beakers and the consequences for the diffusion of the Bell Beaker Phenomenon», en Franco Nicolis (ed.): Bell Beakers today: pottery, people, culture, symbols in prehistoric Europe (págs. 59-75), 2001.
Barry Cunliffe: The Oxford Illustrated Prehistory of Europe (pág. 250-254). Londres: Oxford University Press, 1994.
Janusz Czebreszuk: «Corded Ware from East to West», en Pam Crabtree y Peter Bogucki (eds.): Ancient Europe, 8000 B.C. to A.D. 1000: an encyclopedia of the Barbarian World (2004).
González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert. Arqueología de Europa, 2250-1200 A.C. Una introducción a la «Edad del Bronce». pp. 59,61.
Brian M. Fagan, y Andrew Sherratt: The Oxford Companion to Archaeology (pág. 89 y 217). Oxford University Press, 1996. ISBN 0-19-507618-4.
J. H. F. Bloemers y T. van Dorp: Pre- & protohistorie van de Lage Landen (‘prehistoria y protohistoria de los Países Bajos’). De Haan/Open Universiteit, 1991. ISBN 90-269-4448-9, NUGI 644.
J. Schibler: «The economy and environment of the 4th and 3rd millennia BC in the northern Alpine foreland based on studies of animal bones», en la revista Environmental Archaeology, vol. 11, n.º 1, págs. 49-64, 2006.
González Marcén, Paloma; Lull, Vicente; Risch, Robert. Arqueología de Europa, 2250-1200 A.C. Una introducción a la «Edad del Bronce». pp. 59,108.
The Oxford Introduction to Proto-Indo-European and the Proto-Indo-European World (Oxford Linguistics) – J. P. Mallory and D. Q. Adams, 2006, p.452, Oxford University Press
[1], en «Keyser C et al. Hum Genet (2009) 126:395–410»
La cultura de los túmulos fue una cultura arqueológica que se desarrolló en Europa central durante el Bronce Medio, entre 1600 a. C. y 1200 a. C. Este complejo cultural se extendió por las áreas que ocupó anteriormente la cultura de Unetice: República Checa, centro y sur de Alemania y oeste de Polonia.
Se denomina así por la presencia mayoritaria de sepulturas de inhumación (o incineración) individuales bajo túmulos. Esta práctica y el abandono de las necrópolis del período anterior han sido considerados siempre como elementos de ruptura, pero últimamente se ha comprobado que las estructuras tumulares ya aparecían en la época de Unetice. La mayoría de los túmulos se localizan lejos de las tierras más fértiles, en áreas de montaña y boscosas, lo que ha llevado a identificar a sus constructores como unas comunidades ganaderas. Pero recientemente se han descubierto en Baviera, Breisgau o Bohemia restos de asentamientos en llano, tanto de poblados grandes como de viviendas aisladas, identificados gracias a fosas o silos, ya que las construcciones no se han conservado. Se han hallado cerámicas decoradas, recipientes de almacenamiento y unos pocos objetos de bronce.
Ver «Cultura de los Túmulos», en este mismo post. Situado en el Broce Medio.
E. Cultura de los campos de urnas
La cultura de los campos de urnas es un extenso horizonte arqueológico que se difundió durante el final de la Edad del Bronce y el principio de la Edad del Hierro por buena parte de Europa, llegando en su momento de apogeo a abarcar desde el Danubio y el Báltico hasta el mar del Norte y el nordeste de la península ibérica. Se caracterizó por un nuevo rito funerario: la incineración del cadáver y la deposición de sus cenizas en urnas de cerámica, las cuales se enterraban en un hoyo practicado en la tierra, formando extensas necrópolis. Al principio se levantaban pequeños túmulos sobre las fosas, luego quizás alguna estela o nada que las indicara. La expansión de este modelo se produjo entre los siglos XIII y VIII a. C.
Mapa simplificado de las culturas de Europa central en torno al año 1200 aC. El área en fucsia corresponde a la cultura Lusacia; el area azul central es la cultura Knoviz; el color rojo corresponde a la cultura de los Campos de Urnas central, y el naranja a la cultura de los Campos de Urnas norte. El área marron es la cultura Danubiana, la azul las culturas Terramaras y la verde corresponde a la Edad de Bronce de Europa Occidental. El área amarilla pertenece a la Edad de Bronce Nórdica. DJ Sturm(talk | contribs); Dark512(talk | contribs). CC BY-SA 3.0.
Problemas de interpretación
A lo largo del tiempo, distintos investigadores han sostenido teorías diversas sobre esta cultura arqueológica, ligadas casi todas ellas a una visión difusionista de la prehistoria. Así, se la ha relacionado con pueblos de conquistadores indoeuropeos, a los que algunos arqueólogos incluso les han adjudicado la autoría de las convulsiones que se produjeron por la misma época en el Mediterráneo oriental —caída de Micenas y del Imperio hitita, ataques de los llamados pueblos del mar a Egipto, destrucción de Ugarit, etc.—. Actualmente casi nadie sostiene que los grupos de los campos de urnas fueran un ente cultural homogéneo; la opinión generalizada es que se trató simplemente de una moda que se expandió por Europa debido a préstamos culturales o, en ciertos casos, a movimientos de pueblos diferenciados entre sí. De hecho, en algunas regiones el cambio en el comportamiento funerario fue el único que se produjo, apareciendo una clara continuidad en las estrategias económicas y sociales anteriores.
En las áreas en que se fue imponiendo la incineración se desarrollaron diferentes modelos de asentamientos, tradiciones funerarias distintas y se fabricaron artefactos con tipologías propias; la única estandarización clara detectada fue la de los objetos de prestigio realizados en bronce. Esto fue debido a un incremento de los intercambios comerciales, que no se produjeron únicamente desde Centroeuropa hacia su periferia, como tradicionalmente se ha defendido, sino también desde las áreas atlántica y oriental hacia el centro. Por otro lado y en contradicción con las antiguas tesis migratorias, se ha comprobado que la costumbre de incinerar los cadáveres ya se practicaba en Europa con anterioridad, siendo durante el Bronce final cuando empezó a generalizarse en aquellas zonas donde se había desarrollado la precedente cultura de los túmulos, con la cual no se produjo una ruptura, ya que se mantuvieron ritos y, en muchos casos, incluso los asentamientos.
La incineración aparece documentada en el grupo húngaro de Baden y el rumano de Cotofeni en el III milenio a. C. Posteriormente, se convirtió en el ritual predominante o se alternaba con las inhumaciones entre grupos establecidos en la cuenca danubiana, en Hungría, Rumanía o Eslovaquia desde el 1950 a. C. También en Centroeuropa, Italia y el área atlántica aparecen incineraciones registradas junto a inhumaciones antes del 1200 a. C.
Existen muchas dudas sobre el parentesco filogenético y lingüístico de las gentes que formaban parte de los pueblos que compartía la cultura de los campos de urnas. Actualmente la mayor parte de autores consideran que la cultura de Hallstatt muy probablemente estaba formada por pueblos que hablaban una lengua cercana al protocelta. Para los campos de Urnas es más difícil hacer identificaciones concretas, aunque no puede descartarse alguna conexión con los celtas y otros pueblos indoeuropeos.
Crecientes lunares, iconos animales y sonajero procedentes de Mörigen, lago Biel, Suiza (900-800 a. C.).Own photograph by Sandstein. CC BY 3.0.
Cronología cultura de los campos de urnas
En Europa Central los campos de urnas comenzaron a aparecer a partir del 1250 a. C. (Bronce D), extendiéndose hasta el 700-600 a. C. (Hallstatt C), ya en la I Edad del Hierro. Para otras regiones la cronología difiere, apareciendo las primeras evidencias en el nordeste de la península ibérica hacia 1150-950 a. C. con una única necrópolis en estos momentos iniciales peninsulares, la de Can Missert (Tarrasa, Barcelona).
El cambio en el modelo funerario no se produjo de repente ni fue uniforme ni siquiera en Europa Central, sino que fue algo paulatino. Los primeros indicios de una transición entre inhumación e incineración se produjeron entre 1250-1200 a. C. en Alta Baviera (Alemania), donde los grandes túmulos comenzaron a cobijar incineraciones, cambiando también las tipologías de algunos elementos del ajuar, tales como las espadas. Durante un tiempo hubo necrópolis de incineración junto a otras de inhumación, e incluso, necrópolis con ambos rituales coexistiendo juntos. Entre 1200-1100 a. C. se produjo la generalización del ritual de incineración y su expansión, con un claro empobrecimiento de los ajuares funerarios en comparación con épocas anteriores, aunque con marcadas divergencias regionales. En Polonia, por ejemplo, se siguieron realizando inhumaciones, las cuales representan un diez por ciento del total de los enterramientos.
A partir del 750 a. C. (Hallstatt C), el ritual funerario volvió a incluir abundantes inhumaciones junto a las cremaciones y los ajuares se enriquecieron espectacularmente. Se volvieron a levantar túmulos y se abandonaron muchos de los asentamientos anteriores, sobre todo los fortificados; aunque posteriormente se volvieron a reocupar muchos, evidenciando una jerarquización del territorio y de la sociedad que fue acusándose cada vez más a lo largo de la II Edad del Hierro.
El número de asentamientos se incrementó notablemente en comparación con los momentos precedentes, aunque pocos han sido excavados adecuadamente. Podían ser núcleos fortificados, a menudo situados en lo alto de colinas o en recodos de ríos, o, también, caseríos en llanura sin defensas, aunque pocos han sido excavados hasta ahora. Estos últimos solían estar formados por tres o cuatro grandes casas aisladas, construidas con postes de madera y paredes formadas habitualmente por armaduras de ramas y barro. Se conocen también fosos en las viviendas que debieron servir como bodegas para conservar el grano. En los lagos del sur de Alemania y Suiza, las viviendas fueron construidas sobre pilares de madera, consistiendo en una simple habitación hecha con ramas y barro o de madera.
Los poblados en colinas fortificadas se volvieron muy comunes durante el Bronce final para luego hacerse raros en los inicios de la Edad del Hierro. A veces se utilizaba un escarpado espolón rocoso, para evitar así la fortificación de todo el perímetro del asentamiento; otras una colina de altura moderada, un meandro de río o una zona pantanosa. En función de las materias primas locales los muros se construían de piedra seca o bien se levantaban los denominados pfostenschlitzmauer, parrillas de troncos rellenas con tierra o cascotes. Estas fortificaciones han sido consideradas verdaderas obras de ingeniería, que precisaban de una mano de obra ingente, como en Biskupin (Polonia), donde se ha calculado que se necesitaron entre 50 000 y 80 000 horas de trabajo para levantar el poblado. Su forma era circular u oval, y su extensión muy variable, entre 1,8 y 10 hectáreas, aunque algunos llegaban a las 35. En su interior se levantaban viviendas, almacenes y cercados para el ganado. Un caso excepcional es el del fuerte de Hořovice (Bohemia, República Checa) que llegó a ocupar 50 hectáreas.
Uno de los más conocidos yacimientos es el del lago Federsee (Wurtemberg, Alemania), localizado en 1920 en la turbera de una isla, en unas condiciones excelentes de conservación. No solamente se sacaron a la luz sus murallas, sino que además se recuperaron numerosos útiles de bronce tales como hachas, cuchillos o brazaletes, y restos que determinaban el carácter fundamentalmente agrícola del asentamiento.
El trabajo del metal se concentraba en estos fuertes, como lo atestiguan los 25 moldes de piedra encontrados en Runde Berg (sur de Alemania). Son interpretados como lugares centrales de un territorio y algunos investigadores creen que su aumento es una evidencia del incremento de los conflictos. Por lo que se conoce hasta ahora, no había viviendas especiales para posibles clases dirigentes, pero pocos yacimientos han sido excavados en toda su extensión.
Yacimiento de Burgstallkogel en una colina fortificada (cultura de los campos de urnas, Austria). Hermann A.M. Mucke – Trabajo propio. CC BY 3.0.
Cultura material
Recipientes
Normalmente, la cerámica encontrada es de buena factura, con una superficie lisa y suave, y un perfil bien marcado, siendo especialmente características las ollas bicónicas, con cuellos cilíndricos, y singulares los ejemplos de cerámica negra. Las decoraciones suelen ser acanaladas, incisas o excisas, aunque una gran parte de la superficie se dejaba lisa. Los motivos ornamentales incluyen bandas de líneas paralelas —horizontales, verticales u oblicuas—, círculos concéntricos y aves, posiblemente acuáticas. (Ver ref. Blasco, 1993, pp. 30-32.). La cerámica encontrada en las viviendas suizas sobre pilares muestra una decoración incisa incrustada en ocasiones con laminillas de estaño. Los hornos alfareros ya eran conocidos, como lo indica la homogénea superficie de la cerámica producida.
Se han hallado abundantes recipientes de metal, entre los cuales se incluyen copas, sítulas, y grandes calderos, hechos con láminas de bronce batido, con asas remachadas. Pueden ser lisos o con adornos, geométricos o de aves asociadas a discos, los llamados pájaros-soles. La ornamentación se conseguía mediante la técnica del repujado.
Los recipientes de madera solo se han preservado en contextos anegados por el agua, pero debieron de estar bastante extendidos.
Herramientas y armas
Las típicas herramientas de bronce fueron las hachas (de talón, de cubo, etc.), aunque también se utilizaron azuelas, hoces, gubias, cinceles, martillos o navajas de afeitar. Las espadas más comunes, de bronce, tenían forma de hoja, con empuñadura también de bronce, aunque había otras que tenían forma de espiga, con empuñaduras de madera, hueso o asta. Las espadas con reborde en la empuñadura presentaban incrustaciones en esta y aunque eran todavía del tipo denominado de lengüeta, hacia el final del período se comenzaron a fabricar las empuñaduras de antenas que se generalizaron en la Edad del Hierro. Por esta época, los elementos de protección como escudos, corazas, grebas y cascos presentaban ricas decoraciones de carácter geométrico o pájaros-soles. El armamento defensivo era bastante raro y pocas veces se lo encuentra en los enterramientos, a pesar de lo cual se conocen algunos escudos de bronce que, se supone, imitan modelos de madera y, en Irlanda, escudos de piel. También hay algunas corazas de bronce y discos del mismo material que debían ir cosidos a corazas de cuero, así como grebas ricamente decoradas con láminas de bronce.
Armas de bronce típicas de los campos de urnas de Centroeuropa, en el Bronce Final.José-Manuel Benito Álvarez —> Locutus Borg – Trabajo propio. Dominio Público.
Carros
Son conocidos alrededor de una docena de enterramientos en carros de cuatro ruedas con herrajes de bronce, sobre todo, del período final de los campos de urnas, durante la Primera Edad del Hierro. En Hart an der Alz (Baja Baviera, Alemania) un carro había sido quemado en la pira funeraria, encontrándose fragmentos de hueso pegados al metal parcialmente fundido de los ejes; se halló un rico ajuar que incluía ocho vasijas cerámicas, vajilla y armas de bronce, y joyas de oro. Los radios de las ruedas se hacían solo en madera o en madera y bronce. Los bocados de bronce aparecieron también por esta época. En Milavče (Bohemia) se halló una miniatura hecha en bronce de un carro de cuatro ruedas que soportaba un gran caldero de 30 cm de diámetro, el cual contenía una cremación. Este excepcional y rico entierro había sido posteriormente cubierto por un túmulo. En Brandeburgo (Alemania) se halló un carro con tres ruedas en un único eje, sobre el cual estaba encaramada un ave acuática. Tales carros eran conocidos ya en el área escandinava y miniaturas realizadas en arcilla, a veces con aves acuáticas, se habían encontrado en contextos del Bronce medio de los Balcanes.
Miniatura de bronce: carro con caldero funerario.User:Mattes – Fotografía propia. Dominio Público.
La deposición de tesoros fue algo muy común en esta época en las áreas periféricas atlánticas, desde Holanda y Gran Bretaña hasta el noroeste de la península ibérica, siendo una costumbre que desapareció hacia el final de la Edad del Bronce. A menudo fueron depositados en ríos y otros lugares húmedos como pantanos, sitios que solían ser prácticamente inaccesibles, lo cual ha sido interpretado como ofrendas a los dioses. Pero también fueron enterrados en escondrijos alijos que contenían objetos de bronce rotos o mal fundidos y que, probablemente, debían de estar destinados a ser reutilizados por los herreros.
Hierro
Un anillo de hierro procedente de Alemania y datado en el siglo XV a. C. es la más antigua evidencia férrea hallada en Centroeuropa. A finales de la Edad del Bronce el hierro fue usado para decorar las empuñaduras de espadas y puñales, y la cabezas de alfileres e imperdibles para sujetar la ropa. Solamente se comenzó a utilizar el hierro para fabricar armas y utensilios domésticos en la siguiente, y directa sucesora, cultura arqueológica de Hallstatt. Su generalización se produjo durante la Edad del Hierro tardía, con la cultura de La Tène.
El Sombrero de oro de Berlín, posiblemente una insignia sacerdotal relacionada con el culto al sol. Sailko – Trabajo propio. CC BY 3.0.
Economía
Bóvidos, cerdos, ovejas, cabras, caballos, perros y, posiblemente, gansos, eran criados por el hombre para su sustento o para labores auxiliares. Tanto bóvidos como caballos eran más pequeños que los actuales, alcanzando los primeros una altura de 1,20 m hasta la cruz y los segundos 1,25 de media.
Se cultivaba trigo y cebada, junto a distintos tipos de legumbres y opio, cuyas semillas se utilizaban para elaborar aceite o como droga. Mijo, avena, centeno y lino se cultivaron de manera menos generalizada. Hay constancia del uso de arados tirados por bueyes y abundancia de molinos de piedra, azuelas de bronce y hoces; también está comprobada la existencia de graneros.
Los bosques fueron intensivamente aclarados, creando, tal y como muestran los análisis polínicos, prados abiertos para uso, probablemente, del ganado. Esto condujo al incremento de la erosión y, consecuentemente, de la carga de sedimentos transportada por los ríos.
Al parecer, comenzaron a diversificarse los oficios, dando lugar a una cierta especialización artesanal. Gracias a la mejora de los caminos, «pavimentados» en ciertas zonas con troncos, y de los medios de transporte, con el uso del carro y del caballo como animal de tiro, se intensificaron las relaciones comerciales, que muestran un auge del comercio de la sal. Se inició la producción de vidrio, mientras la cerámica y la orfebrería experimentaron un gran impulso, multiplicándose también los centros metalúrgicos.
Enterramientos
Lo común en Centroeuropa fue la incineración, aunque las variantes rituales que se observan en las necrópolis a lo largo del tiempo y entre distintas regiones son muy numerosas. Así, se pueden encontrar tumbas formadas por:
Un hoyo excavado en la tierra, en el que se deposita la urna cubierta por un plato o piedra.
Sin urna, directamente en el hoyo.
Urnas cubiertas por estructuras de madera, círculos de piedras, cistas, etc.
Túmulos no muy grandes señalando la urna.
Inhumaciones con o sin túmulo, con estructuras de madera, etc.
La deposición y orientación de los cuerpos inhumados es también muy variada. Los ajuares eran muy sobrios y homogéneos en comparación con las épocas anteriores y posteriores, consistiendo en cerámicas o metales, que, como mucho, alcanzaban las seis unidades. A veces, una o varias urnas estaban delimitadas por fosos, creando unos recintos de planta circular o cuadrangular que se suponen rituales.
Urnas de una tumba de urnas, 1000-800 B.C., Donk (Bélgica).Museo Galorromano, Tongeren (B). Dominio Público.
Tumba típica de los campos de urnas, Centroeuropa, Bronce final.José-Manuel Benito Álvarez —> Locutus Borg – Trabajo propio. Dominio Público.
Rituales
Los rituales de esta época debieron estar relacionados con el culto a las fuerzas de la naturaleza, abarcando un amplio espectro que iría desde ritos propiciatorios de la fecundidad de la tierra, a otros dedicados al sol, los astros, el agua o a divinidades animales, lo que confirma su continuidad con tradiciones que emanan del Neolítico. Se han descubierto carros hechos en bronce o de cerámica cuyos animales de tiro son caballos, ciervos o patos, que acarrean un disco solar (Trundholm, Dinamarca), una mujer con un plato de ofrendas (Strettweg, Austria) o una divinidad (Dupljaja, Serbia). También se consideran relacionados con el culto al Sol o, quizás, al fuego, los conos de oro decorados con anillos, discos y otros símbolos solares, de los que conocemos cuatro, tres hallados en Alemania y el cuarto en Francia. En Europa central se cree que había santuarios ubicados en las mismas viviendas, ya que se han encontrado cornamentas y crecientes de arcilla cerca de los hogares o de sitios destacados que podrían ser altares. En los recintos rituales de las necrópolis se han hallado ofrendas consistentes en cerámicas especiales, crecientes o platos con ocre, así como evidencias de fuegos intencionados.
Carro solar de Trundholm (Dinamarca).El carruaje solar de Trundholm (en danés Solvognen) es un objeto de la edad de bronce nórdica tardía descubierto en Dinamarca, que ha sido interpretado como el Sol arrastrado por una yegua, pudiendo tener una relación con elementos de la mitología nórdica tardía encontrados en fuentes del siglo XIII. En la actualidad pertenece a la colección del Museo Nacional de Dinamarca en Copenhague. Data concretamente del año 1300 a. C. Autor: Malene(talk | contribs).
Belén Deamos, María; Chapa Brunet, Teresa (1997). La Edad del Hierro (primera edición). Madrid: Editorial Síntesis. ISBN 84-7738-447-9.
Blasco, Mª Concepción (1993). El Bronce final (primera edición). Madrid: Editorial Síntesis. ISBN 84-7738-195-X.
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